¿Qué es la astrología? Esta es una pregunta imposible de ser contestada en las pocas líneas que convienen para el prólogo de un libro sobre esta ciencia-arte, considerada como la “madre” de todas las llamadas ciencias esotéricas u ocultas. Pero toda pregunta empieza a ser contestada adecuadamente cuando se la plantea en sus términos correctos, o se mencionan todos los elementos significativos que entran en la misma.
Empecemos, pues, por los conceptos de «esotérico» y «oculto», palabras sinónimas en lo relativo a su significado profundo. Dicho en términos resumidos, pero precisos, lo esotérico se refiere siempre al mundo interno de energías causales, siempre responsables del mundo externo de formas, acontecimientos y fenómenos. Además, ese mundo externo de formas y acontecimientos está siempre a la vista del sistema sensorial humano, compuesto por ese órgano interno al que podemos llamar mente, más los cinco sentidos periféricos, actuando el cerebro como necesario interfaz que aglutina toda la información que aporta el conjunto. Por lo tanto, el mundo de las formas y los acontecimientos no está oculto sino manifestado, y se ofrece a la percepción humana y a su experiencia de su existir en el mundo desde el nacimiento a la muerte.
Por consiguiente ¿qué es lo oculto?, de acuerdo a lo dicho en el párrafo anterior, lo oculto se corresponde con otro mundo paralelo y no perceptible por la sensorialidad humana, pero sí registrable por una forma de sensibilidad supramental, a la que cabe dar el nombre de intuición, que es la captación directa de las formas y los fenómenos en lo relativo a su verdadera naturaleza y propósito.
Volvamos ahora a la pregunta del inicio ¿Qué es la astrología? Podemos esbozar una primera respuesta diciendo que es la ciencia que se ocupa de las relaciones entre el microcosmos humano y el espacio en el seno del cual ese microcosmos «vive, se mueve y tiene el ser», en palabras del sabio cretense Epiménides, citadas por san Pablo en su discurso a los atenienses en el Areópago. Añadamos a lo anterior que todo microcosmos humano es un conjunto integrado de campos de fuerza de naturaleza físico-vital, emocional y mental, en cuyo centro simbólico se sitúa la sede de un yo consciente, capaz de pensar, sentir y actuar a merced de la función instrumental que radica en los campos de fuerza mencionados anteriormente, a los que se pueden llamar también cuerpo físico, cuerpo emocional o astral y cuerpo mental o mente.
El siguiente dato de interés para nuestro propósito de explicar la naturaleza de la astrología está en considerar el hecho de que nuestra existencia se desenvuelve en un medio ambiente cósmico, que es nuestro sistema solar con todos los objetos celestes en él incluidos. Por él circulan corrientes de energía de análoga cualidad a la que está presente en los tres campos de fuerza presentes en todo ser humano. Esas corrientes tienen diversos focos o centros de irradiación que se corresponden con los astros de nuestro sistema, el nuestro incluido.
Pero, además, nuestro sistema solar se parece a una gran ciudad amurallada en la cual los muros están formados por doce agrupaciones de estrellas, llamadas constelaciones, a las que la tradición ha asignado un papel importante en el discurrir de la vida y existencia de los seres humanos. Estas son las constelaciones del Zodíaco.
Y vayamos ahora al punto de mayor interés. Dijimos antes que la astrología se ocupa de las interacciones que se establecen entre el ser humano y su ambiente cósmico. Esas interacciones pueden darse en dos modos fundamentales: el de «impactos condicionantes» y el de «recursos disponibles». ¿En qué consiste cada uno de ellos?
El primer modo de interacción, al que hemos caracterizado como «impactos condicionantes», se produce en la medida en que el ser humano, sobre quien impactan las fuerzas provenientes de las fuentes planetarias de nuestro sistema y del Zodíaco, no ejerce un adecuado control sobre sus propios campos de fuerza, o sobre su triple naturaleza física-emocional-mental. Si yo me identifico erróneamente con los contenidos de mi mente, con mis estados emocionales y con mis acciones, las fuerzas de origen planetario y estelar me condicionan, me limitan y me impiden vivir con plena libertad. En este caso, ese patrón de impactos condicionantes, pero no determinantes, está registrado en la carta natal, u horóscopo, que ha de ser leído de acuerdo a los instrumentos de análisis e interpretación de los que dispone el astrólogo: identificación del signo solar más el ascendente, localización de los planetas en los distintos signos y en las llamadas casas, más los aspectos, favorables o perjudiciales, que se derivan de sus distancias angulares, de acuerdo a la carta natal del sujeto.
Pero hemos hablado de un segundo modo de interacción, al que hemos dado el nombre de «recursos disponibles». Entramos en este modo en la medida en que logramos ejercer un correcto control sobre nuestras fuerzas emocionales y mentales, con la consiguiente correcta expresión objetiva de nuestra vida subjetiva. De esta forma, los impactos que antes me condicionaban, ahora se me ofrecen como recursos disponibles para incrementar y elevar mi nivel de conciencia. El sabio mandato «Hombre, conócete a ti mismo», que figuraba en el templo consagrado al dios solar Apolo, en Delfos, establece la regla de oro para liberarnos del estrecho territorio de los impactos condicionantes, e ingresar progresivamente en el campo, abierto al infinito, de los inagotables recursos disponibles que el cosmos nos ofrece.
El tránsito entre un modo y otro no se parece al acto de cruzar una frontera que separa dos territorios distintos, puesto que hay una zona común de solapamiento en la que conviven factores condicionantes, y factores que me permiten obtener recursos para ir superando la acción limitadora de los anteriores. A mayor grado de autoconocimiento y de sabia e inteligente gestión de mis propios recursos, mayor grado de disponibilidad de los recursos cósmicos. Y lo contrario también es cierto: no conocer a mi ser profundo equivale a decir que el yo circunstancial ha usurpado el trono que solo debe estar ocupado legítimamente por él o ser esencial, lo que implica que mi existencia estará confinada dentro de los muros de la ciudadela de la mente no iluminada.
Con lo dicho hasta aquí, solo se ha dado un breve esbozo de esta magna ciencia llamada astrología. Conocerla y profundizar en su conocimiento, equivale a conocer y profundizar en el conocimiento del misterio de nuestra identidad, del propósito de nuestra vida, y de la razón de ser del universo en el que vivimos, nos movemos y tenemos el ser.
Juan Luis Llácer
Escritor
Para que podáis entender mi pasión por la astrología, creo que es imprescindible que os cuente un poquito de mi historia, retrocediendo a mi niñez y a todo lo que esa etapa supuso para mí.
Soy la primera de tres hermanas. Mis padres emigraron a Castellón y allí nací. Pero con solo cinco años, volvieron a su lugar de origen, un precioso pueblo llamado Enguídanos, situado en la sierra baja de Cuenca y a orillas de un maravilloso río de aguas color turquesa, el Cabriel. Allí permanecimos hasta que cumplí nueve años y tras mi comunión, nos trasladamos a Barcelona. Esos años en el pueblo de mis ancestros, junto a los acontecimientos que allí acaecieron, marcaron profundamente mi ser. Nací hermosa, según siempre me han dicho, pero con unos problemas de salud, que con el tiempo fueron agravándose, que hicieron que pasase esos años sintiéndome apartada del mundo.
Ya entonces conocí la soledad, y a veces la marginación al no ser como la mayoría de los niños. Esto hizo que me convirtiera en una niña introvertida que pasaba el tiempo haciéndose demasiadas preguntas. Solo hallaba consuelo compartiendo espacio con algunos ancianos del lugar, cuyas historias y sabios consejos escuchaba con atención. Pasaba también mucho tiempo observando la magnificencia del cielo y de todos los astros que en él se manifiestan y preguntándome que habría más allá.
Llegamos a Barcelona, y a diferencia de mis hermanas que fueron a un colegio laico, -para mí no había plaza-, termine en un colegio católico de monjas. Siempre digo que nada es casualidad, y todo lo que ocurre en la vida tiene un propósito. Y teniendo en cuenta que mis padres no eran religiosos, es curioso que yo fuera a parar ahí. Pero hace años entendí el por qué. Curiosamente, mi interés por el mundo espiritual era asombroso, y acabe, no solo sacando altísimas notas en religión, sino también siendo profesora de catequesis con solo trece años. Según la madre superiora, sor Rosa, yo describía información en mis exámenes que no entendía de donde la podía sacar, pues no se encontraba en los libros de texto. En pocos años, y tras seguir indagando en el mundo de las religiones, pase de querer ser misionera a prácticamente cuestionarme todas ellas al ir descubriendo sus historias y entresijos. He de decir que, hoy en día, no profeso ninguna, pero aun así me considero profundamente espiritual.
Pero vamos a lo importante. Porque seguramente te estarás preguntando que tiene que ver todo esto con la astrología. Un día, volviendo del colegio, y a causa de mi afición por los libros, descubrí en el escaparate de una librería mi primer libro de astrología: Astrología de Louis Macneice. Fue un descubrimiento impactante para mí por dos razones fundamentales: esta ciencia aunaba mis dos intereses principales: por un lado el conocimiento de los astros y nuestro sistema solar (astronomía) y la influencia sobre nosotros y el planeta. Y por el otro, la posibilidad que me prestaba para poder descubrir y conocer a los demás; la psique y personalidad humana (psicología). Comencé a devorar libros sobre este tema y a ponerlo rápidamente en práctica en mi vida diaria con mi gente y con aquellos a quienes iba conociendo. Ello me ayudaba a no sentirme tan intimidada al conocer a alguien y a tener la convicción y la seguridad de que con estos conocimientos podía prever con qué tipo de personas me encontraba. A su vez, me ayudaba a conocerme mejor a mí misma, mi potencial, mis posibilidades y las circunstancias de mi vida que yo no pude elegir, como mi familia, mi entorno, o esas enfermedades que me tocó sufrir.
La astrología fue la primera en llegar a mi vida, pero tras de ella, comencé a descubrir este inmenso mundo de conocimientos ancestrales, que hasta no hace mucho, estaban destinados a solo unos pocos capaces de comprender el misterio y la gran sabiduría que llevan implícitos. Afortunadamente, cada día más, estos conocimientos están al alcance de todos aquellos que quieren y necesitan saber la verdad, el origen de todo, la razón y el propósito de nuestro existir y de nosotros mismos.
Por eso, con esta pequeña guía, quiero compartir contigo este infinito universo y todo lo que te puede ofrecer para tener una vida más plena, feliz y cargada de sentido. Espero y deseo que la disfrutes y te sea de tanta ayuda como lo fue para mí.
Observa el firmamento y todas las estrellas que en él relucen, porque este es solo el reflejo del mundo en que vives, donde la estrella eres tú.
El interés del humano por el espacio que le rodea se da desde el principio de su existencia, y en el caso de la observación del firmamento, siempre han sido observados los movimientos e influencias que este tiene sobre nuestro planeta y sobre nosotros mismos. Por ello, el origen de la astrología se pierde en el origen de los tiempos. Lo que sí sabemos es que, como la inmensa mayoría de artes y ciencias esotéricas, es que se introducen en la cultura occidental desde Oriente. La astrología está considerada como la precursora y madre de la práctica mayoría de saberes místicos, espirituales y esotéricos, estando presente en casi todos ellos: en la religión y la construcción de sus templos, en el Tarot, en la mitología o la Quiromancia. También precede a ciencias como la astronomía o la medicina.
Antaño, muchos asesores directos de reyes y gobernantes fueron astrólogos. Todavía hoy en día mucha gente poderosa recurre a ellos, aunque no lo reconozcan.