Jason Carrillo le dio la vuelta al edificio por tercera vez, reuniendo valor para entrar en el bloque de piedra rojiza. Cuando por fin se lanzó a cruzar la calle, un coche dio un volantazo para evitarlo y pitó. Jason dio un paso atrás y contuvo el aliento. Mierda. Lo último que necesitaba en ese momento era un atropello y acabar en urgencias. Sus padres descubrirían que había mentido y que no estaba en el parque jugando al baloncesto.
Se puso la mano de visera para protegerse del cálido sol de la tarde y observó a un grupo de adolescentes entrar en el edificio. Echó un vistazo a su reloj. Si entraba tarde, a lo mejor nadie se fijaba en él. Por otra parte, a lo mejor todo el mundo se fijaba en él. Igual mejor no entraba y ya.
Se había enterado de que el grupo para adolescentes existía la primavera pasada, gracias al periódico del instituto. Arrancó el número de teléfono y lo llevó semanas guardado en el billetero. De vez en cuando, lo desdoblaba, contemplaba los números y luego volvía a doblarlo… hasta una tarde en la que sus padres y su hermana habían salido y se encontró solo en casa.
Estiró el trozo de papel y marcó el número. Contestó un hombre:
—Línea arcoíris para jóvenes, ¿dígame?
Jason colgó con fuerza el auricular del teléfono y se puso en pie de un salto. No podía creerse que fuera a hacer eso.
Al cabo de un rato, su respiración se calmó y volvió a llamar. Esa vez no colgó. La voz al otro lado del teléfono era cálida y amistosa, en absoluto lo que había esperado.
—¿Eres gay? —preguntó Jason, solo por asegurarse.
El hombre se rio.
—Pues claro.
Jason no había imaginado que alguien pudiera ser gay y reírse de ello.
Hizo preguntas durante más de una hora y llamó a la misma línea tres veces más ese verano. Habló con varios hombres y mujeres. Todos lo invitaron a acudir a los encuentros del sábado. Imposible, pensó. No iba a ir para estar en una sala llena de maricas y bolleras.
Se los imaginaba a todos con la misma pinta que el maricón del instituto. Nelson Glassman, o Nelly, como todos lo llamaban. Aunque le caía bien a mucha gente, Jason no lo soportaba: sus muchísimos pendientes, los dedos que a menudo chascaba, sus peinados extraños. ¿Por qué no iba sin más y anunciaba que era mariquita por los altavoces del colegio?
No, Jason no era como Nelson. Eso seguro. Tenía novia. Llevaban dos años saliendo, desde que tenían quince. Quería a Debra. Le había regalado un anillo. Se acostaban juntos. ¿Cómo iba a ser gay?
Recordó la primera noche que le tomó prestada la furgoneta a su mejor amigo, Corey. Debra y él fueron al callejón sin salida cerca del campo de golf. Un poco tímidos al principio, se metieron torpemente en la parte de atrás y se tumbaron de lado mirándose. El sudor le caía a chorros mientras se preguntaba: ¿Podré hacerlo?
Cuando Debra le metió la mano bajo el elástico del calzoncillo, sintió pánico.
—¿Seguro que quieres hacerlo? —se escuchó graznar—. O sea, ¿y si te quedas embarazada?
Ella se sacó un condón del bolsillo de los vaqueros. El corazón se le aceleró más aún, tanto de miedo como de excitación. Lo último ganó. Esa noche lo hizo con ella: una chica. Los gays no hacían eso. Ergo, no podía ser gay.
Desde entonces, Debra y él habían sido inseparables. Todos los días comían juntos en el instituto. En clase de baloncesto, ella lo miraba desde las gradas mientras jugueteaba con el anillo que le regaló y que llevaba colgado del cuello. Todas las noches hablaban por teléfono. El fin de semana, iban a ver una película. A veces le tomaban prestada la furgoneta a Corey y otras hacían el amor en el sótano de los padres de ella.
Así pues, ¿por qué seguía soñando con hombres desnudos, sueños tan intensos que se levantaba enfebrecido y aterrorizado de que su padre se enterara de algún modo?
Esas noches, yacía despierto, intentando entender sus sentimientos. Quizá tuviera algo que ver con lo que pasó aquella vez con Tommy y con su padre, que los había pillado. Pero eso fue hace mucho, cuando tenía diez años.
Iba a cumplir dieciocho en unos meses. Tenía que concentrarse en su futuro: subir la nota media de Matemáticas, terminar el último año de instituto, conseguir la beca de baloncesto. E ir a la universidad. No tenía tiempo para ningún encuentro de Jóvenes Arcoíris.
Y, aun así, este sábado de septiembre, seis meses después de ocultar en su billetero el anuncio del grupo, que ya amarilleaba, aquí estaba.
Cruzó la calle hacia el edificio y se detuvo para mirarse en la ventanilla de un coche. Se alisó el pelo, pero los rizos no ayudaban. Mierda. ¿Por qué le importaba? Al fin y al cabo, no era más que un grupo de maricones.
Veinte adolescentes o más abarrotaban una sala sofocante en el cuarto piso. Algunos estaban sentados en sillas plegables de metal y se abanicaban. Otros estaban tirados en sillones andrajosos, quejándose del calor. Unos pocos estaban sentados con las piernas cruzadas sobre una alfombra con manchas y muy gastada.
Jason buscó un lugar donde sentarse. No había ninguno. Estaba pensando en irse cuando, de repente, sus ojos se cruzaron con los de otro chico. Al otro lado de la multitud, sonriendo, estaba Nelson Glassman.
Jason se quedó congelado. ¿Cómo había sido tan estúpido? Ese mariquita lo contaría por todo Whitman.
Nelson agitó los dedos en señal de saludo, como si fueran los mejores amigos, y luego se inclinó hacia un chico con una gorra de béisbol y le susurró algo. El chico le miró con los ojos muy abiertos de sorpresa.
Jason parpadeó. ¿Kyle Meeks? ¿Qué hace aquí?
—Vamos a empezar, por favor. —Un hombre encorvado en medio de la estancia dio unas palmadas—. ¿Nos sentamos todos? Sí, ya sé que hace calor. Tam y Carla han ido a por ventiladores. Sentaos, por favor.
Jason se dio la vuelta para marcharse, pero en ese momento Kyle se acercó a él con la mano extendida. Jason le ofreció una palma sudorosa.
—Qué tal —saludó—. Creo que me he equivocado de sitio.
—Chicos, ¿os sentáis? —gritó el hombre por encima del ruido del grupo.
—Ten —susurró Kyle.
Agarró una silla plegable de las que estaban contra la pared y, sin previo aviso, la pila entera comenzó a deslizarse. Jason intentó detenerla, pero era demasiado tarde. Las sillas se estrellaron contra el suelo. Cataclás. Después, silencio.
Todos los ojos se volvieron a mirarlo a él y a Kyle. Un par de chicos sobre la alfombra se pusieron a aplaudir; el resto del grupo los secundó con silbidos y vítores. Jason quería meterse debajo de la alfombra y morirse.
—Venga, ya vale. —El moderador agitó las manos e hizo señas para que el grupo entero se calmase—. Chicos, sentaos, por favor.
Kyle se volvió hacia Jason con el rostro rojo de vergüenza.
—Lo siento.
Se puso a recoger las sillas caídas.
—Ya lo hago yo —dijo Jason. Lo último que quería era que Kyle tirase las que quedaban.
Nelson se acercó a ellos para ayudarles.
—¡Bravo, Kyle!
Jason abrió dos sillas para él y para Kyle y se sentó, evitando la mirada de Nelson. Este desplegó una tercera silla y la colocó entre ambos.
—Hola, holita, Jason. ¡Qué sorpresa verte por aquí!
Jason nunca había hablado con Nelson en los tres años que llevaban en Whitman y no pensaba empezar ahora. Pero Nelson era insistente:
—Por supuesto, siempre había sospechado que…
Era demasiado. Jason se giró hacia él, pero el moderador volvió a dar palmadas y Nelson desvió la mirada, sonriente, dejando sus palabras en el aire. El moderador habló:
—Hola, soy Archie y soy el moderador de hoy. Vamos a ir presentándonos por turnos, uno detrás de otro. —Mientras hablaba, una chica mayor que estaba sentada detrás de él interpretaba lo que decía en lengua de signos para dos chicos sordos sentados junto al radiador—. Si es la primera vez que venís, decidlo para que os demos la bienvenida. Tú empiezas, Kyle, y seguimos hacia la derecha.
Jason se escurrió en la silla, furioso. Los voluntarios del teléfono no habían mencionado nada de presentaciones. Kyle se presentó. Jason seguía sin creer que estuviera ahí. Solía irse con Nelson en el instituto, pero parecía tan… normal. Era un chico tímido con gafas que hacía natación y siempre llevaba gorra. Solían gastarle bromas por eso, pero él les hacía el juego con una sonrisa bobalicona y un aparato en los dientes. Es majo, pensó Jason, aparte de tirar todas las sillas y avergonzarme hasta morir.
El círculo de presentaciones continuó. Era un grupo bastante diverso. Solo algunos de los chicos parecían tan mariquitas como Nelson. Había algunos frikis; un chico que estaba en la universidad y se llamaba Blake, con pinta de modelo; y un grupo de pijos rubios con pantalones chinos y mocasines, que monopolizaba la zona más fresca de la sala.
Había un montón de chicas. Cuando una de gafas gruesas se presentó, Jason habría jurado que la conocía. Entonces recordó su foto en el diario. Era una de las seis estudiantes del país que había sacado una nota perfecta en las pruebas de aptitud universitaria. Cuando el periódico la entrevistó, dijo que era lesbiana.
Al otro lado de la sala, una chica negra y otra blanca, Caitlin y Shea, estaban sentadas en un sofá de dos plazas. Antes, Shea había intercambiado miradas con Nelson. Al principio, Jason había pensado que los gestos tenían que ver con él, pero no estaba seguro. Ahora las dos chicas estaban centradas la una en la otra. Ambas estaban bastante buenas; no era la idea que tenía de las bolleras. Era difícil de creer que no encontrasen chicos. Tenía que pedirle el número de teléfono a Shea, pensó. Seguramente solo estaba confusa, como él. A lo mejor podían ayudarse el uno al otro.
Luego, llegó el turno de Jason de presentarse. Se irguió en la silla y sintió la tensión en sus hombros.
—Me llamo Jason y es mi primera vez, pero… no soy… —Tenía la garganta reseca—. O sea, solo estoy aquí para echar un ojo. No soy… ya sabéis.
Todos lo miraron mientras intentaba terminar. Archie lo rescató:
—Bienvenido, Jason —dijo, y continuó.
Jason volvió a arrugarse en la silla. Nelson dio un botecito en el asiento.
—Yo me llamo Nelson y es la primera vez que vengo a este lugar de zorreo… uy, de encuentros. —Todos se rieron y él siguió—: En mi caso, no tengo ninguna duda de que soy… ya sabéis.
Se dio la vuelta y le dirigió una sonrisa a Jason. Este quiso molerlo a puñetazos en ese mismo instante.
—Ahora en serio —dijo Nelson agarrando su mochila—, quiero anunciar que tengo chapas por la visibilidad, cortesía de mi madre y de PFLAG. —Se volvió de nuevo a Jason—. Padres, familias y amigos de lesbianas y gays. Mi madre es la vicepresidenta.
Sacó los complementos de la mochila.
—Triángulos rosas, prendedores de Gertrude Stein, mensajes varios… Por ejemplo: «Mis padres son heteros y todo lo que me trajeron fue esta estúpida chapa».
El grupo se rio.
—Etcétera, etcétera. Si queréis una, hablamos en la pausa —concluyó Nelson.
—Bien, escuchadme todos —dijo Archie—. Hoy vamos a hablar de «salir del armario». ¿Alguien sabe lo que significa?
Caitlin alzó la mano.
—Es cuando dejas de ocultar que eres homosexual. O bisexual, o lo que sea.
Un chico levantó la mano.
—Yo pensaba que salir del armario se refería a la primera vez que lo hacías con alguien…, o sea…, alguien de tu mismo sexo.
—Eso hace salir otras cosas —dijo Nelson.
El grupo lo abucheó y el chico le arrojó un cojín a Nelson. Archie sonrió.
—Vamos a mantener la compostura. —Hizo señas a la multitud para que se calmara—. Hay personas que se acuestan con otras durante muchos años antes de salir del armario. Otras salen del armario antes de tener sexo con nadie.
—Salir del armario quiere decir que ya no te avergüenzas de decírselo a la gente —dijo Shea—. Es una cuestión de autoestima y de sentirte bien como eres.
Uno de los pijos rubios se cruzó de brazos.
—Yo no estoy listo para salir del armario.
—Nadie te obliga a hacerlo —le aseguró el moderador—. La mayoría de la gente lo hace de forma gradual. Tómate tu tiempo, tú decides.
Nelson se volvió hacia Jason y le guiñó el ojo.
—Había pensado en iniciar un grupo de este tipo en el instituto para ayudar a la gente que aún no ha salido del armario.
Jason evitó la mirada. No podía imaginarse un grupo LGBT en el instituto ni en un millón de años.
—Creo que lo más difícil es salir del armario con tus padres —dijo Blake.
Kyle asintió.
Jason pensó en su madre. Ya tenía bastantes problemas con su padre. Y su padre seguro que terminaría lo que una vez empezó… si supiera dónde estaba su hijo.
Blake prosiguió:
—Mi padre no entendía que hubiera salido con chicas y de pronto le dijera que me gustaban los chicos. Creo que es aún más difícil cuando eres bi.
Jason dejó de sacudir la pierna. ¿Bisexual? A lo mejor eso es lo que era él. A lo mejor no tenía que cortar con Debra. A lo mejor ella lo entendería. Pero… Su mente bullía de preguntas.
Antes de que alguien más pudiera abrir la boca, dos adultos entraron en la sala con ventiladores. Todos vitorearon y aplaudieron. Por encima del clamor, Archie gritó:
—Hagamos una pausa para poner los ventiladores.
Jason se levantó de golpe y la silla chirrió contra el parqué del suelo.
—Mejor me voy —le dijo a Kyle.
—¿Que te vas?
Jason notó la decepción en la voz de Kyle. Estaba a punto de responder cuando Nelson se metió por medio:
—No te marches todavía. Después del encuentro solemos ir al Burger Queen. —Pestañeó y sonrió—. Solo nosotras.
Jason hizo un gesto de dolor. Vio que Kyle le daba a Nelson un codazo.
Los dedos de Jason se cerraron en un puño. Tenía que salir de allí antes de meterle un guantazo a alguien.
—Tengo que irme.
Nelson rebuscó en su mochila.
—Llévate al menos una chapa. —Sonrió—. Es un regalo.
Jason negó con la cabeza, pero Nelson le obligó a cogerla. Kyle comenzó a decir algo. Jason se dio la vuelta y fue a toda prisa hacia la puerta. Bajó corriendo por las escaleras los cuatro pisos y salió escopetado del edificio, maldiciéndose a sí mismo.
Tendría que prepararse para el lunes. Sin duda, Nelson no iba a cerrar su bocaza de maricona en el instituto. Y si la gente del insti se enteraba…
Jason abrió la mano y miró la chapa que el mariquita le había regalado. Decía: NADIE SABE QUE SOY GAY.
Kyle se quedó mirando el hueco vacío entre la gente.
—Vaya idiota que he sido tirando las putas sillas. —Se volvió hacia Nelson—. ¡Y tú! Mira que darle esa estúpida chapa… ¿Por qué lo has hecho?
Nelson se encogió de hombros, arrepentido.
—Supongo que la he cagado, ¿no?
Kyle echó un vistazo en dirección a la puerta.
—A lo mejor todavía puedo alcanzarlo.
En un instante, salió por la puerta y bajó a toda prisa los cuatro pisos. Cuando llegó a las escaleras de entrada al edificio, miró hacia un lado de la calle, luego al otro. ¿De verdad el hombre de sus sueños había acudido al encuentro?
Buscó por todos los bloques del barrio. Solo cuando se convenció por completo de que Jason había desaparecido, se metió a regañadientes en el metro en dirección a las afueras. Deprimido, echó pestes de Nelson todo el trayecto hasta casa.
—¿Kyle? ¿Estás bien, cariño?
Sumido en sus pensamientos, Kyle no había visto a su madre, agachada junto al parterre de flores del jardín delantero, mientras cogía un puñado de bulbos de tulipán.
—Pareces preocupado.
Kyle la observó plantar los bulbos en la tierra removida y deseó poder hablarle de Jason. Por supuesto, para eso primero tenía que decirle que era gay. Y ella se enfadaría y se lo diría a su padre. Y él montaría un pollo de padre y muy señor mío. Garantizado.
Kyle le alargó algunos tulipanes.
—Estoy bien. ¿Hay algo para comer?
—Hay galletas en la cocina. Entra con cuidado, que acabo de encerar el suelo. Por cierto, tu padre tiene una sorpresa para ti. —Le gritó mientras se iba—: ¡Acuérdate de limpiarte los zapatos!
Kyle se quitó los zapatos nada más entrar y los dejó en el zapatero. Su madre era una obsesa de la limpieza.
Su padre estaba sentado en su sillón reclinable viendo un partido de fútbol. Kyle tomó un par de galletas.
—Mamá dice que tienes una sorpresa para mí.
Su padre rebuscó en el bolsillo de su camisa y, con una floritura, sacó un sobre.
—¡Tachán! Adivina, adivinanza… Venga, ¡inténtalo!
Kyle odiaba cuando su padre le trataba como a un niño. Ya tenía diecisiete años.
—No me apetece. —Mordió una galleta.
La sonrisa de su padre desapareció.
—Pues antes te encantaba este juego. —Suspiró y abrió el sobre. Sacó su contenido y lo anunció como si estuviera en los Óscar o algo aún mejor—: Entradas para ver a los Redskins el domingo siguiente a Acción de Gracias. Solo tú y yo.
Kyle dijo:
—Genial.
Pero seguía pensando en Jason. Su padre frunció el ceño.
—No muestres tanto entusiasmo.
Kyle se encogió de hombros y empezó a subir la escalera. ¿No se daba cuenta su padre de que había cosas más importantes en la vida que ver a los Redskins?
Se sentó en la cama de su habitación y se quitó la gorra. Abrió el cajón de la mesita de noche y sacó el anuario escolar. Pasó las páginas de esquinas dobladas hasta llegar a su foto favorita: Jason, el número 77, corriendo por la cancha, con expresión concentrada, los rizos alborotados, los músculos tensos, energía pura en movimiento. En el fondo, el público lo animaba. En el reloj digital se veía que solo quedaban seis segundos para que pitaran el final del partido. El triple de Jason había llevado al equipo a los campeonatos estatales.
Kyle había conocido a Jason el primer día de instituto, cuando el primero se abría paso a trompicones por los pasillos abarrotados, buscando su clase.
—Ey, qué pasa —llamó una voz detrás de él—. Se te ha caído el horario.
Cuando Kyle se dio la vuelta, el chico más mono que había visto nunca le entregó el horario y le preguntó:
—¿Sabes dónde está el aula veintiocho?
El corazón de Kyle amenazaba con salírsele por la boca, pero consiguió responder:
—Creo que por aquí.
Condujo al chico por el pasillo y descubrió que su taquilla estaba justo enfrente de la de Kyle.
El resto de aquel primer año, Kyle llegaba al instituto pronto para saludar a Jason. Su Adonis de piel aceitunada siempre levantaba la mano y le decía: «Qué pasa». Pero Kyle era demasiado tímido para responder con nada más que: «Todo bien, ¿y tú?». Se contentaba con las miradas que le echaba secretamente en los pasillos. No tardó mucho en memorizar el horario de Jason para saber el momento exacto en el que doblaría la esquina y pasaría por su lado.
Desde que Kyle era pequeño, supo que era diferente, aunque no sabía exactamente por qué. Cuando los otros chicos comenzaron a hablar de chicas, no sentía ningún interés, pero otro gallo cantaba cuando fardaban de erecciones y de sus primeras eyaculaciones.
Y aunque se reía con sus compañeros de clase de las bromas sobre los gays y el sida, por dentro se sentía avergonzado y asustado. Su única fuente de esperanza eran las noticias de la noche. Allí se veían imágenes de personas homosexuales que no eran caricaturas. Soldados gays combatían en los juzgados por el derecho a servir en la milicia. Mujeres lesbianas luchaban por conservar a sus hijos. Manifestantes pedían ante el congreso más financiación para combatir el sida. Incluso los hombres adultos que llevaban tacones y vestidos elaborados, que se reían y desfilaban el día del Orgullo, parecían de todo menos despreciables.
Entonces, en octavo curso le pusieron ortodoncia. Eso le hizo sentir aún más como un extraterrestre. Su madre trató de animarlo:
—No te preocupes, guaperas. Una vez que te quiten el aparato, tendrás que quitarte tú las chicas de encima.
Pues qué bien. La imagen no lo reconfortaba.
Mientras tanto, su padre le insistía para que saliese a hacer deporte. Kyle era totalmente incapaz de tirar una pelota y acertar, pero le gustaba ver a los nadadores olímpicos en televisión. Así que se unió al equipo de natación, donde pasaba desapercibido entre largos en la piscina y podía echar miradas bajo el agua.
Se estaba acostumbrando a que le llamaran «Bocahojalata» cuando la catástrofe estalló de nuevo: la enfermera del instituto decretó que necesitaba gafas. Regresó de la óptica con una montura de metal que se le escurría por la nariz, se escondió en su habitación y se miró en el espejo. Entre el aparato y las gafas, sentía que era el chico más feo y más solo del universo.
Entonces conoció a Nelson. Desde el momento en el que lo vio en clase de Arte, Kyle supo que Nelson era distinto, pero cuando la profesora MacTraugh los emparejó para que dibujaran cada uno el retrato del otro, a Kyle le entró un ataque de pánico y pidió ir a la enfermería.
Después de las clases, Nelson lo buscó.
—A ver, vamos a quitarnos esto de encima. Tú sabes que soy marica, yo sé que tú eres marica. Supéralo.
Se dio la vuelta y comenzó a marcharse. Kyle sintió una descarga de adrenalina, como al emerger del agua después de saltar desde un trampolín muy alto. Ya no estaba solo.
—¡Eh! —lo llamó.
Nelson se volvió hacia él. Kyle no sabía qué decir. Había gritado por impulso y sin pensar. Se subió las gafas hasta el puente de la nariz y se estiró de la gorra para hacer tiempo.
—Uh… Dibujas muy bien. Lo digo en serio.
Nelson se lo quedó mirando.
—Gracias. Mi madre es diseñadora gráfica y me enseñó. La verdad es que no es tan difícil.
Kyle avanzó un paso, aunque todavía se sentía un poco nervioso.
—¿En serio?
—Sí. —Nelson sonrió—. Te lo enseñaré.
Pronto, Kyle comenzó a pasar todas las tardes en casa de Nelson. Podían tanto pegarse como amigos, sin reglas estúpidas, como ponerse mascarillas de barro en la cara juntos. Con Nelson, Kyle no tenía que fingir ser nadie más que él mismo.
Y, aparentemente, Nelson lo sabía todo acerca de ser homosexual. Le habló a Kyle de Alejandro Magno, de Oscar Wilde y de Miguel Ángel. Le explicó las revueltas de Stonewall y qué significaba hacer cruising o ser una drag. Le habló a Kyle de sitios web sobre jóvenes gays y le puso grupos de música abiertamente fuera del armario, como Size Queen o las Indigo Girls.
Lo más increíble era la forma en la que Nelson hablaba de todo eso incluso delante de su propia madre. Ella incluso se había suscrito a la revista XY[1] para él.
—Pero… ¿cómo se lo contaste? —quería saber Kyle.
Nelson se encendió un cigarrillo.
—¿Bromeas? Ella lo sabía antes que yo. Soy su puta causa.
Kyle meditó.
—¿Y tu padre?
El rostro de Nelson se ensombreció tras una nube de humo.
—Ese da igual.
Cuando el tema de conversación cambió a los chicos, Kyle confesó que le gustaba un chico del instituto. Incluso admitió que besaba su almohada por las noches imaginándose que era él. Nelson le dio una calada al cigarrillo.
—¿Cómo se llama?
—¿Me prometes que no se lo dirás a nadie? —Kyle dudó—. Jason Carrillo.
Nelson comenzó a toser.
—¿Carrillo? ¡Tin, tin, tin! ¡Gaydar! ¡Gaydar! Ese está en el armario, ¡seguro! Como poco, es bi.
Kyle sintió como si Nelson le hubiera abofeteado.
—Cállate, de eso nada. ¿Cómo lo sabes?
Nelson sonrió otra vez.
—Igual que lo sabía contigo.
Ahora Kyle volvía a darle vueltas al asunto. Puede que Nelson tuviera razón acerca de Jason. Pero todos sabían que Jason tenía novia. El año pasado los habían votado como pareja más encantadora. Este año Debra iba a presentarse a reina del baile de bienvenida.
Jason no podía ser gay. Pero entonces, ¿por qué se había presentado en el encuentro de los Jóvenes Arcoíris? A lo mejor era bi… Pero, aunque lo fuera, Jason nunca se interesaría por él. Probablemente había entrado por error, como había dicho. Aunque Kyle esperaba que no.
Su madre llamó sonriendo al marco de la puerta de la habitación.
—Cariño, ¿seguro que te encuentras bien? —Alzó las cejas—. Te he llamado ya tres veces a cenar.
El punto álgido de la cena fue una llamada de teléfono de Nelson. El padre de Kyle tomó el cuchillo y se cortó un trozo de carne.
—¿No sabe que no hay que llamar a la hora de la cena?
Su madre le alargó a Kyle el auricular. Sin decir ni hola siquiera, Nelson comenzó a hablar.
—¿Adónde te fuiste?
Kyle les dio la espalda a sus padres.
—No te importa.
—¡Deja de hacerte la dramática! Venga, ¿qué quieres hacer esta noche?
Kyle reflexionó unos momentos.
—Cortarme las venas.
Nelson suspiró a través del teléfono.
—Muy bien, ¿y después?
—Y yo qué sé —dijo Kyle—. Yo qué sé.
Colgó el teléfono con fuerza y regresó a la mesa.
—Parece que no estáis a buenas —dijo su madre.
Kyle asintió tentativamente y se sentó.
Su padre pinchó un trozo de carne con el tenedor.
—¿Por qué tiene que llamarte cada cinco minutos? ¿No tiene cosas que hacer? —Meneó la muñeca en el aire—. A lo mejor tendrías que echarte algún amigo que fuera menos…, ya sabes, y más… —Bajó la mano en picado y golpeó la mesa con ella—. ¡Atlético!
La madre de Kyle echó un vistazo a su padre y se tocó la oreja. Kyle había descubierto hacía años que esa era una señal para que su padre dejase el tema. A su padre le solía llevar un tiempo darse cuenta y, aquella noche, a Kyle no le apetecía esperar. Tomó la gorra del respaldo de la silla.
—¿Me puedo retirar?
De nuevo en su dormitorio, Kyle intentó hacer algunos deberes. Después, escaneó la foto de Jason con el ordenador. Apagó la luz y se tumbó en la cama. Sus pensamientos erráticos volvieron a las imágenes de Jason en el vestuario de gimnasia cuando apenas habían llegado al instituto: los bíceps destacando contra las mangas de su camiseta, el trasero enmarcado por los slips. Kyle abrazó la almohada y, sonriendo, se quedó dormido.
El lunes siguiente, Kyle llegó temprano al instituto. Estaba decidido a encontrar a Jason y disculparse por el comportamiento de Nelson, pero no veía a Jason por ninguna parte. Mientras Kyle lo buscaba fuera de la cafetería a la hora de comer, escuchó la voz de Nelson, quien se acercaba a sus espaldas.
—Te he hecho una cinta de Pansy Division. —Nelson alzó una casete—. Es magnífica de principio a fin.
—Gracias.
Kyle se metió la cinta en el bolsillo, esperando que Nelson se marchara antes de que apareciese Jason. El rostro de Nelson se iluminó.
—¿Vas a comer ahora?
—No tengo hambre. Ve tú primero.
Pero Nelson no se movió. Introdujo un dedo entre sus cabellos rubios y se rascó la cabeza.
—¿Sigues molesto por lo del sábado?
—No —mintió Kyle—. Mira, déjame en paz.
—Ya te he dicho mil veces que lo siento, joder.
Kyle le dio la espalda. Nelson dijo:
—Vale. Si quieres hacerte el capullo, allá tú.
Y se largó dando zancadas.
Kyle no vio a Jason en la comida ni el resto de la tarde. Cuando sonó el timbre del final de las clases, caminó enfurruñado hacia su taquilla. Quizá Jason estuviera enfermo o, más probablemente, demasiado avergonzado para venir al instituto. Kyle arrojó los libros dentro de la taquilla y cerró la puerta.
Jason estaba allí, con su mochila roja al hombro, sujetando la tira con una mano.
—Qué pasa —le saludó.
Sobresaltado, Kyle se subió las gafas hasta el puente de la nariz.
—Eh… Hola.
Jason retorció la tira de la mochila y miró por encima del hombro, echando un vistazo rápido a los estudiantes que quedaban.
—Me he pasado por aquí varias veces por si te encontraba —dijo. Ladeó la cabeza como si estuviera preocupado—. Pensé que lo mismo estabas enfermo.
Kyle se derritió frente a los ojos marrones de Jason.
—Lo siento —respondió, aunque no sabía exactamente por qué se disculpaba—. Yo también lo pensé. Quiero decir…
No sabía qué decía, solo que se estaba poniendo en ridículo. Cerró la boca y se obligó a sonreír.
—Oye… —Jason tragó y la nuez le dio un brinco en la garganta. Miró a izquierda y derecha, y luego taladró a Kyle con los ojos—. Sobre el sábado pasado… No sabía bien de qué encuentro se trataba.
Kyle sabía que era mentira, pero asintió educadamente. ¿Qué más podía hacer? Jason continuó hablando en voz baja.
—No se lo has dicho a nadie, ¿verdad? Que me viste ahí.
Kyle vio el miedo y la vergüenza en el rostro de Jason.
—Claro que no. No se lo diría a nadie.
Jason soltó un suspiro, pero añadió:
—Y no crees que Nelly… o sea, Nelson… lo vaya a contar, ¿no?
Kyle no lo creía, pero la preocupación de Jason se le contagió. De repente, Jason se apartó de él, con la vista más allá de Kyle. Kyle se dio la vuelta y vio a Debra Wyler, la novia de Jason.
—Hola, Kyle.
Ella le sonrió amistosamente y él la saludó a su vez, pero Jason parecía aterrorizado. Kyle se dio cuenta de que era mejor marcharse.
—Bueno, ya nos vemos.
—Nos vemos —repitió Jason, y sonrió: una sonrisa forzada y angustiada.
Kyle caminó por el vestíbulo, acelerando el paso. Tenía que encontrar a Nelson y asegurarse de que no le contase a nadie lo de Jason. Esperaba que no fuese demasiado tarde.
Después de clase, Nelson fue a que Shea le cortase el pelo. Para prepararse, extendió una sábana de lino en el suelo del dormitorio mientras ella terminaba de hablar por teléfono con Caitlin.
—¿Dónde está Kyle? —preguntó Shea después de colgar.
—¿Y yo qué coño sé? —Las palabras salieron más ásperas de lo que Nelson pretendía—. Lo siento —masculló.
Shea colocó una silla en mitad de la sábana.
—¿Esto tiene algo que ver con el chico nuevo, el guaperas que estaba en el encuentro del sábado? ¿Ese que me señalabas?
—Ay, ¡por favor! —Nelson no se creía que incluso su mejor amiga bollera pensase que el cachas que jugaba al baloncesto era un guaperas—. Estoy harto de que todo el mundo diga lo guapo que es Jason.
Shea dejó de ajustar la toalla en torno al cuello de Nelson.
—Espera, ¿ese es Jason? ¿El Jason del que tanto habla Kyle y del que está tan colgado? ¿Es…?
Nelson sacudió el paquete de cigarrillos para sacar uno.
—Es un caso trágico de Deportista en el Armario. Gay por descubrir. —Tiró la cerilla en el cuenco del incienso—. Es majo, pero no soporto que Kyle no pare con él. ¿Has visto cómo se lanzó a sus brazos en cuanto lo vio? De golpe y porrazo, yo era historia.
Shea tomó unas tijeras.
—¿Así que Kyle y tú os peleasteis porque apareció Jason? Mmm… —Las tijeras se cerraron cerca de su oreja—. Interesante.
Su voz adoptó el conocido tono de psicóloga. Nelson lo odiaba. ¿Por qué las chicas siempre actuaban como si lo supieran todo?
—¡No empieces otra vez! No estoy enamorado de Kyle. —Varios mechones húmedos de pelo cayeron al suelo—. Y él no está enamorado de mí.
Sonó el teléfono. Shea dejó caer las tijeras y fue corriendo a cogerlo. Por supuesto, era Caitlin.
—Pero si acabas de hablar con ella —protestó Nelson.
Uno pensaría que no habían hablado en un siglo. Caitlin estaba solicitando plaza en las universidades para el año que viene. Shea y ella tenían que comentar todos y cada uno de los pormenores: quedarse en la ciudad o buscar un sitio fuera, una residencia de estudiantes o un piso, bla, bla, bla. A Nelson le ponían la cabeza como una olla a presión.
Mientras Shea hablaba, Nelson se miró en el espejo. No soportaba lo aburrido de su aspecto, con los mismos ojos azules de siempre. Y aunque Shea le hacía peinados fantásticos, se había cansado de su pelo rubio. Era soso.
Leyó las etiquetas de los tintes que había sobre la cómoda de Shea. RUBIO KAMIKAZE. Sonaba demasiado catastrófico. CAOBA. Patético. VERDE FOSFORESCENTE: BRILLA EN LA OSCURIDAD. Mmm… ¿pero le gustaría a Kyle?
—¡Eh, maricón! ¿Alguien te ha escupido el enjuague bucal en la cabeza?
La voz pertenecía a Jack Ransom, un hijo de puta del instituto. Jack llevaba acosando a Nelson desde secundaria: poniéndole motes, tirándole la bandeja en la cafetería, dándole puñetazos cuando se lo cruzaba por los pasillos… Nelson le contestaba, pero solía acabar escaldado. Cuando su madre se quejó al instituto, el señor Mueller, el director, argumentó que Nelson tenía que aprender a controlar su genio.
Entonces, el año pasado Jack y sus matones acorralaron a Jason en el baño de los chicos, lo derribaron y le metieron la cabeza en el váter. La madre de Nelson los denunció. Nelson esperaba que a Jack lo frieran en la silla eléctrica, pero simplemente lo dejaron en libertad con cargos.
Todas las mañanas desde entonces, como un disco rayado, la madre de Nelson insistía:
—Si alguien te molesta, le das la espalda. ¿Me lo prometes?
Así que Nelson le mostró a Jack el dedo corazón y se dio la vuelta rápidamente, casi chocándose con Debra y Jason.
—¡Oh, Dios! —dijo Debra con entusiasmo—. ¡Me encanta tu pelo! —Se volvió hacia el que llamaba su novio—. ¿No es brutal?
Jason hacía todo lo posible por evitar la mirada de Nelson.
El muy farsante, pensó Nelson. Lo sentía por Debra. Si supiera… Pero no, él no iba a ser quien se lo dijera.
Jason tiró de la mano de Debra.
—Mejor vamos yendo a clase.
Mientras la conducía por los pasillos, la voz de Debra resonaba todavía detrás de él:
—¡Ese chico es la pera! Nunca sabes con lo que saldrá.
Nelson sonrió. Adoraba cada minuto de la atención que atraía su nuevo peinado. Por desgracia, la persona que más quería que lo viera tenía que hacer exámenes para listos (para entrar en la universidad antes que el resto de la humanidad) durante todo aquel día lluvioso. En cuanto sonó el timbre del final de las clases, Nelson fue a buscar a Kyle. Esperaba que ya se le hubiera pasado el enfado.
Kyle cerró la taquilla y sonrió. Buena señal.
—Me gusta cómo te ha quedado el pelo.
Nelson hizo un mohín.
—Pensé que ya no me hablabas.
Fuera del edificio, los chicos se refugiaron debajo del saliente de la entrada principal. Estaba lloviendo a cántaros.
—¿De verdad te gusta mi pelo? —preguntó Nelson.
Kyle se encogió de hombros.
—No está mal. —Sacudió nerviosamente el paraguas—. Oye, tengo que preguntarte algo.
—¿Que no está mal? —interrumpió Nelson. Era el comentario más triste que había recibido en todo el día—. ¿No está espectacular, ni fabuloso?
—Se trata de Jason.
—¿Jason es más importante que mi pelo? —Sacudió la cabeza—. Ay, ay. ¡Eso yo no me lo creo!
Kyle se ajustó las gafas.
—Calla y escúchame. ¿Le has contado a alguien que vino al encuentro?
Nelson captó la preocupación en su voz y decidió reírse de él.
—Por supuesto.
Kyle abrió mucho los ojos.
—¿De verdad?
Nelson trató de no reírse.
—¿No escuchaste el anuncio que dieron por los altavoces esta mañana?
—Qué gracioso. Hablo en serio.
—A ver… —Nelson tamborileó con los dedos sobre la barbilla—. Hablé por teléfono con Sheila Ledbetter ayer por la mañana, y ya sabes lo bocazas que es. Y, por supuesto, se lo dije a María a la hora de comer. ¡Jason es un maricón! —dijo parodiando el acento hispano.
Kyle se cruzó de brazos.
—Venga, suéltalo. ¿Se lo contaste a alguien o no?
—No, no se lo he dicho a nadie.
—¿Seguro?
Nelson se sintió muy irritado. No se había fumado el pitillo de después de clase, llovía mucho y no tenía paraguas, y Kyle se estaba comportando como un capullo.
—Kyle, si lo hubiera hecho, digo yo que lo sabría.
—Si lo hiciste, mejor dímelo ahora.
—¡Que te jodan!
Nelson se arrojó bajo el torrente de lluvia y caminó deprisa por el camino húmedo. Agachó la cabeza y entrecerró los ojos mientras las gotas se le estrellaban contra la cara. El chaf-chaf de los pasos de Kyle le siguió:
—Vale, vale, te creo.
Kyle desplegó su paraguas mientras corría para mantenerse a su lado. Nelson siguió caminando sin molestarse en mirarlo.
—¿Compartimos paraguas? Te estás mojando.
Como si Nelson no se hubiera dado cuenta. Lo sensato sería aceptar la oferta de Kyle, pero, aunque estaba empapado y tenía frío, la ignoró. Para cuando llegaron al semáforo de Washington Boulevard, los zapatos le pesaban como si fueran cubos llenos de agua.
—¿Seguro que no quieres compartir paraguas? —insistió Kyle.
La lluvia goteaba del cabello de Nelson y se le metía en los ojos; la camiseta se le pegaba al cuerpo y estaba temblando.
—Bueno —cedió.
Kyle se pegó a él y lo protegió con el paraguas. Caminaron en silencio hasta que llegaron a Lee Highway. Nelson se quedó mirando el semáforo.
—Tengo los dedos de los pies nadando, espera.
Se apoyó contra Kyle y se quitó un zapato, lo vació de agua y luego hizo lo mismo con el otro. El semáforo se puso verde y prosiguieron. Para cuando llegaron a Albemarle Street, la tormenta se había convertido en una simple llovizna.
—Oye, mira… —Kyle miró a Nelson a través de sus gafas salpicadas de gotas de lluvia—. Siento lo de… ya sabes. —Le ofreció la mano—. ¿Amigos?
Nelson extendió la mano al tiempo que se le escapaba un estornudo.
—¡Jesús! —dijo Kyle—. Tienes la mano helada.
—Da igual. ¿Qué tal tengo el pelo? No se me ha desteñido el verde por toda la camiseta, ¿verdad?
Kyle sonrió y plegó el paraguas.
—No.
—¿Y bien? —dijo Nelson, tratando de no sonar ansioso—. ¿Me vas a contar de una vez lo que ha pasado entre la señorita Jason y tú?
Kyle se encogió de hombros.
—Hablamos ayer después de las clases. Creo que tiene mucho miedo de que alguien se entere de que vino al encuentro. Ya me has dicho que no se lo has contado a nadie, pero… tampoco lo harás, ¿verdad?
—Claro que no —dijo Nelson—. Tendrías que haberle visto la cara esta mañana, cuando Debra se acercó a verme el pelo. Se le pusieron de corbata. Estaba aterrado de que pudiera decirle a su chica que es un chupapollas.
Kyle se frotó la frente por debajo de la visera de la gorra.
—Deja de preocuparte. —Nelson sacó un cigarrillo del paquete—. Ya te dije que no voy a contar nada. Mira, ya sé que, en lo relacionado con él, estás obsesionado, desvalido, con control cero. —Trató de encender una cerilla, pero estaba demasiado mojada para coger llama—. Mierda.
Kyle se echó la gorra hacia atrás.
—¿Crees de verdad que no tengo control? Sé que no le intereso, pero a lo mejor podríamos ser amigos.
Se quedó callado mirando al infinito. Nelson conocía esa mirada: ojos vidriosos, gesto huraño, la mandíbula echada hacia adelante. Como un zombi. Kyle había entrado en La Zona Jason.
Nelson chascó los dedos.
—Oye, ¿quieres venir a casa?
Kyle siguió mirando en la distancia.