Tamara Gutiérrez Pardo
EL ÁRBOL DE LOS ELFOS
(Y CUATRO PRUEBAS AL AMOR)
Primera Prueba
El paraíso oculto
© Tamara Gutiérrez Pardo
© El Árbol de los Elfos (y cuatro pruebas al amor). Primera Prueba. El paraíso oculto
ISBN papel: 978-84-685-4515-8
ISBN ePub: 978-84-685-4804-3
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Siempre me preguntaba cuándo encontraría al amor de mi vida.
Y llegaste tú.
Siempre me preguntaba qué se sentiría cuando el corazón siente con toda su fuerza, cuando ama con toda su intensidad, con toda su alma.
Y llegaste tú.
Siempre me preguntaba qué se sentiría cuando alguien te abraza y te besa con todo el amor del mundo, entregándotelo todo, entregándotelo hasta con el más mínimo gesto.
Y llegaste tú.
Siempre me preguntaba cuándo llegaría un ángel que me salvara, que velara por mí, mi ángel.
Y llegaste tú, Julia.
Mi niña preciosa. Decir que te quiero es poco, ninguna palabra, por rebuscada que fuera, podría describir lo que yo siento por ti. Eres mis alas de ave Fénix. Eres parte de mí, de mis entrañas, de mi alma. Para siempre.
Eternamente.
Te quiero.
También va dedicado a mi otro ángel, a mi ángel de la guarda: mi padre. Papá, tú siempre estás en mis pensamientos, siempre. Allá donde estés (que sé que es junto a mí), te quiero.
— PRÓLOGO —
El mundo ya había dejado de ser lo que era desde hacía muchos años. Eso es lo que siempre me decía mi tía, pues yo apenas tenía recuerdos de lo que era un árbol, el mundo que yo conocía era muy distinto. Incluso mi propia tía, ya en sus años jóvenes, había visto cómo los bosques, otrora frondosos y espléndidos ante nuestros antepasados, se habían ido extinguiendo a manos de los humanos. A pesar de los avisos, de las advertencias de la Tierra, de nuestros consejos, ellos habían desafiado a la Madre Naturaleza con su modo de vida egoísta, inconsciente y egocéntrico, la habían herido de muerte. Los elfos habíamos hecho todo lo que había estado en nuestra mano, pero una vez iniciado el desastre, ni siquiera nuestra magia pudo hacer nada.
El fin del mundo parecía estar cerca.
Con el paso del tiempo, y el calentamiento global, la lluvia había dejado de visitarnos, su agua cada vez caía con menos frecuencia, por todo el mundo, dando paso a largos periodos de sequía donde los exiguos bosques que a duras penas sobrevivían habían sido arrasados por el fuego. Las consecuencias de la sequía y los incendios no se hicieron esperar. El agua dulce escaseaba. Rápidamente, la hambrienta e insaciable deforestación lo invadió todo. Los terrenos se habían vuelto áridos, infértiles, sedientos, la mayoría de los árboles habían desaparecido por todo el mundo y las limitadas plantas no suplían su ausencia. Sin agua, no había tierra fértil; sin tierra fértil, no había árboles; y sin árboles, no había oxígeno, la atmósfera había perdido su equilibrio y no llovía. Era un bucle vicioso.
El desabastecimiento, tanto de alimentos como de medicamentos, aumentó la desigualdad social y la corrupción, y el agua se convirtió en el bien más codiciado del mundo, más incluso que cualquier otro metal precioso. Los humanos ricos se hicieron más ricos al apoderarse de esos nuevos tesoros, dando lugar a peligrosas mafias que comerciaban con el agua y las drogas, por lo que el mundo quedó a merced de su dictadura y corrupción, ni siquiera la policía y los gobiernos quedaron fuera de sus hilos.
Para cuando la raza humana acudió a los elfos voluntariamente, ya fue demasiado tarde.
Muertos los bosques, nuestros hogares también se vieron afectados y tuvimos que desplazarnos hasta las ciudades más respirables de los humanos. A nosotros no nos pusieron impedimentos, los elfos no nos inmiscuímos jamás en la vida de la raza humana a no ser que nos pida ayuda, y lo más importante, temen nuestra magia, pero a cambio los humanos, humanos de buen corazón que luchaban por sobrevivir, humanos que no querían ser arrastrados por esa marea de maldad, pidieron nuestra protección. Los elfos no podíamos negarnos, así lo decretaban nuestras leyes. Además, el caos, la corrupción, la delincuencia y la masacre reinaban por doquier, por lo que el Consejo de los Elfos decidió aceptar esa demanda, por su bien y el nuestro.
Para un elfo, las plantas, los árboles, los bosques, la naturaleza, es lo más sagrado que existe. Aunque las mafias seguían gobernando en la raza humana llevándola por el sendero de su propia autodestrucción, los elfos tuvimos que tomar una decisión por el bien común. Conseguimos reunir los pocos árboles que quedaban por zonas, limitando el número de ciudades habitables. De esa manera, se hizo un reparto más justo del oxígeno que beneficiaba a todos. A estas ciudades se las llamó Ciudades Oxígeno; fuera de estas lindes, el aire era irrespirable. La magia élfica alimentó a los árboles para aumentar su fotosíntesis y los mantuvo sanos, creando también unas burbujas sobre esas urbes que sostenía el ciclo del aire, y los humanos y los elfos fueron redistribuidos dentro de dichas Ciudades Oxígeno. Fue una solución urgente y efectiva, pero todos sabían que era un parche que no duraría para siempre. Nuestra magia solo podía mantener cierto número de árboles durante un periodo de tiempo limitado, y solo podía hacerlo sin que llegaran a florecer, por lo que nunca obteníamos semillas que luego pudiéramos plantar. Además, muchos de esos árboles ya estaban envejeciendo y enfermando, estaban muriendo a pesar de la magia.
Solamente había una esperanza, una esperanza casi utópica, una leyenda de la que todos los elfos habían oído hablar pero que jamás habían visto con sus propios ojos. Un árbol, el árbol de los árboles, el árbol progenitor de todos aquellos árboles que una vez habían poblado el planeta, el árbol que nuestros primeros ancestros habían ocultado durante siglos para su protección, tanto, que ni siquiera los elfos actuales sabíamos dónde se hallaba: el Árbol de los Elfos.
Por esa razón, y siempre bajo la vital fe de que la Madre Naturaleza se reconciliara con el ser humano, se creó el Cuerpo de Buscadores del Árbol, elfos cualificados enviados por todo el mundo para encontrar el más mínimo resquicio o brote del Árbol de los Elfos que pudiera resurgir de la árida tierra.
Nosotros, los Guerreros Elfos, éramos los elegidos para custodiar el proyecto. Siempre atentos. Siempre esperando a que saltara el protocolo.
Como mi corazón, siempre esperando a otro tipo de protocolo.
El fin del mundo parecía estar cada vez más cerca, sí, pero pronto ese protocolo saltaría.
Y mi corazón también.
— TE AMO —
JÄN
El barrio hoy parecía más apagado de lo normal. Quizá se debiera a la eterna contaminación que la engullía. Quizá fueran los edificios grisáceos. O quizá simplemente se debiera a que todavía arrastraba el cansancio por la Competición Anual celebrada ayer mismo.
Fuera lo que fuere, no dejaba de tener un frío presentimiento.
—¿Subimos a mi casa? —me propuso Rilam, sugerente.
Su voz, y esa proposición implícita, me sacó inopinadamente del saco de pensamientos que llevaba todo el camino apretándome y engulléndome. Reparé, entonces, en que nos habíamos detenido frente a su portal.
Otro sentimiento, este de inquietud y culpabilidad, empezó a amordazar a mi corazón y a mi estómago. Era una sensación demasiado conocida para mí, me había acompañado durante los últimos meses.
Miré nuestro amarre y no pude evitar sentirme triste una vez más. Últimamente no dejaba de preguntarme por qué seguía agarrando esa mano. Pero ahí estaba, dejando que Rilam la sujetara, como siempre. ¿Por qué seguía haciéndolo? Querer le quería, sí, pero… No era con él con quien sentía una complicidad completa.
Sin darme cuenta, la respuesta a su proposición salió directa de mi boca.
—¿Y Noram?
—¿Noram? ¿Acaso quieres que hagamos un trío con él? —bromeó, riéndose.
El color rojizo tiñó mis mejillas automáticamente, pero no por por esa ecuación de tres, sino por una ecuación de dos donde solo había espacio para Noram y para mí. Solo esbozar que unía mis labios a los suyos desataba todo un frenesí descontrolado por mi cuerpo.
Pero esto, ese tipo de sentimientos y sensaciones hacia Noram, cuchicheadas en mi mente como un alto secreto de Estado, tampoco era nada nuevo para mí. Ya era una experta en manejarlas y ocultarlas.
—No seas idiota —solventé, dándole un manotazo en el brazo—. Me refiero a si no has quedado con él.
—¿Noram no te lo ha dicho? —se extrañó mi novio de pronto.
—¿El qué?
—Que se va hoy.
La floja sonrisa que sostenía mi cara se fue descolgando paulatinamente.
Ese mal presentimiento aumentó su acción ácida y correosa.
—¿Se va? ¿Otra vez? ¿Y cuándo… cuándo va a volver? ¿Te lo ha dicho?
Rilam me miró con mucha pena.
—Ya no va a volver, Jän.
El presentimiento explotó y la conmoción me paralizó.
—¿Cómo? —musité sin apenas voz.
—Por cómo me lo dijo me dio la sensación de que su intención es no regresar. Creo que esta vez ese loco quiere irse definitivamente. —Rilam suspiró, triste por la marcha de nuestro mejor amigo.
—Pero eso no puede ser… No… no me ha dicho nada.
—Creía que te lo había dicho, que ya se había despedido de ti —la extrañeza volvió a pulular por el rostro de Rilam.
—No me ha dicho nada —exhalé, a punto de echarme a llorar, mientras metía los dedos entre los mechones de mi frente.
No, Noram no podía irse para siempre. Yo… No podía vivir sin él.
—Pues no entiendo por qué.
Y yo tampoco lo entendía. Siempre que había partido a una de sus aventuras se había despedido de mí. ¿Por qué no lo había hecho ahora? Eso solo podía significar una cosa: que sí se iba definitivamente. Se iba de verdad.
—¿A qué hora se va? —pregunté, inquieta.
—Su tren parte a las cinco.
—¿A las cinco? —Miré la hora en el holograma que apareció en mi muñeca. Eran menos veinte.
—¿Quieres subir y tomarte una tila? —inquirió Rilam—. Te veo un poco alterada por todo esto.
¿Cómo no iba a estarlo? El amor de mi vida se iba para siempre. Puede que no volviera a verle jamás.
Sí, el amor de mi vida, Noram era el amor de mi vida, no podía ocultarlo más.
Entonces, la urgencia lo encajó todo en su sitio, casi de malas maneras para que me espabilara de una vez. Plac, plac, plac. Una a una, todas las placas que necesitaba para infundirme fuerzas y confianza fueron colocándose en su lugar, encajando a la perfección, ensamblándose a fin de indicarme una ruta, un camino a seguir. Mi camino, mi verdadero camino. Ahora podía expresarlo libremente en mi cabeza, ahora podía tomar la decisión correcta, la decisión que debía de haber tomado hace mucho tiempo, sin remordimientos, con resolución. Ahora tenía el suficiente valor como para tomar las riendas de mi vida. Sí, ahora podía gritarlo en mi corazón. Amaba a Noram, estaba locamente enamorada de él. Solo de él. Desde siempre. Este asunto me había atormentado durante meses, me sentía culpable y mal por Rilam, pero ahora ya no podía detenerlo, esos sentimientos acababan de rebelarse y habían salido disparados de la jaula en la que habían estado encerrados.
Verlos tan claros, tan nítidos, hizo que otro rayo fulminante de determinación me arrebatara la poca razón que me quedaba. Sabía que después le debería una conversación y una explicación a Rilam por lo que iba a hacer, por la decisión que acababa de tomar, pero ahora mismo no tenía tiempo. Los minutos corrían y Noram se iba a marchar.
—Tengo que irme —dije, más nerviosa todavía, soltándome de la mano de Rilam.
—¿No prefieres subir y tomarte esa tila? —volvió a proponerme él, preocupado por mi estado.
Odiaba verle así, porque le quería, era un chico maravilloso, no se merecía lo que iba a hacerle, no quería que se inquietara por mí. Ahora que al fin había tomado la decisión, muy pronto hablaría con él para dejarle, ya iba a pasarlo bastante mal, de modo que intenté que no se notara la angustia que me azotaba por dentro por toda esta situación.
—No, no te preocupes por mí. Pero ahora tengo que irme, en serio, tengo cosas que hacer.
—De acuerdo —aceptó él, un poco más tranquilo—. Nos vemos mañana, entonces.
Los planes que yo tenía con él ante ese «mañana» provocó que mi garganta se anudara con fuerza. Pero no podía evitarlo, no podía alargar más esta zozobra que estrujaba mi corazón cada noche, cada día.
Rilam se acercó un paso, pero no dejé que me besara. Me retiré sutilmente antes siquiera de que hiciera el amago y comencé a caminar de espaldas para despedirme.
—Hasta mañana.
—Hasta mañana —se despidió él, un tanto desconcertado por mi actitud.
Me di la vuelta para no tener que ver esa expresión que aguijoneaba mi pecho y no miré atrás. Tenía algo más urgente e importante que me reclamaba al cien por cien.
«Lo siento», lloré en mi mente. «Lo siento mucho, Rilam».
Noram me esperaba… Tenía que llegar a tiempo a la estación. En cuanto crucé la esquina, empecé a correr, desesperada.
¿Por qué se iba así, sin despedirse de mí? ¿Por qué se iba para no volver? No, no podía hacerlo sin que supiera lo que sentía por él, necesitaba decirle la verdad.
Miré el holograma del reloj y mi nerviosismo aumentó. Quedaban poco más de diez minutos para que ese tren partiera con el amor de mi vida.
¡No, no!
Pegué un acelerón, hasta que mis piernas parecieron volar. El espeso aire de la carrera azotaba mi semblante y mi cabello, pero eso no me detuvo, como tampoco lo hicieron los transeúntes que se iban interponiendo en mi camino y a los que tenía que esquivar continuamente para no llevármelos por delante. Las calles se movían arriba y abajo, hasta que terminaron por ser como las manchas de un lienzo.
Divisé la calle previa a la estación y me dirigí en esa dirección, con el corazón retumbando en mi pecho a mil por hora. Salté a la calzada sin mirar, decidida a llegar lo antes posible.
Sin embargo, de repente, un frenazo justo a mi lado llamó mi atención demasiado tarde. Ni siquiera tuve tiempo de usar mi don. Acto seguido sentí el tremendo impacto del coche en mi cuerpo, el golpe contra el parabrisas, y de pronto me vi volando sobre el vehículo. Cuando por fin regresé al suelo lo hice con otro impacto, para acabar rodando por el asfalto.
Durante un momento mis oídos dejaron de escuchar, tan solo podía oír un zumbido, un pitido agudo y doloroso. Segundos después mi cerebro volvió a ubicarse y mis oídos recuperaron su función. Los gritos asustados de la gente que se agolpaba a mi alrededor también me espabilaron. Un hombre me daba palmadas en el rostro con un semblante desencajado y aterrado. Se alivió al ver que me incorporaba, seguramente también tenía más color. Era el conductor.
—¡Oh, Dios mío! —gimoteó, estudiándome frenéticamente—. ¡¿Estás bien?! ¡Te llevaré al hospital! ¡Lo siento, no te vi venir! ¡Saltaste como una loca sobre el coche!
Por fortuna, mi condición de elfo me hacía muy fuerte, pero mi condición de Guerrera Elfo aún más. No me había roto ningún hueso. Mañana tendría un par de magulladuras, nada más.
Pero sí había una cosa que me dolía de verdad: la posible pérdida de Noram. Temblando por los nervios de la prisa, volví a comprobar la hora en el holograma de mi muñeca. Me eché a llorar con las manos en la cabeza, pero no por el atropello. Eran menos cinco. Tenía que llegar a Noram como fuera.
Me levanté al instante, magullada y dolorida, y comencé a correr de nuevo.
—¡¿Oye, adónde vas?! —gritó el conductor—. ¡¿Estás loca?! ¡Maldita elfo! ¡Si estás bien arréglame el coche!
Al fin llegaba a la acera, donde solo tuve que girar la calle para tener la estación enfrente.
La puerta giratoria se desplazó con demasiada lentitud, en mi opinión. Observé las pantallas holográficas frenéticamente, pero no sabía qué buscar. ¿Qué demonios estaba buscando, si no tenía ni idea de adónde se dirigía Noram?
Corrí por la estación desesperada, llorando, buscando por todos los andenes, desolada ante la sola idea de haber llegado demasiado tarde. Hasta que vi que el holograma de la azafata con su excelsa amabilidad y su sonrisa perpetua anunciaba la próxima salida:
«Señores pasajeros, el tren con destino a la frontera sur partirá en un minuto. Diríjanse al andén cuatro de inmediato, por favor. Señores pasajeros, el tren con destino a la frontera sur partirá en un minuto. Diríjanse al andén cuatro de inmediato, por favor. Gracias».
Ese era el tren de Noram. Un minuto, ¡un minuto!
Giré sobre mi mísma buscando ese dichoso andén con un barrido de mi vista. Y lo localicé. Estaba muy cerca, podía ver el tren con forma de bala estacionado a unos pocos metros.
Y también vi a Noram.
Acababa de levantarse del banco metálico y estaba cogiendo su mochila para colgarla al hombro.
Mi corazón se desencajó de su sitio, alocado, desbocado.
—¡Noram! —le llamé mientras ya me acercaba a él a toda velocidad—. ¡Noram!
Los viajeros que se agolpaban frente a las puertas me miraron con curiosidad. Noram también escuchó mis gritos y se giró, asombrado por verme allí.
—Jän —jadeó.
Llegué a él como una exhalación y me abalancé sobre su fuerte pecho. La mochila se cayó al suelo. Noram se vio inicialmente sorprendido por mi acción, aunque sus brazos pronto me abrazaron, y Dios mío, qué bien se estaba ahí…
—¿Qué haces aquí? —murmuró, si bien me apretó contra él.
Me estremecí, toda mi alma lo hizo. Sin embargo, tuve que soltarme para poder hablarle mirándole a los ojos.
—¿Ibas a marcharte sin despedirte de mí? —le reproché, visiblemente dolida y aún conmocionada.
—Venga, ¿a qué viene tanto drama? —bromeó.
—¿Por qué te vas así? Rilam me ha dicho que te vas para no volver. ¿Es eso verdad? ¿Piensas largarte y no volver?
Al ver que su broma no había surtido efecto, Noram se puso más serio.
—Vamos, Jän, no me lo pongas más difícil —me pidió, y la tristeza que sentía realmente afloró en esa mirada que agonizaba en la mía.
—No te puedes ir, no puedes dejarme así —susurré. Mis ojos ya no aguantaron más y las lágrimas, antes rebosantes, saltaron al vacío, como mi corazón, como mi alma—. Te quiero.
Noram se quedó paralizado, pero reaccionó.
—Yo también te quiero, Jän —contestó, intentando restarle importancia con un desenfado malogrado.
—No finjas más, sabes a qué me refiero. —Le clavé la mirada y por fin dejé que mi corazón fluyera libre, sin ataduras, sin velos ni camuflajes, sin secretos—. Te amo, estoy enamorada de ti, Noram, desde siempre.
La parálisis de Noram fue todavía mayor. Nos quedamos quietos, con los ojos enganchados, maravillados. Ambos sentimos la electricidad de la atracción rodeándonos, las gigantescas ansias por besarnos. Sin embargo, ninguno se movió.
El pitido que anunciaba la inminente salida del tren resonó en los altos y abovedados techos de la estación.
—Yo también estoy enamorado de ti, te amo con toda mi alma, desde la primera vez que te vi.
Esa confesión susurrada y emocionada se clavaría en lo más hondo de mi ser para el resto de mi vida. Pero su rostro atormentado no me indicaba que fuera a cambiar nada. Por supuesto sabía que esa posibilidad estaba ahí, conocía a Noram muy bien, sabía de sus ansias de aventura, lo mucho que le gustaba su independencia y libertad, pero aun así no pude evitar sentir un desgarro en el pecho, porque también sabía cuál era la principal razón de que se fuera de este modo.
—Por eso mismo tengo que irme, Jän, no puedo seguir aquí —dijo, tomando aire profundamente para hacerse el fuerte.
—Noram —lloré.
—Tú tampoco quieres hacerle daño a Rilam, ¿verdad?
—No, claro que no.
No quería hacerle más daño del que ya le haría cuando cortara con él.
—Es mejor que ponga tierra de por medio y no sepa nada de esto. Si se entera, le destrozaremos.
Sobre todo cuando rompiera con él. Si Rilam se enteraba de que había sido por Noram…
—De acuerdo —acepté, derramando más lágrimas cuando bajé los párpados.
—No llores, por favor, no puedo soportarlo —me rogó con un nudo en la garganta, y sus cálidas manos envolvieron mis mejillas para enjugarlas.
Las sujeté, acariciándome con ellas.
—No te vayas, no tienes por qué irte —supliqué.
—No puedo. No puedo soportar más esta situación. Si me quedo terminaré volviéndome loco —exhaló con dolor, retirando las manos de mi rostro con suavidad y dulzura. Nuestras manos se quedaron enganchadas. Al tiempo, el pitido sonó por última vez—. Tengo que irme.
Retrocedió un paso, observándome concienzudamente. Observándome por última vez.
—Noram —sollocé, estirando el brazo para que no se soltara de mi mano.
Noram tragó saliva, y se notó cuánto le costó.
—Adiós, Jän —dijo con la voz quebrada a la vez que dos lágrimas resbalaban por sus mejillas.
Mis dedos ya no pudieron retenerle más. Se soltaron con un martirio mutuo que casi podía palparse.
El chico al que amaba con toda mi alma se forzó a dar otro paso más, y otro, sin dejar de mirarme, impregnando sus retinas con mi imagen, y se dio la vuelta, subiendo al tren con rapidez, escondiéndose de mi vista para que la agonía no se alargara más.
Me quedé mirando cómo se cerraban las puertas y cómo el tren empezaba a arrancar. Cuando me di cuenta, el ferrocarril recorría el túnel con su ultrasónica velocidad, apenas era una luz que se alargaba en la negrura.
Y, con ella, Noram acababa de desaparecer de mi vida.
Lo que no sabía es que su marcha podía hacer que yo me muriera. Que toda mi alma lo gritaría, que su lejanía podría marchitarme poco a poco, hasta deshacerme completamente, hasta extinguirme como la misma Tierra.
Y, sin embargo, esa vez, le había dejado partir.
— LA COMPETICIÓN ANUAL —
UN AÑO DESPUÉS
Ya se oía el bullicio del público desde la sala de espera, y eso me ponía muy nerviosa. La amplia cristalera ofrecía una panorámica de las gradas al completo. Estaban a rebosar de elfos, todos celebrando discretamente este día. Charlaban y reían, comedidos y elegantes, al tiempo que tomaban una copa de vino, champán o simplemente bebían de su sano botellín de agua. La Competición Anual era muy importante. Hoy, aquí en Krabul, la capital mundial de los elfos, se iba a decidir quién iba a ser el líder de los Guerreros Elfos durante este año. Ya sabía que no iba a ser yo, pero eso no quitaba para que mi instinto competitivo de guerrera no estuviera con el piloto encendido. Sin embargo, no era eso lo que me tenía tan inquieta.
—Vendrá —dijo Ela, la guerrera gato.
Me dio un pequeño respingo cuando esas palabras hicieron que mis pensamientos salieran despedidos de un empujón inopinado. Entonces, aunque mi mejor amiga ahora miraba por la cristalera, me di cuenta de que me había estado observando a mí durante largo rato.
—La verdad es que no me apetece nada encontrarme con Rilam —respondí con un suspiro.
—No me refiero a él —contestó ella sin apartar la mirada del público. Luego, sus ojos azules oscilaron hacia los míos, recordándome que ya sabían toda la verdad.
Bajé la mirada.
—Él ya no me importa. No de ese modo.
—¿Ah, no? —dudó, enarcando las cejas.
Estaba claro que no podía mentirle, me conocía demasiado bien.
—Está bien, no voy a negarlo, estoy un poco preocupada por él. —Resoplé por las narices a la par que la miraba—. Es un inconsciente, es capaz de no presentarse, y a saber qué consecuencias le traerá eso. Pero ya no estoy interesada en él, ¿vale? Sigue siendo mi amigo, pero ya he pasado página.
Ela ya estaba sonriendo, ignorando el final de mi frase, incluso su largo cabello rubio pareció relumbrar con sabiduría. Sí, Ela era muy intuitiva y observadora. Y me conocía demasiado bien.
—Vendrá —repitió para calmarme.
Sonreí, rindiéndome, pero yo no las tenía todas conmigo. Noram era un cabeza loca, era totalmente capaz de estar por ahí, en una de sus tantas andanzas o aventuras, sin siquiera pararse a recordar la Competición Anual. Seguramente no sabía ni en qué día vivía. Y si no venía, el Consejo de los Elfos le castigaría.
Berrof y Lu llegaron con un silencio que, sin quererlo, invadió la pequeña habitación1.
—Hombre, si son Jän y Ela. —Berrof sonrió educadamente—. ¿Cómo os trata la vida?
El guerrero toro era tan alto y ancho, que su espalda apenas fue capaz de encajarse en uno de los asientos del banco.
—Bien, ¿y a ti? —saludó Ela.
—No me puedo quejar, sinceramente.
Lu era la antítesis de Berrof, y cuando tomó asiento a su lado ese contraste no hizo sino quedar más marcado.
Zheoris, Krombo y Sîtra fueron los siguientes en entrar.
—Hola —saludaron, excepto Sîtra, que no hablaba y se limitó a sonreír tímidamente.
—Hola —saludamos los demás, cumpliendo con el protocolo de educación.
Como todos éramos Guerreros Elfos, nos conocíamos de la academia y la Competición Anual, por lo que teníamos un trato de total compañerismo.
Pero esto empezaba a parecerse a la sala de espera de una consulta.
Zheoris se sentó junto a Lu, mientras que Krombo prefirió quedarse de pie, contemplando el peculiar espectáculo de las gradas. Sîtra, tan tímida como siempre, se metió uno de los mechones de su pelo asalmonado detrás de la oreja y, tras echar un rápido vistazo a la habitación, optó por quedarse en una esquina.
—El público se está impacientando —apunté en voz alta en tanto lo contemplaba.
Y yo también lo estaba haciendo, aunque por otro motivo. Miré el reloj de la sala, y esa impaciencia aumentó.
Alguien de la organización se asomó de pronto por la puerta.
—¿Qué hacéis ahí? Los demás ya están abajo —nos avisó con prisas.
Automáticamente, intercambié una mirada con Ela. Si los demás ya habían llegado, eso quería decir que él puede que también lo hubiera hecho.
—¿Ya están abajo? —se sorprendió Krombo, separándose de la pared.
—Podían habernos avisado antes —protestó Zheoris, ya levantándose.
Todos nos movimos con rapidez, siguiendo al elfo de la organización. Mientras bajábamos por unas escaleras estrechas mi cerebro no paraba de rumiar y rumiar. Parecía una central eléctrica de emociones, todas encontradas y dispares. Una parte de mí se moría por reencontrarse con Noram, pero la otra estaba muerta de miedo. Desde que se había ido… No sabía cómo iba a reaccionar él, pero tampoco cómo lo haría yo. Y, en medio de todo ese cataclismo de emociones y sentimientos, se encontraba Rilam. Tampoco sabía cómo iba a reaccionar él cuando me viera de nuevo. Sabía que lo había pasado bastante mal desde que le había dejado, no quería hacerle sentir incómodo.
Suspiré. Esto era una mierda.
—Tranquila —me cuchicheó Ela.
Le sonreí. Ella siempre parecía saber lo que me ocurría; seguramente lo sabía mejor que yo misma.
—Céntrate en los combates —me aconsejó acto seguido.
En los combates. Entonces se me ocurrió que tal vez tuviera que enfrentarme a Noram; o peor, a Rilam.
Oh, qué bien, eso me tranquilizaba mucho más. Mi exnovio estaría tan enfadado conmigo, que aprovecharía para darme una buena tunda en el cuadrilátero. Qué estupendo…
Accedimos al estadio por una puerta metálica, saliendo al banquillo. Las luces blancas me cegaron durante un par de segundos, pero pronto mis pupilas se toparon con Rilam.
Bravo, la primera en la frente.
—Hola, Rilam —le saludé, cauta.
Su cabellera blanca deslumbraba a la vista debido a los focos. Se había dejado una barba descuidada, su pelo estaba despeinado y su aspecto se veía bastante desmejorado. Sus ojos de color café con leche se encontraron con los míos, serios, pero desvió el rostro en otra dirección en cuanto me vio.
Genial, aún seguía dolido conmigo. Suspiré, tratando de disimular mi malestar e incomodidad, mi culpa.
Aproveché para mirar en derredor. Mherl se ubicaba en la esquina del banquillo, sentado con las piernas cruzadas, tan elegante como siempre. Nos miró con sus ojos azules y asintió a modo de saludo. También lo hizo Tôrprof, Lugh y su inseparable Breth, quienes parecían estar totalmente sincronizados.
Pero no había ni rastro de Noram.
Empecé a ponerme realmente nerviosa. Ya no por no verle, que también, había estado esperando este día durante todo un año, sino porque esto comenzaba a ponerse muy feo para él.
—Dios, no ha llegado —murmuré para Ela.
—Eh…
La contemplé cuando vi que se quedaba sin respuesta. ¿Por qué no la tenía? Ela siempre la tenía.
—Eh… —repitió mi amiga.
El organizador observó el palco, donde se sentaba el Consejo de los Elfos al completo junto con el gobernador de la ciudad.
—Bien, venga, vamos —nos azuzó, estirando el brazo para que ya nos anunciaran por megafonía.
—Espera —saltó Rilam cuando el chico de la cabina ya estaba asintiendo y dando otra señal—. No estamos todos.
El elfo pegó un saltito, sorprendido por esa mala noticia que llegaba demasiado tarde. Por megafonía ya estaban anunciando el comienzo del espectáculo.
—¿Quién falta? —quiso saber, histérico.
—Nos falta el zorro —reveló Mherl con sorna.
—¡¿Y dónde demonios está?!
Eso quisiera saber yo también.
—Estará en algún gallinero —se burló Lu.
Algunos de los presentes se rieron por lo bajo, lo que me ofendió.
—No tengo ni idea —dijo Rilam, ignorando las chanzas—. Llevo todo el día intentando localizarle, pero no he tenido éxito. Noram sabe desconectar su mente como nadie.
El organizador refunfuñó por lo bajo.
—¡Señoras y señores, ciudadanos de Krabul, por fin ha llegado el momento: los Guerreros Elfos! —clamó megafonía.
Otro salto del organizador.
—Bueno, ahora no tenemos tiempo. Venga, id saliendo según os vayan anunciando.
—¡Con ustedes, el potente y fuerte guerrero toro!
—Bueno, me toca ser el primero. —Berrof sonrió.
Abandonó el banquillo con los brazos en alto, lo cual hizo que el graderío explotara en aplausos.
Entre Rilam y yo quedó un hueco vacío.
—Solo espero que el guerrero zorro llegue antes de que sea demasiado tarde —jadeó el organizador, frotándose la frente con la mano.
—¡El original y creativo guerrero mariposa! —se voceó desde megafonía.
Tôrprof salió a escena al instante.
Noté la vista de Rilam sobre mí y sesgué mi semblante en su dirección. Ambos sostuvimos las miradas, y entonces lo percibí. Rilam todavía sentía algo por mí. Los dos apartamos la vista, incómodos.
—¡El valiente y estratega guerrero caballo!
—Vamos, vamos —azuzó el organizador, dándole un pequeño empujón a Rilam para que echara a andar.
El aludido salió al campo saludando al público y yo me sentí temporalmente aliviada.
Esta circunstancia era de lo más desagradable. Me sentía muy mal por Rilam, odiaba haberle hecho daño. Sin embargo, no había podido evitarlo… Había llegado un momento en que la situación se había vuelto insostenible para mí, para mi corazón, sufría cada día, apenas dormía. Cuando le dejé, sabía que Rilam iba a sufrir, pero era la decisión correcta. Para ambos. No había podido ser sincera completamente ni explicarle del todo mis motivos, como me hubiera gustado, pero al menos, por primera vez en mi vida, no seguía el guion que se esperaba de mí, hacía lo que me dictaba el corazón. Hacerle daño había sido como si me hubieran arrancado un brazo, sin embargo, había tenido que llenarme de valentía y determinación, había tenido que tomar esa decisión para que la tristeza y el remordimiento no acabaran engulléndome del todo. Eso hubiera terminado destruyéndome a mí misma.
Espiré.
—¡¿Pero dónde demonios estará ese guerrero zorro?! —farfulló el organizador, mirando a todas partes.
—Estoy aquí.
Todos nos giramos en su dirección, yo la primera.
Y mi corazón revivió, renació.
Noram pasó al banquillo con las manos insertadas en los bolsillos de su pantalón de chándal, tan tranquilo. Mi abdomen y mi corazón, resucitado después de todo un año, ya entraron en órbita en cuanto le vi, creo que incluso el organizador se percató de mi cara enrojecida. Cuando Noram me vio y me miró con esos ojazos, todas esas sensaciones se multiplicaron por mil. Mi estómago era una central eléctrica, y podía sentir mi acelerado pulso golpeándome el pecho con tanta fuerza que su onda expansiva se extendía hasta mi cuello. Nos observamos durante unos segundos, y entonces el tiempo pareció detenerse. Cuando me percaté de que me faltaba el aliento, me vi obligada a apartar la vista para que mi organismo se calmara un poco, aunque su imagen ya se había quedado retenida en mis retinas.
Su tez oscura, heredada de su madre humana, no hacía más que resaltar esos grandes e intensos faros de color verde turquesa que habían salido de los genes paternos. Era el único elfo que lucía el pelo corto, un cabello negro con reflejos azafranados, una especie de marca a la que se veían sometidos los híbridos, como si la longitud de sus cabellos sirviera para remarcar que eran menos elfos. Sus orejas medio humanas también eran menos puntiagudas que las nuestras. El mestizaje con humanos no estaba muy bien visto, ni entre los elfos, ni entre los propios humanos. Aunque en los primeros veinte años de convivencia el trato había sido correcto (llegando incluso a contagiarnos mutuamente de algunas costumbres, modo de vida y expresiones de la otra raza), la mayoría de los humanos no había comprendido nuestra disciplina y, poco a poco, habían ido aislándonos en comunidades disgregadas para no mezclarse mucho más con nosotros. La acomodada posición económica de la mayoría de los elfos tampoco había ayudado a nuestra imagen. A los elfos eso les había parecido un agravio, otra más de las pruebas que demostraban lo desagradecidos y egoístas que seguían siendo los humanos. Del mismo modo, los humanos tampoco estaban a favor de un híbrido. Pero eso nunca me había importado, Noram era el ser más especial que había conocido. A Rilam tampoco le había importado. Los tres nos habíamos criado juntos, aunque Rilam era su mejor amigo. Era como su hermano.
¿Era yo o Noram estaba más impresionante que nunca? Puede que para los demás solo fuera un híbrido, pero a mis ojos ese cuerpazo escultural y ese rostro sumamente atractivo exudaban sensualidad y seducción por todos los poros. Y eso que vestía un chándal.
Señor, qué calor hacía aquí de repente…
—¿No decías que habías pasado página? —me cuchicheó Ela, jocosa e insinuante al mismo tiempo, al percatarse de mi estado.
—Cállate —farfullé.
Ela soltó una risilla.
—Ya era hora —resopló Lu.
—Gracias a los astros —suspiró el organizador.
—¡La inteligente y avispada guerrera halcón! —anunció megafonía.
Breth le dio un beso a Lugh y salió al ring.
—¿Dónde estabas? —quiso saber Zheoris, chistando a la vez que observaba la tranquila llegada de Noram.
—Por ahí —contestó el zorro sin más, encogiéndose de hombros.
—¿Vas a salir así? —le regañó el organizador.
Su ropa deportiva no iba muy acorde con nuestra indumentaria más guerrera.
—¿Qué pasa? No voy desnudo, ¿no? —La sonrisa listilla y divertida de Noram hizo que, una vez más, el organizador murmurara algo ininteligible.
—¡La ágil y perspicaz guerrera gato!
—Mi turno. —Ela tomó aire y salió al campo mientras yo escuchaba los pasos de Noram parándose junto a mí.
—Suerte —le deseé.
Me empeñé en fijar la vista en mi amiga. Pero de nada sirvió.
—Hola, Jän.
Su susurro dulce alzó mi rostro y lo hizo girar hacia él. Sus ojos verde turquesa me retuvieron en un lugar paradisíaco, como siempre, mientras mi abdomen luchaba por recuperar el aliento y la normalidad, aunque sabía que eso era misión imposible estando junto a él.
Noram estaba aquí, ¡aquí! No habíamos vuelto a vernos desde que los dos nos habíamos confesado nuestros sentimientos, desde su marcha, y después de no poder verle durante un año por fin le tenía delante. Esto me parecía un sueño. Lo único que ansiaba era abalanzarme sobre él para abrazarle, para besarle, para decirle otra vez cuánto le amaba, cuánto le echaba de menos.
Pero no podía hacerlo. Ninguno de los dos iba a hacerlo.
No sé cómo, logré tragarme la estranguladora piedra que había surgido en mi garganta y pude hablar.
—Hola —murmuré.
Noram me dio un respiro cuando observó el campo. Le imité, aunque yo para tratar de recuperarme. Rilam, desde la distancia, sonrió al verle allí, se notaba que más tranquilo. Noram le correspondió levantando la mano a la vez que Ela me sonreía a mí y me guiñaba el ojo.
—¡El intrépido y leal guerrero lobo!
—Ya creía que no ibas a venir —le regañé, observando la salida de Lugh.
—Estuve a punto de no hacerlo.
Le eché un vistazo a su indumentaria.
—Se nota.
—Paso de esta movida. Si vengo es para que no me castiguen. Saldré para hacer el paripé, perderé en el primer combate y me largaré de aquí en cuanto pueda.
Eso le dio una sacudida a mi corazón.
—¿Vas… a volver a irte?
«¿Adónde? Llévame contigo», suplicó mi locuaz corazón.
—Esto es una farsa, es perder el tiempo —continuó, sin dejar de mirar el ring—. Esta competición es una distracción, ¿a quién le importa quién es el líder? Que dispongan uno y ya está, y si no, que siga siéndolo Rilam, todos sabemos que es el mejor. Somos un entretenimiento para esa masa de elfos pasmados y aburridos. El Consejo sabe de sobra que ya no hay árboles, y que probablemente jamás encontraremos el Árbol de los Elfos. Yo he estado fuera y no te imaginas lo desolador que es, no hay vida fuera de las Ciudades Oxígeno, Jän.
—¿Has estado fuera? —Mi boca se quedó abierta por la sorpresa.
Noram al fin me miró.
—Estamos perdiendo el tiempo aquí. Todos los elfos deberían estar buscando el Árbol de los Elfos, no solo un grupo.
—Nosotros no somos elfos rastreadores, no tenemos ese don.
—Aun así, deberíamos estar buscando. Toda ayuda es poca.
Sus ojos bailaron en los míos, convencidos. Fui incapaz de rebatírselo.
—¡El elegante y refinado guerrero cisne!
—Quizá deberíamos empezar a hacer como los humanos, asimilar la verdad e ir pensando en marcharnos a Elgon —opiné con voz rendida, volviendo la vista hacia el estadio para ver la presentación de Mherl.
Desde el descubrimiento de un nuevo sistema solar donde se hallaba ese planeta más bien rocoso en el que decían se podía vivir, todos los esfuerzos de los humanos, y sobre todo de Rebast, iban enfocados al exilio.
—Yo jamás abandonaré la Tierra. Es mi hogar —afirmó Noram.
Le miré, comprendiéndole. Yo tampoco lo haría.
—¿Y si Rebast te lo pidiera? —musité, precavida.
Noram se tomó su tiempo para contestar. Viró el rostro al frente.
—Rebast fue mi mentor, pero ya ha desaparecido de mi vida —respondió al fin, serio al recordarle—. Ahora es un jodido y forrado capitalista, un mafioso al que solo le importa su empresa y su fortuna. No le ha importado aliarse con las mafias y contribuir al desastre ecológico solo para forrarse con su imperio, y eso no se lo perdonaré jamás. Ya puede construir millones de rascacielos en Elgon, yo jamás me iré allí.
No pude evitarlo, mi boca se curvó con orgullo hacia él. Era muy loable por su parte esa convicción con la que yo estaba totalmente de acuerdo.
—¡El ingenioso y sagaz guerrero zorro! —anunciaron los gigantes altavoces.
—Bueno, allá voy —suspiró, echando a andar sin sacar las manos de sus bolsillos. De repente, se detuvo y giró medio cuerpo para mirarme—. Por cierto, Jän —su boca se curvó con esa travesura que tanto me derretía—, tú estás preciosa. Tus ojos de color miel siguen siendo los ojos más increíbles que he visto en mi vida.
Los suyos sí que eran increíbles.
Como siempre, Noram volvió a arrancarme una sonrisa.
Salió al campo de esa guisa, como el que sale de paseo. Él no recibió la efusividad de los demás, pero al menos tuvo unos aplausos educados y protocolarios, a pesar del desagrado que causó la dejadez de su vestimenta.
Se plantó frente a Rilam y ambos hicieron un juego con las manos para saludarse antes de un choque de hombros que simulaba un abrazo hermano. Eso me recordó la razón por la que Noram y yo no estábamos juntos. Mi sonrisa se esfumó rápidamente.
—¡La decidida y persistente guerrera ciervo! —escuché que se anunciaba por megafonía.
Mi turno.
Tomé aire, tratando de convencerme a mí misma de esas dos cualidades. Oculté mi melena oscura bajo la capucha de mi capa y, entonces, yo también salí a escena.
1. Listado de Guerreros Elfos, sus características y descripciones al final del libro.