V.1: marzo de 2020
Título original: Independent Study
© Joelle Charbonneau, 2014
© de la traducción, Neus Adrián Pons, 2015
© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2020
Todos los derechos reservados.
Diseño de cubierta: Hot Key Books - Templar Publishing
Publicado bajo acuerdo especial con Houghton Mifflin Harcourt Publishing Company. Todos los derechos reservados.
Publicado por Oz Editorial
C/ Aragó, n.º 287, 2º 1ª
08009 Barcelona
info@ozeditorial.com
www.ozeditorial.com
ISBN: 978-84-17525-83-5
THEMA: YF
Conversión a ebook: Taller de los Libros
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.
Joelle Charbonneau es cantante, escritora e intenta ser chef. También es la orgullosa madre de un inquieto niño pequeño. Y fan incondicional del equipo de béisbol Chicago Cubs.
Joelle no se limita a contar historias por escrito, también lo hace sobre el escenario, donde ha representado óperas, musicales y obras de teatro para niños. Su experiencia en esta área le ha servido de inspiración para crear personajes para sus novelas.
Su trilogía La prueba se ha convertido en un fenómeno de ventas en todo el mundo.
Enhorabuena.
Has superado la prueba.
Has conseguido una plaza en nuestra prestigiosa universidad.
Tras seis meses de clases preliminares, realizarás un examen. Según el resultado, te asignaremos a un área de estudios adecuada a tus aptitudes.
Las confederaciones unidas te instamos a considerar con detenemiento tus respuestas durante el examen.
Las respuestas incorrectas se penalizarán.
«He galopado por esta excelente lectura; he estado en suspense todo el rato.»
Charlaine Harris, autora de las novelas de True Blood
Página de créditos
Sinopsis de La iniciación
Dedicatoria
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Sobre la autora
El día del examen.
Deslizo el fresco tejido de la camisa sobre las cinco largas e irregulares cicatrices que me recorren el brazo y me examino en el reflector: una túnica azul de manga larga, unos pantalones grises y el brazalete de plata con una estrella. La estrella y las ojeras me distinguen como estudiante preuniversitaria. Mis compañeros también muestran signos de haberse quedado estudiando hasta bien entrada la noche para el día de hoy. Tras seis meses asistiendo a las mismas clases preparatorias, hoy nos examinamos los veinte, y nos asignarán a los diferentes campos de estudio que se convertirán en el centro del resto de nuestras vidas.
Siento una opresión en el pecho. Solía disfrutar de los exámenes; me gustaba demostrar que había aprendido, que había trabajado duro y era inteligente, pero ahora no estoy segura de qué es real o de cuáles serán las consecuencias de una respuesta incorrecta. Mientras que mis compañeros están preocupados por como les afectará el examen en los años que tenemos por delante, a mí me preocupa no sobrevivir al día de hoy.
Normalmente me recojo el pelo en un moño oscuro y tupido para que no me estorbe. Hoy decido dejármelo suelto; a lo mejor las largas ondas consiguen esconder los efectos de los meses de noches sin descanso. Si no, puede que los paños fríos que mi madre me enseñó a aplicarme sobre los ojos ayuden.
Me invade una oleada de añoranza al pensar en mi madre. Aunque el contacto entre los estudiantes universitarios y sus familias no está prohibido expresamente, tampoco lo promueven. La mayoría de los estudiantes no ha vuelto a oír una palabra de sus seres queridos; yo he tenido suerte. Un oficial de Tosu se ha molestado en hacerme llegar pequeños mensajes de mis padres y mis cuatro hermanos mayores. Todos están bien. Mi padre y mi hermano mayor, Zeen, están creando un nuevo fertilizante que hará que las plantas crezcan más rápido. Mi segundo hermano mayor, Hamin, se ha comprometido; él y su futura esposa se casarán la próxima primavera. Su decisión de casarse ha provocado que nuestra madre esté buscando esposas para Zeen y los gemelos Hart y Win, pero hasta el momento sus esfuerzos han sido en vano.
Aparte de mi familia, otra persona se las ha arreglado para hacerme llegar noticias. Mi mejor amiga, Daileen, me asegura que está estudiando mucho y que en estos momentos es la primera de la clase. La profesora ha insinuado que este año podrían escogerla para la Prueba y cruza los dedos para reunirse conmigo en Tosu. Espero que se equivoque. Quiero que se quede en un lugar donde las respuestas a las preguntas tengan sentido, donde sepa que estará a salvo.
Me sobresalto cuando alguien llama a la puerta.
—Eh, Cia, ¿estás lista? No podemos llegar tarde.
Stacia tiene razón. A los que lleguen tarde no se les permitirá hacer el examen. No tengo claro lo que eso significaría para nuestro futuro, pero ninguno de nosotros quiere averiguarlo.
—¡Un minuto! —grito mientras me arrodillo junto a los pies de la cama y deslizo la mano entre el somier y el colchón. Tanteo con los dedos hasta que encuentro el bulto que me hace suspirar con alivio. El Comunicador de Tránsito de Zeen sigue a salvo, junto a los secretos que guarda.
Hace meses descubrí el símbolo que dibujé en el dispositivo para que me guiara hasta la grabadora y la información que grabé en ella. Tras escuchar las palabras que no recordaba haber pronunciado, hice una hendidura en el colchón y escondí el Comunicador ahí dentro. Semana tras semana, mes tras mes, intenté convencerme de que lo que el dispositivo me había revelado no era real. Después de todo, ¿no he comprobado a diario que mis compañeros de clase son buena gente? ¿Que los profesores y los administradores que se esfuerzan en prepararnos para el futuro quieren que tengamos éxito? Algunos de ellos son distantes, otros arrogantes. Ninguno de los estudiantes o de los educadores es perfecto, pero ¿quién lo es? A pesar de sus defectos, me niego a creer que ninguno de ellos sea capaz de hacer lo que cuentan las palabras susurradas, y a veces casi incomprensibles, recogidas en la grabadora.
—Cia. —La voz de Stacia me saca de mis pensamientos—. Tenemos que irnos ya.
—Es verdad, perdona.
Me pongo el abrigo, me echo la bolsa de la universidad al hombro y le doy la espalda a las preguntas sobre el pasado. Tendrán que esperar. Por el momento, debo concentrarme en mi futuro.
Stacia frunce el ceño cuando salgo al pasillo. Se ha recogido el pelo rubio oscuro en una elegante cola de caballo y sus facciones angulosas parecen más afiladas de lo normal.
—¿Por qué has tardado tanto? Vamos a llegar las últimas.
—Y eso los pondrá más nerviosos —bromeo—. Se preguntarán por qué no hemos tenido la necesidad de llegar pronto y comparar los apuntes con los demás.
Stacia entrecierra los ojos y asiente.
—Tienes razón. Me encanta poner nerviosos a los contrincantes.
Yo lo detesto. Mis padres me enseñaron a valorar el juego limpio por encima de todo.
Stacia no se da cuenta de mi malestar mientras caminamos entre árboles sanos, hierba frondosa y numerosos edificios académicos. Tampoco es que fuera a decir nada si lo hiciera. Stacia no es muy dada a conversaciones de chicas o a hablar por hablar. Al principio sus silencios me empujaron a intentar sacarla de su caparazón, como solía hacer con mi mejor amiga en Five Lakes. Ahora, con tantas preguntas rondándome en la cabeza, agradezco su silenciosa compañía.
Saludo a un par de estudiantes mayores que pasan por nuestro lado. Como siempre, nos ignoran. A partir de mañana, los estudiantes de último curso asignados al mismo campo de estudio que nosotros nos harán de mentores. Hasta que llegue ese momento, se comportan como si no existiésemos. La mayoría de mis compañeros de clase ha optado por ignorarlos a ellos también, pero yo no puedo. La educación que he recibido pesa demasiado como para no ser amable.
—¡Ajá! Debí imaginar que nos estaría esperando. —Stacia pone los ojos en blanco y se ríe—. Me jugaría la compensación que recibió mi familia a que también anduvo revoloteando a tu alrededor durante la Prueba. Qué pena que nunca vaya a saber si habría ganado la apuesta.
El corazón me da un vuelco cuando veo a Tomas Endress junto a la puerta principal del edificio de cuatro plantas de ladrillo rojo y blanco de Estudios Iniciales. Su pelo oscuro revolotea con la brisa del invierno tardío. La bolsa de la universidad cuelga con despreocupación de su hombro. Sus ojos grises y la sonrisa con hoyuelo apuntan directamente hacia mí cuando saluda y baja brincando las escaleras. Tomas y yo nos conocemos de toda la vida, pero en los últimos meses nos hemos unido más de lo que hubiera podido soñar si nos hubiésemos quedado en casa. Cuando Tomas está conmigo me siento más inteligente, más segura de mí misma. Y a la vez aterrada por si todo lo que creo saber y admiro de él es mentira.
Stacia pone los ojos en blanco cuando Tomas me da un beso en la mejilla y entrelaza los dedos con los míos.
—Estaba empezando a preocuparme por vosotras. El examen empieza en diez minutos.
—Cia y yo no vimos la necesidad de llegar pronto y repasar apuntes como todo el mundo. Estamos totalmente preparadas, ¿verdad, Cia? —Stacia se aparta la coleta rubia y me lanza una de sus extrañas sonrisas.
—Así es —digo con más convicción de la que siento.
Sí, he estudiado mucho para este examen, pero las palabras susurradas en el Comunicador de Tránsito me hacen dudar de que en algún momento llegue a estar del todo preparada para lo que pueda ocurrir.
No es la primera vez que desearía que mi padre estuviese aquí para hablar conmigo. Hace casi tres décadas, él asistió a la universidad. Durante mi infancia le pregunté cientos de veces sobre sus días aquí, pero casi nunca contestaba. Por aquel entonces di por hecho que callaba para evitar que mis hermanos y yo nos sintiéramos obligados a seguir sus pasos; ahora me pregunto si algo más siniestro se escondía tras su silencio.
Solo hay una manera de descubrirlo.
Subimos las escaleras los tres juntos. Cuando llegamos a la puerta principal, Tomas se detiene y pide un momento a solas conmigo. Stacia suspira, me advierte que no llegue tarde y entra. Cuando está fuera de nuestra vista, Tomas me aparta el pelo de la frente y me mira a los ojos.
—¿Has podido dormir esta noche?
—Algo. —Aunque con el sueño llegan las pesadillas, que solo puedo esquivar al despertar—. No te preocupes. Ser tu socia implica que puedo contestar preguntas por muy cansada que esté.
Mientras que los demás estudiantes dedicaban el tiempo libre a relajarse o a explorar la capital de las Confederaciones Unidas, Tosu, Tomas y yo pasamos todo nuestro tiempo libre con los libros bajo un árbol o en la biblioteca cuando hacía demasiado frío. La mayoría de nuestros compañeros creían que Tomas y yo fingíamos estudiar para estar a solas. No entienden mi temor a lo que pueda ocurrir si no apruebo este examen.
Tomas me aprieta la mano.
—Todo irá mejor cuando nos hayan asignado las áreas de estudio. Está cantado que tú vas a entrar en Ingeniería Mecánica.
—Espero que tengas razón. —Sonrío—. Aunque me encantaría trabajar contigo, la idea de que me asignen a Ingeniería Biológica me da pánico. —Mi padre y mis hermanos son unos genios, logran que las plantas crezcan con fuerza en la tierra dañada por la guerra. Revitalizar la tierra es un trabajo importante, los admiro; quizás incluso me lo plantearía si no fuera porque acabo matando todas las plantas que toco.
—Vamos. —Tomas me da un suave beso en los labios y tira de mí por las escaleras—. Demostrémosles lo inteligentes que son los estudiantes de Five Lakes.
El vestíbulo del edificio de Estudios Iniciales es oscuro. Solo la luz del sol que se cuela por los cristales de la puerta principal ilumina el camino. Tosu tiene leyes estrictas que regulan el uso de la energía. Aunque los sistemas de producción y almacenamiento de electricidad son más sólidos que en Five Lakes, se fomenta el ahorro. Durante el día, la universidad solo tiene electricidad en los laboratorios o las aulas que necesitan luz adicional para alguna clase en concreto. Por la noche, sin embargo, dispone de mucha más energía que el resto de la ciudad.
El aula del examen en el segundo piso está bien iluminada en honor a la prueba de hoy. La luz hace más evidente la tensión que hay en los rostros de mis compañeros, quienes, sentados tras los pupitres negros enfrascados en sus apuntes, albergan la esperanza de memorizar un último detalle que pueda marcar la diferencia entre el futuro que ellos quieren y el que los profesores decidan.
Llega el último estudiante. Me siento en un pupitre libre en la parte de atrás y Tomas se desliza en el de mi derecha. Dejo la bolsa en el suelo y recorro la habitación con la mirada. Somos veinte: trece chicos y siete chicas. Los futuros líderes de las Confederaciones Unidas.
Estoy a punto de desearle buena suerte a Tomas cuando entra el profesor Lee. Durante los últimos meses, el profesor Lee nos ha enseñado historia. Mientras que la mayoría de los docentes universitarios son de semblante serio, el profesor Lee tiene unos ojos amables y una sonrisa cálida, es mi favorito. Hoy, en lugar de su chaqueta color marrón preferida, nuestro instructor lleva el mono morado oficial de las Confederaciones Unidas. El aula se queda en silencio cuando el profesor recorre de arriba abajo las filas de pupitres y deja sobre cada uno un cuaderno de papel y un lápiz amarillo. Paso la mano sobre el dibujo que hay en una esquina de la cubierta del cuaderno. Un rayo, mi símbolo. El que me asignaron para la Prueba.
El profesor Lee nos pide que no abramos el cuaderno hasta que nos haya dado toda la información. Es un cuaderno grueso. En Five Lakes el papel es más difícil de conseguir, por lo que lo usamos con moderación y nos aseguramos de reciclar todas las hojas al terminar. Aquí, en Tosu, aprender es más importante que reciclar.
Jugueteo con el lápiz, haciéndolo rodar hacia adelante y hacia atrás sobre la superficie negra del pupitre. Por el rabillo del ojo, pillo a Tomas observándome preocupado. De repente, estoy en otra habitación. Ocho estudiantes. Otro oficial vestido con el morado ceremonial que llevan los hombres. Ocho pupitres negros. Paredes de un blanco brillante en lugar de grises. Seis chicos. Tan solo dos chicas en la habitación, una de ellas soy yo. Tomas me mira con la misma expresión de preocupación mientras toqueteo un lápiz. El cuaderno que tengo enfrente está marcado con el mismo rayo, solo que esta vez está rodeado por una estrella de ocho puntas. Mi símbolo rodeado por el emblema de mi grupo en la Prueba.
La habitación de mis recuerdos desaparece cuando la voz profunda del profesor Lee anuncia:
—Enhorabuena por haber completado los estudios básicos obligatorios para todos los estudiantes universitarios. La prueba de hoy, junto con las evaluaciones de vuestros profesores, determinará en qué campo encajan mejor vuestras habilidades. Mañana se publicará una lista con las notas del examen y la rama a la que habéis sido asignados: Educación, Ingeniería Biológica, Ingeniería Mecánica, Medicina o Gobierno. Las cinco ramas de estudio son necesarias para continuar revitalizando la tierra, la tecnología y a nuestros ciudadanos. Aunque cada uno de vosotros tiene sus preferencias, os pedimos que nos confiéis la decisión de asignaros la carrera que mejor se adapte a las necesidades del país. No intentéis adivinar qué preguntas del examen conducen hacia un campo en concreto. El alumno que obtenga unos resultados dudosos en el examen recibirá un suspenso y será eliminado de la lista de estudiantes de la universidad.
El profesor Lee recorre el aula con la mirada para asegurarse de que hemos captado la importancia de sus palabras. Escucho el martilleo de mi corazón en el silencio.
Tras un interminable silencio, prosigue:
—Responded cada pregunta lo mejor que podáis. No os vayáis por las ramas. No solo nos interesa averiguar cuánto sabéis, sino hasta qué punto entendéis las preguntas que se os formulan. Las respuestas que excedan los límites de la pregunta afectarán negativamente a la nota del examen.
Trago saliva y me pregunto cuál podría ser el efecto negativo. ¿Una nota más baja o algo peor?
—Tenéis ocho horas para completar este examen. Si necesitáis hacer un descanso para comer, beber o ir al servicio, levantad la mano y un oficial de la universidad os acompañará hasta la zona de descanso. Si en algún momento abandonáis esta clase, no se os permite salir del edificio ni hablar con nadie aparte de con vuestro acompañante. Cualquier incumplimiento de estas normas se transformará en un suspenso y se os expulsará de la universidad. Cuando hayáis completado el examen, alzad el cuaderno. Yo lo recogeré y os acompañaré hasta la puerta. Lo que hagáis después ya es cosa vuestra. —Nos dirige una mirada de complicidad antes de pulsar el botón que tiene en la pared de atrás.
Desde el techo desciende una pequeña pantalla en la que se visualizan unos números rojos. El profesor Lee pulsa otro botón y dice:
—Las ocho horas para realizar el examen comienzan ahora.
Los números empiezan a correr hacia atrás, indicándonos cuánto tiempo nos queda para completar el examen. Se oye el crujido del papel al abrir los cuadernos. Cogemos los lápices. El examen que decidirá el rumbo que tomarán nuestras vidas acaba de empezar.
La primera pregunta me provoca una sonrisa. ¿Qué es el teorema del valor medio? Incluye el enunciado y una demostración en tu respuesta.
Cálculo. Se me da bien. Respondo a la pregunta con rapidez, doy el enunciado del teorema y una demostración de cómo funciona. Por un momento, me pregunto si también debería explicar cómo se aplica el teorema a las funciones vectoriales o cómo se utiliza en integración, pero enseguida recuerdo las instrucciones del profesor Lee. Se supone que solo debemos dar la información requerida. Ni más ni menos. Durante unos instantes me pregunto por qué, pero supongo que es porque los líderes deben escoger sus palabras con cuidado. Para evitar conflictos, deben estar seguros de que la gente que les sigue entiende el significado exacto de lo que quieren decir. Con esa clase de responsabilidad, no es de extrañar que los oficiales universitarios quieran evaluar esta habilidad.
Vuelvo a leer el enunciado, decido que mi respuesta es completa y que se ciñe a lo que preguntan y paso a la siguiente. El lápiz vuela a través de la página al explicar las primeras Cuatro Etapas de la Guerra en las que varios gobiernos se atacaron unos a otros y a la tierra. Describo las siguientes Tres Etapas, en las que el planeta se defendió de los productos químicos y otras fuerzas destructoras desatadas sobre él. Terremotos, tormentas, inundaciones, huracanes y tornados azotaron el mundo, destruyendo en cuestión de unos años lo que los humanos tardaron siglos en crear. Los daños que las Confederaciones Unidas han intentado reparar con trabajo duro durante los últimos cien años.
Lleno las páginas con las respuestas. Química, geografía, física, historia, música, arte, comprensión lectora y biología. Cada pregunta expone un nuevo tema, un conjunto de habilidades diferentes. La mayoría sé responderlas. Me quedo sin aliento al dejar una en blanco. No estoy segura de lo que pide la pregunta o de cuál podría ser la respuesta. Espero tener tiempo de regresar a ella cuando haya completado el resto. Si no… Mi mente empieza a desviarse hacia las palabras que suenan en la grabación del Comunicador de Tránsito. Hacia el destino que sufrieron los candidatos de la Prueba que se atrevieron a dar una respuesta equivocada.
No. Aparto esos pensamientos. Preocuparme por el pasado no me va a ayudar, debo ocuparme del presente.
Según el reloj, me quedan apenas cuatro horas para finalizar la prueba. Muevo los hombros y me doy cuenta de lo entumecida que estoy. Entre la tensión y la inactividad, mis músculos están empezando a protestar. El estómago vacío se suma a las quejas. Aunque el miedo a suspender me insta a seguir, escucho la voz de mi madre recordándome que la mente y el cuerpo necesitan combustible para dar el máximo rendimiento. No quiero quedarme sin tiempo, pero quedarme sin energía o concentración sería peor todavía.
Observo el aula. Todos los pupitres están ocupados. Nadie más ha hecho un descanso. ¿Salir del aula para cargar pilas será un signo de debilidad a los ojos de los oficiales? Escudriño la habitación en busca de cámaras y no encuentro ninguna, pero que no las vea no significa que no las haya.
Me ruge el estómago otra vez. Tengo la garganta seca y me escuecen los ojos. Me da igual cómo se interpreten mis acciones, necesito un descanso. Si no me tomo unos minutos para reponer fuerzas, el resto de mis respuestas se resentirán.
Trago saliva. Cierro el cuaderno, dejo el lápiz al lado de los papeles y levanto la mano. El profesor Lee no me ve enseguida, pero algunos de los estudiantes sí. Varios de ellos me miran con suficiencia, como si se enorgullecieran de aguantar más que yo. Otros, como Stacia, niegan con la cabeza. Por un instante pienso en bajar la mano, pero el gesto de asentimiento de Tomas me alienta a levantarla más alto.
El profesor Lee me ve, sonríe y con un gesto me da permiso para abandonar el pupitre. Siento las articulaciones entumecidas mientras camino hacia la parte delantera de la clase. Una mujer vestida del rojo oficial me está esperando tras la puerta. Me acompaña escaleras abajo hasta una sala en la primera planta donde me espera una mesa con comida y agua. Lleno un plato con pollo, rebanadas de queso muy curado, ensalada de fruta, verdura y nueces, los mismos alimentos que mis padres nos hacían comer a mis hermanos y a mí antes de un examen importante, y ataco.
Apenas noto el sabor al masticar y tragar. Esta comida no es para saborearla, es combustible para superar las próximas cuatro horas. Me termino la comida rápidamente y después voy al baño y me echo agua en la cara. Han pasado menos de quince minutos cuando me deslizo frente al pupitre mucho más lúcida que cuando salí. Cojo el lápiz, abro el cuaderno y una vez más empiezo a escribir.
Contesto preguntas sobre el código genético, personajes históricos, descubrimientos importantes sobre medicina y almacenamiento de energía solar. Me duelen los dedos de tanto escribir. Las páginas se van llenando. Llego a la última pregunta y pestañeo. Por favor, indícanos qué campo de estudio preferirías y por qué crees que esta trayectoria profesional es la más adecuada para ti. Esta es mi oportunidad para convencer a los administradores de la universidad de mi pasión y capacidad para ayudar a desarrollar la tecnología del país.
Respiro hondo y empiezo a escribir. Vierto todas mis esperanzas sobre la página: el deseo de ayudar a mejorar el sistema de comunicaciones del país pasando de las radios por pulsación de uso limitado a una red sofisticada al alcance de todos los ciudadanos; mi entusiasmo ante las nuevas fuentes de energía que mejorarían el funcionamiento de la iluminación y de otros aparatos; mi creencia absoluta en que puedo marcar una diferencia en el futuro tecnológico de las Confederaciones Unidas.
El tiempo corre mientras reviso mi respuesta una y otra vez, preocupada por que una palabra equivocada pueda cambiar el rumbo de mi carrera. Uno a uno, mis compañeros levantan los cuadernos sobre sus cabezas, esperan a que los recojan y abandonan el aula, hasta que solo quedamos cinco. Me doy por satisfecha con mi respuesta final y miro el reloj. Quedan tres minutos.
De repente me acuerdo: dejé cuatro preguntas en blanco con la intención de volver a ellas más tarde. He dedicado tanto tiempo a redactar la última respuesta que no queda tiempo. Se me acelera el corazón mientras paso las hojas con la esperanza de responder al menos una de ellas, pero no lo consigo. El reloj se detiene cuando termino de leer la primera de las preguntas sin responder. Lápices fuera. El examen ha llegado a su fin. Y yo no he terminado.
Ninguna de las preguntas que no he llegado a contestar es de matemáticas o de ciencias, las asignaturas que considero más importantes para Ingeniería Mecánica. Trato de consolarme con eso cuando le entrego el cuaderno al profesor Lee, aunque el error de no completar el examen me impide mantener la cabeza erguida cuando salgo de la clase. Lo único que puedo hacer es esperar que todo salga bien.
Tomas me está esperando fuera. Su sonrisa desaparece al mirarme a los ojos.
—¿Cómo ha ido?
—He dejado cuatro preguntas en blanco. Si no me hubiera tomado un descanso para comer, las habría terminado.
Tomas niega con la cabeza.
—Hacer un descanso fue una decisión inteligente. Yo no lo habría hecho si no fuera por ti. Me estaba desconcentrando. Me recordaste que es importante poner un poco de distancia y despejar la cabeza. Cuando regresé del descanso, me volví a leer la última respuesta y encontré dos errores. Te debo una.
Me besa con ternura y eso es más que suficiente.
Cuando Tomas se separa, me sonríe y aparece el hoyuelo:
—Te debo otra por la diversión. Las caras de los demás cuando has salido de la clase no tenían precio. No sabía si estaban impresionados o intimidados por tu seguridad.
Pestañeo. Seguridad es lo último que sentía cuando salí del aula del examen, pero las palabras de Tomas hacen que me detenga a pensarlo. ¿Cómo me habría sentido yo si alguien hubiera levantado antes la mano? ¿Si hubiera salido a comer algo mientras el tiempo corría en el reloj? Habría dado por sentado que aquel estudiante no tenía miedo de no acabar la prueba a tiempo. De hecho, su salida me habría hecho pensar no solo que terminaría el examen, sino que le sobraría tiempo. Las palabras de Tomas son un buen recordatorio. Pensar que algo es verdad no significa que lo sea. La percepción es casi tan importante como la realidad.
Empieza a anochecer cuando Tomas y yo caminamos cogidos de la mano hacia el comedor de la universidad. Los mayores no suelen venir, puesto que cada campo de estudio tiene su propia residencia y cocina. La mayoría de días, los únicos que utilizamos este comedor son un puñado de administradores de bajo rango, uno o dos profesores y los alumnos de Estudios Iniciales. La comida que nos sirven normalmente es sencilla: bocadillos, fruta, bollos y ensaladas. Nada que necesite mucha preparación o esfuerzo para mantenerlo caliente. A pesar de que acabamos de alcanzar un hito, la comida es la misma. No estamos de celebración; todavía no. No hasta que se hayan puesto las notas y se hayan asignado los campos de estudio.
Durante los últimos seis meses como estudiantes universitarios hemos hecho varios exámenes. Después de cada uno, el comedor se llenaba de cháchara de gente comparando respuestas, lamentando errores y celebrando respuestas correctas. Hoy no se oye nada de eso. La mayoría de mis compañeros tiene los ojos clavados en el plato mientras come. Algunos ni siquiera comen, simplemente juegan con lo que tienen en el plato intentando parecer normales. Todos estamos exhaustos por el examen y preocupados por las notas.
Tomo algo de pan y de fruta. La preocupación que siento me impide comer más que un par de bocados. Tomas deja el plato limpio sin ningún tipo de problema. Supongo que no hace falta preguntarle cómo le fue el examen.
Dejando a un lado las sobras de la comida, pregunto:
—¿Crees que nos darán las notas a primera hora de la mañana o nos harán esperar?
Antes de que Tomas pueda hacer conjeturas, una voz de tenor dice:
—Lo harán a primera hora.
Tomas se pone tenso cuando Will, nuestro compañero de Estudios Iniciales, sonríe y desliza su larguirucho cuerpo sobre el asiento libre a mi lado. Por dentro me recorre un escalofrío. Por fuera sonrío.
—Pareces bastante seguro.
—Es que lo estoy. —Le brillan los ojos—. Oí hablar de ello a dos administradores. No les hacía muy felices eso de pasarse la noche en vela para que las notas de los exámenes estén listas a primera hora de la mañana. —Sonríe todavía más—. Estaban muy enfadados. Les da igual que nosotros perdamos horas de sueño, pero no les gusta cuando lo hacen ellos. Bueno, ¿cómo os ha ido hoy?
Tomas se encoge de hombros y baja la mirada hasta el plato. Por alguna razón que ni siquiera él entiende, no le gusta Will. No es que sea antipático con él, porque no lo es, pero las escuetas respuestas que le da hablan por sí solas, igual que la expresión en sus ojos. De recelo; de desconfianza.
—¿Qué tal tú, Cia? —pregunta Will—. Seguro que te has lucido como siempre, ¿verdad?
Ojalá.
—Había demasiadas preguntas para lucirse en todas —respondo.
—Sé que he fallado las respuestas sobre Historia del Arte. Creí que querían líderes que ayudaran a revitalizar el país. ¿De qué sirve estudiar la escultura de un tío desnudo? Aunque una chica desnuda… —Sonríe otra vez—. Bueno, eso ya es otra cosa.
No puedo evitar reír y medio escuchar a Will mientras bromea sobre las diferentes preguntas del examen y hace conjeturas sobre si le asignarán el campo de estudio que más le gusta: Educación.
Disfruto de la vivacidad de Will. También siente un gran amor por su familia, especialmente por su hermano gemelo Gill, que vino a Tosu para la Prueba, pero no pasó a la universidad. Poco después de empezar como estudiantes universitarios, Will me enseñó una foto suya con su hermano. Dos caras idénticas con sonrisas vivarachas. Cuerpos altos y delgados y una piel cenicienta que denota la escasez de alimentos saludables en su colonia natal. Aparte de la longitud del pelo, que Will lleva por los hombros y su hermano muy corto, los dos eran calcados hasta en el amor y la felicidad que desprendían sus profundos ojos verdes.
Es la añoranza y el amor que veo en sus ojos lo que me une a Will incluso aunque la grabación del Comunicador de Tránsito me advierta de que me mantenga alejada de él. Se me hace difícil creer que bajo su sonrisa amable se esconde alguien que intentó matarnos a Tomas y a mí. Pero mi propia voz dice que eso es exactamente lo que es Will. Es por eso que me mantengo cerca de él, estoy decidida a descubrir si todo lo que digo en esa grabación es cierto o no. Sobre Will. Sobre Tomas. Sobre todo.
Nos sentamos en la misma clase en la que ayer hicimos el examen. Esperando. Veinte alumnos seleccionados de las dieciocho colonias de las Confederaciones Unidas, a punto de saber cómo vamos a ayudar a reconstruir el país.
Echo una ojeada a la clase. He llegado a conocer bien a la mayoría de mis compañeros. A Will, que quiere enseñar. A Stacia, que espera estudiar gobierno y derecho. A Vic, un chico grande y pelirrojo de la colonia de Stacia, cuya ambición es curar huesos rotos. A Kit, una chica esbelta y morena con el pelo hasta la cintura que coquetea con Tomas sin descanso mientras intenta quitarme el primer puesto en Ingeniería Mecánica. Un chico llamado Brick afirma que se da por satisfecho con estudiar aquello que las Confederaciones consideren más apropiado para él. Alrededor de la mitad de los estudiantes que hay en esta habitación están interesados en formar parte del gobierno para dictar las leyes del país. Lo único que tenemos en común es que somos conscientes de que ninguno tenemos el control.
Contengo la respiración cuando el profesor Lee entra y se dirige hacia la parte delantera de la clase con un portapapeles. El corazón me late con fuerza e intento no removerme en la silla cuando empieza a hablar.
—Traigo las notas de los exámenes. Vuestro nombre aparecerá en esta hoja por orden alfabético. Junto al nombre se os indicará si habéis aprobado el examen y se os ha asignado un campo de estudio o si habéis suspendido y, por lo tanto, se os redirigirá hacia una rama fuera de las posibilidades de la universidad. Todo aquel que no haya aprobado se reunirá a mediodía con un oficial de las Confederaciones Unidas fuera de su residencia. El oficial le acompañará hasta un lugar donde discutirán el próximo paso en su carrera.
Se me acelera el pulso. ¿Esto forma parte del guion de cada año o es que alguien de la clase ha suspendido el examen?
No hay tiempo de hacer preguntas porque el profesor Lee continúa:
—Para aquellos que habéis aprobado, el área de estudio para el que habéis sido seleccionados figura después de vuestro nombre. Mañana os reuniréis con el tutor académico de vuestro plan de estudios. Se os asignará un mentor que os ayudará a trasladaros a la residencia de vuestro campo de estudio correspondiente. Tendréis una semana para instalaros y conocer a la gente que comparte vuestra trayectoria profesional antes de que empiecen las clases. Espero veros a muchos de vosotros en mis clases.
El profesor Lee se da la vuelta, cuelga el portapapeles en la pared y se dirige hacia la salida. Cuando llega a la puerta, mira hacia atrás.
—Enhorabuena a todos por los logros obtenidos hasta este momento. Sé que vais a conseguir cosas importantes en el futuro.
Tras una última sonrisa, se va.
No me sorprende que Stacia sea la primera en levantarse de su asiento. Las sillas se arrastran hacia atrás, y varias caen al suelo, cuando mis compañeros se abalanzan hacia la parte delantera de la clase para ver lo que les depara el destino. Alguien da un grito de alegría. La expectativa mezclada con el miedo me recorre la espalda con un escalofrío. Despacio, me levanto y voy hacia la lista.
Con un metro cincuenta y ocho, soy la más baja de la clase. Como fui la última en levantarme del pupitre, me encuentro detrás del grupo. Aunque me pongo de puntillas y estiro el cuello, la lista queda oculta. Pero puedo ver las caras de los otros estudiantes con claridad. A Will recibiendo una palmada en la espalda de parte de un chico bajo y de piel morena llamado Rawson. A Kit dándole un gran abrazo a Tomas y cómo sigue agarrándolo incluso cuando él intenta apartarse. A Stacia dirigiéndose sigilosamente hacia la puerta. Las lágrimas que brillan en sus ojos hacen que me invada un escalofrío de miedo. ¿Es que no consiguió el campo de estudio que quería o ha ocurrido lo impensable?
Me abro camino entre los cuerpos, aparto finalmente a un sonriente Will de en medio y me encuentro cara a cara con la lista. Está en orden alfabético por apellido. Bajo los ojos hasta el final, busco mi nombre y lo encuentro.
Vale, Malencia — Aprobado — Gobierno
Cierro los ojos, respiro hondo tres veces y los abro de nuevo. Las palabras no han cambiado. Por alguna razón que no comprendo, me han asignado el campo de estudio al que menos quiero dedicarme.
Debe de haber un error. Reprimo el impulso de correr tras el profesor Lee y pedirle una explicación. ¿Acaso no elegí las palabras correctas en la respuesta final? Soy buena en matemáticas y manipulando metales y cables, no construyendo frases ambiguas y muy cuidadas. ¿Por qué querrían asignarme los administradores un campo que seguro que voy a suspender?
Las lágrimas se agolpan en mi garganta pero no van más allá. No las dejaré caer; aquí no. Nadie se dará cuenta de mi decepción. Ni los administradores ni mis compañeros. Me niego a que sepan el gran esfuerzo que estoy haciendo por mantener la respiración normal y las manos relajadas. Solo verán la alegría de haber aprobado.
Curvo los labios en una sonrisa, leo el resto de notas y busco los nombres de mis amigos. Encuentro primero a Tomas y sonrío de verdad: Ingeniería Biológica. Irradio orgullo y felicidad. Lo busco entre el gentío y lo encuentro a un paso de mí. Lo rodeo con los brazos y aprieto fuerte. Los profesores han elegido bien, no les decepcionará.
De la mano de Tomas, encuentro los nombres de Stacia y Will uno al lado del otro. Medicina para Stacia. Gobierno para Will. Como yo, ninguno de ellos ha recibido el plan de estudios que quería, lo que explica la tristeza de Stacia, pero ambos han aprobado. No es así para todos mis compañeros. Mi decepción personal se desvanece. Al lado del nombre de Obidiah Martínez hay una palabra: Redirigido. No puedo evitar preguntarme qué consecuencias traerá esa palabra.
Es lo primero que le pregunto a Tomas después de salir de la clase y dirigirnos a una zona en el exterior donde no nos molesten fácilmente. Noto que Tomas preferiría hablar sobre cómo me siento acerca de mis propios resultados. Una vez le he asegurado que estoy bien, dice:
—Supongo que lo asignarán a un equipo técnico aquí en la ciudad o lo enviarán a alguna de las colonias para ayudar en la construcción, ¿no crees?
No estoy segura de lo que creo. Obidiah no es amigo mío. De hecho, no creo que él pueda llamar así a ninguno de nosotros. Algunos han intentado entablar conversación con él, incluida yo. Una semana después de llegar al campus lo vi sentado al lado de un árbol, mirando a lo lejos en la distancia. Aunque su complexión fuerte, su expresión feroz y su pelo trenzado de aspecto exótico normalmente me habrían intimidado y me habrían hecho mantener las distancias, la tristeza que vi en sus ojos me hizo acercarme a él. En el momento en que lo llamé, su expresión cambió. La tristeza dio paso al enfado. Me exigió que me fuera y lo hice. La experiencia fue suficiente para no repetir el intento. Ahora desearía haberlo hecho.
—¿Estás segura de que estás bien? —pregunta Tomas mientras volvemos a mi residencia. Se detiene y me mira a los ojos. El escudo que he construido para retener mis emociones empieza a romperse y me muerdo el labio. Tomas me acaricia la mejilla y dice:
—Si te sirve de consuelo, creo que han elegido bien.
Las palabras me dejan sin aliento.
—¿Crees que no valgo para entrar en Ingeniería Mecánica?
Tomas me pone la mano en el hombro. Intento deshacerme de ella, pero se aferra.
—No creo que haya nadie en quien confiase más para dirigir nuestro país que tú. El Gobierno no siempre es justo ni razonable, aunque debería serlo. Confío en ti para intentar que sí lo sea.
Sus palabras y su beso ahuyentan las dudas hacia las sombras, pero regresan cuando se va a hacer las maletas para la mudanza de mañana. Tomas tiene fe en mí, pero no estoy segura de poder corresponder su confianza. Ni en mí. Ni en él. Ni en nada.
De pie en mi apartamento de Estudios Iniciales, intento decidir qué meter primero en la maleta. Desde la Prueba he adquirido muy pocas cosas. Apenas lo suficiente para justificar que me lleve una de las maletas extra que nos dieron para la mudanza a las nuevas viviendas. Solo tengo unas pocas prendas de ropa más, un par de libros y un pequeño jarrón con flores secas. Las flores fueron un regalo de cumpleaños de mi familia, aunque todo el mundo piensa que eran de Michal, el oficial de Tosu que me acompañó hasta la Prueba. Ni siquiera Tomas sabe la verdad, puesto que no quiero crear problemas al oficial ni a mi familia.
El jarrón me hace pensar en mi padre. Sosteniéndolo, las lágrimas empiezan a caer. ¿Qué pensaría del campo que me han asignado? ¿Estaría tan confundido como yo? A él los administradores lo dirigieron hacia la manipulación genética de plantas. Las pruebas de que su decisión fue correcta son palpables.
Mi padre es un genio a la hora de hacer que las plantas y los vegetales broten con fuerza. La pasión que siente por su trabajo es una de las cualidades que más admiro en él. Siempre di por hecho que él había elegido ayudar a revitalizar la tierra. No me había dado cuenta de que alguien tomó la decisión por él y ahora me pregunto: si hubiera podido, ¿qué habría elegido él? ¿Lo dirigieron, como a Tomas, al campo que le apasionaba o le pasó como a mí?
Me enjugo las lágrimas, hurgo en el colchón y saco el Comunicador de Tránsito de su escondite. Me sube la bilis a la garganta. Las historias grabadas en el Comunicador hablan de un proceso dirigido por el Gobierno de las Confederaciones que dista mucho de ser razonable o justo. ¿Puedo ser parte activa de un sistema que fomenta que los candidatos de la Prueba maten y sean asesinados? ¿Acaso el fin, el trabajo increíble de mi padre con las plantas y los cientos de avances conseguidos por los graduados universitarios, justifica los medios? Son preguntas que no puedo empezar a responder hasta que descubra si las palabras que grabé son reales o imaginadas.
Puesto que a todos los candidatos que salieron airosos de la Prueba les han borrado los recuerdos del proceso, me es imposible saber qué ocurrió realmente durante ese tiempo. Pero si soy lista, puedo descubrirlo.
Miro el reloj que hay sobre la mesita de noche: son las 11:04 de la mañana. Según las instrucciones del profesor Lee, a mediodía Obidiah se reunirá con un oficial de la universidad fuera de este edificio para embarcarse en su nueva trayectoria profesional. Aunque conocer el destino de Obidiah no me dirá si las historias de la grabadora son ciertas, me dará una idea de lo que la Universidad considera un castigo apropiado por suspender. Si es algo parecido a las historias de la grabadora, tendré la respuesta que busco.
Envuelvo el Comunicador de Tránsito en una toalla y lo meto entre los pliegues de la ropa que ya he guardado en la maleta. Después, cojo un libro, cierro la puerta con llave y bajo las escaleras. Will, Vic y un par de compañeros más están jugando a la pelota en el espacio abierto junto a la residencia. Will me hace señas para que me acerque, pero niego con la cabeza, levanto el libro que sostengo y sigo caminando.
Como Will y el resto de estudiantes de las colonias están en el lado izquierdo de la residencia, camino hacia el edificio de dos pisos de piedra gris que hay a la derecha, el edificio de Ciencias de la Tierra. Tomas y yo a menudo hemos utilizado el banco que hay cerca de la entrada para estudiar, así que nadie me mira dos veces al sentarme sobre el frío metal y fingir que leo. Desde esta posición estratégica, tengo una visión clara del camino que lleva a la residencia de Estudios Iniciales.
Al poco rato, diviso las trenzas características de Obidiah cuando sale y espera de pie a su acompañante. Lleva una maleta negra y grande cargada en el hombro derecho. Entre los brazos sostiene con cuidado una guitarra maltrecha. No sabía que Obidiah tocara; dudo que ninguno de nosotros lo supiera. Más sorprendente es aún la amplia sonrisa que ocupa su rostro mientras mira en la distancia. Quizás intenta aparentar que no le afecta, pero no lo creo. Por primera vez desde que conozco a Obidiah, parece feliz. Intento imaginar lo que sentiría yo si me dijeran que tengo que dejar la Universidad.
Desánimo. Fracaso. Desengaño.
Obidiah no parece estar sintiendo ninguna de estas emociones. Recuerdo ese momento hace meses en que parecía tan solo y me pregunto: ¿realmente suspendió el examen? ¿O se sentía tan desdichado aquí que saboteó su nota con la esperanza de encontrar el camino de regreso a casa?
Veo acercarse a dos oficiales. Una de rojo y el otro de morado. Obidiah asiente a sus palabras y los sigue mientras lo conducen por el camino que lleva al norte.
Asegurándome de no perderlos de vista, cierro el libro que tengo en las manos y camino despacio por un recorrido paralelo. Normalmente cuando cruzo el campus me distraigo mirando las construcciones que llevan en pie, en muchos casos, bastante más de dos siglos. Cuando las Siete Etapas de la guerra llegaron a su fin, la población superviviente de los antiguos Estados Unidos tuvo el valor de empezar el sobrecogedor proceso de reconstrucción. Los líderes escogieron la ciudad de Wichita, a la que se le dio el nuevo nombre de Tosu, en lo que solía ser el estado de Kansas, como el punto de partida para el proceso de revitalización. Mientras que las grandes ciudades como Chicago, Nueva York y Denver habían sido completamente destruidas durante la guerra, Wichita, al carecer de interés estratégico, permaneció intacta. La reacción de la tierra ante las guerras humanas destruyó muchos edificios, pero la gran mayoría pudieron ser reparados.
Normalmente, admiro la arquitectura y pienso en la esperanza que representan los edificios. Hoy, mantengo la cabeza gacha en un esfuerzo por pasar desapercibida entre los estudiantes y los profesores que cruzan el campus. Echo miradas rápidas hacia Obidiah y los oficiales para asegurarme de que no los pierdo de vista. Nadie ha prohibido que los estudiantes que han aprobado paseen por el campus hoy, pero no soy tan ingenua como para pensar que mi presencia sería bienvenida por Obidiah o por los administradores.
La luz del sol se refleja en las ventanas de cristal mientras dejo atrás los edificios. Obidiah y sus acompañantes caminan rápido y tengo que apresurarme para ver qué dirección toman. Después de pasar varias construcciones grandes, los acompañantes giran por un sendero en mi dirección.
No hay árboles tan grandes como para ocultarme detrás. Un grupo de estudiantes mayores está dando un paseo por la hierba a treinta metros a mi izquierda; demasiado lejos para que parezca que voy con ellos. La entrada más cercana de algún edificio está al menos a quince metros. Si corro, alguien me verá y se preguntará por qué tengo tanta prisa. A pesar de que se me está acelerando el pulso y del deseo que siento de huir antes de que los oficiales me vean, hago lo único que se me ocurre. Me siento en el frío suelo, abro el libro y dejo caer el pelo sobre mi rostro al tiempo que finjo estar interesada en la historia que contienen las páginas.
Oigo el sonido de pasos que se acercan. Cada uno de ellos me sobresalta y me corta la respiración. El ruido me dice que los oficiales y Obidiah están pasando ahora a tan solo tres metros de donde estoy sentada. Paso una página y mantengo los ojos clavados en las palabras borrosas que tengo delante. Finjo estar absorta en la lectura, aunque soy consciente de cada segundo que pasa. Los pasos se vuelven más débiles. Me aventuro a levantar los ojos del libro y veo que los oficiales se dirigen hacia el norte en el siguiente cruce. Obidiah les sigue, pero su paso se ralentiza y gira la cabeza. Durante un instante, nuestras miradas se cruzan. Confusión y otras emociones a las que no puedo poner nombre cruzan su rostro. ¿Se alegra de ver a un compañero de primero? ¿Se acuerda de que quise ser su amiga y ahora lamenta no habérmelo permitido?
Nuestras miradas se encuentran una última vez antes de que Obidiah empiece a caminar de nuevo. Me pongo en pie y los sigo lentamente. Obidiah mira hacia atrás dos veces más. Si me ve escondida detrás de los arbustos o caminando entre las sombras de los árboles, no lo demuestra. Simplemente sigue a los oficiales que le guían hacia un edificio de ladrillo rodeado por una gran reja negra en la frontera nordeste del campus. Es un edificio solitario. Lejos de la residencia y del resto de edificios de la universidad destinados al uso de los estudiantes. Detrás del edificio, la hierba parece menos sana. La tierra es más pobre, menos revitalizada que en el resto del campus. Esta construcción no estaba entre las que nos enseñaron en el recorrido de orientación que ofreció la universidad. Aunque durante el mismo, nuestro guía nos dijo que el campus está situado en el extremo norte de la ciudad, hasta este momento no me había dado cuenta de lo cerca que estamos de la frontera en realidad. Una placa en la reja cerca de la puerta abierta anuncia: DIRECCIÓN DE LA UT.
Veo a Obidiah y a sus acompañantes desaparecer tras las enormes puertas blancas e intento decidir qué hacer a continuación. A diferencia de lo que pasa en el resto del campus, no hay nadie paseando por esta zona. No hay nadie sentado en los bancos o hablando con otros compañeros bajo los árboles. Sea lo que sea este edificio, no parece recibir muchas visitas. Espero varios minutos para ver si se acerca alguien más. Al no aparecer nadie, me cuelo entre los barrotes y camino con confianza hacia la puerta principal como si tuviera todo el derecho del mundo a estar aquí. Si alguien me detiene, puedo decir que decidí celebrar mi aprobado en el examen descubriendo más cosas sobre la universidad.