Fecha de Edición: Mayo 2020
@2020, Destéfano, Claudio
Derechos exclusivos de edición digital reservados para todo el mundo.
Editado por:

ISBN: 978-987-47549-2-9
1. Deportes. 2. Competencia Deportiva. 3. Desarrollo Personal. I. Título.
CDD 796.01
Editado en Argentina
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Para mi mujer y mis hijos, que me ayudaron a descubrir los sonidos del
silencio que siempre ofrece el desierto del Sahara.
Y al querido Dalmiro Sáenz, que aprovechando que el libro está en la nube, lo disfrutará en el Cielo.
Este es mi tercer libro, y a diferencia de los anteriores, fue muy fácil elegir a quiénes les cargaba el prólogo en la mochila esta vez. No tuve que hacer ta-te-ti, ni “detin, marín, de do pingüé” porque no había razón alguna de dejar afuera a ninguno de los tres. Por suficientes razones, Alberto Beunza, Raúl Amil y Alex Foresti me honran al armar el puzle perfecto que explica porqué llegué a ser finisher en el Marathon des Sables. En realidad, más que un tridente, debí ser justo y poner sobre la mesa un póker de ases, y así sumar a mi mujer, María de los Reyes, quien en plena debacle de la economía argentina (enero de 2002), con un dólar que saltó de 1 a 4, me dijo “nunca te preparaste tanto para una carrera… tenés que hacerla, aunque comamos arroz todo lo que queda del año”. No le pedí a ella que escribiera (es más, se está enterando ahora de que la sumé al podio) porque suele escapar al protagonismo evidente. De todos modos, ella está y forma parte del puzle.
Alberto Beunza me ofreció un “negocio” que se convirtió en una semilla para un sueño.
Experto en temas financieros, Alberto era entonces oyente de mi programa radial y, al verme activo (por no decir “pesado”) en maridar el running con los mercados -el programa, precisamente, se llamaba “Maratón en la City”- llamó a la producción para conectarse conmigo y ofrecerme la representación de la carrera.
“Patrick Bauer me la ofreció a mí, pero el costo/beneficio la hace inviable para una persona que no tenga un medio atrás para fogonearla. Y vos tenés el medio”, me dijo en aquel junio de 2001. Beunza fue el primer argentino que corrió el Marathon des Sables en 2001, y ni bien llegó me tocó el timbre. Más que ver el “negocio” -que, entre nosotros, era inviable hasta para quien tuviera un medio atrás-, me enamoré de la carrera.
Esto explica el porqué Alberto está en el podio del prólogo: por haberme dado “la primicia” y un tip inolvidable para la carrera. Me dijo: “me llevé una tableta de chocolate para taza Águila, la guardé en el único lugar fresco de la mochila, y todas las noches miraba las estrellas comiendo una barra”. Lo copié en “mi Sables” y no saben cómo saboreaba esa barra cada oscura noche sahariana. Hubo momentos en la carrera en la que esa barra de Águila que comía en las noches estrelladas funcionaba como un oasis en medio de la caminata diaria. Eso me quedó grabado como marca a fuego hasta hoy, y en días de entrenamiento donde hago fondos largos de dos horas, por ejemplo, hay un momento en que me pongo como “zanahoria mental” fumar un puro o tomar una cervecita. Ese oasis que hoy es más urbano nació de la barra de chocolate Águila en el desierto.
Con la carpeta del maratón entre manos, ese mismo día fui a ver a Raúl Amil, mi entrenador, en busca de su complicidad. “Después del maratón de Lobos que hiciste, te lo reitero, todo lo que te propongas lo vas a poder hacer. A esta llegás” fue su arenga. Y me preparó para que así fuera. Quiero compartir dos pequeños tips de Raúl que me acompañaron durante la travesía. Uno explica la metodología del entrenamiento: “Día duro/día fácil… día duro/día duro/día fácil… día duro/día duro/día duro/día fácil…”, y así sucesivamente volviendo al “día duro/día fácil” del principio, para acostumbrar el cuerpo a varios días intensos consecutivos.
El otro tip fue más agradable. A Amil le cabe perfecta la frase “serio, pero no solemne”.
“Claudito-me dijo- uno de los grandes maratonistas olímpicos de España, Abel Antón, sugiere cada noche tomar una copa de vino, según pude leer en una entrevista que le hicieron. Como yo quiero ser mejor que él, me tomo dos”.
El tercero de los protagonistas del podio del prólogo fue mi compañero de ruta. Si googleás una antigua publicidad de Berocca donde hay un descerebrado que corre contra un tren… ¡y le gana!, lo vas a ver. Ese es Alex Foresti.
Como Raúl Amil, triatleta y con varios Iron Man en sus cuádriceps, a veinte días del Marathon des Sables le dije si quería venir porque faltaban tres días para que cerrara la inscripción. “Mañana te contesto”, fue su respuesta. Y al otro día ya estábamos sacando los pasajes a Madrid para combinar con Casablanca, y de allí a Ourzazate. Ese es Alex: compañía perfecta para la travesía. La sapiencia del de elite y también su suficiencia que pagó caro con las ampollas que tuvo que soportar durante la primera etapa.
Vos, querido lector, y yo, seguramente ya superamos la edad de los porqué, pero igual sentí la necesidad de darte las razones suficiente para elegir un póker de ases para que hicieran el kick-off de mi relato. Ahora sí, dibujen maestros…
Siempre es una alegría tener noticias de mi amigo Claudio (el famoso CD), pero el otro día, además, me sorprendió con un pedido. Escribir un prólogo para su próximo libro, en el que contará su experiencia en el ultramaratón del Sahara, el famoso Marathon des Sables. Fue durante esa carrera allá por el año 2001, cuando compartimos experiencias que serían inolvidables.
Acepté con gusto, no solo por lo interesante de participar en un proyecto de Claudio, sino además porque esa carrera fue una aventura a la que le tengo mucho cariño por el evento en sí, pero sobre todo por la magia que encierra el desierto.
Todos los días me siento en mi escritorio, donde tengo una foto que me tomaron durante la carrera del Sahara, y en la imagen se me ve agotado, más delgado, desprolijo, luego de pasar tres o cuatro noches en el desierto, cargando la mochila y sin embargo, en mi cara se ve una amplia sonrisa de felicidad, que parecería no cuadrar con la situación.
Eso es el Marathon des Sables. Un grupo de corredores que se internan una semana en el desierto a recorrer 240 kilómetros, o al menos esa es la idea original. Pero es mucho más que eso. Es una experiencia única, es probarse en un gran desafío, es mover la voluntad al máximo, es exigirte, es conocerte, es preguntarte cosas y ensayar respuestas, es vivir intensamente, y aprender mientras estás muy cerca de tus límites.
Curiosa experiencia es la de ver un grupo de 620 corredores -esa fue la cantidad de inscriptos en la edición de 2001-, que luego de jornadas extenuantes, unas pocas horas de descanso y de haber comido lo que pudieron cargar en sus mochilas, se preparaban cada mañana con gran entusiasmo y alegría para ir al punto de largada de una nueva etapa. ¡Y repetir esa misma ceremonia durante seis días! Difícil de explicar y entender, salvo para el que tuvo la suerte de estar ahí.
Se trata de una experiencia que va más allá de lo deportivo, de las anécdotas, de la geografía, de la temperatura extrema, de las inevitables ampollas, del hambre permanente. Creo que se va a estar con uno mismo, permitiéndose vivir lo que le gusta, lo que le apasiona y tratar de encontrar la esencia personal.
“Elogio de la Desmesura” es el título de un libro escrito por Luis Jait que trata de su viaje al Aconcagua. Siempre me resultó un relato muy inspirador que he releído en varias ocasiones. Ya el título habla por sí mismo y anticipa, a quien no sabe, de qué se trata todo esto. Mientras narra la historia, Jait elabora una lista de reglas para “ordenar esta pretensión de desmesura”. Quisiera mencionar al menos dos de esas nueve reglas tan bien escritas:
Regla 1: Usted está solo, se asoma a la puerta de su vida y mira. Muy pronto verá pasar algunos de sus mejores sueños, uno de esos que le gustaría seguir.
Primer consejo, suspenda todo su repertorio de buenas razones para probar que lo que ve, no es para usted, porque no tiene, no sabe, no puede, resulta peligroso, caro, inútil.
Simplemente elija el perfil de su deseo, una montaña, una mujer, un lugar, o lo que sea. Lo único que necesita es detenerse y reconocer en la intimidad la existencia del deseo. Y cada tanto salir a su encuentro para intentar verlo una vez más.
Por supuesto que estamos rodeados por nuestra vida de todos los días, con nuestro repertorio conocido de triunfos y fracasos, y ellos nos reclaman casi toda la atención y en nada facilitan el encuentro con nuestros sueños….salvo que nos decidamos a encontrarlos.
Hay que advertir que tendremos que decidir todo el tiempo, cada vez más. Y estaremos más solos. Porque nadie se sube a los sueños de nadie.
Regla 9: Ya somos dueños de nuestro tiempo, y en definitiva somos quienes escribimos la historia. Elijamos un comienzo romántico y un final sabio.
Hemos sido capaces de modificar la realidad y de agregarle lo que necesitaba. Sabíamos que era posible, hacía falta algo de imaginación, un poco de riesgo y una permanente decisión.
Ahora nuestra realidad se confunde con los sueños, por eso la amamos doblemente y es doblemente costosa. Y otra vez elegir. Cuanta imaginación y cuantos riesgos ofrendamos para seguir siendo dueños de una historia tan magnífica.”
Espero que este relato de Claudio sobre su experiencia en el desierto del Sahara, y el logro de su objetivo sean el disparador para que todos volvamos a revisar nuestro listado de sueños pendientes, lo miremos con mucho cariño y, quizás, podamos darnos la alegría de salir a buscarlos.
Alberto.
Voy a contar las particulares circunstancias bajo las cuales se desarrolló mi primer encuentro con Claudio y cómo llegó a la decisión de atravesar el Sahara a pie.
Lo conocí personalmente en 1999, en uno de sus programas de Radio América. Claudio había convocado a sus oyentes a participar de “La vuelta de San Miguel”, una carrera de 8 kilómetros auspiciada por la municipalidad de ese partido. La posibilidad de conocer a alguien a quien yo escuchaba religiosamente todas las tardes y que además era amante del running, fue irresistible para mí, así que decidí participar. Esa mañana de domingo nos encontramos con una de sus productoras, Claudia Kux, quien nos repartió remeras de PUMA a todos los que nos habíamos presentado, convirtiendo ese hecho en la piedra fundacional del PUMA Running Team.
El toque pintoresco del evento lo dio el intendente Aldo Rico, quien, pistolón en mano, hizo el disparo de largada. Luego de que todos los oyentes termináramos la prueba, nos reunimos con los productores y Claudio. Recuerdo que él se sorprendió bastante porque yo había completado el recorrido en menos de treinta minutos, sabiendo de antemano –se lo había contado al presentarnos- que el día anterior, a la tarde, había corrido un triatlón de distancia olímpica en Córdoba.
Ese fue el punto de inicio de una amistad que lleva hoy más de veinte años.
Al poco tiempo comencé a ayudarlo con su entrenamiento. Gradualmente, fuimos estableciendo objetivos de dificultad creciente y en julio de 2000 corrió su primer maratón en la ciudad de Lobos. Ese día corrieron ocho personas. Sí, solo ocho corredores para 42,195 kilómetros. Entonces, Claudio experimentó como nunca “la soledad del corredor de larga distancia”, como reza el título del famoso libro de Alan Sillitoe.
Nunca tuve dudas de que Claudio iba a llegar. Y llegó. Porque Claudio es de esas personas que si se proponen un objetivo van a hacer todo lo que esté a su alcance para lograrlo. Recuerdo que le dije: “si llegaste en esta, llegas en todas”. Luego vino Chicago, en octubre de ese mismo año y Madrid en abril de 2001. Siempre llegando entero y gracias a su paso eficiente, con el cansancio adecuado. Ni más ni menos.
Al poco tiempo de correr en Madrid, alguien le contó de una carrera que atravesaba el desierto del Sahara. La prueba conocida como Marathon des Sables, que consta de 230 kilómetros de distancia distribuidos en seis etapas de diferentes extensiones. Las temperaturas máximas suelen superar los 50 grados Celsius y cada participante tiene que cargar con la comida para todo el evento. Los organizadores solo te proveen del agua necesaria. Recuerdo que nos reunimos con Alberto Beunza, un argentino que había llegado, para que nos contara los detalles de cómo era ese maratón. Noté entonces cómo le brillaban los ojos a Claudio después de la reunión. Esa fue la señal: mi amigo había tomado la decisión de ir. Y en mi interior se había generado un desafío, el de acompañarlo.
Ese 2001 también corrimos el Maratón de Mar del Plata y para culminar un muy buen año deportivo, nos fuimos a San Pablo a correr la famosa San Silvestre.
En enero de 2002 preparé para Claudio un plan de entrenamiento en arena. Creo que fue en Villa Gesell donde comenzó a probar esa superficie y, disciplinado como es, cumplía rutinas exigentes, algunas de varias horas y siempre sin quejarse.
La Argentina de marzo de 2002 era un desastre. Habíamos tenido cinco presidentes en unas semanas, festejado un default y estábamos atravesando una de las peores crisis económicas de la historia. Naturalmente, mi empresa no era ajena a eso. Con ese panorama, decidí bajarme de la prueba. Era una decisión de compromiso, pero sentí que no podía dejar mi trabajo durante dos semanas en medio de esa situación. Lo llamé a Claudio para comunicarle la noticia y lo entendió perfectamente, aunque noté en su tono de voz que tenía “ciertas ganas de ahorcarme”. Pese a eso, su decisión de participar no se vio afectada y continuó con su preparación.
Al poco tiempo ocurrió algo que me dio una gran tranquilidad: un experimentado triatleta, Alex Foresti, se sumaría a la aventura. Conocía a Alex hacía un tiempo y tanto su trayectoria deportiva como sus cualidades humanas lo hacía el compañero ideal para Claudio.
Aquí termina mi relato, porque la aventura de Claudio está detallada en el libro. Con su particular estilo, siempre entretenido, va a atrapar al lector y seguramente contagiará a alguien para encarar el desafío.
Sólo tengo palabras de agradecimiento para Claudio por permitirme el honor de prologar la historia de un acontecimiento tan importante y también por su inmensa generosidad para conmigo. Especialmente cuando, conociéndome poco, me ayudó mucho en una etapa difícil de mi vida.
¡Disfruten de la lectura!
Raúl.
Cuando Claudio me ofreció ir a correr el Marathon des Sables estábamos a un mes de la carrera y a solo dos meses del fatídico diciembre de 2001, uno de los peores momentos socioeconómicos que hayamos vivido - o sobrevivido- en Argentina. Por entonces, tenía un vago conocimiento de la carrera, había visto en la tele los últimos cinco minutos de la edición anterior, pero jamás había corrido éste tipo de competencias tan largas y con un escenario a la intemperie que además imaginaba como un punto que juega en contra para quien se anime.
Si bien entonces hacía veinte años que corría maratón, triatlón y había participado de algunas pruebas combinadas, en esta carrera que finalmente acepté hacer, fueron más las cosas que no preví que las que pude evitar, entre ellas el castigo de la intemperie constante.
Para no aburrirlos con demasiados detalles, solo daré dos datos. Corrí con short de calle y con vaselina en la entrepierna como lo había hecho hasta ese momento. Como resultado, en la primera etapa de apenas 28 kilómetros tenía la zona casi en carne viva. Y en segundo lugar, les cuento que un calzado mal elegido hizo que mis pies se llenaran de ampollas que tuvieron que limpiar en la enfermería dejándome las plantas de los pies en carne viva.
En definitiva, el primer día ya estaba para retirarme y volver a casa.
Pero no fue eso lo que hice, porque con Claudio y el resto de los integrantes de la haima seguimos adelante hasta el final de la carrera.
Lo increíble de todo eso fue la gran cantidad de detalles, personas y situaciones nuevas que se iban dando permanentemente. Algo difícil de ir viviendo y procesando al mismo tiempo, como lo que vemos hoy por las redes y en internet en general y nos vemos desbordados por tanta información que nos sobrepasa, sin poder procesarla. Algo similar pasaba allí.
Tanta gente nueva y variopinta, de diferentes regiones del mundo, en un lugar absolutamente nuevo, inhóspito y diferente a todo lo conocido por nosotros como es el Sahara, con habitantes a su vez pertenecientes a culturas diferentes, que hablan lenguas diferentes, practican religiones y costumbres muy distintas a las nuestras, tanto que con el afán de hacer una broma podíamos molestar o hasta ofender al otro.
Todo esto me generaba una sensación de asombro y de permanente estado de alerta como nunca antes, porque no sabía qué vendría al minuto siguiente.
Mi experiencia anterior en esa misma zona del desierto marroquí, había sido muy diferente. Quince años atrás me había subido a una moto desde Italia y regresado a dedo porque la moto se había prendido fuego y quedado inutilizable, pero aún comparando, seguía pasando por situaciones y experiencias nuevas en esas tierras Saharawis.
Con Claudio nos fuimos amalgamando desde el primer momento, y aunque mucho no nos conocíamos, sabíamos que estábamos construyendo una amistad que hoy ya lleva varios años y sigue intacta y con un cariño y afecto en constante crecimiento.
Del Sahara no se vuelve siendo el mismo, como decía Jordi un catalán que todavía recordamos con simpatía: -¡Esto es el Sahara, tío!
Algo que nos gustaba traducir como: “¿qué te esperabas, un cinco estrellas?”
Para mí fue un antes y un después. Mi vida dio un vuelco impresionante. La mayor parte de mis cosas comenzaron a girar en torno a eso. Comencé a dar charlas motivacionales sobre deporte y empresa con toda la estrategia que ambas revisten y que en definitiva comparten.
Además, durante unos años organicé una carrera de desierto en el norte de Mendoza, en un lugar precioso y lleno de mística.
Al año siguiente volví al Sahara tunecino a correr otra carrera similar y viajé además a lugares desérticos como Egipto, Jordania, Turquía y Omán, y conocí algunos hermosos desiertos argentinos y chilenos como Fiambalá y Atacama.
Y poco a poco nos fuimos convirtiendo en referentes para quienes tuvieran intención de participar en este tipo de carreras.
Cuando Claudio me pidió estas palabras para su libro, me halagó mucho y rememoré aquellos lindos momentos que seguramente él seguirá contando.
Alex.
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154, el corredor |
Iba a llamarse Claudio Gabriel pero terminó siendo su segundo nombre Daniel en honor al hijo de la partera que le salvó la vida cuando nació con el cordón umbilical enroscado y, por ende, varios minutos sin respirar. Ese pequeño hecho que sucedió 40 años antes de que el runner emprendiera un desafío tan particular como fue el Marathon des Sables dejó una huella que tuvo su relevancia en la carrera, pues la secuela que le dejó aquel enroscamiento de cordón fue que el 154, así sentenció su nombre el número de la pechera que le tocó en azar, desde sus primeros minutos, haya respirado por la boca con más fuerza e intensidad que lo tradicional, y esa secuela la "exportó" a las arenas marroquíes. El 154, hasta 1998 que empezó a correr, bien podría haber sido etiquetado como "ojota", apodo con el que se los identifican a quienes "sirven para ningún deporte".
Por casualidad, o por designio de su mujer, María de los Reyes, quien le contrató "de prepo" un personal trainer para que descargara energías ("si decía no empezaba el divorcio" fueron sus declaraciones), el 154 hizo sus primeros 8K en la multitudinaria carrera organizada por Carrefour, y cuatro años después encaró la travesía más desafiante de su carrera deportiva: ser finisher de un ultramaratón de 230 kilómetros en el Sahara marroquí.