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COLECCIÓN: Recursos educativos

SERIE: El Diario de la Educación

TÍTULO: Educación inclusiva. El sueño de una noche de verano

Primera edición (papel): julio de 2019

Primera edición electrónica: mayo de 2020

© Gerardo Echeita Sarrionandia

© de los poemas, Gemma Serrano Rodríguez

© de esta edición:

Ediciones OCTAEDRO, S.L.

C. Bailén, 5 – 08010 Barcelona

Tel.: 93 246 40 02

octaedro@octaedro.com

www.octaedro.com

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ISBN (papel): 978-84-17667-71-9

eISBN: 978-84-18348-04-4

Diseño de la cubierta: Tomàs Capdevila

Realización y producción: Editorial Octaedro

Aférrate a tus sueños,

pues si mueren

la vida es un ave con las alas rotas

que no se puede elevar.

Aférrate a tus sueños,

pues cuando se van

la vida es un campo muerto

congelado por la nieve.

LANGSTON HUGHES, Sueños

Dedicado a mi familia extensa, que incluye a los míos y a los amigos y amigas que me han acompañado, animado y consolado en este particular viaje que llamamos vida.

Prólogo

OBERÓN:

Tráeme esa flor: una vez te la enseñé.

Si se aplica su jugo sobre párpados dormidos

el hombre o la mujer se enamorarán locamente

del primer ser vivo al que se encuentren.

Tráeme esa flor y vuelve aquí

antes que el leviatán nade una legua.

ROBÍN:

Pondré un cinto a la tierra en cuarenta minutos.

W. SHAKESPEARE, El sueño de una noche de verano

Tráeme, Robín, esa flor

y aplícale el jugo a todo el que nos mire.

Que nos amen porque no sabemos dibujar El balandrito,

que nos amen porque nos salimos de las rayas,

que nos amen, sin reservas, por no controlar los esfínteres,

que nos amen con andadores y con prótesis,

que nos adoren cuando al abrir los ojos

se encuentren las sillas de ruedas, los bastones

o las miradas ausentes.

Que se enamoren de nuestras siglas:

que apasione el TGD, el TEA, el TDAH, los PMAR y los ACNEE.

Que nos amen los tres años, los siete, los quince, los que vengan,

los cuarenta de las madres y los padres desamados.

Tráeme, Robin, esa flor,

y aplícale el jugo a la liga de equipos directivos,

a los que solo saben de esquinas. Y esos…

que nos amen.

Humedece los ojos capitales de la DAT,

y en cualquiera de sus cuatro puntos cardinales

que rabie de amor con solo imaginarnos.

Dale a la inspección, colmada de certezas y de dudas,

el zumo de la flor. Y esa…

que nos ame mucho más y hasta de oídas.

A los vecinos,

a los niños que juegan muy bien al fútbol,

a los que tienen más novios,

a los que hacen más amigos

a los que apuestan al euromillón…

pasa por sus párpados tus dedos

y moja sus ojos dormidos.

Robín, esta vez sin travesuras:

que el sueño de una noche de verano

nos llegue en cada invierno.

GEMMA SERRANO

Introducción

«De bien nacidos es ser agradecidos». Muchas gracias al equipo editorial de Octaedro por darme la oportunidad de realizar este libro. Siempre es más que deseable tener la ocasión de reflexionar sobre lo que uno hace, en esta ocasión sobre los contenidos y propuestas que han dado sentido a mi carrera profesional en los últimos treinta años, al menos. Desde ese punto de vista, y ahora que empiezo a vislumbrar algún tipo de jubilación, que no creo que tarde mucho en llegar, he tomado este libro como una oportunidad para poner en orden mis pensamientos y algunas emociones alrededor de esta cuestión que hemos dado en llamar educación inclusiva. Y al hacerlo en solitario me he permitido realizarlo, en primer lugar, recurriendo a elementos narrativos que me gustan mucho y que, de una u otra forma, casi siempre han aparecido en bastantes de mis trabajos previos: me refiero a las metáforas, las analogías y, en ocasiones, los refranes. En este texto utilizaré sobre todo dos grandes analogías: la del sueño y la del viaje.

El sueño, por aquello de que esta empresa conecta con esa cualidad tan humana de soñar mundos posibles, muy lejos, todavía, del que vivimos. Y, sin duda alguna, aún estamos muy lejos –ciertamente, unos países y bastantes centros educativos más que otros– de una escuela –en sentido amplio del término, desde la Educación Infantil hasta la Universidad– que esté dando una respuesta equitativa, justa, al derecho de estar juntos, participar, sentirse reconocido y aprender de todo su alumnado, sin eufemismos respecto a ese todos. Pero los sueños son muy necesarios para movilizarnos, para mantenernos en el proceso de transformación indispensable para aproximarnos a ellos y también para recompensarnos intrínsecamente por intentarlo, aunque no lleguemos a verlos hecho realidad.

La segunda analogía, la de los viajes, tiene su razón de ser en que eso es lo que uno hace cuando persigue un sueño. Fijar un horizonte, prepararse lo mejor posible e iniciar el camino. De hecho, esta es una de las características que mejor define la naturaleza de la educación inclusiva: su carácter procesual, el ser una historia interminable, pero no por ello menos fascinante. Y, aunque no soy hombre de tierras marineras (salvo por lo que mis genes guarden al respecto de mis progenitores vascos), creo que la metáfora romántica del viaje por mar –¡en velero, claro está!– tiene un poder evocador al que no he sabido resistirme. El viento que mueve las velas, la cartografía y los instrumentos básicos de navegación, las turbulencias y los peligros que la mar encierra, etc., todos estos elementos me servirán para referirme de modo específico a otros tantos aspectos centrales en el proceso que deben emprender los centros escolares para progresar en el camino hacia una educación más inclusiva.

En este sentido, la primera parte del libro está organizada alrededor del viaje, y empieza, en el primer capítulo, compartiendo el significado que muchos atribuimos a la meta perseguida de una educación más inclusiva. Preste atención el lector a que, ya desde la Introducción hablaré casi siempre de una educación más inclusiva, pues desde hace tiempo me guía la reflexión de lo que un día dijera Edgar Morin (2010): «La esperanza sabe que no es certeza. No es esperanza en el mejor de los mundos, sino en un mundo mejor».1 Como he dicho al principio, no creo, sinceramente, que lleguemos a ver «el mejor de los mundos» –¡una auténtica, profunda y generalizada educación inclusiva por doquier!–, pero sí podemos hacer mucho para ver «un mundo mejor» del que ahora tenemos en materia de equidad e inclusión educativa. Espero que esta actitud no sea coartada ni para el cinismo ni para la complacencia en relación con lo que ya hemos conseguido, pues, no cabe duda, durante el último medio siglo casi todos los países han experimentado más que un notable progreso y han conseguido que sus sistemas educativos sean más inclusivos de lo que eran anteriormente; sin ir más lejos, por ejemplo, en lo que respecta a la escolarización de las niñas. Pero, como se decía hasta no hace mucho a bastantes alumnos, todavía «necesitan mejorar».

Para mí esa meta sigue teniendo un referente muy importante y simbólico, que es la llamada Declaración de Salamanca y su Marco de Acción, producto de la Conferencia Mundial promovida por la UNESCO y auspiciada y apoyada por el gobierno de España en 1994, titulada «Necesidades Educativas Especiales: acceso y calidad». Cuando este libro vea la luz, estaremos recordando su veinticinco aniversario y celebrando que hoy sigue indicándonos el rumbo que seguir, vinculado a una reforma sistémica y profunda de nuestros actuales sistemas educativos bajo la premisa de su principio rector:

El principio rector de este Marco de Acción es que las escuelas deben acoger a todos los niños, independientemente de sus condiciones físicas, intelectuales, sociales, emocionales, lingüísticas u otras. Deben acoger a niños discapacitados y niños bien dotados, a niños que viven en la calle y que trabajan, niños de poblaciones remotas o nómadas, niños de minorías lingüísticas étnicas o culturales y niños de otros grupos o zonas desfavorecidos o marginados… Las escuelas tienen que encontrar la manera de educar con éxito a todos los niños, incluidos aquellos con discapacidades graves. (UNESCO, 1994: 6)

Aun así, con ser muy valiosas y pertinentes las orientaciones generadas en dicha Conferencia y plasmadas en sus documentos, es cierto que en los últimos veinticinco años no ha hecho sino ir creciendo de modo casi exponencial el número de investigaciones y publicaciones derivadas relativas a esta temática, todas ellas con un alto valor para guiarnos y acompañarnos en este proceso. Por ello, ahora estamos en una mucho mejor situación que hace veinticinco años para compartir un marco de referencia más completo y sólido sobre lo que es y lo que no es la educación inclusiva; esto es, sobre sus principales dimensiones, sobre las principales tareas que conlleva implementarla y sobre su intrínseca naturaleza. Estos análisis los encontrarán en el capítulo segundo a modo de carta de navegación.

Entre las publicaciones que han venido a enriquecer y concretar mucho de lo apuntado en la Declaración de Salamanca y su Marco de Acción hay varias guías para esta travesía de indudable valor y utilidad para emprender el viaje con cierta seguridad. En el capítulo tercero revisaré con cierto detalle una de ellas, que conozco bien, porque he contribuido a su amplia difusión –junto con otras buenas gentes– en los países de habla hispana y que considero de gran utilidad por los motivos que expondré en su momento. Me refiero a la Guía para la Educación Inclusiva, cuyos autores, los profesores Mel Ainscow y Tony Booth, son una referencia internacional de primer orden en esta materia. Como he dicho, se trata de una guía entre otras muchas disponibles, junto con otras estrategias igualmente importantes y, además, muy al alcance de los docentes, como es desplegar la voluntad de escuchar la voz del alumnado sobre cómo hacer más inclusivas las aulas y los centros que las integran en una comunidad educativa.

No obstante, para que los viajes tengan éxito, es importante no solo tener claro hacia dónde se va, así como una buena cartografía y guías para el camino, sino también cuidar e implementar algunas condiciones para no zozobrar a las primeras de cambio. Algunas de esas condiciones escolares –que, por extensión, deberían ser las condiciones que promovieran y facilitasen las administraciones educativas competentes– las revisaré en el capítulo cuarto. Estas mismas son, por otra parte, la mejor garantía para hacer frente a las seguras turbulencias que aparecerán en algún momento del camino y a los lestrigones que estarán esperando agazapados para hacernos desistir de la empresa. A unas y a otros me referiré en el capítulo quinto con intención de que no pillen distraídos a los navegantes ilusionados.

La segunda parte, más breve, me llevará, en primer lugar, a poner las necesarias gotas de realismo crítico en un proceso que, en no pocas ocasiones, parece más estancado que dinámico. Ello se traduce en la persistencia de altos niveles de exclusión educativa (en alguna de sus múltiples caras o facetas: segregación, marginación o fracaso escolar) y en numerosas situaciones de frustración y desasosiego de aquellos alumnos y alumnas y de sus familias, que habían confiado en que las hermosas palabras y sueños declarados se harían realidad para ellos. Así pues, denunciar la exclusión, como haré en el capítulo sexto, es no solamente un acto de rebeldía, sino una palanca imprescindible para mejorar la inclusión, dado que ambos son procesos dialécticos. La idea de sueño evoca ahora la conciencia de algo no cumplido y la melancolía de esa frustración.

Pero no sería mi estilo terminar el libro dejando al lector con el sabor amargo de la tribulación y la frustración. Mi carácter soñador me llevará a resaltar en el último capítulo el mensaje lleno de esperanza de que son posibles los cambios que nos hacen progresar hacia ese horizonte, siempre movible, que llamamos educación inclusiva. Creo que nos llena de esperanza pensar que algunos centros escolares, con toda su comunidad educativa empujando, ya han sido capaces de salir del puerto del statu quo vigente y hallar enorme satisfacción personal y profesional, no tanto en el hecho de haber llegado al destino como en el propio viaje, como nos dijera Kavafis en su hermoso poema «El viaje a Ítaca». Si no lo has leído, búsquelo en la Web. Veremos, aunque sea fugazmente, cómo es nuestra Ítaca particular, qué hacen y cómo son las aulas inclusivas que tanto nos gustaría ver por doquier.

La segunda característica de estilo de este texto tiene que ver con el hecho de haberlo escrito tratando de que se asemeje –con infinita modestia–, en algunos momentos, al formato que utilizara con brillantez Daniel Pennac en su obra Como una novela (1993). Esto es, procurando utilizar un estilo más narrativo que académico, aprovechando esa enorme capacidad de los humanos para creer y disfrutar –además de aprender– de los relatos. En consecuencia, prescindiré al máximo de las citas y referencias al uso en los trabajos más académicos y al estilo impersonal que se ha impuesto en ese tipo de textos. Este estilo me permitirá, o eso espero, ser más ligero, aunque es posible también que, en ocasiones, sea más impreciso. Con todo y con eso, espero que nadie entienda que todo lo que digo es solo de mi propia cosecha o que no referencio adecuadamente las fuentes que me han ayudado a pensar y decir lo que ahora pienso. Afortunadamente, hoy en día la Web y los buscadores de información, sean generales o específicos (como Dialnet), permiten acceder a la mayoría de los trabajos que he publicado hasta la fecha y en los cuales, ahí sí, pueden encontrarse las referencias y fuentes de mis modestos saberes.

En todo caso, sobre lo que sí quiero dejar constancia es sobre el hecho de que muchas de las ideas que compartiré con el lector en este libro se han forjado en la interacción, el diálogo y la discusión franca con muchas buenas gentes, con muchos y muchas colegas, con docentes y familias, en muchos lugares del mundo. ¡Qué afortunado he sido en este sentido! Pero ahora no puedo dejar de mencionar, específicamente, a mis queridas compañeras de la Universidad Autónoma de Madrid, Cecilia Simón y Marta Sandoval, con quienes vengo compartiendo, desde hace casi veinte años, esta tarea de pensar cómo sería un sistema educativo, una escuela y un aula inclusivos. Mucho de lo que digo también les pertenece, a pesar de que ahora me haya tomado la licencia, con su permiso, de poner nuestras ideas en primera persona.

Finalmente, quiero agradecer muy sinceramente la generosa colaboración poética de Gemma Serrano; amiga, poeta2 y profesora en un Instituto de Educación Secundaria, alguien que, por todo eso y por otros motivos que ambos compartimos, sabe muy bien de qué hablo y con qué sueño. Creo que sus poemas son un extraordinario contrapunto a mis reflexiones más académicas y una vía privilegiada para conectar directamente con algunas de las emociones que nos acompañan en este viaje personal y profesional.

1. Edgar Morin. «Elogio de la metamorfosis» Artículo publicado en El País el 17 de enero de 2010. Disponible en: <https://elpais.com/diario/2010/01/17/opinion/1263682813_850215.html>.

2. Véase: Cisne en prácticas (<https://www.casadellibro.com/libro-cisne-en-practicas/9788494719837/5932037>) y Escombros. Casa Museo (<https://www.casadellibro.com/libro-escombros-casa-museo/9788412044560/9777998>).

PARTE I

El viaje hacia el sueño

Niño en patio sin niños

Los patios del colegio de algunos niños

no tienen niños

en el patio.

Niñas y niños corren invisibles

en los ojos de un niño que camina

por el patio.

Pero el patio del niño

está lleno de palos,

de bolsas vacías de gusanitos,

de bolas pequeñas de papel de plata,

y de huertos con lechugas y fresas.

Por eso el niño del patio

sin niños

recoge de la mano de su madre

palos pequeños, bolas plateadas

y puede que el rabito de una fresa.

Los dos después en casa,

lejos de la ausencia infantil,

fabrican los mapas de patios habitados

por trocitos de lana, por palillos

de piruleta y patio.

Así, con pegamento en cartulina,

mira el mundo. Y el patio

a la carpeta, que se seque.

GEMMA SERRANO