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1ª Jornada

A la mañana siguiente comienza la prueba.

A las 6:00 de la mañana unos afanosos bereberes comienzan a retirar de nuestras cabezas las tiendas vociferando “Yala, yala”. A continuación, hay que ponersea la cola para aprovisionarse de agua, picar la tarjeta de control, disponer la mochila de tal modo que los objetos de mayor dureza no presionen sobre la espalda. Joan y Xavier apuran con sus cucharas puré para bebés. Mi Müesli lo he apurado rápidamente, Ana necesita imperiosamente chocolate caliente y aquello a lo que Raúl y Marcelo se dedican con tanto empeño es un secreto que se guardan para ellos.

Con una meticulosidad que roza la pedantería me ajusto las polainas sobre el calzado y bajo los calcetines de compresión. Pronto predomina un ambiente festivo. Ha llegado el momento. Nos encontramos en el Maratón des Sables y apenas podemos darnos cuenta de ello. Felicitaciones, palmadas en la espalda, abrazos; predomina un ambiente fantasmal. Caminamos juntos hacia la posición de salida. Todos han visualizado el trayecto en el libro de ruta. Pero yo no, pues no me sería de utilidad. Yo quiero verlo, sentirlo. Debo hacerlo.

Patrick Bauer trepa a lo alto del techo de un vehículo, situándose a su lado una intérprete de inglés. Bienvenidos a la 30ª edición del Sultán Maratón de los Sables. En la línea de salida se sitúan 1360 corredores y corredoras. Un nuevo récord. A continuación, Patrick felicita a los que celebran hoy su cumpleaños y da las últimas recomendaciones. No olvidar la protección solar. Tomar necesariamente y de forma regular las tabletas de sal, beber, aquí predomina un calor seco y polvoriento, pues se suda y no se da uno cuenta de ello, por lo que la primera etapa habrá simplemente que abordarla con calma. Desde luego, todos deseamos que todos alcancen la meta. Arriesgarse con la velocidad es algo que sólo tiene sentido para los corredores líderes. Nos esperan 36,2km de desierto.

De repente, alguien gira al máximo el volumen de los altavoces. Se interpreta un título de AC-DC; Highway to Hell, lo que nos pone la piel de gallina en todo el cuerpo. Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno y comienza la carrera.

Apenas cinco metros sobre la turba humana que acaba de salir sobrevuela un helicóptero provisto de cámara. Rabiosamente decidida comienza a avanzar la tropa. Yo me mantengo en la parte trasera en la arena en medio de una gran polvareda.

El suelo es blando, arenoso y difícil de desplazarse sobre el mismo. Con una ligera pendiente de ascenso sobre la que nunca encontramos tierra firme bajo nuestros pies, por lo que habrá que descartar el establecimiento de un ritmo.

A continuación, avanzamos sobre un monte, en la parte opuesta en su declive con dirección a unas verdaderas dunas. La arena rojiza amarillenta transmite una suave y cálida sensación. Un paisaje de dunas suavemente onduladas y en la lejanía montañas de un azul resplandeciente. De forma insegura y torpe intento buscar en la arena zonas más compactas. Me resbalo en todas las direcciones, observo a los demás y tampoco en ellos descubro ninguna técnica que sea más correcta, pues los otros actúan con más habilidad y ligereza. Observándolos detenidamente también se esfuman en parte de ellos las ventajas de las que se venían aprovechando, siendo muy pocos los que verdaderamente avanzan con rapidez.

Yo había realizado mis entrenamientos en la playa de nuestro pueblo, en las dunas de San José, habiendo viajado especialmente a Tarifa y al Cabo de Gata para elaborar una técnica de marcha sobre la arena de largas playas. Provisto de una mochila con su carga. Pero la arena de aquí es infinitamente más fina. Intento cargar el pie en su parte trasera y enseguida la delantera, seguidamente más sobre uno y alternativamente más sobre el otro. La mejor posición parece resultar la de mantenerlo completamente plano. Sólo habrá que procurar no cargar la punta del pie al tropezar. No atentar de modo alguno contra la arena. Ya se me brindarán bastantes oportunidades para pulir esa técnica de marcha.

Por fin salimos de las dunas, atravesamos un valle para desembocar seguidamente en otro campo de dunas. En la lejanía sobresalen rocas de pizarra gris de la arena de las dunas. Conforme vamos acercándonos se hacen más grandes y crecen hasta convertirse en montes.

El paisaje que nos rodea nos corta la respiración. El tiempo límite para recorrer esta etapa es de diez horas y treinta minutos. Avanzo a buen ritmo y dispongo de mucho tiempo para contemplar el paisaje.

Se avista el primer puesto de control. Barreras de color blanco a través de las que tendremos que circular, dependiendo del número de dorsal de cada uno, donde se sellarán las tarjetas de control y deberá hacerse acopio de agua. El hombre que me proporciona el agua me mira a los ojos y me comenta de buen humor y con pleno convencimiento: “Lo conseguirás, lo estoy viendo”. Dicho comentario es de agradecer; produce un efecto reconfortante.