Fantasmas
Más allá de la ficción
Lo que se sabe, lo que se oculta, lo que se niega
Eleonor Burton
Edición Digital
Colección Conjuras
L.D. Books
Fantasmas
© Eleonor Burton, 2016
L.D. Books
D.R. ©Editorial Lectorum, S.A. de C.V., 2016
Batalla de Casa Blanca Manzana 147 A Lote 1621
Col. Leyes de Reforma, 3a. Sección
C.P. 09310, México, D. F.
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ventas@lectorum.com.mx
Primera edición: junio de 2016
ISBN edición impresa: 9781539593485
Colección CONJURAS
D.R. ©Portada e interiores: Mariel Mambretti
Características tipográficas aseguradas conforme a la ley.
Prohibida la reproducción total o parcial sin autorización escrita del editor.
Índice
Introducción
Capítulo 1. Un paseo por la otra orilla
Capítulo 2. Algunos casos célebres
Capítulo 3. Casas que no cobijan
Capítulo 4. Voces en el aire
Capítulo 5. Poderosos, bellos, desdichados
Capítulo 6. Los fantasmas de la noche y los del día
Capítulo 7. Muertos célebres y anónimos (hasta ahora)
A modo de conclusión
Apéndice fotográfico
Bibliografía
Introducción
Casi desde el mismo momento en que el hombre comenzó a reunirse en tribus, a recordar a sus muertos y a venerar a sus dioses, la inquietante presencia de fantasmas (o al menos la sensación de su existencia) acompañó su vida cotidiana. Eran muertos que regresaban al mundo de los vivos para advertirlos sobre peligros inminentes o para cobrarse viejas deudas; también, y más sencillamente, seres que acudían al ámbito abandonado porque no les era permitido “descansar en paz”.
Como siluetas capaces de atravesar la materia; como sonidos perceptibles, producidos por un ente invisible; como fuerzas que mueven objetos de un lugar a otro, y de múltiples otras maneras, muchos seres humanos aseguran haber sido visitados por una “aparición”, según la genealogía griega del término “fantasma”.
En latín existe también una palabra que puede y suele asociársele. Se trata de spiritus, y es recogida por varias religiones, incluida la católica, que lleva su carácter inmaterial incluso al concepto de Espíritu Santo. Pero, en este caso, el “espíritu”, que significa “aliento”, a diferencia de una “aparición”, simboliza la bondad de la fuerza divina, su potestad eterna e impersonal, más que la presencia de muertos que llegan al mundo de los vivos con reclamos o advertencias.
Científicamente hablando, en tanto, no existe ni una sola evidencia clara y contundente respecto de la existencia de seres fantasmales. Es más: la ciencia les atribuye a la imaginación y a la sugestión ciertas percepciones que pueden asociarse con apariciones.
Puestos a la tarea de tener que explicar la presencia de imágenes, sonidos o movimientos de objetos, los científicos acuden a los diferentes campos magnéticos que genera el movimiento terrestre. Dichos campos magnéticos no sólo son capaces de generar luminosidades o efectos vibratorios, sino que también pueden actuar sobre el cerebro humano, generando pretendidas visiones que en verdad no existen.
“Todo se heló en ese momento”, solemos también leer u oír en los testimonios sobre supuestas apariciones fantasmales. Respecto de la sensación de súbito enfriamiento del ambiente que suele atribuirse a la actividad paranormal, los científicos han descripto un fenómeno conocido como “punto frío”, que se produce por fallas en la construcción de una pared, por ejemplo, o por anomalías en el sistema de ventilación de una casa. Pero nada dicen de cuando esos casos puntuales se hacen evidentes en compañía de muchos otros síntomas no del todo claros.
Con todo, para los seres humanos en general, los fantasmas son una realidad con la que se debe convivir. Tanto es así que hay algunos de ellos que tienen historia propia y fecha de aparición garantizada, como es el caso de la argentina Felicitas Guerrero, asesinada por un amante despechado, cuya imagen aparece, puntualmente, según se atestigua, cada 30 de enero.
Otro caso del mismo país es el de Rufina Cambaceres, quien murió de un síncope cardíaco poco antes de casarse, cuando se enteró de que su novio la engañaba. Ya muerta, es fama que su imagen puede verse vagando entre bóvedas, llorando por el gran amor perdido.
En Chile, entretanto, nadie desconoce la leyenda de El Trauco, un enano muy feo, que como murió sin tener mujer, va en busca de jóvenes vírgenes a las que intenta seducir. Y si alguien se interpone en su camino muere de manera inmediata o, a lo sumo, a lo largo de un año.
Pero los fantasmas que han acompañado a la especie humana durante siglos no son solamente espíritus de hombres y mujeres que regresan de la muerte en forma de apariciones más o menos espeluznantes. Otros entes similares nos inquietan, como el Diablo, asidua visita que, a modo de espíritu maligno, se abate sobre los hombres, penetra en sus cuerpos y almas poseyéndolos, y es preciso que el habitado sea sometido a una sesión de exorcismo que arranque al Maligno de su cuerpo y de su alma.
Lejos de que puedan ir y venir entre los vivos según su propia voluntad, los espíritus pueden ser convocados, según han creído los hombres de diferentes religiones durante años. El convocante puede tener varios nombres, aunque “médium” suele ser el más común.
Estos sujetos, capaces de ser los intermediarios entre el muerto y el ser vivo que desea comunicarse con él, son poseídos por los espíritus a los que convocan, y actúan tal y como la entidad convocada elige. El espíritu se sirve del cuerpo del médium para llevar a cabo sus acciones. Aunque, en fin, no ha regresado al mundo de los vivos por decisión propia; se lo ha llamado.
Pero hay más sobre lo fantasmal como ilusión. Existe también la teoría del “tiempo fantasma” propuesta por Heribert Illig en 1996. El historiador y editor alemán sugiere que el período histórico que va desde el año 614 al 911 es falso, nunca ocurrió, y que Carlomagno jamás existió. Según Illig, dicho tramo de la historia se confeccionó en base a tergiversaciones, alteraciones, falsificaciones de documentos y de pruebas físicas.
Además de Illig, el investigador ruso Anatoly Fomenko es otro que duda de la historia tradicional, pero en un período de mil años. Su argumento es que no existe una sola prueba sólida capaz de datar con precisión ningún acontecimiento anterior al siglo XI.
Así, los fantasmas que regresan al mundo de los vivos para saldar cuentas pendientes se suman a otros que los propios humanos convocan para conversar con ellos; al mismísimo Demonio que llega desde los infiernos para hacerse con un cuerpo que le permita deambular entre los vivos; a la supuesta ilusión colectiva que fantasea largos períodos históricos que no son más que una falsificación...
Tal vez todo sea obra de la imaginación humana. O tal vez no. Con el mismo estremecimiento suyo, estimado lector, nos abocamos a las siguientes páginas.
Capítulo 1
Un paseo por la otra orilla
“Concede a tu espíritu el hábito de la duda,
y a tu corazón, el de la tolerancia”.
Georg Christoph Lichtenberg
Aunque no ha resultado posible determinar con exactitud en qué momento de la evolución humana el animismo apareció como creencia generalizada, se sabe que éste se encuentra entre las más antiguas religiones o cultos profesados por el hombre. Ya los habitantes del Antiguo Egipto tenían un tipo de religión basada en el animismo, que se funda en la creencia de que existe una fuerza vital en todo lo existe.
Así, cada uno de los objetos que habitan en la naturaleza, como las montañas, los ríos, los bosques, las plantas y, por supuesto, los animales, están dotados de alma. Pueden alegrarse, sufrir o colmarse de ira al igual que cualquier humano. Esta creencia ha llevado, además, a convertir a algunos de estos objetos o animales en dioses a los que se debe adorar.
Básicamente, el animismo cree en la vida después de muerte y venera a una amplia paleta de dioses y espíritus sagrados.
Pero, además, se dice que el alma no se queda quieta, ni siquiera la nuestra; puede abandonar el cuerpo durante el sueño. O es otro cuerpo. Veamos qué dice Lobsang Rampa en su libro El cordón de plata:
“Casi nadie, cualquiera sea su religión cree en la existencia de un 'alma' o de 'otro cuerpo. En la actualidad hay varios cuerpos’ o envolturas’ pero el número exacto no nos concierne aquí. Creemos, es más ¡SABEMOS!, que es posible dejar el cuerpo físico común (¡el que sostiene los vestidos!) y viajar a cualquier parte, incluso fuera de la Tierra, hacia lo astral.
Todos pueden viajar hacia lo astral, ¡aun los que piensan 'que todo es una tontería'! Es tan natural como el respirar. La mayoría de la gente lo hace cuando está dormida, y a menos que tenga experiencia, nadie se da cuenta de esto”.
Sigamos un poco más con Rampa que, si bien no nos habla aun de lo “fantasmal” en sí, diserta sobre esta inmaterialidad que la presencia de aquéllos suele suponer:
“Casi todos pueden viajar astralmente. Cuántos casos hay comprobados de personas moribundas que visitan a un ser querido en el sueño para decirle adiós [...] La persona moribunda, que ya ha desatado sus lazos con el mundo, visita fácilmente al amigo al efectuar su tránsito”.
“Moribundo” no es “muerto”. Entonces, ¿se trata de un fantasma o no?
Espíritus comunes y superiores
Aclaremos que Cyril Henry Hoskin, cuyo seudónimo literario es Lobsang Rampa, fue un prolífico escritor inglés que, a lo largo de toda su obra (19 libros), describió la vida de los lamas en el Tíbet, la sabiduría de estos monjes casi aislados del mundo y su animismo religioso.
En El cordón de plata, que apareció en 1960 y tuvo gran éxito de ventas, Rampa habla de los viajes astrales y, de muchas maneras, también de las apariciones o fantasmas. El moribundo que “viaja” de un lugar a otro para despedirse de su amigo no puede llegar a él más que como una imagen “fantasmagórica”, pues es una aparición.
En el budismo tibetano, los lamas son autoridades religiosas, si bien el budismo, en sí mismo no puede considerarse una religión tal cual se la concibe en Occidente. Cristianismo, judaísmo e islamismo, por ejemplo, son religiones de origen común y monoteístas, mientras que el budismo es no-teísta; niega la existencia de un dios creador y velador perpetuo de las acciones humanas.
Para las distintas culturas animistas, la función de “dioses” les era asignada a los distintos espíritus que residían dentro de cada objeto, y esos espíritus tenían la capacidad de incidir en la vida de los seres humanos, y de participar de los sucesos que ocurrían en el mundo real.
Además, los animistas creen que el alma sobrevive a la muerte del cuerpo y que, cuando ésta se produce, el alma se libera y pasa a establecerse en un mundo eterno y, a veces, bondadoso. Sin embargo, para que ello ocurra, los vivos deben realizar funerales y duelo, o una ceremonia de adoración de los ancestros. Si ello no ocurre, el alma vaga sin descanso y puede convertirse, como creían los navajos que habitaban en el suroeste de los Estados Unidos, en un dolor de cabeza mayor. Estos indios creían que tal alma vagaba por la Tierra convertida en un fantasma cruel.
Para la mitología griega, entretanto, las almas de los difuntos descendían al Hades y debían atravesar el río Aqueronte. El responsable de conducirlas en aquella travesía era un barquero llamado Caronte. Pero, para poder ser trasladadas, las almas de los difuntos debían pagar un óbolo al barquero. En caso contrario, vagaban durante cien años por la ribera del río, sin poder alcanzar la otra orilla, en donde los aguardaba el descanso eterno. Por eso, los griegos enterraban a sus muertos con una moneda bajo la lengua, o con dos monedas sobre los ojos, tradición que, alejada de su raíz, se mantuvo durante bastante tiempo más que la cultura helénica.
También, los antiguos sacerdotes romanos, aquellos que enseñaban las religiones primeras, afirmaban que, si nadie recibía el último aliento de un moribundo, el alma de éste se convertiría en un fantasma que marcharía errante por toda la eternidad.
Pero quizás sea el chamánismo la práctica que más lejos ha llegado en su vínculo con los espíritus.
Originalmente, se llamaba “chamanes” a los sanadores que existían en Mongolia, Siberia y ciertas zonas de Turquía. La palabra “chamán” significa “médico” y llega a nuestros días luego de sucesivos cambios de lenguas, hasta arribar al inglés shaman.
En verdad, para las tribus primitivas y para varios grupos actuales, el chamán era y es, además, una suerte de brujo, valorado en su doble condición de poseedor del saber mágico y del conocimiento médico. Ambos dones le son otorgados al chamán por los espíritus, con los que está fuertemente relacionado y de los que obtiene, además, la capacidad de controlar el tiempo, conocer el futuro, interpretar los sueños y, como aseguraba Lobsang Rampa para el caso de los lamas tibetanos, la capacidad de realizar viajes astrales en el tiempo y en el espacio; por ejemplo, a los “mundos superiores”.
Sobre todo en épocas pasadas, el vínculo fluido que establecía el chamán con los espíritus no se limitaba a los pertenecientes a esa suerte de entidades que las tribus primitivas consideraban deidades. El chamán podía comunicarse con el espíritu de los muertos a la manera de un médium, por lo que tenía la facultad de traer hasta la mirada de los vivos los fantasmas de los muertos.
Así explica el rol del chamán la antropóloga Beatriz Carbonell:
“Es una figura dominante [el chamán] por cuanto la experiencia extática está considerada como una experiencia religiosa por excelencia, siendo el chamán el gran maestro de éxtasis. Domina los espíritus, él que es humano logra comunicarse con los muertos, los demonios y los espíritus de la Naturaleza, sin convertirse por ello en un instrumento suyo”.
Seguimos aquí en el dominio de los chamanes, admitiendo la presencia de espíritus como materia perdurable de los humanos muertos, y de otros que parecen tener una dignidad rectora y superior.
Sigue definiéndolos Carbonell:
“Son elegidos y como tales tienen entrada en una zona de lo sagrado, inaccesible a los demás miembros de la comunidad. Son seres privilegiados, son los llamados extáticos. Los separa del resto de la comunidad la intensidad de su propia experiencia religiosa. Es el gran especialista del alma humana, sólo él la ve, porque conoce su forma y su destino. Un curador que ha experimentado el mundo de las tinieblas y que ha confrontado sin miedo su propia sombra, lo diabólico de los otros y que puede trabajar con éxito las fuerzas de la oscuridad y de la luz”.
El espíritu y los imanes
Las ciencias ocultas son aquellas que se dedican a estudiar y dominar “las prácticas mistéricas y los secretos de la naturaleza”, tal cual definen a estas disciplinas los propios ocultistas. Entre esos secretos de la naturaleza, se hallan, claro, la magia y los fenómenos paranormales, como la percepción extrasensorial, y una amplia paleta de fenómenos misteriosos.
El origen de estos estudios es impreciso, pero se cree que comenzaron en la Antigüedad y que su rastro puede ser hallado en libros religiosos como el Tlamud, la Biblia, el libro de Enoc...
Objeto de críticas lapidarias por parte de científicos, escépticos y racionalistas, que ligan estas “ciencias” tanto al esoterismo como a la brujería, han llegado sorprendentemente vitales hasta nuestros días, y son muchos sus cultores célebres.
Eliphas Lévi, por ejemplo, era el seudónimo tras el cual se ocultaba el escritor ocultista francés Alphonse Louis Constant, quien además se definía como “mago”.
Amigo de Flora Tristán y conocido de Honoré de Balzac, Constant, agobiado por lo que considera la exasperante frivolidad parisina, se recluyó en la abadía de Solesmes, decidido a penetrar el mundo de las ciencias ocultas. Se transformó entonces en abad y en uno de los más prolíficos escritores esotéricos.
En 1869, seis años antes de su muerte y ya con la firma Eliphas Lévi, Constant escribió El Gran Arcano del Ocultismo Revelado. Allí planteó uno de los argumentos centrales de toda su postura, y que liga algunos de los fenómenos que aquí tratamos con supuestas fuerzas de existencia comprobadamente científica:
“El magnetismo es una fuerza análoga a la del imán; está diseminado en toda la naturaleza. Sus caracteres son: la atracción, la repulsión y la polarización equilibrada. La ciencia ha captado y aceptó los fenómenos del imán astral y del imán mineral, pero observa con desconfianza el imán animal que se manifiesta todos los días por hechos que, si bien ya no puede negar, espera, para admitirlos, concluir su análisis por una síntesis incontestable”.
Lévi, como hará en otros fragmentos de su obra, comienza burlándose con sutileza de los científicos de su época. Luego pasa a lo suyo:
“Sabemos que la imantación producida por el magnetismo animal determina un sueño extraordinario, durante el cual el alma del magnetizado cae bajo el dominio del magnetizador, con la particularidad de que la persona adormecida parece dejar inactiva su vida propia para manifestar solamente los fenómenos de la vida universal. Refleja el pensamiento de los otros; ve sin valerse de los ojos; se torna presente en todas partes, sin tener conciencia del espacio; percibe las formas más que los colores; suprime y confunde los períodos de tiempo; habla del futuro como si fuera el pasado y de éste como si se tratara del futuro; explica al magnetizador sus propios pensamientos y hasta las acusaciones secretas de su conciencia; evoca en sus recuerdos a las personas en quienes piensa el magnetizador, y las describe del modo más exacto, sin haberlas visto jamás. Habla el lenguaje de la ciencia con el sabio y el de la imaginación con el poeta; descubre las dolencias y adivina los remedios; da muchas veces sabios consejos; sufre y, en ocasiones, con un grito doloroso, nos anuncia los tormentos que sobrevendrán”.
Las visiones, que a menudo atestiguan muchos, ¿son entonces producto de una imantación, del tráfico entre “magnetizador” y “magnetizado”?
Lo cierto es que, en pleno siglo XIX, Constant enumeró toda una suma de fenómenos paranormales que cineastas y literatos habrían de incluir en retratos de apariciones o de personajes poseídos por alguna fuerza misteriosa.
Más adelante, en el capítulo VIII de su obra, el escritor parisino lanza sus dardos sutiles sobre la Iglesia Católica de su tiempo, al abordar el tema de las emanaciones astrales y proyecciones magnéticas. Escribe Lévi:
“En tiempo de los Druidas, había en las Galias mujeres taumaturgas, a las que llamaban Elphos y Fadas. Para los druidas eran santas; para los cristianos, hechiceras. José Bálsamo para sus discípulos, el Divino Cagliostro fue condenado en Roma como hereje y hechicero, por haber hecho predicciones y milagros sin la autorización del Ordinario. Pero en esto tenían razón los inquisidores, pues sólo la Iglesia romana posee el monopolio de la Alta Magia y de las ceremonias eficaces. Con agua y sal ella encanta a los demonios; con pan y vino evoca a Dios y lo fuerza a hacerse visible y palpable en la tierra; con el óleo da la salud y el perdón.
Hace aún más: crea sacerdotes y reyes”.
Como habrá de ocurrir con otros intelectuales del siglo XIX estudiosos de las ciencias ocultas (como Helena Petrovna Blavatsky, una de las fundadoras de la Sociedad
Teosófica), Alphonse Constant fue perseguido y desacreditado al punto del escarnio.
El 13 de febrero de 1841, en Versalles, salió a la venta uno de los libros más polémicos y fogosos del escritor parisino: La Biblia de la libertad.
A pesar de la morosidad que padecía para circular la información por aquellos años, la obra fue secuestrada por la policía una hora después de haber salido a la calle. Y en abril Constant fue a dar con sus huesos a la prisión de Sainte Pélagie, donde pasaría los siguientes once meses.
El libro, por el que habría de purgar prisión, no integraría, sin embargo, lo que luego sería su prolífica obra esotérica. Diez años después de La Biblia de la libertad, Eliphas Lévi escribió Historia de la Magia, uno de sus libros herméticos más logrados. En su introducción, ensaya una hermosa defensa de la magia en la que creían los autores ocultistas: