A ti, que lloras

porque amabas.

 

INTRODUCCIÓN

 

Desde hace años me encuentro con personas que me hacen esta pregunta: «¿Qué le puedo regalar a mi amigo o amiga, a mi madre, a mi padre… para que lea y le ayude, porque se le ha muerto…?». ¡Qué deseo tan noble el de salir al paso del dolor ajeno por la pérdida de un ser querido! Parece como si en él nos viéramos, en cierta medida, reflejados. Parece que el dolor del doliente nos hiere y deseamos salir a su paso.

Este libro ha sido escrito no como un tratado sobre el duelo, sino pensando en la persona que vive la pérdida de alguien a quien amaba y que ha fallecido recientemente. Está en duelo, elabora el dolor; y el dolor vivido en soledad, sin ninguna luz, es más dolor que el dolor compartido, confrontado con la experiencia de otros semejantes y desahogado con quien está dispuesto a escuchar y caminar juntos en la solidaridad emocional.

El duelo, en todo caso, apunta en el cuaderno de la vida una nota de verdad. No permite, como otras situaciones de la vida, una negación total ni su ocultamiento. Reclama verdad. Quizá reclame nuestra verdad más grande y hermosa: el valor del amor, y nuestra verdad más trágica: la soledad radical que nos caracteriza.

En el libro Una pena en observación, de Lewis, se nos muestra cómo el dolor de la pérdida, además de ser el precio del amor, está asociado con la conciencia de la pérdida y su significado. Lewis relata mientras elabora la pérdida de su amada: «Permanezco despierto toda la noche con dolor de muelas, dándole vueltas al dolor de muelas y al hecho de estar despierto. Esto también se puede aplicar a la vida. Gran parte de una desgracia cualquiera consiste, por así decirlo, en la sombra de la desgracia, en la reflexión sobre ella. Es decir, en el hecho de que no se limite uno a sufrir, sino que se vea obligado a seguir considerando el hecho de que sufre. Yo cada uno de mis días interminables no solamente lo vivo en pena, sino pensando en lo que es vivir en pena un día detrás de otro» 1.

En el fondo, la reflexión sobre la realidad, a la vez que nos duele, nos humaniza, nos hace más conscientes de su significado, al mismo tiempo que nos hiere más hondo.

No pretendo en estas páginas dar recetas para quien vive en duelo. No las conozco. Más bien se trata de compartir algunas reflexiones sobre el significado del duelo, sobre los tipos de duelo y el modo de vivirlos saludablemente, sobre las cosas que nos suelen ayudar y las que no, sobre cómo vivimos las implicaciones prácticas de la pérdida, como qué hacer con las cosas del difunto, los lugares que frecuentaba, la oportunidad de ir al cementerio…

Quiero pensar en el dolor sin negarlo, sin dulcificarlo, pero también sin reducirlo a una experiencia oscura y sin salida. Por eso, estas páginas quieren estar coloreadas de esperanza, esperanza de afrontamiento saludable del dolor, esperanza de aprender con ocasión del dolor, esperanza que invita a trascender lo que vemos y sentimos.

No es el olvido la clave que sugiero como camino para vivir sanamente el duelo, no. Más bien creo que el duelo se elabora sanamente según se va aprendiendo a recordar, según se va pudiendo invertir energía en nuevos afectos, según se van dando pasos para situar al ser querido en el corazón, donde puede vivir para siempre, donde la tristeza no es la única nota de la melodía que toca entonar, sino que puede sonar también al ritmo de la esperanza.

Quiero imaginar este libro no solo en manos de quienes se interesan por el tema, sino especialmente en manos de los tristes y dolidos por su pérdida reciente. Deseo que encuentren en estas páginas algunas migajas de consuelo al sentirse comprendidos y al comprender, a la vez, con más hondura la naturaleza tan personal de este dolor. Imagino este libro como un lugar donde el doliente pueda reconocer la sedienta sensación que queda tras la pérdida, sanarla y, al final, vislumbrar la esperanza.

Los testimonios que he recogido y que cito son reales, son experiencias de personas que me han brindado el regalo de narrar lo que les habita, lo que piensan, lo que sienten, con la esperanza de que su dolor tenga el color también de la fecundidad: que ayude a otras personas a sentirse misteriosamente en sintonía. Agradezco sinceramente este esfuerzo a mi sobrina Paula, a Rosa, a Pedro, a Marisa y a otras personas que me han ayudado en esta tarea. Y a mi compañero Jesús Arteaga le agradezco la revisión del texto antes de ser publicado.