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Los rostros del otro : colonialismo y construcción social en Medio Oriente y Norte de África / Sebastián Estremo [y otros] ; Felipe Medina Gutiérrez, Diana H. Cure Hazzi, Pío García (editores). – Bogotá : Universidad Externado de Colombia. 2019.

355 páginas : ilustraciones, mapas, fotografías ; 24 cm.

Incluye referencias bibliográficas.

ISBN: 9789587902723

1. Estado Islámico (Organización) – Historia 2. Colonialismo – Historia – Kurdistán 3. Colonialismo – Historia – África 4. Nacionalismo – Historia – Turquía 5. Mujeres en la política – Historia 6. Terrorismo -- Aspectos religiosos -- Medio Oriente I. Medina Gutiérrez, Felipe, editor II. Cure Hazzi, Diana, editora III. García, Pío, editor IV. Universidad Externado de Colombia V. Título

325.3SCDD 21

Catalogación en la fuente -- Universidad Externado de Colombia. Biblioteca. EAP.

Diciembre de 2019

ISBN 978-958-790-272-3

©2019, FELIPE MEDINA GUTIÉRREZ, DIANA H. CURE HAZZI, PÍO GARCÍA (EDITORES)

©2019, UNIVERSIDAD EXTERNADO DE COLOMBIA

Calle 12 n.º 1-17 este, Bogotá

Teléfono (57 1) 342 0288

publicaciones@uexternado.edu.co

www.uexternado.edu.co

Primera edición: diciembre de 2019

Diseño de cubierta: Joan Rojas - CIPE

Asistente editorial: Luz Adriana Gómez Gómez

Corrección de estilo: María José Díaz Granados M.

Composición: Precolombi EU-David Reyes

Impresión y encuadernación: Xpress Estudio Gráfico y Digital S.A.S. - Xpress Kimpres

Tiraje de 1 a 1.000 ejemplares

Prohibida la reproducción o cita impresa o electrónica total o parcial de esta obra, sin autorización expresa y por escrito del Departamento de Publicaciones de la Universidad Externado de Colombia. Las opiniones expresadas en esta obra son responsabilidad de los autores.

Diseño epub:

Hipertexto – Netizen Digital Solutions

SEBASTIÁN ESTREMO ODETTE YIDI DAVID
MARTÍN A. MARTINELLI HANAN AL-MUTAWA
CAROLINA BRACCO PÍO GARCÍA
ANGÉLICA ALBA CUÉLLAR MANUEL ALEJANDRO RAYRAN CORTÉS
FELIPE MEDINA GUTIÉRREZ JERÓNIMO DELGADO CAICEDO
PAULINO ROBLES GIL JULIANA ANDREA GUZMÁN CÁRDENAS

CONTENIDO

Prólogo

Gonzalo Ordóñez-Matamoros

Introducción

PRIMERA PARTE
ALGUNOS PROCESOS HISTÓRICOS

Capítulo 1. Kurdistanes en el Kurdistán: el derecho a la existencia

Sebastián Estremo

Capítulo 2. Revolución armada y guerra de liberación popular palestina en la década de los sesenta

Martín A. Martinelli

Capítulo 3. Egipto: de la casa a la revolución y de la revolución a la casa. La “cuestión de la mujer” en un siglo nacionalista

Carolina Bracco

Capítulo 4. El fenómeno del yihadismo global: del surgimiento de al-Qaida a la lucha contra ISIS

Angélica Alba Cuéllar

SEGUNDA PARTE
LA CONFIGURACIÓN SOCIAL Y CULTURAL

Capítulo 5. Algunos conceptos clave en la historia y el presente del islām

Felipe Medina Gutiérrez

Capítulo 6. Chiismo en tierra wahabí: sectarismo, adaptación y resistencia en el reino saudí

Paulino Robles Gil

Capítulo 7. From Khalil Gibran to Meira Delmar: Reflections on the literature of the colombian Mahjar

Odette Yidi David

Capítulo 8. Cuando las mujeres árabes musulmanas danzan: un sistema de empoderamiento en el hogar, y el vocabulario codificador para ocupar el espacio público

Hanan Al-Mutawa

TERCERA PARTE
LAS RELACIONES EXTRARREGIONALES CON AMÉRICA LATINA Y COLOMBIA

Capítulo 9. Palestina e Israel en la política exterior colombiana

Pío García

Capítulo 10. República Islámica de Irán: cambios, desafíos y relaciones con América Latina

Manuel Alejandro Rayran Cortés

Capítulo 11. Reconocimiento de la República Árabe Saharaui Democrática: entre la legalidad internacional y los cálculos geopolíticos

Jerónimo Delgado Caicedo

Juliana Andrea Guzmán Cárdenas

Conclusiones generales

Acerca de los editores y autores

Notas al pie

PRÓLOGO

GONZALO ORDÓÑEZ-MATAMOROS

Director
Centro de Investigaciones y Proyectos Especiales - CIPE

Cuando los profesores Pío García, Felipe Medina Gutiérrez y Diana Cure me hicieron la honrosa invitación a escribir el prólogo de esta obra, mi primera reacción fue de duda, pues no soy experto en el tema del que se trata aquí y no suelo escribir sobre lo que no conozco con profundidad defendible. Hay, sin embargo, aspectos de este libro que quisiera destacar desde mi perspectiva como director del Centro de Investigaciones y Proyectos Especiales - CIPE, de la Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales. Se trata de asuntos que los mismos pares evaluadores resaltaron en su juicioso trabajo.

Por un lado, quiero destacar la novedad de la investigación sobre una región en la que convergen los grandes conflictos del siglo XXI, lo cual no ha recibido el debido tratamiento académico en el ámbito latinoamericano. Como afirma uno de los expertos consultados, “se han hecho trabajos desde México, Argentina y Brasil; no obstante, la bibliografía en español es mínima, por lo que presentar una obra desde la percepción colombiana, es innovador, y se hace frente a vacíos académicos”.

Segundo, quiero resaltar la variedad de enfoques, y los lugares y orígenes físicos y epistemológicos del trabajo de los distintos analistas que aquí escriben, no eurocéntrica, sino latinoamericana y global. El lector encontrará aproximaciones históricas, antropológicas, sociológicas, o desde la disciplina de las relaciones internacionales, todas inmersas en diálogo entre sí, sin apegos a lineamientos dogmáticos. Como afirma uno de los evaluadores, el lector encontrará que “muchas problemáticas sociopolíticas de los países del Medio Oriente y del Norte de África se viven en los países de América Latina y es una puerta para que seamos escribanos de los acontecimientos sociales, políticos y económicos; de ahí la relevancia de la presente obra”.

En esta obra el CIPE, en general, y el grupo OASIS, en particular, hacen evidente, en tanto que centro de pensamiento de los estudios regionales e internacionales en el contexto colombiano, su compromiso con una filosofía de pensamiento abierto y humanista, propio de la lógica que inspira a la Universidad Externado de Colombia desde sus orígenes. En este sentido, es de resaltar una conclusión de uno de los pares evaluadores del libro, cuando afirma que este texto, “además de aclarar aspectos históricos y actuales de estas sociedades, ayudará a combatir los prejuicios y la creciente islamofobia que existe hacia los habitantes y las personas originarias de esta región o religión (en este caso de los musulmanes)”. Este no es sino un ejemplo más del gran mérito de este trabajo.

Esta investigación, que versa sobre una región con cierta fisonomía social y cultural, desarrolla una de las tantas líneas de trabajo del CIPE, que también profundiza los estudios sobre políticas públicas, la gobernanza financiera global, la innovación o los conflictos domésticos e internacionales, entre otras temáticas.

Al interesado, le auguro una buena lectura del mismo.

INTRODUCCIÓN

La reconfiguración geopolítica de fin de siglo, que coincidió con la terminación de la Guerra Fría, aunada a los procesos hegemónicos del sistema-mundo contemporáneo –modelo neoliberal, régimen político sustentado en la competencia electoral, la revolución tecnológica y el surgimiento de una sociedad civil global–, dio lugar a fenómenos sociales y políticos de singular realce para la región denominada como Medio Oriente y Norte de África, condicionados por sus propias mutaciones e incertidumbres.

Para los países que conforman estos territorios y que comenzaron a tener mayor relevancia en la agenda mundial a partir de los años ochenta, este paso conllevó, en términos generales, un proceso de pauperización y exclusión económica, agravado con el boom poblacional, además de la consolidación de gobiernos autoritarios que ya no respondían a las premisas del Estado de bienestar. Estos componentes propiciaron, por una parte, las condiciones para el despliegue de un islamismo radicalizado contemporáneo y, por otra, la difusión de un discurso secular de los derechos humanos, la democracia liberal y los derechos de las minorías. Al igual que en todas las transformaciones modernizantes, implícitas en los procesos coloniales y poscoloniales que se describen históricamente en algunos capítulos de este libro, en las últimas décadas aparecen unos pesos y contrapesos, que tienen entre algunos de sus principales componentes el laicismo contrapuesto a la religiosidad (que no implica necesariamente el conservadurismo). Además, están inscritos las más de las veces en una manifestación nacionalista y radical, de distinta naturaleza a la promulgada por la última oleada de autodeterminación del panarabismo de los años cincuenta y sesenta.

Las tendencias modernizantes en la región dan cuenta, tanto del reordenamiento de una sociedad civil con capacidad de movilización por ideales progresistas, como de otra parte que ampara estructuras tradicionales de poder, con frecuencia en alianza con los intereses y diseños estratégicos extranjeros, entre los cuales sobresale Estados Unidos. Para muchos, dentro y fuera de la región, es claro que este último ha cumplido, durante las dos últimas centurias, su consigna de imponer una agenda “libertaria” en estos territorios para dar cuenta de su supremacía sobre el mundo árabe e islámico.

Aunque los efectos inmediatos no correspondieron directamente a los destinos del Medio Oriente y Norte de África, no podemos dejar de lado el 11 de septiembre de 2001 como la fecha que para este siglo marca el antecedente que cambió de forma definitiva el curso de la historia mundial, al menos para el devenir histórico de las potencias occidentales y su relación con el Medio Oriente, Norte de África y algunos países de Asia meridional. El “profético” choque de civilizaciones enunciado por Samuel Huntington (1996), que podría ser consignado como una hoja de ruta, comenzó a cumplir sus propósitos, primero con la Operación Libertad Duradera (2001-2014) contra el Emirato Islámico de Afganistán gobernado por los talibanes, en retaliación por la falsa imputación como autores de los ataques a las Torres Gemelas y el Pentágono, y después con la guerra Operación Libertad Iraquí (2003-2011).

A partir de entonces, las migraciones masivas de la población de los países de mayoría islámica hacia Europa, particularmente, auspiciadas por guerras fratricidas o internacionales ha cambiado la composición demográfica de los países europeos cuyas políticas públicas de acogida desbordan la capacidad de los Estados para superar las demandas de esta población marginal y pauperizada. La islamofobia se ha convertido en una nueva cruzada, vista con el beneplácito de los movimientos y partidos de ultraderecha de todas las latitudes. Los movimientos xenófobos y de supremacía blanca se han expresado en actos de violencia extrema, actitudes radicales de terrorismo como crímenes contra la población civil islámica y la profanación de los lugares sagrados de los seguidores de Mahoma.

Así las cosas, no podemos dejar de mencionar las guerras en Siria y Yemen, actualmente en curso y que involucran a distintos actores. Son dos de los casos que, hoy por hoy, más requieren la atención internacional, pero que parecen invisibles para el mundo mediático (Gate Keepers), pues aparentemente no tienen ninguna importancia para los intereses básicos de los poderes centrales. Sin embargo, recientemente en estas regiones también surgió el movimiento social y político de las Revueltas de 2011 denominadas de manera errónea “Primavera Árabe”, que si bien depuso varios de los regímenes empotrados por décadas en el poder, como sucedió por ejemplo en Túnez, Egipto y Libia, fuerzas contrarrevolucionarias internas y externas, sumadas a otros factores, condujeron al resultado inesperado de afianzar, más bien, los problemas endémicos de la corrupción y la represión brutal, así como una fuerte crisis económica, entre otros focos de lucha. Lo peor de este panorama social y político es que no se ven soluciones inmediatas.

En el mismo sentido, el avasallamiento israelí sobre el territorio palestino es un punto primordial en el momento de pasar revista a una región en crisis constante, pues la comunidad internacional pareciese no contar con la capacidad suficiente para resolver el conflicto gestado por el plan de partición (Resolución 181) de ese territorio por parte de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1947.

De igual manera, esta vasta región, que alberga alrededor de 30 países, posee ciertos rasgos identificadores, los cuales son indispensables para tener en cuenta en el momento de su caracterización. En primer lugar, es un grupo de Estados y pueblos conformadores de un auténtico caleidoscopio social y cultural, donde prima el islam, pero donde también se encuentran importantes comunidades cristianas, judías y de otras creencias. De hecho, ese patrón se remonta 1200 años atrás, cuando las huestes de la nueva confesionalidad extendieron su influencia religiosa, científica y política al oriente y al occidente de su epicentro arábigo, cuando llegaron a Irán, Pakistán e India, por un lado, y hasta la península Ibérica, por el otro extremo.

En segundo lugar, se encuentra el acento cultural, dada la condición primordial de sociedades refaccionadas por más de un milenio por los elementos étnicos, lingüísticos y sociales árabes y no árabes. La región ha sido el centro de expresiones propias de la adaptación humana a las condiciones ambientales particulares tanto como el crisol en que se han fundido las instituciones sociales autóctonas con las adquisiciones llegadas desde los lugares más remotos. Allí confluyeron, para citar unas pocas de esas manifestaciones, el antiguo saber de Asia oriental y el ideario monoteísta surgido en Asia occidental.

En tercer lugar, dichas comunidades comparten, casi en su totalidad, los efectos desestabilizadores de la institucionalidad y del modus operandi social causados por el arribo y la conquista por parte de las potencias coloniales, desde el primer momento de su expansión comercial a finales del siglo XV. Tras la ruta portuguesa por el Atlántico y el Índico, desde el siglo XVII Inglaterra y Holanda comenzaron a abrir sus propias posesiones y a desencadenar la competencia colonial e imperialista, que culminarían Inglaterra y Francia en la segunda década del siglo XX, cuando se repartieron los despojos del Imperio otomano. La colonización significó muchas cosas: despliegue de los avances científicos centrales, eliminación de las estructuras administrativas locales, implantación de modelos educativos, privilegio para determinadas élites e imposición de unas comunidades étnicas sobre otras para romper su larga tradición de convivencia. Al mismo tiempo, la sofisticación en la producción de armas, la disciplina militar y la restructuración productiva de los pueblos bajo el colonialismo atendieron los requerimientos de las potencias europeas. El resultado evidente fue la dependencia del patrón económico ventajoso para la metrópoli y, sobre todo, la creación de nuevos Estados-nación a imagen e interés de las potencias europeas, mezclando comunidades y creando problemas donde no los había previamente.

Las dos guerras mundiales y el posterior antagonismo de los bloques produjeron efectos contrastantes en Asia occidental y Norte de África. Lo más significativo fue el surgimiento de las condiciones favorables para el proceso de descolonización. Uno a uno, los países colonizados proclamaron su independencia, abogaron por el ejercicio político autónomo, tomaron la vía de la renovación institucional y procuraron la inserción en los flujos económicos globales. El tránsito hacia la soberanía nacional comportó, con frecuencia, conflictos internos en la contienda por el control del Estado. Todavía en el siglo XXI se aprecia la reyerta en la rebelión expresada mediante las revueltas de 2011, un proceso que continúa hasta nuestros días.

El otro resultado del fin de la guerra entre las grandes potencias fue el legado insidioso de las disposiciones coloniales. Los países centrales afirmaron su dominio mediante acuerdos entre sí y con arreglos subrepticios con algunos sectores de las comunidades locales. El caso emblemático de una tragedia urdida entre los ocupantes es, por cierto, la creación de un Estado judío en Palestina, convenido por Inglaterra y Francia, en 1916. El Acuerdo Sykes-Picot sigue alentando, después de un siglo, un conflicto que se niega a desaparecer.

En este orden de ideas, surgen numerosos interrogantes sobre los factores externos que influyen en el transcurso de las sociedades ubicadas en Asia occidental y Norte de África. A lo largo de la historia, ¿cómo se acoplaron las diferentes modalidades religiosas, culturales, políticas y económicas? En la actualidad, ¿de qué manera se combinan los factores internos y externos para profundizar las situaciones conflictivas o para resolver las crisis domésticas y entre los países de la región? ¿Qué incidencia tienen sus dinámicas propias con actores lejanos como lo son América Latina, el Caribe o Colombia?

El carácter estructural de la región en el complejo económico colonial fue explicado por André Gunder Frank como pionero de la teoría que retoma Immanuel Wallerstein (1974) como la semiperiferia, o la sección intermedia entre la metrópoli y las colonias. Ello evitaba el choque directo de los pueblos colonizados con las potencias coloniales y legitimaba su dominio. Para Bernard Lewis (2002), en cambio, el contraste fundamental lo marcó el progresivo desnivel técnico y administrativo entre los centros económicos y las zonas adyacentes, incluida la musulmana. Según el autor, la incorporación de avances en la navegación, el cálculo, la organización empresarial y la estructura administrativa del Estado propulsaron el poder inglés sobre sus competidores.

Edward Said (1990), pionero de los estudios poscoloniales, dirigió la discusión hacia la construcción europea del otro “oriental” que le sirviera de referencia, para contraponer sus valores, marcar su superioridad y justificar el dominio colonial. El orientalismo desentrañó la producción de conocimiento en su doble dimensión ontológica y epistemológica sobre las sociedades adyacentes, las cuales quedan enmarcadas en un metadiscurso global que representa a “Oriente”. Ese discurso hegemónico nombra y crea al Otro, acotado en narrativas de poder que distancian y acentúan las relaciones de subalternidad.

Bajo este fondo interpretativo, se formula la pregunta central de esta investigación: ¿cómo fueron construidas a lo largo de la historia las características particulares de las sociedades del Medio Oriente y Norte de África? ¿Cuáles son sus rasgos predominantes y qué impacto tienen sobre las relaciones extrarregionales, respecto a América Latina, en particular?

La respuesta hipotética a este interrogante plantea que los rasgos particulares de los diferentes procesos históricos en el Medio Oriente y Norte de África encuentran un punto de partida en el legado de la experiencia colonial europea en el siglo XIX en las distintas regiones que esta categoría compone, así como del papel desempeñado años más tarde por nuevas potencias extranjeras intervencionistas como Estados Unidos y Rusia, y de distintos actores regionales y locales de reciente aparición, como el Estado de Israel y su injerencia en la política exterior estadounidense. En este contexto se forjaron nuevas identidades en diversas sociedades atadas a la configuración social y cultural de la región.

La investigación tiene una naturaleza interdisciplinaria. El lector se encontrará con distintas exploraciones históricas que se enlazan a su vez con observaciones y análisis sociológicos y antropológicos, que dan cuenta de las múltiples facetas de las comunidades estudiadas en este libro a nivel social y cultural. Asimismo, se identifican los perfiles políticos contemporáneos y el efecto que sobre ellos tiene la dinámica económica y geopolítica global.

Los objetivos de los capítulos de esta obra son diversos. El libro presenta once textos en total, distribuidos en tres partes temáticas. El primer objetivo es puntualizar las distintas facetas históricas de la región. Aquí se evalúan algunos de los diferentes procesos históricos de relevancia para el Medio Oriente y Norte de África, lo que permite ofrecer una base para la comprensión de ciertas problemáticas actuales. El segundo objetivo específico busca explorar algunos elementos trascendentales en la configuración social y cultural de la región, señalando desde múltiples perspectivas –religión, cultura, mujer y danza– la diversidad de análisis posibles. Finalmente, el tercer objetivo específico procura discutir algunas de las diferentes dimensiones de las relaciones entre Estados y sociedades de América Latina, incluida Colombia, y Medio Oriente y Norte de África, proponiendo elementos de juicio para juzgar las conexiones entre ambas experiencias.

En consonancia con lo anterior, el libro se encuentra dividido en tres secciones. La primera sección, titulada “Algunos procesos históricos”, encuentra justificación en la importancia de estudiar y comprender las diferentes manifestaciones retrospectivas y procesos evolutivos de las sociedades objeto de estudio. Parte de entender los grandes desafíos del presente, involucra tener en cuenta una idea general del acontecer, donde usualmente se encuentran algunas respuestas a las disfunciones contemporáneas.

La segunda parte, “La configuración social y cultural”, estudia distintas expresiones al interior de las diferentes sociedades que componen los países de la región, donde el lector encontrará discusiones de temas como las manifestaciones y tradiciones religiosas (ejemplo el islam y el caso de las minorías), el papel de la mujer árabe en expresiones culturales como la literatura y la danza, así como las manifestaciones sectarias en la configuración social de la región.

Finalmente, la tercera parte, “Las relaciones extrarregionales con América Latina y Colombia”, responde a la necesidad de realizar un ejercicio comparativo de ideas entre estas sociedades, superando la distancia geográfica y algunas diferencias culturales. Evaluar las relaciones a nivel diplomático de algunos países de América Latina con comunidades como Palestina, Israel, Irán y el Sahara Occidental, contribuye a reducir aquella distancia, y propone un intercambio de experiencias y lecturas sobre determinadas materias.

Es importante anotar que los capítulos de las anteriores secciones, bien sean descriptivos, comparativos, circunscritos a un estudio de caso o analíticos, comparten, en una forma amplia, el marco histórico y conceptual que contiene la permanente y desestabilizadora relación de dependencia de la región periférica de Medio Oriente y Norte de África (las colonias o excolonias) con los países hegemónicos (las metrópolis). Esta condición dialéctica determinó las relaciones de poder y las tensiones que a lo largo de la última centuria coadyuvaron a las erupciones nacionalistas y la construcción de la nación en la región. Así se pone en evidencia cómo los sucesos de la geopolítica mundial tienen efectos desestabilizadores en lo local y lo regional.

Las dinámicas implícitas en el fenómeno colonial, como el permanente ejercicio de poder asimétrico en los frentes económico, político, social y cultural convierten la pulsión por asimilar la cultura sometida (aculturación) dentro del paradigma dominante en manifestaciones de resistencia por parte de la población subyugada. Estas expresiones, por lo general, están adscritas a movimientos nacionalistas, para algunos como efectos reaccionarios y tradicionalistas, frente al esquema modernizador (sincretismo) comprendido de manera inevitable en todo proyecto colonial.

Con distintos grados de legitimidad, y en el marco de eventos geopolíticos disruptivos –como las dos guerras mundiales–, la mayoría de los regímenes árabes y no árabes hicieron su transición hacia la organización sociopolítica del Estado-nación heredado de un proceso histórico ajeno, situado en Europa y como legado de la Ilustración. Es así como las distintas fases de la construcción nacional, del Estado-nación y de las disímiles expresiones de movimientos de resistencia que este proceso conlleva han ido de la mano con los sucesos históricos de colonización y descolonización, cuyos antecedentes fueron el desmoronamiento del colonialismo otomano, el traslado del poder imperial a las potencias europeas y su posterior emancipación en el marco de la Guerra Fría.

Esta transición y consolidación de ajuste independiente corresponde al primer periodo poscolonial (1940-1970), en el cual se inscriben significativos movimientos de resistencia y modernización simultáneamente en los Estados contemporáneos de la región, con sus estructuras nacionales y políticas, y su geografía, sostenidas sobre la construcción de poderes locales afines al modelo anterior.

De esta manera, los esfuerzos modernizantes y de construcción nacional en esta etapa tienen unas especificidades, heredadas de los consecutivos periodos coloniales, que perpetúan o exacerban las diferencias a través de arreglos territoriales locales, comunitarios y clientelares en ciertos países. Es así que algunos autores consideran el último proceso de descolonización como un traspaso de poderes entre las autoridades coloniales y las estructuras políticas locales creadas por las viejas élites (Hijazi, 2008).

Sin embargo, es importante subrayar que lo anterior se ofrece como resistencia al periodo donde, a pesar de las deficiencias sistémicas antes descritas, algunos países de la región logran instaurar un modelo de Estado secular, con un régimen “socialista”, el cual intenta una mejor redistribución de la riqueza que para algunos es interpretada como una cortina de humo para contrarrestar reclamos frente al derecho de ejercer cualquier libertad política. No obstante, esta fase de “desarrollo” al estilo metropolitano, en la mayoría de estos países fue dirigida por las élites, tanto en la economía, con reformas agrarias, nacionalizaciones y procesos de industrialización auspiciados por el Estado, como en la administración, cuyo nuevo poder político estaba, las más de las veces, en manos de las huestes militares.

La doble velocidad modernizante en este periodo dio como resultado, por un lado, el incipiente surgimiento de colectivos sociales que años más tarde y hasta hoy se articularán a las nuevas manifestaciones de una sociedad civil robustecida y a veces desafiante (progresistas), frente a los gobiernos anquilosados en formas de poder despótico y antidemocrático. Por el otro, se presenta el arrastre de una población atada a estructuras locales que perviven con microestructuras tradicionales y centenarias, afianzadas a un nacionalismo teopolítico (conservadores).

Solo a través de un barrido histórico donde se evidencian los alcances y el impacto de los pasajes de colonización y descolonización podemos situarnos desde la contemporaneidad –entendida como el conocimiento de los futuros posibles o los “futuribles” –, para la región objeto de estudio, y plantearnos algunos interrogantes como posible bitácora prospectiva.

De dónde proviene la resistencia de los regímenes para iniciar procesos de transición democrática; cuáles son los impedimentos para que la sociedad civil logre, en el largo plazo, un papel protagónico y se consolide la incorporación de una nueva estructura sociopolítica. También se abren interrogantes sobre cuáles son las nuevas dinámicas respecto a relaciones externas euro-estadounidenses, vistas las sociedades dentro de un contexto globalizador donde predominan los vínculos interinstitucionales y transnacionales, más allá de los límites interestatales y, para terminar, cómo funciona la incoherente relación que mantienen las potencias centrales con regímenes autócratas y muchas veces despóticos.

En medio de estas cuestiones impredecibles, se constatan varios fenómenos vigentes que enuncian un pasaje a la contemporaneidad con relativo éxito. A pesar de la demonización de los países de la región, de la emergencia de movimientos de resistencia nacional de distintas condiciones, de los efectos devastadores del modelo neoliberal en las economías, de la vigencia impertérrita de gobiernos represores y de las revueltas parcialmente fallidas de la sociedad civil en los últimos años, puede afirmarse que la capacidad transformadora de la región para insertarse creativamente en el sistema-mundo es irreversible. Como lo afirma Álvarez Ossorio:

Pese a las particularidades de cada país, la población comparte unas mismas reivindicaciones, como el desmantelamiento del Estado autoritario, el respeto al gobierno de la ley, la lucha contra la corrupción, la derogación de las leyes de emergencia, el fin de los sistemas monopartidistas, la separación de poderes, el respeto a las libertades civiles, la enmienda de las constituciones y, por último, la celebración de elecciones libres, transparentes y, sobre todo, competitivas. (2011, p. 67)

De otra parte, además del surgimiento de un islamismo moderado, denominado por varios autores como posislamismo, que surge en esta fase poscolonial contemporánea y que está caracterizado por conducir las demandas sociales y políticas por las “vías democráticas” y la “no violencia” –a diferencia de las corrientes radicales–, se expresa un movimiento de masas que considera que la democracia no tiene por qué ser siempre de corte europeo y que, entre otros elementos, puede ser una democracia diferenciada del modelo neoliberal y basada en las particularidades históricas y culturales del Mundo Árabe.

Este movimiento de masas está, a su vez, compuesto por todos los actores de la sociedad civil que en la región la representan los sindicatos, los movimientos estudiantiles, los partidos políticos y las ONG defensoras de los derechos humanos.

Expuesto lo anterior, puede afirmarse que están dadas todas las condiciones para pronosticar que las transiciones democráticas en el mediano y largo plazo, así sean de manera sincrética, pueden llegar a consolidarse. Ello, especialmente, debido al creciente papel de la sociedad civil y su activismo transnacional gracias a las nuevas tecnologías y la globalización.

REFERENCIAS

ÁLVAREZ-OSSORIO, I. (2011). El mito de la conflictividad del mundo árabe. De la época colonial a las revueltas populares. Recuperado de https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/3966542.pdf.

HIJAZI, A. (2008). Procesos políticos y sociedad civil en el mundo árabe. Theomai. Estudios sobre sociedad y desarrollo, 17, 61-75.

HUNTINGTON, S. (1996). The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order. New York: Simon & Schuster.

LEWIS, B. (2002). What Went Wrong? The Clash between Islam and Modernity in the Middle East. New York: Harper Collins.

MEARSHEIMER, J. y WALT, S. (2007). El lobby israelí y la política exterior de Estados Unidos. Madrid: Santillana.

SAID, E. (1990). Orientalismo. Madrid: Libertarias, Prodhufi.

WALLERSTEIN, I. (1974). The Modern World System. Capitalist Agriculture and the Origins of the European World-Economy in Sixteenth Century. New York: Academic Press.

MAPA DE MEDIO ORIENTE Y NORTE DE ÁFRICA

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Elaboración de Joan Rojas.

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SEBASTIÁN ESTREMO

CAPÍTULO 1

Kurdistanes en el Kurdistán: el derecho a la existencia*

RESUMEN

La primera mitad del siglo XX es un periodo fundamental para comprender los conflictos que aquejan al Medio Oriente de nuestros días. El desmembramiento del Imperio otomano, los acuerdos secretos de Sykes-Picot entre británicos y franceses, y la consolidación de nacionalismos de carácter etnolingüístico terminaron con el viejo orden político de la región dominado hasta entonces por la comunidad religiosa. Como consecuencia, surgieron una veintena de nuevos Estados-nación en la zona administrados por nuevas élites que basaron su legitimidad en la pertenencia a una misma comunidad nacional. Sin embargo, no todos los grupos nacionales que existen en el Medio Oriente tienen un Estado-nación propio, ni todas las identidades son aceptadas por todos.

El Kurdistán es una región eminentemente montañosa, que se sitúa en el corazón de la cuenca del Tigris y el Éufrates. Está habitado por una diversidad de comunidades nacionales muy amplia, entre las que se destaca la de los kurdos. A diferencia de los turcos, los árabes o los persas, los treinta millones de kurdos que hay en el planeta no tienen un Estado-nación propio. Algunos de ellos son apátridas que quedaron al margen del sistema interestatal que se consolidó el siglo pasado. Otros, con un poco más fortuna, quedaron integrados entre los cuatro Estados que hasta hoy dividen el Kurdistán: Turquía, Siria, Iraq e Irán. En el presente trabajo exploraremos, desde una perspectiva histórica y geográfica, las causas de este fenómeno y los principales procesos políticos que derivaron de esta situación en el Kurdistán.

Palabras clave: Estado-nación, nacionalismo, Kurdistán, Turquía, PKK.

INTRODUCCIÓN

El paradigma del Estado-nación moderno, como la expresión política-territorial básica de nuestros días, nos dicta que en el mundo debería haber tantos Estados como naciones hay en el planeta. Los kurdos son un extraordinario ejemplo de que esta afirmación no es válida para la mayor parte de las naciones que existen. De hecho, es posiblemente el mejor ejemplo, pues los 30 millones de kurdos que lo habitan (Egret y Anderson, 2016, p. 13) son la nación más numerosa del mundo sin “poseer” un Estado-nación propio.

El proceso de estatización del planeta y de construcción de la nación como el prototipo identitario de nuestros días implica, en realidad, una discusión mucho más profunda. Habría que estudiar los orígenes de la nación y preguntarse qué es el Estado-nación y por qué es la forma de apropiación política del territorio por excelencia de la actualidad. Habría que investigar sobre su dimensión histórica y espacial estrechamente ligada a la consolidación del sistema-mundo capitalista desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta nuestros días. Habría que identificar qué son los Estados llamados “plurinacionales”, qué tan incluyentes son y qué tipo de construcciones identitarias derivan de ellos. Lo cierto es que esta problemática tan compleja y tan importante en términos de organización política está en la actualidad en el centro del debate en las poblaciones kurdas. He ahí que no podamos caer en el error garrafal homogeneizador en el que caen la mayor parte de los análisis que tratan sobre este u otros temas semejantes. Debemos ser más críticos y ver más allá de los marcos conceptuales impuestos por la lógica del sistema-mundo capitalista y del sistema internacional que reposa precisamente en el modelo de los Estados-nación. Es por ello que en este capítulo no hablaremos de “el Kurdistán” como un ente pasivo y homogéneo, sino de los diferentes “kurdistanes” que existen o han existido en el Kurdistán. Hemos de hablar de kurdistanes en el Kurdistán a lo largo del tiempo y el espacio.

El objetivo de la primera parte del presente libro consiste en establecer una base histórica y geográfica que nos permita analizar con cimientos más sólidos y profundos los procesos de la actualidad en el Medio Oriente y el Norte de África. Tal y como sucede con el caso palestino, del cual se hablará más adelante en esta misma sección, la fragmentación del Kurdistán es resultado de la injerencia de las potencias europeas en la zona. En ese sentido, podemos constatar que el proceso que a continuación hemos de analizar no es un caso aislado, sino un patrón regional. Así, proponemos al lector constatar ciertos paralelismos entre los casos kurdo y palestino1, pues, en ambos los Estados ocupantes buscaron por medio de diferentes argumentos negar las evidencias históricas que rastrean la identidad nacional más atrás del establecimiento de Estados como el de Israel o Turquía. Sin embargo, la especial importancia del caso kurdo en la actualidad radica, aunado a lo que ya hemos señalado, en que los kurdos son uno de los principales actores en la guerra que ha devastado lo que hoy llamamos Siria desde hace más de un lustro. Y es probablemente su particular condición de un numeroso pueblo sin un Estado propio lo que hace que sean frecuentemente malentendidos por los medios masivos de comunicación e incluso por cierta corriente de académicos que no alcanza a concebir modos de actuar y de pensar que trascienden al Estado y al sistema-interestatal.

Con la finalidad de desarrollar cuidadosamente este tema, y partiendo de la hipótesis inicial de que el Kurdistán no es un ente homogéneo, el presente capítulo está dividido en tres partes. En la primera presentamos el contexto geográfico de la región, definimos qué es el Kurdistán más allá de los parámetros establecidos por el paradigma estatista-nacionalista y presentamos una base antropológica de sus habitantes previo al siglo XX. Posteriormente, en la segunda sección, describimos el contexto histórico-político del Kurdistán durante la “nueva era” de los Estados nacionales. Aquí nos enfocamos principalmente en la porción del Kurdistán que se encontraba dentro de los límites del Imperio otomano. Finalmente, en la tercera y última parte, explicamos el surgimiento, las bases ideológicas y el desarrollo de las dos corrientes políticas que rivalizan en el Kurdistán desde el último cuarto del siglo XX hasta nuestros días, y que constituyen las dos facciones más importantes que componen los kurdistanes del Kurdistán. Estas son, por un lado, la tendencia confederalista democrática crítica al modelo del Estado-nación y al sistema-mundo capitalista del Partiya Karkerên Kurdistan (Partido de los Trabajadores del Kurdistán - PKK) y, por el otro, la corriente nacionalista liderada históricamente por la poderosa familia Barzanî. El objetivo final del capítulo será confirmar la hipótesis de que el Kurdistán es un territorio que trasciende el constructo social de la nación, y que está compuesto con actores que actúan según su condición de clase pero también según el desarrollo histórico y geográfico de la región durante el último siglo.

EL KURDISTÁN Y LOS KURDOS

¿QUÉ ES Y DÓNDE ESTÁ EL KURDISTÁN?

La etimología de la palabra Kurdistán proviene, según diversas fuentes, de la palabra sumeria kur, cuyo significado es “montaña”, siendo así los kurdos (kurti), las tribus de la montaña. Durante siglos, los sultanes selyúcidas y, posteriormente, los otomanos se refirieron a las regiones montañosas colindantes con las entidades persas vecinas con el nombre de Kurdistán (“tierra de los kurdos”) (Öcalan, 2008, p. 9). Cabe señalar que el sufijo locativo stan proviene del persa, lengua estrechamente emparentada con el kurdo, pues ambas pertenecen a la rama de las lenguas iranias dentro de la familia indoeuropea. La etimología de la palabra nos permite verificar que sus orígenes son muy antiguos y diversos, y que está asociada desde hace miles de años a las montañas que dan origen a los ríos Tigris y Éufrates.

Si tomamos en consideración lo anterior y definimos el Kurdistán según criterios demográficos (es decir, aquellas áreas donde los kurdos son la población mayoritaria), constataremos que es una región eminentemente montañosa, sin salida directa al mar, que abarca aproximadamente 450.000 km2 y está situada en las fuentes y el corazón de la cuenca del Tigris y el Éufrates.

Al norte y al oriente está ocupado por los montes Tauro y Zagros (donde brotan las fuentes de los ríos gemelos), mientras que al sur y al suroeste la rugosidad del paisaje va desapareciendo hasta llegar a las cálidas planicies de Harrán y la Jazīra (el corazón de la cuenca, por donde fluye el cuerpo principal de ambos ríos). En la actualidad, además de kurdos, turcos, persas y árabes, está habitado por otros grupos entre los que se destacan (tan solo en el Rojava) los asirios, caldeos, arameos (siriacos), turcomanos, armenios y chechenos (Charter of the Social Contract, 2014). Es una región históricamente ligada a las actividades agrícolas (particularmente el cultivo de trigo) y ganaderas; sin embargo, en las últimas décadas ha existido un proceso de migración, generalmente forzada, hacia las grandes ciudades, tales como Amed (Diyarbakır), Mûsil (Mūsul), Kerkûk (Kirkūk) o Heleb (alab/Alepo)2. En el contexto geopolítico actual, el Kurdistán sobresale por su abundancia en agua y petróleo (particularmente en la zona de Kerkûk al norte del actual Iraq) y por su posición geoestratégica como parte central de la red de oleoductos que transporta el petróleo extraído hasta los puertos del mar Mediterráneo y de ahí a Europa y el resto del mundo (ver mapas 1 y 2).

MAPA 1. PRINCIPALES CIUDADES DEL KURDISTÁN (CON SU NOMBRE EN KURDO)

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Fuente: elaboración propia.

MAPA 2. AGUA Y PETRÓLEO EN LAS CUENCAS DEL TIGRIS Y EL ÉUFRATES

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Fuente: elaboración propia.

¿QUIÉNES SON LOS KURDOS?

Para poder comprender el Kurdistán de hoy es necesario establecer una mínima base antropológica de las poblaciones que lo habitaron previo a la “era de los Estados nacionales”. Asimismo, es de suma importancia dimensionar la magnitud de los cambios filosóficos y sociales que acontecieron en él durante la primera mitad del siglo XX. Debemos, por consiguiente, situar los términos “sociedad kurda” en su debido contexto para evitar anacronismos. Esto quiere decir que no podemos caer en la trampa del “marco teórico nacionalista” y establecer tajantes divisiones entre pueblos que no tenían el mismo tipo de consciencia identitaria que sí tienen en la actualidad. Previo a la primera mitad del siglo XX, las identidades nacionales aún no se desarrollaban con tanta fuerza en la región y, por ende, no había una relación directa entre lo “kurdo”, “turco”, “armenio”, “persa” o “árabe” y la etnicidad. Esto quiere decir que cuando hablamos de la sociedad kurda del Imperio otomano estamos englobando a varios grupos cuyas descendencias comenzarían a diferenciarse en términos nacionales más tarde, pero que en aquel entonces no lo hacían. Este argumento es validado incluso por teóricos del nacionalismo turco como Ziya Gökalp, a quien nos referiremos de nuevo más adelante. Este hecho es de suma importancia pues la desintegración del Imperio otomano y la aparición de los nuevos Estados nacionales en la región se explica en gran medida por el proceso de cambio de un paradigma identitario (identidad religiosa) por otro (identidad nacional).

Durante siglos, la sociedad kurda estuvo constituida primordialmente por campesinos asentados en pequeñas aldeas difuminadas a lo largo de todo el Kurdistán y por pastores seminómadas que se desplazaban entre planicies y montañas en busca de los mejores pastos para su ganado. Para el siglo XIX, estos grupos estaban organizados en casas, linajes y clanes de diferentes tamaños que pertenecían a tribus que, a su vez, se adherían a grandes confederaciones tribales o ashiret. Los ashiret eran muchas veces multiétnicos (es decir, no solamente estaban compuestos por kurdos) y su estructura organizativa se caracterizaba por ser sumamente jerárquica y autoritaria. A la cabeza de esta unidad sociopolítica se encontraban el agha (jefe tribal), que era una especie de latifundista o “gran terrateniente”, y el sheikh (jefe religioso). El liderazgo del sistema tribal recaía, por consiguiente, en un minúsculo grupo de jefes que definían los aspectos más relevantes de la vida de sus subordinados (como por ejemplo, el matrimonio de “sus” mujeres para establecer o reforzar alianzas)3. Su ideología se basaba en los lazos de sangre y en un sentido ancestral de territorialidad ligado con la trashumancia (McDowall, 2004, pp. 13-15). La religión les otorgaba un enorme sentido de pertenencia comunitaria y su vida giraba en torno a la tierra pues esta representaba su sustento económico. Por ello no es de sorprender que la ideología tribal kurda se vea reflejada incluso hasta hoy en las toponimias de ciertos lugares bautizados en honor de alguna familia influyente, como por ejemplo, la región-tribu Barzan a la cual volveremos más adelante.

El accidentado relieve de los montes Tauro y Zagros, sus crudos inviernos y la escasez de caminos que ligaran a sus habitantes con los grandes centros económicos de la época mantuvieron a estos grupos parcialmente aislados de los poderes centrales que se establecieron en la península de Anatolia y en Persia a lo largo de los siglos. Así pues, durante cientos de años las montañas y los pueblos del Kurdistán fungieron como una especie de esponja que absorbía los conflictos entre el Imperio otomano y las diferentes dinastías que gobernaron el Imperio persa. Los sultanes otomanos incluso utilizaron a emires (élites kurdas locales) a su favor como intermediarios encargados de mantener a raya los conflictos entre tribus locales (que podían llegar a afectar el flujo de mercancías) y cobrar impuestos. Conscientes de la falta de fuerza del poder central en el lejano Kurdistán, las autoridades otomanas accedieron desde el inicio (con sus debidos altibajos) a otorgar cierto grado de autonomía a las comunidades kurdas de la periferia a cambio de su lealtad y al aporte de tropas en tiempos de guerra con los persas. De esta manera garantizaron cierta estabilidad en sus fronteras orientales pues los kurdos desempeñaban la función de amortiguador que, pese a que no estaba integrado del todo al imperio, tampoco permitía el avance de amenazas extranjeras (van Bruinessen, 1992, pp. 50-59).

Con el paso del tiempo y la proliferación de movimientos nacionalistas eslavos en los Balcanes (que ocuparon la mayor parte de la atención de las fuerzas armadas otomanas), se fortaleció aún más el poderío de los jefes tribales del Kurdistán pese a los violentos esfuerzos de los sultanes por mermar su estructura (McDowall, 2004, pp. 28-29 y 41-48). Esta autonomía local se manifiesta todavía hasta la fecha en aspectos tales como la lengua (kurmanji, sorani, zazaki, entre otras), la religión (alevismo y corrientes sufíes) y, hasta cierto punto, la estructura social (confederaciones tribales). Sin embargo, este orden, que se mantuvo con sus debidas fluctuaciones durante siglos, llegó prácticamente a su fin con la caída del Imperio otomano y el arribo del paradigma identitario nacional proveniente de Europa occidental a la región.

Pese a ser uno de los grupos más importantes de la zona, la lógica social y económica de la tribu retrasó unas cuantas décadas (en comparación con los turcos o con algunos árabes) el surgimiento de la identidad nacional kurda. Como resultado, para mediados del siglo XX quedaron fragmentados en la periferia de cuatro Estados diferentes sin ellos mismos tener uno propio. La desintegración del Imperio otomano, la caída de la dinastía Qājār en Persia, la consolidación del nacionalismo turco, árabe y persa, la intervención directa e indirecta de poderes extranjeros (principalmente del Reino Unido, Francia, Rusia y Estados Unidos) y la posterior creación de Turquía, Siria, Iraq e Irán, creó barreras en el Kurdistán, inexistentes hasta entonces, que alteraron para siempre las dinámicas sociales dentro de la cuenca del Tigris y el Éufrates. La magnitud de esta reconfiguración territorial significó tanto que, incluso en el pasado, la “línea” fronteriza que separó durante siglos a los imperios otomano y persa no había representado jamás una verdadera barrera para los pastores del Kurdistán. Esta no era concebida como una verdadera línea (como sí sucede con los límites bien establecidos de un Estado-nación), sino como una zona de transición con límites variables y porosos. Los pastores vieron así limitado su tránsito anual y muchas familias se encontraron de repente separadas por nuevas líneas artificiales, lo cual evidentemente tuvo consecuencias económicas y sociales. Una de ellas, en términos geográficos, es que no es coincidencia que las cuatro regiones principales en las que se suele dividir en la actualidad al Kurdistán corresponden a los límites fronterizos impuestos por los Estados nacionales que se instauraron en la zona durante este periodo: al norte (Turquía) el Bakur, al oeste (Siria) el Rojava, al oriente (Irán) el Rojhilat y al sur (Iraq) el Başur (ver mapa 3).