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SABIDURÍA CHILENA DE TRADICIÓN ORAL
(Cuentos)
Gastón Soublette Asmussen
© Inscripción Nº 232.389
Derechos reservados
Agosto 2013
ISBN Edición impresa Nº 978-956-14-1372-6
ISBN Edición digital Nº 978-956-14-2085-4
Diseño: Francisca Galilea R.
Diagramación digital: ebooks Patagonia
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CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile
Soublette, Gastón.
Sabiduría chilena de tradición oral: (cuentos) / Gastón Soublette, Marisol Robles,
Verónica Veloz.
Incluye bibliografía
1. Cuentos chilenos.
I. t.
II. Robles Ortiz, Marisol del Carmen.
III. Veloz Castro, Verónica.
2013 Ch863 +DDC22 RCAA2
ÍNDICE
Introducción
EL PÁJARO MALVERDE
INTERPRETACIÓN
LA PRINCESA DEL RETRATO
INTERPRETACIÓN
EL PRÍNCIPE LORO
INTERPRETACIÓN
EL CASTILLO DE LA FLOR DE LIS
INTERPRETACIÓN
EL TAHÚR O LA HIJA DEL DIABLO
INTERPRETACIÓN
BIBLIOGRAFÍA
INTRODUCCIÓN
El cuento popular es un género narrativo de tradición oral, un relato de ficción, cuya finalidad es divertir y entretener. Los estudiosos de este género distinguen varios tipos de cuentos, entre los que destacan por sobre todos los así llamados cuentos maravillosos, en cuyos relatos intervienen elementos sobrenaturales. Son ciertamente los cuentos más importantes en todas las tradiciones populares y es a ese tipo de cuentos que han dedicado de preferencia sus estudios los más célebres investigadores.
El hecho de que estas narraciones se hayan recogido de la tradición oral y hayan sido fijadas en un texto, entregándonos así una versión única, es un hecho relativamente reciente, y ha ocurrido justamente cuando esa tradición comenzaba a ser interferida por los aportes ideológicos y modos de vida de la modernidad, como si los investigadores del folklore oral hubiesen intuido que sobre esa pieza maestra del patrimonio intangible de las naciones, pesaba el riesgo de un proceso de olvido y desaparición. En lo que a Chile se refiere, una prueba de lo antes dicho podemos hallarla comparando las recopilaciones realizadas por investigadores desde fines del siglo XIX con las realizadas a mediados del siglo pasado. Es un hecho que entre esas dos épocas comenzó un lento desvanecimiento de la memoria que sostiene la cultura oral, porque ésta es incompatible con los modos de vida del actual modelo de civilización.
Con todo, la versión única que nos han legado los investigadores de otras generaciones, por fidedigna que pueda ser como es el caso de los cuentos recopilados por el antropólogo Ramón Laval en Chile, transfieren al ámbito de la cultura ilustrada este género narrativo que antes vivió solo en la oralidad y sus modos de transmisión, con lo que se quiere decir que la comunidad cultural se fue alejando del narrador y del particular modo de entregarnos su versión del patrón narrativo básico de los cuentos, con las variantes ocasionales de cada relato.
He tenido la suerte de conocer a algunos narradores, que ya en la década de los años sesenta del siglo pasado eran hombres maduros, la mayor parte de ellos de la tercera edad. Con relación a esto, recuerdo que en una ocasión asistí por casualidad a una reunión familiar en la casa de un inquilino del fundo Lagunillas, de don Mario Larraín Eyzaguirre, situada en la ruta que conduce hacia el interior del cajón del río Colorado, afluente del Maipo, en un lugar llamado El agua del peumito donde hay una vertiente que nunca se agota.
En esa ocasión la familia completa estaba reunida en torno al fogón de una casa enteramente construida de piedra. Fui admitido a esa reunión por mi amistad con la familia del dueño del predio y entré justo en el momento en que el jefe de familia contaba a los suyos el cuento El soldadillo. La hora en que eso ocurrió fue a la caída de la tarde, en pleno invierno en un día de lluvia, de modo que ya estaba oscureciendo y el espacio en que los familiares del narrador estaban situados era solo iluminado por el fuego de la chimenea. Yo conocía ese cuento por haberlo leído en la versión recogida por don Ramón Laval, y pude constatar que la versión entregada por este narrador tenía variantes.
A un costado del espacio interior de la casa había un sector sumido en la oscuridad, del que surgían por momentos ruidos como de tos o carraspera de un hombre. En ese lugar, lo supe después, estaba situado el abuelo de los niños y jóvenes ahí reunidos, narrador de conocido talento en la zona, quien, por así decirlo, vigilaba la narración que estaba realizando su hijo. Conversando después con ese hombre de edad avanzada supe que él podía contar cuentos durante una semana corrida sin repetirse.
El hecho de que por los reflejos del fuego yo pudiera ver al narrador que contaba el cuento, pero no a su padre, de quien lo había aprendido, fue como un acontecimiento sincronístico que me estaba mostrando una imagen ideal (pero real) de lo que ha sido la tradición oral en Chile, y el mundo y la función que ésta ha desempeñado en las familias y comunidades de todos los pueblos.
En esa ocasión pude apreciar la riqueza de la oralidad justamente por las variantes introducidas por el narrador en un patrón narrativo que me era muy conocido, como también pude apreciar los vacíos de memoria del hombre, que fueron llenados con elementos de otro cuento. Lo que sincronisticamente parecía reflejar el proceso del lento desvanecimiento de la memoria ancestral en las últimas generaciones, en tanto que el abuelo —símbolo del depósito intacto del mensaje oral de nuestra cultura popular— se sumía en la oscuridad. A todo eso podemos agregar también el hecho de que la casa era de piedra, y estaba situada junto a una vertiente inagotable llamada por los lugareños El agua del peumito.
A lo largo de muchas décadas los investigadores del cuento maravilloso intentaron determinar los elementos de la narración que le dan su forma peculiar, mediante clasificaciones según los temas o los personajes que actúan en él, hasta que el antropólogo ruso Vladimir Propp logró aislar las constantes elementales que determinan su morfología y lo distinguen de los demás géneros narrativos de la tradición oral. Según Propp esos elementos son modalidades de acción independientes del tema del cuento y de sus personajes. Son coordenadas formales que atraviesan por igual todo el repertorio de la narrativa popular y constituyen la fisonomía de su estilo. Esas modalidades de acción, Propp las llamó funciones.
No obstante, es necesario advertir que si bien las funciones de Propp son modalidades de acción comunes a todos los cuentos maravillosos, con independencia del tema y de los personajes, todas obedecen y son exigidas por la acción global que constituye la historia narrada en el cuento, la que siempre se ajusta a la aventura heroica, en el sentido del itinerario que recorren en su vida ciertos hombres y mujeres quienes, por el hecho de nacer dotados de cualidades excepcionales, son llamados a cumplir una misión trascendente en beneficio de la comunidad y de sí mismos.
Así los cuentos maravillosos y sus personajes, por muy diferentes que puedan parecer, se resumen al fin en un único proceso humano, ofreciendo a la comunidad modelos de comportamiento sensato en la vida.
Las funciones que Propp logró detectar en los cuentos como constantes formales son 32, entre las que se distinguen situaciones tales como: el alejamiento del héroe del ambiente familiar; una carencia que afecta a algún miembro de su familia (por ejemplo, ceguera del rey); la intervención de un agresor que daña y engaña a uno del clan; la decisión del héroe de actuar; su viaje iniciático y las pruebas a que es sometido; sus fallas y triunfos y las consecuencias adversas o venturosas que éstas generan; la intervención de uno o más auxiliares; la recepción de un objeto mágico; las noticias que tanto el héroe como sus oponentes reciben unos de otros; la humillación del héroe previa a su exaltación final; el encuentro con el ser amado; la derrota de los oponentes; la apoteosis conclusiva del personaje y su enlace matrimonial (su ascenso al trono, si es el caso).
El hecho de que por lo general las pruebas a que el héroe es sometido sean tres, correspondientes a la tríada del placer, el poder y la vanidad; la forma cómo éste las enfrenta fallando en unas y triunfando en otras; las consecuencias que se derivan de ello; el carácter de la carencia que él tiene que suplir o la afrenta que debe reparar; el tipo de oponente que enfrenta incluidos los monstruos; el tipo de auxiliar que halla en su viaje aparentemente por azar; su actitud ante las apariencias de ese personaje, casi siempre de humilde condición; el tipo de ayuda que se le ofrece; el por qué de su humillación previa a su exaltación; el proceso que hace posible el encuentro con su complemento y su enlace matrimonial; todo constituye un proceso de autosuperación que no es solo moral, sino también psíquico y espiritual. El héroe no solo aprende a obrar rectamente como una consecuencia de sus experiencias venturosas o adversas, sino que experimenta un cambio interior, por eso algunos cuentos incluyen la función que Propp llama transfiguración.
Ahora bien, eso que llamamos comportamiento sensato es el gran tema de la sabiduría universal, y por eso sus principios son los mismos en todas las culturas del mundo. Así el héroe, definido como aquel que hubiendo nacido con excepcionales aptitudes, es llamado a cumplir una alta misión, es un personaje conocido en todos los continentes del orbe, y esa es la razón de por qué los patrones narrativos de los cuentos suelen ser muy semejantes en todas las tradiciones culturales, aún sin que haya habido influencias de una cultura en otras.
Resumiendo podemos decir que la humanidad siempre se ha contado los mismos cuentos, y eso porque al fin todos los hombres son en esencia iguales.
Llegado a este punto de nuestra reflexión se impone ver entonces sobre la definición del cuento popular con que iniciamos el texto. Se dijo que la finalidad de este tipo de narración era divertir y entretener, lo que es repetido por todos los investigadores, porque con ese fin aparente el narrador cuenta su cuento ante un auditorio. No son muchos los que hacen la salvedad de que esa función —que de hecho ha cumplido el cuento en los usos y costumbres de los pueblos— oculta un propósito educativo de capital importancia a la manera de los mitos heroicos de la antigüedad y del Medioevo. Esos mitos tratan también el tema del comportamiento sensato en la vida, pero a un nivel de alta cultura.
Porque ocurre que los estamentos altos de la sociedad también tuvieron su texto hablado en un principio, que después pasó a la escritura en el trabajo de recrear literariamente las antiguas tradiciones orales. Esto realizado especialmente por clérigos de gran erudición. Es lo que ocurrió con las historias del Santo Grial; del rey Arturo y los caballeros de la mesa redonda; las proezas de Rolando, el Cid campeador, Tristán e Isolda, y otras de la misma naturaleza. Si bien los caballeros y los monjes y la alta burguesía de entonces podían adquirir excepcionalmente un ejemplar escrito (incunable) de esas gestas medioevales, lo habitual era que fueran conocidas por las recitaciones y dramatizaciones realizadas de memoria por los juglares en las cortes.
Los cuentos maravillosos son un derivado de los mitos heroicos y por eso pueden ser considerados como mitos menores transmitidos oralmente, en los que se revelan metafóricamente los secretos del desarrollo espiritual de las personas. En su origen puede que no hayan sido tan exclusivamente populares como hoy lo parecen, pero, como siempre ha ocurrido, que ha sido el pueblo campesino quien los conservó fidedignamente mientras la clase dirigente, desde el siglo de las luces, fue abriéndose a los nuevos aportes ideológicos de la modernidad, los que paulatinamente desplazaron las antiguas tradiciones. En el siglo XVII en Francia da la impresión de que esa tradición comenzaba a perderse, ya que el mismo rey Luis XIV ordenó a un grupo de letrados recoger la tradición oral popular de la nación. Mucho tiempo después, en el siglo XIX, escritores como los hermanos Grimm de Alemania, el danés Christian Andersen y el italiano Carlo Collodi, autor del inmortal Pinocho y muchos otros, recopilaron y escribieron cuentos concebidos en la forma de las narraciones populares, como un anhelo del romanticismo de recuperar la sabia inocencia del texto hablado popular.
Ahora bien la pérdida completa de esa tradición en los estamentos altos de la sociedad, motivó que justamente desde el siglo XIX se haya emprendido en el mundo un vasto trabajo de recopilación, estudio, y difusión de estos cuentos, que, recordados solo por narradores, reaparecieron en el mundo pero no ya como experiencias vividas por la comunidad y avaladas por una larga tradición de usos y costumbres, sino casi exclusivamente en el ámbito en que trabajan los investigadores académicos y pensadores, y solo para devenir un tema más de los saberes eruditos.
En el tratamiento del tema podemos distinguir dos etapas, una primera en que los investigadores trabajan en el ámbito de una antropología descriptiva, y otra en que los cuentos como los mitos y otras formas narrativas de la antigua tradición oral, son procesados con criterios de interpretación con los aportes de otras ramas del saber. La primera etapa comienza con la recopilación, la difusión y el estudio temático y formal de los cuentos y culmina con los trabajos de Vladimir Propp. La segunda se inscribe en la corriente de interpretación de las narraciones orales desde el ámbito de la psicología analítica.
En este sentido y en lo que a los mitos heroicos y los cuentos se refiere, cabe destacar las figuras de Karl Gustav Jung, Marie Louise von Franz, Paul Diel, quienes tendieron a ver en la aventura heroica un sentido de maduración psicológica denominado por Jung proceso de individuación. Las polémicas a que ha dado lugar este tipo de interpretaciones se deben a que siempre habrá pensadores especialistas que desarrollan su pensamiento en torno a un tema, delimitando bien las fronteras que separan ese tema de otros, los que por lo general reaccionan con cierta hostilidad ante quienes se niegan a fijar a su materia de estudio fronteras excluyentes, como ha sido el caso de los autores que han analizado los cuentos maravillosos y los mitos heroicos con criterios psicológicos.
Se trata de tipos humanos de estructura mental muy diferente. En el caso del segundo tipo, son personas que han hecho no solo una sino dos o más lecturas de los mitos y los cuentos, buscando poner en relieve el mensaje humano de fondo contenido en ellos. En tanto que los que estudian los cuentos y los mitos solo por lo que son en sí, son personas que por lo general adquieren mediante el estudio y la investigación un saber que agota en sí mismo su finalidad.
Este problema se entiende mejor haciendo una distinción entre un saber de salvación, y un saber de dominio. Esta distinción procede de la teología, y fue adoptada después por la antropología. En la teología se usa el calificativo saber de salvación para definir el saber que es propio de las sagradas escrituras, a fin de diferenciarlo del que es propio de las ciencias y la filosofía.
Resulta particularmente claro si se considera, por ejemplo, que en las sagradas escrituras hebreas está incluida una parte considerable de la historia del pueblo de Israel, y no por eso la Biblia puede ser considerada sin más como un texto histórico como lo entiende hoy la ciencia de la Historia. Esto se entiende bien si se compara esta historia teológica hebrea con las célebres Historias de Herodoto. Este autor, considerado el padre de la Historia, hace la cuenta descriptiva del pasado de muchos pueblos, con el solo propósito de difundir ese conocimiento, en tanto que la Biblia aborda la historia del pasado del pueblo de Israel solo desde el hecho de la irrupción de Dios en el destino de ese pueblo.
Con la denominación saber de dominio se quiere decir que en el proceso de generar conocimientos, la ciencia, al determinar en algún ámbito lo que se entiende por el ser así del mundo, está efectuando un acto de dominio sobre el objeto conocido, al significarlo, y eso como una proyección del paradigma cultural en cuyo contexto se reflexiona. El saber de dominio se adquiere en el entendido que el solo hecho de saber algo es un bien en sí mismo, independientemente del uso ulterior que se haga del saber. Por lo demás, ese uso ulterior históricamente ha demostrado ampliamente que la forma de calificar este saber es correcta.
Conforme a esta distinción entre esos dos tipos de saber, está claro, para quienes interpretan el cuento desde la psicología analítica, que no obstante su finalidad de divertir y entretener, de hecho la narración oral se constituía siempre en una instancia de alto sentido educativo y el pueblo asimilaba el cuento en un momento de especial receptividad, de modo que las metáforas que contenía, sin mediar explicación ninguna, penetraban en el inconsciente donde residen los patrones simbólicos que transfieren al auditor, por vía analógica, la enseñanza que el narrador entrega desde el depósito de la tradición, sin que nada de eso pase por el procesamiento de la mente consciente.
Develado así el saber que el cuento contiene es evidente que éste pertenece al ámbito de la sabiduría, la que puede ser calificada justamente como un saber de salvación.
La palabra salvación, de un tenor francamente religioso, se entiende conforme al propósito de las sagradas escrituras de salvar a los hombres de la muerte, término que en el lenguaje bíblico está referido más a la muerte espiritual que al hecho puro y simple de morirse, desde que la caída original torció el destino trascendente de la familia humana. Tal es el sentido con que Jesús se refiere a la muerte cuando le responde a un candidato a discípulo que quiere seguirle, pero le pide que antes le dé tiempo para enterrar a su padre difunto. Se recordará que en ese pasaje Jesús dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos, refiriéndose en términos extremadamente severos a los miembros de la familia de su discípulo, atrapados en un estéril legalismo religioso.
Ahora bien, en el ámbito de la sabiduría, conocimiento vivencial referido al sentido de la vida, se puede emplear también el término salvación en el entendido que el hombre debe acceder de algún modo a ese conocimiento para vivir sensatamente, pues existe una legalidad inherente a la vida humana expresada originariamente en lo que hoy podríamos llamar la ley de las sociedades primitivas, pero enseñada después en toda su profundidad en los mitos heroicos y los cuentos, y posteriormente en las enseñanzas impartidas directamente por los sabios; conocimiento que el hombre siempre corre el riesgo de perder y caer en la insensatez y sus graves consecuencias, pues ocurre que ignorar la sabiduría no puede hacerse impunemente, y de esa ignorancia y sus consecuencias deriva el carácter de saber de salvación de la sabiduría, con lo que se está diciendo también que en lo que al cuento se refiere, al igual que las sagradas escrituras o los textos canónicos de los grandes sabios, no se trata de un discurso oral o escrito que agote en sí mismo su finalidad, como antes se dijo.
El hecho de que el cuento sea un relato oral, conservado en la memoria privilegiada de ciertos señores de la palabra, que son los narradores anónimos, acentúa el carácter de saber de salvación que tiene la sabiduría que ellos contienen, tanto más si el acto de realizar la narración ante un auditorio es de carácter comunitario y tiene veladamente un cariz ceremonial.
Se trata del ritual de la sabiduría, no del ritual religioso. Pero si el ritual religioso se caracteriza por ser una especie de dramatización de los mitos mayores y la revelación, y el oficiante es un sacerdote o rey con atribuciones sacerdotales, el rito del narrador popular simboliza en términos de narración los grandes principios de la sabiduría expresados simbólicamente en una instancia coloquial entre él y la comunidad.
En toda tradición de sabiduría subyace el supuesto de que el sentido es cósmico y preexistente al hombre. Esta afirmación está referida, por una parte, a las leyes naturales y por otra, al proceso formativo del desarrollo psíquico pleno y armónico de los hombres. El hombre nace con un potencial psíquico que lo caracteriza a él como individuo. Ese potencial debe ser desarrollado por la educación que supuestamente recibirá por su pertenencia a una comunidad. En ese proceso se conjugan, por una parte el saber que se le imparte sobre el mundo y por otra, el conocimiento del sentido, a lo cual se agrega la experiencia estrictamente individual por la que todos deben pasar, y en la cual la escuela o el maestro es la vida misma.
En la aventura heroica se trata de alguien que por poseer cualidades excepcionales no puede seguir el mismo camino de desarrollo que el común de los mortales, sino que debe vivir una experiencia personal de excepción. Incluso se insinúa en el cuento que el ambiente en que nace, por muy ideal que parezca en su descripción inicial, está viciado de algún modo, y se muestra inapropiado para que el héroe conozca y revele su verdadera identidad. Más aún se puede decir que en la ambientación inicial del cuento se da a entender que el sentido se ha perdido y que es necesario que el héroe lo encuentre para estar en condiciones de cumplir su misión en la sociedad, la que puede ser definida, en última instancia, como un restablecimiento del pacto social, roto por la falta de sabiduría en la cúpula gobernante, la injusticia, y la conducta insensata de los propios miembros de su clan (El pájaro Malverde).
La interpretación de la aventura heroica desde la psicología analítica, aporta una clave para decodificar el lenguaje simbólico de la narración, de lo que resulta una unidad de sentido y una explicación que rescata al cuento de lo que parece ser la pura imaginación creadora del pueblo, y lo acerca a la problemática fundamental de todos los hombres en lo que se refiere a la orientación de la conducta individual y al hecho de vivir en sociedad. Porque el desarrollo psíquico pleno y armónico y la amenaza de frustración que pesa sobre él, es el problema central de la vida del hombre. Por eso los mito heroicos y sus derivados, los cuentos maravillosos, por su carácter de relatos ejemplares, no podían menos que representar en narraciones de alta calidad poética, lo que siempre ha sido fundamental para los individuos y la sociedad: el conocimiento del sentido que forma personas sensatas y creativas.
El esquema jungiano de la psique es el que más se aproxima a la problemática que debe resolver el héroe en el cumplimiento de su misión. Jung nos presenta la psique humana como constituida por tres elementos fundamentales, el eje central de YO el que actúa movido por dos tipos de fuerzas o energías complementarias, las que son rotuladas bajo los nombres latinos de Animus y Anima. Prescindiendo de todos los matices con que Jung define y describe esa polaridad, se puede decir que el Animus corresponde a la coordenada paterna, activa, consciente y fuerte de la personalidad, y el Anima corresponde a la coordenada materna, intuitiva, inconsciente y receptiva. Del Animus deriva el conocimiento, la decisión; del Anima, la inspiración, la premonición. El Animus razona, el Anima siente.
A esta triada se suman dos elementos negativos adquiridos en la experiencia del vivir, los que obstruyen el desarrollo armónico y pleno de la psique. Jung los llama la persona y la sombra. La persona es la modalidad existencial que adoptamos inconscientemente como actitud establecida en nuestro carácter, para presentarnos ante los demás, aparentando algo y ocultando aspectos de nuestro carácter que no queremos revelar ante otros, y todo eso para ganar ventajas y no crearnos problemas con los que actúan del mismo modo. En suma, es el modo de ser que adoptamos por las exigencias y desafíos del medio social. La sombra es el doble reprimido que hay en todo ser humano, él que a causa de la represión es sepultado en el inconsciente y deviene maligno.
El proceso de individuación, por el que la psique se unifica, comporta una armonización y equilibrio del Animus y el Anima, y una asimilación de la sombra, la que debe ser enfrentada con coraje y denunciada ante la conciencia. Ese acto salvador constituye un despertar y una verdadera conversión, de lo que resulta una disminución de la persona en pro de la autenticidad y la transparencia. De este modo el ser humano recupera la inocencia y la ecuanimidad y se integra en una totalidad llamada sí-mismo.
Da la impresión de que en los estudios de los cuentos maravillosos realizados desde la psicología analítica, los autores de esos estudios hubieran procurado devolverle a los cuentos su carácter sapiencial y su calidad de saber de salvación, lo que podríamos decir también de los estudios de exégesis realizados sobre los mitos heroicos, pues el psicólogo en el ejercicio de su profesión tiene que enfrentar a pacientes cuyo proceso de curación comporta una verdadera transformación cualitativa de la persona, en lo que se percibe una espiritualidad subyacente, sobre todo en la orientación jungiana de la terapia. En ese sentido se percibe, por ejemplo, en el libro que Paul Diel escribió sobre los mitos heroicos griegos, una cierta actitud militante que trasciende la mera investigación y el aporte de nuevos conocimientos en ciencias humanas, como si su autor estuviera reeditando un saber de salvación con propósitos también salvadores, así su libro adquiere un cierto carácter exhortativo para sus lectores.
Eso se dice para declarar en este prólogo que con esa misma intención ha sido escrito el presente libro, cuya autoría he compartido con dos alumnas que siguieron el curso que dicté sobre narrativa popular en la Pontificia Universidad Católica de Chile: Marisol Robles Ortiz y Verónica Veloz Castro, quienes escribieron dos excelentes ensayos de exégesis sobre los cuentos La princesa del retrato y El tahúr o la hija del Diablo, incluidos en esta obra.
El libro se inscribe dentro de un programa que fue ideado por el suscrito y su colega, profesor Fidel Sepúlveda, cuya finalidad ha sido la de escribir los así llamados clásicos de la cultura tradicional chilena, de los que ya han sido publicado tres: El canto a lo poeta, del profesor Sepúlveda y Sabiduría chilena de tradición oral: Refranes, del autor de este libro, y recientemente El cuento tradicional chileno también del profesor Sepúlveda.
El propósito de esta colección es el de proponer, a través de la educación superior, una reconsideración de la sabiduría de nuestro pueblo, la que en diversas formas de expresión le ha dado a nuestro país su identidad cultural. Y si bien se trata de formas heredadas de un pasado irrecuperable, contiene elementos de un conocimiento del hombre que es transhistórico y válido para cualquier época, mientras el hombre siga siendo hombre, y susceptible de ser reformulado y enseñado en el ámbito académico, no solo con el propósito de difundir el saber, pues resultaría una inconsecuencia estudiar la sabiduría y no sentirse interpelado por ella para trascender la mera adquisición de conocimientos.
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