Peio H. Riaño.
Padre de Lucas y Teo. Hijo de secretaria de hospital cántabra y maestro de escuela navarro. Licenciado en Historia del Arte y Periodismo, estudiante de Antropología. Es autor del ensayo visual Conductas envenenadas (2007), del libro de cuentos ilustrados junto a Sonia Pulido Chromorama (2008), de la novela Todo lleva carne (2008) y de las crónicas La otra Gioconda. El reflejo de un mito (2013). También ha sido comisario de la exposición colectiva «Esculturismo», en el año 2008. Ha trabajado en varios periódicos y revistas desde hace algo más de veinte años, y ha sido redactor jefe de cultura en Calle 20, Público, El Confidencial y El Español. En 2014 ganó el Premio de Periodismo Cultural José Luis Gutiérrez por el reportaje «Académicos insumisos». El jurado, compuesto por veteranos profesionales del periodismo, destacó su «forma renovadora y crítica de entender el periodismo cultural, basado siempre en la indagación y el trabajo de fuentes y obstinado en resaltar las contradicciones y paradojas de nuestro tiempo» y señaló que «Peio H. Riaño representa asimismo a una nueva generación de periodistas culturales que está renovando la práctica de la profesión y demuestra que —en momentos de crisis múltiple: de formatos, de contenidos, de paradigma— sigue siendo posible una información cultural de calidad». Actualmente trabaja en la sección de cultura de El País.
© Del libro: Peio H. Riaño
© Del prólogo: Lara Moreno
© De las fotografías: Archivo Fotográfico Museo Nacional del Prado
Edición en ebook: marzo de 2020
© Capitán Swing Libros, S. L.
c/ Rafael Finat 58, 2º 4 - 28044 Madrid
Tlf: (+34) 630 022 531
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ISBN: 978-84-121826-6-8
Diseño de colección: Filo Estudio - www.filoestudio.com
Corrección ortotipográfica: Victoria Parra Ortiz
Composición digital: leerendigital.com
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Las invisibles
El Prado es todavía, doscientos años después, una institución en la que se silencia y se excluye a la mujer. A las artistas y a las visitantes: todas invisibles y todos ciegos ante la ausencia de la voz y la experiencia femeninas. ¿Por qué el Museo Nacional del Prado ignora a las mujeres? En las salas del referente español y en las del resto de instituciones internacionales, el relato que se alaba en el siglo XXI es el mismo con el que el siglo XIX contó el mundo y construyó sus intereses. Cuadro a cuadro, este libro revisa el legado patriarcal que ha llegado hasta nuestros días, aunque hoy lo señalemos como injustificable y rechacemos cualquier práctica que amplíe la brecha entre hombres y mujeres.
Esta no es una historia del arte tradicional: es una guía contra las ausencias, las vejaciones, los eufemismos, los silencios y tergiversaciones que han hecho desaparecer a la mitad de la población, con una violencia soterrada y a la vista. Y esta es también una historia contra la ceguera, una narración sobre las condiciones políticas y sociales que determinan la creación artística y privilegian a ellos sobre ellas. Es el momento, ante el auge de los fascismos, de que los museos asuman sus responsabilidades y pasen a ejercer una práctica de pensamiento crítico, y se nieguen a dar por sentado el marco del menosprecio y la desigualdad.
Índice
Portada
Las invisibles
Prólogo de Lara Moreno. Nada que lo impida
Introducción. Un futuro para el museo
1. Las artistas
01. Presas políticas. El Cid, de Rosa Bonheur, en 1879
02. El dinero es de ellos. Giovanni Battista Caselli, poeta de Cremona, de Sofonisba Anguissola, en 1557-1558
03. El mercado abusa. Nacimiento de san Juan Bautista, de Artemisia Gentileschi, en 1635
04. La mujer diminuta. Bodegón con flores, copa de plata dorada, almendras, frutos secos, dulces, panecillos, vino y jarra de peltre, de Clara Peeters, en 1611
05. Una musa con clase. La XII marquesa de Villafranca pintando a su marido, de Francisco de Goya y Lucientes, en 1804
2. El arte
06. El techo de cristal. Doña Juana la Loca, de Francisco Pradilla y Ortiz, en 1877
07. La mirada pedófila. Inocencia, de Pedro Sáenz Sáenz, en 1899
08. Violadas por el arte. Las hijas del Cid, de Dióscoro Teófilo Puebla y Tolín, en 1871
09. Disfraz homosexual. Diana y Calisto, de Jean-Baptiste-Marie Pierre, en 1745-1749
10. Contra la libertad. Mesa de los pecados capitales, del Bosco, en 1505-1510
11. Tapar las vergüenzas. Isabel II, velada, de Camillo Torreggiani, en 1855
12. Un objeto de deseo. La perla y la ola (fábula persa), de Paul-Jacques-Aimé Baudry, en 1862
13. La carrera contra el pecado. Hipómenes y Atalanta, de Guido Reni, en 1618-1619
3. El museo
14. El patriarca y la heroína. Judit en el banquete de Holofernes (antes Artemisa), de Rembrandt Harmenszoon van Rijn, en 1634
15. Lo que oculta el lenguaje. El rapto de Hipodamía, de Pedro Pablo Rubens (y taller), en 1636-1637
16. Madre o muerte. María Isabel de Braganza como fundadora del Museo del Prado, de Bernardo López Piquer, en 1829
17. Prostituida y sin salida. La bestia humana, de Antonio Fillol Granell, en 1897
18. Asesinato en el museo. Escenas de La historia de Nastagio degli Onesti, de Sandro Botticelli, en 1483
Epílogo. Museos en crisis: escuchar o morir
Bibliografía
Agradecimientos
Obras
Sobre este libro
Sobre Peio H. Riaño
Créditos
A Lucas y Teo,
para que compartan sus privilegios
y corrijan la desigualdad.
Prólogo
Nada que lo impida
LARA MORENO
Hace un año, una tarde de domingo, mi amiga N. y yo quedamos con Peio a la puerta del Museo del Prado. No íbamos solas, venían con nosotras nuestras hijas. Había una cola monumental para entrar y ya dentro no tendríamos mucho tiempo, pero Peio se conoce el museo como un camino de vuelta a casa mil veces recorrido. Mi amiga N. y yo no éramos las protagonistas; eran las niñas quienes habían venido a escuchar. Teníamos suerte cada vez y, a pesar de la multitud, los cuadros elegidos por Peio solían estar más o menos despejados. En algunos, había un banco alargado justo delante, y ahí se sentaban él y las niñas; ellas, calladas y atentas; él les hablaba desde una concreta paz. Los cuadros mostraban lo que siempre han mostrado. Los mirábamos y veíamos escenas de caza humana, hombres trabajando la forja, y guerreros, y también mujeres desnudas, entregando cabezas degolladas entre sus manos, o huyendo, o cayendo. Estuvimos frente a La historia de Nastagio degli Onesti, frente a La fragua de Vulcano, frente al banquete de Tereo. Él les preguntaba a las niñas qué veían y las niñas contaban lo que veían. Ocurre que ellas están mucho más a salvo que nosotras, porque han llegado hace poco y, aunque ya han sido secuestradas por ciertas estructuras, aunque ya se las ha encajado (las hemos encajado) en determinadas posiciones, todavía son capaces de ver a través de los bosques, o mejor, todavía son capaces de distinguir lo que miran, tal cual. Ellas pueden ver cada árbol, cada hendidura, porque quieren de verdad mirar. Esa tarde, Peio les contó qué había detrás de aquellas imágenes: no es que les explicara otra cosa diferente de la que mostraban las pinturas, es que en el relato, en su mirada, puso de manifiesto la totalidad del ser hoy, del mirar hoy, del estar hoy, con una intención clara de abarcar el tiempo, el contexto, el punto de vista artístico y moral en que esos cuadros fueron creados, para desvelar (que es mucho más que interpretar), sin paliativos, sin doctrina, cuán terrible era el mundo para las mujeres. Porque, no nos engañemos: ¿de qué estamos hablando aquí si no de eso?. Matrimonios concertados, la piel blanca y desnuda de cuerpos femeninos en ofrenda, violencia explícita del hombre hacia la mujer, una joven atravesando los bosques en huida, con nada más que su cabellera al viento como protección, el cuerpo caído de ella, hendido por la lanza en el suelo; mujer muerta a manos del hombre que la quiere poseer. Estamos hablando de cuán terrible era el mundo para las mujeres, de cuán terrible es todavía, porque lo que quizá no saben, o no sabían, nuestras niñas, privilegiadas en tantos sentidos, pero igualmente expuestas, es que nada de esto ha dejado de ocurrir. Lo que hizo Peio aquella tarde fue contarnos la verdadera historia. No una asumida, velada, transformada, adoctrinada, consentida, hegemonizada, no: la historia misma, la verdadera. En realidad, nuestras niñas, mucho más que nosotras mismas, sabían de qué les estaba hablando Peio, a pesar de la sorpresa, la consternación y algunas risas. Porque ellas son capaces todavía de mirar y ver, simplemente, desde sus ojos limpios y profundos.
Este libro de Peio puede parecer una guía para redescubrir un museo. Pero no es eso, es algo mucho más delicado y afilado: es una nueva postura para la mirada. Las guías arrastran hacia un lugar y no siempre el movimiento es voluntario. Aquí hay algo profundamente madurado, y es la postura desde la que está escrita el libro. Esta postura nueva, conseguida tras un millón de horas de observar, de investigar, de percibir, de escuchar, de deshacer lo fuertemente atado, puede parecer incómoda. Un brutal escorzo. Algo antinatural. Y, sin embargo, como en el autorretrato de Artemisia Gentileschi del que nos habla, lo conseguido, esa nueva postura, es un lugar lleno de aire, de paz, de pasión y de posibilidad: no hay nada que lo impida. El grandísimo trabajo de Peio en este libro es hacer que no haya nada que lo impida. Porque, efectivamente, «un museo es un espejismo y una construcción ilusionista en el que nada es inocente ni existe la casualidad». Porque, todos lo sabemos, dentro de los grandes museos, acotados en sus marcos de oro repujado y a lo largo de galerías de mármol, no se encierra otra cosa que el mundo mismo. Un mundo herido desde siglos. Yo creo, eso me ha parecido comprender, eso he percibido, y no sin emoción, que lo bárbaro de este recorrido por las invisibles, además de su fina erudición y de su lúcida y acertada prosa, es la posibilidad de la fuerza de los brazos de esa mujer que pinta un lienzo y que a la vez se pinta a sí misma, sintiéndose libre, atacando una tela blanca tan grande como su propio tamaño. Dibujando, sin que nada la turbe o la coarte, el arriesgado escorzo de la vida. El aire pasa, transparente, entre sus manos, baila con el movimiento de la muñeca y los dedos. Nada que lo impida.
Este libro de Peio H. Riaño no se cierne sólo sobre el Museo del Prado, no podemos limitarlo a esas paredes: es la vida, es la pura calle y nuestra casa y nuestra historia. La denuncia no es ayer, es hoy y será mañana. Peio se ha detenido en el lugar justo a través del tiempo, y ha mirado y nos lo cuenta: ha permanecido cerca para observar el movimiento (los brazos bailando sobre el lienzo) y lo suficientemente quieto para respetarlo.
Para mí, ellas eran invisibles, yo apenas las conocía. Y el viaje no ha sido siempre grato, porque el horror y el silencio forman figuras dañinas. Pero guardaré un centenar de imágenes en la memoria, para el futuro: aquellas que estaban escondidas debajo de la capa de los siglos y el poder, y que con la ayuda de este libro he podido liberar, disfrutar y atesorar. Esas imágenes ahora están vivas, con total determinación, porque las he atisbado, desde un lugar de luz, nada más con el aire alrededor, sólo con el aire que les pertenece. Fortaleza, valentía, audacia, las mujeres artistas, las mujeres heridas, las mujeres vendidas, las mujeres calladas, las mujeres batalladoras. Las que serán visibles. Las de ayer y las de mañana. Las invisibles no ha de ser el dedo hundido en la llaga del pasado; tras su crujir de placa tectónica, que esa mirada sólo sea futuro.
«Apenas pueden los hombres formarse
idea de lo difícil que es para una mujer
adquirir cultura autodidacta y llenar
los claros de su educación.»
EMILIA PARDO BAZÁN, 1886
«Una intervención feminista en el arte
inicialmente confronta los discursos dominantes
acerca del arte, es decir, las nociones
aceptadas de arte y de artista.»
GRISELDA POLLOCK, 2003
«Todas y todos deberíamos ser feministas
porque el machismo es la enfermedad,
la pústula visible del patriarcado,
y el feminismo es un discurso corrector.»
MARTA SANZ, 2019