¿Cuándo ha sido la última vez que ha acariciado o ha tocado cariñosamente a un perro, o al perro de un conocido?
¿Cuándo ha sido la última vez que ha dado una pequeña alegría a una persona mayor, le ha regalado una sonrisa o la ha tocado afectuosamente?
¿Cuándo ha sido la última vez que ha visitado a un enfermo, le ha dado la mano, le ha refrescado la frente, le ha dado de beber o lo ha consolado?
¿Cuándo ha sido la última vez que ha sentido cómo la lluvia de verano recorre su rostro y alisa las arrugas de la preocupación?
¿Cuándo ha sido la última vez que ha sonreído a un extranjero y le ha dado a entender con palabras o con hechos que puede sentirse como en casa?
¿Cuándo ha sido la última vez que ha contemplado el lento pasar de las nubes tumbado de espaldas en un prado?
¿Cuándo ha sido la última vez que un gato se ha colocado en su regazo y ha ronroneado como un pequeño motor?
¿Cuándo ha sido la última vez que ha hecho pasar a un vecino y le ha ofrecido alguna cosita?
¿Cuándo ha sido la última vez que ha tranquilizado y ha serenado con su voz a un niño que lloraba?
¿Cuándo ha sido la última vez que ha demostrado su amistad a un amigo decepcionado o que se sentía solo?
¿Cuándo ha sido la última vez que ha sentido que la música podía emocionarle?
¿Cuándo ha sido la última vez que ha aspirado el aroma que desprende el suelo del bosque después de un aguacero?
¿Cuándo ha sido la última vez que le ha llegado al alma un poema o un fragmento de un poema?
¿Qué han provocado en usted estas preguntas? ¿Cómo las ha respondido? Quizá le haya sorprendido que en ellas la naturaleza, los animales y el arte también se presenten como fuentes de consuelo. Quienes sepan cuán beneficioso es el consuelo de amigos o de familiares, también sabrán qué triste y amargo es no tenerlo. Algunas veces estamos solos en nuestro camino, por eso es importante que bebamos en fuentes de consuelo distintas de las que representan nuestros semejantes. Quien conoce sus propias fuentes de consuelo está mejor preparado para los malos tiempos. Naturalmente, lo ideal es que otra persona esté a nuestro lado, pero una pieza musical, un poema, un cuadro, un árbol o un animal de compañía también pueden consolarnos y hacernos volver a creer que este mundo puede ser un lugar mejor.
¿Recuerda usted alguna situación en la que alguien necesitó de su ayuda? Alguien que tal vez atravesaba por un mal momento, que sufría una enfermedad, una separación o la pérdida de un ser querido. Tarde o temprano, todos nos vemos en una situación de estas características. Alguien nos necesita, y es entonces cuando nos preguntamos: ¿Qué digo, si no sé qué he de decir? ¿Qué debo hacer? ¿Cómo puedo consolar a alguien?
O cuando somos nosotros mismos los afectados: ¿Cómo y dónde encuentro yo el consuelo que necesito? ¿Cómo se me puede ayudar? ¿Qué clase de apoyo necesito?
Aunque todos conocemos estas situaciones y posiblemente también hayamos experimentado en carne propia la sensación de seguridad, de protección y hasta de haber sido salvados que puede proporcionarnos el consuelo, hoy el sentido positivo de este concepto ha caído prácticamente en desuso. A muchos les sonará anticuado o pasado de moda. Al escucharlo, es posible que piensen en sermones religiosos, en sentencias consoladoras, en funerales. O puede que lo minimicen o le quiten importancia, pues ven constantemente cómo los padres dan largas a sus pequeños, consolándolos con promesas que no han de cumplir. El consuelo se asocia con los dulces, con el consuelo barato, con bonitos premios de consolación, con parches, es decir, con pequeños consuelos, o con el sospechoso consuelo que proporciona el proverbial «día que nunca vendrá».
Aunque ya no esté de moda, la palabra «consuelo» es una palabra bonita, cálida. Solo con escucharla nos sentimos consolados. Nos sentimos aliviados y reconfortados, pues nos recuerda que las cosas pueden volver a su cauce, que pueden volver a ir bien.
¿Se puede decir todavía hoy algo así? ¿No es la sospecha de consuelos falsos o superficiales demasiado fuerte como para que la gente todavía quiera saber algo de todo esto? ¿No hacemos aún mayor el rechazo que produce este tema al ocuparnos de él? Pero el boom de los sucedáneos del consuelo dice justo lo contrario. Basta con pensar en la inmensa cantidad de prácticas corporales, meditativas o espirituales que se ofertan en el mercado de la espiritualidad. La necesidad de consuelo y las quejas que suscita su pérdida siguen tan vigentes como siempre. Sin embargo, todos nos hemos sentido alguna vez consolados, el consuelo es parte esencial de la vida en común y de la supervivencia. Esto por una parte. Y por otra, el hombre moderno va por la vida de una forma cada vez más autárquica, marca su territorio con su sitio web personal, satisface su necesidad de charlar con los demás en el chat-room y alivia su sentimiento de soledad navegando durante horas por Internet.
Así pues, no es posible vivir sin consuelo, la necesidad del «piel con piel» es inherente al ser humano, como a muchos de los animales con los que estamos emparentados. Y si no nos lo proporcionan los amigos, la familia o los compañeros de trabajo, pueden hacerlo la música, los libros, los animales, la naturaleza o nuestra propia alma. Los seres humanos tienen necesidad de consuelo, pues en sus vidas precisan ayuda, protección y apoyo. Y porque necesitan tener pruebas de que no están solos. Solamente las almas más pobres se preguntarán: ¿Por qué he de buscar yo consuelo, si a mí no hay nada que me pueda consolar?
Siempre que oímos hablar de consolar, comprobamos inmediatamente que todos sabemos de alguna manera de qué se trata. El consuelo en un concepto que usamos todos los días. Consolarnos a nosotros mismos y consolar a otros es un valor humano, un valor que si bien no se vive a diario, se considera algo deseable, bueno, a menos que se vea como algo anticuado o un tanto superfluo.
Pero las cosas no son tan sencillas. El consuelo tiene muchas facetas, oportunidades, trampas y riesgos. El consuelo no es propiamente un concepto, pues es algo que no podemos entender completamente. El consuelo se siente, se recibe o se da. El consuelo no puede ni ordenarse ni imponerse. Y quien crea que puede aprenderse de memoria, que se desengañe. Hay consuelo cuando las personas están dispuestas a abrirse entre sí, a participar en el destino de los demás y a ayudarse activamente, pues han comprendido que se necesitan las unas a las otras. Así es: la unión hace la fuerza.
Si nos preguntamos de dónde viene este concepto, no tardaremos en descubrir la cualidad sensible que se oculta detrás de la palabra alemana consuelo (Trost). Etimológicamente, Trost proviene de la raíz nórdica traust, que está relacionada con la palabra inglesa tree, que significa «árbol». Detrás está la raíz indogermánica deru, dreu, que significa «duramen», «corazón del árbol». A partir de ella se han desarrollado términos como el inglés trust (confiar), y los alemanes trauen (confiar), vertrauen (tener confianza), Treue (fidelidad), Festigkeit (firmeza) y Zuversicht (confianza). Simples conceptos en el mar de las palabras que nos transmiten que hay algo en lo que podemos apoyarnos, como nos apoyamos en un árbol.
La metáfora del árbol nos conduce directamente al significado del consuelo: consuelo es ayuda y protección expresada en palabras, gestos y caricias que deben paliar el sufrimiento, el desamparo, el dolor, la tristeza y las penas de los hombres. Estos no pueden vivir sin este don. Pero el consuelo no es como el alcohol, las drogas, los somníferos o la anestesia. Todas estas cosas no logran sino aturdirnos y hacernos caer en un pozo todavía más negro, el del desconsuelo. El verdadero consuelo es como un árbol en el que podemos apoyarnos, un árbol que nos tranquiliza, nos conforta, nos permite recobrar el aliento y volver a creer en la vida.
Las personas utilizan distintas metáforas para describir el consuelo: «como un bálsamo para una profunda herida», «Como un oasis en un desierto sin fin», «como una tierna mano en mi mano que me tranquiliza», «como un rostro querido que me mira». El hilo conductor de todas estas metáforas es el hecho de dar paz, tranquilidad, alivio, ánimo o, como describió una mujer muy acertadamente: «Una estrella en la oscuridad del alma».
Consolar puede ser las dos cosas: alentar a los demás mostrándoles mi interés por ellos o ayudándolos, pero mi propia persona también puede ser directamente un consuelo para los demás. Finalmente, también podemos consolarnos a nosotros mismos buscando sustitutos para una cosa o para una persona que hemos perdido, o tranquilizándonos a nosotros mismos y recuperando el equilibrio interior.
La línea que separa el consuelo verdadero del consuelo momentáneo no es fácil de trazar. A veces, el consuelo momentáneo también puede ayudar a superar una profunda crisis. Y hay ocasiones en las que ciertas situaciones difíciles solo pueden soportarse con un interruptor o con un parachoques. En una palabra: el consuelo momentáneo no tiene por qué ser siempre malo o superficial. Imaginemos una madre que se preocupa especialmente por su hijita y le regala un osito porque el padre ya no regresará, o la ayuda a pasar una enfermedad contándole cuentos de hadas. ¿Es esto poco? ¿Hay una forma mejor de llevar a un niño a la cama que consolándolo con las palabras «mañana todo irá mejor»? De lo que se trata es de consolar a los pequeños, de hacer que se sientan bien y de mantener en marcha su fantasía.
A mí me parece que no hay una diferencia clara entre el consuelo verdadero y el consuelo superficial. Lo verdaderamente importante es el efecto subjetivo. ¿Qué siento en esta situación? ¿Me siento consolado, querido, protegido? ¿Estoy mejor, me siento aliviado tras un encuentro con alguien? ¿Piensa en mí? ¿Se preocupa por mí? De la respuesta subjetiva a estas preguntas depende que el encuentro con otra persona pueda ser consolador.
Cuando hago este tipo de preguntas, observo que la mayoría de la gente reacciona con perplejidad o confusión. Muchos son incapaces de recordar, o solo tienen recuerdos confusos, otros se muestran perplejos y rechazan mis preguntas. ¿Acaso son demasiado íntimas? ¿O es que existe una falta de consuelo mutuo? ¿Es la llamada «falta de consuelo» el signo de nuestra época? Precisamente porque las experiencias de sufrimiento, pérdida, dolor y fracaso nos afectan a todos, consolar debería ser un elemento natural y necesario de la vida cotidiana.
¿Hay en nosotros un deseo más profundo, una necesidad más compartida, una esperanza que acariciemos más delicada y permanentemente que el consuelo? Y sin embargo, la gente se niega a sí misma este elixir de la vida. En vez de buscar compañía y ayuda en el amigo, en el vecino o en la familia, la busca en los profesionales, en terapeutas o consejeros. No en la salita de estar ni dando un paseo, sino en lugares destinados especialmente a ello: la clínica o el consultorio. No como una ayuda natural y cotidiana que puede encontrarse en el entorno inmediato, sino como algo aislado que se busca en lugares de consuelo lejanos, como clínicas, consultas y consultorios, con un horario determinado o en grupos especiales.
De hecho, en nuestra sociedad el consuelo es como un niño que ha caído tres veces en el pozo: del prójimo al profesional que lo sustituye, de la vida cotidiana al horario de visitas, de lo que se tiene a mano a lo apartado.
Las experiencias dolorosas se convierten más bien en un motivo para retraerse, el consuelo tiene lugar en lo privado, el número de entierros anónimos, sin honras fúnebres y sin lápida, crece constantemente, sobre todo en las grandes ciudades. Casi a diario podemos leer en el periódico: «Rogamos se abstengan de dar el pésame», «el funeral se ha celebrado en la más absoluta intimidad». El mensaje es claro: «Ninguna visita, por favor. De momento no estamos para nadie». Los ejemplos de falta de consuelo pueden ser infinitos. Todos ellos tienen una cosa en común: el sufrimiento, la pérdida de los seres queridos y el dolor se han convertido en un asunto personal de individuos que marcan distancias, se apartan o se refugian en sí mismos, que son los artífices de su propia vida y de su propio destino.
Pero, al mismo tiempo, nos hallamos en una situación en la que cada vez son más los que comprenden que la cohesión y la integración solo son posibles si estamos los unos con los otros y los unos junto a los otros, sobre todo en los momentos más duros, cuando estamos deprimidos, nos sentimos solos o atravesamos por una crisis. Cuando en alemán se dice que alguien «no está en sus cabales» (er ist nicht bei Troste»), lo que se está diciendo es que está desconsolado, que los demás lo han abandonado, lo han dejado en la estacada. Así pues, de lo que se trata es de que volvamos a poner en práctica y a aprender a no dejar a nadie en la estacada, de que transmitamos al otro este mensaje: «Tú perteneces a este mundo, eres parte de él. Nosotros estamos aquí.» Estas palabras de aprobación nos libran de la condición de nómadas, de la soledad en un mundo frío y sin consuelo. La cercanía que vemos, que escuchamos, que sentimos, que olemos, que nos grita, que nos mira, nos dice claramente que no estamos tan solos, que estamos profundamente enraizados en esta vida, que sentimos y pensamos juntos.
¿Qué significa consolar? ¿Por qué nos consolamos mutuamente? Porque en el fondo de nuestro corazón sentimos que nos necesitamos los unos a los otros. Seamos jóvenes o viejos, nos consideremos débiles o fuertes, pertenezcamos al grupo de los ganadores o de los perdedores, tengamos muchos amigos o seamos unos solitarios, nos haya golpeado el destino o nos haya tratado siempre bien, nada puede soportarse sin estas palabras consoladoras: «Todo volverá a ir bien».
Desde un principio, nuestra vida es siempre esto: necesidad de consuelo. El grito de desamparo del bebé lo lleva a los brazos de la madre, que le enseña a sentirse consolado. El niño que grita de dolor en los brazos del padre se tranquiliza tan pronto como este lo acaricia. Sin estos cálidos gestos que son escuchar, coger en brazos, acariciar, tranquilizar, no puede haber ninguna confianza en la vida. «Hay algo que me sostiene», este es, si queremos expresarlo en palabras, el eco de la protección que brindan los padres. Y los padres viven con el eco dichoso: «Somos necesarios. Qué bien que estemos aquí».
Así se sienten también los amantes y los amados, que se dicen mutuamente: «Qué bien que estés aquí. Te necesito así, como eres». Todos nosotros albergamos en nuestro corazón el deseo de ser apoyados y sostenidos. Queremos poder contar con los demás para no sentirnos abandonados. Todos lo queremos. Y todos esperamos que el otro nos haga una señal: «¡Puedes contar conmigo!».
¿Qué ocurre realmente en el consuelo? ¿Cuál es el núcleo, la sustancia de este regalo necesario para la vida? La palabra «regalo» lo indica: el consuelo no puede imponerse. Esto sería en sí mismo una contradicción. El consuelo nos lo ofrecemos o nos lo brindamos mutuamente. El consuelo es un regalo que nos hacemos voluntariamente los unos a los otros, pues el débil y el fuerte se necesitan el uno al otro. Ayudarse mutuamente en el sufrimiento y en el dolor, acompañarse, estar junto al otro, estar a su lado, dar ayuda, apoyo, tranquilidad o protección, así podemos describir lo que llamamos «consolar». Consolar no significa, pues, negar el abismo, sino tender una mano e impedir que el otro se precipite en él.
Es realmente fascinante lo que es capaz de hacer el consuelo, cuán fuertes pueden llegar a ser las personas que cuentan con un buen consuelo. Son personas a las que nada ni nadie puede hundir, pues saben que hay cariñosos ojos que las miran, manos que las ayudan, gestos que las alivian, palabras que las consuelan. «En el fondo solo puede ayudarnos otra persona»: este es el acertado título de una conferencia de Eugen Drewermann. Sabemos que la mejor medicina es siempre otra persona. De una cosa estamos seguros: también el otro desea ser consolado, y por personas. Por eso nos esforzamos en ayudar a los demás. El interés personal y el regalo están aquí en armonía. La virtud de la empatía, la capacidad de ponerse en la piel del otro, es uno de los pilares del consuelo.
El consuelo no se puede calcular, se produce cuando nos ponemos en el lugar del otro, cuando sentimos su dolor y reaccionamos a él. «¡Tiene las mismas necesidades que yo!». Esta es la llamada de la empatía, que llega hasta nuestro corazón. Y puesto que se trata de una empatía de corazón a corazón, el consuelo tiene tantas caras como situaciones de consuelo existen. Entre amantes, amigos y compañeros de trabajo, entre padres e hijos: quien está necesitado de consuelo necesita al otro, que comparte sus sentimientos y puede transmitirle parte de su fuerza y de su seguridad. El consuelo salva. Es una necesidad vital como fuente de energía, como apoyo cuando ya no hay nada que nos apoye, como paliativo del miedo y del caos. Si alguien quiere saber para qué sirve el consuelo, solo ha de imaginarse que ha sido abandonado o que ha fracasado, y que no tiene a nadie con quien poder compartir su dolor, entonces sentirá en carne propia cómo el suelo se hunde bajo sus pies.