Primera edición: mayo, 2019
© Gabriela Riveros, 2019
© Vaso Roto Ediciones, 2019
ESPAÑA
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Grabado de cubierta: Víctor Ramírez
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eISBN: 978-84-121958-3-5
BIC: DCF
Con palabras de fuego, mirada reflexiva y a flor de piel, este libro toca la grieta viva donde los demonios de la infancia acechan. Nos hace sentir de qué manera, en cada cuerpo vibra la música de lo posible.
En la orilla de las cosas se dibuja el hilo palpitante de la vida. A su sombra se va tejiendo el cuerpo donde convive lo que fuimos y lo que somos, lo que elegimos y lo que el azar nos ofrece, lo que nos habita y lo que por repulsión nos es ajeno, el ruido y el murmullo, parajes de goce y de riesgo, la inteligencia y el bello impulso ciego, el arrojo y el miedo, lo ancestral y lo nuevo, todo lo que nos forma y nos inconforma, finalmente el silencio y su avatar: la palabra poética justa.
Un libro imprescindible para aprender a mirar y escuchar en cada quien las huellas vivas que nos va dejando y prometiendo la polifonía del tiempo.
Alberto Ruy Sánchez
A la memoria de mi abuelo,
Francisco Riveros Ortiz.
Uno siempre responde con su vida entera
a las preguntas más importantes.
SÁNDOR MÁRAI
I
Doble vida
Niño hermano
Guardián
En la orilla de las cosas
Cambio de cauce
Paraje
Presagio
Una vez tuve once
II
Subsuelo
Tejado
Claroscuro
Despedida
Arqueólogo
Geología propia
Elijo tu desierto
Frontera
III
Mar nuestro
Fuerza centrífuga
Ausencia
Invención a dos voces
Destierros
Guarida
Metamorfosis
Antesala
Itinerarios
LA MENOR DE LOS RARÁMURIS
Consideraciones finales y agradecimientos
Me siento sobre la tarde de mis cinco años
en mis piernas el cosquilleo del césped
mi triciclo desconcertado
ficus hiedras devoran el muro
una cochinilla sobre mi palma
desesperada por enderezar su cuerpo
llanto mudo de antenas y tentáculos
En la vida desalojada y entera
ella la otra se cuela entre el filo de mi aliento
con su presencia apócrifa
se empalma a la niña que quiero ser
sombra que reclama una vida propia
a destiempo
en contrapunto
Desde entonces habito la grieta
mi vida en la hendidura
ahí el amparo de la abuela
un piano y un vals Sobre las olas
el dulce de leche en mi paladar
lengua cenit de los atardeceres
estrellas manto del cielo
horas de serena lectura
y el consuelo de los guardianes
Fuera de la grieta habito en la posibilidad de encontrarme con ella
de que me observe mientras duermo
de que la puerta se abra
de que me empuje por la baranda
de que me rebane el meñique con un cuchillo de cocina
de que los crujidos del pasillo sean sus pasos
de que anide bajo mi cama
de que muerda mis dedos si tropiezo en el Minuet de Bach
de que se apropie de quien quiero ser
Sentada sobre la tarde de mis cinco años
vislumbro el germen de esta doble vida
permanezco inmóvil ante lo desconocido
bajo la necesidad de huir de ella
Desde entonces soy la sombra de ese impulso
una persistencia
—tenaz como la memoria—
el firme reclamo
de no haber reaccionado a tiempo
Nace él
cometa milenario
destellos de un mundo sin asidero
pozo de dolor sin fondo
El azar es absurdo
se complace en señalarme
con un niño hermano
llanto afónico rostro de costuras
y mi madre volcada en sanar heridas
La impotencia es una enredadera
de plegarias extendidas
hasta los brazos del crucifijo
a veces escucho las voces
las de Él
las de ella la otra
las mías
espero el milagro con esa fe que mueve montañas
un día y una noche
hasta setenta días y setenta noches
setenta veces siete insomnios de incertidumbre
Si Dios no escucha
mi hermano es sólo una posibilidad remota
la falla de un sistema
Una tarde violeta
encuentro compañía
quizá en un andante cantabile
o en esa presencia oscura que me habita
tengo ocho años y los miro a todos tras el cristal
acorde disonante
Tú provocaste la caída de la noche
las estrellas no te sobrevivieron
con alas de arena morosa
y suspendido sobre el tejado
remueves el pedazo de cielo
que te mira por debajo del estanque
Cuando niña navegué en un lago insomne
en ese espacio vasto y sombrío donde la noche se sueña a sí misma
atendí geografias pobladas por el ojo vigilante del vestíbulo
disfrazado de candiles o de abrigos mustios
Cuando niña acaricié el frío del suelo
ahí desfilaron ejércitos de sombras retorcidas
y la impotencia de no poder curarlo a él
—murmullos—