Image

La voz armada del soldado español Alonso de Medina (1549) Diálogos y cartas

Estudio preliminar y edición de Rosario Navarro Gala

El Fuego Nuevo. Textos Recobrados 14

Signo del renacimiento del sol y de la continuidad del mundo, el ritual mesoamericano del Fuego Nuevo funge aquí como metáfora de la recuperación de textos literarios virreinales y latinoamericanos injustamente caídos en el olvido, de difícil acceso o disponibles solo en antiguas ediciones. Obras y títulos inéditos, raros, olvidados y no canónicos, producciones de rango efímero, que no han entrado dentro del canon literario consensuado, que se consideraron escritura menor o que por sus dimensiones o su brevedad no parecían objeto de una edición crítica habitual. En cuidadas ediciones críticas, precedidos de completos estudios introductorios, los textos recobrados en El Fuego Nuevo aparecen bajo una actualizada y necesaria luz.

Dirección

Esperanza López Parada

Comité editorial

Carmen Bernand (Université Paris Nanterre) / Vittoria Borsò (Universität Düsseldorf) / Ivan Boserup (Det Kongelige Bibliotek) / Carlos Cabanillas Varela (Universitetet i Tromsø) / Sara Castro-Klarén (Johns Hopkins University) / Rodolfo Cerrón-Palomino (Universidad Católica del Perú) / María Augusta da Costa Vieira (Universidade de São Paulo) / Caroline Egan (University of Cambridge) / José María Enguita (Universidad de Zaragoza) / Judith Farré (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid) / Paul Firbas (Stony Brook University) / Margo Glantz (Universidad Nacional Autónoma de México) / Roberto González Echevarría (Yale University) / César Itier (Institut National des Langues et Civilisations Orientales, CNRS) / Karl Kohut (Katholische Universität Eichstätt-Ingolstadt) / Almudena Mejías Alonso (Universidad Complutense de Madrid) / Julio Ortega (Brown University) / Sonia Rose (Université de Toulouse) / Carmen Ruiz Barrionuevo (Universidad de Salamanca) / Ana Vian Herrero (Universidad Complutense de Madrid) / Martina Vinatea (Universidad del Pacífico, Lima)

La voz armada del soldado español Alonso de Medina (1549) Diálogos y cartas

Estudio preliminar y edición de Rosario Navarro Gala

Image

Iberoamericana - Vervuert - 2020

El presente libro se publica dentro del Proyecto de Investigación I+D del Programa Estatal de Fomento de la Investigación Científica y Técnica de Excelencia del Ministerio de Economía y Competitividad: “En los bordes del archivo: escrituras periféricas en los virreinatos de Indias”, FFI2015-63878-C2-1-P.

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)»

Derechos reservados

De esta edición

© Vervuert, 2020

ISBN 978-84-9192-091-5 (Iberoamericana)

Diseño de cubierta: Marcela López Parada

A la memoria de Alonso de Medina, “por desir (…) las verdades”

Para mis siempre niñas, M.ª José y Gala

Índice

Prólogo

    I. Estudio introductorio

1.1 El soldado español Alonso de Medina

1.2 Los documentos de Alonso de Medina

1.3 Los diálogos de Medina: lengua y retórica al servicio de un afán

1.4 El español de Alonso de Medina: ¿variación dialectal o nivelación?

1.5 Algunas consideraciones finales

Bibliografía

   II. Los manuscritos de Alonso de Medina

2.1 Descripción de los manuscritos editados

2.2 La edición de 1964

2.3 Criterios de nuestra edición

  III. Edición de los manuscritos de Alonso de Medina

3.1 Diálogos

3.2 Cartas

   IV. Apéndice 1. Indigenismos quechuas y aimaras. Por Rodolfo Cerrón-Palomino

    V. Apéndice 2. Grafías para los fonemas /r/ y Image

  VI. Apéndice 3. AGI, Carta de petición de Luis de Lara

 VII. Láminas

VIII. Índices

Prólogo

El intento de reconstrucción del pasado, la recontextualización de los documentos que sometemos a estudio, es una tarea imprescindible que debe realizar todo filólogo para que los datos obtenidos no queden en una mera recopilación. Esto lleva, obligatoriamente, a acercarse a otras disciplinas. Para la historia del español, y más concretamente del español que llegó y se asentó con las gentes que lo hablaban en el Nuevo Mundo, es inexcusable, además, el trabajo en los archivos, pues de ellos extraemos la fuente principal que ha de servir para aproximarnos a la historia y evolución de nuestra lengua: los manuscritos. Afortunadamente, conservamos muchos de los documentos emanados de los virreinatos españoles en América tanto en España como en los países que un día integraron las provincias españolas de ultramar.

La edición que hoy ofrecemos es uno de esos felices e inesperados encuentros que a veces nos regala el azar. Entre los archivos que visité durante la elaboración de un trabajo anterior (Navarro Gala 2015) se encontraba el de la Real Academia de la Historia de Madrid. Me llevó hasta él la búsqueda del acta fundacional del Cuzco, en concreto, la búsqueda del documento original, pues ya disponía de la copia que, en el siglo XVI, había sido realizada por Alçate. De este modo, revisando los dos legajos con la signatura 9-1830 y 9-1831 que contienen copias del siglo XVIII de los documentos que trajo a España La Gasca a su vuelta del Perú, encontré un singular diálogo que venía acompañado de una viñeta satírica (véase lámina 2). Dicho fortuito hallazgo fue el germen de esta edición. La búsqueda del original me llevó a la edición de los documentos de La Gasca que se había realizado a mediados del siglo XX por López de Tudela (1964). Aunque, lamentablemente, dicha edición está basada en las copias del siglo XVIII que conserva la Real Academia de la Historia de Madrid y carece del rigor necesario para los filólogos, me permitió conocer la localización de los manuscritos originales. Así pues, la edición que aquí se ofrece está realizada sobre los manuscritos originales que se encuentran hoy en la Henry E. Huntington Library, en San Marino, California. Agradezco a mi compañera de la Universidad de Zaragoza, excelente profesional documentalista de la Biblioteca María Moliner, María Concepción Giménez Baratech, la generosa ayuda que me ha prestado, en todo momento, en el complicado camino que fue necesario emprender para la consecución de los documentos que hoy aquí se editan. Sin su constante, paciente y efectiva profesionalidad, no hubiera podido salvar los obstáculos con los que tropecé. Asimismo, quiero agradecer a Simón Bernal la atención que ha prestado a este trabajo desde el primer momento, sus valiosos comentarios y su generosa participación en los índices de antropónimos y topónimos que aparecen al final de esta edición.

Los documentos originales de Alonso de Medina han sido transcritos respetando rigurosamente las grafías de los manuscritos, solo se han tomado algunas licencias que no impiden su aprovechamiento para los historiadores de la lengua y, sin embargo, facilitan su comprensión para otras ciencias menos interesadas por el detalle gráfico como la literatura, la historia o la etnografía. La edición viene acompañada de abundantes notas que recogen las escasas correcciones que realizó el autor en su momento, así como información de carácter lingüístico y socio-histórico, que ayudan a entender e interpretar estos valiosos documentos. Asimismo, se incluyen, a diferencia de lo que ocurre en la edición de 1964, los dos dibujos realizados por Medina en sus manuscritos y la transcripción del diálogo que inserta uno de ellos. La edición viene acompañada de varias láminas, fotografías de los manuscritos, y tres apéndices. Dos de ellos recogen información lingüística. El primero analiza los términos quechuas y aimaras; su autoría corresponde a Rodolfo Cerrón-Palomino, a quien agradezco con efusión que haya tenido la generosidad de enriquecer con su sabiduría la presente edición. El segundo incluye todos los términos que han sido regularizados en la edición; estos se limitan al uso de las grafías r y rr. El tercer apéndice contiene la transcripción, respetuosa con el manuscrito original, de una misiva enviada al rey el mismo año que escribió sus cartas Medina a La Gasca, 1549, escrita por el caballero hidalgo Luis de Lara. Se trata de un texto muy crítico con la actuación de La Gasca y del arzobispo de Lima, Jerónimo de Loaiza.

En el estudio introductorio, que antecede a la edición, se tratan cuestiones históricas fundamentales para estudiar con rigor científico la documentación. Se ofrece, por tanto, basada en los datos, una visión histórica del momento en el que se descubre y conquista una parte del mundo desconocida hasta entonces, de los hombres que vivieron una experiencia sin parangón hasta hoy, y que sufrieron, no obstante, el olvido y la injusticia ya durante sus vidas, como nuestro soldado Alonso de Medina. A estos españoles les tocó cabalgar entre dos épocas: la Edad Media en la que hundían sus raíces y la Edad Moderna que acabaría negándoles los bienes y parabienes por los que tanto se habían esforzado. El gran pacificador Pedro La Gasca ha pasado a la historia como un ejemplo de diplomacia, como el artífice de la paz en el Perú tras las revueltas ocasionadas por el intento de implantar las Leyes Nuevas, pero se omite sistemáticamente el hecho de que su política pacificadora alteró las bases de una sociedad en ciernes, subvirtiendo el orden establecido más allá de lo que imponían los nuevos tiempos, pues estos hombres, leales al rey, parecían dispuestos a sumarse a una Corona fuerte que centralizase el poder. Alonso de Medina, en sus cartas y diálogos, no dejará de hacer referencia a esta situación: “El mundo anda al revés, lo malo levantado y lo bueno arrastrado” (Carta 1), y alzará su voz rotunda en un intento, parece que desesperado, de mover a La Gasca para que cambiara su política hacia los conquistadores leales al rey, arraigados al Perú, donde, además de injusticias contra ellos, se cometían graves abusos contra los naturales como consecuencia de las decisiones de La Gasca. Así pues, sus cartas y diálogos no son relatos ficticios ni rememoran desde la distancia literaria acontecimientos acaecidos durante la vida del autor, sino que son reflejo directo de la zozobra y desazón que provoca la injusticia vivida. Medina, con la expresión de su sentir nos ofrece un fresco cargado de la tensión y de la emoción con la que se vivieron unos acontecimientos muy concretos de nuestra historia, con un lenguaje retórico que incluye un interesante y pintoresco catálogo de expresiones populares, algunas no recogidas hasta el momento.

Es este, también, un periodo de indefinición genérica, en el que, como nos demuestra Medina, no solo las cartas-informe y de relación oscilaron desde lo no literario a lo literario, también las cartas de petición parecen haber tenido un desarrollo similar, vinculadas aquí al género dialógico, que tuvo un gran desarrollo durante el Renacimiento de la mano, sobre todo, del erasmismo. La misma selección de la tipología textual empleada es una señal inequívoca del fino discernimiento de Medina, pues la ficción dialógica le permite dirigir a Pedro La Gasca consejos y advertencias de una manera más eficaz y, sobre todo, menos comprometida que las cartas, a la par que le proporciona abundantes recursos retóricos para mover su ánimo con más facilidad.

El análisis de los documentos de Medina y la información que la reconstrucción y recontextualización nos ha facilitado nos lleva a la conclusión de que nuestro soldado pudo ser, con mucha probabilidad, Alonso de Medina, hijo del jurado Fernando de Medina y de Catalina Suárez, natural de Sevilla, que embarcó el 3 de junio de 1534 hacia el Nuevo Mundo. Allí parece que conoció al siempre leal a la Corona don Alonso de Montemayor, caballero de origen, también sevillano, con repartimiento en Quito, quien se unió en Jujui a Diego de Almagro, en 1536, para emprender la conquista de nuevas tierras. Muy posiblemente con ellos estuvo Medina cuando marcharon a la infructuosa conquista de Chile. Es de suponer que gracias a su posible y temprana estancia en Quito aprendiera la lengua quechua, lo que le sirvió para realizar tareas de intérprete, tal y como él mismo indica en sus cartas. También delatan estas su origen andaluz: neutralización de las sibilantes medievales dental y alveolar, neutralización de la palatal lateral en favor de la palatal central, aspiración de la -s en posición implosiva, debilitamiento articulatorio de -r y -d en posición implosiva y final de palabra. El uso de algunos términos igualmente parece señalar el mismo origen: trespasar, saleroso o apañar. Cabría esperar en su fonética la existencia de la aspirada procedente de F-, pero sus escritos desmientan tal posibilidad. Tampoco se produce en su fonética confusiones -r/-l en posición implosiva ni parece existir una posible aspiración de la velar /x/ resultado de las medievales palatales /š/- /ž/. En el plano morfosintáctico se observa la convivencia de usos etimológicos y leístas, referidos estos últimos a la tercera persona masculina singular: “desque le vide” 36v, “le asote” 39r, “le matan y le acosan” 46v, “le ayudaron y favoresieron” 2r, etc. Estos datos hacen pensar que posiblemente dichos rasgos (aspiración de h procedente de F-, confusiones -r/-l y sistema pronominal etimológico) no fueran generales, en la época del descubrimiento, del andaluz occidental.

No quiero poner fin a este prólogo sin manifestar mi reconocimiento a la labor del editor tristemente fallecido hace dos años, Klaus Vervuert, así como mi cariño, agradecimiento y admiración hacia su persona. Hasta su llegada al mundo editorial, era imposible encontrar editores que, como hizo él, arriesgaran su capital en la edición paleográfica de manuscritos, a pesar de que este tipo de ediciones son imprescindibles para el estudio de la historia de la lengua española. Gracias a su generosidad y buen hacer, el hispanismo se ha visto reforzado y fortalecido, pues, además, entre otras cosas, ha conectado investigaciones e investigadores, especialmente, de Europa, Estados Unidos y América Latina. Asimismo, quiero agradecer a Esperanza López Parada todas las facilidades que me ha brindado, también, para realizar el trabajo que hoy ve la luz, así como el entusiasmo con el acogió estos papeles de Alonso de Medina.

I. Estudio introductorio

1.1 El soldado español Alonso de Medina

1.1.1 Las huestes conquistadoras

Se suele olvidar que la conquista de América se basó en teorías jurídicas que, durante el siglo XVI, se consideraron justas. La propia Iglesia, “el mismo Sumo Pontífice, año de noventa y tres” colabora económicamente en el envío al Nuevo Mundo de “hombres buenos, temerosos de Dios, doctos y expertos, para instruir a los naturales de ella en nuestra santa Fe católica” López de Velasco (1971: 3, apud Bravo-García 1997: 19). Durante los primeros años del descubrimiento de América existían dos teorías sobre la licitud de la guerra. En la primera, la guerra se consideraba justa cuando se trataba de la ampliación de jurisdicciones y valores propios de Occidente, relacionados con la autoridad temporal del papa o la jurisdicción universal del emperador; de este modo, la categoría jurídica del indígena quedaba limitada, por tratarse de hombres bárbaros, pecadores, infieles o viciosos. Si los indígenas poseían alguna de estas características debían someterse pacíficamente, pero si se resistían, los españoles podían declararles la guerra justa. Unos años más tarde, prevaleció una postura contraria a la primera, representada, entre otros, por los españoles Bartolomé de las Casas y Francisco de Vitoria (Zavala 1988: 15-21).

La Corona española siguió el rumbo de las teorías de los pensadores de su época, de modo que, por ejemplo, en torno a 1513, el requerimiento que se entregó a los capitanes cuando se organizaba la expedición de Pedrarias Dávila al Darién, era del siguiente tenor:

En nombre de don Hernando el Quinto de las Españas (…) muy poderoso y muy católico defensor de la Iglesia, siempre vencedor y nunca vencido… domador de las gentes bárbaras (…) [Debían hacer saber que Dios existía y había creado el mundo, así como que existía el papa, representante de este en la tierra] que de todos los hombres del mundo fuese señor e superior, a quien todos obedeciesen, y fuese cabeza de todo el linaje humano dondequiera que los hombres viviesen y estuviesen y en cualquier ley, secta (…) [que el papa] hizo donación destas islas y tierra firme del mar Océano [a la Corona española] y a sus sucesores (…) y que, como a tales reyes deben los indios obedecer [Si reconocen el poder del Rey y de la Iglesia otorgarán privilegios y exenciones y harán mercedes, pero si no fuera así] entraré poderosamente contra vosotros y vos haré guerra por todas las partes y manera que yo pudiere, y vos sujetaré al yugo y obediencia de la Iglesia y de Sus Altezas, y tomaré vuestras personas y de vuestras mujeres e hijos, y los haré esclavos, y como tales los venderé, y dispondré de ellos como Su Alteza mandare, y vos tomaré vuestros bienes y vos haré todos los males y daños que pudiere, como a vasallos que no obedecen (…) y las muertes y daños que dello se recrecieren, sean a vuestra culpa y no de Su Alteza, ni mía, ni destos caballeros que conmigo vinieron (Serrano Sáez 1918, apud Zavala 1988: 78).

Los cambios derivaron no solo de los graves inconvenientes que traía la incomprensión que del castellano tenían los indígenas y viceversa, sino de la evolución de los hechos y de las ideas. Todo esto llevó a la Corona, siempre atenta a los debates sobre el tema, a reformular, en sucesivas ocasiones, su actuación en las Indias. Así, en 1526, se prestaba más atención al contacto con los indígenas:

Cuando algunos capitanes, yendo en demanda de su descubrimiento, hubieren de salir a tierra en alguna isla, no lo puedan hacer sin facultad de los sacerdotes e oficiales reales. E la primera cosa que hicieren, en llegando a las tierras de su descubrimiento e pacificación, sea decir a los indios por medio de intérprete, que Nos los enviamos allá para apartarlos de sus vicios, e de comer carne humana, e para instruirlos en la santa fe para su salvación, e para atraerlos a nuestro señorío para ser tratados como nuestros demás súbditos e cristianos, sobre lo cual habrá de hacérseles el acostumbrado requerimiento (…) Hecha la dicha amonestación, procuren hacer para su seguridad algunas fortalezas e casas fuertes sin tomar a los indios sus bienes por fuerza, ni hacerles mal ni daño, sino animándolos e allegándolos e tratándolos como cristianos, de manera que por ellos e por el ejemplo de los cristianos, e por la predicación de los religiosos, vengan en conocimiento de nuestra santa fe católica e en perseverar en nuestra obediencia (…) No se les tome por esclavos si no fuere en caso que no consientan entre ellos a los clérigos e religiosos para instruirlos e que les prediquen la fe católica, e en el caso también que no quieran darnos la obediencia resistiendo con mano armada (García Icazbalceta, apud Zavala 1988: 94).

En la misma línea, pero profundizando en la prohibición de hacer esclavos de guerra a los indios, se encuentran las licencias que se dieron tras las Leyes Nuevas de 1542. A este segundo momento corresponden las guerras civiles peruanas en las que estuvo involucrado nuestro personaje.

No se debe olvidar que la empresa americana se organizó a la manera medieval, mediante empresas de guerra o conquista1. Era época en la que todavía las historias de caballería estaban muy vivas y formaban parte, en cierto modo, de la cultura de nobles e hidalgos, acostumbrados, durante más de siete siglos, a guerrear en su propio territorio contra el infiel musulmán. Signo de los tiempos era el gusto de los españoles por dichas historias fabulosas, tanto que este tipo de ficción llegó a estar prohibida en América. Lo extraordinario fue que la realidad recién descubierta superaba, en no pocas ocasiones, las historias de dichos libros de caballería. Piénsese, por ejemplo, que Mendoza creyó los informes relativos a las “Siete ciudades de Cíbola”, lo que motivó, durante años, una infructuosa expedición de Vázquez de Coronado en busca de las famosas ciudades empedradas de esmeraldas. Este hecho histórico, sin embargo, llevó a descubrir, gracias al tesón y resistencia al sufrimiento de estos esforzados hombres, por ejemplo, el Gran Cañón del Colorado. Y es que quienes tomaron parte en la empresa americana fueron hombres que hundían sus raíces en la Edad Media, pero, como veremos, tenían la mirada puesta en las frondosas ramas del Renacimiento2. Un buen ejemplo de ello, lo encontramos al descubrir entre los libros que el noble Pedro de Mendoza llevaba consigo en sus expediciones, obras de Virgilio, Petrarca y, también, del propio Erasmo de Rotterdam3.

Entre los estudiosos actuales, ya no se discute sobre la calidad de estos españoles que pasaron a América4, en buena parte hidalgos5, clérigos, mercaderes, artesanos, todos cristianos viejos, aunque pudieron pasar, de manera clandestina, algunos que no lo fueran. Entre ellos, los había que participaron en las guerras en Europa6, como Francisco de Carvajal, y todos ellos tenían noticias (como demuestran los escritos de Alonso de Medina) de grandes hazañas, como las efectuadas por el Gran Capitán7, con quien sin empacho alguno se comparaban. Véase cómo Alonso de Medina, en su ficción dialogal, pone en boca de la personificada ciudad de Arequipa las siguientes palabras:

Pues, desí, señor presidente, a este tal servidor, sin aver sido contra Su Majestad en nada, ¿por qué parte le dio vuestra señoría tres indios, que no le dan que coma ni tiene vn pan que comer, aviendo servido en obras y en voluntad más que el grand capitán, Gonsalo Hernandes? (Diálogo 6: fol. 3v).

Ese espíritu caballeresco mezclado con el individualismo que caracteriza al Renacimiento, y unidos ambos a un espíritu profundamente cristiano (la cristiandad era la bandera que unía a los territorios conquistados ya en la Península) dio vida, en sus inicios, a las primeras ciudades fundadas en América por unos españoles que habían abandonado una realidad conocida por otra ignota, a la que accedían con grandes esfuerzos y trabajos, pero llenos de esperanzas.

Hemos recordado que el servicio al rey se hallaba vinculado al de Dios. Así había sido durante más de siete siglos de constantes guerras por recuperar para los cristianos la península, que, como bien sabemos, estaba en manos musulmanas. Muy posiblemente, esto llevó a los españoles de la época a considerar que tareas como la agricultura, la artesanía y, especialmente, las finanzas, siempre en manos de infieles, eran labores humillantes, pues las ejercían los enemigos de Dios. Como recompensa legítima, tras el denudado esfuerzo, merecían honor y una recompensa material. Sin embargo, en América, fueron pocos los que consiguieron, según el orden de su época, lo que estimaban merecían después de años de fidelidad, trabajos y tesón. Así, nuestro soldado español, en una de sus cartas a La Gasca, muestra la humillación que le supone, tras años de servicios al rey, tener que dedicarse, para ganarse su sustento y el de sus hijos, así como para evitar la cárcel, a bajos oficios:

y por no estar preso, heme hecho mercader sobre fiansas, y hago mi ofiçio, aunque ya cansado, siquiera para comer. A vuestra señoría suplico, por amor de Dios y de su bendita madre, me remedie de algo de lo pedido, pues que a vuestra señoría no le va nada en ello, sino provehello con justiçia de tres cosas que yo he pedido a vuestra señoría. Limosna hes, como vuestra señoría lo ha de haser por vn prove, que lo haga comigo no hes muncho. En las manos de Dios quedo, que él, por su infinita bondad, hespire en vuestra señoría a que me provea de algúnd bien conplido, para remedio de mi provesa (Diálogo 8: fol. 18v).

Para intentar contextualizar convenientemente el contenido de las denuncias de Alonso de Medina es necesario recordar, también, si quiera brevemente, cómo se organizaron las campañas de descubrimiento y conquista. Las campañas de conquista eran de iniciativa privada, pero se realizaban, obligatoriamente, con permiso del rey. Mediante las capitulaciones, el rey autorizaba a un hidalgo que se comprometería a prestar su empeño y su fortuna en la conquista de un territorio durante un tiempo determinado. En concreto, el rey se comprometía a librar a dicho hidalgo del pago de tributos, a entregarle tierras y solares de las futuras poblaciones y a dotar dicha fundación de derechos y libertades iguales a las castellanas. Naturalmente, los territorios conquistados pertenecían al rey, quien, además, recibiría una quinta parte de los bienes y beneficios que se obtuvieran. El rey, asimismo, se ocupaba de determinar las funciones que debía realizar el capitán con la hueste, con los indígenas, las acciones militares, así como determinaba la obligación de que le fueran enviados informes de los resultados de las campañas. Véase un fragmento que da cuenta de las Instrucciones que los Reyes Católicos dieron a Cristóbal Colón:

El Rey de la Reina (…) se deben e han de facer e proveer para la población de las islas e tierra firme, descubiertas e puestas so nuestro señorío, e de las que están (…) Primeramente, que como seáis en las dichas islas, Dios queriendo, procuréis con toda diligencia de animar a atraer a los naturales de las dichas Indias a toda paz y quietud (…) hayan de ir con vos el número de las trescientas treinta personas (…) habéis de mandar a hacer otra población o fortaleza (Morales 1979: 73-74).

La cuantía económica necesaria para llevar a cabo dichas campañas era, como es obvio, muy considerable, de modo que los interesados debían recurrir a personas que apoyaran su empresa económicamente; por lo general, clérigos, mercaderes y nobles. De este modo, conseguían navíos, armas y una parte de lo necesario para realizar su labor. Lógicamente, era imprescindible conseguir hombres dispuestos a colaborar sin recibir pago alguno; lo habitual era que los propios interesados llevaran sus caballos y armas. En los casos en los que no podían hacerlo, se les entregaba, como anticipo, lo necesario para sus tareas. El pago no era una contraprestación, como el lector poco avisado podría pensar8: este solo vendría si la empresa tenía éxito y, además, pago y cuantía eran otorgados por el rey, según los servicios de cada soldado. Entre los integrantes de las huestes no podían figurar (pues tenían prohibido su paso a América) moros, judíos, penitenciados por la Inquisición, gitanos, esclavos casados sin su mujer e hijos, etc. Las mujeres españolas también viajaron a las Indias; lo habitual era que pasaran las esposas de algunos soldados y nobles, pero junto a las huestes también viajaban soldaderas, esto es, mujeres que amenizaban la vida del soldado, cantaderas, danzaderas, etc.

Así pues, a América pasa (o se forma ya en sus mismas tierras) un ejército constituido al modo medieval, guiado por capitanes y soldados imbuidos en mayor o menor medida del espíritu caballeresco que los impelía a servir a Dios y al rey, a cambio de obtener mercedes otorgadas por la Corona que incluían la concesión de títulos nobiliarios junto a territorios y vasallos. En realidad, no consiguieron lo esperado, como ya he señalado, pues el rey apenas otorgó algunos títulos nobiliarios y la noción de territorios y vasallos se transformó en encomiendas y dotación de indígenas que trabajaran la tierra y pagaran tributos9. Como contrapartida, los encomenderos debían asegurar la paz, mantener la hueste y pagar doctrineros para que los indígenas fueran adoctrinados en la fe católica. La realidad aún fue más cicatera con muchos de estos hombres, que, como Alonso de Medina, después de verse sometidos a los rigores de la conquista, tuvieron que vivir las disputas por el poder de sus capitanes y, pese a la enorme distancia de la metrópoli y el desconcierto que debieron de provocar los hallazgos realizados, mostraron su absoluta fidelidad a la Corona. Fidelidad que mantuvieron, incluso, cuando intentaba esta imponer importantes restricciones a sus derechos semifeudales. Cierto que, según algunos, las expectativas de estos conquistadores no tenían fin. Así, La Gasca, en carta dirigida al rey el 2 de mayo de 1549 escribe:

Allende de que con su venida [del visorrey] yo saldré de la vida más congoxosa y de mayor importunidad que se puede tener, porque la gente desta tierra es la más importuna y de mayor cobdicia y más acostumbrada a ser señores de lo ajeno, y de más sin mirar a lo que se puede o debe hacer quiere que se haga lo que piden, y como a mí me han tenido por tan compañero, y vieron cuán largo al tiempo de la guerra con ellos gasté de lo de Su Majestad, pareseles que el mismo poder tengo para gastar con ellos y darles de la hazienda de su majestad ahora después de acabada la guerra (…) y fatíganme tanto, y muestran tan gran descontento (…) que he tenido muchas veces necesidad para ponelles freno, de los tropellar, y aun a algunos de ellos echar de la tierra, no solo por tractar sus importunidades con desvergüenza y desacato, pero aun por parescerme que era principio de desasosiego y alteración; y aunque no ha sido poca parte para enfrenar esta gente perdida, pero esme tan penoso venir a semejantes términos con personas que me han sido compañeros, que delante de Dios hablado que algunas veces me ha parescido que si lo que debe al servicio de Dios y de mi Rey no me lo estorbara, no tuviera en nada meterme en un navío y salir de entre esta gente (apud Pérez de Tudela 1963: 331).

Ni que decir tiene que La Gasca omite sistemáticamente el hecho de que el reparto no fue equitativo y que no se respetó la más elemental de las jerarquías, pues quedaron mejor situados soldados “infieles”10 a la Corona que otros muchos de los que habían permanecido siempre al lado de las filas reales; y, lo que es peor, estos hombres leales al rey fueron gobernados por otros contra los que habían peleado, durante años, en las guerras civiles, ya desde los primeros enfrentamientos entre Almagro y Pizarro, con los consiguientes problemas de rencillas y venganzas. De estos problemas Alonso de Medina, en sus escritos, nos ofrece un fresco cargado de la tensión y de la emoción con la que se debieron de vivir los acontecimientos de una época tan convulsa.

Las huestes llevaban consigo dos documentos, el requerimiento y las ordenanzas. Desde 1526 las normas de los requerimientos, por influencia del dominico fray García de Loayza, primer presidente del Consejo de Indias, incidieron, muy especialmente, en la protección de los indígenas, tema esgrimido con tesón por Alonso de Medina en sus diálogos y cartas:

1. Serán castigados los capitanes que cometan tropelías con los indios.

2. Todo indio esclavizado injustamente será liberado, devuelto a su tierra y tratado como hombre libre.

Image

Retrato de Pedro La Gasca. Valentín Carderera (1847).

3. Toda expedición llevará dos clérigos o religiosos para adoctrinar a los naturales “conforme a la bula de concesión”.

4. Los clérigos cuidarán que se dé buen trato a los indios.

5. Lo más importante y primero a realizar cuando se llegue a algún sitio es leerle a los indígenas el requerimiento “una y dos y más veces cuantas parecieren a los clérigos”.

6. El capitán siempre tomará el parecer de oficiales y clérigos antes de actuar.

7. Conviene estudiar si interesa levantar alguna fortaleza y casas para vivir escogiendo el mejor sitio, sin dañar, herir ni matar.

8. Los rescates se harán por las buenas, sin forzar y sin tomar nada por las fuerzas.

9. Queda prohibido hacer esclavos.

10. Los indígenas no pueden ser compelidos a trabajar en minas, pesquerías o granjerías. Si acceden se procurará no darles demasiada tarea, procurando civilizarlos.

11. Para mejor civilización se les encomendará como a personas libres y según los indiquen oficiales y clérigos.

12. Las tropas serán alistadas en España, pues en Indias se están despoblando algunas zonas al reclamo de las conquistas continentales (cfr. Morales 1979: 371-372).

Este será, como he dicho, uno de los reproches más frecuentemente esgrimido contra La Gasca. No en vano se encontraba Medina, cuando le escribía, recluido en el monasterio de Santo Domingo de Arequipa; no olvidemos que los dominicos eran punta de lanza en la defensa del indoamericano, recuérdese al arriba mencionado fray García de Loayza o a fray Bartolomé de Las Casas:

Pues si esto, grand presidente, hesistes y Dios nuestro señor hos dio en la tierra sin muertes de honbres ni arcabusasos… ¡despertá naturales y clamá ante Dios y desí: “¡Señor jesucristo, no mos dotrinan en tu santa fe, ni vesinos d[e] Arequipa tienen clérigos que mos anseñen. Hoimos, señor Jesucrito, pues que moristes por nosotros, que el lisençiado Pedro Gasca, presidente, mos venden en pública almoneda a qui[e]n da más por nosotros; el que mos vende mos deja robados y desipados, y el que mos conpró, con desquitar lo que dio, no deja hijos ni mugeres ni mos dejan manta ni clavo!” (Carta 9: fol. 30v).

Medina llega incluso a advertir a La Gasca que será castigado por el rey a su vuelta a España, pues:

Bien sabe, vuestra señoría, que la primera demanda que el fiscal de la justiçia real puso en España a Vaca de Castro, y que más le apretava, fue esta: que hechó a minas los naturales, en que fue cavsa que se murieron diez mill ánimas. ¿Cómo consiente vuestra señoría, agora, hechallos a minas de plata, si[e]n leguas? ¡Qué van cargados con sus ijos y mujeres, y dejan sus casas y descanso! (Carta 1: fol. 9v).

La falta de justicia, unida a la ausencia de la más elemental coherencia, no solo provocó el enfado de soldados como nuestro Medina. El 4 de septiembre de 1548 hubo un conato de motín en el Cuzco:

de algunos a quien no había alcanzado del repartimiento, y de otros que, aunque les había cabido suerte, no tan llena como quisieran, y que habían hablado entre sí de poner las manos en el arzobispo y en otras personas, y que se sospechaba que había sido mucha parte del principio de esto un Francisco Hernández, teniente de Benalcázar en la gobernación de Popayán (Pérez de Tudela 1963: II, 274).

El miedo a la sublevación no era pequeño, así que La Gasca no dudó en desterrar a Diego García de Paredes (hijo), aunque no había intentado ser desleal al rey, porque “decía palabras sospechosas, y tan desacatadas que por ellas convenía sacarle del Perú y enviarle a España preso al Consejo Real de Indias, para que ellos, conforme a la información, hiciesen lo que les pareciese dél” (Calvete de Estrella 1963: 8). La pérdida de toda su hacienda y el destierro fue, igualmente, según parece, el destino de Alonso de Medina.

1.1.2 Aspectos biográficos

Como ocurre con tantos otros esforzados conquistadores, apenas tenemos más noticia de su vida que la que podemos extraer de los escritos que nos han llegado, información esta casi siempre fragmentaria y dudosa.

Sobre el origen geográfico de Medina tenemos alguna información de interés inferida de sus usos gráficos y del análisis lingüístico. Junto a dichos datos, hallamos inscrito en el Catálogo de pasajeros de Indias a un Alonso de Medina, hijo del jurado Fernando de Medina y de Catalina Suárez, natural de Sevilla, que embarcó el 3 de junio de 1534. Este podría ser nuestro Medina, y llevaría quince años en América cuando escribía sus cartas a La Gasca. Dicha fecha de embarque sería compatible con los años que podría llevar en América si consideramos que en sus escritos insiste en la importancia de haber permanecido entre catorce y diecisiete en América; para Medina llevar más de una decena de años parece ser un factor legitimador de mayores honores y recompensas que los que podrían merecer aquellos otros que los exigían y habían estado menos tiempo:

[Llevan] catorse años y quinse años y desiséis años y desisiete años, perdidos en la tierra, y no tienen vna camisa ni qué se vestir ni q comer ni vn real que gastar sin pecar contra Su Majestad y contra su real corona, ni contra su real justiçia, y andan que hes lástima de ver (Diálogo 3: fol. 44r). Y mire, vuestra señoría, mill y dosientos honbres justos en Potosí, ¡qué reñegos y qué blasfemias disen! Y no tienen rasón munchos dellos, porque a poco que entraron en la tierra (Carta 3: fol. 15r).

La existencia de seis hijos también podría apuntar hacia una estancia en Indias superior a siete años: “Si de la voluntad sale a vuestra señoría hasello, bien puede vuestra señoría. Lo vno ser yo prove y neseçitado y no tener qué comer con seis hijos” (Carta 4: fol. 18v). Asimismo, los estudios realizados sobre la composición de los grupos expedicionarios y conquistadores señalan que la edad media de los hidalgos que pasaban a América estaba en torno a los 27 años y el número de hijos que solían tener, entre los 40 y 50 años, estaba en torno a cinco, especialmente en aquellos que se habían casado en América (Gómez/Marchena 1985: 211). Estos datos casarían bien con un Alonso de Medina llegado a América con unos 27 años. Lamentablemente, el Catálogo de pasajeros no ofrece información sobre la edad que tendría en el momento de su embarque el Alonso de Medina que figura en la entrada mencionada arriba.

Un aspecto más relacionado con su filiación familiar ha sido estudiado por Tormo y Woyski (1978: 1365); dichos investigadores infieren del contenido de una de las cartas de Medina que también habían pasado a América su padre y un hermano. El resultado de sus pesquisas proporciona información sobre la existencia de Gonzalo (o Pedro) de Medina, muerto en la batalla de las Salinas. Asimismo, Schäfer halla a Gonzalo (o Pedro) y a Alonso de Medina, muertos en 1538, datos que sirven a dichos investigadores para considerar que tal vez fueran el padre y el hermano del autor11. No obstante, en la misma fuente utilizada por Schäfer se encuentra, asimismo, un Gonzalo de Medina, natural de Medina Sidonia (Cádiz), que embarcó el día 2 de noviembre de 1512. Este también podría ser el padre del autor, supuestamente muerto en la batalla de las Salinas, quien habría permanecido en América, antes de su muerte, 26 años. El problema es que el fragmento del que infieren dicha información resulta ambiguo:

Dárale vuestra señoría al virrey los poderes que vuestra señoría trae de perdonar la muerte de mi padre, y la muerte de mi hermano, y el robo del otro, y el agravio que le hicieron al otro, y la injusticia al otro, y están buenos y libres y comen y beben y ricos quien lo hizo, y desta manera se metieron debajo del estandarte (Carta 10: fol. 31r).

La alusión que hace Medina a la muerte de su padre y de su hermano no tiene que referirse, obligatoriamente, a sus verdaderos familiares, ya que los sustantivos padre y hermano pueden haber sido empleados como genéricos, esto es, pueden hacer referencia a los padres y hermanos de tantos que murieron a manos de los traidores. Además, la carta en la que se lee este dato no está completa ni firmada por Medina. Se trata, en concreto, según nuestra edición, de la carta décima, dirigida a La Gasca y a los oidores de la Audiencia de Lima. La mayor parte de ella fue escrita con letra procesal, posiblemente de un escribano de oficio; Medina solo escribe la última parte, esto es, un folio recto y vuelto12. Dado que nuestro soldado copia una carta también dirigida a La Gasca y a los oidores de Lima, cuya autoría atribuye a Pedro Hernández de Melonero, y puesto que la carta décima está incompleta, no sería raro que se tratara de una voz conjunta. Se observa, asimismo, cierta diferencia en el tono de la carta cuando toma la pluma Medina. Son, pues, estos datos sobre la existencia de un padre y un hermano de Medina, aunque posibles, meramente especulativos, por el momento.

Por sus cartas sabemos que sirvió cinco años a Alonso Monte13, y que también sirvió al virrey Núñez Vela y a Pedro La Gasca, a este último como intérprete y mensajero: “le serví sinco años [a] Alonso Monte y al virrey, que Dios aya, pecho por tierra; y a vuestra señoría fue avisar de lo que avía, como los demás, a pie y descalso, por ríos y vados” (Carta 4: fol. 17v). Es muy posible que formara parte de la expedición de Alonso Montemayor que se unió a Diego de Almagro. Aunque no dice nada al respecto, es evidente en sus escritos la simpatía que siente por Diego de Almagro y por su hijo mestizo.

Del contenido de sus cartas extraemos, igualmente, información sobre su conocimiento del quechua. En efecto, en una de ellas parece amenazar a La Gasca con realizar el mismo oficio que practicó como soldado de la Corona, ahora entre los indígenas: “Yo me parto desta çibdad, porque la anbre me aqueja y la provesa me acosa. Voyme a estar en vnos indios, por la comida, a servir de sayapay a otras jentes” (Carta 2: fol. 25v).

Aunque no informa en ningún momento sobre una posible esposa española, mestiza o natural, sí repite en varias ocasiones que es padre de seis hijos14. La ausencia de información sobre la madre de su prole puede deberse a que fuera una española de origen humilde o a que se tratara de una mujer indígena o mestiza15: “Lo vno ser yo prove y neseçitado y no tener qué comer con seis hijos; y por no estar preso, heme hecho mercader sobre fiansas y hago mi ofiçio, aunque ya cansado, siquiera para comer” (Carta 4: fol. 18v). Por este mismo fragmento sabemos que, después de haber colaborado en las huestes de La Gasca, y dado que no recibió la recompensa merecida, se vio obligado a realizar oficios innobles para un hidalgo de la época, en este caso “mercader sobre fianzas”.

Muy posiblemente, su conocimiento de la lectura y la escritura se deba a su condición de hidalgo, pero junto a esos objetivos conocimientos, Medina se considera con algún ingenio y formación, pues él mismo señala que ha escrito a La Gasca letras: “tomarnos qüenta del muncho mal que avemos hecho, atreviéndome a mis letras” (Carta 10: fol. 34v). Podríamos pensar que el término elegido es sinónimo de cartas, pero si analizamos en qué otras ocasiones lo emplea, vemos que se refiere a conocimientos humanísticos16:

¿Quí[e]n pensó que vn presidente tan valeroso, cristianísimo, salió ser traidor de la corona real d[e] España, doto en todas las letras me hisiera a mí tanto agravio, sin oírme?, (Carta 7: fol. 6r). Pues, grand presidente, lo que aprometistes a Dios eterno quando aprendistes hesas letras que tenéis y quando hos apartastes de Su Majestad y del grand Consejo Real, le dejistes, (Carta 9: fol. 30v). Bien sabe, vuestra señoría, que las buenas letras que riguengen y goviernan en estas partes se lo paga el enperador en España como vuestra señoría lo aspera, y no chico cargo (Carta 10: fol. 31r).

Y, efectivamente, podemos ver que los escritos de Medina, muy especialmente los dialogados, en nada desmerecen el estilo propio de un escritor renacentista17. Asimismo, a través de los argumentos que esgrime el soldado español en contra de la actuación de La Gasca, se observa que era conocedor de las ideas que circulaban entre los grandes pensadores españoles de su época: Francisco de Vitoria, Soto, el padre Las Casas, etc., promotores del cambio de rumbo que la Corona había dado hacía ya varios años, especialmente en lo que atañía al trato que debían recibir los indígenas. Medina, no duda en poner frente a los ojos de La Gasca y de quien lo escuchara los actos absolutamente incongruentes con los preceptos cristianos y con las leyes reales que estaba llevando a cabo el que terminaría siendo, a su vuelta a España, obispo de Palencia y conde de Pernía18. Más tarde, Felipe II, le otorgaría el obispado de Sigüenza y su señorío.

No calla Medina el trasfondo de las decisiones tomadas por La Gasca:

Digo esto por lo que veo que vuestra señoría hase, que, a lo que alcanso, es, de todos quantos juiçios he hechado, que lo hase vuestra señor[í]a por asentar la tierra y por que vuele la fama de vuestra señoría por toda España, y digan las jentes que a puesto vn reino en paz. En esto e mirado, en esto [he] hechado mi juiçio y parese que me a encajado, y creo que a las jentes a enpremido, y no lo ha hecho vuestra señoría por otra cosa mala ni buena (/.), (Carta 9: fol. 29v). Yo no sé, Justiçia de la tierra, a qué lo heche ni sé que me diga, sino que me sueltes, Justiçia del sielo, y hasme soltar, que si vieses cómo me tienen se espantarían las jentes. Y hasme soltar, Justiçia del sielo, que el de La Gasca no quiere haser justiçia, sino que no quiere ni pretende sino a lo que le an de dar en España, (Diálogo 3: fol. 44v). Si es por traellos a la liga, yo bivo contento, mas no me entra que tal sea, porque conozco del señor presidente que lo hase de poco ánimo y, tanbién, por acabar el viaje, por lo que le an de dar en España (Diálogo 6: fol. 4r).

Ya hemos dicho que Alonso de Medina considera impropio de su categoría social el oficio que se ve obligado a ejercer para evitar la cárcel y mantener a sus seis hijos; pues bien, para tratar de evitar verse obligado a realizar dichas tareas, le había pedido a La Gasca alguno de los siguientes beneficios: la tutoría del hijo de Picado o la de los hijos de Gómez de León, el cargo de fiel ejecutor de las ciudades de Arequipa, Cuzco y Potosí o bien el cargo de corredor de lonja con provisión sellada y mandato para los cabildos de Cuzco, Arequipa y Potosí:

lo hase la suegra de Cornejo y su marido, que son tutores de su ñeto, hijo de Picado (…) los de Gomes de León me puede vuestra señoría encargar [la tutoría] (…)no tuviese voluntad de dallo, deme fiel isecutor d[e] Arequipa y Cusco y Potosí, que vesino mi rejidor no tuviese que haser en quanto hisiese justiçia y fuese pro del común y bien de los proves, que en poder de vesinos mal se puede hacer (…) Y si hesto no a lugar dármelo, deme vuestra señoría una proviçión y mandato sellada, con el sello real, que diga “don Carlos”, para los cabildos, que me resiban en el Cusco y Arequipa y Potosí por corredor de lonja, que nadie venda de si[e]n pesos para arriba sin que a mí me den parte de la tal venta y me paguen mis derechos, y ponga yo de mi mano corredores de lonja, y que sea apregonada en todos los tres pueblos mentados, y que ninguna venta valga ni sea fija, si no estuviere yo en medio (Carta 4: fols. 17v-18r).

También por sus cartas sabemos que fue condenado “por desir yo las verdades”, en un primer momento, a ser ahorcado19: “que lo metan en un navío y atado y a buen recavdo y, si no hubiese navío, que me llavasen por tierra y con arcabuseros (…) luego vuestra señoría me llamava para me ahorcar” (Carta 7: fol. 5r-v). Medina dice haber recibido noticia de que dicho mandamiento llegó a su trabajo, pero no reconoce haberlo recibido directamente, lo que le permitió refugiarse en el monasterio de Santo Domingo de Arequipa:

Enbía vn mandamiento all alcalde mayor, el qual mandamiento allegó a mediada quaresma (…) Yo, como lo supe, que él me avisó, sin ver mandamiento, me retraje al monesterio del señor Santo Domingo, en el qual a vn mes que estoy retraído (Carta 7: fol. 5r).

El motivo de dicha condena es, según Medina, “las cartas que ha escrito” y pide ser oído:

Vuestra señoría me a hecho mal en enbiar por mí, sengund dise el señor alcalde mayor, que yo no he visto mandamiento; pues si vuestra illustrísima señoría me quiere castigar por las cartas que he hecrito… Yo daré informaçión muy larga de todo. Hóygame de justiçia y, para hoírme, deme al grand favor, que la verdad, hella, no quiebra, mas adelgasa: joya hes de grand presio (Carta 2: fol. 25v).

Argumenta, asimismo, el soldado español que se ha limitado a contar la verdad20 sobre los actos de sus vecinos, y advierte que la condena que La Gasca ha hecho caer sobre él impedirá que otros la digan:

Que al fin no a de aver testigo malo que diga contra ellos, pues que an visto al prove de Medina puesto en trabajo, retraído por vuestra señoría, pudiéndome hoír de justicia (Carta 2: fol. 26r).