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Vicente Molina Foix

DOS TRAGEDIAS GRIEGAS

Electra


Medea

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EDITA A. Machado Libros

Labradores, 5. 28660 Boadilla del Monte (Madrid)
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© Vicente Molina Foix
Fotografía de portada: © davidruano fotografía
© de la presente edición: Machado Grupo de Distribución, S.L.

REALIZACIÓN: A. Machado Libros

ISBN: 978-84-9114-294-2

Índice

Prólogo

Electra

Medea





A Ana Belén y

José Carlos Plaza

Prólogo

Electra y Medea son, junto a Antígona, Fedra e Ifigenia, las heroínas que más han inspirado a los dramaturgos posteriores a los grandes trágicos de la antigüedad. Por hablar solo del siglo XX y de Electra, autores como Eugene OŃeill, Hugo von Hofmannsthal, Jean Giraudoux, Jean-Paul Sartre, Marguerite Yourcenar o Virgilio Piñera (sin contar a Galdós, cuyo drama Electra solo evoca el nombre pero no la peripecia de la princesa argiva) volvieron todos al fundamento helénico para reelaborar, cada uno a su modo y tomando como principal guía a Sófocles y a Esquilo, el carácter de la hija de Agamenón y Clitemnestra.

Al escribir en el año 2012 Electra yo partí, con amplia libertad de concepto y forma, de la variante argumental de Eurípides, a mi juicio el más moderno y de mayor osadía dramática entre los maestros griegos, con la intención de plasmar una tragedia familiar que rememora hechos remotos sin perder resonancia en nuestra conciencia contemporánea. Y junto a la figura titular de la atribulada hija de reyes movida por un impulso moral superior al de la venganza, tenía que latir el espíritu de la casa de los Atridas, afectando a los demás personajes, Orestes, Clitemnestra (antagonista crecida y esencial de mi función), el Ayo y el Labrador, personaje este muy desarrollado y focal al que puse por nombre Alceo; ambos introducen, al igual que la recreada Nodriza de mi Medea, el componente del sentido común popular y la comicidad como escape natural de la truculencia y válvula correctora de sus peores desmanes.

Corifeos y dioses desaparecen así de esa Electra ahora publicada, en la que el ansia de justicia, la lucha del poder, las diferencias sociales, la mentira y un profundo amor a veces malsano constituyen la trama celeste de un mundo de criaturas terrenas.

Respecto a Medea, escrita en 2015, se trata de un personaje doblemente legendario, porque a la suya le precede otra leyenda no menos poderosa, la del viaje en busca del Vellocino de Oro emprendido por los Argonautas al mando de Jasón. Nuestra Medea refleja el mundo propio de esta mujer impetuosa y los antecedentes de la conquista del sagrado trofeo, fundiendo, como así debió de suceder en algún remoto día, la persona y las artes de la princesa hechicera con la silueta del marino desposeído de su reino y su orgullo guerrero. La obra que escribí a lo largo de seis meses, acompañado por la lectura de distintos textos poéticos y dramáticos del período grecolatino, se mueve asimismo en dos frentes: el sueño heroico y la crudeza intemporal de una crisis de pareja hecha de intereses, miedos y amor violentamente defraudado. Eurípides y Séneca fueron los precursores, aunque también, entre otros, me inspiraron la gran novela en verso de Apolonio de Rodas Las Argonáuticas y los maravillosos relatos poemáticos de Ovidio. El molde argumental y ciertos pensamientos nacen de ellos, pero, siguiendo la estela de los escritores de todos los tiempos que fueron a los orígenes del drama para abastecerse y revalidar su lección, quise ser un ferviente infiel, introduciendo elementos nuevos y dando a tres personajes de la obra (la Nodriza, el Preceptor y Creonte) perfiles propios y parlamentos nuevos en los que la ironía, la grandilocuencia y la más grotesca lascivia se mezclan con la humana sabiduría y la compasión.

He dedicado los textos de estas dos tragedias a quienes desde el primer momento fueron cómplices y testigos de su escritura, Ana Belén en tanto que excelente protagonista ideal de las representaciones escénicas, y José Carlos Plaza como director tan respetuoso de la palabra como inventivo en su resolución teatral; ambos estrenos fueron encargo del director del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, Jesús Cimarro, a quien le debo gratitud por la iniciativa, extendiendo asimismo mi agradecimiento a todo el equipo de la productora Pentación, con especial mención de cariñosa pena y admiración a la recientemente fallecida Kathleen López Kilcoyne. Sin olvidar, por supuesto, al elenco artístico de dichos montajes, donde figuraban grandes profesionales de brillante trayectoria como Pedro Moreno ocupándose del diseño de vestuario y Mariano Díaz componiendo la música original. No puedo aquí citar, a riesgo de hacerme prolijo, a todos los actores de los dos repartos, pero tampoco silenciar las extraordinarias (y justamente premiadas) interpretaciones de Julieta Serrano como la Clitemnestra de Electra y Consuelo Trujillo en la Nodriza de Medea. Con un recuerdo al gran actor desaparecido Carlos Álvarez-Novoa, en su día lector inteligente de mi texto e inolvidable Ayo de Electra.

Todos ellos formaron, delante y detrás del escenario, la compañía soñada en una aventura que a través de los siglos transcurridos nos lleva al territorio en el que aún nos movemos: el de las pasiones imperecederas. Los primeros autores dramáticos lo cimentaron con sus obras, y hemos tenido el privilegio en España de contar con una escuela de filólogos y traductores del griego y el latín de enorme calidad y solvencia, reconocida me temo más fuera que dentro de nuestro país, donde ahora mismo la enseñanza de estas dos lenguas de insoslayable trascendencia literaria corre el riesgo de ser recortada y tenida por superflua. Sin embargo, nada de lo que los antiguos maestros escribieron, y sus aprendices lectores nos atrevemos a glosar y reimaginar en cada edad posterior, deja de importarnos, de iluminarnos, de darnos rostro y alma.


Vicente MOLINA FOIX

Electra

Texto dramático de Vicente Molina Foix






PERSONAJES


ELECTRA, una hija que quiere hacer justicia

CLITEMNESTRA, una esposa de dos reyes

ORESTES, un desterrado que vuelve

ALCEO, un campesino enamorado

EL AYO, un anciano de larga memoria

PÍLADES, un compañero y testigo

EGISTO, un rey usurpador

CUATRO DAMAS de Micenas


La acción transcurre en el palacio real de Micenas y en los campos cercanos






PRIMER ACTO


Escena primera


La fachada del palacio real de Micenas. Es el atardecer, y se oye un cántico sin palabras, distante: el lamento desgarrado de una mujer (Electra), que se va perdiendo en la lejanía.


VOZ DE CLITEMNESTRA.–¿Dónde está Electra? ¡Electra! (Estas primeras exclamaciones son tajantes, pero la voz de la reina cambia y podría ser ahora la voz de una pesadilla.) Electra, Electra. ¿Dónde estás?


Aparecen entonces en los balcones superiores del palacio tres damas de la corte.


DAMA 1ª.–Es la hora.

DAMA 2ª.–Es su hora.

DAMA 3ª.–La hora de Electra.

DAMA 1ª.–Y no está.

DAMA 2ª.–No está.

DAMA 3ª.– (Irónica.) ¿Dónde está Electra?

DAMA 4ª.– (Entrando por un lateral en el escenario.) A esta hora, todos los días, a esta misma hora, Electra venía aquí, delante de estas piedras que son el fundamento de este reino…

DAMA 1ª.– (Bajan al escenario las tres damas) … Sí, delante de estas nobles piedras que los Atridas levantaron hace muchos años…

DAMA 2ª.–… hace más de cien años…

DAMA 3ª.–… hace más de ¡mil años!

DAMA 4ª.–Delante de estas piedras venía a esta hora Electra, todos los días, desde el mismo día en que su padre Agamenón, soberano de hombres, ya no pudo abrazarla al caer la tarde…

DAMA 1ª.– (Bajando la voz, temerosa.) El rey no pudo abrazarla…

DAMA 2ª.– (Igual de temerosa.) Agamenón ya no pudo…

DAMA 3ª.– (Igual de temerosa.) No pudo ya abrazar a Electra al caer la tarde…

DAMA 4ª.– (Elevando la voz, desafiante.) Al caer la tarde cayó la sangre del soberano.

DAMA 1ª.–Muerto…

DAMA 4ª.–¡Asesinado! Yo misma vi caer la sangre del rey, desde su pecho, partido en dos por la espada, partido en dos a la altura del corazón, como una fruta que aún tenía que madurar en el frondoso árbol de su vida…

DAMA 2ª.– (Se suma al tono desafiante de la Dama 4ª.) También yo vi caer la sangre de Agamenón, desde el pecho partido en dos hasta su vientre recio como estas piedras…

DAMA 3ª.–Cayendo desde el recio vientre hasta las piernas, dos columnas de carne blanca, rojas por el color de la sangre.

DAMA 1ª.–La sangre derramada desde el pecho roto hasta los pies descalzos de Agamenón, dos naves con su armazón ya quieta, flotando en el mar de su muerte…

DAMA 4ª.–Nadie pudo bajar las escaleras de este palacio aquella tarde. La sangre del rey manchaba el mármol, caía como un río por los peldaños, hasta llegar al patio, donde inundó la tierra de los Aqueos…

DAMA 2ª.–La tierra como un lago de sangre.

DAMA 3ª.–El palacio envuelto en una niebla de sangre.

DAMA 1ª.–La reina…

DAMA 2ª.– (Con temor también.) La reina… Clitemnestra…

DAMA 4ª.– (Desafiante, sarcástica.) La reina Clitemnestra… y el nuevo rey y nuevo esposo suyo…

DAMA 3ª.–Egisto…

DAMA 1ª.–Clitemnestra…

DAMA 2ª.–Clitemnestra y Egisto…

DAMA 4ª.– (Fiera.) Los dos manchados de sangre.

DAMA 1ª.– (Adopta el tono fiero.) El cabello de Egisto chorreando sangre…

DAMA 2ª.– (Igual.) La túnica de seda de la reina salpicada de sangre…

DAMA 3ª.– (Igual.) La espada de Egisto sucia de sangre…

DAMA 4ª.–Las uñas de la reina Clitemnestra… pintadas con la sangre del rey Agamenón.

Se oyen ruidos dentro del palacio, y las tres damas primeras recobran el temor o la prudencia, cambiando de conversación.

DAMA 1ª.–Dónde estará Electra… La reina ha preguntado por ella.

DAMA 2ª.–La reina ha soñado con ella.

DAMA 3ª.–Electra ya no está.

DAMA 4ª.–La túnica de Electra era blanca, y siguió siendo blanca aquel día, ¿no os acordáis vosotras?

DAMA 1ª.–Hace ya mucho tiempo de aquel día.

DAMA 2ª.–Pronto hará veinte años de aquel día.

DAMA 3ª.–Aquel día aciago.

DAMA 4ª.– (Insiste en el relato del crimen.) Electra era entonces una joven doncella…

DAMA 1ª.–Como nosotras.

DAMA 2ª.–De la edad de nosotras.

DAMA 3ª.–Alguna vez jugaba con nosotras.

DAMA 4ª.–Alguna vez jugó con nosotras, pero dejó de jugar desde aquel día. El día en que Electra, con su túnica blanca, abrazó el cuerpo de su padre, partido en dos, y abrazó sus piernas, dos columnas rojas caídas por tierra. La túnica de Electra seguía blanca al acariciar los pies del soberano, hundidos en el mar de su muerte, y al besar la hermosa cara sin vida de Agamenón. Blanca al tocar con sus dedos vírgenes los ojos sin mirada de Agamenón. La túnica y las manos de Electra, siempre blancas.

DAMA 1ª.–Yo no vi aquella tarde las manos de Electra.

DAMA 2ª.–Yo no recuerdo el color de su túnica.

DAMA 3ª.–Yo estaba ordenando la ropa de la reina en sus aposentos, y no vi nada.

DAMA 1ª.–Yo estaba preparando el baño de la reina…

DAMA 2ª.–Y yo secando el cuerpo mojado de Clitemnestra…

DAMA 3ª.–Yo perfumando su pelo húmedo…

DAMA 4ª.– (Desdeña la cobardía de sus compañeras.) Al caer la tarde, todos los días de todos los años pasados desde aquel crimen, venía Electra a este trozo de tierra que aún conserva la mancha de la sangre de su padre, y lloraba…

DAMA 1ª.–Gemía…

DAMA 2ª.–Con un lamento que parecía llamar a su padre…

DAMA 3ª.–Un cántico de muerte…

DAMA 1ª.–La acongojada doncella Electra.

DAMA 2ª.–Electra la mujer huidiza.

DAMA 3ª.–La mujer huraña.

DAMA 1ª.–La solitaria hija del rey muerto.

DAMA 2ª.–La arisca hija de la reina Clitemnestra.

DAMA 3ª.–Electra y su voz quejosa.

DAMA 4ª.– (Cortante.) Electra ya no viene a lamentar la muerte del soberano ante estas piedras, que son el fundamento de este reino.

DAMA 1ª.–¿Cuánto hace que Electra no llora ante estas piedras?

DAMA 2ª.–Hace mucho…

DAMA 3ª.–Un año…

DAMA 4ª.–Hace más de dos años que Electra, a esta hora en que el sol cae, ha dejado de darnos su luz.

Aparece entonces en la puerta del palacio la reina Clitemnestra, agitada, con el pelo revuelto y llevando una especie de camisón.

CLITEMNESTRA.–¿Dónde está Egisto?


La Dama 4ª se aleja y desaparece, y las otras tres se disponen a atender a su señora la reina, que busca con la mirada y se acerca al lugar de la piedra donde podrían quedar huellas de sangre del rey Agamenón. Las damas le traen ropajes y ungüentos, y empiezan a arreglarla y peinarla.


CLITEMNESTRA.–No quiero vestirme de reina esta noche. ¿Por qué me traes ropa de ceremonia, si no hay ceremonia? Egisto está de caza, y siempre que las gacelas y las torcaces se le dan bien, no vuelve. O vuelve al amanecer, cuando yo me he cansado de esperarle y me he dormido sola en la cama. Sola. (Clitemnestra se deja arreglar, indiferente.) Y antes era igual. Antes. El rey Agamenón era un cazador consumado. Sus trofeos tenían nombre. Criseida, Briseida, Danaide…, ya ni me acuerdo. Todas tenían nombres muy parecidos, y ellas mismas, según me han dicho, también se parecían. Todas eran de hermosas mejillas, altas de talle, más que yo, diestras en la poesía algunas, y otras muy aguerridas, como amazonas. Todas puras. Él se encargaba de hacerlas impuras. Claro que Agamenón estaba en una guerra, y los soldados tienen dispensa. Los soldados, y más que los soldados los comandantes, dan y reciben regalos. Briseida, Criseida, Casandra…Qué se yo. El botín de guerra de mi esposo. Ifigenia. (La mención de ese nombre impresiona a las damas.) También Ifigenia, mi hija mayor y más amada, cayó abatida en la caza; su padre Agamenón se la ofreció como ave de presa a otro cazador aún más poderoso que él. La guerra exige trofeos. La guerra deja despojos. (A las damas.) ¿Ya habéis acabado? En esta casa hay demasiados espejos, y cada uno, cuando me miro en él, me habla de una mujer distinta. (Aparece entonces la Dama 4ª, y la reina se dirige a ella.) ¿Has visto a mi segunda hija, Electra? Tú siempre has estado cerca de ella.

DAMA 4ª.–La princesa Electra ya no vive en este noble palacio.

CLITEMNESTRA.–¿No? ¿Y por qué no?

DAMA 4ª.–Vos deberíais saberlo, mi señora.

CLITEMNESTRA.–¿Yo? Yo solo soy la esposa del rey. La esposa de dos reyes.

DAMA 4ª.–Sí, mi señora.

CLITEMNESTRA.– (¿Finge o tiene un asomo de mala conciencia?) Electra siempre venía al atardecer, y se ponía a llorar delante del palacio. Yo cerraba las puertas de mis habitaciones a esa hora, y aun así me llegaba su llanto, como una melodía del más allá.

DAMA 4ª.–Eso hacía mi señora, en efecto.

CLITEMNESTRA.–¿Y por qué no lo hace ahora?

DAMA 4ª.–La princesa Electra no vive entre nosotros. Ya no.

CLITEMNESTRA.–¿Ya no? ¿Y dónde está Electra?


Al no obtener respuesta, la reina desaparece hacia el interior del palacio.



Escena segunda


Un hombre de aspecto humilde y maneras rústicas está trabajando en el campo, y oye cercano el lamento femenino cantado del comienzo de la obra; el labrador se detiene en su tarea, escuchándolo, hasta que la voz termina su cántico.


LABRADOR.– (Retoma su tarea.) Siempre canta a esta hora, mientras yo recojo las legumbres para el potaje. No entiendo lo que dice, pero su dolor me duele. Ahora estará volviendo a casa, sin pararse a beber en la fuente, sin coger las flores que la lluvia ha hecho salir de la tierra seca. Ahora estará cerrando la puerta de la cabaña. Ahora duerme, o hace que duerme. Y yo aún tengo que limpiar el establo, y dar de comer a las bestias.


El Labrador recoge sus sacos de legumbre y forraje y camina, hasta llegar a una cabaña muy modesta, que tiene la puerta cerrada. Andando con cautela, el hombre pega el oído a la puerta, y nada se oye; después, siempre de puntillas, se acerca a la única ventana y mira hacia el interior. Debe de hacer frío; el hombre se dispone a encender una hoguera, pero la leña está sin cortar, y el hacha clavada en uno de los troncos haría ruido. Entonces se abre la puerta de la cabaña y sale Electra, vestida con una sencilla ropa blanca de tela basta. El Labrador cambia de actitud y de gesto cuando Electra aparece (y siempre que está ella en escena. Ella le intimida y le impone).


ELECTRA.– (Al ver al Labrador intenta un sonrisa y se le acerca, pasándole su mano por los brazos.) Estaba soñando. No sé cuánto he dormido.

LABRADOR