Carlos García-Delgado Segués

RADIOGRAFÍA DE BOLSILLO DEL INDEPENDENTISMO CATALÁN

Le cambio mis defectos por sus virtudes

De lo breve

Algunos asuntos, para ser comprendidos, necesitan de una larga explicación. Así, por ejemplo, la estrategia de las abejas para orientarse respecto a la ubicación de ciertas flores suculentas. Otros en cambio, como la demostración matemática de la teoría de la relatividad, se resuelven en un folio.

El movimiento nacionalista catalán ha generado una gran cantidad de páginas escritas, lo que indica que este fenómeno se encuadra en el primer grupo. Sin embargo, en este opúsculo trataré de exponer con brevedad las razones que, a mi juicio, mueven a los separatistas extremos. No he considerado necesario andarme por las ramas; aunque no creo que esto me libre de la picadura de alguna abeja.

I

A las puertas del laberinto

¿Por qué muchos catalanes quieren separarse?

Quien esto escribe es catalán, pero también es andaluz y mallorquín. Aunque me identifico más con mi parte catalana, no soy partidario de la secesión. Una razón de peso podría ser esta: a nadie le gusta experimentar un desgarro personal. Pero aquí no hablaré de esto, sino de lo contrario: analizaré las razones que, en mi opinión, mueven a los separatistas extremos. Estas personas, según se dice, suman alrededor del 20 por ciento de la población de Cataluña.

Sostengo que, en la Torre de Babel que estamos viviendo, sus motivos de fondo no se dan a conocer con claridad, y esta opinión viene avalada por un hecho: cuando he preguntado a amigos separatistas, he recibido respuestas muy diversas: unos hablan de agravio fiscal, otros del estatuto rechazado, otros del no reconocimiento de Cataluña como nación, del derecho a decidir, de las diferencias de mentalidad, del bombardeo de 1714, etcétera. Y esta diversidad sugiere una inmediata reflexión: si alguna de estas razones fuera válida ¿para qué harían falta las demás? Bastaría con insistir sin respiro sobre ella. Pero no ocurre así. Todo indica por tanto que podría existir una causa profunda que por algún motivo no sale a la luz.

También es interesante observar las respuestas que se recibe, desde el resto de España, a la pregunta ¿por qué crees que muchos catalanes quieren separarse? La más frecuente es: por dinero; piensan que serán más ricos. Pero tampoco me parece suficiente. Una injusticia fiscal o la escasez de inversiones públicas es algo que puede causar indignación, pero el rechazo visceral hacia todo lo español que lucen muchos separatistas parece responder a causas de mayor enjundia.

Una aversión visceral motiva, en efecto, a más de un millón de catalanes. Y llama la atención que sean tan poco comprendidos en el resto de España; pero es evidente que esa aversión debe tener sus razones (no hay efecto sin causa) y es importante conocerlas. Hay que saber por qué pasan las cosas. Conocer las causas de un conflicto —esté o no justificado— es un paso imprescindible para resolverlo. He dicho conocer las causas. Buscaré por tanto una explicación, que no es necesariamente lo mismo que una justificación.

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Partamos de la opinión que tiene un independentista extremo de otros españoles. Por si alguien todavía lo ignora, les ve con una mezcla de sentimientos que incluye —seré directo— tres ingredientes: antipatía, desprecio y (algunos) odio. Cualquiera que haya vivido el problema de cerca —o que oiga las emisoras públicas catalanas— convendrá en que estas palabras son las justas. Me estoy refiriendo a lo que sienten los separatistas extremos, no los demás catalanes. ¿Cuál es la causa de ese rechazo? Es sabido que algunos medios e instituciones lo han estimulado; pero sin duda lo han hecho sobre un sentimiento anterior. ¿Cuál era ese sentimiento y qué lo motivó?

En una primera aproximación, podría ser algo tan sencillo como esto: algunos catalanes se sienten diferentes en mentalidad, en lengua, en criterios de vida, y no están cómodos en España. No sintonizan con otros españoles y quieren gobernarse por cuenta propia. Tienen todo el derecho a defender esa postura, pero ¿cuáles son los motivos por los que no están cómodos compartiendo país? Esta es la primera cuestión a contestar, y hay que tratar de hacerlo de forma justa. Y si somos capaces de hacerlo, nos espera una segunda pregunta: ¿son, esos motivos, suficientes para llegar a detestar a los demás españoles? Contestar con acierto a estas dos preguntas será un ejercicio necesario para entender qué está pasando. La primera se refiere a las causas; nada ocurre porque sí, y menos una antipatía profunda. ¿Cuál es la causa de esa animadversión que a veces raya el odio? Insisto en que me limito a buscar las causas de un hecho, no su justificación moral.

Propongo una hipótesis. Observen que muy a menudo, en la vida cotidiana, el odio es consecuencia de una previa humillación. Nada es tan capaz de generar antipatía visceral como una humillación, sobre todo si es pública. A alguien que nos ha humillado le desearíamos todos los males. Pues bien; ahí podría estar una clave del conflicto, porque el resentimiento que exhiben muchos separatistas podría, en efecto, tener causa en tres hechos que fueron vistos como humillantes por muchos catalanes. Son estos: 1. Los catalanes han dependido durante quinientos años (o más, si contamos a Juan II de Aragón) de un poder externo; no se han gobernado por cuenta exclusivamente propia. 2. Durante al menos tres siglos se han sentido (casi) obligados a hablar otra lengua, lo que induce un sentimiento de marginación (¿por qué mi lengua materna tiene que ser de segunda clase?). 3. Los catalanes han sido con frecuencia objeto de befa entre otros españoles: su acento al hablar, su actitud pragmática y su tendencia al ahorro, han conformado una imagen dotada de cierta carga cómica que ha suscitado la chacota. Recuerden, por ejemplo, la película de Luis G. Berlanga La escopeta nacional. Una befa a menudo amigable (¡hombre, aquí llega el catalán!), pero befa. Los que hemos tenido que oír que nos llamaran «el catalán» en variadas circunstancias, sabemos que esta expresión tiene dos significados: por una parte encierra un mensaje de cierta admiración hacia el catalán como persona eficiente y seria; pero, por otra, el tonillo de amigable chufla es patente.

Pues bien, hay que partir de estas tres humillaciones (dominio, lengua, befa) que podrían haberse dado durante siglos y que, como es natural, han creado resentimiento. Y para terminar de entender lo que hoy ocurre, hay que añadir a estas tres posibles humillaciones otros dos hechos ciertos: el primero, ya hemos dicho, es la diferente mentalidad: muchos catalanes (no solo el 20 por ciento) tienen una manera propia de ver las cosas y se sienten —mental y sentimentalmente— diferentes. Estas diferencias se ponen de manifiesto incluso entre las clases conservadoras. ¿Por qué la derecha catalana es tan reticente a la hora de votar partidos que son, en cambio, bien vistos en Madrid? Ambas derechas son, claro, conservadoras; pero de muy diferente mentalidad. Y debemos estar atentos a esta explicación: mientras en Madrid abundaba una población funcionarial o cortesana que prosperó al socaire del poder político, en Cataluña surgió, a partir del siglo xviii, una clase burguesa que tenía sus raíces económicas en la Revolución Industrial y sus raíces culturales en la Ilustración. Todavía hoy, el aire prepotente de ciertos políticos españoles deja traslucir una mentalidad heredada de cuando Madrid era la Villa y Corte y su talante, algo mandón, resulta indigesto en Cataluña. A esta marcada diferencia de mentalidad se añadió un segundo hecho objetivo, importantísimo, que ayudó a establecer distancias: los catalanes son, desde el siglo xix, más ricos.

Resumiendo: las tres humillaciones citadas (dominio, lengua, befa), unidas a estos dos hechos ciertos (mentalidad y renta), dan como resultado que hoy muchos catalanes se digan: ¿por qué tengo que soportar que me gobierne alguien que me humilla por triplicado, es ahora más pobre que yo y encima se ríe de mí? ¿Voy a permitir que este individuo que en parte vive a mi costa me gobierne? Que le zurzan. Y aparece el rechazo, el desprecio, y hasta el odio.

No digo que quienes piensan esto tengan razón. Solo digo que esto es, en mi opinión, lo que ocurre. Es lo que piensan y sienten muchos catalanes separatistas extremos. Este sentimiento afecta tanto a una parte del pueblo llano como a una parte de la burguesía media o alta, y esto explica una aparente paradoja: muchos conservadores catalanes que hasta hace pocas décadas, durante el franquismo, se reconocían de derechas de toda la vida, apoyan hoy a partidos separatistas que se proclaman de izquierdas.

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austria Austrias Siglo de Oro,trabucairesMadridBorbones.