Primera edición digital: marzo 2020
Campaña de crowdfunding: Equipo de Libros.com
Imagen de la cubierta: Richard Burchett, Sanctuary - Edward IV
and Lancastrian Fugitives at Tewkesbury Abbey aka Edward IV Withheld
by Ecclesiastics from Pursuing Lancastrian Fugitives into a Church (1867) -
Oil on canvas
Maquetación: Nerea Aguilera y Luis Alenda
Corrección: Juan F. Gordo
Revisión: Laura Díaz
Versión digital realizada por Libros.com
© 2020 Daniel Fernández de Lis
© 2020 Libros.com
editorial@libros.com
ISBN digital: 978-84-17993-64-1
«Cuando dejemos de cuestionarnos si lo que nos han contado es la verdad, habremos dejado de estudiar historia».
Matthew Lewis, Richard III: Loyalty binds me
El nombre «guerra de las Rosas» como tal no se usó hasta principios del siglo XIX. No obstante, la idea de que durante el conflicto las casas de Lancaster y York usaron para identificarse una rosa roja y otra blanca respectivamente viene ya del siglo XVI. Las casas aristócratas inglesas habían incluido las rosas en sus escudos heráldicos desde el siglo XIII. Eduardo IV usó la rosa blanca, entre otros símbolos, cuando llegó al trono en 1461. El propio rey era conocido como «la rosa de Ruán» (su lugar natal) y sus seguidores empezaron en los años siguientes a lucir la rosa blanca en su memoria.
Respecto a la rosa roja, su uso era mucho menos común. El primer Lancaster, Enrique IV, antes de ser rey, la había utilizado en su pabellón en un duelo con Thomas Mombray, pero fue Enrique Tudor, representante del bando de los Lancaster, quien le dio una utilidad propagandística tras subir al trono en 1485.
Cuando se casó con Isabel de York, creó la rosa Tudor (uniendo la roja y la blanca) simbolizando la unión de ambas ramas y el final de la contienda civil. A partir del reinado de Enrique VIII se generalizó en los autores el concepto de que en el enfrentamiento dinástico los bandos habían usado las rosas para identificarse.
Aunque la fecha que tradicionalmente se señala como el pistoletazo de salida de la guerra de las Rosas es el 22 de mayo de 1455, en la que tuvo lugar la primera batalla de St. Albans, no resulta posible entender este conflicto dinástico sin retrotraernos hasta el año 1377, en el que muere el rey Eduardo III.
De su matrimonio con Filipa de Henao (o Hainaut) habían sobrevivido hasta la edad adulta cinco hijos: Eduardo de Woodstock, Lionel de Amberes, Juan de Gante, Edmundo de Langley y Thomas de Woodstock. Las peripecias de estos hijos y de sus descendientes constituyeron el germen del conflicto que da título a este libro. Ello hace necesario relatar lo ocurrido con cada uno de los vástagos de Eduardo III y con sus respectivas ramas familiares. Para facilitar la comprensión del lector se acompañan los árboles genealógicos de cada una de estas casas de la dinastía Plantagenet. No se reseñan fechas de nacimiento y muerte de los protagonistas para no complicar el suficientemente complejo cuadro familiar.
También es preciso advertir que el objetivo de este capítulo es narrar la evolución de todas estas ramas familiares aproximadamente hasta el inicio del reinado de Enrique VI (1422), por lo que inevitablemente al ir pasando de un descendiente a otro se producirán saltos adelante y atrás en la línea temporal y episodios que se duplican por afectar a más de una de las ramas familiares. Intentaremos hacer este recorrido lo más sencillo posible.
Eduardo de Woodstock, conocido como el Príncipe Negro, era el heredero de su padre y en él estaban depositadas las mayores esperanzas del reino de Inglaterra para cuando llegara el momento de la muerte de Eduardo III. Era un hombre carismático, contrastado guerrero, héroe de las batallas de Crécy y Poitiers en la guerra de los Cien Años y un gobernante enérgico, aunque cruel, como podían atestiguar los súbditos gascones de los dominios continentales ingleses.
Sin embargo, en los últimos años del reinado de su padre había experimentado un deterioro físico considerable. Hay quien achaca esta circunstancia a una enfermedad contraída mientras batallaba en la guerra civil por el trono de Castilla entre Pedro I y Enrique de Trastámara. El apoyo de la poderosa flota castellana era muy importante para las potencias contendientes en la guerra de los Cien Años, Francia e Inglaterra. Y el apoyo de esta flota dependía de quién se sentase en el trono castellano. Inglaterra apoyaba a Pedro I (hijo legítimo de Alfonso XI y de su esposa María de Portugal) y Francia a Enrique de Trastámara (hijo natural de Alfonso XI y de su amante Leonor de Guzmán).
Aunque finalmente Pedro I perdería la guerra y la vida en esa contienda, Eduardo de Woodstock, que participó activamente en las luchas logrando una gran victoria en la batalla de Nájera, volvió de su aventura española con dos princesas castellanas hijas de Pedro I para dos de sus hermanos. Pero parece, como hemos señalado, que también contrajo en este periodo una grave enfermedad (probablemente disentería) que diezmó su hasta entonces formidable apariencia física.
Durante sus últimos años, que pasó guerreando en Francia, tenía que acudir en ocasiones al campo de batalla en camilla. Finalmente sucumbió a la enfermedad y murió en el año 1376, cuando su padre todavía vivía. Eso hizo que los derechos sucesorios pasaran al hijo del Príncipe Negro, de nombre Ricardo de Burdeos (su hermano mayor, Eduardo de Angulema, había fallecido previamente). Cuando el rey Eduardo III murió un año después que su primogénito, su nieto subió al trono con el nombre de Ricardo II, con solo diez años.
El reinado de Ricardo II no fue fácil. En 1381, cuando tenía catorce años, tuvo que hacer frente a una revuelta popular conocida como The Peasant’s Revolt, que costó la vida a muchos nobles y altos prelados y en la que solo la sangre fría del niño rey le libró de ser depuesto o incluso ejecutado. El resto de su reinado sostuvo una dura pugna con los magnates del país, deseosos de convertirse en los gobernantes auténticos del reino, y con el Parlamento, en el que se acuñó el término impeachment para los procesos de destitución de los funcionarios reales que no cumplían debidamente sus funciones.
Aun así, lo peor estaba por llegar. En 1399, un primo de Ricardo, de nombre Enrique Bolingbroke, regresó del exilio al que el rey le había condenado y depuso al monarca. Pero el antiguo rey era todavía una amenaza para su sucesor. Tras ser trasladado en secreto hasta el castillo de Pontefract, se produjo una rebelión en favor de Ricardo II que trataba de reponerlo en el trono. Enrique Bolingbroke (ya Enrique IV) cortó por lo sano. Ricardo murió misteriosamente en su celda de Pontefract, posiblemente de inanición.
A los efectos que nos interesan aquí debemos dejar reseñados dos aspectos significativos de la deposición y muerte de Ricardo II:
El segundo hijo de Eduardo III en llegar a la edad adulta fue Lionel de Amberes. Su historia y la de sus descendientes se entrelaza en diversas ocasiones con la del cuarto hijo del rey, Edmundo de York, hasta el punto de que finalmente ambas líneas sucesorias se terminaron uniendo.
Del primer matrimonio de Lionel con Elizabeth de Burgh nació una hija a la que llamaron Filipa. Tras enviudar de su primera esposa, Lionel volvió a casarse con la milanesa Violante Visconti, pero murió cinco meses después de contraer matrimonio sin tener más hijos. Por tanto, de la segunda línea de descendencia de Eduardo III, solo sobrevivió una nieta, Filipa de Clarence.
Ya antes de la muerte de sus padres y cuando solo tenía cuatro años, en 1359, se concertó su matrimonio con uno de los nobles más importantes del país, Edmundo Mortimer, de siete años. Era el bisnieto de Roger Mortimer, amante de Isabel de Francia, con la que había llegado a hacerse de facto con el trono de Inglaterra en 1327 tras una invasión procedente de Francia que terminó con la deposición del esposo de Isabel, el rey Eduardo II, y su sustitución por el entonces niño Eduardo III, aunque eran Mortimer e Isabel quienes gobernaban. En 1330, tras un audaz golpe de mano, Eduardo III se había hecho con el gobierno efectivo y había mandado ejecutar a Mortimer.
Pero la familia de este tenía enormes posesiones en las Marcas galesas y Eduardo III decidió que era necesario tener a esta importante familia como aliada y cerrar heridas. El mejor modo de hacerlo era incorporar a los Mortimer a la familia real con una alianza matrimonial con su nieta Filipa de Clarence.
El título de conde de March pasó del marido de Filipa, Edmundo Mortimer, a su hijo Roger. Muy próximo a Ricardo II, hasta el punto de ser considerado por muchos como su heredero mientras este reinaba sin tener descendencia, Roger murió en 1398 en Irlanda cuando actuaba allí como lugarteniente real.
Roger Mortimer tuvo dos hijos, Edmundo y Anne. El mayor, Edmundo, heredó también el mismo título y fue protagonista de dos episodios destacados en los que su prominente situación en la línea sucesoria le convirtió en banderín de enganche de los descontentos con el reinado de la casa de Enrique IV y Enrique V. En los dos casos se puso de manifiesto su completa falta de ambición por ceñir la corona.
El primer episodio tuvo lugar en 1402, cuando se produjo una rebelión en Gales liderada por Owain Glyndwr, a quien se llegó a proclamar príncipe de Gales. Fue la última gran rebelión galesa para tratar de recobrar su independencia de Inglaterra (el dominio inglés se había consolidado en 1284, durante el reinado de Eduardo I). Ya quedó dicho que la familia Mortimer tenía grandes posesiones en Gales y un tío del conde de March fue hecho prisionero por los rebeldes galeses y terminó casándose con la hija de Owain Glyndwr y uniéndose a su causa. Además, proclamó a su sobrino Edmundo Mortimer como legítimo rey de Inglaterra. Enrique IV reaccionó con contundencia y el conde de March y su hermano fueron rápidamente capturados y encarcelados en el castillo de Pevensey. Su encierro no duraría mucho.
El segundo de estos episodios se produjo en 1415. Se descubrió un complot contra Enrique V (había sucedido a su padre Enrique IV en 1413) que pretendía situar a Edmundo Mortimer en el trono. Entre los principales impulsores de la conspiración (The Southampton plot) estaba el esposo de la hermana de Edmundo, Anne, llamado Ricardo de Conisburgh, un descendiente del cuarto hijo de Eduardo III.
El problema fue que nadie de entre los conspiradores se preocupó previamente de obtener el consentimiento del hombre al que pretendían sentar en el trono, Edmundo Mortimer. Cuando este fue conocedor de la conspiración le faltó tiempo para acudir a Enrique V desvelando el complot y dejando claro que él no tenía nada que ver. Los conspiradores, descubiertos, fueron detenidos y ejecutados. En cuanto a Edmundo, siguió siendo un fiel servidor del rey hasta su muerte sin descendencia en Irlanda en 1425.
Su fallecimiento sin heredero hizo que los títulos y derechos de la familia Mortimer pasaran a los descendientes de su hermana Anne, que había fallecido en 1411. Como consecuencia de su matrimonio con Ricardo de Conisburgh, quedaban unidas en el hijo de Anne Mortimer, Ricardo Plantagenet, las ramas familiares del segundo y el cuarto hijo de Eduardo III. Este Ricardo no usaría el apellido Plantagenet hasta muchos años después. No obstante, para hacer más fácil su identificación al lector, usaremos este apellido para él ya desde este momento.
El caso del tercer hijo de Eduardo III, Juan de Gante, es el más complejo de todos los dedicados a su descendencia. De él no solo nacieron directamente las casas de Lancaster y Beaufort e indirectamente a través de esta la casa Tudor, sino que, además, su descendencia se sentó en los tronos de Portugal y Castilla. Trataremos también de esta última, no solo por el interés que tiene para los lectores españoles, sino porque en uno de los episodios del epílogo de la guerra de las Rosas tuvo su trascendencia.
La coronación de Enrique Bolingbroke como Enrique IV en 1399 tras deponer a Ricardo II supuso la subida al trono de los descendientes del tercer hijo de Eduardo III, Juan de Gante. Esta rama es conocida como casa de Lancaster, aunque siguieron siendo parte de la dinastía de los Plantagenet como descendientes de Eduardo III.
Durante todo el reinado de Enrique IV, los descontentos con el mismo utilizaron como argumento recurrente tanto las inusuales condiciones en que se produjo su subida al trono como las oscuras circunstancias de la muerte de su predecesor Ricardo II para expresar su oposición al rey. Los términos usurpador y asesino acompañaron en todo momento al nuevo monarca y los ojos de esos descontentos se volvían frecuentemente hacia los descendientes de los otros hijos de Eduardo III, especialmente los de su segundo hijo, Lionel de Amberes, los Mortimer. Argumentaban que, dado que Ricardo II había muerto sin descendencia y se había extinguido la línea del primer hijo de Eduardo III, la corona debería haber pasado a la línea hereditaria de Lionel de Amberes, su segundo hijo, y no a la de su tercer vástago, Juan de Gante.
Las cosas parecían volver a su cauce cuando a Enrique IV le sucedió en 1413 su hijo Enrique V. Este no solo estaba libre de las acusaciones de usurpación que acompañaron a su padre, sino que era un hombre carismático, hábil líder político y gran caudillo militar. Obtuvo una resonante victoria contra los franceses en Agincourt (1415) y por el tratado de Troyes fue designado heredero al trono de Francia y se pactó su matrimonio con la hija del rey de Francia, Catalina de Valois. Su muerte en 1422 frustró la posibilidad de unir bajo su dominio las coronas de Francia e Inglaterra. La cabeza de la casa Lancaster y el título de rey de Inglaterra pasaron al hijo que tuvo con Catalina, Enrique VI, que solo tenía nueve meses cuando su padre murió. La historia del reinado de Enrique VI pertenece ya al meollo de la guerra de las Rosas.
De sus batallas en Castilla Eduardo de Woodstock volvió con la enfermedad que le costó la vida y con dos princesas castellanas. Estas dos princesas, Constanza e Isabel, eran hijas de Pedro I y de María de Padilla y habían sido puestas bajo la protección inglesa en Aquitania cuando Pedro I fue asesinado en Montiel por su hermanastro Enrique II de Trastámara. Constanza se convirtió en la heredera de los derechos al trono castellano de su padre.
Para Juan de Gante, que había enviudado de su primera esposa, Blanca de Lancaster, y que no tenía derecho al trono inglés, el matrimonio con Constanza se convirtió en una excelente manera de intentar lograr ceñir una corona: la de Castilla. Durante años trató infructuosamente de conseguirlo, pero al final se vio forzado a llegar a un compromiso.
Por el tratado de Bayona (1388) se acordó unir a las dos ramas de descendientes de Alfonso XI en las personas de los nietos de Enrique II (el futuro Enrique III) y de Pedro I (Catalina de Lancaster, hija de Juan de Gante y de Constanza de Castilla). Se acordó también crear el título de príncipes de Asturias para la pareja, con el fin de identificar con él al heredero de la corona de Castilla (al estilo del título creado en Inglaterra de príncipe de Gales). De esa forma una princesa inglesa, Catalina de Lancaster, fue reina de Castilla y abuela de Isabel la Católica, lo que explica el interés de esta reina en los asuntos ingleses y el papel que jugó en el epílogo de la guerra de las Rosas.
Juan de Gante, además de sus uniones matrimoniales ya relatadas, tenía una amante llamada Katherine Swynford. Era hija de un militar del condado de Henao que había acompañado a la reina Filipa cuando se casó con Eduardo III de Inglaterra. En 1365, Katherine se casó con un inglés, de nombre Hugh Swynford, con quien tuvo dos hijos antes de que él muriera en noviembre de 1371.
De la unión entre Juan de Gante y Katherine nacieron durante la década de 1370 cuatro hijos que adoptaron el apellido Beaufort (era el nombre de una de las posesiones continentales de su padre). De la fecha del nacimiento del mayor de ellos, John, no se guarda registro, cifrándose entre 1372 y 1373, lo que hizo que años después se acusara a Katherine de haber tenido relaciones con Juan de Gante cuando su esposo estaba todavía vivo. No obstante, en 1396 ambos llegaron a jurar en un documento dirigido al papa que ella era viuda cuando iniciaron su relación.
Que ella estuviera todavía casada cuando mantuvieron relaciones es objeto de especulación. Que él lo estaba es seguro. El hecho de que los cuatro hijos que tuvieron hubieran nacido de una relación extramatrimonial de un hombre casado hacía que estos descendientes ilegítimos no tuvieran derecho a heredar los títulos y propiedades familiares de su padre.
Cuando en 1394 falleció su esposa Constanza de Castilla, Juan decidió volver a casarse. Aunque podía haber optado por cualquier joven casadera de la realeza europea, decidió honrar a la que había sido durante tantos años su fiel compañera y amante, Katherine Swynford. La pareja contrajo matrimonio en Lincoln el 13 de enero de 1396. Juan de Gante solo tenía un heredero legítimo, Enrique Bolingbroke (el futuro Enrique IV), y decidió que era importante que este contara con el apoyo de sus hermanastros sin que estos se vieran lastrados por el estigma de su bastardía.
La ilegitimidad de un hijo no solo le privaba de la posibilidad de heredar los títulos y propiedades de su padre, sino también de obtener un trato preferente en el supuesto de que optaran por hacer carrera dentro de la Iglesia. Para solventar ambos obstáculos era preciso solicitar el reconocimiento de la legitimidad de los hijos nacidos antes del matrimonio por la ley civil y por la canónica.
Juan de Gante se dirigió tanto al papa como al Parlamento inglés para lograr que los cuatro vástagos de su unión con Katherine Swynford fueran legitimados. El reconocimiento papal le fue concedido en septiembre de 1396 y el del Parlamento en enero de 1397, cuando una ley declaró que el rey Ricardo II, en el ejercicio de su poder y con la ratificación del Parlamento, concedía a los hijos de Juan de Gante y Katherine Swynford la consideración de descendientes legítimos de su padre a todos los efectos.
Esto incluía el derecho a acceder a «todos los honores, dignidades, preeminencias, propiedades, grados y oficios públicos y privados, tanto perpetuos como temporales, nobles y feudales, por cualquier nombre por el que sean designados, ya sea ducados, principados, condados, baronías u otros».
En 1399 había accedido al trono el primogénito de Juan de Gante y Blanca de Lancaster, Enrique IV, hermanastro de los Beaufort. Cuando en 1397 se planteó la cuestión de su legitimidad no parecía probable que los descendentes de Juan de Gante se encontrasen en la línea de sucesión al trono. Sin embargo, cuando en 1399 Enrique IV usurpó el trono, sus hermanastros (ya legitimados) sí se encontraban mucho más cerca en esa línea sucesoria.
En 1407 el mayor de los Beaufort, John, por entonces conde de Somerset, solicitó que el Parlamento confirmase la legitimidad de su familia. Su solicitud fue aprobada, pero sobre el texto original se realizó una pequeña aunque muy significativa variación. Se les reconocía el acceso a «todos los honores, dignidades, excepto la dignidad real, preeminencias…».
Nathen Amin, autor del libro The House of Beaufort, llama la atención sobre un aspecto importante: la resolución inicial de 1397 había sido aprobada por una ley ratificada por el Parlamento. Cualquier modificación sobre su contenido debería haber seguido el mismo trámite (bien mediante su derogación y su sustitución por una nueva ley, bien mediante una norma que modificase la anterior). Sin embargo, la adición de 1407, si bien fue sancionada por Enrique IV, no pasó por el trámite de la ratificación parlamentaria.
Para el citado autor, este matiz hace que la exclusión de la línea sucesoria de los Beaufort no fuese válidamente establecida y que, por tanto, lo que debía prevalecer era la ley de 1397 donde se les reconocía el derecho a acceder a cualquier dignidad, incluida la real. Esto supondría, según Amin, que todos los descendientes de los Beaufort sí tendrían derecho al trono inglés.
Fuera como fuese, la familia Beaufort estaba destinada a jugar un papel estelar durante el siglo XV inglés y durante la guerra de las Rosas, sobre todo cuando una de sus componentes, Margaret Beaufort se casó con un hombre llamado Edmund Tudor.
Edmundo de Langley fue el cuarto hijo de Eduardo III en llegar a la edad adulta. En 1372, se casó con la segunda hija de Pedro I de Castilla, Isabel, hermana de Constanza, la segunda esposa de Juan de Gante. En 1385, Ricardo II otorgó a Edmundo el título de duque de York. De esta forma, una princesa castellana se convirtió en la primera mujer en ostentar el título de duquesa de York.
Entre 1394 y 1396, Edmundo fue nombrado guardián del reino durante diversos viajes de Ricardo II. Se le volvió a otorgar este cargo cuando Ricardo II viajó a Irlanda en 1399, el momento del desembarco de Enrique Bolingbroke. Edmundo reunió un ejército para oponerse a él, pero, cuando se encontraron en Berkeley sus fuerzas se unieron a las de Bolingbroke. Aunque no participó en la captura y forzada abdicación de Ricardo II, tácitamente apoyó su deposición por Bolingbroke. El resto de su vida (hasta 1402) vivió en paz.
Se le ha considerado por diversos autores como un hombre débil e irresponsable. No participó en la guerra de los Cien Años y sus dos mandos militares, en Portugal durante la guerra civil por el trono de Castilla y en Inglaterra en 1399, no fueron precisamente triunfales. Pero lo cierto es que en Portugal no se trataba de su lucha sino la de su hermano Juan de Gante. Y en 1399 es posible que entre dos sobrinos suyos (Ricardo II y Enrique Bolingbroke) sintiera simpatía por este último, desheredado y desterrado, que había recibido muy importantes apoyos. Además, buena parte de las propias fuerzas de Edmundo de Langley estaban bajo el control de John Beaufort, hermanastro de Bolingbroke.
Respecto a su descendencia, de su unión con Isabel de Castilla nacieron tres hijos: Eduardo de York, Constanza y Ricardo de Conisburgh. Eduardo fue favorito de Ricardo II, que le nombró conde de Rutland en 1390. En 1394-1395 acompañó al rey a Irlanda y fue designado conde de Cork. Durante el resto del reinado de Ricardo II fue acumulando honores y riquezas. Por todo ello, algún historiador le califica de Judas por su actuación tras la invasión de Bolingbroke. Estaba con Ricardo y no hay pruebas de que le traicionase, pero finalmente Eduardo se alió con Bolingbroke. No se sabe si estaba en esa posición desde el principio o vio que no había más remedio que aliarse con el vencedor para no resultar destruido en el envite.
Eso no hizo que se olvidase su proximidad al rey durante el reinado de Ricardo II. Nada más tomar posesión el nuevo monarca, Eduardo fue denunciado por varios testigos que lo acusaron de oponerse a las acciones de Enrique IV e incluso de jactarse de que pagaría a quien lo matara. El Parlamento lo condenó (junto con otros) a perder los títulos y tierras obtenidas desde 1397. A partir de ese momento, su situación se convirtió en una especie de montaña rusa en la que se alternaban periodos en los que gozaba del favor real y los más altos honores con otros en los que perdía ese favor e incluso visitaba alguna prisión real.
Su primer cambio de suerte, a mejor, se produjo cuando, a finales de 1399, desveló un complot de los que habían perdido sus títulos para asesinar a Enrique IV y sus hijos y reponer a Ricardo II. Alguna fuente francesa apunta a que Eduardo puso en conocimiento del rey el complot. Las fuentes inglesas contemporáneas no dicen nada de esto, pero lo cierto es que, mientras todos los conspiradores fueron detenidos y ejecutados, Eduardo no sufrió ningún castigo. En octubre de 1400 fue nombrado guardián del norte de Gales (cargo de gran importancia, pues se trataba de una región conflictiva), en 1401 fue designado lugarteniente del rey en Aquitania y en 1402 heredó el título de duque de York a la muerte de su padre.
Las tornas se volvieron nuevamente en su contra en 1402. Sobre la rebelión galesa que pretendió colocar en el trono a Edmundo Mortimer, se demostró que el duque de York conocía el complot y fue también detenido en el mismo castillo que el conde de March.
Aunque poco después recuperó el favor real y sus cargos en Gales, en octubre de 1407 fue acusado en el Parlamento de negligencia por no poner fin a la rebelión de Owain Glyndwr. Medió en su defensa el príncipe de Gales (futuro Enrique V) que pronunció un encendido discurso en su favor. Eduardo salió airoso y siguió contando con los mayores honores durante el reinado de Enrique IV.
Eduardo de York tenía un hermano menor, Ricardo de Conisburgh. Sobre este se cernía la sombra de la ilegitimidad. Según el cronista Thomas de Walsingham (contemporáneo a los hechos) esto se debía a la «relajada moral» de Isabel de Castilla, a la que la rumorología de la época atribuyó un romance con John Holland, que al parecer se inició solo dos años después de la boda con Edmundo de Langley. Este hecho hizo planear la duda sobre la paternidad del tercer hijo de la pareja, Ricardo de Conisburgh.
A este respecto es significativo que Isabel hiciera redactar en su testamento una cláusula en la que pedía al rey Ricardo II (al que designaba su heredero) que cuando ella muriese dotase de una pensión a su hijo Conisburgh. Y efectivamente, cuando Isabel murió en 1392, Ricardo II le otorgó una pensión de 500 libras anuales.
Cuando el rey fue depuesto por Enrique IV, esta pensión dejó de ser abonada (a pesar de que en teoría Conisburgh era primo del nuevo rey). Y también resulta significativo que ni Edmundo de Langley, su padre y duque de York, ni su hermano mayor Eduardo, que heredó ese ducado, dispusieron nada en sus testamentos a favor de Conisburgh, al que ni siquiera mencionaban. Más de un historiador ha señalado este detalle como argumento para sostener que no era hijo de Edmundo de Langley, sino de John Holland, aunque esta afirmación debe tomarse con la debida cautela, ya que no hay prueba alguna al respecto. Eso sí, de ser cierto, se trataría de un hecho de gran importancia, porque este posible origen ilegítimo de la casa de York afectaría a dos reyes ingleses, Eduardo IV y Ricardo III.
Volviendo al relato de la vida de Ricardo de Conisburgh, recordemos que estaba casado desde 1408 con la hermana del conde de March, Anne Mortimer. En 1414, Enrique V (a cuyo servicio había estado en Gales en 1402) le nombró conde de Cambridge. Pero en 1415, sin que se sepan muy bien las razones, promovió el complot contra Enrique V para colocar en el trono a su cuñado Edmundo Mortimer. El complot fue rápidamente descubierto y los impulsores (incluido Conisburgh) fueron ejecutados, pero no fue previamente desposeído de sus títulos, que pasaron a su hijo de cuatro años, Ricardo Plantagenet.
Y ese año de 1415 se demostró como un sensacional cambio de fortuna para este niño. Unos meses después de la muerte de Conisburgh, su hermano mayor y duque de York, Eduardo, acompañó a Enrique V en la batalla de Agincourt en la que falleció. Parece que pidió liderar el ala más peligrosa, quizá para demostrar que no estaba implicado en el complot que costó la vida a su hermano. Fuera como fuese, Eduardo de York moría sin descendencia, por lo que su título de duque de York pasó también a Ricardo Plantagenet.
En unos meses, este pequeño de cuatro años pasó de ser el hijo de un noble caído en desgracia a convertirse en una de las figuras más poderosas de Inglaterra, lo que se completaría cuando heredase en 1425 el título de conde de March (a la muerte sin descendencia del hermano de su madre, Edmundo Mortimer). Ricardo Plantagenet unía así en su persona la herencia del segundo y del cuarto hijo de Eduardo III. En su edad adulta sería quien iniciase la guerra de las Rosas.
Thomas de Woodstock fue el quinto y último hijo de Eduardo III en alcanzar la edad adulta. Nacido en 1355, ostentó el título de duque de Gloucester. Durante el reinado de su sobrino Ricardo II se distinguió como uno de los cinco principales líderes de la oposición al gobierno del monarca, a los que se conoció con el nombre de Lords Appellant. Aunque durante un tiempo consiguieron hacerse con el poder de manera virtual imponiendo la voluntad del Parlamento a la del rey, finalmente Ricardo II recuperó las riendas del gobierno y desencadenó su venganza sobre los Appellant. Algunos de ellos fueron ejecutados y Thomas quedó bajo la custodia del conde de Nottingham en Calais, donde murió en extrañas y no aclaradas circunstancias. Ricardo II ordenó que fuese declarado traidor y desposeído de sus tierras y títulos.
Thomas contrajo matrimonio con una rica propietaria, Eleanor de Bohun, heredera a medias con su hermana Mary (esposa de Enrique Bolingbroke) de los títulos y tierras propios del condado de Hereford.
De su unión nacieron cinco hijos, de los que nos centraremos en dos: Humphrey y Ana. El primero murió en 1399, solo dos años después que su padre, sin descendencia. En cuanto a la segunda, Ana de Gloucester, fue prometida siendo niña con el conde de Buckingham, Thomas Stafford, pero este falleció antes de que el matrimonio se consumase, por lo que su hermano menor Edmund Stafford heredó no solo el título de conde de Buckingham, sino la mano de Ana de Gloucester, con quien se casó en 1396.
Desde 1399, Ana era la única heredera de la quinta rama de descendientes de Eduardo III, lo que la convertía en una de las más codiciadas mujeres casaderas del país. Además, ostentaba los títulos de condesa de Buckingham, Hereford y Northampton. De su matrimonio con Edmund Stafford nació en 1402 un hijo, de nombre Humphrey, duque de Buckingham y uno de los principales apoyos de Enrique VI en los primeros tiempos de la guerra de las Rosas.
Y entre los descendientes de este Humphrey dos personajes más estarían destinados a tener un papel fundamental en el conflicto, ambos de nombre Henry: su nieto nacido de su primer hijo y también duque de Buckingham, que fue uno de los protagonistas de los primeros meses del reinado de Ricardo III y es uno de los señalados como posibles responsables de lo ocurrido con los príncipes de la Torre de Londres; y su segundo hijo, que sería el tercer marido de Margaret Beaufort.
El papel de Ana de Gloucester y su descendencia no termina aquí. Quedó viuda de Edmund Stafford en 1403, siendo todavía joven y una de las más prominentes terratenientes del país, especialmente en la conflictiva frontera galesa. Contrajo matrimonio con William Bourchier, conde de Eu y uno de los militares más notables de Inglaterra. De este matrimonio nacieron dos hijos. El hecho de que el primero de ellos, Henry, se casara con la hija de Anne Mortimer y Ricardo de Conisburgh, convirtiéndose así en cuñado de Ricardo Plantagenet, aseguró el apoyo de la familia a la causa de los York. Un apoyo que escenificó también el segundo hijo de Ana de Gloucester y el conde de Eu, Thomas Bourchier, que desempeñó el fundamental cargo de arzobispo de Canterbury durante la guerra de las Rosas.
Además de las ramas de los Plantagenet a las que nos hemos referido hasta ahora, en la guerra de las Rosas también jugaron un papel esencial diversas familias de la nobleza inglesa, alguna de ellas contumaz partidaria de uno de los dos bandos contendientes, otras que apoyaron en determinados momentos a los York y en otros a los Lancaster según las circunstancias. El cuadro general de los protagonistas de la guerra de las Rosas no estaría completo sin la mención a los cuatro principales «clanes» de entre la nobleza inglesa:
a) Los Percy. Titulares del condado de Northumbria desde 1377, con base en el poderoso castillo de Alnwick, cercano a la frontera con Escocia. Tiempo habrá de ir desgranando el papel de los diferentes miembros del clan; de momento basta con destacar que un Percy jugó un papel clave a la hora de convencer a Ricardo II de abdicar en favor de Enrique Bolingbroke; que varios Percy se unieron contra este en 1402 y resultaron muertos; o que otro Percy tuvo una participación decisiva en la batalla de Bosworth, la última de la guerra de las Rosas. Los Percy, además, mantenían una durísima y antigua rivalidad con otra de las familias más notables del reino: los Neville.
b) Los Neville. Si lo narrado hasta ahora constituye una tela de araña genealógica complicada de seguir, el caso de la familia Neville se lleva la palma en cuanto a complejidad de relaciones familiares y matrimoniales. Los Neville llegaron a Inglaterra con la invasión normanda del año 1066. Según unas fuentes procedían de Neuville-sur-Touques y, según otras, de un pueblo llamado Calle de Neu Ville. El primer miembro significado del clan, Ralph Neville, fue nombrado conde de Westmorland por Ricardo II. El apellido de sus dos esposas no nos resultará ya desconocido y el número de retoños que tuvo con ellas explica por sí solo la complejidad a la que nos referimos. Con la primera, Margaret Stafford, tuvo dos hijos y seis hijas y con la segunda, Joan Beaufort (hija de Juan de Gante y Katherine Swynford), cinco hijos y nueve hijas. Con tanta progenie de dos familias tan significativas no es de extrañar que sus relaciones familiares abarcasen todo el espectro nobiliario inglés. Su principal acierto fue conseguir casar a la más joven de las hijas que tuvo con Joan Beaufort, Cecily Neville, con Ricardo Plantagenet, duque de York. Como consecuencia de ello, dos hijos de la pareja que fueron reyes de Inglaterra (Eduardo IV y Ricardo III) eran descendientes tanto de Juan de Gante como de Lionel de Amberes y de Edmundo Langley.
Ralph Neville murió en 1425 y el título pasó a su nieto del mismo nombre. Mientras, el primer hijo de su segundo matrimonio, Richard, se casó con Alice Montacute (un apellido que acabaría convirtiéndose en Montagu), y, a través de ella, heredaría el título de conde de Salisbury. Y el hijo de este, de su mismo nombre y conde de Warwick, sería un personaje clave en el desarrollo de la guerra de las Rosas, hasta el punto de ganarse el sobrenombre de The Kingmaker (el Entronizador).
c) Los Stanley. Se trataba de una poderosa familia noble con grandes propiedades y, lo que es más importante, un numeroso contingente armado bajo sus órdenes. Además, se daba en ellos una curiosa circunstancia de la que nadie más en Inglaterra podía presumir. Los cabezas de familia de los Stanley eran reyes, concretamente reyes de la Isla de Mann. Se trataba de un reino creado en 1237, que hasta 1265 había sido vasallo del reino de Noruega, pero que en 1265 pasó a serlo del de Inglaterra. Llegó a ser independiente entre 1333 y 1399, pero desde entonces volvía a ser un dominio que dependía del rey de Inglaterra. El título había pertenecido a la familia Stanley desde 1405, y, en la época que nos interesa, lo ostentaba Thomas Stanley. Pero solo tenía de rey el nombre. Thomas no era soberano de ningún reino. Sin embargo, jugó un papel importante cuando se convirtió en el cuarto marido de Margaret Beaufort. Y su hermano William sería un peón decisivo en la batalla de Bosworth y en los años posteriores.
d) Los De la Pole. Se trataba de una familia de mercaderes de lana que había ascendido en la escala social desde su primer miembro destacado, William, en la época de Eduardo III. Ricardo II hizo a su hijo conde de Suffolk, pero como se alió con los Lord Appellant, el conde tuvo que huir a Francia para salvar la vida a costa de perder sus títulos y tierras, que no recuperó hasta 1398. En 1415, murió de disentería en el sitio de Harfleur y su hijo Michael no pudo disfrutar mucho del título porque falleció en Agincourt. Heredó el título William de la Pole, que en los años siguientes vio a otros tres hermanos morir en Francia. Pero en los primeros años del reinado de Enrique VI se convertiría en la estrella ascendente de la nobleza inglesa por su influencia sobre el joven rey.
Colocadas ya las piezas en el tablero es hora de avanzar en la historia y para ello tenemos que comenzar narrando los últimos años de desarrollo de la guerra de los Cien Años contra Francia. La pérdida de las posesiones inglesas en Francia, la forma en que se produjo y las enemistades personales que se fraguaron entre miembros de las diferentes familias de la nobleza inglesa alimentarían el fuego del conflicto que estallaría en el año 1455.
El reinado de Enrique V fue un extraño remanso de paz y concordia interna entre la habitual vorágine de los monarcas Plantagenet. Contaba con el apoyo de la Iglesia por su lucha contra la herejía lolarda. Aunque promovió una recaudación de impuestos muy exigente, los gastos de su casa eran frugales y llevaba un férreo control de las finanzas del reino que incluía una limitación del gasto militar. Tenía satisfechos a sus súbditos por su recuperación de la paz y el imperio de la ley. Los criminales eran redirigidos al servicio militar para saciar sus instintos en el pillaje en Francia. Y contaba con un importante soporte familiar en tres leales y capaces hermanos: Thomas, duque de Clarence, John, duque de Bedford y Humphrey, duque de Gloucester.
A todo lo anterior se unía su prestigio militar tras la contundente victoria frente a los franceses en Agincourt en 1415, que Enrique presentó como una especie de ratificación divina del derecho al trono de la casa de Lancaster puesto en duda durante el reinado de su padre. Y culminó con el subsiguiente dominio del país galo que alcanzó su cenit cuando, por el tratado de Troyes, se le concedió la mano de la hija del rey de Francia, Catalina de Valois, y se le proclamó: «Enrique, por gracia de Dios, rey de Inglaterra, heredero y regente del reino de Francia y Señor de Irlanda».
Cuando Catalina de Valois llegó a Inglaterra, Enrique se preocupó de que su cuerpo de sirvientes fuera de procedencia inglesa, sin casi mantener a nadie del servicio francés. Tras ser coronada, la pareja recorrió los condados donde fueron vitoreados por el pueblo. Pero, en primavera de 1421, llegó la noticia de la muerte del lugarteniente del rey en Francia, su hermano Thomas de Clarence. Enrique V embarcó hacia el continente en julio, Catalina (embarazada de tres meses) le acompañó, pero debido a su estado volvió pronto a Inglaterra. Su hijo Enrique nació el 6 de diciembre en Windsor.
Enrique V se enfrentó a la tarea de conquistar en el terreno el reino que le había sido entregado en el pergamino del tratado de Troyes. El partido que encabezaba el hermano de Catalina de Valois, el delfín Carlos, se oponía a ceder la corona al inglés y a aceptar lo firmado por su padre el rey de Francia Carlos VI en ese acuerdo.
Durante el invierno de 1421-1422 Enrique V se centró en la conquista de Meaux, unos kilómetros al norte de París, una pequeña ciudad fuertemente fortificada y defendida con fiereza. Fueron seis meses durísimos para los sitiados (sometidos al hambre y a la falta de suministros), pero también para los sitiadores, que sufrieron las inclemencias del invierno. Esto afectó al propio rey, que contrajo la disentería, una enfermedad que resultaba mortal para muchos de los soldados que la sufrían.
Consciente de la gravedad de su enfermedad, Enrique V tuvo tiempo de redactar su última voluntad de manera detallada antes de morir en el castillo de Vincennes el 31 de agosto de 1422. Advirtió a sus más directos colaboradores de la necesidad de mantener la alianza con los duques de Borgoña, que eran la clave para poder afianzar la posición inglesa en el continente. Además, y como era de esperar, proclamaba a su hijo de nueve meses como heredero del trono.
La experiencia de Inglaterra con reyes menores de edad no había sido precisamente positiva, como demostraban los casos de Enrique III, Eduardo III y Ricardo II. Para terminar de complicar las cosas, el bebé se convirtió también, según lo estipulado en el tratado de Troyes, en titular del derecho al trono de Francia cuando el rey francés Carlos VI murió el 21 de octubre del mismo año.
Las disposiciones del testamento de Enrique V especificaban que la custodia de la persona de Enrique VI se entregaba a su tío abuelo Thomas Beaufort, duque de Exeter (hermanastro de Enrique IV), asistido de dos fieles sirvientes de Enrique V (sir Walter Hungerfood y Henry FitzHugh). En su educación se reservaba un papel importante, lógicamente, a su madre Catalina de Valois.
El rey tenía que consultar sus decisiones con un consejo de nobles; cuando se trataba de impuestos, con los Lords y los Comunes en Parlamento; la justicia era administrada por un creciente número de funcionarios reales y las finanzas se manejaban desde la Tesorería del reino.
El debido funcionamiento de estas instituciones dependía tradicionalmente de la figura del rey y de su competencia. La absoluta libertad de la voluntad real permitía arbitrar las disputas entre los notables del reino, corregir abusos y corrupción en el sistema y ofrecer la sensación de liderar y dirigir el barco del reino. De la firmeza de la mano de cada rey en el manejo del timón dependía que ese barco avanzase a buen ritmo contra la corriente (como en el caso de Eduardo III o Enrique V) o, por el contrario, que girase sin dirección hacia el caos ante la falta de contundencia o las veleidades del timonel (como en el caso de Ricardo II). La minoría de edad de Enrique VI produjo como efecto que todos los notables de Inglaterra decidieran inicialmente poner todo de su parte para garantizar que el timón del reino seguía con el firme gobierno ejercido por Enrique V hasta que su hijo pudiese hacerse cargo personalmente de dirigir la nave.
Enrique V había dejado en su testamento los asuntos de Francia en las competentes manos de su hermano John de Bedford, sobre quien no existía ninguna duda de que era el hombre ideal para el cargo. Más problemática era la cuestión en Inglaterra, donde incluso el término utilizado para referirse a las tareas a desarrollar por su otro hermano Humphrey de Gloucester (tutela) generaba dudas sobre si se refería solo a la educación y crecimiento de Enrique VI o también a una regencia de los asuntos de gobierno sin responder ante nadie más que el propio rey.
Gloucester era un hombre apreciado en general en Inglaterra, culto, mecenas y con formación humanística, además de veterano de Agincourt y con una esposa, Jacqueline de Henao, muy querida por el pueblo inglés. Pero también generaba celos y desconfianza en parte de los magnates del reino, incluido su hermano Bedford, que pensaban que la imagen que proyectaba Gloucester era mera fachada para ganarse la popularidad, pero que no tenía el carisma militar ni político necesarios para gobernar. Además, en 1428 hizo anular su matrimonio para casarse con una impopular mujer que le traería muchos problemas, Eleanor Cobham.
Por eso, en el primer Parlamento del reinado de Enrique VI se limitaron sus títulos y sus poderes: no sería regente, gobernador o lugarteniente real, sino «Protector y Defensor del reino de Inglaterra y de la Iglesia inglesa y principal consejero del rey». Es decir, que habría un consejo que controlaría sus acciones y, además, estaría subordinado a su hermano John de Bedford, de forma que sus facultades las ejercería solo cuando Bedford estuviese ausente de Inglaterra.
Esto fue un golpe para Gloucester, pues implicaba que no era considerado (ni siquiera por su hermano) apto para gobernar Inglaterra independientemente. Pero ni rechazó el cargo con las limitaciones impuestas ni se planteó rebelarse contra su situación. Seguramente primó en él darse cuenta de la necesidad de mantener el país en paz y concordia hasta que Enrique VI estuviese en condiciones de hacerse cargo del gobierno.