Ética
Bíblica
Cristiana
David Clyde Jones
Publicaciones Faro de Gracia
P.O. Box 1043
Graham, NC 27253
Publicado por:
Publicaciones Faro de Gracia
P.O. Box 1043
Graham, NC 27253
www.farodegracia.org
ISBN 978-1-629461-62-5
© Copyright, 1994 por David Clyde Jones Todos los derechos reservados. Orginalmente publicado en el inglés bajo el título, Biblical Christian Ethics, by Baker Books, a division of Baker Publishing Group, P.O. Box 6287; Grand Rapids, Michigan, 49516, USA. All rights reserved. Used by permission.
© 2014 Copyright. Publicaciones Faro de Gracia. Taducción al español fue hecha por María Angélica Ramsay, y revisada por Armando Molina. Diseño gráfico de la portada por Greg Warner de Small Reflections, y el diseño de las páginas por Sara Younis.
Ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida, procesada en algún sistema que la pueda reproducir, o transmitida en alguna forma o por algún medio – electrónico, mecánico, fotocopia, cinta magnetofónica u otro– excepto para breves citas en reseñas, sin el permiso previo de los editores.
© Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.
Contenido
Prefacio
1 Las preguntas de la ética
2 La meta de la vida cristiana
3 El motivo de la vida cristiana
4 La dirección de la vida cristiana
5 Las formas principales del amor
6 Las normas universales del amor
7 La resolución de los conflictos morales
8 El matrimonio y la familia
9 El divorcio y el nuevo matrimonio
Mi padre fue criado en una pequeña granja en las montañas de Carolina del Sur, antes de dedicar su vida al comercio. Siempre le gustaba contar la historia de un agente del gobierno que llevó algunos folletos a un granjero, con información acerca de cómo arar siguiendo el contorno de la tierra, acerca de como variar el tipo de granos que cultivaban, y otros consejos semejantes. Dijo, “Lea estos folletos, y usted podrá mejorar sus cosechas.” El granjero miró los folletos, se los devolvió, y contestó, “¿Para qué voy a leerlos? ¡Ni siquiera pongo en práctica lo poco que ya sé acerca de la agricultura!”
Se supone que un libro acerca de la ética cristiana debe ayudarnos a mejorar nuestra vida, pero si somos honestos, tenemos que admitir que no ponemos en práctica lo poco que ya sabemos acerca de la ética. Nuestro mayor problema no es una falta de información. Si el Espíritu Santo no da vida a nuestros huesos, quedaremos tirados en el fondo del valle, quebrantados y muy secos. Sin embargo, el Espíritu opera a través de la Palabra, y una comprensión más completa de lo que Dios nos ha llamado a ser y hacer puede ser instrumental en motivarnos a buscar crecimiento en la vida cristiana. Con esa expectativa, ofrezco mis folletos, tales como son.
El título, Ética bíblica cristiana, pretende subrayar la unidad de la teología y la ética. Partiendo de la presuposición de que las Santas Escrituras del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento son la única regla de fe y práctica, reconocemos que la Biblia es la fuente y la norma, no solamente para doctrina, sino también para la ética. De acuerdo con esta perspectiva, la ética y la dogmática no son disciplinas separadas, sino partes integrales del estudio de la revelación que Dios nos ha dado acerca de Sí mismo y acerca de Su voluntad para el hombre.1 Con razón, la ética cristiana se considera una subdivisión de la teología sistemática; se podría llamar la doctrina de la vida cristiana.
Cuando comencé a enseñar ética teológica hace unos veinte años, el hombre que había organizado una conferencia sobre el cristianismo y la política me preguntó en una conversación casual, quién había tenido más influencia sobre mi enfoque de la ética. Como no estaba muy preparado para dar una respuesta seria, contesté con humor, “¡Moisés!” La verdad es que tenía un poco de vergüenza que no había leído mucha teología en esta área, y tampoco podría decirle qué influencia habían tenido en mí los teólogos. Ahora diría que sigo la tradición reformada en la ética, especialmente Agustín acerca de la meta de la vida cristiana, Calvino acerca de las normas, y Jonathan Edwards acerca del motivo de la vida cristiana. Además, he prestado mucha atención a luteranos evangélicos acerca de la distinción entre la ley y el evangelio. Finalmente, admiro el análisis estructural de Tomás de Aquino, sin compartir otros de sus postulados.
En cuanto a los credos, estoy comprometido con la Confesión de fe de Westminster. Pero según sus propios principios, los credos “no deben ser la regla de fe o de conducta, sino una ayuda para ambas.” (31.3)2 En este libro, cuando se cita la Confesión y los Catecismos de Westminster, se hace en ese espíritu.
Quisiera expresar mi gratitud con el directorio de Covenant Theological Seminary, por permitirme generosamente tener un año sabático, y el tiempo para escribir este libro. También doy gracias a John W. Sanderson hijo, quien ha sido mi profesor, mi colega, y mi amigo (y quien me inició en la enseñanza de la ética cuando era jefe del departamento de teología sistemática), por leer los primeros capítulos del libro y por hacer muchas sugerencias valiosas. Finalmente, doy gracias a Sue Ellen Bilderback Jones, mi compañera de vida y mi colega en el ministerio, quien comparte mis esperanzas, calma mis temores, me anima a escribir, y – como profesora de inglés y mucho más – siempre me ayuda a mejorar el estilo.
CITAS BÍBLICAS
Todas las citas bíblicas han sido extraídas de la versión Reina Valera 1960, excepto cuando sea indicado que se utilizó otra versión.
¿Cuáles son las metas que debemos buscar? ¿Qué clase de personas debemos ser? ¿Cuáles son las normas que debemos seguir? Estas son las grandes preguntas que el estudio de la ética pretende contestar.
Estas preguntas implican que la conducta humana está sujeta a una evaluación triple, desde el punto de vista ético. Primero, el fin que buscamos debe ser bueno, intrínsecamente digno de ser perseguido. Segundo, nuestro motivo también debe ser bueno, surgiendo de un buen carácter. Tercero, el medio para lograr el fin también debe ser bueno, de acuerdo con principios correctos, ya que ni un buen fin ni un buen motivo es compatible con un medio corrupto. Para que nuestra conducta sea digna de aprobación, debe ser buena en los tres sentidos. Además, el fin, el motivo, y el medio son todos inseparables.
Una evaluación moral, por supuesto, implica que hay normas por las cuales se puede juzgar algo. Los fines se juzgan según criterios de valor intrínseco. El carácter de las personas se juzga de acuerdo con los criterios de virtud. Las acciones (incluyendo juicios mentales y actitudes) se juzgan según los criterios de obligaciones morales. ¿Cuáles son estos criterios, y cómo llegamos a identificarlos? Esta es la pregunta más importante de la ética. No podemos tomar ninguna decisión ética sin presuponer una respuesta a esta pregunta. Y la respuesta depende de alguna perspectiva filosófica más profunda, de algún enfoque acerca del ser humano y su lugar en el universo.
Desde un enfoque bíblico, la pregunta acerca de los propósitos, las personas, y las prácticas se resume en una sola pregunta: ¿A qué nos está llamando Dios para ser y hacer? Ya que el llamado redentor de Dios no es simplemente una invitación, sino una manifestación de su soberanía y su poder, la pregunta más amplia es: ¿A qué nos está llamando y capacitando Dios, a nosotros su pueblo redimido, para ser y hacer? 3
El llamado efectivo ha sido definido claramente por Anthony Hoekema como “el acto soberano de Dios en que, a través del Espíritu Santo, capacita al oyente a responder al evangelio con arrepentimiento, fe, y obediencia.”4 Al incluir la obediencia en la definición, Hoekema llama nuestra atención al aspecto del llamado efectivo que está orientado a una meta, un concepto que surge frecuentemente en el Nuevo Testamento. Hemos sido llamados a la salvación por la obra santificadora del Espíritu Santo y por la fe en el evangelio, para que podamos compartir la gloria del Señor Jesucristo (2 Tesalonicenses 2.13-14). La meta final de nuestro llamado es la vida eterna (1 Timoteo 6.12), el premio celestial (Filipenses 3.14), el reino de Dios, y la gloria de Dios (1 Tesalonicenses 2.12). Hemos sido llamados a pertenecer a Cristo (Romanos 1.6), y como nuestro llamado nos une con Él en el compañerismo (1 Corintios 1.9), esto significa que somos llamados también a vivir una vida santa (1 Tesalonicenses 4.7) y a seguir Su ejemplo de sufrimiento por causa de justicia (1 Pedro 2.21).
En el llamado efectivo somos unidos con Cristo, y por lo tanto somos llamados también a un estilo de vida distinto en Él, a un estilo de vida hecho posible por la gracia de Dios. El pasaje clásico es Romanos 12.1-2:
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.”
La importancia de este pasaje para la ética radica en su énfasis en la voluntad de Dios como la pauta para la vida cristiana. Pero las verdades acerca de la naturaleza humana que presupone Pablo en este mandato no deben ser pasadas por alto.
“Por las misericordias de Dios” apunta al aspecto sentimental de la naturaleza humana. La motivación de nuestra ética debería incluir lo que mora en ese lugar complejo de deseos y sentimientos que la Biblia llama el “corazón”. El alcance de la misericordia de Dios se revela en la cruz, como dijo Pablo anteriormente: “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” (Romanos 5.8) Esta es la verdad profunda que nos mueve a responder al llamado de Dios. “Nosotros le amamos a él porque él nos amó primero” (1 Juan 4.19).
La frase “que presentéis vuestros cuerpos” apunta claramente al aspecto volitivo de la naturaleza humana. Este versículo de Pablo se dirige a agentes libres que pueden tomar decisiones morales significativas. Supone que la conducta humana involucra decisiones conscientes para bien o para mal. Tal como Cristo entregó su vida voluntariamente por los pecadores, así los cristianos, vivificados por el Espíritu de Dios, debemos ofrecernos voluntariamente y activamente a Dios como sacrificios de gratitud y alabanza. El mejor comentario sobre la frase “sacrificio vivo” es Hebreos 13.15-16: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios.”
La frase “que es vuestro culto racional” destaca el aspecto racional de la naturaleza humana, que también es importante para la ética. La Nueva Versión Internacional traduce esto como “adoración espiritual” en lugar de “culto racional”, pero la versión de la Reina Valera 1960 y de La Biblia de las Américas (también dice “culto racional”) parece más fiel al original. La palabra que se traduce “culto” es latreia, que se usa en la Septuaginta y siempre significa “servicio divino”, especialmente en relación con los oficios del tabernáculo y del templo. Bajo el nuevo pacto, los creyentes son considerados el templo donde mora Dios por medio del Espíritu. Ya que, según el contexto, la vida entera debería ser consagrada a Dios, parece que “servicio” sería mejor traducción que “culto”. El verbo de la misma raíz, latreuō, se usa normalmente como “servir” en los dos Testamentos (Deuteronomio 10.12; Lucas 1.74-75; Hechos 27.23; Hebreos 9.14).
Aún más importante, el adjetivo “racional” o “espiritual” en el griego es logikos. Aunque la palabra no se usa mucho en la Biblia (solamente aquí y en 1 Pedro 2.2), se usaba frecuentemente en la literatura filosófica con el significado de “usando la razón, intelectual”. No hay evidencia de que Pablo esté usando la palabra de una manera muy distinta. El término que usa normalmente para “espiritual” es pneumatikos, pero aquí dice logikos, “racional”. Este sentido de la palabra encaja bien con este contexto. El servicio cristiano no es mera actividad sin pensar, o simple cumplimiento del deber; involucra la mente también, y no solamente el corazón y la voluntad.
La naturaleza humana es sentimental, volitiva, y racional. También está afectada por la Caída. Por lo tanto, Pablo hace la exhortación doble, “No os conforméis..., sino transformaos...”, para que, siendo renovados por la gracia de Dios, podamos “comprobar” la voluntad de Dios. Es decir, para que podamos asimilar los juicios morales de Dios, haciéndolos nuestros, y poniéndolos en práctica. La “voluntad de Dios” es “buena, agradable, y perfecta”. Cada término tiene un significado ético especial.
“Buena”. Hace mucho tiempo, el profeta Amós mandó a seguir lo que los filósofos llaman el primer principio de la razón práctica: “Buscad lo bueno, y no lo malo...Aborreced el mal, y amad el bien” (Amós 5.14-15; vea también Romanos 12.9, que es casi igual, y Romanos 16.19, “...quiero que seáis sabios para el bien, e ingenuos para el mal.”) “Bueno” es el término más amplio para describir cómo debemos ser y qué debemos hacer. La ética bíblica es distinta, en que identifica lo bueno con la voluntad revelada de Dios. La gran declaración del profeta Miqueas dice: “Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6.8). Volveremos posteriormente a examinar este versículo con los tres requisitos. Por ahora, solamente notaremos que Dios ha revelado el significado de lo bueno.
“Agradable”. Según Romanos 12.2, la voluntad de Dios también es euarestos, “agradable” o “aceptable”. Las palabras relacionadas con este adjetivo (euaresteō, areskō, y otras) se usan frecuentemente en el Nuevo Testamento para hablar de la conducta moral. Por ejemplo, la bendición al final de Hebreos es típica: “Y el Dios de paz ...os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hebreos 13.20-21). Al final, lo que realmente vale, según la ética bíblica, es hacer lo que “es agradable delante de él”, tal como lo dice también el Antiguo Testamento (Éxodo 15.26; Deuteronomio 12.28; 1 Reyes 11.38). La pauta que debemos seguir no es una ley impersonal, sino la voluntad personal de nuestro Creador y Redentor.
“Perfecto”. Finalmente, la voluntad de Dios también se describe como “perfecta” o “completa”. La verdadera realización de una persona consiste en conformarse a la voluntad de Dios, que es esencialmente la perfección moral de Dios mismo, pero expresada de tal manera que el ser humano pueda imitarla. Como dice Jesús en el sermón del monte, “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5.48). El sacrificio y la negación de sí mismo en la vida cristiana no tienen el propósito de erradicar la personalidad humana, sino erradicar el pecado. La meta de la santificación es la perfección de la naturaleza humana, que ha sido creada a la imagen de Dios.
En resumen, la ética cristiana se puede definir como el estudio de la vida que se conforma a la voluntad de Dios - el estilo de vida que es bueno, que agrada a Dios, y que perfecciona la naturaleza humana.5 Esto nos lleva a hacernos algunas preguntas prácticas: ¿Cómo podemos saber la voluntad de Dios? ¿Cómo podemos saber lo que Dios desea que hagamos y seamos?
La “voluntad de Dios” puede referirse al decreto de Dios, o a su propósito y su dirección. Donde se habla de la conducta del hombre, se refiere al segundo sentido. Dios no ha revelado al hombre lo que ha decretado eternamente, para que el hombre tome decisiones. Lo que Dios ha revelado al hombre es su dirección, su ley (Torá, en hebreo, las instrucciones divinas para la vida del hombre), por medio de la cual su propósito y su deseo para su pueblo se realicen. La pregunta más precisa es: ¿Cómo podemos conocer la voluntad revelada de Dios? La respuesta breve es: a través de las Escrituras, que nos pueden hacer sabios para la salvación por medio de la fe en Jesucristo (2 Timoteo 3.15). Las Escrituras son claras y suficientes para cumplir este propósito, para que el hombre sea preparado para toda buena obra (2 Timoteo 3.16).
Aún así, la respuesta no es tan simple como parece. Tenemos que discernir la voluntad de Dios con todo el corazón, la mente, y la voluntad. Esta es la perspectiva de Filipenses 1.9-11:
“Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aun más y más en ciencia y en todo conocimiento, para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.”
Esta oración comienza con el motivo de la vida cristiana (el amor), y termina con el propósito (la gloria de Dios). Pablo ora, pidiendo un aumento de amor, tanto en “ciencia” (epignōsis), indicando una comprensión intelectual de las pautas morales de la vida cristiana, como en “conocimiento” (aisthēsis6), indicando una comprensión más práctica de su aplicación en circunstancias concretas. Los cristianos que tienen un amor que abunda en estas dos maneras serán capaces de hacer juicios morales y aprobar los valores que son mejores (ta diapheronta). Esto significa que pueden conocer la voluntad de Dios (Romanos 2.18: “y conoces su voluntad, e instruido por la ley apruebas lo mejor”.)7
El enfoque bíblico de los valores es que son objetivos y normativos. La Biblia supone que debemos desearlos y buscarlos, justamente porque son valiosos. Esto es lo opuesto del enfoque subjetivo que supone que son valiosos solamente porque los deseamos y los buscamos. Un autor expresa este segundo enfoque así, “Los seres humanos tienen valor, y lo que ellos valoran también tiene valor.”8 Pero algunos seres humanos valoran la venganza, otros valoran la crueldad y formas de actividad sexual que llevan a la esclavitud. Tales prácticas obviamente no representan lo que es intrínsecamente bueno. Lejos de ser valores, son anti-valores. En lugar de mejorar la naturaleza humana, la destruyen.
La lista clásica de Pablo, en que menciona los valores que son mejores, los valores que son objetivamente buenos e intrínsecamente dignos de buscar, se encuentra en Filipenses 4.8-9.
“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad. Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios de paz estará con vosotros.”
El imperativo doble (“en esto pensad” y “esto haced”) destaca la unidad entre la reflexión y la acción, cuando se trata de buscar la excelencia moral. Sin analizar en detalle cada palabra en la lista de Pablo, podemos notar que son valores objetivos, fundados en Dios, y se nos insta a pensar en ellos. No nos invita a crear nuestros propios valores, sino a contemplar los valores que Dios mismo ha ordenado. La contemplación guiada por el Espíritu Santo produce el deseo de demostrar estos valores con nuestra vida.
El testimonio apostólico apunta a Cristo, la encarnación definitiva de la excelencia moral. Y tal como nos dice el autor de la carta a los Hebreos, “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (Hebreos 13.8). Aunque vivimos en un mundo cambiante, Dios no cambia, y tampoco su propósito para los seres humanos creados a su imagen. Por lo tanto, los valores no cambian, aunque el mundo se haga más y más complejo por medio de la tecnología. En Cristo, y en las Sagradas Escrituras, tenemos el depósito permanente de los principios directrices de la vida cristiana. Debemos conocerlos y aplicarlos a nuestras vidas hoy, por medio de la obra capacitadora e iluminadora del Espíritu Santo.
En resumen, la ética cristiana es el estudio del estilo de vida que se conforma a la voluntad de Dios, que se ha revelado en Cristo y en las Escrituras, siendo iluminado por el Espíritu Santo. Busca respuestas a la pregunta práctica, ¿Qué desea Dios que hagamos y seamos como su pueblo redimido? Expresado en términos de metas, personas, y prácticas, podemos proponer una respuesta triple: El propósito principal de la vida cristiana es la gloria de Dios; el motivo principal de la vida cristiana es el amor hacia Dios; y la norma principal de la vida cristiana es la voluntad de Dios, revelada en Cristo y en las Escrituras.9 Estas proposiciones básicas serán los temas de los próximos tres capítulos.
¿Cuál es el fin principal del hombre? Generaciones de niños que fueron criados con la enseñanza del Catecismo Menor de Westminster aprendieron a contestar, “El fin principal del hombre es el de glorificar a Dios y gozar de él para siempre”. Es una buena respuesta. Tan buena, incluso, que pocos se detienen a preguntarse por qué el catecismo comienza con esta primera pregunta. Solamente los niños que no han memorizado la respuesta preguntarán, “¿qué significa ‘fin principal’?”, o “¿por qué se hace esta pregunta?” No es tan fácil.
El Catecismo Menor presupone que hay un propósito supremo para el hombre, alguna meta (telos) que hace que el hombre se realice, algún bien superior de valor intrínseco que debemos buscar en esta vida más que ninguna otra cosa. La pregunta del Catecismo se ubica dentro de la tradición cristiana expresada por Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti”.10 El Catecismo comienza con esta pregunta, porque los autores comprendieron que el ser humano vive de acuerdo con un propósito, que “como sea el hombre - emocional, racional, mortal, rudo, comprensivo, lo que sea - es un ser muy teológico”.11 La pregunta busca establecer la meta de la vida en general, porque esa meta determina los demás conceptos acerca de virtudes y deberes, y nos ayuda a comprometernos con ellos.12
En la época cuando Agustín se convirtió a Cristo, la pregunta acerca del bien supremo, o el summum bonum, había sido el tema de discusión filosófica durante mucho tiempo. Aristóteles, por ejemplo, enseñó que la meta, o el fin (telos) del hombre era eudaimonia. Este término tradicionalmente había sido traducido como “felicidad”, pero ahora es más común traducirlo como “prosperidad”, para expresar en una sola palabra el concepto complejo de Aristóteles que combina los dos aspectos: una persona es buena, y también tiene éxito en lo que hace. Esto no debe confundirse con hēdonē (placer). Eudaimonia involucra actividad racional y bondadosa, porque estas son características distintivamente humanas, y por lo tanto son necesarias para que el hombre se realice. Si le preguntáramos a Aristóteles, “¿cuál es el fin principal del hombre?”, él contestaría, “prosperar a través de la excelencia moral e intelectual - y con un poco de suerte”.13 (El elemento de suerte era necesario, porque Aristóteles no podría garantizar ni las condiciones físicas mínimas de la vida - la comida, la salud, y el abrigo - para no mencionar el ingreso necesario para un estilo de vida contemplativo. La “felicidad” consiste en ser bueno y en prosperar, pero Aristóteles tenía que admitir que las dos cosas no siempre están unidas.)
En algunos aspectos formales, el enfoque de Agustín coincide con el análisis clásico teleológico de la conducta humana.14 Reconoce que el deseo de la felicidad, entendida como un sentido de realización propia y de satisfacción, es natural en el ser humano. También cree que la actividad humana es motivada por la búsqueda de la felicidad. De hecho, dijo en uno de sus sermones, “Si yo les preguntara por qué han creído en Cristo, por qué se han hecho cristianos, cada uno diría honestamente, ‘porque buscaba la felicidad’”.15 El Bien Supremo, sin embargo, no es la felicidad misma, sino Aquel que es la fuente de toda felicidad. “Si referimos a él todas nuestras acciones, y lo buscamos no por otro bien, sino por sí mismo, y al fin llegamos a conseguirlo, no es preciso buscar más para ser felices.”16
Para Agustín, Dios es el “Bien Supremo”. Dios ha injertado en el hombre el deseo de la felicidad, y este deseo debe llevarlo a Dios, para encontrar en Él la fuente de todo bueno. Dios es el valor absoluto, infinito, eterno, incambiable, y la buena vida consiste en conocer y amar a Dios. Los filósofos paganos se equivocaron, no en buscar la felicidad (porque Dios nos creó con este deseo), sino en tratar de encontrar la felicidad en sí mismos y en esta vida solamente. Desde el punto de vista de Agustín, los valores que producen la felicidad, según un enfoque pagano (por ejemplo, según Aristóteles, la excelencia intelectual y moral), están corruptos debido al orgullo humano en buscar su propia realización. Esta realización propia no es la realización sana que viene como resultado de la gracia divina, sino una realización que es solamente un logro humano. Como sean las virtudes naturales, no pueden acercarse a la nobleza de las virtudes gloriosas de Dios.
La felicidad cristiana, por otro lado, trasciende lo humano y lo temporal. Tal como dice Agustín en su descripción maravillosa de la ciudad celestial, Dios es la felicidad de los redimidos.
“El premio de la virtud será el mismo Dios que nos dio la virtud, pues a los que la tuvieren les prometió a sí mismo, porque no puede haber cosa ni mejor ni mayor. Porque ¿qué otra cosa es lo que dijo por el Profeta: «yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo», sino yo seré su satisfacción. Yo seré todo lo que los hombres honestamente pueden desear—vida y salud, sustento y riqueza, gloria y honra, paz y todo cuanto bien se conoce? De esta manera se entiende también lo que dice el Apóstol: «que Dios nos será todas las cosas en todo». El será el fin de nuestros deseos, pues le veremos sin fin, le amaremos sin fastidio y le elogiaremos sin cansancio.”17
Tomás de Aquino compartía la perspectiva de Agustín sobre la ética, y utilizó su genio arquitectónico para desarrollar un sistema teleológico completísimo.18 Al hacerlo, usó la estructura triple de Aristóteles: “la naturaleza humana como es, la naturaleza humana como podría ser si realizara su telos, y los preceptos éticos racionales que son el medio para cambiar de una a la otra”.19 Frecuentemente los protestantes evangélicos consideran que Aquino no fue fiel a Agustín en esto, pero realmente es el enfoque de Aristóteles que ha sido cambiado, ya que Aquino tiene un punto de vista cristiano.20 Tal como demuestra Alasdair MacIntyre, al introducir el teísmo, “los preceptos éticos deben entenderse no solamente como mandatos teológicos, sino también como expresiones de una ley establecida por Dios”.21 De nuevo, el problema humano no es simplemente una cuestión de error (como enseñaba Aristóteles), sino de pecado. La solución entonces, tanto para Aquino como para Agustín, es la gracia de Dios.
En su enfoque de la ética, Calvino retuvo la orientación de Agustín, pero no usó el sistema de Aquino.22 Como Agustín, Calvino tomó el asunto de la felicidad como punto de partida para hablar del conocimiento de Dios, pero con una diferencia: mientras Agustín había comenzado con el deseo universal de la felicidad, Calvino puso énfasis en la necesidad de estar consciente de la falta de felicidad. El conocimiento de sí mismo que lleva al conocimiento de Dios no consiste en los dones de la naturaleza humana, sino en la miseria que ha resultado de la caída de Adán. La primera lección en la búsqueda de la felicidad es la humildad, una virtud que brilla por su ausencia en Aristóteles y la tradición clásica.23 Leamos las palabras de Calvino mismo:
“...No puede por menos que ser tocado cada cual de la conciencia de su propia desventura, para poder, por lo menos, alcanzar algún conocimiento de Dios. Así, por el sentimiento de nuestra ignorancia, vanidad, pobreza, enfermedad, y finalmente perversidad y corrupción propia, reconocemos que en ninguna otra parte, sino en Dios, hay verdadera sabiduría, firme virtud, perfecta abundancia de todos los bienes y pureza de justicia; por lo cual, ciertamente, nos vemos impulsados por nuestra miseria a considerar los tesoros que hay en Dios. Y no podemos de veras tender a Él, antes de comenzar a sentir descontento de nosotros.”24
En su capítulo breve de escatología en la Institución, Calvino hace eco de Agustín (y Aquino) en su descripción de Dios como el Bien Supremo y la mayor felicidad de los redimidos:
“Si Dios, como fuente viva que nunca se agota, contiene en si la plenitud de todos los bienes, nada fuera de él han de esperar aquellos que se esfuerzan en alcanzar el sumo bien en toda su plenitud y perfección.... Si el Señor ha de hacer participes a sus elegidos de su gloria, virtud y justicia, e incluso se dará a sí mismo para que gocen de Él, y lo que es más excelente aún, se hará en cierta manera una misma cosa con ellos, hemos de considerar que toda clase de felicidad se halla comprendida en este beneficio.”25
Calvino observa que muchos pasaje bíblicos nos enseñan a buscar a Dios como el Bien Supremo (Génesis 15.1; Salmo 16.5-6; 17.17; 1 Pedro 1.4; 2 Tesalonicenses 1.10). Aún así, la teleología no es un aspecto sobresaliente en su enseñanza sobre la ética. Su “Meditación sobre la vida futura” afirma que gozarse de la presencia de Dios es la cumbre de felicidad, pero el capítulo en general no fue escrito acerca de cómo debemos buscar la meta de nuestra vida y nuestra redención. Con su comprensión profunda de la naturaleza caída del hombre y de su arrogante oposición a la autoridad divina, Calvino parece estar más preocupado por el asunto práctico de la obediencia a los mandamientos de Dios. 26
En términos generales, la tradición reformada ha seguido a Calvino en esto, y se ha concentrado en el aspecto de la toma de decisiones, de acuerdo con las normas bíblicas del bien y del mal. Obviamente esto es un aspecto importante de la ética, pero debe entenderse dentro del contexto más amplio del llamado cristiano. Debido a la confusión moderna entre la ética teleológica y el consecuencialismo (el enfoque que sostiene que una acción es buena o mala dependiendo solamente de las consecuencias), los evangélicos tienden a rechazar el término “teleológica”, y prefieren hablar de la ética “deontológica”.27 Pero esta es una polarización falsa; una ética orientada a la meta no excluye necesariamente los principios absolutos de obligaciones morales.
La orientación estructural del Catecismo Menor de Westminster sigue siendo apropiada para la ética cristiana. La voluntad de Dios se refiere en primer lugar a su propósito para nosotros en Cristo, y después también se refiere a su forma de guiarnos para lograr ese propósito. Al considerar la meta a la cual nos llama Dios, encontramos en las Escrituras una variedad rica de temas que se traslapan, especialmente la gloria de Dios, la imagen de Cristo, el reino de Dios, y la vida eterna.
LA GLORIA DE DIOS
Los cielos cuentan la gloria de Dios, y también lo hacen las Escrituras. Tal como la tierra entera está llena de su gloria, así también la Biblia. Dios es el Dios de gloria (Hechos 7.2). El Padre es el Padre de gloria (Efesios 1.17), el Hijo es el Señor de gloria (1 Corintios 2.8), y el Espíritu es el Espíritu de gloria (1 Pedro 2.8). El nombre de Dios es glorioso (Nehemías 9.5), lo cual significa que Dios mismo es glorioso en su ser, su sabiduría, su poder, su santidad, su justicia, su bondad, y su verdad.
La gloria de Dios se revela en todas sus obras, pero especialmente en la salvación de su pueblo. El rey de gloria ejerce su soberanía en la redención de su pueblo, manifestando así su gloria en los redimidos. El plan de Dios, desde toda la eternidad, es el de tener para sí un pueblo, escogido en Cristo, redimido por Cristo, y llamado por Cristo, para la alabanza de su gloria (Efesios 1.3-14). Es esta verdad que evoca la doxología grandiosa de Pablo: “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Romanos 11.36).
Este pasaje claramente anuncia que Dios hace todo para su propia gloria. Este punto es obvio, pero no deja de ser importante. Además, falta explorar exactamente cómo Dios se glorifica en todas sus obras.
El tratado más profundo sobre este tema de la gloria de Dios fue escrito por Jonathan Edwards, Concerning the End for Which God Created the World [En Cuanto al Fin por el Cual Dios Creó el Mundo].28 Según Edwards, el fin principal y el fin supremo por el cual Dios creó el mundo es “para que existiera una emanación abundante de la plenitud infinita de su bondad ad extra [fuera de sí mismo]”. Dios fue “movido” a hacer esto por la perfección de su propia naturaleza, es decir, por “la disposición de comunicar algo de sí mismo o difundir su propia plenitud”.29 La emanación de la plenitud de la bondad de Dios incluye tres aspectos: la comunicación de su conocimiento, de su santidad, y de su felicidad a sus criaturas.30 Dios se glorifica cuando llegamos a conocerlo, a amarlo, y a gozarnos de él. Ya que el reflejo de la plenitud divina constituye la realización del ser humano, la gloria de Dios y nuestro bienestar, en lugar de oponerse, en realidad son inseparables.31
La generación que recuerda a Edwards solamente por su sermón, “Pecadores en las Manos de un Dios Airado”, se sorprenderá por el hecho de que él creía que Dios había creado el mundo para comunicar su bondad y especialmente su felicidad. Es verdad que Edwards sostenía que la justicia de Dios se glorifica en la condenación de los malvados, pero hacía una distinción crucial:
“Según las Escrituras, lo que agrada a Dios,... lo que Dios se inclina a hacer como algo bueno en sí mismo, y lo que le produce gozo simplemente y finalmente, es el bienestar de sus criaturas. Porque, aunque las Escrituras a veces hablan del gozo que Él experimenta al castigar los pecados de los hombres, ...también frecuentemente hablan de su bondad y su misericordia, que ejerce con deleite, de una manera diferente, opuesta a lo que siente cuando demuestra su ira. Dios demuestra esta última con lentitud y con renuencia; la miseria de sus criaturas no es algo que le agrada por sí sola.”32
Edwards resistió la tentación de hacer la elección y la reprobación “igualmente fundamentales” en el propósito creativo de Dios. Para él, las dos doctrinas son asimétricas. La gloria de la justicia de Dios en la condenación de los malvados está radicalmente subordinada a la gloria de la bondad de Dios en la salvación de los elegidos, que es el fin supremo y fundamental en la creación del mundo.
Este último tema se destaca en las epístolas de Pedro. El gran apóstol escribe a los elegidos de Dios en el nombre de “el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo” (1 Pedro 5.10). Hay un tono escatológico fuerte: la fe producirá alabanza, gloria, y honor, cuando Cristo se revele (1 Pedro 1.7). Pero también hay gloria ahora en seguir el ejemplo de Cristo: “Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros” (1 Pedro 4.14). La culminación está en 2 Pedro 1.3-4:
“Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”.
La característica sobresaliente de la doctrina de la glorificación, según Pedro, es la idea de compartir (koinōnos) la naturaleza divina. No es que los creyentes sean absorbidos en el ser de Dios, sino que ellos reflejarán la gloria y la bondad moral (aretē) de Dios.33 Aunque las promesas grandes y preciosas alcanzan la eternidad, también incluyen todo lo necesario para la vida piadosa ahora, especialmente la capacitación para obedecer el llamado a la santidad: “como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir” (1 Pedro 1.15). El propósito de Dios es tener para sí un pueblo que refleja su santidad, que demuestra sus excelencias (1 Pedro 2.9), que comparte los sufrimientos de Cristo (1 Pedro 4.13), y que proclama a través de sus vidas transformadas: “¡A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad!” (2 Pedro 3.18)
Ya que los creyentes deben responder conscientemente a la revelación de la meta de su redención, la gloria de Dios se puede considerar el propósito principal de la vida cristiana. Esto es la fuerza del gran imperativo de Pablo para toda la vida: “Si, pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Corintios 10.31). Anteriormente en esta misma epístola, Pablo había recordado a los corintios del hecho de que no se pertenecían a sí mismos, que habían sido comprados por un precio, y que por lo tanto deberían glorificar a Dios en sus cuerpos (1 Corintios 6.19-20). En ese contexto, la aplicación clave era evitar la inmoralidad sexual, ya que es radicalmente incompatible con el llamado de pertenecer a Jesús. Los creyentes son el templo del Espíritu Santo, y la vida en el cuerpo, incluyendo la vida sexual de los creyentes, se debe vivir para la gloria de Dios.
El contexto de este gran imperativo (1 Corintios 10.31) es más ampliamente la vida y el testimonio de la iglesia. Después de plantear el principio de glorificar a Dios en todo lo que hacemos, Pablo continúa con una aplicación práctica para la situación actual: “No seáis tropiezo ni a judíos, ni a gentiles, ni a la iglesia de Dios” (1 Corintios 10.32). Dios no es glorificado en las acciones, por inocentes que parezcan por sí solas, que impiden el progreso del evangelio. Pablo apela a su propio ejemplo de auto-subordinación para lograr el bien de los demás: “no procurando mi propio beneficio, sino el de muchos, para que sean salvos” (1 Corintios 10.33). Entonces lanza el desafío final: “Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo” (1 Corintios 11.1). Dios se glorifica cuando imitamos a Cristo en todas las cosas, sean pequeñas o grandes, porque la imagen de Cristo es la expresión suprema de la gloria de Dios.
LA IMAGEN DE CRISTO
Bernard Ramm, en un análisis especial de la doctrina de la glorificación, destaca el hecho de que, “Dios desea compartir Su propia gloria con Sus hijos en la etapa de su glorificación, y nuestra salvación que ya comenzó es un proceso que terminará al final en la gloria escatológica.”34 El pasaje paulino clásico sobre la glorificación es Romanos 8.28-30. Dice así:
“Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.”
La meta de Dios en la redención es conformidad a la imagen de su hijo. La glorificación consiste en ser hecho como Cristo, la imagen perfecta de Dios en naturaleza humana. La meta se logra finalmente en la edad venidera; la resurrección de Cristo nos asegura que, “así como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial” (1 Corintios 15.49). El secreto (mystērion) que ahora Dios ha revelado es “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Colosenses 1.27). Aun ahora, los que han sido llamados por Dios “somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3.18). La vida cristiana tiene una forma definida, mientras Cristo está siendo formado en nosotros (Gálatas 4.19). La renovación en la imagen de Dios (Efesios 4.24; Colosenses 3.10) tiene significado tangible en la persona y el ejemplo de Cristo.
Las referencias recién mencionadas en Efesios y Colosenses nos recuerdan del relato de la creación:
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.” (Génesis 1.26-28)
El ser humano fue creado para ser el representante visible del Dios invisible. El significado exacto de la imagen de Dios no se define, pero se pueden sacar algunas ideas de la descripción de los aspectos distintivos del hombre en el contexto, especialmente en el mandato de sojuzgar la tierra (1.28), el llamado a trabajar y cuidar el jardín (2.15), el mandato de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal (2.16-17), el acto de poner nombres a los animales (2.20), y el uso del lenguaje como medio de comunicación (2.23). Esto sugiere que el hombre es un ser consciente, racional, y moral. Sugiere que el hombre ha sido llamado a seguir la pauta de lo que Dios es. Por supuesto, Dios existe en forma única y trascendente, pero el hombre debe ser su semejanza. (La personalidad, debemos notar, requiere relaciones para expresarse, un punto subrayado en la creación del ser humano como hombre y mujer, a la imagen del Dios que existe en tres personas.)
La Biblia continúa hablando del ser humano como la imagen de Dios, aun después de la caída (Génesis 9.6; Santiago 3.9), aunque obviamente necesita una renovación total para reflejar la gloria de Dios de la manera en que fue originalmente planificado (Efesios 4.24; Colosenses 3.10). Para incluir estos dos aspectos de la enseñanza bíblica, los teólogos frecuentemente hacen una distinción entre el significado más amplio y el significado más limitado de la imagen de Dios. El sentido amplio incluye “todos los dones y capacidades que permiten que el hombre funcione como debería en sus relaciones y en su vocación”. El sentido más limitado incluye “la función humana en armonía con la voluntad de Dios”.35
Ser renovado a la imagen de Dios significa ser hecho como Cristo, quien no solamente es Dios, sino también funcionó en perfecta armonía con la voluntad de Dios cuando estaba en forma de hombre, realizando en su persona todo lo que el hombre debía ser. De su ejemplo podemos aprender que la plenitud humana se logra en sumisión (eulabeia) reverente a la voluntad de Dios (Hebreos 5.7). En Cristo vemos la gloria de Dios reflejada verdaderamente y perfectamente en la forma de un ser humano, y él nos llama a seguirle.
Si pensamos en la gloria de Dios en términos del esplendor exterior, distorsionamos la doctrina de la glorificación actual y progresiva, tal como se enseña en pasajes como 2 Corintios 3.18. El Evangelio de Juan, que podríamos llamar el “evangelio de la gloria”, debido a su uso frecuente del verbo doxazō (veintitrés casos, comparado con nueve en Lucas), aumenta nuestra comprensión del tema, hablando también de la gloria de Cristo en su humillación. Leon Morris hace un comentario sobre la frase, “vimos su gloria” (Juan 1.14).
“Juan está hablando de la gloria que se vio literalmente en el Jesús físico de Nazaret. Ya que como él vino en forma humilde, tenemos un ejemplo de la paradoja que Juan utiliza con tanta fuerza posteriormente en el evangelio. La gloria verdadera se ve, no en el esplendor exterior, sino en la humildad con la cual el Hijo de Dios vivió y sufrió por causa del hombre. Juan cree, por cierto, que los milagros muestran la gloria de Cristo (2.11, 11.4, 40). Pero en un sentido más profundo, es la vergonzosa cruz la que manifiesta su gloria verdadera (12.23 y los siguientes versículos; 13.31).”36
El hombre nuevo es creado para funcionar como la imagen de Dios “en la justicia y santidad de la verdad” (Efesios 4.24). Esta combinación de términos aparece en un solo lugar más en el Nuevo Testamento, en la canción de gratitud de Zacarías (Benedictus), cuando nació su hijo, Juan el Bautista. “Que, librados de nuestros enemigos, sin temor le serviríamos en santidad (hosiotēs) y en justicia (dikaiosunē) delante de él, todos nuestros días” (Lucas 1.74-75). En la redención, la imagen de Dios se restaura a su función correcta en relación con Dios (hosiotēs) y en relación con otros seres humanos (dikaiosunē), siguiendo la pauta de Cristo, el preeminente Siervo del Señor, por medio de quien se cumple el mandato original de gobernar la tierra para la gloria de Dios.
EL REINO DE DIOS
La primera Bienaventuranza promete el reino de Dios a los pobres en espíritu; la cuarta garantiza saciar a los que tienen hambre y sed de justicia; la séptima asegura a los que son perseguidos por causa de justicia, que el reino de los cielos será de ellos (Mateo 5.3, 6, 10). Así las Bienaventuranzas preparan a los discípulos de Jesús para su declaración del bien supremo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas [comida, bebida, vestimenta] os serán añadidas” (Mateo 6.33). En un libro que merece más atención, Martin Franzmann comenta:
“ Así [Jesús] hace que la bendición prometida en la primera Bienaventuranza sea la fuerza imperativa en sus vidas. El reino se entrega a los pobres en espíritu, a los hombres [y mujeres] que se presentan delante de Dios, sin ser inhibidos y engañados por la seguridad de las cosas materiales, y en su necesidad humana desnuda. El don de la Bienaventuranza ha llegado a ser la dinámica de su existencia; buscan primero el primer don. De una manera similar, la bendición de la cuarta Bienaventuranza ha llegado a ser el imperativo que forma sus vidas. Dios les da su justicia a los hombres [y mujeres] que tienen hambre y sed de ella, que ven en su necesidad de justicia la necesidad suprema, la necesidad que debe ser satisfecha para vivir, una necesidad que hace disminuir la necesidad de cosas materiales... para hacer de esta última necesidad una nota al pie de la página, que tiene como texto principal: “El Señor es nuestra justicia”.37
En armonía con el énfasis de las Bienaventuranzas, es típico que el Nuevo Testamento resuma los períodos de su historia en referencia al reino de Dios. Mateo, por ejemplo, proporciona esta sinopsis del ministerio de Jesús en Galilea: “Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mateo 4.23; vea también Mateo 9.35). Lucas resume el ministerio de Jesús, entre la resurrección y la ascensión, con el aviso, “a quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios” (Hechos 1.3). Es significante que el libro de Hechos termina con una síntesis del ministerio de Pablo en Roma, diciendo que estaba “predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento” (Hechos 28.31, vea también Hechos 19.8). Jesús mismo resumió sus actividades en la tierra entre su primera venida y su retorno de la siguiente manera: “Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin” (Mateo 24.14). Es evidente que la clave de la teología del Nuevo Testamento es la proclamación del reino de Dios. ¿Qué significa esto?