Dedicatoria
Prólogo
Introducción ¿Condenados a ser egoístas?
Capítulo 1 Las necesidades, las apetencias y los deseos
Capítulo 2 El consumo
Capítulo 3 El ahorro
Capítulo 4 El trabajo y el descanso
Capítulo 5 De la economía egoísta a la economía altruista
Apéndice
Bibliografía
Créditos

Para Elena, con cariño.

 

PRÓLOGO

 

Antes que nada debo decir que acepté la petición de escribir el prólogo antes de conocer la extensión y los contenidos del libro, tal es la confianza y amistad con que me honra el autor. Tras ver el sumario, comencé la lectura por el capítulo quinto y terminé con la lectura del capítulo dedicado al trabajo, el salario y el descanso. Me interpeló este último. Me sacudió. Descubrí lo que presentía al leer los otros capítulos: que podían ser provocadores para otros como lo habían sido para mí. Leer y escribir fuera del tiempo de trabajo y sobre materias libremente escogidas puede ser gratificante. Leer el libro y escribir el prólogo con el compromiso y la presión de hacerlo con tiempo limitado ha sido y es gratificante, pero también laborioso. Escribir, como cualquier otro trabajo, puede ser una fiesta y la fiesta un trabajo. Las fiestas suelen ser descanso para unos, los invitados, y trabajo para otros, aquellos que se encargan de los diversos servicios en días festivos y horas de descanso, o para quienes realizan las tareas domésticas, esfuerzo pocas veces reconocido. Pero el afecto, como la fe, hacen suave el yugo y ligera la carga. La experiencia personal me permite afirmar que la lectura de este libro no dejará al lector indiferente. Esto es para mí prueba de su interés o del nuestro. De ahí que sea esta estimación lo primero que deseo expresar en este prólogo.

Después de expresar estos sentimientos, que considero que avalan el interés de la obra y los méritos del autor, quisiera ofrecer algunas observaciones y comentarios sobre la introducción, la estructura y contenidos, para terminar con una provocación, una sugerencia y una muestra de gratitud. 

Ya en el título, con claridad en la introducción y con abundancia en el desarrollo del texto, constatamos una triple dimensión: económica, ética y pedagógica. No es extraño. La obra es reflejo del autor: experto en economía, teología moral y doctrina social de la Iglesia, profesor con amplia experiencia en investigaciones sobre la realidad económica nacional y de otros países y en la formación de formadores, tanto en el ámbito universitario, como en el de la acción caritativa y social de la Iglesia, en la comunidad diocesana y en grupos parroquiales y movimientos de apostolado seglar. 

Primera observación –obvia–: el título expresa que el libro trata de economía. Es obra de un experto en economía. Segunda observación, califica la economía de altruista: es una calificación ética y religiosa. El autor sabe de moral social y de doctrina social de la Iglesia. Tercera observación: el título tiene en su formulación un cierto movimiento: «por» una economía altruista. Es la expresión de una propuesta de cambio, tarea propia de maestros y pedagogos. 

De la introducción debo subrayar la interpelación que significa y el drama que supone la separación entre la fe y las realidades sociales, entre la ética y la economía, así como la pretensión de construir un humanismo sin trascendencia, un humanismo ateo, al final, un humanismo inhumano. Separar o incluso prescindir de alguna de estas perspectivas es distorsionar la visión de la realidad y la misma realidad. Separar o prescindir de la fe o de las ciencias sociales es un empobrecimiento de la acción social y de la fe. Este es uno de los desafíos reconocidos por no pocos creyentes y no creyentes al que responde la doctrina social de la Iglesia. El autor es un exponente de la función interdisciplinar y evangelizadora de la doctrina social de la Iglesia. 

Nuestro amigo tiene en este y otros puntos la extraña habilidad de pinchar sin producir derrame y hematomas, y de transmitir la medicina de la verdad con la que curar, fortalecer y orientar la razón y el corazón. 

Nuestro querido Quique nos permitirá hacer algunas observaciones sobre la estructura y contenidos de su obra. Dejando al margen el anexo final, podemos ver tres momentos de su reflexión. La primera parte, compuesta por el capítulo primero. La segunda por los capítulos segundo, tercero y cuarto, y la tercera por el capítulo quinto. 

El capítulo primero sienta las bases antropológicas para una economía altruista, digna del hombre. Los capítulos centrales –segundo, tercero y cuarto– nos ofrecen una reflexión sobre el quehacer económico ordinario: consumo, ahorro, trabajo, salario y descanso. En el capítulo quinto se recogen, incluso con expresiones literales, las consideraciones más importantes de todos los precedentes. Responde a la pregunta sobre la posibilidad de pasar de una economía a otra, de la egoísta a la altruista. 

En todos los capítulos utiliza un mismo método: constataciones sobre la economía egoísta, criterios eclesiales para el discernimiento y orientaciones para la acción, propuestas y sugerencias sobre las actitudes que hay que desarrollar, y cuestiones para seguir profundizando. En todos menos en el quinto, en el que no se ofrecen textos bíblicos ni del magisterio. Parece dejarnos ante la contemplación de Cristo resucitado, fundamento de nuestra esperanza. Es pedagógico tanto por el método como por el contenido. 

Cuando hablamos de economía –incluso los que no sospechamos hasta qué punto es grande nuestro desconocimiento en esta materia–, la conversación nos puede llevar a opinar sobre todo: la economía familiar, la política económica nacional, la crisis económica y financiera mundial, las variaciones del precio del petróleo, el paro, el precio de los productos del campo en origen y en el mercado, la escandalosa desigualdad entre países ricos y pobres, la deuda externa y la cooperación al desarrollo, las instituciones y responsables de la vida económica y política nacional e internacional, la mundialización de la economía, el hambre en el mundo, la carencia de alimentos y el analfabetismo, los gastos militares, la contaminación atmosférica, las energías alternativas no contaminantes y renovables, la sostenibilidad del gasto público y las amenazas al Estado del bienestar... 

¿Qué más? Sobre todo esto y más debemos reflexionar sin dejar de actuar en lo concreto, en el comportamiento económico diario, que tiene un valor ético y un efecto concreto que, unidos a otros, puede promover sinergias solidarias que faciliten el desmoronamiento de las estructuras egoístas. 

El autor, con sabia pedagogía, nos invita a observar diversos aspectos de la economía; a confrontar nuestras decisiones y comportamientos, nuestras aspiraciones y proyectos con la Palabra de Dios, las enseñanzas de los Santos Padres y con el magisterio social de la Iglesia. El autor nos habla de la economía real y cercana (oikos, «casa», y nemô, «administrar»). De la economía concreta en la vida de las personas: de nuestros deseos y necesidades, del consumo y el ahorro, del trabajo y el descanso, de comportamientos económicos de los que no solo somos responsables, sino protagonistas. 

Fino observador de la realidad, los hechos de la vida cotidiana y experiencias vividas por él mismo le sirven para expresar convicciones y valores profundos. Los hechos adquieren un valor de lenguaje y de mensaje. Me recuerda el amplio repertorio de hechos, dichos y parábolas de Jesús sobre la economía y su efecto sobre las relaciones del hombre con Dios y con sus semejantes. 

La provocación surge del anexo, encuentro entre lo escrito por el autor y lo leído posteriormente en la encíclica. ¿Por qué no elaborar unos materiales con una metodología adecuada, semejante a la que sigue nuestro amigo en su libro, sobre temas y documentos como la encíclica? 

La recomendación, la del propio autor, que nos invita a la reflexión y a la acción personal y grupal. En un mundo sin ideas, reflexionar con profundidad es una tarea urgente; colaborar, una necesidad. Reflexionar en grupo con el apoyo de este libro puede ser una buena manera de ponerse en camino. 

Finalmente deseo dejar constancia del reconocimiento de mi gratitud al autor por el regalo de hacerme leer el libro, la confianza de pedirme el prólogo y el don de su amistad.

SEBASTIÁN ALÓS LATORRE delegado episcopal de Cáritas Diocesana de Valencia y presidente-delegado de la Comisión Diocesana «Justicia y Paz»
 

INTRODUCCIÓN

¿CONDENADOS A SER EGOÍSTAS?

 

La economía es el reino de los egoístas. Según sus dictados, si quiero comportarme de una manera racional tengo que pensar solo en mi propio interés, debo conseguir ingresos y beneficios lo más elevados posibles, lo que no sea rentable no sirve, hay que alcanzar lo máximo con el mínimo esfuerzo, debo comprar lo más barato, hay que conseguir que todos vengan a mi establecimiento y adquieran mis productos, tengo que superar a la competencia y ganar cada vez más... El pensamiento económico parece decirnos que pensar en nosotros mismos, ser individualistas, dejar a un lado a los otros, no solo está legitimado, no solo es lo que debemos hacer para sobrevivir aceptablemente en la jungla económica, sino que también es bueno para el conjunto, para la economía en general. Si no se actúa así, los otros te comen y te impiden lograr lo que buscas, el país se estanca y no progresa hacia un mayor bienestar material. El mercado, al fin y al cabo, consiste en esto: un gran número de personas o instituciones que buscan sus propios objetivos y, a través de un mecanismo de precios, logran que la sociedad funcione correctamente. Los que pretenden comprar quieren sacar el máximo rendimiento de su dinero adquiriendo lo más barato posible. Los que desean vender quieren obtener la mayor cuantía de beneficios posible a través de sus negocios. Los que prestan quieren hacerlo al máximo interés, los que reciben prestado, al más bajo. En el mercado, el bien común es algo por lo que no hay que preocuparse, viene solo, se llega a él (como a la vejez) sin que hagamos esfuerzos para alcanzarlo. Todo en el mercado parece decirnos: sé egoísta, que lo demás vendrá por añadidura.

1. ¿Y los cristianos?

Ante este panorama, los cristianos muchas veces nos sentimos anonadados, acomplejados o confundidos. Parece que la economía es algo totalmente alejado de la esfera de nuestra fe, que no tiene nada que ver con nuestras creencias, que funciona por cauces diferentes de los que nosotros queremos seguir. Por ello tomamos atajos, salidas que nos permitan superar ese choque frontal que tiene el comportamiento económico egoísta con lo esencial de nuestra fe, que es el amor, el desprendimiento, el pensar en los demás, la caridad, la justicia... Estos caminos fáciles son variados: dedicar mi vida a asuntos que no tengan nada que ver con la economía, lograr un trabajo que me permita unos ingresos seguros y despreocuparme de este tema para centrarme en otros más acordes con mis creencias; afirmar que mi fe va por un lado y los asuntos económicos por otro, con lo que ajusto mis comportamientos a cada una de estas dos esferas, como si se tratara de compartimentos estancos; justificar el comportamiento egoísta en el ámbito económico a través de una utilización «cristiana» de los ingresos que obtengo con ello (el cuidado de la familia, obras sociales o caritativas, etc.), es decir, aplicar aquello de que «el fin justifica los medios» y quedarme tranquilo por ello. Todas estas opciones son respuestas parciales que practicamos los cristianos ante el desafío que supone para nosotros compatibilizar la economía egoísta con nuestra fe.

Estas actitudes incompletas olvidan dos cuestiones que pueden resultar esenciales a la hora de descubrir cuál es el mejor planteamiento que podemos adoptar ante los aspectos económicos de nuestro día a día. La primera es conocer que el modelo egoísta no siempre lleva a los mejores resultados económicos posibles. La leyenda difundida a partir de lo afirmado en ese libro que se considera como el nacimiento de la ciencia económica, La riqueza de las naciones, de Adam Smith, y en la que se afirma que la búsqueda del propio interés lleva irremediablemente al bien común, es solo eso, una leyenda. Esto únicamente se daría en condiciones de laboratorio en las que todas las partes jugasen con las mismas bazas o siguiesen un comportamiento ético irreprochable que estuviese por encima de su afán de riquezas. Sin embargo, la realidad es diferente. Las fuerzas son desiguales, los jugadores tienen oportunidades distintas y la ética no siempre prima a la hora de competir. Esto hace que el comportamiento egoísta acabe beneficiando a aquellos que tienen más bazas, más comodines, más fuerza... El bienestar de la sociedad deja de serlo para acercarse al bien de los que más posibilidades tienen para empujar hacia su lado. Las enseñanzas de la última crisis económica y financiera mundial y de muchas de las anteriores nos muestran de una manera evidente esta afirmación. Los agentes buscaron su propio interés y los resultados para el conjunto no fueron, ni mucho menos, los mejores para todos (que sería lo que cabría esperar del bien común). 

La segunda cuestión que debemos tener en cuenta los cristianos es que nuestra fe no se puede desligar de nuestras acciones y actitudes económicas. Una fe sin obras no es una fe verdadera. No podemos amar en un entorno y ser egoístas en otro, no podemos dividirnos en campos y actuar de manera distinta si estamos en nuestras parroquias o en nuestros grupos o si estamos en nuestro lugar de trabajo. Nuestra fe llena todo nuestro ser y no podemos segmentar este según en el lugar en el que nos encontremos. Nuestra integridad como personas es la que realmente nos realiza como tales.

2. Por una economía diferente

Por ello, ante la economía egoísta que subordina el interés ajeno al suyo propio, vamos a proponer en este libro una economía diferente, que ame desinteresadamente al prójimo. Un comportamiento económico acorde con nuestra fe, con nuestro convencimiento de que el amor es el que transforma nuestro mundo hacia una sociedad mejor. Vamos a descubrir conjuntamente algunos elementos que pueden parecer novedosos, pero que no lo son tanto. El comportamiento que sistematizará este libro no es tan inusual como podría parecer. Muchos lo realizan día a día sin hacer ruido, sin que nadie se entere. La fe cristiana es un vivero de personas que realmente aman a los que tienen a su alrededor y traducen esta manera de comportarse en el manejo de sus ingresos. Se trata de una manera de comportarnos que, lejos de ser perjudicial para el conjunto de la sociedad, colabora en que esta no solamente cree riqueza para sus miembros, sino que además la reparta de una manera más equitativa y ayude a que sus componentes más desfavorecidos puedan mejorar día a día. Sin embargo, esta otra manera de hacer las cosas no la definiremos hasta llegar al final del libro, esta será la meta de nuestro camino, nuestra propuesta ante las desventajas que supone seguir los dictados de la corriente económica principal en este momento.

3. Estructura, metodología y destinatarios

Para lograr este objetivo, el libro se divide en cinco capítulos, que van a abordar temas económicos relacionados con nuestro día a día. El consumo, el ahorro, nuestras necesidades, el trabajo y el ocio... Se pretende que lo aquí expuesto sea una ayuda para aquellos que quieran tener un comportamiento económico regido por sus creencias o para aquellos que quieran construir un mundo mejor, más solidario, diferente al que nos encontramos, y piensen que es posible poner su propio granito de arena a través de su quehacer cotidiano y de esas pequeñas elecciones que tenemos que hacer a menudo en nuestro caminar. No se tratarán, pues, las grandes cifras o los asuntos que preocupan a los economistas y a los estadistas, como el paro, la inflación, la balanza de pagos o el crecimiento económico. Aunque es evidente que el comportamiento económico de las personas y el funcionamiento global de la economía tienen una estrecha relación, este libro no va a adentrarse en este segundo asunto.

El texto está dirigido, pues, a personas adultas que quieran plantearse, ya sea personal como colectivamente, cuál es su actitud ante las cuestiones económicas cotidianas. También para aquellos que simplemente tengan curiosidad por saber hacia qué opciones económicas nos inclina nuestra fe cristiana o a aquellas personas que, sin ser cristianas, quieran conocer una propuesta alternativa a la economía egoísta que predomina en nuestro entorno actualmente. La realidad desde la que se escribe y a la que va dirigida es la de una sociedad rica como la nuestra. Un entorno en el que contamos con unos ingresos que nos permiten vivir razonablemente bien, no solo porque tenemos bastante para cubrir nuestras necesidades nutricionales, sino también porque nuestros ingresos medios nos permiten acceder a otros bienes y servicios que van más allá de lo que nos permite sobrevivir (alimento, vestido, descanso, vivienda, sanidad...). No está dirigido ni a las personas muy adineradas ni a aquellos que tienen problemas para llevar una vida digna en el entorno en el que se encuentran debido a sus bajos ingresos. Si así fuese, sus recomendaciones y su tono serían diferentes a los que se han adoptado. En todo caso, el texto se escribe no con la intención de sentar cátedra sobre los temas tratados o de establecer unos conocimientos acabados, sino como una reflexión que pretende ser útil para todos aquellos que la lean. El libro pretende incitar a la reflexión y a la acción desde una postura humilde y de servicio. 

Para lograr este objetivo voy a seguir una metodología similar en todos los capítulos (exceptuando el último). Comenzaré con una introducción que sitúe el tema del capítulo. En ella se explicará la realidad actual que tenemos y cómo hace frente a ella la economía egoísta. Esta primera parte de cada capítulo intenta que nos veamos reflejados tal cual somos y tal cual actuamos en este momento, que recordemos lo que propugna la economía egoísta y cómo esto afecta a nuestro comportamiento diario. En segundo lugar iluminaremos esta realidad con enseñanzas bíblicas, con la tradición y con el magisterio. Esto es, nos acercaremos a lo que nos dicen sobre ello las fuentes de la revelación cristiana, para descubrir qué nos ha dicho ese Dios que es amor sobre cada uno de los temas tratados. A pesar de que muchas de las realidades actuales son diferentes a las que se daban en la época en la que Jesús acampó entre nosotros y a las que se han vivido en otros siglos, las enseñanzas esenciales que recogemos del evangelio, del Antiguo Testamento, de la tradición posterior y del magisterio de la Iglesia pueden ser actualizadas para que sirvan de guía en nuestro caminar y nos ayuden a comprender mejor todo aquello que nos rodea. 

A partir de lo visto en las dos primeras partes, la realidad de la economía egoísta y de aquello que la revelación de la voluntad divina nos aporta, finalizaremos cada capítulo con una serie de sugerencias que conviene tomar en cuenta si se quiere participar en una manera diferente de concebir el quehacer económico cotidiano. No se tratará de un catálogo de indicaciones o mandamientos. No es esta la intención. Sino de apuntar posibles actitudes que vayan en la dirección deseada y que puedan ayudar al lector a tomar sus propias decisiones cuando se tenga que enfrentar a su día a día económico. Para apoyar esta actitud se incluye siempre una batería de motivos para la reflexión. Esto no solo será útil para cada lector, sino también para aquellos grupos que quieran trabajar estos temas de una manera conjunta y los reflexionen juntos. Por último, al final del libro hago un resumen de algunas referencias bibliográficas que pueden ser útiles para aquellos que quieran profundizar en alguno de los temas de este libro. 

Antes de comenzar con la materia propia del libro, querría agradecer a Mónica Ramón Juliá, a Begoña Echevarría Llombart y a Juana Aznar Márquez la amabilidad que tuvieron conmigo leyendo el borrador y haciéndome sugerencias valiosas que me han servido para que este texto tuviese la forma final que los lectores tienen entre manos.