Juan Besse. Antropólogo (UBA). Profesor asociado regular del Departamento de Geografía de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y del Departamento de Políticas Públicas de la Universidad Nacional de Lanús (UNLa). Profesor del Doctorado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Docente de posgrado en maestrías y especializaciones de la UBA y la UNLa. Actualmente es uno de lxs directorxs del Proyecto UBACyT Grupos Consolidados “Políticas, territorios y escrituras de la memoria. Saberes expertos, prácticas militantes y dispositivos testimoniales en las configuraciones epistemológicas del pasado reciente (1955-2017)” con sede en Instituto de Geografía Romualdo Ardissone de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Ha compilado libros, escrito capítulos en libros y artículos en revistas con referato, especializadas y de divulgación sobre temas de epistemología de las ciencias sociales; epistemología y metodología de la investigación social; ciencias sociales y psicoanálisis; memoria política y políticas de la memoria. En 2016 editó, con María Graciela Rodríguez, el libro 16 de junio de 1955, bombardeo y masacre. Imágenes, memorias, silencios (Biblos).
Cora Escolar. Socióloga (UNSJ). Profesora Consulta Titular e Investigadora del Instituto de Geografía Romualdo Ardissone de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Profesora del Doctorado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Ejerce como Docente de Posgrado de Epistemología de las Ciencias Sociales, Metodología de la Investigación y Diseño de Investigación en doctorados, maestrías y especializaciones de la UNSAM y UBA. Actualmente es una de lxs directorxs del Proyecto UBACyT Grupos Consolidados “Políticas, territorios y escrituras de la memoria. Saberes expertos, prácticas militantes y dispositivos testimoniales en las configuraciones epistemológicas del pasado reciente (1955-2017)” con sede en Instituto de Geografía de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Ha compilado libros, escrito capítulos en libros y artículos en revistas con referato, especializadas y de divulgación sobre temas de epistemología y metodología de la investigación social; ciencias sociales, memoria política, políticas de la memoria, derechos humanos y análisis institucional. Ha editado Topografías de la investigación. Métodos, espacios y prácticas profesionales (Eudeba) y, con Juan Besse, Epistemología fronteriza. Puntuaciones sobre teoría, método y técnica en ciencias sociales (Eudeba, 2011).
Mariel Alonso. Integrante del Equipo de datos y Acervo documental de la Procuración de Crímenes contra la Humanidad del Ministerio Público Fiscal de la Nación. Realizó tareas de investigación, extensión y archivo en el sitio de la memoria “Mansión Seré” y participó del proyecto de extensión universitaria “Memorias de la política: dictadura y cotidianeidad en el Barrio de Floresta”. Trabajó en el Área de Investigación del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), desde el 2009 hasta el 2017 estuvo encargada del Archivo Institucional. Ha escrito trabajos sobre temas de complicidad civil con el terrorismo de Estado, procesos de justicia transicional en América Latina y políticas y lugares de la memoria en los procesos de construcción de memoria social. Estudiante avanzada del Profesorado en Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
Jimena Boland y Castilla. Antropóloga (UBA). Realizó tareas de educación e investigación en el sitio de la memoria “Mansión Seré” y participó del proyecto de extensión universitaria “Memorias de la política: dictadura y cotidianeidad en el Barrio de Floresta”. Es trabajadora legislativa y asesora en temas de derechos humanos; desde 2017 integra la mesa de género de la Cámara de Diputados de la Nación. Ha escrito trabajos en torno a las memorias barriales de centros clandestinos de detención, sobre los procesos de construcción de lugares de la memoria y sobre pedagogía en los sitios de la memoria.
Silvina Fabri. Geógrafa (UBA). Doctora en Geografía por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Docente-investigadora del Departamento y del Instituto de Geografía “Romualdo Ardissone” (UBA) en el Proyecto UBACyT Grupos Consolidados “Políticas, territorios y escrituras de la memoria. Saberes expertos, prácticas militantes y dispositivos testimoniales en las configuraciones epistemológicas del pasado reciente (1955-2017)”. Fue becaria doctoral por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Su investigación se centró en la política de la memoria desarrollada en el Espacio Mansión Seré a partir de los procesos socio-espaciales (Morón, Provincia de Buenos Aires). Forma parte del Grupo “Lugares, marcas y territorios de la memoria” (Núcleo de Estudios sobre Memoria- IDES). Ha publicado artículos en libros y revistas especializadas sobre políticas y lugares de la memoria, marcas territoriales y procesos de patrimonialización asociados a las prácticas memoriales.
Gabriel Margiotta. Antropólogo (UBA). Investigador del Proyecto UBACyT Grupos Consolidados “Políticas, territorios y escrituras de la memoria. Saberes expertos, prácticas militantes y dispositivos testimoniales en las configuraciones epistemológicas del pasado reciente (1955-2017)” con sede en Instituto de Geografía Romualdo Ardissone de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Integrante del Grupo “Lugares, marcas y territorios de la memoria”, Núcleo de Estudios sobre Memoria, IDES. Adscripto graduado a la cátedra Metodología de la investigación del Departamento de Geografía, FFyL, UBA. Ha publicado artículos y reseñas en revistas especializadas sobre memoria, historia e imagen.
María Eugenia Mendizábal. Socióloga (UBA). Magíster en Antropología Social (IDES-IDAES). Fue becaria doctoral en el marco del Núcleo de Estudios sobre Memoria, participó del UBACYT Formas del terror en la literatura Argentina. Desde 2006 forma parte del Equipo del Espacio para la Memoria y la Promoción de los DDHH ex CCDTyE “Olimpo” donde desarrolla diversos proyectos de investigación y de contenidos. Ha publicado artículos y capítulos de libros sobre Sitios de la Memoria en Argentina.
Luciana Messina. Antropóloga (UBA). Doctora en Antropología por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Es Investigadora Adjunta del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) con sede en el Instituto de Geografía Romualdo Ardissone de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Fue becaria doctoral y postdoctoral de dicha institución. Docente e investigadora de los departamentos de Geografía y Ciencias Antropológicas de la UBA. Miembro del Consejo Académico del Núcleo de Estudios sobre Memoria y coordinadora del grupo “Lugares, marcas y territorios de la memoria” (IDES). Ha publicado artículos en libros y revistas especializadas en español y en francés sobre epistemología y metodología de la investigación social, políticas y lugares de la memoria en los procesos de construcción de la memoria social y política sobre el terrorismo de Estado en Argentina.
Cecilia Palacios. Comunicóloga (UBA). Magíster en Comunicación y Cultura, Facultad de Ciencias Sociales, de la Universidad de Buenos Aires. Docente regular de la Cátedra de Teorías y Prácticas de la Comunicación II de la Facultad de Ciencias Sociales, UBA y JTP (Jefa de Trabajos Prácticos) de la Cátedra de Teorías de la Comunicación II en la Universidad Nacional de Moreno, Buenos Aires. Integró el UBACYT de Políticas y lugares de la memoria con sede en el Instituto de Geografía de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires desde el año 2007 a 2014.
Joan Portos. Antropólogo (UBA). Realizó tareas de educación e investigación en el sitio de la memoria “Mansión Seré” y participó del proyecto de extensión universitaria “Memorias de la política: dictadura y cotidianeidad en el Barrio de Floresta”. Desde 2008 hasta el 2015 trabajó en el Programa para la Recuperación de la Memoria Histórica del ex Centro Clandestino de Detención “Olimpo” en actividades educativas y de investigación. Actualmente integra el equipo de trabajo del Espacio para la memoria y la promoción de los DDHH ex ESIM, Mar del Plata. Ha escrito trabajos en torno a las memorias barriales de centros clandestinos de detención, sobre los procesos de construcción de lugares de la memoria y sobre pedagogía en los sitios de la memoria.
Daniel Rivas. Estudiante avanzado de Antropología de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Realizó tareas de investigación, extensión en el sitio de la memoria Mansión Seré; participó en el proyecto de extensión universitaria “Memorias de la política: dictadura y cotidianeidad en el barrio de Floresta”; también desarrolló trabajos de investigación en el marco de los proyectos “Recuperación y Difusión de la Memoria Histórico-Cultural del Pueblo Qom (Toba) de Pampa del Indio en la Provincia del Chaco” y “Colonialidad y Descolonialidad en el Chaco Argentino: Dinámicas y Procesos de Dominación, Explotación y Conflicto”. Ha escrito trabajos sobre las memorias barriales en torno a los Centros Clandestinos de Detención; sobre el imaginario social, la memoria histórica y las perspectivas del conocimiento del pueblo Qom.
Dolores San Julián. Antropóloga (UBA). Becaria doctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y doctoranda de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Docente del Departamento de Ciencias Antropológicas (UBA). Formó parte del equipo que investigó y reconstruyó el funcionamiento del Centro Clandestino de Detención conocido como “Mansión Seré” o “Atila” (Provincia de Buenos Aires). Del 2007 al 2013 trabajó en el Programa de Recuperación de Espacios vinculados al terrorismo de Estado (Dirección de Derechos Humanos, Municipio de Morón). Investigadora tesista Proyecto UBACyT Grupos Consolidados “Políticas, territorios y escrituras de la memoria. Saberes expertos, prácticas militantes y dispositivos testimoniales en las configuraciones epistemológicas del pasado reciente (1955-2017)” con sede en Instituto de Geografía Romualdo Ardissone de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y del Grupo “Lugares, marcas y territorios de la memoria” (Núcleo de Estudios sobre Memoria, IDES). Ha publicado artículos y reseñas en revistas especializadas sobre memoria e historia.
Luciano Uzal. Antropólogo (UBA). Investigador tesista del Proyecto UBACyT Grupos Consolidados “Políticas, territorios y escrituras de la memoria. Saberes expertos, prácticas militantes y dispositivos testimoniales en las configuraciones epistemológicas del pasado reciente (1955-2017)” con sede en Instituto de Geografía Romualdo Ardissone de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. A su vez, integra desde el año 2008 el colectivo de investigación en antropología y sexualidad Antroposex (FFyL-UBA). Investigador en el Centro de Investigación e Implementación de Cuidados Paliativos (IECS) desde el año 2013. Docente auxiliar del Departamento de Geografía, FFyL, UBA.
Juan Besse y Cora Escolar
Los escritos reunidos en este libro son cosecha de trabajo del Equipo Lugares y políticas de la memoria con sede en el Instituto de Geografía Romualdo Ardissone de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Desde 1993 el equipo llevó adelante, gracias al apoyo continuo de subsidios UBACyT, distintas investigaciones sobre políticas públicas en clave genealógica. A partir del año 2003 la relación entre las políticas y los lugares de la memoria pasó a ser el foco del interés y, desde entonces, la ampliación del equipo permitió entablar una larga conversación entre las formaciones disciplinares y las experiencias profesionales de quienes integramos este espacio de trabajo. Actualmente el Proyecto UBACyT Políticas, territorios y escrituras de la memoria. Saberes expertos, prácticas militantes y dispositivos testimoniales en las configuraciones epistemológicas del pasado reciente (1955-2017) es el que cobija nuestra lengua de cruce. Cruce entre las disciplinas de las cuáles provenimos (geografía, antropología, sociología, ciencias de la comunicación), los saberes que hemos explorado colectivamente, las áreas de estudio sobre memoria y política y las maneras en que el conocimiento producido ha nutrido el trabajo de las políticas de la memoria sobre el terrorismo de Estado y, más específicamente, las prácticas de gestión en espacios de la memoria y los derechos humanos llevadas a cabo por algunos de los compañeros del proyecto.
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El libro retoma algunas de las líneas de investigación de los proyectos ya finalizados y en curso. Entre ellas el abordaje de las relaciones entre las políticas de la memoria y las tramas institucionales mediante las cuales se inscribe y visibiliza territorialmente el patrimonio colectivo que constituyen los sitios de memoria. También los trabajos de este libro muestran cómo los saberes vinculados a la transmisión de la memoria sobre el pasado reciente han dado lugar a una creciente epistemologización, no sólo de los denominados estudios de memoria social sino también en el terreno de la producción de conocimiento institucional que se promovió tanto desde el Estado en el período 2004-2015, como desde las organizaciones y organismos de derechos humanos. Las investigaciones que dieron lugar a los escritos de este libro anclan en los modos singulares en que se anudan los saberes expertos, las prácticas militantes (políticas, del activismo de los DDHH) y los dispositivos testimoniales (jurídicos, literarios, artísticos, entre otros). Las investigaciones del libro recorren, a partir de algunos casos, la manera en que esos anudamientos convergen en la conformación y re-conocimiento de los lugares de la memoria. Las políticas de la memoria y aquello que Pierre Nora ha insistido en llamar los lugares de memoria1 mantienen entre sí una relación de anverso y reverso. Políticas y lugares de la memoria en cierto punto co-nacen pero también de algún modo se excluyen, cursan sus propios derroteros. Como dice Candau de los lugares de memoria, es allí donde “la nación se hace o se deshace, se tranquiliza o se desgarra, se abre o se cierra, se expone o se censura”.2 Desde esa perspectiva los lugares de la memoria son lugares de llegada y lugares de partida. El punto de partida, el “material empírico”, pero también son el efecto del trabajo colectivo que los inviste epistémicamente y del cual las investigaciones, estas y otras, forman parte.
El análisis de los modos singulares en que se anudan los dispositivos institucionales de gestión, las prácticas militantes y los saberes que participan en la hechura de las políticas y lugares de la memoria, constituye la traza y la tonalidad de las investigaciones que transitamos en nuestro quehacer. En ese marco –y atentos a la lógica de investigación del caso por caso– hemos prestado especial atención a los diversos modos en que los estilos de gestión, las memorias militantes y los saberes –tanto expertos como no expertos– se traman en un trabajo político que interviene en la constitución de políticas y estrategias institucionales que, por una parte, escriben y re-escriben los lugares de la memoria y, por otra, proponen representaciones y discursos a través de los cuales la sociedad se piensa qua sociedad. Hay en esa analítica de la relación entre instituciones, militancias y saberes, una epistemología en acto.
En el libro se delinean distintas figuras epistémicas sobre el terrorismo de Estado tal como este puede, por ejemplo, relatarse a partir de la experiencia que supone el estar ahí, emplazado en un barrio de la ciudad, un sitio de memoria. Y cuando decimos relatarse está claro que no nos referimos a la finitud de un guión político, institucional o museológico, sino a algo que es eso y mucho más que eso. Los desaparecidos, los ex centros clandestinos de detención, los vuelos de la muerte, los grupos de tareas, son expresiones hechas de palabras, mucho más que términos descriptivos, o categorías de un discurso, sea este político, jurídico o científico. Esas expresiones son espectros de un pasado doloroso, cruel y ofensivo a la dignidad humana. Emergen como figuras sin las cuales el pasado reciente no hubiera podido ser pensado ni conocido. Esas figuras siguen su curso, no pertenecen. No pertenecen a nadie. Son parte del patrimonio colectivo de una sociedad que hizo un esfuerzo mayúsculo, sostenido en el tiempo, para que ese horror se inscriba, pueda ser pensado y no se repita. Las figuras emergen de la tensión entre las escrituras y las inscripciones, dos palabras para nombrar las materialidades significantes y físicas que coexisten en la singularidad de cada sitio de memoria y de los modos en que esos sitios trabajan en la reparación simbólica y, en ocasiones judicial, del daño cometido.
En un texto del año 2003, momento de renacimiento de las políticas de la memoria en la Argentina, Diego Tatián escribía:
En las ciudades argentinas, los muertos –los asesinados y los desaparecidos– están todo el tiempo proponiéndote una interlocución; cuando lo adviertes ya no puedes circular como es debido (“una experiencia sensible y comprometida de la ciudad, abierta a la memoria, es opuesta al mandato de circulación”, escribe Richard Senett). Cada tanto, miras una pared y piensas: cuando sucedió, esa pared ya estaba allí. Muchos de ellos la habrían mirado alguna vez, o habrán pasado delante suyo sin mirarla durante los días de angustia, cuando no había a dónde ir. O te sientas en un banco de una plaza para mirar desde allí lo que habrá visto, sentado en ese mismo lugar, alguien que ya no está –no sólo para mirar lo que se vería entonces sino también lo que se ve ahora, con los ojos de los que ya no ven.3
Por eso es preferible apelar a la idea de las figuras. La epistémica que se despliega tanto en las memorias de la política como en las políticas de la memoria es más una configuración que una teoría; se trata entonces de ejemplos, sintagmas sin los cuales no habría la promesa de paradigmas. La condición paradigmática no reside, como marca Agamben, ni en las cosas ni en la mente del investigador, la inteligibilidad en cuestión tiene un carácter ontológico, no se refiere a la relación de conocimiento entre un sujeto y un objeto sino al ser y es inseparable de la ejemplaridad y la singularidad.4 Es allí donde las figuras hacen trastabillar toda tentación generalista, no pueden dejar de ser pensadas cada vez, y en ese trabajo el conocimiento no es más que una de las condiciones de posibilidad de ese pensamiento a contra muerte.
Los sitios de memoria son lo que se denomina en la jerga de los estudios de la memoria, y en sentido muy estricto, marcas territoriales. Donde territoriales dice de las marcas que son inscripciones geográficas, intervenciones en el paisaje urbano pero también escrituras de un territorio como acepción jurídico-política. Las marcas hablan de una política de Estado, de acciones de gobierno en varios niveles, de instituciones públicas de co-gestión entre el Estado y las organizaciones civiles. En ese sentido, la inscripción territorial nada dice de la experiencia del lugar, como se hace lazo con ese recorte en la superficie terrestre, como se lo vive o se lo siente a ese mojón emplazado frente a lo que fue y ya no es. Territorio: inscripción simbólica. Lugar: lazo imaginario. Espacio: lo real del sitio, allí donde reverbera lo sagrado, lo imposible, lo que no cesa de no inscribirse.
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Los escritos del libro se distribuyen en cuatro partes. Los trabajos agrupados en la parte I, Políticas y lugares de la memoria: derivas epistémicas, puntuaciones teóricas, transitan el pasaje entre los estados de la cuestión como aproximaciones inspiradoras y los dispositivos teóricos propios de investigaciones particulares. Se trata de notas teóricas, conjeturas y presupuestos teóricos, sobre distintos aspectos involucrados en la configuración epistémica de la relación entre políticas y lugares de la memoria.
La parte II, Lugares de la memoria: itinerarios, perspectivas, se caracteriza por un mayor anclaje en la categorización de los lugares de la memoria, como categoría analítica pero también como categoría en trance de permear la lengua en que se habla el paisaje ciudadano. La lugaridad de la memoria no es independiente de los territorios que las soportan ni de los itinerarios y perspectivas que acompasan la historia de aspectos específicos de los casos estudiados. Los trabajos de este acápite dan cuenta también de los modos en que las investigaciones recortaron la propia perspectiva de la investigación y se implicaron al transitar la frontera entre la gestión y la investigación.
La tercera parte, Estrategias de gestión y dispositivos memoriales, continúa en la línea de articulación entre políticas y lugares pero lo hace desde la perspectiva de las estrategias de gestión y de los modos en que estas entran en tensión con los dispositivos memoriales. Investigación e intervención, ida y vuelta.
Por último, la parte IV, Testimonio, memoria y escritura, incursiona en el testimonio como práctica ineludible en la configuración de los lugares y las políticas de la memoria. Los trabajos del apartado recuperan modos de teorizar la cuestión testimonial, de revisar los criterios de clasificación de los testimonios, de repasar el vínculo entre testimonio y caso, esa molécula viva de la memoria, con la singularidad que lo habita.
1 La expresión lugares de memoria, que Pierre Nora toma de Frances Yates en El arte de la memoria, ha sido desarrollada en la extensa obra bajo su dirección Los lugares de memoria (Les lieux de mémoire), editada por Gallimard.
2 Joël Candau, Antropología de la memoria, Buenos Aires, Nueva Visión, 2002, p. 111.
3 Diego Tatián, “Irrepresentable, invisible”, Nombres. Revista de filosofía, Córdoba, año XIII, nro. 18, diciembre de 2003, pp. 224-225.
4 Giorgio Agamben, “¿Qué es un paradigma?”, en Signatura rerum. Sobre el método, Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, 2009, pp. 12-44.
Juan Besse
La relación entre política y memoria ha sido central en el acontecer de la política argentina que siguió a la última dictadura militar, se redefinió de un modo crucial luego de la coyuntura que tuvo como pivote diciembre de 2001, y forma parte de aquellas características que hacen a la singularidad, la especificidad y, de muchas maneras, a la excepcionalidad argentina en materia de políticas de la memoria referidas a crímenes de lesa humanidad y violaciones de los derechos humanos.
Este capítulo reúne una serie de notas, todavía preliminares, sobre algunas de las condiciones históricas que posibilitaron la emergencia, el florecimiento y, a partir del año 2003, novedosas prácticas de materialización de las políticas de la memoria sobre el terrorismo de Estado desplegado por la última dictadura militar que gobernó la Argentina entre 1976 y 1983 pero también, con variantes propias, el que fue ejercido en otros períodos y momentos del pasado reciente.
Aún cuando cualquier política de derechos humanos sobre la historia reciente suponga en alguna medida una política de la memoria que sustente responsablemente un relato fundante de esa política, puede decirse que políticas de la memoria y políticas de derechos humanos no son términos estrictamente intercambiables, ni suponen cuestiones epistémicas, perspectivas teóricas u operativas empíricas de la misma índole. En todo caso, podemos pensarlas como dimensiones o niveles de políticas institucionales –o, en algunos periodos, políticas de Estado– que requieren, para ser discernidas, pensar en qué nivel se entraman y en qué plano se desunen. Por lo tanto, y en pos de contribuir a cómo abordar la relación entre políticas de la memoria y políticas de derechos humanos, una parte de este trabajo indaga en el estatuto teórico de las políticas de la memoria mediante el intento de pensar las dimensiones en que este tipo de políticas emergen como reclamos civiles, se despliegan en la esfera pública y eventualmente se consolidan como actos de gobierno o como prácticas que establecen relatos pregnantes sobre el pasado que se anudan con las prácticas políticas que trabajan por memoria, verdad y justicia.
En esa dirección, la primera parte del trabajo es un ejercicio metodológico, esto es, el esbozo áspero de una propuesta tipológica que facilite qué entender por políticas de la memoria tanto en lo que hace al trabajo de pensar su abordaje como objeto de investigación como al desarrollo de prácticas de gestión (implementación, metas, evaluación, etc.) consustanciales a las políticas.
La segunda parte del escrito quiere ser un ejercicio conjetural sobre algunas de las series que, en su devenir y convergencia, se constituyeron en condiciones históricas de posibilidad de las políticas de la memoria durante el período 2004-2015 pero también de aquellas que, a pesar de los intentos de desmontarlas por parte del gobierno de Mauricio Macri, siguieron con avatares su curso poniendo de manifiesto la complejidad y la consistencia de los dispositivos sociales, políticos e institucionales que las sostienen. Las que siguen son algunas de las preguntas que engarzan el trabajo de pensar la manera en que esas condiciones de posibilidad fueron dando forma a las políticas de la memoria. ¿Qué trazas distintivas de la política y la cultura argentina hicieron posibles las reparaciones simbólicas, jurídicas y económicas a las víctimas del terrorismo de Estado? ¿Qué procesos, itinerarios y características de esa matriz político-cultural fungieron como condiciones de posibilidad de la existencia de políticas de Estado tales como la reapertura de los juicios por delitos de lesa humanidad o los trabajos de recuperación de predios que fueron utilizados como centros de detención, tortura y exterminio para su marcación como sitios de la memoria?
Políticas de la memoria: apuntes de método
Todos los muertos dejan huellas luminosas en el espacio –aunque, por supuesto, son absolutamente invisibles para aquellos a los que su desaparición no entristece.
Pascal Quignard, Sordidísimos. Último Reino V
El puente entre las memorias de la política y las políticas de la memoria2 se revela como un analizador fundamental a la hora de trabajar escrituras políticas, periodísticas o intelectuales que –en tanto escrituras que entrañan algo de la implicación política de quienes escriben– se constituyen en escrituras testimoniales y forman parte de los modos en que se materializa la relación del presente político con el pasado histórico. El trabajo que enlaza la memoria política con la política de la memoria hace cuerpo mediante prácticas, discursos y escrituras singulares que expuestas entre sí dan forma a modos de entender el pasado, no sólo como conocimiento o vía para pensar lo acontecido sino como apuesta ética que afecta la lengua y la lengua en la que se habla la política. Es así que las políticas de la memoria se constituyen sobre el fondo –fondo de saber, fondo de deseo– de las memorias de la política pero no todas las memorias de la política dan lugar a políticas de la memoria ya que estas –tal como las resumiremos en breve– requieren no sólo de las memorias en acto sino de ciertas condiciones de posibilidad para su formación, consolidación y pervivencia.
¿Cómo es usado el término políticas de la memoria en la literatura o en la retórica sobre el tema? El ordenamiento de los usos más corrientes de la noción políticas de la memoria muestra tres acepciones básicas en las que es posible discernir aspectos metodológicos clave del montaje epistémico entre política y memoria. Las políticas de la memoria pueden ser abordadas en tres niveles que, a su vez, suponen anudamientos entre sí. Esos nudos, siempre singulares, requieren ser pensados caso por caso. Las dos primeras acepciones se inspiran en un uso –un tanto sui generis– de la ya clásica distinción efectuada en 1951 por Harold Lasswell en sus trabajos pioneros sobre la constitución de unas ciencias de políticas orientadas hacia problemas de política pública.3
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Sucintamente, la primera acepción de políticas de la memoria hace hincapié en las políticas como prácticas que dan forma a controversias y debates en la arena pública. En ocasiones hacen despuntar polémicas. Son las prácticas políticas, en este sentido amplio –y clásico– las que van constituyendo elementos (nociones, categorías, figuras, lemas, emblemas) imprescindibles para preguntarse, otra vez, por lo acontecido e hilvanar modos de relatar el pasado reciente. Las prácticas políticas hacen aparecer colectivos que los impulsan o los hacen suyos y que, a la vez, expresan modos de mirar el pasado mediante un reclamo de verdad y justicia anclado en la memoria, esa práctica singular que conmueve al sujeto y expone el carácter transindividual de su textura que no es sin lo colectivo. Por eso, en un punto irrenunciable de la verdad que las constituye, las políticas de la memoria no tienen que demostrar nada, su rigor es el de una epistemología del ejemplo.4 Es la singularidad de cada ejemplo lo que hace fulgurar la política como preservación contra el olvido y resguardo del superviviente. Preservación del cuerpo, cuidado de las condiciones para que emerja el sujeto.
Este primer nivel de entendimiento de las políticas de la memoria tiene relación con la práctica militante como una política de la supervivencia que es alegría de vivir, la verdadera, algo tan distinto al tono apocalíptico que cierra como fascículos históricos los desgarramientos del pasado. Por razones muy diversas no es posible “cerrar” el pasado, sólo hay maneras de convivir con lo acontecido. La reparación de un pasado doloroso se despliega en el inacabamiento existencial de las víctimas y de la sociedad que vive como propio el daño cometido, nunca es algo que pueda responderse por sí o por no, requiere pensarse como obra por hacerse en más o en menos.5 Javier Lifschitz dice que la memoria política mueve “espectros y todo espectro supone una presencia paradojal: es la aparición de algo que no tiene cuerpo pero que trae un mensaje. Es algo que ya no se puede ver pero que se escucha. Hace a la política escuchar”.6 Por eso es dable pensar a la memoria política como un estado de pasaje entre temporalidades y no sólo como formaciones de la memoria.
El puente entre memoria de la política y política de la memoria arqueologiza, describe, otorga visibilidad a los desgarros colectivos provocados por el terrorismo de Estado: la fabricación de cadáveres, la tortura, la sustracción de identidades pero también la perversión de la lengua política promovida por la dictadura. Y eso es posible por y en la política que preserva –mediante la promesa– a las generaciones por venir de aquello que Hannah Arendt palpa como un rasgo temible en las democracias de masas que siguieron a las dictaduras totalitarias y que podría ser leído como la continuidad del totalitarismo por otros medios en las democracias (neo)liberales: la impotencia de los ciudadanos sellada por el proceso de consumo y de olvido que se impone subrepticia y espontáneamente, incluso allí donde no opera el terror al desnudo, pero no por eso deja de imponerse el miedo y el prejuicio. Miedo y prejuicio que, con profundos anclajes sentimentales en el pasado, obstaculizan el acceso a una verdadera experiencia del presente como práctica de la reparación simbólica.7
Dicho uso del término políticas8 facilita el entendimiento de la política de la memoria como relaciones de fuerza –pero también de sentido– en torno de la simbolización del pasado, el ordenamiento del presente y la orientación a futuro, y por lo tanto hace referencia a la política como procesos políticos y sociales atravesados por antagonismos y juicios de valor, expresiones propias de la disputa política en el sentido partidario e ideológico cuya inteligibilidad está dada en el marco de un determinado Estado Nación,9 sin el cual no es posible captar el arraigo cultural y la historicidad de las memorias. Esta dimensión de las políticas pone en juego actores, intereses, requerimientos, negociaciones, demandas; en síntesis, relaciones de poder y, sobre todo, una dimensión simbólica ordenadora que ofrezca un sentido al sinsentido de las tragedias acontecidas. Es en este plano que actúan fuertemente las memorias de la política mediante un primer establecimiento de controversias y debates formadores de agenda política, las agendas particulares promovidas por los actores políticos que aspiran a universalizar el carácter perspectivo de su agenda particular como un tema de la agenda pública y de ese modo trabajar en pos de la formalización de una escena donde poder edificar los argumentos propios de cada una de las posiciones políticas. Eso es lo que muchos analistas sociales, tomados por el viejo ideal del debate republicano o de la racionalidad comunicativa, denominan disputas o pujas por el sentido. La cosa política tocada por la memoria es más compleja. El objeto de las políticas, cualquiera sean esas políticas, por estructura nace opaco. Y en las políticas de la memoria, de un modo muy candente, esa opacidad, en parte nacida del dolor, el de cada uno, y el colectivo, solo puede ser trabajada mediante la travesía de la relación, nunca lineal, entre memoria, verdad y justicia. Así y todo, no sería inadecuado decir que las organizaciones de la sociedad civil tales como las agrupaciones, asociaciones de víctimas o familiares, colectivos militantes, agrupaciones políticas, etc. que forman parte del vasto campo de los derechos humanos, disputan sentidos. Como también lo hacen a su modo los distintos tipos de negacionistas proactivos o pasivos. Pero disputar, la acción de disputar, como verbo que describe la enunciación de posiciones que acompaña la práctica de los derechos humanos no constituye necesariamente el escenario de una disputa, ni tampoco las reglas de discusión de una controversia clara y distinta, como aquellas que se despliegan por sí o por no en el debate parlamentario y, menos aún, en la deriva maniquea del debate político mediático. Sólo en la asunción responsable de la complejidad que las atraviesa es posible referirse a ellas como disputas por el sentido.
Reducir la pugnacidad que expresan las políticas de la memoria a la banalidad del debate republicano –como si la agenda que las constituye no tuviera que ver con lo que nunca debió suceder– no solo corre el riesgo de plantear como fácil lo que es difícil sino de trivializar la compleja relación de la política con lo sagrado.10 Las políticas de la memoria trabajan sobre lo imposible. Despliegan su potencia reparadora a contrapelo de aquello que la muerte trae, lo que es difícil de simbolizar e imaginarizar, porque toca el nudo traumático del dolor. Lo sagrado como locación del respeto al semejante y en consecuencia como gesto de resguardo del Estado al desamparado. Encontramos allí una figura de la patria como aquello que funda el respeto y preserva los cuerpos. Por lo tanto, el apego a la patria es el reconocimiento de su precariedad constitutiva ya que es “precaria en cuanto a condición de una vida verdaderamente humana”.11 El objeto de estas políticas, de muchas maneras, se encuentra más allá de la mundanidad de la puja política. Las políticas de la memoria no pueden permitirse ni la banalización de su lucha y, menos aún, la frivolización que acecha a cualquier política que no constituya mediante su práctica la ética que la sustenta, una ética que no puede dejarse tomar por el cálculo utilitario, que no puede ceder en el deseo de anudar memoria, verdad y justicia. La ética del utilitarismo, la del ideal de los bienes terrenos no accesibles a todos, no hace otra cosa que reforzar la antedicha ligazón entre consumo y olvido.12 Es aquí donde se puede pensar a Arendt con Debord. Las políticas de la memoria padecen la merma de historicidad que acecha al mundo –estragado por el gran capital– en el que se despliegan. El pasado, todo, y el reciente de un modo particularmente ominoso, suele ser empujado al irrespeto de la espectacularización, al exceso de luz impuesto por el tiempo del espectáculo, la imagen que se traga la experiencia y la transmisión de la experiencia. Y es allí, en el maridaje entre consumo y olvido donde los muertos mueren dos veces: primero como cuerpos vivos, después como cuerpos significantes.
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El segundo alcance de la noción de políticas de la memoria, hace foco en dimensiones propias de la institucionalización de las políticas y por lo tanto entronca, en parte, con la definición de las políticas como políticas públicas.13 Así, en este plano, las políticas no sólo hacen jugar actores del Estado y de la sociedad civil sino que articulan, se forman y dan forma a prácticas gubernamentales. Entre esas articulaciones se destaca la elaboración de estrategias para acompañar la reparación simbólica y jurídica del daño. Las políticas de la memoria contribuyen a la reparación o no merecen ese nombre. Es eso lo que las diferencia de las políticas indemnizatorias que –como subraya Rousseaux– dejan a las víctimas en la posición de sujetos sumidos en el espanto simbólico de renunciar a la memoria, la verdad y la justicia. En este marco se inscriben los cruces entre políticas de derechos humanos y políticas de la memoria tal como se expresa en las políticas reparatorias vinculadas a la reapertura de las causas y la realización de los juicios por crímenes de lesa humanidad luego de la derogación de las leyes de impunidad.14 Políticas que supusieron a su vez decisiones respecto del corte histórico para llevar adelante la reparación. Ese corte fue 1955.15 De allí para atrás reparaciones simbólicas, de allí para adelante –no sólo la inscripción de lo sucedido– sino también la posibilidad de reparación jurídica y material correspondiente a los crímenes de lesa humanidad.16 Reparación que comienza por el carácter imprescriptible de esos crímenes.
Otro aspecto fundamental es aquel en que las políticas de la memoria trabajan sobre el diseño y la gestión de programas y proyectos de conmemoración y rememoración de acontecimientos que pueden plasmarse en actos, monumentos, marcas territoriales tales como señales o placas sobre el terrorismo de Estado. La marcación de sitios memoriales mediante la paulatina recuperación de los ex centros clandestinos de detención, tortura y exterminio (CCDTyE), su institucionalización como Espacios de la memoria y los DD.HH es una contundente materialización de ese trabajo. Las políticas de la memoria en este nivel se despliegan como políticas públicas atentas a la cuestión territorial. Los ex CCDTyE recuperados son inscripciones no sólo geográficas (en la acepción amplia y laxa del término) sino inscripciones en el territorio en su acepción jurídico-política. Por lo tanto, las políticas públicas de la memoria requieren trabajar la contundencia simbólica de la inscripción territorial promovida por el Estado conjuntamente con los modos en que los sitios son objeto de una experiencia colectiva propia del despliegue de la sociedad civil cuando activa su autopoiesis ciudadana. Es pertinente entonces preguntar, y preguntarse ¿Cómo se hace lazo con los sitios? ¿Cómo se los transita y habita en tanto lugares que son, en simultáneo, profanos y sagrados? De allí que la relación entre territorio, lugar y espacio, en tanto categorías que por sus anudamientos en tramas locales ayudan a pensar dimensiones éticas de la producción de la memoria política de y en las ciudades, constituya un nudo que requiere ser pensado en su singularidad, caso por caso, a la hora de diseñar e implementar las políticas públicas de la memoria.
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Un tercer uso que ha tenido la noción de políticas de la memoria refiere a decisiones respecto de cómo narrar el pasado, analizando e interrogando el discurso de quienes ofrecen narrativas para darle significación y sentido a ese pasado, entre ellos, y principalmente el discurso de los historiadores y de quienes, por oficio o impulso profesional, escriben la historia.17 Así, más allá del carácter amplio del término política en esa última acepción, ese uso, y las perspectivas que abre, resalta la función crítica que supone la indagación en las escrituras del pasado en tanto soportes de los modos de rememoración y conmemoración de ese pasado, y esto último como baremo aplicable no sólo a las retóricas políticas filiadas y afiliadas a lógicas y políticas institucionales sino también a los discursos que –como el de los historiadores, politólogos u otros profesionales concernidos por la cuestión histórica– aspiran a la validación epistemológica propia de cada campo disciplinar y de su canon de cientificidad o saber. En síntesis, el tercer uso puede ser reconocido en el ejercicio de la función crítica revisora de las imágenes y los discursos establecidos por la memoria oficializada o el saber académico atravesado por silencios u olvidos, o por ambos, respecto de ciertos acontecimientos y hechos políticos del pasado. Tal como se encaraman en empresas periodísticas y editoriales que se empeñan no sólo en ser soportes del conocimiento historiográfico sino en proponer relatos históricos sobre el pasado que son desde su concepción, por sus alcances y eficacia, toda una política de la historia.18
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Cada una de las tres acepciones opera en una dimensión específica pero no por ello deja de anudarse con las otras dimensiones. Por ejemplo, la genealogía del Nunca Más,19 el modo en que se estableció como texto fundante de las políticas de la memoria en los años ochenta, como así también la manera en que devino un emblema más allá de toda posición sobre sus alcances y limitaciones, hace de ese escrito y esa frase un verdadero monumento lingüístico que invita a prestar atención tanto a las estrategias de lucha como a la lengua en que se habla la política.20
Es claro entonces que las políticas de la memoria son políticas que no pueden ser ponderadas, como sí pueden serlo otras políticas, sólo mediante estándares evaluativos racionalistas, y menos por aquellos enfoques que privilegian a la hora de ponderar su eficacia criterios de corte eficientista que, muchas veces, pecan de excesiva simpleza. Sin duda, esto último no quiere decir renunciar a pensar aspectos que hacen al diseño y la implementación, tales como los dispositivos de gestión o la formación de burocracias idóneas; aspectos que hacen a la evaluación de esas políticas, evaluación de metas, evaluación de impacto, aspectos jurídicos, institucionales y económicos que garanticen sustentabilidad y cumplimiento, es decir, todo aquello que desde la perspectiva del análisis de políticas y, más específicamente, de las políticas públicas forma parte del abc del curso de las políticas. Esto es el conjunto de decisiones que hace al pasaje entre las condiciones de posibilidad y las condiciones de existencia de una política pública.
Las políticas de la memoria requieren entonces de las exigencias comunes a cualquier política pública, requisitos que tienen relación con el cómo se han consolidado las políticas públicas sobre la memoria, sobre todo en los doce años correspondientes a los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, a partir de la creación de organismos y dependencias específicas, sobre todo áreas de derechos humanos que contaron con apoyo institucional y financiamiento. También a través de modos de coordinación intergubernamentales, entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial o entre los niveles del ejecutivo nacional, provincial y municipal, como así también a escala de sus proyecciones en el derecho internacional de los derechos humanos. La apertura hacia una consistente federalización de las políticas de derechos humanos y de la memoria mediante acciones colaborativas es uno de los desafíos pero también uno de los indicadores de logro en lo que hace a la institucionalización de las políticas donde los organismos de DD.HH han sido y son el gozne que sustenta la relación entre la gestión y la práctica militante.
Ahora bien, más allá de lo que emparenta a las políticas de la memoria con otras políticas públicas, las políticas de la memoria son políticas que tienen una estrecha relación con el derecho al sentido21 y por consiguiente se trata de políticas complejas cuyos efectos inciden en lo público, en lo privado y en lo íntimo. Políticas que tocan lo real del sujeto porque vienen a reparar un daño que lo expuso de por vida a la sobrevivencia.
En Las inclinaciones criminales de la Europa democrática, Milner escribe que dará por admitido –corrige, o al menos por admisible– las siguientes proposiciones:
- El racionalismo teórico y práctico se define por el esclarecimiento de la diferencia entre problema y cuestión;
- el racionalismo social consiste en pensar lo social como un lugar de problemas;
- el racionalismo político consiste en pensar la política como un lugar de soluciones.
Todo el Occidente moderno piensa en estos términos. No solamente razona en términos de problema y de solución, sino que además se vale de ellos para distribuir los roles entre la sociedad y la política. La sociedad es el lugar de los problemas y la política el lugar de las soluciones: ésta es la máxima”.22
En ese libro, mucho más que sugerente para pensar el estatuto de las políticas de la memoria, Milner deja establecido cuál es el riesgo del objetivismo, no de la objetivación, en la concepción misma de la política cuando la lógica gestionaria desbarranca lo ético-político.23 De modo tal que, si se quiere retomar el derecho al sentido como el horizonte propio e indelegable de las políticas de la memoria, no habría que pensarlas a partir del par problema/solución, un par que parece asentarse en una cierta presunción de objetividad: hay un problema objetivo y entonces hay que encontrar la solución. Se podría llamar a ese par el par que consuma una objetivación un tanto objetivista del abordaje de la política que no deja de producir una cierta reducción de las políticas públicas a un objeto que se pretende autoevidente. Pero, además de las dimensiones objetivas de las políticas de derechos humanos y de las de la memoria –un crimen de lesa humanidad es un crimen de lesa humanidad–, estas políticas comprometen cuestiones subjetivas, cuestiones que hacen a la subjetivación de quienes integran una sociedad y, por lo tanto, sería más pertinente pensarlas a partir del par cuestión-respuesta, es decir, preguntas que se hacen, que se elaboran colectiva y trabajosamente, que se alimentan de las hablas, de lo que plantea alguien sobre algo a alguien, que ofrecen un sentido al sinsentido de la tragedia acontecida y que lo que quieren es encontrar respuestas a la pluridimensión en que se desagrega la reparación de las heridas. Por supuesto, son políticas que se encuentran con el atolladero que necesita atravesar cualquier política, lidiar con lo universal del lenguaje y la lengua (en este caso es ociosa la distinción); lo particular de los estilos, de los géneros, de las prácticas de los colectivos militantes, de los saberes expertos y, como tercera pata, con lo singular de los sujetos.
¿Cuáles fueron aquellos acontecimientos que dieron lugar a esas políticas? ¿En qué consiste la peculiaridad del exterminio argentino? El carácter clandestino del dispositivo exterminador. La desaparición. Los rasgos de los numerosos campos distribuidos en todo el territorio nacional y en distintas escalas para infligir tormentos y matar. La tortura indefinida, indiscriminada e ilimitada aplicada sobre una población devastada por la persecución sistemática y sobre militantes agotados.24 La no restitución de los cuerpos de los asesinados con la consecuente privación de la sepultura,25 la apropiación sistemática de niños, han sido acontecimientos que suponen políticas no-cualquiera.