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Carolyn Forché. Detroit (EE.UU.), 1950

Poeta, editora, profesora, traductora y defensora de los derechos humanos estadounidense, ha recibido numerosos premios y becas por su trabajo literario. Ha enseñado en varias universidades y es miembro presidencial de la Universidad Chapman. Fue directora del Centro Lannan de Poética y Práctica Social y ocupó la Cátedra Visitante Lannan en Poesía en la Universidad de Georgetown, donde ahora es profesora. Su primera colección de poesía, Gathering the Tribes (1976), ganó el Yale Series of Younger Poets Competition. Tras viajar a España en 1977, recibió una beca Guggenheim que le permitió viajar a El Salvador, donde trabajó por la defensa de los derechos humanos. Su segundo libro, The Country Between Us (1981), recibió el Premio Alice Fay di Castagnola de la Poetry Society of America, y el Lamont Poetry Selection de la Academia de Poetas Americanos. Su antología, Against Forgetting: Twentieth-Century Poetry of Witness (1993), y su tercer libro de poesía, The Angel of History (1994), fue elegido para el Premio al Mejor Libro de Los Angeles Times. Sus artículos y reseñas han aparecido en medios como The New York Times, The Washington Post, The Nation, Esquire, Mother Jones y Boston Review. Forché ha publicado otros libros de poesía, como Blue Hour (2003) y In the Lateness of the World (2020); y dos libros de memorias, The Horse on Our Balcony (2010) y Lo que han oído es cierto (2019).

 

 

 

Título original: What You Have Heard Is True: A Memoir of Witness and Resistance (2020)

 

© Del libro: Carolyn Forché

© De la traducción: Martin Schifino

Edición en ebook: abril de 2020

 

© Capitán Swing Libros, S. L.

c/ Rafael Finat 58, 2º 4 - 28044 Madrid

Tlf: (+34) 630 022 531

28044 Madrid (España)

contacto@capitanswing.com

www.capitanswing.com

 

ISBN: 978-84-121914-7-9

 

Diseño de colección: Filo Estudio - www.filoestudio.com

Corrección ortotipográfica: María Luz Nóchez

Composición digital: leerendigital.com

 

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Lo que han oído es cierto

 

 

CubiertaEsta es la historia del acto radical de empatía de una mujer y su trascendental encuentro con un hombre enigmático que cambiará el curso de su vida. Carolyn Forché, una de las poetas más aclamadas de su generación, tenía veintisiete años cuando el misterioso desconocido apareció en su puerta. Pariente de un amigo, era un encantador erudito con una mente aparentemente tan desordenada como brillante. Había escuchado rumores sobre quién podría ser: un lobo solitario, un comunista, un agente de la CIA, un revolucionario… Pero nadie parecía saberlo con certeza. Él la invitó a visitar y conocer su país, El Salvador, y ella, por razones que no comprendía completamente, aceptó. Juntos se reunieron con militares de alto rango, agricultores empobrecidos y clérigos que intentaban desesperadamente ayudar a los pobres y mantener la paz. Mientras sacerdotes y campesinos eran asesinados y las marchas de protesta atacadas, él estaba decidido a salvar su país y Forché se vio envuelta en su empresa. Así comenzó un viaje hacia la conciencia social en un momento peligroso.

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Índice

 

 

Portada

Lo que han oído es cierto

Agradecimientos

Nota de la traducción

Sobre este libro

Sobre Carolyn Forché

Créditos

«La esperanza también nos alimenta.

No la esperanza del tonto.

La otra. La esperanza de uno,

cuando se está claro.»

MANLIO ARGUETA

«Porque la gente más extraña del mundo

es la que reconocemos con el alma,

haciendo abstracción de nuestros sentidos:

esa gente es totalmente indispensable

para nuestro viaje.»

JAMES BALDWIN

«No te conoce nadie. No.

Pero yo te canto.»

FEDERICO GARCÍA LORCA

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Es casi el final. Caminamos bajo el calor agobiante por un campo de sorgo, mientras las cigarras zumban bajo el cielo vacío. Un hombre destapa una cantimplora con agua, otro se apoya en una pala. También hay una mujer, que lleva un delantal encima de los pantalones. Luz intensa y el ruido sordo de la inflorescencia del sorgo. Tomo un manojo de semillas. Uno de los hombres lleva aparte a Leonel y le dice algo: secreto, como todo lo demás. Subimos al todoterreno y vamos sin explicación a otro sitio, no lejos de ese campo. Los campesinos de la zona caminarían midiendo la distancia, no en kilómetros, sino en horas.

—¿Qué buscamos? —pregunto y, como siempre, él no me contesta, solo suelta una palabrota entre el humo brumoso que flota encima de la parcela donde ha estado creciendo el maíz. Hacemos un alto cerca de un caserío de champas:[1] chozas construidas con barro y zarzo. Una de ellas se ha derrumbado y le sale humo.

—Esperá acá —me dice, pero no lo hago. He dejado de esperar a que vuelva hace meses, pero no parece perder la costumbre de indicármelo. El humo se levanta como una nube costera sobre los campos de rastrojo ennegrecido. Seguimos caminado, y cuando él se detiene, me detengo, y cuando continúa, continúo. Da una palmada en el aire para decir «despacio» o «silencio». Avanzo despacio y en silencio. Cuando llegamos a las champas,* las hallamos vacías. No hay nadie en casa. En el suelo vemos una palangana de plástico invertida, de las que se usan para preparar las gachas de las tortillas. Dentro hay una camiseta de niño. Detrás de las champas* parece que han cogido varias gallinas por las patas y las han golpeado contra una piedra. Están tiradas en el suelo; una de ellas sigue abriendo y cerrando el pico.

Al cabo de unos cien metros empezamos a oír el zumbido de las moscas, los siseos y eructos de los zopilotes, un aleteo como un aplauso cuando los pájaros, que se han dado una panzada, intentan levantar vuelo en medio de los tallos del maíz. Una camioneta nos sigue a cierta distancia, con tres campesinos de pie en la caja. Nos gritan o llaman al conductor del jeep, pero no entiendo qué dicen.

No sé qué esperaba ver, pero no el torso hinchado de un hombre con un solo brazo pegado al cuerpo y un charco de brea encima de la entrepierna. No esperaba que su cabeza fuese a estar un poco alejada, sin ojos ni labios. El tufo del aire es familiar: un olor a podrido, dulzón y nauseabundo. Muerte humana. Me inclino cuando veo la cabeza, pero oigo que Leonel me increpa:

—No la toqués. Que lo hagan los otros.

Al principio, pensé que iban a buscar las partes del hombre y poner los restos en la camioneta, pero se limitan a reunir los brazos, las manos y las piernas con los pies fusionados y los acercan al torso tendido en el suelo. Colocan la cabeza sobre el cuello, donde estuvo en su momento, y luego los tres hombres se quitan el sombrero y se quedan de pie en torno al hombre reconstituido. Guardan la postura y uno de ellos se santigua. Las partes no se tocan por completo; hay tierra en medio, sobre todo entre la cabeza y el resto. Sin ojos, labios ni lengua. Cerca, los pájaros quieren que nos marchemos y los dejemos comer. El aire zumba, caminamos. ¿Por qué nadie hace nada? Creo que lo pregunté.

Ese día aprendí que una cabeza humana pesa unos dos kilos y medio.

[1] En español en el original, como todas las palabras y frases en itálica que en adelante se indican con un asterisco. (Todas las notas son del traductor).