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Jean-Marie Brohm - Marc Perelman

EL FÚTBOL,
UNA PESTE EMOCIONAL

Traducción de
Abraham Gragera López

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EDITA A. Machado Libros

Labradores, 5. 28660 Boadilla del Monte (Madrid)
machadolibros@machadolibros.comwww.machadolibros.com

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© Éditions Verdier, 2005
© de la presente edición: Machado Grupo de Distribución, S.L.

REALIZACIÓN: A. Machado Libros

ISBN: 978-84-9114-292-8

Índice

Nota del editor

Introducción. La futbolización del mundo: el porvenir de una pesadilla

Capítulo 1. La pasión-fútbol: un opio del pueblo

Capítulo 2. El imperio-fútbol: una multinacional del balón

Capítulo 3. Mercenarios en tacos y hordas salvajes

Capítulo 4. Los terrenos de la sobredosis: los chutados de las líneas

Capítulo 5. La gran ola del pueblo-fútbol

Capítulo 6. Aficionados al futbolín e intelectuales del césped

Capítulo 7. Cultura-fútbol y fútbol-arte: la mistificación populista

Conclusión

Bibliografía





«La Peste (puisqui’il faut l’appeler par son nom),

Capable d’enrichir en un jour l’Achéron,

Faisait aux animaux la guerre.

Ils ne mouraient pas tous, mais tous étaient frappés...»


Jean de la Fontaine

Nota del editor

Este libro fue publicado originalmente en…, poco después de la copa del mundo de Francia de 1998, lo que en el tiempo futbolístico puede considerarse una eternidad, la mayoría de los futbolistas, así como los dirigentes, los cargos públicos, etc., que se nombran en él se han desde entonces retirado los primeros y han sido inhabilitados o sustituidos los segundos. Es cierto que parte de las denuncias que aparecen en el libro han sido resueltas de una manera u otra y que ha habido una cierta revolución en el mundo del fútbol, aunque no sea más que un pequeño maquillaje dentro de una gran maquinaria.

Sin embargo, el libro no es una denuncia sobre unos hechos o personajes concretos, es una reflexión oportuna en este como en aquel tiempo de lo que se ha manifestado como un espectáculo al que nos hemos rendido todos y en el que hemos depositado la confianza ciega a mirar a otro lado antes de denunciar sus problemas, que son muchos, y estos son especialmente importantes en lo que nos afecta desde un punto de vista social, de comportamientos o de escusa para disfrazar otros problemas más graves.

Es por ello que entendemos que el libro es extraordinariamente oportuno en estos momentos, ya que la sensación de que el mal se ha ido erradicando, con los cambios de dirigentes, las encarcelaciones, los movimientos antirracismo, etc., que se han ido produciendo en los últimos años, no ocultan que hay aún mucha oscuridad en todo lo que rodea al futbol. Como ejemplo los próximos campeonatos del mundo se van a jugar en Rusia y Qatar, dos destinos que no parecen los más indicados para limpiar la imagen de corrupción que nos han querido vender. También hemos asistido en los últimos años a varias muertes por enfrentamientos entre hinchas, o entre hinchas y policías, al ingreso en prisión de varios directivos, las guerras de televisión por los derechos de emisión, de nuevo nos encontramos con el lenguaje bélico ligado al futbol, como en el caso de España la politización nacionalista de unos y otros, con sus banderas, símbolos o cantos en tantos estadios.

Podríamos haber escondido la cabeza y olvidar los problemas para ser uno más de esos autómatas de los que se habla en el libro…, pero nos ha parecido importante que los pensamientos críticos vertidos en el texto sean accesibles al público en español, ya que sus ideas, sus propuestas, sus reflexiones, son imprescindibles para mantener una dialéctica crítica sobre nuestra sociedad.

Introducción

La futbolización del mundo: el porvenir de una pesadilla

Este ensayo, el lector lo ha adivinado, no es una enésima obra sobre la “maravillosa historia del fútbol”, la “leyenda de la copa del mundo” o los “grandes jugadores” –pasados y presentes–. La literatura apologética sobre el fútbol rebosa bastante de estos innumerables publi-reportajes beatos de admiración: epopeyas líricas, todas tan ideológicas o anecdóticas las unas como las otras, documentales novelados que recuerdan los “momentos importantes” del fútbol, libros-testimonios dictados por las estrellas del momento a periodistas con prisas, almanaques que reseñan las celebridades del balón. Estas obras, en general, tan rápidamente olvidadas como apresuradamente publicadas, participan a su manera de esta narcotización de las conciencias provocada por la “locura del fútbol”, la “pasión del fútbol, el “planeta del fútbol”. Constituyen sobre todo los relatos ordinarios de promoción, de legitimación y de diversión al uso de los consumidores del fútbol, al menos para aquellos que saben todavía abrir un libro o leer una revista. La banalidad y lo estereotipado de su contenido hacen de ellas publicaciones de pura propaganda, de marketing o de simples productos derivados1.

No hemos querido tampoco hacer un estudio exhaustivo del fútbol confiriéndole rancio abolengo académico, a la manera de esos universitarios –historiadores, sociólogos, economistas, etnólogos, etc.– que han elegido el fútbol como “objeto de investigaciones profundas”, instituyendo un tipo de “fútbología” oficial, como otros se han especializado en historia del ciclismo, del rugby, del tenis, del alpinismo, del boxeo, de la gimnasia o del atletismo. La historia del deporte es ciertamente un buen analizador de las sociedades contemporáneas, aunque hace falta no reducirla a la evolución de las técnicas deportivas, a la cronología de los récords o a la crónica de los campeones. Los estudios sobre el desarrollo de los esquemas tácticos, el arbitraje y los reglamentos, el archivo de los encuentros internacionales, las monografías dedicadas “a los equipos míticos”2, las biografías de los “grandes jugadores” o las encuestas llamadas empíricas (número de licencias, composición de los comités directivos de las federaciones, número de espectadores dominicales, precio de las entradas, evolución de las categorías socio-profesionales, etc.)3 tienen sin duda una utilidad para los gerentes que gestionan el negocio del fútbol como una empresa capitalista, pero no permiten entender en absoluto la naturaleza bélica originaria del fútbol, su lógica mercantil y sus funciones políticas reaccionarias. A los numerosos aduladores que pasan el tiempo repitiendo los tópicos sobre la “religión atlética”, defendiendo, prietas las filas, el “culto al resultado” y destilando el opio deportivo hemos querido recordarles la realidad de unos hechos que, como todos saben, son testarudos. Y por todos los soñadores impenitentes que destilan a lo largo de los años la melaza populista –y en esto consiste su trabajo de mistificación, de manipulación y de instrumentalización de la opinión pública– hemos metido nuestra nariz en el fango de los estadios, donde chapotean numerosos actores no siempre muy limpios.



EL FÚTBOL, UN ESPEJISMO MISTIFICADOR


Estas realidades evidentemente ofrecen una cara del fútbol distinta de las intactas estampas de santos4 dirigidas por la cohorte de intelectuales futbolistas y de futbolistas intelectuales. Por eso nuestro propósito es explícitamente crítico, en la línea del marxismo freudiano y de la teoría dialéctica de la Escuela de Frankfurt. Max Horkheimer escribe al respecto: “La teoría que elabora el pensamiento crítico no trabaja al servicio de una realidad ya dada, solo desvela la cara escondida”. En el caso del fútbol esta cara escondida es doble5. Primero, está relacionada con una serie de realidades censuradas, ocultadas, reprimidas, que constituyen lo cotidiano de la institución fútbol: corrupciones, negocios, arreglos, trapicheos, trampas, pero también violencias multiformes, dopajes, xenofobias, racismos y complicidades con los regímenes totalitarios o los estados policiales. Estas realidades, lejos de ser simples “desviaciones”, “desnaturalizaciones” o “derivas”, como imaginan de manera ingenua los ideólogos deportivos, constituyen la propia sustancia del fútbol espectáculo. Sin embargo, estas realidades son sistemáticamente minimizadas, banalizadas, eufemizadas y cuando terminan por convertirse en un grave “problema de orden público” (exacciones de los gamberros, racismo y antisemitismo en los estadios, endeudamiento de los clubs, delincuencia financiera), se intenta ahogarlas en la euforia unánime de los eslóganes de la muchedumbre: “Y uno y dos y tres a cero”, “hemos ganado”, “somos los campeones”, “ la victoria es nuestra”. La idolatría del fútbol juega aquí el papel de un espejismo mistificador o de una pantalla de humo opaco detrás de la cual se disimulan los secretos vergonzosos de una honorable sociedad, del mismo modo que la fachada suculenta del amor venal recubre el comercio sórdido de la prostitución y del proxenetismo. “Tras la invisible medida de los valores, el crudo dinero está acechando”, escribió Marx6. Detrás del machaque futbolístico del espacio público se perfilan siempre la guerra de los tacos, los odios identitarios y los nacionalismos xenófobos. Y detrás de las ganancias, transferencias, y ventajas maravillosas de las estrellas del césped, promocionadas como “ejemplos para la juventud”, se esconden los sueldos de miseria, el paro, la exclusión, la precariedad y la alienación cultural de grandes fracciones de la población invitadas a aplaudir a estos chicos de oro y estos mercenarios de los estadios, como antaño las muchedumbres romanas eran invitadas por los tiranos a los combates de gladiadores. Aunque la muerte de los adversarios no sea el objetivo primero de estos nuevos juegos del circo televisivo, los finales sangrientos no son raros en este universo que atrae a los camorristas como la carroña atrae a los buitres. Las masacres de Heysel (1985) y de Sheffield (1989), las catástrofes asesinas (pánico, derrumbes de las tribunas, enfrentamientos violentos entre aficionados) dentro de recintos deportivos convertidos en ratoneras mortales no son simples epifenómenos “desgraciados”, sino la consecuencia misma de la concentración de muchedumbres dentro de estadios-embudo7. El fútbol espectáculo no es solo un “juego colectivo”, sino una política de custodia de las muchedumbres, un medio de control social, una intoxicación ideológica que satura todo el espacio público. El objetivo de la exaltación colectiva de las “masas populares” llevada a cabo por el fútbol es siempre la huida onírica, la diversión social o lo que Erich Fromm ha llamado la “válvula de escape”, que permite la reabsorción del individuo en la masa anónima, es decir, el “conformismo de los autómatas”. “Este fenómeno es comparable al mimetismo de ciertos animales en la naturaleza. Se vuelven tan idénticos al medio que los rodea que apenas se los puede distinguir. El hombre que abdica de su personalidad y se vuelve un autómata recibe como recompensa la misma facultad de hacerse invisible entre otros millones de autómatas”8. Nada se parece más a un hincha que otro hincha, él mismo también miméticamente identificado con el rebaño en cuyo calor le gusta zambullirse, ¡él también portador de un balón en vez de un cráneo! Las “fiestas populares” y los “encuentros amistosos” no son por tanto inocentes “juegos de pelota”, sino la expresión propia de tres formas principales de la falsa conciencia que impide calar de parte a parte la verdadera naturaleza del fútbol: disimulación (escotomización bajo la mesa, sobornos, tratos ocultos, evasión fiscal, fraudes diversos); idealización (heroización de los campeones, estetización de los “goles fabulosos”, sobrevaloración de las “virtudes educativas” del fútbol); ilusión (creencia en la posibilidad de “enderezar” el fútbol-sistema, ponerlo al servicio de la integración, hacerlo cimiento de la cohesión social o de la concordia nacional).

Al contrario de los especialistas de la división del trabajo ideológico que compartimenta los diversos aspectos del fútbol pretendiendo cuidadosamente separar el deporte del dinero, el fútbol y la política, los “verdaderos aficionados” y los hinchas, dicho de otra manera, distinguir los lados “buenos” y “malos” del fútbol; hemos respetado el principio mayor de la dialéctica materialista: la restitución de la totalidad concreta. El resorte de cualquier dialéctica, escribe Sartre, es la idea de la totalidad: los fenómenos no son nunca apariciones aisladas; cuando se producen conjuntamente, es siempre en la unidad superior de un todo y están relacionados entre ellos por correspondencias internas, es decir, que la presencia de uno modifica al otro en su naturaleza profunda9. “El fútbol es, en efecto, un ‘hecho social total’10 sometido a una doble dialéctica de totalización”11. Totalización interna, porque todos los componentes institucionales, económicos, políticos, psicosociales, impulsivos, etc., del fútbol interactúan entre ellos. Totalización externa, porque el fútbol se puede realmente entender solo cuando se lo ubica en su contexto global: el capitalismo mundializado del cual él es el perfecto espejo. Son estas dos tesis centrales de la teoría crítica del deporte las que han sido objeto de un ataque en toda regla por parte de los defensores de la macro- secta del balón.

El consenso postmoderno alrededor del fútbol –de la “izquierda duradera” a la derecha liberal carnicera– encontró su terreno adoptivo* en la Copa del mundo de fútbol de 1998, que fue un buen revelador de la cretinización de los intelectuales, de los “líderes de opinión”, en particular los periodistas de “izquierda”, y por supuesto de las legiones del pensamiento único deportivo, donde se han cruzado celebridades de la farándula, famosillas del multimedia, “grandes pensadores de nuestro tiempo”, publicitarios en búsqueda de resultados inmediatos y presentadores serviles del “pensamiento rápido”. Todos los aficionados, fanáticos, locos por el fútbol, fetichistas de los terrenos, fanáticos del cuero y del césped. Hoy en día todavía estos afiliados a la “gran familia” del fútbol cierran cuidadosamente los ojos –por mala fe, hipocresía o mala conciencia sobre los estragos del dopaje, las corrupciones mercantiles, el mercantilismo mafioso, las explosiones de violencia, el racismo y el odio al otro que gangrenan el espectáculo multinacional del fútbol. O bien, con un candor conmovedor que confina a la obnubilación mental, disocian el deporte “puro” de sus “excesos”, “desnaturalizaciones”, “atropellos”. Los más ingenuos o los más idealistas piensan aún que es posible “salvar” el alma maldita del fútbol, de restaurar su “autenticidad” inicial, “devolvérselo a sí mismo”. Estas avestruces prefieren por supuesto conservar la cabeza a ras del césped para no mirar a la cara la monstruosa pompa sacadineros y la máquina “descerebradora” de las conciencias en que se ha convertido en unas décadas el imperio del fútbol. Se requiere, ¿no es cierto?, que el señuelo del fútbol atraiga a los pasmarotes y les haga olvidar las miserias del día a día, con sus problemas y su aburrimiento. Lo esencial es el sueño, la magia, la emoción, con las que nos agreden a coro las oficinas de publicidad, las agencias de propaganda, los grupos de presión esclavos del fútbol. Qué importan los escándalos, las exacciones criminales de los aficionados, las manipulaciones políticas, la fanatización de las masas, los muertos y los heridos en los estadios, si damos por hecho que tenemos la felicidad, la euforia, la exaltación trastornada. ¡Qué importa el frasco cuando uno tiene la borrachera! (¡el buen paño en el arca se vende!).

Esta borrachera –o, según la expresión de los ideólogos del fútbol, esta “pasión” o este “fervor”, se presenta falazmente hoy en día como un elemento de “cultura”, un “factor de integración” y hasta de “arte”. ¡Sin duda, el arte de las patadas, de las entradas fuertes, y de las zancadillas! Nuestro propósito ha sido también denunciar la otra cara escondida del fútbol, la que desde la “victoria histórica” del equipo de Francia “multi-étnico” de los Blacks-Blanco-Beurs en la Copa del mundo de fútbol de París en 1998 recubre bajo una fraseología etnológica, sociológica y hasta “filosófica” la ceguera, la complacencia y la adulación servil de tantos intelectuales, periodistas y “aficionados al fútbol”, todos unidos en la misma “ola” populista, todos aficionados a las “pasiones deportivas”, todos perros de guardia12, “efervescencias populares” –los unos perros de jauría que vibran al unísono con las “vibraciones populares”, los otros molosos encadenados a los “desenfrenos viriles de las emociones” y a la “ira de parecer”–. Estos “apasionados”, “hinchas”, “aficionados”, “tifosi”, “fanáticos”, “enganchados”, están todos hipnotizados por los escenarios de los partidos más similares cada vez a los videojuegos que les gustan particularmente a los adolescentes: sorteos, puestas en juego, golpes francos a mansalva, tiros a la portería fallidos, despejes del portero, saques de banda, córneres, fuera de juego “indiscutibles”, tarjetas amarillas o rojas, anuncios publicitarios, sonido ambiente, lanzamientos de bengalas, vociferaciones partidarias, acorralamiento de las fuerzas del orden y enfrentamientos entre aficionados. Detrás de este miserable decorado folclórico, que tanto interesa a los “etnólogos urbanos”, se mezclan sin embargo otras posturas, invisibles u opacas, referidas a la regresión masiva de las emociones –que Wilhelm Reich ha llamado “la peste emocional”, la cloroformización de los espíritus y la colonización de las conductas por el conformismo del “rebaño al cual pertenece cada uno y al cual cada uno está sometido”–13. Este colectivismo arcaico de la “pasión futbolística”, donde cada uno imita al otro, se identifica con el otro y se somete con mimetismo a la masa vibrante de los apasionados, gritando las mismas injurias, pintándose la cara con los mismos signos de pertenencia tribal, vistiendo la misma camiseta y esgrimiendo los mismos estandartes, banderas y paneles. Es exactamente la expresión de “este estado de sumisión a la masa anónima”, que ha analizado con justeza Erich Fromm: “cada uno tiene que hacer lo que hacen los otros, esto es [...] no mostrarse diferente, no destacar sobre la masa. Tiene que estar dispuesto a cambiar según las modificaciones del conjunto, sin preguntarse si lleva o no razón: su inquietud debe ser saber adaptarse, no comportarse de manera distinta”14.



INFANTILIZACIÓN Y REGRESIÓN CULTURAL


La dimisión de los intelectuales –de todas las tendencias políticas– ante esta falsa conciencia es, sin duda, uno de los hechos que marcan el paisaje ideológico francés desde la “divina sorpresa” de 1998. Adeptos, adheridos, practicantes, socios o aficionados, todos han renunciado a criticar el opio deportivo15 y se han transformado por añadidura en militantes de la “causa del fútbol”, como otros antaño habían sostenido la “causa del pueblo”. Ahora está bien visto en los círculos “burgueses-bohemios” de la “izquierda ciudadana” confesarse “enamorado del fútbol” y reconocerse lector de L’Équipe. Peor aún, desde 1998, el muy serio “periódico de referencia” Le Monde, imitando la tendencia “gente guapa” del periódico Libération, se ha convertido en una gaceta deportiva con ediciones especiales sobre las Copas del mundo y los Campeonatos de Europa, dossieres completos sobre los equipos, resultados dominicales y entrevistas. ¡Un L’Équipe en verdad mundano!

Porque el amor por el balón no autoriza sin duda la falta de pensamiento o, peor, el pensamiento único de los locos por el estadio. A todos los intoxicados por el fútbol es necesario por tanto recordarles lo que Umberto Eco subrayó con humor cortante: “Estas multitudes de fanáticos fulminados por el infarto en los graderíos, estos árbitros que pagan un domingo de fama exponiendo su persona a graves injurias, estos espectadores que bajan ensangrentados del autobús, heridos por los cristales rotos a pedradas (...), estos atletas destruidos psíquicamente por dolorosas abstinencias sexuales, estas familias arruinadas económicamente por la compra de las entradas (...) me llenan el corazón de felicidad. Estoy a favor de la pasión por el fútbol como estoy a favor de las competiciones de moto al borde de los precipicios, el paracaidismo forzoso, el alpinismo místico, la travesía de los océanos sobre canoas neumáticas, la ruleta rusa, la utilización de la droga”16.

Los espectáculos de fútbol son profundamente regresivos porque constituyen una infantilización permanente para todas las edades, todas las generaciones, todas las categorías sociales. Los mayores que siguen los partidos en la tele pueden así acordarse con emoción de los juegos de balón de su infancia en los patios del colegio donde se identificaban con sus ídolos de la época: Kopa, Fontaine, Piantoni en los años cincuenta; Pelé, Best, Charlton en los años sesenta; Cruyff y Beckenbauer en los años setenta; Platini y Maradona en los años ochenta. Los juniors y cadetes, ya precozmente machacados por la interminable cohorte publicitaria de nombres de jugadores, idean incansablemente –como una rumia obsesiva– la composición del “equipo ideal” que no olvidan, por supuesto, comparar con otros “equipos ideales”. Los periodistas deportivos también, fascinados por la compulsión de repetición onomástica deportiva, designando sin parar el mejor goleador, el mejor portero, el mejor pasador. A imagen de estos muchachos que discuten sin fin sobre los méritos respectivos de los coches de sus “papás” o de su motocicleta, o de esas lolitas que comparan las canciones de sus estrellas preferidas, los “futboleros” se deleitan con los comentarios repetitivos –de una afligida banalidad– sobre las proezas “mágicas”, “míticas”, “extraordinarias”, “geniales”, “fabulosas”, de sus héroes. El fútbol ayuda así a mantenerse en la infancia o a volver a ella. Como para reforzar esta nostalgia de los “juegos de la infancia”, la puesta en escena protocolaria de los partidos tiende cada vez más a asociar a los jugadores profesionales con los futbolistas aún demasiado verdes*, permitiendo a estos tocar desde cerca a sus “gloriosos mayores”. Así, vemos a los “mayores” ponerse en fila sobre el terreno, cogiendo de la mano a los jóvenes jugadores, o posando para la foto mientras ponen la mano de manera paternal en los hombros de los “cadetes”. Esta cura de juventud ideológica permite también, de manera más prosaica, reforzar el reclutamiento entre las nuevas generaciones. En efecto, aunque los chalanes del fútbol no se han privado nunca de enrolar a jugadores muy jóvenes, en particular en los “mercados” africanos, no se duda ahora en ir a buscarles a la cuna. “Cumplirá diez años el 5 de diciembre, mide apenas un metro cuarenta y los mayores clubes ya se lo disputan.” Jean Carlos Chera es brasileño; en el país del rey fútbol, los medios de comunicación lo presentan como el nuevo Pelé. Le dedican programas de televisión. Desde que sus hazañas técnicas (rachas goleadoras, golpes francos por la escuadra, remates de volea, combinación entre las dos piernas, espuelas, regates, fintas, vaselinas…) circulan por internet, los clubes europeos se lo disputan. El Manchester United intentó hacerle firmar un contrato, el Inter de Milán trabaja duro en ello, el FC Porto le sigue y al Valencia le gustaría poner sus garras sobre él (…). Jean Carlos, que ha dado sus primeros pasos como futbolista en el Parana Sports Athletics Association (ADAP), no esconde sus preferencias: “Jugar en el Barça sería mi sueño.” Sobre todo porque en el club barcelonés es donde destaca su ídolo: Ronaldinho. Pero el club catalán tiene otro pequeño genio del balón en su punto de mira: Panos Armenakas, un australiano de origen griego que tiene solo… siete años. Este futbolista aún demasiado verde tiene ya su agente. Su padre, John, realizó un DVD mostrando las hazañas de su hijito y lo envió a los dirigentes de los grandes clubes europeos (…). “Chelsea y Manchester United, dos de los clubes más ricos del mundo tienen todo lo necesario para no perder de vista al australiano” (Le Monde, 25 de noviembre de 2005).

La transformación de la infancia y de los niños en mercancía y el fetichismo de los jóvenes “prodigios” (tanto en deporte como en las canciones de variedades) contribuyen así a esta infantilización generalizada que alcanza hoy a toda la cultura de masas, esta “baratija” producida “para las necesidades supuestas o reales de las masas”17. Esto es lo que Adorno señaló en la cultura de masas “popular”, y en particular en la música publicitaria o comercial destilada a lo largo del año por todas las redes de difusión, es decir, el atontamiento. La despolitización y la regresión a una “cultura hecha de peluches” (ibid., pág. 72), se verifica en lo que podríamos llamar el espectáculo regresivo que no hace más que redoblar y reforzar “la escucha regresiva” –tanto en las fiestas de música electrónica, los grupos pop o los conciertos de rock como en los “ambientes locos” de los partidos de fútbol y de rugby. La música de masas, como el deporte de masas, “al contribuir al lavado de cerebro de sus víctimas (…) no solo desvían a las masas de cosas más esenciales, (sino que) confirman también su idiotez neurótica” (ibid., pág. 51). Presentando los parangones del fútbol, de la farándula y del negocio del espectáculo como tipos perfectamente intercambiables, la regresión cultural de masas acentúa la cloroformización de las conciencias, la nivelación de los gustos y la alienación política de la muchedumbre solitaria dedicada a aplaudir a su propia servidumbre voluntaria. “La música de masas y la nueva forma de escuchar contribuyen junto con el deporte y el cine a volver imposible cualquier reacción contra la infantilización general de las mentalidades. Esta enfermedad tiene un sentido contagioso” (ibid., pág. 52). Esta constatación crítica que hizo Adorno hace ya medio siglo toma hoy valor de puesta en guardia, con la generalización de los video-clips, DVD, tebeos y películas para tontos, que corresponden perfectamente a las pasiones de los descerebrados de los estadios atontados por la narcosis del fútbol18.

El contagio de la peste-fútbol que se vierte en todos los ámbitos –incluidos los que se habían salvado hasta el momento por los eslóganes debilitantes de la “cultura-fútbol” y de sus productos derivados (revistas, antologías ilustradas de los campeones, artilugios de los aficionados, etc.)– es hoy un inquietante índice de la regresión cultural generalizada. En el clima de populismo ambiental, con su ideología anti-intelectualista y su odio al pensamiento, no es un hecho anodino que la conquista de las almas llevada a cabo por el opio-fútbol sea promovida por algunos forofos de las pasiones deportivas como una verdadera causa nacional. Apuntando los efectos de masificación de la droga social en la que se ha convertido el fútbol mundial televisado, hemos querido subrayar los estragos confusos de este nuevo “opio de los intelectuales” para parafrasear un famoso texto de Raymond Aron19. Así, hemos pescado los ejemplares más ruidosos o más vistosos de los “idólatras del fútbol” en el seno del extenso club de los devotos del verde césped. Y el resultado es perfectamente instructivo. Parece, en efecto, que el fútbol es no solo una peste emotiva que tetaniza a las masas populares, sino también una forma de lobotomía que afecta sin distinción a los intelectuales, tanto a la derecha como a la izquierda, al centro como a los extremos. Delante del becerro de oro del fútbol, el espíritu crítico tiende a desaparecer y entonces, de golpe, nos vemos obligados a confirmar que el desierto avanza cada vez que se perfila la “gran fiesta mundial del balón”20. La Copa del mundo de 2006 en Alemania no deroga la regla. Una vez más asistiremos a la gran kermés de los “goles discutidos”, de los “arbitrajes dudosos” y los “partidos de alto riesgo”. Una vez más –en nombre de la lucha contra el terrorismo y de las exacciones de los ultras– el espacio público estará rodeado por un dispositivo de seguridad digno de un estado de sitio. Y en una Alemania asolada por un paro masivo, el fútbol servirá de nuevo como exculpatorio. En resumen, el día a día del opio del pueblo.

Para no derogar ya una regla bien establecida, los escándalos han empezado a arruinar los estadios alemanes igual que a los topos les gusta trabajar en los terrenos fértiles. “Un ambiente oscuro reina desde el martes 9 de marzo sobre los preparativos de la próxima Copa del mundo de fútbol en Alemania. El presidente del club de fútbol Munich TSV 1860, Karl Heinz Wildmoser, de sesenta y cuatro años, ha sido detenido y pasó la noche en los calabozos de la policía judicial bávara. Ha sido interrogado sobre un tema de presunta corrupción en la construcción de un estadio para sesenta y seis mil espectadores donde se tiene que jugar el partido de apertura de la Copa del mundo de fútbol de 2006 (...). La investigación de la fiscalía de Múnich trata del eventual pago de un sobreprecio de dos millones ochocientos mil euros, o sea el 1% del coste de la construcción del futuro estadio, a la familia Wildmoser en el convenio de la atribución de la compra a la empresa de construcción austríaca Alpine Bau (...). Su hijo, de cuarenta años y que lleva el mismo apellido y el mismo nombre que él, también ha sido arrestado e interrogado. Dirige el departamento de fútbol del club y de la sociedad Allianz Arena Mûnchen Stadion, encargada de la construcción del estadio. El entorno de Karl-Heinz Wilmoser Junior aseguró por su lado que el presidente del TSV 1860 no estaba al corriente de los pagos sospechosos. Su hijo habría afirmado haber recibido dinero con el fin de tapar las pérdidas de una sociedad inmobiliaria familiar en Dresde. Explicó que había recibido fondos y que su padre “no sabía nada de esto”, declaró Ulrich Ziegert, el abogado de Karl-Heinz Wildmoser Junior, a la Deutsche Presse Agentur. Un amigo de Wildmoser Junior y un dirigente de la sociedad inmobiliaria familiar también han sido detenidos e interrogados, este último puesto en libertad, una vez que hizo, según la prensa alemana, una confesión completa. El mundo del deporte y los responsables políticos temen que la imagen de la Copa del mundo alemana se vea manchada por este escándalo. El ministro del Interior, Otto Schilly, ha pedido por este motivo una profunda investigación con el fin “de evitar que una sombra recaiga sobre la organización de la Copa del mundo de 2006”. El responsable del Comité de organización, Franz Beckenbauer, declaró por su parte “estar totalmente sorprendido y consternado” (Alemania: un asunto de corrupción envenena el mundo del fútbol”, Le Monde, 12 de marzo de 2004). Como los escándalos continúan y se parecen en el fútbol, se supo también que los partidos trucados no eran una especialidad de las repúblicas bananeras. Desde que el jueves 27 de enero, un árbitro de la Federación alemana de fútbol, Robert Hoyzer, confesó haber amañado, en connivencia con una “mafia croata”, cuatro partidos, Alemania no habla más que de fútbol. Invitados a dar su opinión, los dirigentes políticos, que conocen a su electorado y la pasión que tienen por el balón, se estigmatizan y se escandalizan; los periódicos multiplican reportajes, editoriales y caricaturas. A menos de dieciocho meses de la Copa del mundo de fútbol, evento del que Alemania espera sacar gloria y beneficios, todos suponen las consecuencias que tendrá el asunto en la reputación del país. La persona que originó el escándalo, Robert Hoyzor, confesó públicamente haber recibido dinero para hacer ganar al menos a cuatro equipos improbables, permitiendo así a apostantes bien informados –él incluido– recibir ganancias importantes. No obstante, aparentemente el árbitro corrupto dijo algo más a los investigadores. El viernes 28 de enero, la policía de Berlín hizo unos registros en dos pisos, un despacho y un café del centro de Berlín frecuentado por el entorno futbolístico. Un auto de prisión fue emitido el sábado en contra de tres de las cuatro personas detenidas en esta ocasión. Desde entonces abundan en los estadios los rumores. El lunes, el diario Süddeutsche Zeitung informaba que Robert Hoyzer había denunciado a otros ocho jugadores y tres árbitros. Intentando limitar los riesgos, la Federación alemana de fútbol, a última hora, reasignó a otros partidos todos los árbitros que tenían que pitar el sábado. “Medidas de precaución”, anuncia, pero que confortan el sentimiento de que, decididamente, “el entorno del fútbol está sin duda enfermo”. (“Dos escándalos quebrantan la Alemania del deporte y de la política”, Le Monde, 1 de febrero de 2005.)

Enfermo –y, junto con él, sus médicos imaginarios de la peste emocional.

Notas al pie

1 Ver, por ejemplo, Jules Rimet, L’histoire merveilleuse de la Coupe du Monde, Monaco, Union européene d’éditions, Génova-Zúrich, 1954; Jacques de Ryswick, 100.000 heures de football, París, La Table ronde, 1962; Michel Drucker y Jean-Paul Ollivier, La Coupe du monde de football, París, Pygmalion, 1975; Cinquante ans de Coupe du monde, París, Les Cahiers de l’Equipe, 1978; Christian Hubert, 50 ans de Coupe du monde, Bruselas, éditions Arts et voyages, 1978; Jean Cornu, Le football, París, Larousse, 1978; Francis Le Goulven et Pilles Delamarre, Les grandes heures de la Coupe du monde, París, PAC, 1981; Thierry Roland, La fabuleuse histoire des Coupes d’Europe de 1974 à nos jours, París, Editions ODIL, 1987; Thierry Roland, La fabuleuse histoire de la Coupe du monde de 1930 à nos jours, París, Editions de la Martinière, 1998; Pierre Lanfranchi, Alfred Wahl et alii, FIFA. 1904-2004. Le siècle du football, París, Le Cherche Midi, 2004; Eugène Saccomano, Je refais le match, París, Plon, 2005. Con cada Copa del mundo recibimos una avalancha de entregas.

2 Ver, por ejemplo, Frédéric Parmentier, ASSE, Histoire d’une légende, Saint-Etienne, Editions des Cahiers intempestifs, 2004; Claude Boli, Manchester, l’invention d’un club. Deux siècles de métamorphose, París, Editions de la Martinière, 2004; Yannick Batard, Football club de Nantes, une équipe, une légende, Nantes, Cheminements, 2005.

3 Ver, por ejemplo, Alfred Wahl, Les archives du football: sport et société en France. 1880-1980, París, Gallimard/Julliard, 1989.

4 Ver, entre muchos otros, Christian Collin et Michel Sutter, Les meilleurs du football. De Pele à Platini, 50 champions, París, Olivier Orban, 1978; Robert Ichah, Les meilleurs attaquants. Les Stars du football mundial, París, Olivier Orban, 1979; Marcel Desailly (con la colaboración de Philippe Broussard), Capitaine, París, Stock, 2002; Jean Philippe, Zidane, Le roi modeste, París. L’Archipel, 2002: Jean-Jacques Sévilla, Le phénomène Ronaldo, París, Plon, 2002; Natalie Million, Piantoni, Roger-la-Classe, Strasbourg, La Nuée bleue, Nancy, Editions de l’Est, 2003; Maxence Petitjean, Le roi Henry. Biographie d’un joueur en or, París, City Editions, 2005; Dominique Rocheteau (con la colaboración de Christophe Quillien), On m’appelait l’Ange vert, París, Le Cherche Midi, 2005. Rocheteau no cree en “el dopaje generalizado y organizado” (pág. 281). Menudo plan…

5 Max Horkheimer, Teoría tradicional y teoría crítica, Paidós Ibérica, S.A., 2000.

6 Karl Marx, “Crítica de la economía política”, en Contribución a la crítica de la economía política, Akal.

7 Marc Perelman, Le stade barbare. La fureur du spectacle sportif, París, Editions Mille et une Nuits, 1998; Jean Marie Brohm, Les shootés du stade, París, ParisMéditerranée, 1998.

8 Erich Fromm, El miedo a la libertad, Paidós Iberica, S.A., 1998.

9 Jean Paul Sartre, “Matérialisme et révolution” dans Situations philosophiques, París, Gallimard, “Tel”, 1990.

10 Este concepto se debe a Marcel Mauss, Sociología y antropología, Tecnos.

11 Sobre el concepto de la totalización, ver Jean Paul Sartre, Critique de la raison dialectique. Tomo I: Téorie des ensembles pratiques, París, Gallimard, 1960.

* En el original francés dice “terrain d’election”, por “patrie d’election”, que es la patria escogida, donde se pace y no donde se nace. (N. del T.)

12 Paul Nizan, Los perros guardianes, Fundamentos, 1973.

13 Erich Fromm, Sociedad alienada y sociedad sana. Del capitalismo al socialismo humanista. Psicoanálisis de la sociedad contemporánea, Fondo de Cultura Económica de España, 1990.

14 Ibid., pág. 152.

15 Ver L’opium sportif. La crítica radical del deporte de la extrema izquierda en Quel corp? (textos presentados por Jean-Pierre Escriva y Henri Vaugrand), París, L’Harmattan, 1996.

16 Umberto Eco, “Le bavardage sportif ”, dans La guerre du Faux, París, Le Livre de Poche, “Biblio Essais”, 1987.

* En el original es “en herbe”, que quiere decir tanto “sobre la hierba” como “en agraz”, “retoño”, “principiantes”, “aún verdes”. (N. del T.)

17 Theodor W. Adorno, Le caractère fétiche dans la musique et la régression de l’écoute, París, Editions Allia, 2001.

18 Idem, “Hay escucha regresiva [espectáculo regresivo] desde el momento en el que la publicidad se convierte en terror, desde el momento en el que a la conciencia no le queda otra opción que rendirse frente a la superioridad de lo que alaba y no le queda otra que comprar la paz de su alma apropiándose literalmente la mercancía que se le regala” (ibid., pág. 53).

19 Raymond Aron, L’opium des intellectuels, París, Gallimard, “Ideas”, 1968.

20 Friedrich Nitetzche, Así habló Zaratustra, Alianza, 2005: “El desierto crece; malditos los que ocultan desiertos.”

Capítulo 1

La pasión-fútbol: un opio del pueblo

Calificando el fútbol de peste emocional, hemos querido insistir en sus efectos psicológicos de masas. Las “pasiones deportivas” no son, en efecto, anodinas emociones colectivas –“identitarias” o “igualitarias”– como sostienen con un bello impulso unánime los aficionados de las supuestas “vibraciones festivas”, sino justamente la expresión de una patología social pandémica. El fútbol es la manifestación más insidiosa y más universal de una forma de alienación social que podríamos calificar, con Erich Fromm, de “pasión de destruir”. Como dice: “El hecho es que los deportes de competición estimulan una fuerte dosis de agresividad.” Uno se puede dar cuenta del grado de intensidad al que se puede llegar si se recuerda ese partido internacional de fútbol que desembocó hace poco en una pequeña guerra en América del Sur1. Esta destructividad manifiesta y violenta –los enfrentamientos entre aficionados– o latente y subliminal –el odio al adversario– es a la vez canalizada / rechazada y favorecida / exacerbada por los partidos, las revanchas, los retos, los duelos que dan ritmo incansablemente a la actualidad del fútbol. Las violencias del fútbol no son por supuesto comparables a las carnicerías, masacres y hecatombes de las diversas guerras catalogadas como tales (guerras clásicas, guerras coloniales, guerras civiles, guerras étnicas, terrorismos, etc.), pero, por su frecuencia, su generalización y sus consecuencias sobre el cuerpo social, condicionan las opiniones preparándolas para los enfrentamientos físicos y se parecen –por sus discursos, sus modos operativos, sus arranques, sus formas de polarización– a otros discursos y artes de la guerra2.

Las batallas del fútbol –“partidos decisivos”, “partidos de alto riesgo”, “partidos intensos”, “partidos comprometidos” y otros eufemismos de los choques futbolísticos– son así “máquinas deseosas”, perversas, donde se destilan las emociones belicosas, las pasiones megalómanas, las excitaciones odiosas, la voluntad de aplastar, de humillar, de dar un correctivo a los equipos competidores. El fútbol, con su culto de la fuerza física, de la brutalidad, de la pelea, es una forma de idolatría que genera una sociedad asolada por la violencia. Lejos de constituir como consecuencia una “contra-sociedad” pacificadora, animada por la “pasión de igualdad” y la democracia “meritocrática”, el fútbol es la escuela de la guerra: guerras de barrios, de las ciudades y de las naciones, guerras de camisetas, de patrocinadores y de las televisiones, guerras étnicas (racistas), guerras entre los aficionados y, para terminar, guerras civiles. Los ideólogos que deploran periódicamente “el recrudecimiento” del racismo, del antisemitismo y de la xenofobia son incapaces de entender que la exasperación de las pertenencias identitarias, la exaltación de las diferencias, las crispaciones comunitarias, pueden engendrar el odio del otro, porque las mueve el furor de vencer a toda costa, que es hoy en día la lógica despiadada del fútbol-negocio.

Como lo confesaba, no sin una pizca de cinismo, Michel Platini, respondiendo a una pregunta respecto a la promoción del juego limpio y de la ética en el campeonato de Francia: “Es demagógico, pero es normal intentarlo. Como es normal que esto no funcione. El fútbol es un deporte de contacto, de vicio (sic), no es tenis. De todos modos, ya no estamos en la óptica del juego bonito. La derrota se ha convertido en un drama financiero más que en un drama deportivo.” (Le Monde, 5 de octubre de 2002.)



LA IDOLATRÍA DEL BALÓN


La locura fútbol jaleada por los ideólogos postmodernos es un fenómeno típico de idolatría, al mismo nivel que otras pasiones alienantes (pasión del juego, pasión sadomasoquista, pasión tauromáquica, pasión por la caza, pasión por atesorar, etc.). La pasión-fútbol no escapa a esta ley del desarreglo de los impulsos. Adular a tal o cual estrella, coleccionar las camisetas y los autógrafos, no faltar a ningún partido que se retransmita por televisión, fundirse en la masa vociferante de los aficionados, leer con avidez L’Équipe, pensar en fútbol, hablar de fútbol, ser fútbol, tantas formas de auto-alienación a la que se refiere Erich Fromm cuando habla de idolatría. El individuo alcanzado por esta desposesión llega en efecto a “construir un ídolo, luego adora este resultado de su propio esfuerzo humano. Sus fuerzas vivas se han diluido en una ‘cosa’; ya que esta cosa se ha convertido en un ídolo y ha perdido su verdadera naturaleza para convertirse en un objeto independiente situado encima de él y dirigido contra él; le adora y está sometido a él (…). Cualquier acto de sumisión, de adoración es, en este sentido, un acto de alienación y de idolatría (…). Es también legítimo hablar de idolatría o de alienación en las relaciones que uno puede tener consigo mismo, cuando uno es presa de pasiones irracionales. El que está consumido por la sed de poder no percibe la riqueza ilimitada de su ser verdadero, porque se ha vuelto esclavo de una parte de sí mismo, proyectada en objetivos exteriores, ‘que lo posee’. La persona que se dedica a la pasión exclusiva del dinero esta poseída por esta persecución, y el dinero se ha convertido en el ídolo ante el cual se postra”3. Los hinchas del fútbol –desde las clases populares hasta los intelectuales pasando por los parados, los presidentes-directores generales o los “jefes dinámicos”– paralizados por la manía de los resultados, fascinados por el vacío abismal de los comentarios radiotelevisados, devorados por los remordimientos de las “ocasiones falladas”, obnubilados por la alineación de su equipo, trastornados de felicidad por la victoria o deprimidos por la derrota, pertenecen con cuerpo y alma a una entidad mística que les posee, guía sus reacciones y sus conductas, confunde su espíritu y les entrena periódicamente en diversos “delirios colectivos” (borracheras de grupo, vandalismos, manifestaciones intempestivas, “histerias colectivas”, enfrentamientos con las fuerzas del orden). “El aficionado al fútbol es un poseído”, y debido a eso es sometido a estas entidades místicas que le obsesionan y frecuentan o pueblan su espíritu, sus esperanzas, sus preocupaciones, sus odios, sus entusiasmos: un “jugador de excepción”, “un club mítico”, un “gol de antología”, “un partido fabuloso”. Se puede encontrar aquí una cierta analogía con la posesión en el sentido étnico-psicoanalítico del término, como la define Tobie Nathan: “La ocupación del “interior” de un sujeto por un ser cultural”4. Este ser cultural, añade Tobie Nathan, puede ser un ser de pensamiento, un ser de teoría, un ser de creencia. Podríamos añadir: un personaje mítico, un “héroe de los estadios”, un campeón o cualquier otra entidad idealizada. Tobie Nathan subraya que, en efecto, “cada pueblo posee seres benéficos (dioses, espíritus, antepasados) que tienden a encarnase poseyendo a los vivos. Estos seres místicos, sobrenaturales, estos seres ‘teóricos’, se manifiestan siempre entre los vivos mediante las distorsiones y agitaciones del cuerpo del poseído. Se podría decir que ‘el pensamiento toma entonces cuerpo’”5. “Los dioses del estadio” y las estrellas del césped representan a estos personajes susceptibles de “cabalgar” sobre los poseídos de las gradas, de agitarlos y de ponerlos en trance, provocando “estados alterados de la conciencia”, “histerias colectivas” y muchas otras manifestaciones de desposeimiento y de alienación, que se dan sobre todo en actos multitudinarios. Pero el fútbol es por excelencia un deporte de multitudes, un deporte que permite las concentraciones de multitudes, las vibraciones de multitudes, las excitaciones de multitudes y, por supuesto, todos “los excesos de la turba”.

Si la sociología académica francesa ha tenido la tendencia de descuidar la importancia de los fenómenos de muchedumbre, la psicología social marxista-freudiana, la escuela de Frankfurt y otras corrientes teóricas6 han insistido, por el contrario, sobre la función capital de la psicología de masas, en particular en lo que Adorno ha llamado con un término muy sugestivo “la monstruosa mecánica de la diversión”7, que supuestamente luchan contra el aburrimiento y el vacío psicológico de la multitud solitaria contemporánea. El fútbol es, precisamente, esta toxicomanía social de masas que se apodera de las “multitudes manifestantes” y de las “multitudes activas”, según la terminología de Gabriel Tarde8. Estas multitudes emborrachadas por el fútbol son esencialmente manadas guerreras, manadas de caza y de linchamiento, y a veces hasta multitudes criminales cuyos “desbordamientos” dentro y fuera de los estadios constituyen lo cotidiano del espectáculo. El confinamiento en espacios cerrados –arenas, recintos deportivos, estadios, velódromos, circos–, lo que Elias Canetti llama también “la masa en anillo”, es el escenario de diversas descargas emocionales por las que pasan las masas estancadas, sentadas y expectantes, rítmicas, excitadas y ruidosas. “El clamor que era costumbre antaño durante las ejecuciones públicas cuando el verdugo blandía la cabeza del criminal, el clamor que se oye hoy en día en las manifestaciones deportivas, son la voz de la masa”9. Estos clamores –rugidos, gritos, vociferaciones, silbidos, broncas, cantos– son descargas de masa que se oponen a otras descargas de masa: masa contra masa, clanes de aficionados contra otros clanes de aficionados, multitudes victoriosas contra otras multitudes vencidas –hordas desencadenadas–”.