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MI VIDA POR
EL SALTO PERFECTO
CALI
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EL SALTO
MI CUERPO
EL MUNDO ENTERO
ROCK ‘N’ ROLL
ESTÉTICA
MAÑANA
EN CÁMARA LENTA
¿Qué se siente estando en una plataforma, a gran altura por encima del mar? ¿Qué se siente al volar por el aire y recién saber a último momento si todo ha funcionado como estaba planeado? ¿Qué se siente al sumergirse y, durante algunos segundos, estar totalmente solo, aislado del mundo, rodeado de un silencio paradisíaco?
Durante los últimos tres decenios pude averiguarlo de forma más intensa que la mayoría de las personas, y más que eso: he visto los lugares más hermosos del planeta, he saltado en océanos color turquesa, desde casas, puentes, rocas, helicópteros, desde árboles en el Amazonas e, incluso, desde un iceberg en la Antártida. He llegado a conocer a gente magnífica y nuevas culturas. He amado, sufrido y vencido.
Estoy eternamente agradecido a mi deporte, a mi pasión, por la vida que me ha posibilitado desde los modestos comienzos hasta llegar a la cima del Red Bull Cliff Diving World Series.
La mejor manera de relatar ese maravilloso viaje es a través de las imágenes. He intentado formular en palabras lo que pasaba por mi cabeza en el interín.
En realidad, el Cliff Diving es un deporte muy sencillo. Todo lo que se necesita para ello es un saliente y aguas profundas. El resto es asunto tuyo. Tú decides lo que haces con estos dos únicos ingredientes y el minúsculo instante de libertad total.
Los invito a sumergirse en mi vida como Cliff Diver en las próximas 204 páginas.
Orlando Duque
Cali, agosto de 2019
Yo era el chico que siempre iba derecho. En los años 80 mi ciudad estaba dominada por las mafias de la droga y caminar por sus calles era una decisión de supervivencia: el callejón a la izquierda, mejor no; el callejón de la derecha… no me atrevo.
y seguir siempre derecho. La cabeza en alto, la chaqueta de entrenamiento como si fuera mi capa de superhéroe. En aquel entonces, yo apenas llegaba a la altura del capó de las 4x4 que preferían los jefes mafiosos. Ey, peque, ¿qué hay? Bien gracias ¿y usted? No puedo quejarme, los negocios marchan bien. ¡Ah, y por lo demás, mucha suerte en la próxima competencia, pequeño! Gracias, señor ¡Y seguir adelante, siempre derecho!
En mi infancia siempre caminaba. Cada vez que mi madre me daba dinero para el bus, yo lo guardaba y lo gastaba en cosas más útiles: Para algo de comer o beber porque caminar jamás fue un problema para mí. Ir de aquí para allá, media hora en cada dirección, eso era normal. En mis recuerdos, pasé la mayor parte de mi infancia jugando fútbol al aire libre porque ser varón en Sudamérica en los años 80 significaba automáticamente fútbol. No puedo decir que yo fuera un futbolista especialmente bueno, pero probablemente tampoco era malo; es que ya no lo recuerdo. El fútbol era simplemente lo cotidiano, con lo que uno se entretenía día tras día. Cuando intento hacer memoria desde el principio, veo una calle ancha con árboles altos que danzaban con la brisa y la algarabía de miles de pájaros, el olor de las flores de los jardines mezclado con ese olor lejano a sembrados de caña de azúcar, un poco dulzón y un poco fermentado y siempre en ese recuerdo aparece un grupo de niños del que yo hacía parte, jugando futbol callejero.
Nosotros los DUQUE, éramos una familia bastante normal de Cali, teniendo en cuenta lo normal que podía ser Colombia en esa época. Viéndolo en perspectiva, pocas cosas eran normales en mi país en esos tiempos, pero al fin te acostumbras, sobre todo, si eres niño. Los niños son especiales. Desde muy pequeño, sabía que era peligroso doblar en tal callejón a la derecha o a la izquierda. Las historias con los carteles de la droga, tal como se conocen de las series televisivas, no son exageradas. Las drogas y la delincuencia eran algo omnipresente entre nosotros en Cali, y era necesaria una buena casa paterna para protegerte del peligro muy real de que un día tomaras el camino equivocado. El desafío diario consistía en seguir por el camino recto y en no desviarse jamás, tampoco más adelante, en la pubertad, cuando las tentaciones fueran cada vez más grandes.
Algunos de mis amigos de juventud sucumbieron ante ellas. Entraron en el ambiente de la droga, otros fueron asesinados, algunos todavía están en la cárcel o tuvieron otros problemas. Muchos también se hicieron ricos. Yo, por el contrario, era el chico que siempre iba por el camino recto. ¡Me lo habían enseñado mis padres!
Mi padre FÉLIX trabajaba en el mercado de frutas y verduras y mi madre JAEL era ama de casa y cocinaba no sólo para nosotros, sino también para los trabajadores de las fábricas cercanas y de esa manera ganaba dinero. Mi madre era una mujer que trabajaba duro. Gracias a ella siempre teníamos suficiente dinero. Nunca mucho, pero siempre alcanzaba. Mi hermano HERNANDO es cinco años mayor que yo y mi hermana AUDREY, siete años más joven. Nuestro padre no vivía en casa, pero estaba siempre presente y tuvimos una relación correcta. Lamentablemente, falleció hace más de diez años.
A través de mi madre, comprendí que el dinero no crece en un árbol. Que hay que levantarse a diario para ganarse la vida y que la disciplina es una virtud. Eso suena ahora más serio de cómo lo sentía entonces, pues mi niñez fue realmente hermosa y sin preocupaciones. Yo no era buen alumno en la escuela porque había muchas cosas que no me interesaban: Matemáticas, Geografía… pero ¿Deportes? ¡Fantástico! ¿El resto? No realmente. Muchas veces no prestaba atención a la clase y debo confesar que no estaba presente ni mental ni físicamente y eso me traía dificultades. Una y otra vez los maestros le decían a mi madre “su hijo no es tonto, pero sí, bastante desinteresado”. Lo que era cierto, pues estar al aire libre y corretear me parecía más interesante que las clases, al menos la mayoría de las veces.
Mi madre me lo reprochaba y me dejaba en claro que la escuela era mi tarea. Que debía esforzarme porque la formación era buena para mí; solo la escuela, un poco de esfuerzo y justamente la disciplina, me iban a hacer progresar. Que era un privilegio poder tener formación, un privilegio al que ella no había podido acceder en su juventud. ¡Que todo lo que uno hacía lo tenía que hacer bien y punto! Eso no era negociable: la ley de hierro de los Duque, ejecutada por mi madre como policía y juez en una persona. Rebelarse en contra estaba destinado al fracaso y a consecuencia de ello, lentamente pude poner en orden mi vida y mis notas mejoraron. De a poco también empezaron a interesarme otras materias como la física y la química. Con los años, me convertí en un estudiante bastante bueno, que en el futuro iba a graduarse con honores. Hasta el día de hoy no puedo decir con seguridad cuál fue el motivo de mi problema motivacional del inicio. Me gustaría echarle la culpa al sistema escolar anticuado, pero hasta cierto grado, probablemente yo mismo tuviera la culpa. No era tonto; es que simplemente no me daba la gana estudiar, aunque supiera que, de todos modos, no tenía elección. ¡Cuán dramáticamente iban a cambiar luego en mi vida mi actitud y mi ética de trabajo!
Pensándolo bien, no había nada que me entusiasmara realmente de niño. Lo que más se acercaba era el fútbol y más adelante se agregó el judo. Eso me gustaba mucho, pero sobre todo recuerdo el traje blanco con los cinturones de varios colores. Durante un tiempo también lo usaba a diario en la vida cotidiana. Además, participé en algunas competencias no sólo en Cali sino en otras ciudades; pero debo reconocer que mi judo era más bien una pelea infantil que deporte serio.
Yo no era un gran luchador y cuando peleaba, la mayoría de las veces era con mi hermano mayor, de la forma en que se pelean los hermanos, con amor fraternal, aunque nadie quiere dar el brazo a torcer. Es cierto que, debido a la diferencia de edad, yo no tenía chance alguna con él, lo que no significaba que no volviera a intentarlo. Motivos para diferencias de opinión había más que suficientes. Pienso que todos los que tienen hermanos lo saben. Recuerdo claramente una situación en que yo me había apropiado de su pelota de basketball y no se la quería devolver, por lo que él me dio una buena paliza. Tampoco sé por qué guardé tan vívidamente ese momento en mi memoria, pues seguramente hubo docenas de escenas similares. Pero sí puedo decir que nuestras peleas nunca fueron con maldad o crueles, y nuestra relación siempre fue respetuosa, llena de amor y aprecio. Mi hermano Hernando es el mayor, lo que no sólo se debe a la diferencia de edad, sino a que es una persona seria, que aspiraba a algo superior. Alguien que se apropia de los conocimientos, es elocuente y se viste de forma elegante. Las ideas de mi madre encontraban tierra fértil en él: haz algo de ti, para que un día te vaya mejor. Su objetivo era ser manager de una gran empresa, mover las cosas, viajar al extranjero y ganar bastante dinero y para lograrlo, ningún precio era demasiado alto. Si mis padres eran personas trabajadoras, lo mismo valía para él. Él me demostró que uno debe fijarse objetivos altos y que pueden alcanzarse con trabajo honesto y duro. Hernando siguió su camino: terminó sus estudios de economía, fue manager de un gran hotel en Chicago y hoy dirige restaurantes; constantemente tiene nuevos planes y está lleno de energía. Un tipo bien parecido, siempre bien vestido, jefe de su propia familia grande. Lleva la vida que él imaginó de joven, la que mi madre quería para él.
Algo parecido vale también para mi hermana. Ella, la menor, la única mujer, la benjamina, hace tiempo que ha terminado sus estudios y hoy trabaja en una de las empresas financieras más grandes del país. Nuestros padres pueden estar orgullosos, pues todos sus hijos hicieron carrera. Nos brindaron las condiciones adecuadas, aunque mi camino tomó un derrotero diferente de lo que se podía haber deseado como progenitor. A veces, pienso que tuve suerte de que Hernando hiciera una carrera tan lineal. Seguro que eso le quitó presión a mi madre. Pero incluso más tarde, cuando yo ya me acercaba a mis 40 años, siempre volvía a insistirme que por fin terminara mis estudios universitarios.
No puedo estar lo suficientemente agradecido con ella de que estuviera tan adelantada respecto a su época. Ella, que trabajaba de la mañana a la noche, que no pudo acceder a una formación clásica, nos posibilitó nuestras carreras. Mediante rigor, fe en el progreso, en el compromiso y en el trabajo, pero también gracias a que nos hizo creer en nosotros mismos y nos permitió experimentar. ¿Te caes de bruces? Pues levántate y busca otro camino. Hazlo de otra manera. Hazlo mejor. No te quedes acostado. Prueba algo nuevo. Cada vez que yo tenía una idea nueva, ella era la primera que decía: ¡Hazlo! Le estaré eternamente agradecido por eso. De ese modo y sin imaginarlo, ella contribuyó al fundamento de mi carrera, tan improbable como era.
Desde el punto de vista económico, vivíamos bastante ajustados. No pasábamos hambre, y por el contrario, nuestra comida era deliciosa y abundante; pero no se podía pensar en lujos. Cuando nos íbamos de vacaciones, viajábamos en autobús. Mi abuela vivía a 150 km al sur de Cali donde el clima es mucho más moderado que en mi caliente ciudad tropical. Estar durante las vacaciones de verano donde mi abuela junto a mis primos, recoger frutas de los árboles y comérselas a su sombra, vagabundear todo el día en las montañas, forma parte de mis mejores recuerdos de infancia. Era una especie de lujo el que nos posibilitaba nuestra madre. Una vez estuvimos en Ecuador; otra, en un recorrido por el norte del país, casi hasta llegar al mar Caribe. Ella lograba todo eso de alguna manera. “Vengan, lo hacemos”, y ya estábamos de camino.
De regreso a la cotidianidad, la cancha de fútbol estaba en un complejo deportivo a 20 o 30 minutos a pie desde mi casa, dependiendo de lo rápido que caminara. También había canchas de basketball y de volley, además de una piscina para los nadadores. Cada vez que terminaba un partido, nos encontrábamos allí y los mirábamos cómo la atravesaban y la verdad, nos parecía un poco aburrido; pero después descubrimos una segunda piscina profunda, misteriosa y con azulejos. Era la piscina para los saltadores y con mis amigos pasábamos horas viéndolos caer. En lo más profundo sentía una fascinación y una atracción de la que no podía sustraerme. Sentía que era algo totalmente diferente y desde ese momento, los partidos de fútbol terminaban allí: en la piscina oscura y misteriosa.