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A todas y todos los que aspiran a vivir plenamente.

Agradecimientos

Escribo desde hace casi treinta años. Empecé autoeditándome y solo me conocían en Quebec. Un tiempo después, DG Diffusions comenzó a distribuir mis libros en librerías de lengua francesa, y gracias a eso hoy me conocen también en Francia, Bélgica y Suiza. Luego llegaron otros editores, así que ahora mis libros se leen además en Italia, España, Alemania, Rusia, República Checa, América del Sur e incluso Japón, por nombrar solo algunos lugares.

Todo esto no hubiera sido posible sin vosotros, mis queridos lectores, que habéis recomendado u ofrecido mis libros a vuestros seres queridos.

Todo esto no hubiera sido posible sin mis queridos participantes en mis seminarios, con quienes he aprendido tanto.

Me gustaría agradecer a todos los autores que me han enriquecido a través de sus escritos, así como a la Divinidad que me inspira en lo que enseño.

Un agradecimiento especial para mi compañero, Yvan Herin, que me ha apoyado a lo largo de mis escritos, y a Danièle Duluc, que me ha ayudado en la revisión lingüística de este libro.

Y, finalmente, un agradecimiento muy sincero a todas las personas que, a lo largo de los años, han contribuido a la edición, impresión, distribución y venta de mis obras.

Sé que la aventura no ha terminado y que aún me quedan varios libros por escribir, pero me gustaría expresarles a todos mi más profunda gratitud.

Prólogo

Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.

San Juan, 10: 10

Quería escribir este libro desde hace muchos años, pero cuando se presentaba la ocasión, escribía otro. Sé que cada autor escribe lo que corresponde a su estado de ánimo del momento, así como cada lector lee un libro y no otro según sus intereses o necesidades. ¿Cuántas veces he escuchado a un lector decirme: «Tuve tu libro en una estantería de mi biblioteca durante años. Cuando empecé a leerlo, me sentía tan identificado que me dije a mí mismo: ‘‘Pero ¿por qué no leí este libro antes?’’», o algo parecido?

Con anterioridad, este lector no estaba preparado. Yo tampoco estaba lista para escribir este libro. Antes de estarlo necesitaba trabajar en la causa de mis problemas de salud y mis dificultades en las relaciones. Antes, necesitaba sanar mi relación de pareja... Así que mis escritos se centraron en todo ello.

Las crisis sociales y económicas de los últimos años han provocado que muchas personas desarrollen afecciones vinculadas con el miedo a las carencias, a la escasez: escasez real o miedo a la falta de recursos, dinero, formación, trabajo, oportunidades... Es algo que afectó a miembros de mi familia, de mi equipo, a gente a la que admiraba y que, aunque habían dado lo mejor de sí mismos, tuvieron que enfrentarse a problemas económicos. Me di cuenta de que era urgente que escribiera este libro para recordarles que son los creadores de la situación económica que viven y que pueden transformarla.

Si crees ser menos afortunado que otra persona, o si no recibiste el apoyo que necesitabas, este libro te mostrará cómo construiste los límites a los que te enfrentas, cómo liberarte de ellos y cómo abrir la puerta a la abundancia.

Recuerda, sin embargo, que no es lo que sabes lo que puede cambiar tu vida, sino lo que estás dispuesto a hacer con ella. Puedes leer este libro de un tirón si así lo deseas, pero si lo haces sin tomarte el tiempo para meditar sobre las preguntas que se te proponen, es posible que no cambien muchas cosas en tu vida.

Por el contrario, si estás dispuesto a invertir en este enfoque que voy a mostrarte a continuación poniendo en práctica lo que se enseña en este libro, puedes estar seguro de que la puerta de la abundancia se abrirá para ti y que estarás libre del miedo a la ­escasez.

Con mi confianza en tu potencial de transformación y mi gratitud por tu interés en mi trabajo, te deseo que conozcas la plenitud y la realización de tus sueños.

Tu amiga Claudia

Primera parte

Me libero de lo que me
impide acceder a la abundancia

Cada uno obtiene lo que quiere.

Cada uno obtiene lo que cree que puede obtener.

Cada uno tiene el mérito que ha creado para sí mismo.

Cada uno tiene lo que necesita para su evolución.

Capítulo 1

Cada uno obtiene lo que quiere

Estaba felicitando el Año Nuevo a mis amigos y aproveché para saludar a Aline, una vieja amiga mía, con quien no había estado en contacto desde hacía mucho tiempo.

Me sorprendió gratamente su respuesta:

Querida Claudia,

Veo que sigues creándote una buena vida y realizando tus sueños. Genial. Felicitaciones por tus logros. En cuanto a mi vida, te diré que es plena. Se desarrolla en la simplicidad, la fantasía, el servicio, el aprendizaje, las elecciones espontáneas, algunos viajes y finalmente algo de tiempo para mí.

Estas pocas líneas me llevaron treinta años atrás, cuando ambas estábamos inscritas en el centro Écoute Ton Corps. 1 En esa época, estaba considerando el proyecto de tener mi propio centro de desarrollo personal. Había dado un gran salto al dejar un empleo bien remunerado en el campo de la microbiología médica. Quería creer en las enseñanzas de Herbert Beierle, un filósofo brillante que había venido al centro de Écoute Ton Corps para presentarnos su seminario Master your Life [Sé el dueño de tu vida]. Nos invitó a cantar Dream the imposible dream 2 [Sueña el sueño imposible]. Tuve un sueño que me parecía imposible, el de ser escritora. En ese momento, no era consciente de la aspiración todavía más profunda que contenía ese sueño. Solo lo descubrí avanzando hacia su realización.

Mi aspiración era ser útil a mis hermanos y hermanas en esta tierra. Era consciente de que tenía que liberarme de mis propios sufrimientos, pero por fortuna descubrí lo suficientemente pronto que al ayudar a otros, era a mí a quien estaba ayudando. Así que continué en ese camino. También era consciente de que tendría que avanzar paso a paso.

El primer paso que consideré fue abrir mi propio centro de desarrollo personal. Sin embargo, estaba a favor de la colaboración. Si, en algunos puntos, Lise y yo nos parecíamos, en otros estábamos cada una en el otro extremo del espectro. Mientras Lise se convirtió en maestra en la gestión de su tiempo, yo me sentía cómoda improvisando. Ella era la empresaria y yo la artista, pero ¡qué pareja estupenda formábamos! Yo estaba al tanto de eso, y era la razón por la que quería avanzar en una colaboración autónoma.

Mi amiga Aline enseñaba a niños pequeños. La conocí durante un seminario de capacitación para la facilitación de grupos. Me recordaba a una monja. A ella le divertía esa analogía. Un día llegó a ponerse un hábito en una obra de teatro que habíamos organizado. De todos los participantes, era de quien más cerca me sentía, así que durante aquellos meses de formación nació una bonita complicidad. Al final, le presenté mi proyecto y le ofrecí participar conmigo en la apertura de un centro Écoute Ton Corps en las afueras de Montreal. Creyendo que aquello le ofrecería la oportunidad de cumplir con sus deseos, accedió a unirse a mí. Las dos estábamos muy entusiasmadas con ese nuevo comienzo. Yo tenía treinta y cinco años y Aline unos años más.

Nuestro centro fue un gran éxito, pero, una vez pagados todos los gastos, no nos quedó casi nada para nosotras. Aline, que pensaba que dispondría de más tiempo para sí misma, se encontró con aún menos, y eso le hacía sufrir. Por mi parte, empecé a pensar que el treinta por ciento de los derechos de explotación solicitados por la central era un porcentaje demasiado elevado, y quise renegociar el contrato con Lise. En lugar de eso, ella nos ofreció reembolsarnos nuestra inversión y hacerse cargo del centro por sí misma.

Esto nos obligó a un replanteamiento: debíamos aclarar lo que queríamos hacer con nuestras vidas.

Aline prefería una vida sencilla en la que tuviera tiempo para hacer lo que deseaba, mientras que a mí me gustaba ser un instrumento de transformación para los demás.

La vida de Aline parecía un hermoso y tranquilo lago, y la mía era un torrente que chocaba contra las rocas en su camino. Sin embargo, cada una de las dificultades que encontré me ofreció la oportunidad de aprender y buscar en mi interior respuestas, lo que me permitió guiar a otros por el camino de su evolución para llevarlos del sufrimiento a la felicidad.

Sin duda habíamos atraído exactamente lo que queríamos: Aline había tenido la vida simple y plena que ella quería, y yo una vida de aprendizaje al servicio del despertar de las conciencias.

Y tú ¿qué quieres? ¿A qué aspiras? ¿Tienes un sueño que te parece imposible?

Les hice estas preguntas a los participantes en un seminario sobre el éxito. Dirigiéndome a uno de ellos, le pregunté:

–¿Te gustaría ser presidente?

–¡No, nunca querría ser presidente!

–¿Por qué? ¿Por qué?

–Porque no quiero estar cargado de responsabilidades. Yo quiero tener tiempo para estar con mi esposa y mis hijos...

Su respuesta implícita decía: «No quiero ser como mi padre, que era presidente de una gran empresa y que nunca estuvo ahí para nosotros...».

La mayoría de la gente sabe mejor lo que no quiere que lo que realmente quiere.

Sus elecciones son a menudo reacciones a lo que no quieren: «No quiero vivir la vida de mi madre: casarme y tener hijos», «No quiero ser esclavo del trabajo», «No quiero trabajar por dinero, quiero hacer lo que me gusta»...

Otros pensaban que tenían que hacer lo que se esperaba de ellos: «Mi padre quería que me hiciera cargo del negocio familiar», «Mi madre deseaba que me casara con el hombre que ella consideraba un buen partido para mí», «Mis padres insistían en que fuera a la universidad», «Mi esposa quería que dejara mi trabajo para ayudarla en su negocio»...

Una participante con un eczema persistente en las manos desde hacía años vino a verme. Le pregunté qué estaba haciendo en el momento en que apareció el eczema. Resultó que no le gustaba su trabajo. Luego dejó ese trabajo. El eczema no desapareció, no se trataba de eso. Sin embargo, ya no tenía que enfrentarse a un puesto que no le gustaba. Cuando le pregunté, me di cuenta de que estaba tratando de convencerme para convencerse mejor a sí misma. Le pregunté entonces:

–Si ganaras dos millones de euros en la lotería, ¿qué harías?

–No se trata de dinero... –contestó ella.

–Ah, ¿no? Entonces, ¿qué es?

–Me pregunto si no me habré equivocado en todo...

Sintiendo que era mejor darle tiempo para encontrar su propia respuesta, no fui más lejos en nuestro intercambio y la dejé marcharse.

Volvió dos meses después, completamente curada del eczema en las manos, y me confió:

Cuando me preguntaste qué haría si ganaba dos millones de euros a la lotería, no te contesté porque era incapaz de responderte. No sabía lo que quería. Después de aquello, estaba totalmente trastornada. Tus preguntas habían sacudido mis convicciones. ¿Sabes?, durante toda mi vida he hecho siempre lo que creía que se esperaba de mí. He sido una buena hija para mis padres, una buena esposa para mi marido, he intentado ser una buena madre para mis hijos, pero nunca me había preguntado qué era lo que yo quería. Bueno, pues luego lo descubrí... Me gusta hacer gimnasia. He empezado asistiendo a cursos, y, más tarde, me gustaría enseñarla. Mi madre me ha inculcado la idea de que una buena madre debe quedarse en casa para cuidar de sus hijos y por eso traté de ser una buena madre. Pero desde que nos conocimos, he entendido que si no soy feliz, no puedo hacer felices a mis hijos, y que no es la cantidad de tiempo lo que importa, sino la calidad que puedo ofrecerles, y que esta calidad solo puedo dársela siendo yo misma.

Y tú, ¿sabes lo que quieres?

¿QUÉ ES LO QUE QUIERES A NIVEL PROFESIONAL?

¿Qué trabajo deseas hacer?

¿Cuántas horas o meses al año quieres dedicarle?

¿Qué nivel te gustaría alcanzar?

¿A qué aspiras a nivel económico?

¿Cuánto quieres ganar?

¿QUÉ ES LO QUE QUIERES A NIVEL RELACIONAL?

¿Deseas vivir una relación de pareja sin compromisos?

¿Prefieres quedarte soltero y tener muchos amigos?

¿Te inclinas por casarte y tener hijos?

¿Deseas vivir una relación de pareja comprometida en la que te sientas libre?

¿QUÉ ES LO QUE QUIERES A NIVEL ESPIRITUAL?

¿Deseas sentirte libre y feliz?

¿Quieres tener un maestro que te inspire?

¿Qué te gustaría dejar en este mundo después de que te vayas?

Cuando hago estas preguntas en mis seminarios, a menudo obtengo respuestas como estas:

«Me gustaría ser un gran periodista o una gran cantante pero no tengo el potencial para eso».

«Me gustaría ser psicóloga, pero no hice los estudios necesarios y no puedo permitirme el lujo de seguir cursos universitarios».

«Me gustaría viajar, pero no me lo puedo permitir».

«Me gustaría tener una bonita casa, pero no tengo suficiente dinero para siquiera pensar en ello».

Te invito a escribir espontáneamente lo que te venga a la cabeza, que empiece con: «Me gustaría...»

Me gustaría .........................................

Me gustaría .........................................

Me gustaría .........................................

Si has escrito: «Me gustaría ser artista...», ¿por qué querrías ser artista? ¿Será para tener una sensación de éxito? Puedes lograr esa sensación sin tener que ser artista.

Si has escrito: «Me gustaría ser psicólogo...», ¿por qué querrías ser psicólogo? ¿Para ayudar a los demás? Puedes hacerlo sin necesidad de ser psicólogo.

Si has escrito: «Me gustaría viajar...» pero al mismo tiempo estás pensando: «... pero carezco de los medios...», podrías encontrar un trabajo que implicara viajar de un país a otro.

Cuando se dice: «Me gustaría...», a menudo se sobreentiende: «Quiero... pero no creo que sea posible».

¿Qué es lo que te hace pensar que no es posible?

Tus únicos límites radican en lo que crees que puedes obtener.

Un árbol de gran diámetro nació de una raíz tan delgada como un pelo; una torre de nueve pisos salió de un puñado de tierra; un viaje de mil leguas comenzó con un paso.

Lao Tzu, 570-490 a. C.

Cuando eras niño, ¿qué querías?

–Cuando era niño, quería ser especialista de cine –dijo uno de mis participantes.

– Oh, sí, ¿por qué?

–Porque me gusta correr riesgos.

–Pero ¿qué es el riesgo para ti?

Nunca se había hecho esa pregunta antes. Cuando alguien se arriesga, ¿no es para obtener algo más o para probarse a sí mismo que puede hacerlo? Detrás del riesgo, ¿no hay un deseo de superación?

–¿Podría ser que tu deseo sea exceder tus límites personales o los del lugar donde naciste?

–No lo sabía, pero eso es exactamente lo que es.

Otro me contestó:

–Cuando era niño, no podía tener deseos ni sueños. Solo podía obedecer y hacer lo que se me pedía.

–Eso no significa que no tuvieras sueños, pero tal vez pensaste que nunca podrías hacerlos realidad.

–Es cierto que, a diferencia de otros, nunca he tenido grandes ambiciones en la vida. Aprendí muy pronto a estar satisfecho con lo que tenía, y no tenía la sensación de estar sufriendo. Pero, como ahora me siento limitado en mi vida, me pregunto si no me limité pensando que soñar equivalía a acabar decepcionado.

Durante mis años de seminarios, he escuchado a menudo a mis participantes decir cosas como: «Lo que a mí me importa es tener suficiente dinero para pagar mis gastos...». Rara vez he oído a alguien decirme que quiere ser rico. Porque, en el mejor de los casos, querer ser rico podía pensarse, pero decirlo no resultaba apropiado.

Durante mis primeras conferencias en Francia, pensé que complacería a mis oyentes ofreciéndoles un descuento en el precio de mis libros. Pronto descubrí que el dinero era un tema tabú. No he vuelto a mencionar el precio de mis libros.

Yo misma no me habría atrevido a decir que quería ser rica. Sin embargo, recuerdo que cuando era niña, solía alimentar ese deseo. En mi educación religiosa, nos enseñaron que era más difícil para un rico entrar en el reino de los cielos que para un camello pasar por el ojo de una aguja. Concluí que si fueras rico, no podrías ir al cielo. Pero yo quería ir al cielo.

Esto me planteó un terrible dilema. Por un lado, tenía muchas ideas que me facilitaban ganar dinero y, por otro, me sentía culpable por tener más ideas que los demás. Así que, para sentirme mejor, hice que otros se beneficiaran de ellas, lo que me valió mi billete de ida al paraíso.

Pero ¿por qué quería ser rica?

Mi madre era viuda y vivíamos en un pequeño apartamento que compartíamos entre siete. Sin embargo, estábamos bien alimentados y bien vestidos, porque mamá se aseguró de que tuviéramos una buena alimentación, y como era costurera, nos hacía la ropa. Un día, la madre de mi mejor amiga me regaló un par de zapatos de su hijo. Estaban prácticamente nuevos, pero eran unos zapatos de chico, que ella no le habría dado a su hija. Avergonzada, los acepté, pero no los usé. Esa mujer no quería humillarme, pero me hizo sentir como una niña pobre ante su regalo. Era una sensación que no quería volver a sentir.

Ya de adulta, no tuve dificultad en donar mi ropa, pero no habría usado ropa que perteneciera a otros. Para mí, lo que era «nuevo» equivalía a «riqueza» y «usado» equivalía a «pobreza». Para una amiga mía, afortunada, era al contrario: recibir ropa donada era como sentirse rica. Todo está, pues, en la interpretación que les damos a las situaciones en las que nos encontramos.

Para no sentirme más como una persona pobre, quería tener ropa bonita, coches estupendos, casas preciosas, pero al mismo tiempo tenía miedo de provocar un sentimiento de inferioridad a personas que tenían menos que yo. Así que cuando me felicitaban por mi ropa, me apresuraba a desvalorizarla diciendo: «Hace años que lo tengo» o «No me costó mucho». Podía ir tan lejos como para llegar a darle esa bonita prenda que llevaba puesta a la persona que me había hecho el halago. Por un lado, quería ser rica, y por otro lado, tenía miedo de herir a quienes tenían menos que yo.

Eso puede hacernos entender por qué hay gente muy rica que vive como si fuera pobre. Estas personas se sienten a veces ­molestas por ser ricas, así que intentan mezclarse con la masa sin mostrar nada de su riqueza.

Había otra razón por la que quería ser rica. La madrina de mi mejor amiga era económicamente acomodada. Viajaba mucho. En cada uno de sus viajes, le traía una preciosa muñeca con la indumentaria del país visitado. Yo soñaba con viajar, con descubrir horizontes lejanos, con ver mundo. Aquella benefactora, un poco misteriosa, ya que nunca la conocí, era algo así como un ideal para mí.

En ese momento, la única posibilidad que podía considerar para poder viajar era trabajar como azafata. Así que lo convertí en mi objetivo.

Al final de mis estudios de secundaria, 3 se me aconsejó, al igual que a mis otros compañeros de clase, que me reuniese con un consejero de orientación.

Tan pronto como entré en su oficina, le dije:

–Gracias, pero no necesito su ayuda porque sé exactamente lo que quiero hacer.

–¿Ah, sí? –dijo, sorprendido–. ¿Y qué es lo que quieres hacer?

–Quiero ser azafata.

–¡Ah! –exclamó.

Entonces, tras pensar durante un instante, me lanzó un desafío:

–Y si tu solicitud no es seleccionada por una aerolínea, ¿has pensado en otra posibilidad?

No había considerado la posibilidad de ser rechazada, pero es justo decir que tenía miedo a no ser seleccionada por mi altura, que era inferior a la requerida.

Las preguntas de ese consejero quebrantaron mi seguridad. Acepté su sugerencia de considerar una segunda opción. Yo amaba la biología y, en particular, la investigación.

Así que envié mi currículum a Air Canada al mismo tiempo que mi solicitud para matricularme en Biología Médica. Air Canada me rechazó y fui aceptada en Biología Médica. Mi destino estaba decidido.

Sin embargo, mi sueño no era ser azafata, sino poder viajar, y lo he realizado cumplidamente.

Y tú, ¿quieres ser rico?

Un día le pregunté a un jardinero que vivía en una casita si le gustaría tener una gran mansión como esas de cuyos jardines se ocupaba.

Se apresuró a responderme:

–¡No, nunca querría tener una casa tan grande como esas!

–¿Ah, no? ¿Por qué? –le pregunté.

–Es demasiado grande, me sentiría perdido en una casa así...

Algún tiempo después, vino a visitarnos unos días un amigo. Estábamos en la piscina, él miró nuestra casa desde esa perspectiva y luego me dijo: «¿Sabes, Claudia?, tienes una bonita casa, pero yo nunca querría tener una casa así cuando tanta gente alrededor no tiene casi nada».

Su pensamiento me hizo sentir culpable. Esa culpabilidad de tener más que otros me arrastró a la abnegación y el autosabotaje durante años.

Y tú, ¿qué le añadirías a la frase: «No querría nunca...»?

No querría nunca...

No querría nunca...

No querría nunca...

Tan pronto como dices: «No querría nunca...», hay un miedo que se hace sentir, escondido detrás de este «no querría nunca...».

¿Cuál era el miedo del jardinero? ¿Pudiera ser que temiese sentirse rechazado por sus compañeros si tenía un nivel de vida más alto que ellos?

Esto nos puede ayudar a entender por qué muchas personas exitosas han cambiado de ambiente, y a veces incluso de país, para concederse el derecho de disfrutar de su éxito.

¿Cuál era el temor de aquel amigo que me dijo: «Nunca querría tener una casa así cuando tanta gente alrededor no tiene casi nada»? ¿Podría ser que temiese que la gente pensara que era indiferente al sufrimiento de los demás?

Y tú, ¿cierras la puerta a la abundancia?

¿ALGUNA VEZ HAS DICHO?:

«Estoy muy contento con lo que tengo».

«Prefiero tener solo un par de zapatos cómodos que muchos incó­modos».

«Prefiero tener poco, pero no deber nada a los demás».

«Prefiero no tener demasiado éxito porque tendría demasiado miedo de ser arrogante».

«No me gustaría ganar mucho dinero en la lotería porque no quisiera que los demás se sintieran inferiores a mí».

«No me gustaría que me conocieran, porque tendría miedo de no pertenecerme más».

«No querría ser bella, porque tendría demasiado miedo de ser acosada por los hombres».

«Nunca querría tener una bella esposa, porque tendría demasiado miedo a perderla».

«Nunca querría ser rico, porque los ricos humillan a los pobres».

«Nunca querría ser poderoso, porque los poderosos aplastan a los ­débiles».

«Si ganara un millón de euros, no sabría qué hacer con ese dinero».

«No necesitamos mucho para ser felices».

Recuerda: cada uno obtiene lo que quiere.

Una parábola de Jesús a propósito de los jornaleros confirma esa gran verdad:

El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de acordar con ellos un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo y les dijo: «Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido». Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: «¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?». Le respondieron: «Nadie nos ha contratado». Él les dijo: «Id también vosotros a mi viña». Cuando oscureció, el dueño de la viña le dijo al capataz: «Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros». Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: «Estos últimos han trabajado solo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno». Él replicó a uno de ellos: «Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?». Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.

Mateo, 20: 1-16

Cada uno había recibido lo que había acordado con el amo de la casa, lo que creían que valían y podían conseguir.

En esta parábola, el propietario de la viña no es más que la energía de la vida. Es por eso por lo que Jesús dijo:

Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá.

Mateo, 7: 7

¿Qué pedirás si no sabes lo que quieres?
¿Qué solución buscarás si no conoces el problema?
¿A qué puerta llamarás si no sabes lo que necesitas?

¿Tienes un gran sueño que todavía no has realizado?

Busca en este sueño para ver cuál era tu verdadero deseo.

Cuando el príncipe Guillermo era niño, él y su hermano fueron invitados a visitar un parque de bomberos. Entusiasmado con esta experiencia, el príncipe Guillermo decretó: «Cuando sea mayor, seré bombero». Su hermano pequeño, Harry, muy pragmático para su edad, lo detuvo: «No, no puedes, ¡debes ser rey!» ¿Cuál era el deseo del príncipe Guillermo detrás de su deseo de ser bombero? Sin duda el deseo de salvar vidas, lo que podría indicar una naturaleza altruista. Antes de comenzar sus deberes reales, tuvo el gran placer de servir como primer oficial de un helicóptero de rescate.

Cuando mi hija era niña, dijo que sería cirujana cardiotorácica. Se estaba preparando para la facultad de medicina cuando una mononucleosis le hizo darse cuenta de hasta qué punto se forzaba para conseguir el nivel necesario para ser aceptada en la facultad. Después de entender la causa de la mononucleosis, admitió que si ese era su camino, sería aceptada sin que tuviera que poner en peligro su salud. De lo contrario, sería porque esa orientación no era a la que estaría destinada. Fue entonces cuando se dio cuenta de que le gustaría centrarse en el medioambiente.

¿Cuál fue su verdadero deseo, oculto tras el deseo de ser cirujana cardiotorácica? Era ser útil a los demás.

Después de una licenciatura en Estudios Ambientales, consideró que no era suficiente y quiso matricularse en Derecho. Los parientes paternos le dijeron algo así: «¿No irás a pasarte la vida en la universidad...? Tendrías que pensar en empezar a trabajar».Eso le causó mucha ansiedad, por la lucha entre lo que sentía y la presión que otros ejercían en ella cuando se enfrentaba a una elección tan importante.

Conocí a muchos jóvenes como mi hija, que se sentían presionados para tomar una decisión cuando realmente no sabían lo que querían hacer.

En momentos como estos, los aliento diciéndoles lo que le dije a mi hija:

La gente que tiene grandes misiones que cumplir no sabe siempre con claridad dónde está su camino. A veces tienen dudas sobre una elección, o cambian de opinión durante sus estudios o en sus carreras profesionales. A veces también tienden a sentirse perdidos y dudar de sí mismos, pero todos los caminos que emprenden inevitablemente los conducen a su misión. Así que no tengas miedo de equivocarte, tu destino sabe adónde debes llegar.

Todos los grandes logros de este mundo comenzaron con un sueño. El roble duerme en la bellota, el pájaro espera en su huevo y los sueños son las semillas que producen la fruta más dulce.

Og Mandino

Cada gran sueño está en consonancia con lo que nuestra alma vino a experimentar en esta encarnación.

Un gran sueño es algo de lo que nada puede disuadirnos, incluso si esto significa superar muchos obstáculos, rendirse a muchas cosas, para encontrar el fracaso... y luego empezar de nuevo y continuar. Esto es lo que los religiosos denominan la «llamada» o «vocación». Todos los grandes hombres, todas las grandes mujeres de este mundo han seguido un gran sueño. Un gran sueño es un ideal, una cumbre que hay que alcanzar.

¿Todavía tienes ese sueño? ¿Lo has dejado?
¿Qué te desvió de él?

Un hijo le dijo a su padre que quería ser músico. Su padre le advirtió:

–¡Te morirás de hambre!

–¡Al menos no moriré de aburrimiento! –le contestó el hijo.

Cuando somos niños, a veces le revelamos un gran sueño a uno de nuestros seres queridos que, sorprendido por la grandeza de este sueño, nos hace dudar de su realización.

Tenía yo once años, era un sábado por la noche como tantos otros cuando vi una película en la televisión. El título de esta película era Return to Peyton Place [Regreso a Peyton Place]. Era la historia de una joven escritora que había escrito una novela basada en las historias secretas de la gente de su pueblo. Su libro causó un escándalo. Lo pusieron en la lista negra e incluso la llevaron a juicio. Su intención había sido ayudar a los lectores a salir del secreto que los mantenía en un mundo de prejuicios y vergüenza.

Después de esta película, sin poder explicarme cómo o por qué, supe que algún día sería escritora.

Nuestra alma sabe lo que va a experimentar, por eso nos puede conmover una persona la primera vez que nos encontramos con ella, una frase que leemos en un libro o lo que alguien puede escribirnos o decirnos.

Podemos sentirnos conmovidos por una imagen, un lugar que nos provoca una inquietante sensación de dèjá vu. Conmovidos por unas palabras que nos erizan la piel.

Conmovidos por una película que nos produce una extraña sensación como de algo «ya vivido» y que puede despertar en nosotros un gran miedo o una intensa motivación.

Muchos afirman que supieron desde la primera mirada que se casarían con la persona que acababan de conocer.

Sin duda, mi alma había reconocido lo que había venido a experimentar en esta encarnación.

Ese deseo de ser escritora, que mi alma había reconocido, fue rápidamente aniquilado por los juicios del profesor con el que había hablado: «¿Tú, escritora? ¡Nunca! ¡Nunca! Pero si no puedes escribir dos líneas sin cometer varios errores de ortografía...».

Estaba molesta, me sentía avergonzada, ¿cómo me había atrevido a reivindicar tal aspiración? Nunca se lo dije a nadie más, pensando que era imposible.

Cuando comencé mi viaje de crecimiento personal y conocí al filósofo Herbert Beierle, quise creer de nuevo. Fue entonces cuando resucité este sueño que todavía estaba en mí, pero que creía que era imposible.

Richard Bach dijo: «Nunca se te ha dado un deseo sin que se te haya concedido el poder de hacerlo realidad».

Mientras creía que era imposible, no invertí ninguna energía en hacerlo posible y no pude descubrir el potencial de escritora que dormitaba en mí. Me había dejado detener por el juicio de un profesor sobre mis dificultades con la gramática francesa.

¿Y a ti qué te detuvo?
¿Qué te parecería retomar ese sueño?

«¡No sueñes con eso!»

Cuántas veces he oído a mi madre decir cosas como: «Cuando naces pobre...», «Cuando eres paje, no eres rey» o «Mi pobre hija, sueñas en colores...». Lo que significaba: «Vives en la ignorancia». Estas frases eran las que ella misma había oído y que la habían llevado a conformarse con poco.

Tales frases pueden alejarnos de nuestras aspiraciones y hacernos dudar de que podamos conseguir grandes cosas porque no hemos tenido una larga formación universitaria o porque procedemos de un entorno modesto.

Sin embargo, muchas personas que han obtenido grandes logros son de un origen muy humilde y no han asistido a la universidad.

Ray Kroc, el fundador de McDonald’s, tenía cincuenta y siete años y solo era representante de vasos de cartón, pero se convirtió en uno de los hombres más ricos del mundo. El multimillonario y filántropo Andrew Carnegie fue en sus inicios un obrero que trabajaba en una fábrica de acero. Charles Dickens, considerado el más grande novelista de la era victoriana, comenzó su vida pegando etiquetas en los frascos de betún. El gran poeta escocés Robert Burns, ahora hijo predilecto de Escocia, fue originalmente un campesino analfabeto.

No hace falta ser rico para alimentar grandes ambiciones. Son precisamente nuestras grandes ambiciones las que pueden hacernos ricos.

Conocí a un excelente pintor, que era techador. Tenía mucho talento, pero no lo sabía. Así que pedía muy poco por el trabajo que ofrecía. Y todos le dieron lo que él pidió. Yo fui una de las pocas personas que le dieron más que las demás. Con el paso de los años, el dinero que había ganado solo le había permitido vivir con lo básico. Ahora, ya no tenía la misma energía, y comenzó a sufrir de osteoartritis, lo que dificultó su trabajo y, por lo tanto, lo hizo de menor calidad. Así que la gente lo abandonó y recurrió a profesionales más jóvenes. Terminó sus días en una gran pobreza cuando podría haber sido rico. Para ser rico, tendría que haber reconocido su valor. Tenía una opción, pero no lo sabía.

Y tú, ¿sabes que puedes elegir?

Tienes la opción de culpar a otros de tus dificultades o tus fracasos.

Tienes la opción de decir que tuviste mala suerte.

Tienes la opción de decir que nunca te animaron.

Tienes la opción de pensar que te han abandonado.

Tienes la opción de pensar que nunca lo lograrás.

Tienes la opción de detenerte y pensar: «¿Qué sentido tiene...?».

Tienes la opción de limitarte a sobrevivir.

Tienes la opción de estar satisfecho con poco.

Pero también tienes la opción de ir más allá de tus límites.

Tienes la opción de querer vivir una vida emocionante.

Tienes la opción de vivir en la abundancia.

Tienes la opción de querer lograr grandes cosas.

Tienes la opción de hacer que tu vida sea un éxito.

¿Cuál es o será tu elección?

Nuestro crecimiento está en línea con nuestros objetivos. Sin un propósito que nos apasione, nuestras almas se atrofian como músculos inactivos.

Frank Laubach

Tener sueños y hacerlos realidad es experimentar la divinidad en nosotros.

Soñar es ir en una dirección específica. Cuando no tienes más sueños es cuando envejeces, cuando la vida pierde su interés, cuando avanzas para no llegar a ninguna parte. En realidad no vivimos, solo sobrevivimos.

Las personas que persiguen un sueño haciendo de él su prioridad en la vida rara vez fracasan. Pueden fracasar momentáneamente, pero se recuperan con más fuerza. Son estas personas las que inspiran a otros.

¿Quieres ser una de ellas?