A María de los Ángeles Rojas
Como todos somos solipsistas y todos nos morimos, el mundo muere con nosotros. Solamente la literatura muy menor se ocupa del Apocalipsis”
Anthony Burgess
“Muerte, Resurrección, Revolución”
Kengo Hanazawa
Daniel Medina nació en Metán, provincia de Salta, en1981. Es escritor y periodista. Publicó el libro de cuentos Oparricidios (Editorial Intravenosa, 2014). Participó de la antología de crónicas periodísticas A 26 manos (Ediciones del cuarto).
despiértenme cuando sea de noche - fabio martinez (cuentos)
1027 - eloísa oliva (poesía)
el mundo no es más que eso - martín maigua (poesía)
vida en común - pablo natale (poesía)
casa de viento - antología personal - osvaldo bossi (poesía)
newton y yo - marcelo daniel díaz (poesía)
cielos de córdoba - federico falco (nouvelle)
unos días en córdoba - juan terranova (diario-crítica)
la pared - irene gruss (poesía)
el tiempo en ontario - eloísa oliva (poesía)
el loro que podía adivinar el futuro - luciano lamberti (cuentos)
orquídeas - margarita garcía robayo (relatos)
avenida de mayo - silvio mattoni (poesía)
K I K I 2 - cuqui (diario)
los pibes suicidas - favio martinez (novela)
los centeno - pablo natale (novela)
villa olímpica - carlos surghi (poesía)
romper la vida /antología existencial/ - alejandro schmidt
experimentos con seres humanos - carlos schilling (relatos)
razones personales - franco boczkowski (poesía)
la vertiente - sergio gaiteri (novela)
el asesino de chanchos - luciano lamberti (cuentos)
lima y limón - antonio jiménez morato (novela)
las noticias - hernán arias (novela)
el momento de debilidad - bob chow (novela)
donde empieza a moverse el mundo - carina radilov chirov (cuentos)
yo soy aquel - osvaldo bossi (novela)
la cabeza del monstruo - agustín ducanto (cuentos)
un oso polar - pablo natale (cuentos)
acá había un río - francisco bitar (cuentos)
EL ÁGUILA HA LLEGADO - bob chow (novela)
los niños de renoir - mariana robles (poesía)
el resto de los días - natalia ferreyra (cuentos)
firket misión tropical - marcelo miceli (novela)
disfrazado de novia - carlos schilling (relatos)
anzoología - leopoldo castilla (poesía)
viento caribe - leopoldo castilla (poesía)
ngorongoro - leopoldo castilla (poesía)
los impuros - analía giordanino (relatos)
luces de navidad - francisco bitar (relatos)
historia universal de santiago del estero - andrés navarro (poesía)
mi pequeña guerra inútil - pablo farrés (novela)
las siete maravillosas antologías contemporáneas - pablo natale (poesía)
cometa de la noche negra - diego vigna (novela)
dioses del fuego - fabio martinez (cuentos)
la tarde de los profetas - juan revol (poesía)
lecciones de romanticismo alemán - carlos surghi (poesía)
hikaru - mario flores (novela)
el montaje obsceno - claudio rojo cesca (cuentos)
detrás de las imágenes - daniel medina (novela)
una tristeza decente - salvador marinaro (cuentos)
C6 C7 - fernando callero (novela)
el teru teru xy - jorge brondo
baltasar - leopoldo castilla (poesía)
monte - julio salgado (poesía)
el apocalipsis según asmar - lucas asmar moreno (novela)
poeta surfera y otros éxitos - meliza ortiz (poesía)
casa grande - cecilia romero messein (poesía)
el sabor de la sangre - maría belén davil (cuentos)
la última piel del mundo - leopoldo castilla (poesía)
el don del alabado - leopoldo castilla (poesía)
las pasiones alegres - pablo farrés (novela)
literatura argentina - pablo farrés (novela)
medina, daniel
detrás de las imágenes / daniel medina. - 1a ed. - río tercero : nudista, 2019.
libro digital, EPUB
archivo digital: descarga y online / isbn 978-987-1959-88-4
1. novela. I. título.
CDD A863
ficha técnica
fotografía de tapa - iván rodríguez
corrección - julián gonzález
diseño y edición - martín maigua
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Este video ya no existe. Lo vi, casi por casualidad, en una de las pantallas que reproduce videos al azar, en el metro de Madrid. Había más personas ese día, pero no creo que alguien más le prestara atención. El resto se concentraba en sus dispositivos móviles, viendo lo que el algoritmo había determinado que les debería interesar. Apenas llegué a casa, lo busqué; pero no estaba en ninguna parte. Tampoco encontré descargas, ni siquiera míseras capturas de pantalla que permitieran congelar partes de la historia.
Por eso ahora solo puedo ofrecerles mi voz y estas palabras para tratar de contarles todo lo que recuerdo haber visto.
La cámara mostró los cerros. Estaban amarillos, secos, con manchones negros de incendios que nadie pudo o intentó apagar. Había algunos autos atravesados en la ruta que baja hacia el valle donde está emplazada la ciudad de Salta. Y en esa quietud apareció, primero como algo borroso y lejano, López. Caminaba desangelado, casi arrastrando un pie. Frente al mirador de ingreso observó la ciudad y se desplomó. Las rodillas sobre el asfalto, las manos en la cabeza, como si quisiera contenerla para que no estallara.
Creo que lloró, aunque no alcancé a distinguir sus lágrimas.
Se quedó un rato de rodillas, y continuó camino.
Solo cuando pasó cerca de la cámara pude confirmar mi sospecha: López había sido mordido en el hombro. Había manchas de sangre en su camisa. Tenía la piel de un color pálido, el que solo adquieren los que ya no pertenecen al mundo de los vivos.
No sé qué sentí en ese momento. Les mentiría si dijera que fue alegría, tampoco fue tristeza. He dicho en los primeros videos que tenía razones personales para odiar a López. De pronto recordé que tenía una ex esposa y una hija en Buenos Aires. No entraré en detalles sobre mi vida privada. Solo diré que viajaba más de una o dos veces por año, aunque las veía seguido por sus canales de YouTube. Desde hacía semanas que no había –y no he vuelto– a saber de ellas (no pierdo las esperanzas, aunque estoy consciente de que puede haberles pasado lo peor). También recordé que me había convertido en youtuber para analizar el caso López y purgar, así, ese odio.
Lo último que recuerdo de López es que en una esquina se detuvo a observar un grafiti escrito con aerosol negro:
SINO ES AHORA
CUANDO?
Se quedó parado unos segundos hasta que empezó a buscar algo en el piso. Recogió un cascote de ladrillo y arremetió contra la pared.
SI/NO ES AHORA,
¿CUÁNDO?
Arrastró sus pies hasta un viejo edificio. Las cámaras volvieron a captar una imagen suya en el último piso, frente a una puerta abierta. López traspasó el umbral de manera lenta, con el respeto que los fieles tienen al entrar a un lugar sagrado. Pasó, con cuidado, cerca de montañas de libros, incluso de un carrito de supermercado, también atiborrado de libros. En el living recién lo vio: un hombre leyendo en un sillón de terciopelo verde. Esperó a que llegara al final de la hoja para carraspear. El sonido de su garganta estuvo más cerca del gruñido de un animal atávico e inofensivo.
–¿Nos conocemos? –preguntó el que estaba sentado, levantando apenas el rostro para echarle una mirada.
–Podría decirse –dijo López. Se acercó hasta la biblioteca principal. Sonrió y se quedó de pie, pasando las manos putrefactas por los lomos de los libros, como si estuviera acariciando a un gato.
–Qué sorpresa –dijo el que estaba sentado– pensé que era el último de mi especie.
–Yo tenía una biblioteca como esta –dijo López, inclinando de a ratos su cabeza para leer los títulos– algo más precaria; al final le prendieron fuego, los bárbaros me echaron la culpa y le prendieron fuego a todo –tomó un ejemplar de Hablemos de Langostas, lo volvió a dejar en su lugar– por poco y no me prenden fuego a mí. En la huida tuve un percance con alguien o algo que tenía más hambre de lo que debía.
–Le echaron la culpa de algo terrible, me imagino.
–Del fin de la humanidad.
–Nada importante.
–No, nada importante–dijo López y tomó un ejemplar con curiosidad. Deletreó O-pa-rri-ci-dios y lo empezó a hojear.
–No pierda el tiempo con eso –se levantó del sillón– es solo un pecado de juventud.
–Estoy pensando en mudarme al vecindario –dijo López– y sé que esto va a sonar muy atrevido; pero le quería pedir prestado algo para leer.
–Puede llevar lo que quiera, con dos condiciones: que lo devuelva y que una vez a la semana se dé una vuelta para que hablemos de nuestras lecturas, extraño eso, hablar con alguien de lo que leo.
Una sonrisa se dibujó en el rostro de López.
–Trato hecho –dijo y luego señaló el escritorio donde estaba la máquina de escribir–. Noté que está escribiendo algo, ¿puede ser?
–Estoy comenzando una nueva novela.
–Pero ¿quién la va a leer?
–Tampoco tenía muchos lectores antes…
–¿De qué trata? ¿Zombis?
–No, siempre me he considerado un escritor realista.
En esta era, denominada la dictadura de los youtubers, me planto por primera vez frente a una cámara, no con el afán de ganar dinero, ni de hacerme famoso, sino para generar un espacio de reflexión sobre las imágenes.
Son momentos aciagos para la humanidad. Las imágenes no solo serán las que nos sobrevivirán como especie, dando cuenta de lo que fuimos, sino que además en ellas residen las claves para entender los acontecimientos que precipitaron nuestro final.
Hace años yo era profesor de Historia del Cine y de Estudios Visuales en la Universidad de Barcelona. Fui uno de los últimos en dar clases presenciales, antes de que las lecciones empezaran a impartirse en videos dirigidos a sus ordenadores o móviles y que la continuidad de los cargos quedara sujeta al número de suscriptores al canal y a la cantidad de reproducciones. Digo esto para dejar en claro lo incómodo que me resulta pararme frente a esta cámara y hablarles. Si de todos modos estoy acá es porque creo que estudiar los artefactos audiovisuales de Juan López es una obligación moral, es pararnos frente a un espejo que quizá nos devuelva nuestro peor reflejo.
Todos los videos de López tienen como escenario a Salta, una pequeña provincia al norte de Argentina donde se desató el horror. Fue una suerte, porque si bien en Salta aún había parajes donde hablar de agua potable o energía eléctrica parecía algo de ciencia ficción, en la capital el gobierno no había escatimado en gastos para tener lo último en materia de cámaras de seguridad. Y es gracias a esta particular forma de establecer prioridades que se puede rastrear en los videos de Juan López (o al menos que se le atribuyen) decisiones estéticas y puntos de vista que permiten comprender y juzgar mejor al hombre que desempeñó un papel tan importante en el destino de la humanidad.
Siempre les decía a mis alumnos que una verdadera obra encierra una visión del mundo. Si un travelling es una cuestión moral, como dijo Godard, ¿qué ética se esconde en una forma de narrar? El propósito de los videos que verán a continuación es descifrar qué dice esta estética de López.
López produjo 97 videos desde que se desató este apocalipsis. Indagar en cada uno de ellos sería una pérdida de tiempo. He seleccionado nueve, porque sintetizan y condensan sus obsesiones; también formarán parte de este análisis algunos aportes de los compañeros de López en la empresa que tenía a cargo el monopolio de los derechos sobre las cámaras de seguridad. Subiré un archivo por día, si bien ya están todos listos, espero nutrirme de sus comentarios para realizar modificaciones.
No les voy a mentir: no creo que exista la objetividad. No se puede analizar estos videos como un entomólogo que toma nota sobre un fornicario. Tengo motivos personales para odiar a López, que no revelaré ahora. Pero analizar su visión del mundo es una prioridad que merece el esfuerzo de darle un juicio justo.
Ignoramos qué nos depara el futuro a la raza humana. Ignoramos si hay futuro. Buenos Aires, el lugar donde crecí y donde me formé, es ya una ciudad destruida, varios países de América han caído y hay rumores sobre posibles casos acá, en España.
Las próximas imágenes están atravesadas de miedo, horror y muerte. Pero eso no debe ser un impedimento para que prime la necesidad de pensarlas.
Suena un timbre. El fondo negro deja lugar a la fachada de un colegio, de donde empiezan a salir jovencitas en uniforme. A penas traspasan la puerta extienden sus celulares y posan y hablan sin perder de vista la pantalla que las refleja.
Preferiría que esta voz en off fuera en francés, todo suena más profundo e inteligente en francés. Pero es lo que hay. Por favor, noten en estos 29 segundos cómo la cámara quieta y el plano general que encuadra a la perfección la bandera celeste y blanca y la esquina como punto de fuga, dialogan con Salida de los obreros de la fábrica, la filmación de los hermanos Lumière que en 1895 dio el puntapié inicial al cine. Noten, también, la manera clásica con la que López corta una toma dentro del establecimiento, donde con un simple paneo reconstruye el encuadre en este escritorio, ubicado a metros de la salida, donde esa monja y ese sacerdote parecen petrificados.
Una chica se acerca y extiende un número que la monja observa y luego se para buscar entre las repisas. El sacerdote mira fijamente a los ojos a la joven. Esta baja la mirada, hasta que la hermana retorna con un celular y se lo da.
–Perdón, el mío era un Samsung –dice la chica.
La monja revisa el papelito.
–Era 69, no sé por qué leí 96 –dice. Vuelve a ponerse de pie y cambia el dispositivo.
–Ni gracias dicen –comenta la monja al sacerdote que observa a las que se van retirando; luego levanta la voz–. Despacio, señoritas, sin correr, que no se va a acabar el mundo.
Las chicas solo aminoran el paso por un par de metros.
–¡Estas jóvenes! Es tristísimo, padre Antonio, cada año vienen peor –insiste la monja.
El sacerdote mira las piernas de las chicas, cuando su interlocutora está distraída.
Congelemos la imagen un segundo. La intervención sobre el video de López es solo para ver qué análisis hace el lector de expresiones faciales sobre el rostro de ese sacerdote. Como era de esperarse, arroja estos resultados: ira: 35%. Lascivia: 65%.
–Por eso nuestra misión es importante –dice el padre Antonio– y debemos extremar nuestro accionar. Dios nos está diciendo que con las oraciones no alcanza. Ese es el motivo por el cual en una hora vamos a ir al velorio del chico Alessanco –hace una pausa y observa las reacciones en el rostro de la monja–. Necesitamos que sus padres, y que todos lo que lo conocían sepan que era alguien envuelto en el pecado y que a todos los pecadores los espera el infierno.
–A veces sueño que les prendo fuego a todos estos celulares. Armo un montículo, lo rocío con nafta, tiro un fósforo y arden lindo, como si fueran brujas –dice la monja.
Unas chicas se acercan tarareando, pero enmudecen cuando ven al sacerdote. Entregan sus números y reciben sus dispositivos.
–Esos aparatos son parte del demonio. Vuelven a las personas inquietas, y como usted ya sabe, la inquietud es síntoma de posesión demoníaca, está en el manual de un exorcista veneciano –dice el sacerdote.
–Lo sabía –dice la monja– pero solo podemos proteger a estas criaturas de la puerta para adentro del colegio, afuera los padres ¡son tan permisivos! No saben que están entregando las almas de sus hijas y con toda esa moda que viene desde Buenos Aires, ni hablar. Ya ni sé contra qué luchamos. Todo cambia tan rápido. Con la tele era más fácil, pero ahora apenas sí puedo intuir el rostro del enemigo.
La charla se presenta con una serie de planos y contraplanos de los rostros, una estética claramente televisiva. Esos movimientos fueron los que generaron la sospecha de que Juan López no era el único autor del video. Hasta hace 13 días, solo era una hipótesis. El videasta y hacker Satoshi Kon recuperó de un correo electrónico las quejas de López hacia el director de Qué Pasa Argentina, por la intervención de un compañero sobre su trabajo. Consta, en ese mail, la molestia de López por los planos de animé en extremo contrapicados cada vez que aparece una colegiala, y sobre todo porque habían desplegado una serie de flashbacks que facilitaban al espectador desarrollar la idea de causa y efecto en la trama, y de introducción–nudo–desenlace de la narrativa tradicional. Aunque el video no pertenece 100% López, he decidido su inclusión porque me parece fundamental para conocer a los personajes que lo obsesionaron.
–El otro día tuve que echar de la iglesia a un hombre que quería filmarse con su celular mientras se confesaba. Esto va a ser un éxito en YouTube, decía. Le quité el aparato y lo sumergí en el agua bendita. El hombre empezó a gritar como si le hubiera matado un hijo –dice el sacerdote.
–Así está la humanidad –se queda mirando a una chica–. ¡Sofía Riera, venga para acá! –grita la monja.
Una joven se detiene en seco. Se le borra la sonrisa de la cara y se acerca hacia el escritorio.
–Ya me dio mi celular, hermana –dice la chica.
–Usted nunca se olvidaría de pedirlo, pero no la llamo por eso. Qué le dije de la pollera –la monja hace una pausa, pero no espera una respuesta–, como mucho a dos dedos de la rodilla. Si no alarga el ruedo para el lunes será sancionada. Es el día en que las alumnas del Colegio de Jesús van a la catedral, no vamos a pasar vergüenza por una descarada. ¿Entendió?
–Sí, hermana –dice la chica y mira al sacerdote, que justamente la observa. Sus miradas se cruzan, ella baja la suya, casi al instante.
–Ya puede retirarse –dice la monja.
Unos gritos de jolgorio llaman la atención de los tres.
–Voy a ver qué pasa, dice la monja.
–Voy yo –dice el sacerdote.
Unas tomas de celular muestran que en un aula vacía hay cinco chicas: una le lanza a otra una toallita femenina usada. La que lo esquiva la agarra y trata de atinarle a otra. Desparraman bancos, saltan sobre las sillas, corren, hasta que la figura del sacerdote en la puerta las paraliza.
Los pasos retumban en el silencio. Va directo hacia la toallita femenina, y la recoge.
Una chica deja a medio armar una sonrisa al ver el rostro del sacerdote.
Mi hermana –dice el sacerdote– era una mujer benigna. Una buena cristiana: tenía un rosario muy bonito que hizo bendecir en Roma por el Santo Padre –las chicas se miran, empiezan a palidecer– cuando su esposo murió de leucemia empezó a sentirse sola y contra mis recomendaciones, llevó un perro para que le haga compañía. Los primeros días me comentaba algo risueña que el perro hacía sus necesidades por toda la casa. Sofá meado, pedazos de cerote en el piso. Empezó a perder la paciencia cuando el olor de la mierda penetró en las paredes. Trató de devolver el animal, pero quienes se lo habían vendido no quisieron recibirlo. Tampoco ninguno de los conocidos en común lo quiso. Yo le sugerí sacrificarlo. Dije que un animal así, no merecía caminar entre nosotros. Ella me pidió tiempo. Ya le había hablado, le había pegado con una varilla, y nada; pero esa vez probó algo distinto –el sacerdote hace una pausa y frente a su cara aprieta la toallita usada. Unas gotas rojas se filtran por sus dedos y llegan al piso–. Mi hermana empezó a hundirle el hocico en donde el animal hacía sus necesidades. Le agarraba la cabeza y la aplastaba contra la orina o la mierda. Un par de ocasiones vi el acto en persona: le gritaba NO, tomaba la cabeza y la empujaba, pese a la resistencia. Casi lo ahogaba contra la mierda. Lo sostenía tan fuerte, que el perro se lastimaba las encías, uno podía ver cómo la sangre se mezclaba con la baba y la mierda en la boca –acerca con lentitud la toallita femenina al rostro de una de las chicas que está apoyada contra una pared–. Hizo esto durante una semana, gritando siempre NO. En el medio el perro perdió un par de dientes –a la chica que tiene ahora la toallita femenina a centímetros de su boca se le deslizan lágrimas por sus mejillas. Las demás están paralizadas–. El perro no volvió a hacer sus necesidades dentro de la casa. Se salvó de que lo ahorcara yo mismo con mi rosario.
Yo les estoy diciendo ahora a ustedes, señoritas, NO –dice y deja caer la toallita en el piso.
Rebobinemos. Asco. No hace falta desplegar el lector de expresiones faciales, el asco está ahí, en todo ese dulce rostro. Asco, miedo e impotencia. Voy a detener la imagen por unos instantes. Ahora observemos el rostro de él. ¿Tanto goce da miedo, verdad?
Otra toma permite ver que Sofía Riera se retira de la puerta del aula y guarda su celular. Sale corriendo, sin escuchar las advertencias de la monja.
Sofía esquiva a una chica que se está grabando a metros en la puerta.
–Empieza el finde –grita la chica a la cámara– y me esperan unos días muy alocados, voy a ir a comer el sábado con mamá, y papá me prometió llevarme al mall de hologramas donde vamos a jugar y divertirnos muchísimo!!!
Cuando nota que Sofía pasa a su lado, empieza a filmarla.
–Acá tenemos a la Sofi, la chica más antipática del curso que ahora nos va a contar qué va a hacer este finde –dice la chica.
Sofía toma distancia, saca su celular y empieza a filmarla.
–Bueno, están viendo a Bernardita, más conocida como La Peluda –dice Sofía– y estoy haciendo este video para contarles que si esta boluda me sigue filmando la voy a cagar a trompadas. Va a ser un video de antes y después. Este es el antes, ahora imagínenla con menos mechas, menos dientes y algo de sangre en donde ahora se ven mocos amarillos.
La otra chica baja el celular.
–Fea la actitud, torticolis –dice.
–En la esquina hay descuentos en pinzas para depilar, rajá, turrita, antes de que te pegue.
–Ey, qué pasa –dice otra joven que las separa.
–Nada, Alexia –dice Sofía–. Acá ando, perdonando vidas. Vamos, te estaba esperando.
Sofía y Alexia se van caminando. Recién cuando se alejan lo suficiente Alexia vuelve a preguntar qué había pasado.
–Pasa que esa mina, además de peluda es muy pelotuda –dice Sofía que se saca la corbata y se la pone como vincha– a Lorena también la voy a agarrar un día de estos. Se hace la superior todo el tiempo solo porque sus padres son millonarios y la pudieron nano-potenciar físicamente. “Soy nanomejorada, soy nanomejorada”, repite. Un día le voy a mejorar el nanoculo a patadas, te juro.
–Vi que la hermana Jacinta te retaba –dice Alexia.
–Por la pollera. Igual tengo mis súper calzas –Sofía se levanta la pollera, deja ver la marca Nike–. Son unas qué calzas. Las voy a usar esta tarde en el entrenamiento de Roller Derby. Podrías ir a ver, si querés, sé que no te interesa jugar, pero verlo es divertido.
–Esta tarde no puedo, tengo que hacer unas cosas en casa.
Hay unos hombres pegando los afiches de un candidato a concejal. El afiche tapa parte de un grafiti que dice ¿Feudo o Democracia? Solo queda visible la segunda palabra.
Sofía la observa y estira la mano para acariciarle el pelo, pero retira la mano, antes de que ella gire para mirarla.
El holograma de un gaucho les intercepta el paso.
–Tenemos semerendas ofertas –dice el holograma del gaucho– para contrarrestar los efectos de la calor unos ricos helados, también gaseosas y jugos con los más mejores precios.
–Ni mi abuela hablaba así –dice Sofía– y eso que vivió 50 años en el interior de la provincia. Por culpa de hologramas como este es que después los turistas porteños se nos burlan por cómo hablamos.
–Yo tuve una tía que decía “la calor”–dice Alexia.
–Todos tenemos un pariente del que nos avergonzamos, no te preocupés… voy a prender un pucho y vuelvo.
Alexia permanece afuera. Dos perros se disputan un pañal lleno de materia fecal humana. Los animales atraviesan el holograma, tironean hasta que el pañal se parte en dos, la caca se desparrama por la vereda y cada uno se lleva una parte.
Sofía enciende un cigarrillo con un encendedor que está colgado en el ingreso a un kiosco. Le ofrece el cigarro, pero Alexia lo rechaza. Pasan a través del holograma, dando saltitos para esquivar la mierda.
–Esto me hace acordar a un juego que me gustaba de chica, la rayuela, había que tirar una piedra y saltar sin pisar línea –dice Alexia–. ¿Alguna vez jugaste?
–Por supuesto que no, mi infancia siempre fue normal, me regalaron una xbox a los siete años... Disculpá que te lo vuelva a decir pero a vos te hace mal tu vieja, eso de poner la otra mejilla es una mierda. Y no puedo creer que no te deje tener celular. Debés de ser la única persona en el planeta sin celular –dice Sofía.
–No soy la única. Además dicen que daña las células cognitivas.
–¿Células cognitivas? ¿Eso existe?
–Tiene que ser.
Cruzan la calle por mitad de cuadra. El conductor de un carro tirado por un caballo grita ‘tierra pa’ las plantas, tierra pa’ las plantas”, pero cuando las ve frena y hace sonar unos besos.
–Pero vos no tenés celu porque tu mamá piensa que son cosas del diablo y… pará, mirá esa vidriera.
Las jóvenes se quedan frente a un negocio en el que se exhiben drones, computadoras y celulares.
–Mis viejos se van durante la procesión del Milagro a Brasil, yo quizá vaya con ellos. Allá se consigue de todo y baratísimo. Nosotros seguimos usando estos celulares prehistóricos y allá tienen los DCL que son como los celulares que usaría Dios si tuviera la necesidad de hacer una llamada.
Alexia mira a Sofía embelesada con la vidriera. Acerca su mano para acariciarle el cabello pero la retira cuando está por darse cuenta.
–Qué –dice Sofía.
–Nada –dice Alexia– parecés más copada cuando te entusiasmás hablando con algo que te gusta que cuando insultás a otras.
–Mirá, flacucha –dice Sofía– yo soy copada siempre, en especial cuando hablo de golpear a opas subnormales. ¿No te hace calor? –Sofía intenta desajustar la corbata de Alexia, que hace un paso hacia atrás, pálida–. No muerdo, che.
–Ya sé, es que estoy bien así.
–Estás meta transpirar, culiada, desprendete por lo menos un botón.
–No, estoy bien, en serio.
–Te pusiste más blanca que una teta.
–Nada, es que la gente a veces piensa cualquier cosa.
–Y que piensen, a quién le importa. Estamos en el siglo XXI.
–No, estamos en Salta.
–No sé qué responder a ese medievalismo, me hiciste acordar a algo que vi hace un rato, pero vas a tener que entrar a mi canal de YouTube para descubrirlo, lo subo a la tarde –se queda en silencio contemplando la vidriera. Fotografía uno de los celulares.
–Pero adelantate algo, pue –Alexia golpea con el puño el hombro de su amiga.
–Ok. Los tags van a ser “toallita femenina chorriante” y “cura”.
–Guau.
–Pero andá. Yo me quedo acá, viendo el futuro. Tratá de conectarte en la compu, si no te llamo a tu casa tipo ocho, nueve, es increíble que no te pueda mandar un wasap, vos te los perdés –dice Sofía, sin dejar de mirar la vidriera.
Fundido a negro.
Alexia observa a un hombre que camina hablando por el celular y se le acerca, hasta quedar a medio metro de su espalda. Tiene unos jeans deslavados, zapatillas rotas y una remera en la que se ve una mano de la que salen tres cuchillas como garras.
–Mire, señora, si usted ya tiene fotos en el Mc Donald, entonces será fácil hacer el trabajo de resurrección para sus seres queridos –dice el hombre–, de lo contrario quizá sería conveniente ir al lugar, comprar una de sus cajitas felices y sacar fotos en las que usted parezca muy feliz, yo después añado con el photoshop a su hijo y a su esposo, no hay problema.
Con un dedo, Alexia toca la espalda del hombre, que gira y se encuentra con la adolescente sacándole la lengua. Él sonríe.
Una vez másAl infinito y más allá