a cargo de JOSÉ MANUEL CAAMAÑO LÓPEZ
En el prefacio de Rosino Gibellini a la entrevista que el periodista italiano Francesco Strazzari le hizo a Edward Schillebeeckx en 1993, y que llevaba por título Soy un teólogo feliz, calificaba al gran dominico belga como un teólogo de frontera, y añadía que «lo que unifica la cultura en la época moderna y contemporánea es la búsqueda no de una salvación exclusivamente religiosa, como podía darse en épocas pasadas, sino la búsqueda de una humanidad sana, íntegra y digna de ser vivida». Tales palabras bien podrían ser aplicadas también a la obra y a la persona del teólogo moralista español Marciano Vidal.
Nacido en San Pedro de Trones –un pueblo de la provincia de León dedicado fundamentalmente a la explotación de la pizarra– en 1937, desde muy pronto Marciano Vidal ingresó en la vida religiosa, y ya con 12 años la Congregación del Santísimo Redentor empezó a convertirse en su familia eclesial, y su carisma ha marcado su vida hasta el día de hoy. Pero Vidal no es únicamente un religioso ni un sacerdote, sino uno de los teólogos más representativos de la renovación teológico-moral de las últimas décadas. No en vano ha ejercido una importante labor docente y académica durante una gran parte de su vida impartiendo clases, cursos y conferencias o dirigiendo numerosos trabajos de investigación y tesis doctorales, pero además es también un escritor prolífico, con más de cincuenta libros y unos cuatrocientos artículos publicados.
Por eso, si hay algo que destaca en la persona de Marciano Vidal, además de su religiosidad, su sencillez y su carácter siempre alegre, es el hecho de ser un trabajador empedernido al que no le gustan las distracciones superfluas. Su lugar más habitual es la biblioteca y un cuarto lleno de papeles, notas y referencias sobre las cuales ir construyendo una obra que pueda ser útil a toda aquella persona interesada en las diferentes áreas de la teología moral, pues no solo las ha abordado todas, sino que con él se han formado cientos de personas a lo largo de los años. Incluso ahora, ya jubilado de toda institución académica, sigue haciendo eso que siempre ha hecho: trabajar en la única compañía de sus libros y papeles.
Marciano es un cura, un religioso... pero es también un profesor y un teólogo. Y es además un teólogo no neutral, alguien que desde muy pronto hizo una opción muy clara por renovar la teología moral desde las orientaciones del Concilio Vaticano II. Y su opción fue clara: la de apostar por lo humano en su sentido más radical, porque es así como él descubrió también la auténtica importancia de la trascendencia o, como a él le gusta decir, de la «teologalidad» de toda la vida moral. Por eso, desde el espíritu de la tradición alfonsiana, toda su teología no es sino una teología a favor de la persona, una moral marcada profundamente por la benignidad pastoral y la misericordia, una teología moral, en definitiva, que busca más la salvación que la condena y que confía más en un Dios que es Padre que en aquel que únicamente es Juez.
Pero optar claramente por algo puede tener sus problemas, sobre todo cuando el que opta lo hace en campos movedizos y fronterizos, y cuando además lo hace sin evitarlos por miedo y con libertad. Y también Marciano Vidal los ha tenido. Ha sido el centro de muchas alabanzas, pero también ha sido objeto de críticas y ataques, hasta ser sometido durante varios años a un proceso doctrinal de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Ha tenido que reaccionar, y lo ha hecho sin acritud, con serenidad, intentando siempre no ser hiriente en sus palabras, a pesar del dolor que le ha causado, personal e institucionalmente. Y, sobre todo, ha seguido haciendo lo que en conciencia creía que debía hacer, que no es sino continuar trabajando y realizando esa misión para la que Dios le ha llamado y para la cual tiene cualidades. Siempre ha sido y sigue siendo un teólogo de frontera que busca orientar de la mejor forma posible esa humanidad sana y digna de ser vivida.
Si lo ha conseguido o no, sus lectores podrán decirlo. Personalmente conocí a Marciano Vidal en el año 2000, cuando estaba de profesor de Moral fundamental en la Facultad de Teología de la Universidad Pontificia Comillas, y desde entonces siempre hemos tenido una buena relación, tal vez por nuestra proximidad galaica. Además me ha interesado su obra y la conozco. Y este es el motivo por el cual la editorial PPC, en la persona de Luis Aranguren, consideró que yo podría ser el interlocutor de esta conversación, una idea que al propio Marciano le agradó. Y así fue.
Hace años que vive en una casa de los Redentoristas en el centro de Madrid. Y allí fui a verlo varias veces. Recorrí sus pasillos, su comedor, me enseñó la capilla, su cuarto e incluso pude ver el archivo que guarda con la documentación y la correspondencia que ha tenido con diferentes personas e instituciones a lo largo de los años. Pero sobre todo nos sentamos y hablamos de muchas cosas de su vida ante una grabadora. O, mejor, Marciano Vidal hablaba, porque yo únicamente preguntaba de vez en cuando para seguir la conversación. Por lo demás, mi trabajo no fue sino escuchar y aprender. Y durante ese tiempo que compartimos pude ver por momentos sus gestos de tristeza recordando algunos hechos, pero sobre todo su rostro de alegría al recordar su niñez en la familia, su infancia, sus compañeros, todo lo que ha pasado a lo largo de su vida... Pude ver, en definitiva, a un hombre de Dios que, a pesar de las dificultades –como decía Schillebeeckx– sigue siendo un teólogo feliz.