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Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 424 - septiembre 2020

 

© 2009 Cynthia Rutledge

Errores del corazón

Título original: Claiming the Rancher’s Heart

 

© 2008 Linda Lael Miller

Un hombre enamorado

Título original: A Stone Creek Christmas

 

© 2007 RaeAnne Thayne

Alma de hielo

Título original: The Daddy Makeover

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2009, 2009 y 2010

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-616-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Errores del corazón

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Epílogo

Un hombre enamorado

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Alma de hielo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

HAY todo un rebaño —Stacie Summers se detuvo en mitad de la acera. Desde que había llegado a Sweet River, Montana, dos semanas antes, había visto algún que otro vaquero. Pero nunca tantos. Y menos en grupo—. ¿A qué se debe?

Anna Anderssen, amiga de Stacie y nativa de Sweet River, se detuvo a su lado.

—¿Qué día es hoy?

—Miércoles —contestó Stacie.

—Dos de junio —dijo Lauren Van Meveren. La estudiante de doctorado había estado sumida en sus pensamientos desde que las tres compañeras de casa habían salido del supermercado Sharon. Pero en ese momento, a pleno sol y al lado de Stacie, no podría haber estado más centrada.

Aunque Lauren normalmente sería la primera en decir que era de mala educación mirar con fijeza, observaba a los vaqueros que salían del café Coffee Pot con obvio interés.

—Miércoles, dos de junio —repitió Anna. Sus ojos azules se estrecharon, pensativos, mientras sacaba el mando a distancia del bolsillo y abría las puertas del jeep que había aparcado junto a la acera.

Stacie se pasó la bolsa de comida al otro brazo, abrió la puerta de atrás y la dejó dentro.

—Bingo —anunció Anna con satisfacción.

—¿Estaban jugando al bingo? —a Stacie le parecía raro que tantos hombres se reunieran un miércoles por la mañana para jugar. Pero estaba descubriendo que Sweet River era un mundo en sí mismo.

—No, tonta —se rió Anna—. La Asociación de Ganaderos se reúne el primer miércoles del mes.

Aunque eso tenía más sentido que el bingo, Stacie se preguntó qué temas podía tratar una asociación de ese tipo. Ann Arbor, Michigan, donde ella había crecido, distaba de ser el paraíso de los ganaderos. Y en los diez años que llevaba residiendo en Denver, nunca se había cruzado con un vaquero.

Cuando Lauren había propuesto trasladarse al pueblo natal de Anna para investigar la compatibilidad macho-hembra para su disertación de doctorado, Stacie la había seguido. La búsqueda del trabajo perfecto, su edén personal, como le gustaba llamarlo, no iba bien y un cambio de escenario le había parecido buena idea.

Por razones que se le escapaban, había creído que Sweet River sería como Aspen, una de sus ciudades favoritas. Había esperado bonitas tiendas de moda y una plétora de médicos, abogados y hombres de negocios que disfrutaban del aire libre.

Vaya si se había equivocado.

—Nunca he visto tantos tipos con botas y sombrero.

Eran hombres grandes de espalda ancha, piel curtida y cabello que nunca había pasado por las manos de un estilista digno de ese nombre. Hombres seguros de sí mismos que trabajaban duro y vivían la vida a su manera. Hombres que esperarían que su esposa renunciara a sus sueños para vivir en un rancho.

Stacie se estremeció de horror.

—¿Sabíais que los primeros vaqueros llegaron de México? —dijo Lauren con la mirada perdida y distante.

Stacie miró a Anna suplicante. Tenían que detener a Lauren antes de que se lanzara. Si no, se verían obligadas a escuchar una conferencia de la vida y milagros de los vaqueros desde sus inicios.

—Entra, Lauren —Anna señaló el jeep—. No queremos que se derrita el helado.

Aunque Anna había impreso un deje de urgencia a su voz, la mirada de Lauren seguía clavada en los hombres que hablaban y reían con voz grave y varonil.

Un tipo captó la atención de Stacie. Con pantalones vaqueros, sombrero y piel bronceada, parecía igual a los demás. Sin embargo, había atraído su mirada de inmediato. Debía de ser porque estaba hablando con el hermano de Anna, Seth. No había otra explicación posible. Su radar nunca había captado a un hombre desbordante de testosterona. Le gustaban de tipo artístico y prefería a un poeta con pinta de muerto de hambre que a un futbolista de espalda cuadrada.

—¿Sabes, Stace? —Lauren se golpeó el labio inferior con el dedo índice—, algo me dice que podría haber un vaquero en tu futuro.

La investigación de Lauren se basaba en identificar a parejas compatibles y Stacie era su primer conejillo de Indias o, como prefería decir ella, su primer sujeto de investigación.

A Stacie se le encogió el estómago al imaginarse emparejada con un hombre varonil que montaba a caballo y tiraba el lazo. «Dios mío, por favor. Cualquiera menos un vaquero», rezó.

 

 

Unas semanas después, Stacie se sentó en el sillón de mimbre que había en el porche de Anna, dispuesta para la batalla. Lauren acababa de volver de correr y Stacie le había dicho que tenían que hablar. Llevaba demasiado tiempo rugiendo en silencio por el emparejamiento que le había propuesto.

Aunque sabía que para la investigación de Lauren era importante que al menos conociera al tipo, le parecía mal hacerle perder el tiempo. Y perderlo ella.

Stacie seguía formulando mentalmente su discurso de «No me interesan los vaqueros» para Lauren, cuando una brisa fresca de la montaña agitó la fotografía que tenía en la mano. Alzó el rostro, disfrutando del aire en las mejillas. Aunque llevaba cuatro semanas en el estado del «cielo abierto», seguía asombrándose por la belleza que la rodeaba.

Paseó la vista por el enorme jardín delantero. Todo era verde y frondoso. Y las flores… Junio acababa de empezar y los jacintos silvestres, la hierba de oso y la castilleja ya habían florecido.

La puerta mosquitera se cerró de golpe. Lauren cruzó el porche para sentarse frente a Stacie.

—¿Qué ocurre?

—Tu ordenador ha tenido un fallo. Es la única explicación —Stacie alzó la fotografía—. ¿Acaso se parece a mi tipo?

—Si hablas de Josh Collins, es muy agradable —dijo Anna, saliendo al porche—. Lo conozco desde el colegio. Él y mi hermano, Seth, son buenos amigos.

Stacie contempló inquieta la bandeja de bebidas que Anna intentaba mantener en equilibrio. Lauren, que estaba más cerca, se levantó de un salto y le quitó a la rubia la bandeja con la jarra de limonada y tres vasos de cristal.

—Vas a romperte el cuello con esos zapatos.

—Me da igual —Anna se miró los zapatos verde lima de tacón de aguja—. Son totalmente yo.

—Son bonitos —concedió Lauren. Ladeó la cabeza—. Me pregunto si me valdrían. Tú y yo usamos el mismo número…

—Hola —Stacie alzó una mano y la agitó en el aire—. ¿Te acuerdas de mí? ¿De la que pronto tendrá que enfrentarse a una cita con Don Incorrecto?

—Cálmate —Lauren sirvió un vaso de limonada, se lo dio y se sentó con una gracia que Stacie envidiaba—. No cometo errores. Recuerda que te di un resumen de los resultados. A no ser que mintieras en tu cuestionario o él mintiera en el suyo, Josh Collins y tú sois muy compatibles.

Ella deseaba creer a su amiga. Al fin y al cabo, su cita con el abogado de Sweet River, Alexander Darst, había sido agradable. Por desgracia no había habido chispa.

Stacie alzó la foto del curtido ranchero y la estudió de nuevo. Incluso si no hubiera estado montado a caballo y no lo hubiera visto hablando con Seth tras la reunión de la Asociación de Ganaderos, su sombrero y sus botas confirmaban su teoría sobre un error informático.

Emparejar a una chica de ciudad con un ranchero no tenía sentido. Todo el mundo sabía que ciudad y campo eran como aceite y agua. No se mezclaban.

En el fondo se sentía decepcionada. Había tenido la esperanza de encontrar a un compañero de verano, un hombre estilo renacentista que compartiera su amor por la cocina y las artes.

—Es un vaquero, Lauren —Stacie alzó la voz—. ¡Un vaquero!

—¿Tienes algo en contra de los vaqueros?

La voz grave y sexy que llegó de la escalera delantera atravesó a Stacie como un rayo. Dejó la foto en la mesa, se dio la vuelta y se encontró con una mirada azul y sostenida.

Era él.

Tenía que admitir que de cerca era aún más atractivo. Llevaba una camisa de batista que hacía que sus ojos parecieran imposiblemente azules y unos vaqueros que se pegaban a sus largas piernas. No lucía sombrero, sólo montones de pelo oscuro y espeso que le llegaba al cuello de la camisa.

Él siguió estudiándola. El brillo de sus ojos indicaba que sabía que ella había metido la pata y buscaba desesperadamente cómo sacarla.

No podía contar con Lauren, que parecía estar luchando contra la risa. Anna, bueno, Anna se limitaba a mirarla expectante sin ofrecer ayuda.

—Claro que no —dijo Stacie, sintiéndose obligada a poner fin al silencio—. Los vaqueros hacen que el mundo gire sobre su eje.

La sonrisa de él se amplió hasta convertirse en una mueca y Lauren soltó una carcajada. Stacie la miró con censura. Su respuesta no había sido la mejor, pero podría haber sido peor. La había pillado por sorpresa, distrayéndola. Con sus ojos… y su inoportunidad.

Deseó haber mantenido la boca cerrada.

—Bueno, no puedo decir que recuerde haber oído eso antes —dijo él—, pero es verdad.

Era generoso, una cualidad que escaseaba en la mayoría de los hombres con los que había salido y que Stacie admiraba mucho. Era una lástima que, además de ser un vaquero, fuese enorme. Debía de medir al menos un metro ochenta y siete, tenía la espalda ancha y era musculoso. Curtido. Viril. El sueño de muchas, pero no su tipo.

Aun así, cuando los risueños ojos azules la buscaron de nuevo, se estremeció. Había inteligencia en su mirada y exudaba una confianza en sí mismo de lo más atractiva. Ese vaquero no era ningún tonto.

Stacie abrió la boca para preguntarle si quería una cerveza, pero Anna se le adelantó.

—Me alegro de verte —Anna cruzó el porche taconeando y abrazó a Josh—. Gracias por rellenar el cuestionario.

—Cualquier cosa por ti, Anna Banana —Josh sonrió y le tiró suavemente del pelo.

Stacie y Lauren se miraron.

—¿Anna Banana? —a Lauren le temblaron los labios—. No nos habías dicho que tenías mote.

—Seth me lo puso cuando era pequeña —explicó ella antes de volver a centrarse en Josh. Agitó un dedo—. Se suponía que ibas a olvidarlo.

—Tengo buena memoria.

Stacie captó el brillo de sus ojos.

—Yo también —lo pinchó Anna—. Recuerdo que Seth me dijo que tú y él preferíais la forma tradicional de conseguir citas. Sin embargo, ambos rellenasteis el cuestionario de Lauren. ¿Por qué?

Stacie se preguntó si Josh y Anna habían salido juntos, parecían llevarse muy bien. Sintió un pinchazo de algo muy parecido a los celos; una locura. No estaba interesada en Josh Collins, vaquero, por extraordinario que fuera.

—Seth probablemente lo hizo porque sabía que si no, lo matarías —explicó Josh—. Yo lo hice porque Seth me lo pidió y le debía un favor —metió las manos en los bolsillos y se meció sobre los talones—. No esperaba que me emparejaran.

«Está tan poco motivado como yo», pensó Stacie. Apartó la silla y se levantó, reconfortada.

—Intentaré que la velada sea lo menos dolorosa posible —Stacie cubrió la distancia que los separaba y le ofreció la mano—. Soy Stacie Summers, tu cita.

—Lo había imaginado —sacó una mano del bolsillo y le dio un cálido apretón—. Josh Collins.

Para su sorpresa, Stacie sintió subir un cosquilleo por su brazo. Liberó su mano, desconcertada por su reacción. La mano del guapo abogado había rozado la suya varias veces durante la cita, y no había sentido nada de nada.

—¿Te gustaría acompañarnos? —preguntó Anna—. Hay limonada recién hecha. Y podría sacar las galletas que hizo Stacie esta mañana.

Él mantuvo la sonrisa, pero Stacie intuyó que preferiría montar un caballo salvaje a tomar limonada y galletas con tres mujeres. Sin saber por qué, decidió acudir en su rescate.

—Lo siento, Anna, Josh accedió a una cita con una mujer, no con tres.

—Antes de que mi compañera de casa te secuestre, deja que me presente —Lauren se levantó—. Soy Lauren Van Meveren, la autora del cuestionario que rellenaste. Quiero darte las gracias por participar.

—Encantado de conocerte, Lauren —Josh estrechó su mano—. Eran preguntas de lo más interesantes.

Stacie y Anna se miraron. Obviamente, Josh no sabía que corría el peligro de abrir la compuerta. Si había algo que apasionara a Lauren, era su investigación.

—Trabajo en mi tesis doctoral —el rostro de Lauren se iluminó, como siempre que alguien expresaba interés por su trabajo—. El cuestionario es una herramienta para reunir datos que confirmarán o negarán mi hipótesis.

—Seth mencionó lo del doctorado, pero no supo decirme qué pretendías demostrar —dijo Josh.

Stacie contuvo un gemido. La compuerta había quedado abierta oficialmente.

—¿Conoces el proceso? —preguntó Lauren.

—Algo —admitió él—. Mi madre está trabajando en su doctorado en enfermería. Recuerdo por lo que tuvo que pasar para que aprobaran su tema.

—Entonces lo entiendes —Lauren señaló la silla de mimbre que había a su lado—. Siéntate, te explicaré mi hipótesis.

—Sugiero que nos sentemos todos —dijo Anna con una sonrisa—. Puede que esto se alargue un rato —añadió en voz baja, de modo que sólo Stacie lo oyera.

Stacie volvió a sentarse. Josh ocupó el asiento que había a su lado, centrando su atención en Lauren. Incluso si Stacie quisiera salvarlo, ya era demasiado tarde.

—Casi bailé de alegría cuando aprobaron mi tema —Lauren esbozó una sonrisa satisfecha.

—¿Y qué es lo que estudias? —la animó Josh.

«Que me disparen», pensó Stacie. «Que alguien apoye una pistola en mi sien y dispare».

—Tener información relevante y personalizada sobre los valores y características determinantes en las relaciones interpersonales incrementa la posibilidad de establecer y mantener ese tipo de relaciones con éxito —dijo Lauren de un tirón—. Es un concepto que ya utilizan muchas agencias de relaciones por Internet. Pero mi estudio se centra más en lo necesario para entablar una amistad, no sólo en la pareja amorosa.

—Muy interesante —dijo Josh. Sonó sorprendentemente sincero—. ¿Qué te llevó a decidir hacer la investigación aquí?

—Anna sugirió que lo considerase…

—Le hablé del elevado número de solteros —Anna sirvió un vaso de limonada y se lo ofreció a Josh—. Y dije que tenía una casa en la que podía quedarse sin pagar alquiler. Yo vine con ella porque no tenía nada que hacer en Denver.

—Seth mencionó que habías perdido tu trabajo —Josh volvió su atención a Anna.

—Se suponía que mi jefa iba a venderme su boutique —Anna ocupó la última silla libre—. Pero se la vendió a otra persona.

—Eso es terrible —Josh movió la cabeza y la miró compasivo.

—Dímelo a mí —suspiró Anna.

El guapo vaquero parecía llevarse tan bien con sus dos compañeras de casa, que Stacie se preguntó si alguien lo notaría si ella se ponía en pie y se iba. Cuando volvió a mirar la mesa, se encontró con los ojos de Josh.

—Me ha encantado charlar —dijo él, apurando su vaso de limonada—. Pero Stacie y yo deberíamos irnos ya.

Se levantó y Stacie, automáticamente, lo imitó. Adoraba a sus amigas, pero salir con su cita le parecía mejor opción que seguir allí hablando de investigación con Lauren o reviviendo la decepción laboral de Anna.

Josh la siguió a la escalera. Aunque ya le había echado un vistazo al llegar, ella notó que la miraba subrepticiamente.

A juzgar por sus ojos, aprobaba sus pantalones caqui y su blusa de algodón de color rosa. Stacie notó que la tensión de sus hombros empezaba a relajarse. Anna había dicho que era un tipo agradable y el modo en que había interactuado con sus compañeras lo demostraba.

No tenía ninguna razón para sentirse estresada. Sin embargo, cuando empezó a parlotear sobre el tiempo, Stacie comprendió que tenía los nervios a flor de piel.

Josh no dio muestras de que el tema lo aburriera. De hecho, parecía más que dispuesto a hablar de la escasez de lluvia que experimentaba la zona. Le comentaba un incendio forestal que había tenido lugar un par de años antes cuando llegaron a su todoterreno negro.

Él fue a abrirle la puerta y le ofreció la mano para ayudarla a subir al vehículo.

—Gracias, Josh.

—De nada —dijo él con una sonrisa.

A Stacie le dio un vuelco el corazón. No sabía por qué se sentía tan encantada. Tal vez porque Don Abogado Sweet River había suspendido la asignatura de galantería: no le había abierto una sola puerta y la había llevado a ver una película de acción que había elegido él sin consultarla.

Josh, en cambio, no sólo le había abierto la puerta, sino que esperó hasta que estuvo sentada para cerrarla e ir hacia el lado del conductor.

Lo observó por el parabrisas, admirando su paso firme. El vaquero exhibía una confianza en sí mismo que muchas mujeres encontrarían atractiva. Pero cuando ocupó su asiento, ella vio el rifle que colgaba de la ventanilla, tras su cabeza. Sus reservas resurgieron, pero no sabía cómo decirle a un hombre tan agradable que no era su tipo.

—No consigo acostumbrarme a lo planas que son las calles —dijo—. Cuando Anna hablaba de su pueblo natal, siempre imaginé un pueblo de montaña, no uno situado en el valle.

—Puede resultar decepcionante que las cosas no sean lo que uno espera —comentó él.

—No siempre —Stacie lo miró a los ojos—. A veces lo inesperado es una sorpresa agradable.

Condujeron en silencio unos minutos.

—¿Sabías que soy vidente?

—¿En serio? —ella se giró para mirarlo.

—Mis poderes me están enviando un mensaje.

—¿Qué mensaje es? —Stacie no sabía mucho de asuntos paranormales, pero sentía curiosidad—. ¿Qué te dicen tus poderes?

—¿De veras quieres saberlo? —los ojos azules de Josh parecían casi negros en las sombras del vehículo.

—Desde luego —afirmó Stacie.

—Me dicen que no te apetece esta cita.

Stacie se quedó inmóvil, sin respirar. Se ajustó el cinturón de seguridad, no quería cometer la grosería de admitirlo, pero tampoco quería mentir.

—¿Por qué dices eso?

—Para empezar, por lo que dijiste sobre los vaqueros —su sonrisa quitó todo atisbo de censura a sus palabras—. Eso y tu mirada cuando me viste.

Aunque no había insinuado que hubiera herido sus sentimientos, Stacie supo que lo había hecho.

—Pareces muy agradable —dijo con voz suave—. Es que siempre me ha atraído otro tipo de hombre.

—¿Es que hay más de un tipo? —las cejas de él se juntaron y ella captó la sorpresa en sus ojos.

—Ya sabes —tartamudeó ella, intentando explicarse—. Hombres a quienes les gusta ir de compras y al teatro. El tipo metrosexual.

—¿Te gustan los hombres femeninos?

—No femeninos… —se rió al ver el asombro que él intentaba disimular—. Sólo sensibles.

—¿Y los vaqueros no son sensibles?

—No —contestó Stacie sin dudarlo—. ¿Lo son?

—En realidad, no —Josh se encogio de hombros—. Al menos, no los que yo conozco.

—Eso pensaba —Stacie soltó un suspiro, preguntándose por qué la decepcionaba la respuesta a pesar de ser la que había esperado.

—Así que estás diciendo que este emparejamiento no tiene posibilidad de éxito.

Stacie titubeó. En justicia debería darle una oportunidad, aunque sólo supusiera posponer lo inevitable. Además, había algo en ese vaquero…

«Vaquero», la palabra la golpeó como un cubo de agua helada.

—Ninguna —afirmó con convencimiento.

Josh escrutó su rostro y ella se ruborizó.

—Agradezco la sinceridad —dijo él finalmente, sin mostrar emoción alguna—. Durante un segundo he creído que lo negarías. Qué tontería, ¿no?

Durante un segundo ella había sentido la tentación de negarlo, pero había ganado la cordura. Josh podía ser caballeroso y tener los ojos más azules que había visto nunca, pero ellos dos eran demasiado distintos.

—Eso no significa que no podamos ser amigos —dijo Stacie—. Aunque tendrás amistades de sobra.

—Ninguna tan bonita como tú —dijo él. Carraspeó y redujo la velocidad al aproximarse al distrito comercial—. Si tienes hambre, podemos comer algo. O puedo enseñarte las atracciones turísticas y hablarte de la historia de Sweet River.

Stacie consideró las opciones. No estaba de humor para volver a casa ni para cenar. Aunque Anna les había enseñado el pueblo a Lauren y a ella a su llegada, no recordaba su historia.

—O puedo llevarte a tu casa —añadió él.

—No, a casa no —descartó ella. Ya que habían aclarado las cosas, no había razón para no disfrutar de la tarde—. ¿Qué te parece la visita guiada? Después, si nos apetece, podemos cenar.

—Adelante con el tour.

Recorrieron lentamente la zona comercial con las ventanillas bajadas. Stacie se enteró de que el restaurante de la esquina había sido un banco en otro tiempo, y que el supermercado había sido resucitado por una mujer que había regresado a Sweet River tras la muerte de su marido. Josh hizo una narración interesante e informativa, salpicada de humor y anécdotas del pasado.

—…y entonces el pastor Barbee le dijo a Anna que aunque vistiera al cordero como a un bebé, no permitiría que lo llevase a la iglesia.

Stacie dejó escapar una risa burbujeante.

—Es increíble que Anna tuviera un cordero de mascota —su voz dejó traslucir cierta envidia—. Mis padres ni siquiera me dejaron tener un perro.

—¿Te gustan los perros? —la miró sorprendido.

—Los adoro.

—Yo también —se rió él—. Más me vale, tengo siete.

—¿Siete? —Stacie enarcó una ceja.

—Sí.

—Vaya, tenemos mucho en común —abrió los ojos como platos—. Tú tienes siete perros y yo siete avestruces —bromeó.

—Lo dijo en serio.

—Ya, seguro.

—Bueno, un perro y seis cachorros —aclaró—. Bert tuvo perritos hace ocho semanas.

—¿Has dicho que «Bert» tuvo perritos? —insistió ella, aún sin creerlo del todo.

—En realidad, la perra se llama Birdie —dijo él con expresión de desdén—. Se lo puso mi madre.

—Apuesto a que son encantadores. Los perritos.

—¿Quieres verlos?

—¿Podría? —Stacie se enderezó en el asiento.

—Si no te importa viajar por carretera un rato —comentó él—. Mi rancho está a sesenta kilómetros.

Josh, con sutileza, estaba haciéndole saber que si accedía, pasarían el resto del día juntos. Y ofreciéndole la oportunidad de rechazarlo. Stacie no lo dudó, adoraba a los perritos. Y estaba pasándolo bien con él.

—Hace un día precioso —dijo, sin mirar al cielo—. Perfecto para conducir un rato.

—No intentes engañarme —sonrió él—. Te da igual conducir un rato o el tiempo. Sólo te interesan los perritos.

—No, no —Stacie intentó mantener el rostro serio, pero se echó a reír.

Estaba claro que la entendía muy bien. Deseó que su interés se limitara de verdad a los perritos. Porque si no era así, iba a tener problemas.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

JOSH aparcó ante su envejecida casa y se preguntó cuándo había perdido el sentido común. Tal vez al ver a la belleza morena sentada en el porche y sentir un pinchazo de atracción. O cuando había empezado a hablar del tiempo y ella lo había escuchado con toda atención. O quizá cuando sus ojos se iluminaron como un árbol de Navidad al oírle mencionar a los perritos.

Fuera por lo que fuera, llevarla al rancho había sido un error.

La miró de reojo y vio cómo miraba a su alrededor con los ojos abiertos de par en par. Cuando su mirada se detuvo en la pintura agrietada y levantada, luchó contra el deseo de explicarle que tenía brochas, rodillos y latas de pintura en el granero para remediar eso en cuanto trasladara al resto del ganado. Pero calló.

Daba igual lo que pensara de su casa; era suya y estaba orgulloso de ella. Situada junto al límite del bosque Gallatin y en la base de las montañas Crazy, la propiedad había pertenecido a su familia durante cinco generaciones. Cuando llevó a Kristin allí, de recién casada, la casa había estado recién reformada y pintada. Aun así, ella le había puesto pegas.

—Es tan… —empezó a decir Stacie, luego se paró.

«Destartalada. Vieja. Aislada», rememoró automáticamente las palabras que su ex esposa le había lanzado cada vez que discutían.

—Impresionante —Stacie miró el prado que había al este de la casa, ya cubierto de nomeolvides azules—. Es como tener tu propio trocito de paraíso.

Josh, sorprendido, dejó escapar el aire que había estado conteniendo sin ser consciente de ello.

—Oh… —gritó Stacie, inclinándose hacia delante y apoyando las manos en el salpicadero al ver al perro de pelo corto, y tan negro que parecía azul, que se aproximaba al vehículo—. ¿Es Bert?

—Sí —Josh sonrió y paró el motor.

—Estoy deseando acariciarla.

De reojo, Josh vio que se inclinaba hacia la manija de la puerta y le sujetó el brazo.

—Espera a que te abra yo —dijo.

—No hace falta —Stacie se liberó de su mano—. Por esta vez, puedes saltarte la caballerosidad.

—No —Josh volvió a rodear su brazo con los dedos. Al ver cómo lo miraba ella, la soltó e intentó explicarse—. Bert puede ser muy territorial. Eres una desconocida y no sé cómo reaccionará.

No quería asustar a Stacie, pero la semana anterior, Bert le había enseñado los dientes a un mensajero que fue a llevarle un paquete.

—Ah —Stacie se recostó en el asiento—. Claro. No sé por qué no se me ha ocurrido.

—Seguramente no habrá problema —dijo él, molesto por el instinto protector que había surgido en él—. Pero no quiero correr riesgos.

Ella lo miró con gratitud, pero él prefirió fingir que no lo notaba. Abrió la puerta y bajó del vehículo. No necesitaba su agradecimiento. Habría hecho lo mismo por cualquier mujer, incluyendo a la anciana señorita Parsons, que le había golpeado los nudillos con una regla de madera en tercer curso. Lo haría por cualquier fémina, no sólo por una chica bonita que hacía que volviera a sentirse como un colegial.

Josh centró su atención en la perra negra y gris que tenía a sus pies, agitando el rabo como loca.

—Buena chica —se inclinó y rascó la cabeza de Bert. Había sido un regalo de cumpleaños de su madre, seis meses antes de que Kristin se marchara. A ella nunca le había gustado la perra. Lo cierto era que para entonces, a Kristin no le había gustado nada: ni el rancho, ni la casa, ni él.

—¿Puedo bajar ya?

Josh sonrió al captar la impaciencia de su voz. Descartó los recuerdos del pasado y corrió a abrirle la puerta, con Bert pegada a sus talones.

—Sentada —dijo, mirando a la perra. Bert obedeció, clavando en él sus inteligentes ojos color ámbar, con las orejas tiesas y alerta—. La señorita Summers es amiga, Bert —dijo Josh, abriendo la puerta—. Sé buena.

A pesar de la advertencia, el pelaje del cuello y el lomo de Bert se erizó cuando la morena bajó del vehículo. Josh se interpuso entre la perra y ella.

—Perra bonita —la voz de Stacie sonó grave y serena. Rodeó a Josh, dio un paso adelante y extendió la mano—. Hola, Bert. Soy Stacie.

Bert miró a Josh, luego dio un par de pasos adelante y olisqueó con cautela la mano de Stacie. Para sorpresa de Josh, empezó a lamerle los dedos.

—Gracias, Birdie. Tú también me gustas —la sonrisa de Stacie se amplió al ver que la perra seguía lamiéndola—. Estoy deseando ver a tus bebés. Seguro que son tan bonitos como su mamá.

Bert agitó el rabo de un lado a otro y Josh la miró con asombro. Para ser una mujer que había crecido sin mascotas, Stacie tenía buena mano con los animales.

—Los pastores ganaderos australianos, como se denomina su raza, tienen fama de ser listos y fieles. Son fantásticos con el ganado —Josh hizo una pausa—. Aun así, no mucha gente diría que son bonitos…

—Es muy bonita —Stacie se inclinó y puso una mano sobre las orejas de la perra, lanzando a Josh una mirada de advertencia.

—Mis disculpas —Josh se llevó una mano a la boca para ocultar la sonrisa—. ¿Quieres ver a las seis versiones en miniatura?

—¿Lo dudas? —Stacie se enderezó y le dio la mano—. Vamos.

La mano le pareció muy pequeña dentro de la suya, pero su firmeza denotaba fuerza interior. Cuando había descubierto que había sido emparejado con una de sus amigas de Denver, se había preguntado si Anna había manipulado los resultados de la investigación.

Pero empezaba a darse cuenta de que Stacie y él tenían más en común de lo que había pensado. Y le gustaba esa chica de ciudad. Por supuesto, eso no implicaba que fuera una buena pareja.

Ya había estado antes con una chica de ciudad. Se había enamorado de ella y se había casado. Pero había aprendido la lección; esa vez se guardaría el corazón para sí.

 

 

—Me siento culpable —Josh pinchó el último trozo de tarta de manzana con el tenedor—. Has pasado toda la tarde en la cocina.

Stacie tomó un sorbo de café y sonrió por la exageración. No había pasado toda la tarde en la cocina. Habían jugado con los cachorros mucho tiempo y luego Josh le había mostrado las destrezas de Bert, incluida su habilidad para atrapar un frisbee en pleno vuelo. Para entonces ambos estaban hambrientos y ella se había ofrecido a preparar la cena.

—Ya te dije que la cocina es una de mis aficiones —Stacie paladeó el denso café colombiano—. Me encanta crear algo de la nada.

—Me has impresionado —Josh dejó el tenedor sobre el plato vacío—. Esos fideos con salchicha y pimientos eran dignos de un restaurante de lujo.

—Y no hemos tenido que ir a uno —Stacie miró la moderna cocina de estilo campestre. Tras ver el exterior de la casa, había sentido cierta aprensión sobre cómo sería por dentro. Pero el interior la había sorprendido agradablemente.

Estaba bien cuidada y muy limpia. Cuando había alabado a Josh por ello, él había admitido, avergonzado, que una mujer iba durante la semana para cocinar y limpiar.

—Te habría invitado a cenar —dijo Josh, mirándola a los ojos—. Espero que lo sepas.

—Lo sé. Pero esto ha sido más divertido.

—Estoy de acuerdo —Josh sonrió y unas atractivas arrugas de expresión rodearon sus ojos. Apartó su silla—. ¿Qué te parece que tomemos el café en la sala?

Stacie se levantó. Miró los platos que había en el fregadero y luego los que quedaban en la mesa.

—Ni lo pienses —Josh le puso la mano en la parte baja de la espalda y la empujó hacia la puerta—. Yo recogeré más tarde.

Momentos después, Stacie estaba sentada en un sofá de cuero borgoña escuchando a Josh terminar la historia sobre el incendio que había amenazado con destruir ciento ochenta mil acres de terreno unos años antes.

—Fui afortunado —dijo Josh—. Mi propiedad sufrió daños mínimos. Podría haber sido terrible.

—Te encanta, ¿verdad? —Stacie estudió al curtido vaquero, sentado a un palmo de ella.

—¿El qué? —ladeó la cabeza.

—La tierra. Tu vida aquí —dijo Stacie—. Lo veo en tus ojos y lo oigo en tu voz. Esto es tu pasión.

—Desde que era un niño siempre he deseado ser ranchero —se puso serio—. Esta tierra es parte de mí y será parte de mi legado.

—¿Y tus padres? —preguntó Stacie, comprendiendo que ni siquiera habían mencionado a sus familias—. ¿Están por aquí?

—Viven en Sweet River —contestó Josh—. Mi padre dirige el banco. Mi madre es jefa de enfermería en el hospital.

—Creía que habías crecido en el rancho —comentó ella, asombrada por la mención del banco y el hospital.

—Así es —aseveró él—. Pero a mi padre nunca lo atrajo. En cuanto volví de la universidad, me cedió el rancho.

—Parece que la pasión por la tierra se saltó una generación —dijo Stacie.

—Es una gran vida, pero no para todo el mundo —Josh se encogió de hombros.

Stacie deseó que su familia tuviera esa misma actitud. Eran incapaces de entender que sus gustos e intereses no eran los de ella. Por eso había dejado Michigan para estudiar en Denver y se había quedado allí después de licenciarse.

La brisa que entraba por la puerta mosquitera del patio llevó consigo el aullido de un coyote en la distancia. Stacie se estremeció.

—Esto es tan silencioso, está tan aislado… ¿No te sientes solo a veces?

—Tengo amigos —la sonrisa que había acariciado sus labios casi toda la velada desapareció; tensó los hombros—. Veo a mis padres al menos una vez a la semana.

—Pero vives solo —Stacie no sabía por qué insistía en el tema, pero la respuesta le parecía importante—. A casi una hora de la civilización.

—A veces me siento solo —dijo él—. Pero cuando tenga mi propia familia, será distinto.

—La soledad me volvería loca —Stacie tomó un sorbo de café—. Necesito a la gente. Cuanta más, mejor.

—Es importante saber lo que uno quiere y lo que no —apuntó Josh, inexpresivo—. Necesito a una mujer que pueda ser feliz con este tipo de vida.

—Táchame de la lista —dijo Stacie con voz risueña.

—Nunca me han gustado las listas —afirmó Josh, sin dejar de mirarla.

A pesar de que era obvio que no quería herir sus sentimientos, Stacie supo que él ya había decidido, como ella. Pensara lo que pensara el ordenador, Josh y ella no cabalgarían juntos hacia el ocaso.

Tomó otro sorbo de café, sintiendo cierta tristeza por ello, aunque no tenía ningún sentido.

—Lo bueno es que nuestra primera cita aún no ha terminado y ya sabemos que no va a funcionar.

—¿Qué tiene eso de bueno?

—No tenemos que perder tiempo… —empezó ella, que intentaba ver el lado positivo.

—¿Estás diciendo que lo de hoy ha sido una pérdida de tiempo?

—No, pero… —soltó el aire con exasperación.

—Yo no creo que lo fuera en absoluto —dijo él—. No recuerdo la última vez que lo pasé tan bien o comí una cena tan deliciosa.

Sonrió y el corazón de ella se saltó un latido. Nunca había pensado que un vaquero pudiera ser tan sexy. Dejó la taza en la mesa.

—Es hora de que vuelva a casa.

—Aún no —Josh se inclinó hacia delante y tocó su rostro con suavidad, deslizando un dedo por la curva de su mandíbula.

«Va a besarme. Va a besarme. Va a besarme», repitió ella mentalmente, como un mantra.

Se dijo que debía apartarse, poner distancia entre ellos. Decir que no. Al fin y al cabo, era amigo de Anna y estaba buscando a alguien especial. Pero en vez de alejarse, se inclinó hacia la caricia, sintiendo un cosquilleo en el cuerpo.

Él se acercó más. Y más aún. Tanto que pudo ver las chispas doradas de sus ojos y sentir su aliento en la mejilla. Ya saboreaba mentalmente el sabor de sus labios cuando él se echó hacia atrás con brusquedad y dejó caer la mano.

—Eso no sería buena idea.

Ella se desinfló por dentro, como una niña a quien le hubieran quitado su juguete favorito. Se miraron unos segundos.

—Tienes razón —aceptó ella—. Es tarde. Debo volver a casa.

Se puso en pie y él no intentó detenerla. Para cuando llegó a la puerta, su corazón había recuperado el ritmo habitual. Se detuvo en el porche e inhaló el fresco aire de la montaña, esperando que aclarase sus pensamientos. Había caído la noche, pero se veía muy bien gracias a la brillante luna y el cielo tachonado de estrellas.

Por el rabillo del ojo, vio a Bert cruzar el jardín, corriendo hacia ella. Se le levantó el ánimo y se detuvo en el último escalón para darle un abrazo de despedida. Bert correspondió frotando la nariz húmeda contra su mejilla. Stacie se rió y le dio un último abrazo.

Cuando se irguió, vio que Josh la contemplaba.

—¿Qué puedo decir? Los animales me adoran.

—No me extraña —farfulló él entre dientes. Stacie no supo si lo había oído bien.

El todoterreno estaba a unos veinte pasos, pero a ella se le hicieron eternos. Pronto descubrió que los tacones de sus sandalias y el camino de gravilla no eran buena combinación. Además, cada vez que daba un paso, Bert la empujaba en dirección a Josh.

Josh se inclinó por delante de ella para abrirle la puerta del acompañante. Stacie inhaló el aroma especiado de su loción para después del afeitado y sintió el anhelo de jugar a «besar al vaquero».

Pero en vez de rendirse a la tentación dio un paso atrás, incrementando la distancia entre ellos. Estaba felicitándose por su sentido común cuando unos dientes agudos se clavaron en su talón. Chilló y saltó hacia delante, chocando con el ancho pecho de Josh.

—¿Qué ocurre? —Josh la envolvió en un abrazo protector, con expresión preocupada.

—Birdie me ha mordido el talón —Stacie giró la cabeza y miró con reproche a la perra.

El animal ladeó la cabeza y agitó el rabo de lado a lado, muy despacio. Su boca se curvó hacia arriba hasta dar la impresión de que sonreía.

—Morder talones es una de sus maneras de reunir al ganado —explicó Josh en tono de disculpa—. Es su naturaleza.

—Pues no me gusta esa parte de su naturaleza —Stacie agitó el dedo ante Bert—. No vuelvas a hacerlo.

La perra la miró un momento, después alzó una pata y se la lamió.

—Lo siente mucho —dijo Josh con una sonrisita.

—Ya, claro —Stacie casi pensó que la perra quería verla en brazos de Josh y había hecho lo posible para conseguir su propósito.

—Nada te hará daño nunca —dijo Josh con ojos oscuros e intensos—. No en mi presencia.

—¿Estás diciendo que el vaquero me protegerá de la gran perra mala? —bromeó ella, burlona.

—No lo dudes —miró sus labios.

Aunque sabía que estaba jugando con fuego, Stacie le rodeó el cuello con los brazos y pasó los dedos por su espeso cabello ondulado.

—Lo que me gustaría saber es quién va a protegerme de ti.

No supo si él había oído la pregunta. Porque apenas había abandonado sus labios cuando la boca de Josh se cerró sobre ellos.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

LA besaste? —Seth Anderssen soltó una carcajada que resonó por todo el café Coffee Pot.

Josh hizo una mueca y cerró los dedos alrededor de la taza, deseando haber mantenido la boca cerrada. Al fin y al cabo, Anna, la hermana de Seth, era amiga de Stacie. Si Seth le decía que había comentado su cita, podía llegar a oídos de Stacie. Y ella podría suponer, erróneamente, que estaba interesado.

No lo estaba, en absoluto.

—¿Volvió a entrar en la casa? —preguntó Seth en un tono de voz exageradamente inocente—. ¿Para que pudierais empezar a conoceros mejor?

—¿Estás preguntándome si me acosté con ella? —Josh se enfrentó a los ojos azules de su amigo.

Aunque no había nadie cerca, Josh había bajado el volumen de su voz. El fracaso de su matrimonio había sido la comidilla del pueblo mucho tiempo y no pensaba repetir la experiencia.

—¿Lo hiciste?

—Claro que no —contestó Josh con voz firme, para no dejar lugar a dudas—. Acabábamos de conocernos. Además, no es mi tipo. Y yo no soy el suyo. Me lo dijo.

—Eso cuéntaselo a quien pueda creérselo —dijo Seth con una sonrisa ladeada.

—Es amiga de Anna —Josh recalcó cada palabra, irritado por las mofas de su amigo, sin saber por qué. A Seth siempre le había gustado pincharlo. Era una actitud habitual en él.

—También es muy bonita —señaló Seth.

—Es una chica de ciudad. Una flor de invernadero, inadecuada para este clima.

«Igual que Kristin», pensó para sí.

—A veces esas variedades híbridas dan sorpresas…

—Entonces, sal tú con ella… —Josh se calló al darse cuenta de que la idea de que Stacie saliera con Seth lo incomodaba en cierto modo.

—No soy su pareja perfecta —Seth tomó un sorbo de café—. Tú sí.

Las palabras flotaron en el aire un momento.

—No creo en eso —protestó Josh—. Piensa en Kristin y en mí. Todos decían que éramos la pareja perfecta. No duramos ni tres años.

Aunque había comprendido que estaban mejor separados, el fracaso de su matrimonio seguía irritándolo. Había pronunciado sus votos muy en serio y había estado dispuesto a hacer lo que fuera para que funcionase. Pero había descubierto, de la peor manera, que para que un matrimonio tuviera éxito, ambas partes debían ser partícipes de ese compromiso.

—Eso es porque a ti y a la bruja malvada no os emparejó un ordenador.

—No digas chorradas. Crees en eso tan poco como yo.

—Rellené los cuestionarios, ¿no?

—Sólo porque sabías que Anna no te dejaría en paz si te negabas.

—Hablando del rey de Roma… —Seth miró hacia la puerta—. Tenemos compañía.

Josh supo, sin girar la cabeza, quién estaba allí. El ruido de los tacones había sido la primera pista. El leve olor a jazmín, mezclándose con el de la comida grasienta del café, fue concluyente.

—Stacie, Anna, ¡qué sorpresa! —Josh empezó a levantarse, pero Anna hizo un gesto negativo.

—Tranquilo. No vamos a quedarnos. Vi la furgoneta de Seth aparcada en la puerta y quería hacerle una pregunta rápida.

—¿Qué puedo hacer por ti, hermanita? —Seth se recostó en la silla y se llevó la taza a los labios.

—Necesito más hombres —Anna miró de reojo a Stacie—. Es decir, necesitamos más hombres.

—Siento que Josh no fuera lo bastante hombre para ti —dijo Seth con voz compasiva, mirando a Stacie.

Josh le lanzó una mirada fulminante. Los ojos de Seth chispearon.

—Yo no he dicho eso —las mejillas de Stacie adquirieron un favorecedor tono rosado.

—Seth es un bromista —la tranquilizó Josh con una sonrisa. Odiaba verla incómoda. Su expresión preocupada hacía aflorar su instinto protector y deseó tomarla en brazos…

Atónito, controló sus pensamientos diciéndose que no eran más que una reacción a su aspecto.

Estaba tan bonita como los jacintos silvestres que alfombraban su prado. En vez de llevar pantalones vaqueros, como la mayoría de las mujeres de Sweet River, llevaba unos pantalones cortos del color del cielo de verano y una blusa suelta y sin mangas, blanca, con algo azul debajo.

Aunque los pantalones le llegaban a medio muslo y la blusa era discreta, Josh recordó la sensación de ese cuerpo contra el suyo. De hecho, aún saboreaba la dulzura de sus labios y la caricia de su sedoso cabello en la mejilla.

—Por mí, de acuerdo —dijo Seth—. ¿Qué dices tú, Josh?

Josh volvió a centrar su atención en las tres personas que lo contemplaban, expectantes. Pensó que podía admitir que su mente había estado divagando por un camino sin salida o aceptar. Al fin y al cabo, Seth ya había accedido.

—Me parece bien —dijo.

—Fantástico —Anna sonrió—. Os veremos a las ocho.

Una vez concluida su misión, las mujeres fueron hacia la puerta levantando miradas de admiración a su paso.

—Podría resultar interesante —dijo Seth.

—¿El qué?

—Ya sabía que no estabas escuchando.

A Josh no lo preocupó la sonrisa irónica de Seth, sino el brillo travieso que vio en sus ojos.

—Suéltalo —lo urgió, con el estómago encogido.

—Anna quiere que convenza a más tipos para hacer el cuestionario —dijo Seth—. La mayoría de los rancheros de la zona irán al baile de esta noche. Le he prometido buscar candidatos.

—¿Así que sólo tenemos que reclutar? —Josh sintió una oleada de alivio. Su imaginación se había desbocado un segundo.

—Eso es lo que tengo que hacer yo —recalcó Seth—. Tú tienes una tarea distinta.

—¿Cuál es? —Josh se quedó inmóvil. Tenía la extraña sensación de que debía preocuparse.

—Escoltar a Stacie al baile —Seth hizo un gesto a la camarera para que sirviese más café—. Anna cree que cuando los tipos vean lo bien que te emparejaron, querrán participar.

 

 

—No me veo bien —Stacie se miró al espejo y arrugó la frente. Con pantalones vaqueros y una camisa de manga larga con botones de perla, parecía una extra de una película del Oeste, en vez de una elegante mujer del siglo xxi.

—Lo sabía —Anna miró los pies de Stacie y las botas Tony Lama que habían comprado en el pueblo—. Ya te dije que sería mejor comprar medio número más…

—Me están bien —la tranquilizó Stacie, presurosa.

Si las botas eran de rigor en los bailes del Oeste, había encontrado unas perfectas para ella. Las de cabritilla de color rosa eran las más bonitas que había ofrecido la tienda.

—Vale —Anna ladeó la cabeza, confusa—. Si no son las botas, ¿qué es lo que falla?

—Yo. Josh —todos los miedos que habían inquietado a Stacie desde que oyó el plan de Anna, salieron a la luz—. El que vayamos juntos al baile. No quiero hacerlo.