JEREMÍAS
POEMA DRAMÁTICO
EN NUEVE CUADROS
TRADUCCIÓN DEL ALEMÁN
DE ROBERTO BRAVO DE LA VARGA
ACANTILADO
BARCELONA 2020
CONTENIDO
Personajes
Primer cuadro. El despertar del profeta
Segundo cuadro. La advertencia
Tercer cuadro. El rumor
Cuarto cuadro. Los centinelas en la muralla
Quinto cuadro. La prueba del profeta
Sexto cuadro. Voces a medianoche
Séptimo cuadro. El día más amargo
Octavo cuadro. La conversión
Noveno cuadro. El camino eterno
A Friderike Maria von Winternitz
con suma gratitud.
Pascua de 1915 – Pascua de 1917
El rey SEDECÍAS
PASJUR, sumo sacerdote
NAHÚN, administrador
IMRE, el más anciano de los habitantes de Jerusalén
ABIMELEC, comandante en jefe de las tropas
ANANÍAS, profeta del pueblo
HOMBRES ARMADOS CON ESPADAS, GUERREROS Y PAJES
JEREMÍAS
LA MADRE de Jeremías
JOCABED, una pariente
AJAB, viejo sirviente
BARUC, un jovencito
ZABULÓN, padre de Baruc
EL PUEBLO DE JERUSALÉN
LOS EMISARIOS DEL REY NABUCODONOSOR
GUERREROS EGIPCIOS Y CALDEOS
Los hechos de los que trata el poema tienen lugar en Jerusalén, en la época de su caída.
Llámame y yo te responderé, y te comunicaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces.
JEREMÍAS 33, 3
Azotea de la casa de Jeremías. Sus blancos sillares resplandecen bajo la pálida luz de la luna. Al fondo se ven las torres y las almenas de Jerusalén, que duerme y reposa en silencio. En los alrededores, todo está inmóvil; el viento de la madrugada es lo único que, de vez en cuando, rompe con su rumor la quietud de la escena.
De pronto se oyen pasos que suben a toda prisa por la escalera, armando un tremendo escándalo. Jeremías, con las ropas desceñidas y el pecho descubierto, sale atropelladamente por arriba, jadeando sofocado.
JEREMÍAS ¡Trancad las puertas! ¡Echad los cerrojos! ¡A las murallas…! ¡A las murallas! ¡Oh, centinelas, qué mal habéis cumplido con vuestra obligación…! ¡Ya vienen…! ¡Ya los tenemos aquí! El fuego caerá sobre nosotros… devorará el templo. ¡Auxilio! ¡Socorro! Las murallas se vienen abajo, las murallas… (Llega como una exhalación hasta el borde de la azotea y allí se detiene en seco. Sus agudos gritos reverberan en el blanco silencio. Despierta sobresaltado, temblando de miedo. Su mirada, igual que la de un borracho, recorre a trompicones la ciudad. Sus brazos abiertos, extendidos con horror, van desfalleciendo lentamente. Agotado, se pasa la mano por la cara y se frota los ojos) ¡Estaba delirando! ¡Ese sueño terrible me confunde! ¡Sueños, sueños y más sueños llenan la casa! (Se inclina sobre el borde del muro y mira hacia abajo) La paz reina en la ciudad y también en el país. ¡Sólo mi pecho se consume en un incendio devorador! ¡Ah, Jerusalén descansa dichosa en los brazos de Dios, arropada por el sueño, al abrigo de la paz, mientras el rocío de la luna desciende sobre cada casa adormeciéndola, cubriendo con un dulce sopor la frente de cada hogar! ¡Sólo yo soy pasto de las llamas noche tras noche, me desplomo junto con sus torres, huyo espantado, perezco en el fuego, yo, yo soy el único al que se le revuelven las entrañas y se incorpora en su lecho ardiente y sale tambaleándose para buscar fuera el frescor de la luna! ¡Yo soy el único a quien los sueños le desvelan, el único cuyo interior arde con una angustia que se traga la oscuridad de sus párpados! ¡Ah, cómo me atormentan esas imágenes, cómo me confunden esas visiones, engaños que cuajan como si fueran sangre y luego se diluyen, cuando me hallo despierto bajo la luna!
¡Y siempre es el mismo sueño, siempre el mismo delirio, todas las noches, una tras otra, el mismo terror que eriza la piel y hace temblar mi carne atormentada! ¿Quién vierte este veneno en mi sangre? ¿Quién me persigue y me acorrala causándome espanto? ¿Quién siente tanta hambre que devora mi descanso arrancándolo de mi cuerpo? ¿Quién me aflige de este modo? ¿Quién me atormenta? Luna, noche, estrellas, fríos testigos de mi pesar, decidme, ¿quién provoca mi aflicción? ¿Quién me roba el sueño? ¿Quién me mantiene en vela? ¡Ah, si tuviera una respuesta, si alguien me contestara! ¿Quién eres tú, ser invisible, que desde la oscuridad me apuntas con esas flechas terroríficas? ¿Quién eres tú, que yaces conmigo cada noche y me haces concebir esa espantosa angustia que alumbro retorciéndome de dolor? ¿Por qué he de ser yo, por qué he de ser el único al que atenaza el pavor en esta ciudad despreocupada que se abandona al sueño? (Escucha el silencio. Cada vez se vuelve más febril) ¡Ah, silencio, silencio, siempre silencio, mientras por dentro continúa la agitación y la noche se revuelve! ¡Siento que sus ardientes garras se clavan en mí, pero no puedo verlo; me asaltan visiones, pero ignoro quién me fustiga con ellas; mi clamor cae en el vacío! ¿Dónde encontraré refugio? ¡Ah, un intrincado secreto vela esta cacería en la que sucumbo sin saber quién me abate ni de quién seré presa! ¡Que la red se abra y cese la confusión; y tú, ser invisible, revélame el sentido de este tormento o déjame, ya no puedo más, no puedo más! ¡Oh, cazador, déjame o llévame para siempre! ¡Háblame cuando esté despierto, no en sueños; dirígete a mí con palabras, no con esas inflamadas visiones! ¡Ábrete, para que pueda salir de mi encierro, revélame el sentido de este tormento, el sentido, el sentido!
UNA VOZ (Llama suavemente desde la oscuridad, parece venir de las profundidades o de las alturas, lejana y misteriosa) ¡Jeremías!
JEREMÍAS (Se tambalea como si le hubiera alcanzado una pedrada) ¿Quién…? Mi nombre… ¿No era ése mi nombre? ¿Me llamaban desde las estrellas? ¿Me llamaban desde mis sueños? (Escucha con atención lo que se oye fuera. Todo vuelve a estar silencioso) ¿Eres tú, ser invisible, que me acosas y me atormentas… o soy yo mismo, el rumor de mi sangre arrebatada? Habla de nuevo, para que pueda reconocerte… Quiero volver a oír esa voz que me llamaba… Habla de nuevo…
LA VOZ (Se va acercando insegura) ¡Jeremías!
JEREMÍAS (Cae de rodillas fulminado) ¡Aquí estoy, Señor! Habla, que tu siervo escucha. (Contiene el aliento para poder oír mejor. Todo lo que rodea a Jeremías permanece inmóvil, mientras él tiembla compulsivamente) ¡Habla a tu siervo, Señor! Si me has llamado por mi nombre, también puedes darme tu mensaje para que mis sentidos lo comprendan. ¡Estoy atento para recibir tu palabra, abierto para acoger lo que quieras revelarme! (Vuelve a escuchar en tensión. Profundo silencio) ¿Tan disparatado es que te busque afanosamente? ¡Soy un ignorante, el último de tus siervos, una mota de polvo sobre la faz de la tierra, pero en tus manos está el elegirme! Tú, que escoges reyes entre los pastores y más de una vez has hecho saltar el sello que cerraba la boca de un muchacho para que se inflame con tu palabra… te guías por otros signos en tus elecciones. A quien tocas, Señor, ése es tu elegido, y a quien eliges, Señor, es llamado a cumplir tu voluntad. Si lo que he sentido era tu llamada, ya ves que la he recibido; si eres tú el que me persigue, Señor, ya ves que no huyo. ¡Aquí está tu presa, Señor, la pieza que querías cazar, cóbratela ahora o sigue acosándola hasta el fin! ¡Hazme saber cuál es tu voluntad para que no te falle! ¡Abre el cielo de tu palabra para que tu siervo pueda contemplarte!
LA VOZ (Según se acerca, se hace más penetrante) ¡Jeremías!
JEREMÍAS (Enardecido) ¡Te oigo, Señor, te oigo! ¡Te escucho con toda mi alma! Los manantiales de mi sangre se han abierto y fluyen en torrente, cada fibra de mi cuerpo está en tensión ansiando recibirte, y aunque no sea digno de ello, estoy abierto para acoger tu anuncio. ¡Dime tu palabra, ordena según tu voluntad, soy tuyo en cuerpo y alma, hasta en lo más profundo de mi ser! Estoy aquí para cumplir tu voluntad y consumirme en tu servicio. Por amor a ti abandonaré a aquellos que he querido y me apartaré de mis amigos, renunciaré a la dulzura de la mujer y a establecer mi morada entre los hombres, sólo en ti quiero vivir, quiero recorrer tus caminos. No escucharé ninguna otra llamada, pues he escuchado la tuya, haré oídos sordos a lo que digan los hombres. Sólo a ti me prometo, Señor, sólo a ti, pues mi alma está sedienta de ti y ansía servirte… ¡Estoy abierto a tu palabra, espero una señal tuya!
LA VOZ DE LA MADRE (Está muy cerca y ahora es perfectamente reconocible) ¡Jeremías!
JEREMÍAS (Extasiado) ¡Penetra en mí, Señor, mi corazón está a punto de estallar, se estremece al saber que estás tan cerca! ¡Descarga sobre mí, dichosa tormenta! ¡Remuéveme por dentro para que lleve tu semilla, fecunda la tierra de mi ser y que mis labios engendren tu palabra…! ¡Márcame a fuego con tu sello! ¡Únceme con tu yugo, ya ves que inclino la cerviz…! Soy tuyo, tuyo por siempre jamás, pero reconóceme, Señor, como yo te reconozco, deja que contemple tu majestad, igual que tú contemplas mi pequeñez desde la oscuridad, indícame el camino que quieres que siga, Señor, indícamelo, aquí tienes a tu siervo por la eternidad.
LA MADRE (Ha subido la escalera buscándolo; su mirada muestra una angustiosa preocupación y su voz está llena de ternura) ¡Ah, estás aquí…! ¡Por fin te encuentro, hijo mío!
JEREMÍAS (Poniéndose en pie de un salto, asustado e indignado) ¡No! ¡Fuera…! ¡Márchate! ¡Ay de mí, la voz se ha extinguido…! ¡El camino se ha cerrado… perdido para siempre!
LA MADRE ¡Oh! Pero ¿cómo estás ahí de pie con esa ropa tan fina y apoyado en ese muro que estará tan frío? Ven abajo, hijo… El miasma que exhalan los pantanos está condensándose y llegará aquí por la mañana…
JEREMÍAS (Frenético) ¡Ah! ¿Por qué me sigues? ¿Por qué me persigues? Estoy atrapado en una cacería sin fin, me cercan, cuando duermo y cuando estoy despierto…
LA MADRE ¿De qué hablas, Jeremías? Yo estaba abajo durmiendo, cuando me pareció oír que dos personas hablaban en la azotea, mantenían una larga charla…
JEREMÍAS (Dirigiéndose a ella) ¡Así que tú también lo oíste! ¡Por amor de Dios, dime la verdad! ¿Le oíste hablar, sentiste su llamada…?
LA MADRE ¿A quién te refieres? No veo a nadie contigo…
JEREMÍAS (Agarrándola) Madre… te suplico que me digas la verdad. Tu palabra será mi muerte o mi bendición… ¿Oíste una voz? ¿La oíste cuando estabas despierta?
LA MADRE Oí una voz que venía de la azotea y alargué mi mano hacia ti para despertarte, pero las sábanas estaban frías y tu lecho, vacío. Entonces, el temor se apoderó de mí y grité tu nombre…
JEREMÍAS (Desfalleciendo) ¿Gritaste mi nombre…? Me llamaste por mi nombre…
LA MADRE Por tres veces… Pero ¿por qué…?
JEREMÍAS ¿Por tres veces? Madre, ¿estás segura de eso?
LA MADRE Tres veces te llamé…
JEREMÍAS (Se le quiebra la voz) ¡Es devastador! ¡Una vez más me veo burlado! ¡Ah, el engaño está en todas partes, fuera y dentro! Tuviste miedo, por eso me llamaste; y yo, aterrorizado, creí que era la voz de Dios…
LA MADRE ¡Te comportas de una forma extraña! No pensé que estuviera haciendo nada malo. Como no me respondías, subí hasta aquí para ver si había alguien; pero no encontré a nadie.
JEREMÍAS ¡Oh, por supuesto que sí! A un loco cegado por sus delirios… ¡Ay, los sueños me atormentan, me martirizan…! Sentido y sinsentido, todo es engaño… y yo soy un estúpido, un necio que desvaría.
LA MADRE ¿Qué estás diciendo…? ¿Qué te apura?
JEREMÍAS Nada, madre, nada… No tengas en cuenta mis palabras…
LA MADRE No, Jeremías, claro que las tengo en cuenta, aunque no alcance a desvelar su significado. Un espíritu extraño cayó sobre ti, confundiendo y trastornando tus sentidos. ¿Qué te ha pasado, hijo mío, qué te atormenta, qué te preocupa?
JEREMÍAS No me atormenta nada, madre… En la cama hacía un calor asfixiante… Salí a tomar el fresco…
LA MADRE No es verdad. Te empeñas en cerrarte a mí, cuando eres transparente a mi alma. ¿Crees que no sé que llevas meses dando vueltas noche tras noche; crees que no oigo tus gemidos mientras duermes y tus gritos de angustia cuando te echas a descansar? ¡Ay, abro los ojos y te oigo en la oscuridad, vagando sin descanso por la casa! ¡Te oigo caminar paso a paso, y paso a paso te acompaña mi corazón! ¿Qué es lo que te atormenta? ¡Ábrete, no seas obstinado, no ocultes tu sufrimiento, porque me preocupas!
JEREMÍAS ¡No te preocupes, madre! ¡No te preocupes!
LA MADRE ¿Cómo no me voy a preocupar por ti? ¿Acaso no eres el afán de mis días y la oración de mis noches? Creciste en mis manos, yo te llevé en ellas, y mi alma todavía te guarda dentro, vela por tu vida. ¡Ah, yo ya lo sabía antes de que tú lo supieras, lo veía antes de que tú lo vieras! Una sombra cubre tu rostro desde hace meses, una preocupación nubla tu alma. Te has vuelto extraño a tus amigos y te has apartado de los que están alegres, evitas el mercado y la morada de los hombres. Te entierras en tus pensamientos y desaprovechas la vida. Jeremías, recuerda que has sido educado para ser sacerdote, algún día tomarás las vestiduras de tu padre para alabar al Señor con salmos y cánticos. ¡Aparta tu rostro de la oscuridad y pon tus ojos en la luz del día! ¡Ya es hora de que construyas tu vida, de que comiences tu obra!
JEREMÍAS ¡Ahora no es tiempo de empezar nada! ¡El final está demasiado cerca!
LA MADRE ¡Pues claro que es tiempo! Hace mucho que te has convertido en un hombre y esta casa necesita una mujer y unos hijos que despierten el recuerdo y la imagen de tu padre.
JEREMÍAS (Con un dolor rabioso) ¿Traer a una mujer a esta casa, cuando llega la devastación? ¿Engendrar hijos para que el enemigo estrangule su vida? ¡En verdad te digo que el momento es apremiante y nada propicio para desposorios!
LA MADRE No te comprendo.
JEREMÍAS ¿Acaso debo construir mi casa sobre el abismo y mi vida sobre la muerte? ¿Es que debo sembrar para que la semilla se pudra y abone su aniquilación? No, madre, y aún te digo más: bendito aquel cuyo corazón está desapegado de la vida, pues quien respira hoy está bebiendo las aguas de la muerte.
LA MADRE ¿Qué locura es esta que ha hecho presa en ti? ¿Cuándo hemos vivido una época más dulce, cuándo ha gozado el país de mayor tranquilidad, de más paz que ahora?
JEREMÍAS Pues no es así, madre. Los necios no dejan de hablar de paz, pero no por ello van a tener paz; los incautos se echan a dormir y pretenden descansar, sin saber que el sueño que duermen es el de la muerte. ¡Madre, se acercan días como jamás los ha vivido Israel y una guerra como nunca la ha visto la humanidad! Muy pronto, los vivos envidiarán a los muertos que yacen en la tumba, porque ellos tienen paz, y los que ven envidiarán a los ciegos, porque ellos viven en la oscuridad. Los necios lo ignoran, a los que sueñan aún no se les ha revelado; pero yo, yo vengo contemplándolo desde hace mucho, noche tras noche. El fuego arde y sus llamas son cada vez mayores, el enemigo se acerca más y más, ya está aquí el día del escándalo y la desolación. La roja estrella de la guerra asciende en medio de la noche.
LA MADRE ¡Qué espanto! ¿Y cómo puedes saber tú eso…?
JEREMÍAS
Una palabra, una palabra misteriosa ha llegado hasta mí
mientras contemplaba esas visiones que me asaltan cada noche,
cuando deambulo en sueños.
El terror y la inquietud se apoderaron de mi ser,
mis huesos temblaban como una carraca,
mi corazón se derrumbó
igual que una muralla que se resquebraja…
Madre,
he visto cosas
que, si estuvieran escritas,
pondrían a la gente los pelos de punta
y arrebatarían el sueño de su rostro
barriéndolo como si fuera ceniza.
LA MADRE Jeremías, ¿qué ansia te domina…?
JEREMÍAS
El final se acerca, sí, el final,
ya ha partido.
Una amenaza ha surgido del norte.
¡Su carro es de fuego,
en su vuelo arrastra la muerte!
Los cielos sagrados retumban estremecidos,
la tierra tiembla bajo el estruendo del trueno y de los cascos de los caballos.
LA MADRE (Con espanto) ¡Jeremías!
JEREMÍAS (La coge y escucha con atención) ¿Lo oyes…? ¿Es que no lo oyes? Es un susurro, un susurro que se acerca…
LA MADRE ¡Yo no oigo nada! Mira, está amaneciendo. Las flautas de los pastores despiertan en el valle y una leve brisa sopla en la azotea.
JEREMÍAS
¿Una leve brisa?
¡Ay! ¡Ay!
Ese terrible susurro
crecerá y se convertirá
en una furiosa tempestad que procede de Dios.
Se alza
desde los abismos
del norte.
Siembra el terror
por la ciudad.
¡Madre! ¡Madre! ¿Es que no lo oyes?
El viento trae un fragor de espadas que chocan,
las ruedas de los carros giran con el mismo rumor que una ola,
lanzas y corazas brillan en medio de la noche,
un viento tempestuoso arroja sobre el país
guerreros y más guerreros, un ejército infinito.
LA MADRE ¡Delirios del sueño! ¡Desvarío y engaño!
JEREMÍAS
Se acerca, sí, se acerca
un pueblo extranjero,
poderoso y antiguo
que viene del este.
Una muchedumbre infinita
llega con estruendo,
sus airosas flechas vuelan tan lejos como el rayo,
sus briosos corceles tienen cascos veloces,
sus carros llevan corazas tan firmes como una roca.
Y en medio de ellos avanza
el que derriba las ciudades,
el que prende los incendios,
el señor que somete a los pueblos,
el rey, el rey del norte.
LA MADRE El rey del norte… Estás soñando… ¡El rey del norte!
JEREMÍAS
Ha sido Él quien lo ha despertado,
ha sido Él quien lo ha escogido
para que sea el severo ejecutor
de una durísima sentencia, está aquí
para fustigar al pueblo por todos sus pecados,
para pulverizar los muros y derribar las torres,
para extinguir la luz y la risa de nuestras casas,
para borrar de la faz de la tierra la ciudad y el templo,
para asolar nuestras calles y labrar la ruina de Jerusalén.
LA MADRE ¡Cuántos delirios! ¡Qué frivolidad! ¡Jerusalén perdurará por los siglos de los siglos!
JEREMÍAS
¡Caerá!
¡Y será Dios mismo quien la derribe,
así que no cabe resistirse!
¡Por abajo
se secarán sus raíces,
y por arriba
cortarán su fruto!
Los jinetes enemigos entrarán a sangre y fuego
talando los frondosos montes de Israel
y arrasando los campos de Sión.
LA MADRE (Estalla)
¡No es verdad!
¡Mientes! ¡Estás mintiendo!
¡Ningún enemigo pondrá nunca cerco a esta ciudad,
Sión no vacilará jamás, la fortaleza de David jamás caerá!
¡Da igual que el enemigo venga de los confines de la tierra,
las murallas de la ciudad se mantendrán firmes por los siglos de los siglos,
el corazón de Israel pervivirá por los siglos de los
siglos,
Jerusalén perdurará por los siglos de los siglos!
JEREMÍAS ¡Sucumbirá! ¡La vara de la justicia está a punto de caer! ¡Ya se ha fijado la hora! ¡Se acerca el fin, el fin de Israel!
LA MADRE ¡Descreído! ¡Descreído! ¡Somos el pueblo que el Señor escogió y nuestra estirpe llegará hasta el fin de los tiempos! ¡Jerusalén no perecerá jamás!
JEREMÍAS ¡Lo he visto en mis sueños! ¡Son esas visiones las que me lo han revelado!
LA MADRE ¡Frívolo e insolente quien tiene esos sueños, y siete veces frívolo e insolente quien cree en ellos! ¡Ay de mí, que tenga que vivir para ver cómo mi propia sangre recela de Sión y duda del Señor! ¡Jeremías, Jeremías, no hagas que reniegue de mi seno!
JEREMÍAS Yo no quería ser testigo de este horror, pero no he podido hacer nada para evitar las visiones que lo anuncian.
LA MADRE Si te mantuvieras alerta y en oración, sus mentiras se estrellarían contra el nombre del Señor. ¡Jeremías, recapacita! Eres hijo de un ungido y fuiste consagrado para que tu voz cante las alabanzas del Señor, para que fortalezcas los corazones de los que vacilan e infundas valor en el espíritu de los que se encuentran desconcertados.
JEREMÍAS ¿Cómo puedo hacer yo eso? ¿Cómo voy a hacerlo, si yo mismo soy el más desconcertado de todos? ¡Apártate de mí, madre, apártate!
LA MADRE No te abandonaré ni abandonaré tu alma cuando la cercan las dudas. ¡Jeremías, tú eres mi único hijo, así que escúchame! Hasta ahora he guardado en secreto lo que voy a revelarte con la esperanza de que despierte tu corazón. Quiero que sepas lo que sufrí: también yo dudé una vez del Señor, porque Él cerró mi seno durante diez años. Me convertí en el hazmerreír de todas mis conocidas, hasta la última concubina se burlaba de mí. Soporté aquellos diez años con paciencia. Ya empezaba a vacilar, cuando, en el undécimo año, se inflamó mi corazón y acudí al templo para suplicarle a Dios que me concediera un hijo fruto de mi seno.
JEREMÍAS Es la primera vez que me cuentas esto… la primera.
LA MADRE Me arrojé al suelo y, mientras empapaba la tierra con mis lágrimas, hice un voto solemne si concebía un hijo, lo consagraría al Señor. Prometí callar y no dejar que saliera de mi boca ni una palabra hasta que llegase mi hora, para que un día el Señor le concediera palabras en abundancia para cantar sus alabanzas.
JEREMÍAS ¡Me ofreciste en una promesa…! ¡Eso fue lo que hiciste, madre! ¡Fuiste tú!
LA MADRE Ese mismo día, tu padre me visitó y fui bendecida por Dios con un hijo. Escúchame, Jeremías, durante nueve meses me mantuve fiel a mi promesa y enterré mi voz para que tú tuvieras palabras en abundancia con las que pudieras alabar al Dios eterno. Cumplí mi voto, y tu padre y yo te educamos para que conocieras las Escrituras, tu voz resultara agradable y así te convirtieras en salmista. Jeremías, ahora ya sabes que desde el principio fuiste consagrado para ser sacerdote y alabar al Señor. Rasga la red de tus sueños y sal a la luz del día.
JEREMÍAS ¡Doble promesa y doble misterio el de esta noche, madre! Hoy me has despertado a la vida por segunda vez. Tus palabras me han sacado de la ignorancia. Parece un milagro: clamé a Dios suplicándole una señal y Él te envió a mí con estas palabras. ¡Ah, el camino estaba oscuro y esos sueños fueron el acicate que me impulsó a levantarme y empezar a andar! ¡Esas visiones que me impedían conciliar el sueño fueron el reclamo del que se sirvió el certero cazador que nunca falla! Ahora sé quién me sacudía para que no me durmiera, ahora sé quién me urgía a tomar una decisión, quién me presionaba para que actuase, quién me estaba interpelando…
LA MADRE ¿Qué te ocurre? Hablas como un borracho…
JEREMÍAS Sí, porque estoy ebrio de su espíritu, decidido a hacer su voluntad y tan lleno de su palabra que casi me falta el aliento. Los sellos de mi boca se han roto y mis labios arden por anunciar su mensaje…
LA MADRE ¡Ay de ti, si anuncias esos sueños infames! ¡Si divulgas esos delirios dejarás de ser mi hijo!
JEREMÍAS ¿Cómo voy a dejar de ser tu hijo, madre? ¡Ay de mí, claro que lo soy, y me está sucediendo lo mismo que a ti! Has de saber que yo también he sido estéril, pero Él ha puesto en mí un secreto, me ha fecundado con su palabra. Madre, he renovado tu promesa ofreciéndome a Él…
LA MADRE ¡Entonces vayamos al templo para ofrecer un sacrificio y alabar el nombre del que te ha despertado!
JEREMÍAS No, madre, no voy a ser yo quien ofrezca el sacrificio… voy a convertirme en la víctima que se inmola. La sangre de mis venas corre por Él, mi carne arde por Él, mi alma se inflama por Él. Quiero servirlo como nadie lo ha servido; a partir de ahora, sus caminos serán mis caminos. ¡Ah, mira, en el valle está amaneciendo y también en mí se levanta el día que disipa las tinieblas! El cielo se cubre de fuego igual que mi corazón. ¡Ay, el carro de Elías ha de elevarse ardiente, llevándose consigo mis palabras para que se precipiten como el trueno sobre los hombres y rompan su día! ¡Ay, cómo me arden los labios, debo marcharme, tengo que salir…!
LA MADRE ¿Adónde quieres ir, cuando ni siquiera ha amanecido?
JEREMÍAS Lo ignoro, sólo Dios lo sabe.
LA MADRE Pero dime, ¿qué te propones?
JEREMÍAS ¡No lo sé, no lo sé! ¡Mi corazón es suyo, es Él quien actúa a través de mí!
LA MADRE Jeremías, no te dejaré marchar si antes no me juras que guardarás silencio sobre lo que has visto en tus sueños…
JEREMÍAS ¡Yo no juro! ¡Es Él quien me conjura para que proclame su palabra!
LA MADRE … que no le anunciarás desgracias al pueblo.
JEREMÍAS ¡Es Él quien las anuncia, yo sólo le presto mis labios!
LA MADRE ¡Ay, te niegas a escuchar mis palabras! Pues escucha bien esto que te digo: si sales a sembrar la duda en Israel, no volverás a entrar en mi casa.
JEREMÍAS Suyas son mis palabras y suya mi morada.
LA MADRE ¡Quien no cree en Sión no puede llamarse hijo mío!
JEREMÍAS Yo sólo soy hijo de aquel que me introdujo en tus entrañas.
LA MADRE ¿Te marchas entonces? Bien, pero escucha lo que te digo, Jeremías, óyeme antes de abrir los labios para dirigirte al pueblo: maldigo con todas las fuerzas de mi alma al que anuncia el horror para Israel, maldigo…
JEREMÍAS (Estremeciéndose) ¡No me maldigas, madre, no me maldigas!
LA MADRE Maldigo al que profetiza la desolación de las calles y la ruina de las murallas, maldigo al que proclama que la muerte se abatirá sobre Israel. Que su cuerpo caiga en el fuego y su alma en el puño del Dios vivo.
JEREMÍAS Deja de lanzar maldiciones, madre… Si Él me rechaza, caerán sobre mí…
LA MADRE ¡Maldigo al que duda, al que prefiere confiar en los sueños antes que en la misericordia de Dios! ¡Maldigo, maldigo al descreído que no reconoce a Dios, aunque sea mi hijo! Por última vez, Jeremías… ¡elige!
JEREMÍAS Yo… debo… seguir mi camino… (Sale en dirección a la escalera caminando pesadamente)
LA MADRE Jeremías… eres mi único hijo y el consuelo de mi vejez… Aunque intentes escapar a mi maldición, Dios la escuchará, como escuchó mi promesa.
JEREMÍAS También yo le he hecho una promesa, madre, y sé que me ha escuchado. ¡Adiós! (Pone el pie sobre el primer escalón)
LA MADRE (A voz en grito) ¡Jeremías! ¡Estás pasando por encima de mí! ¡Pisoteas mi corazón!
JEREMÍAS No sé por dónde camino… No reconozco las piedras que piso… Sólo siento su llamada, que me interpela… y estoy dispuesto a seguirla. (Baja lentamente el resto de los escalones con el rostro serio y el gesto contenido, fijando los ojos en el cielo)
LA MADRE (Sale precipitadamente hacia la escalera y grita desesperada) ¡Jeremías! ¡Jeremías! ¡Jeremías!
No hay respuesta. Los gritos se convierten en el eco de un lamento y luego se diluyen poco a poco en el silencio hasta que desaparecen totalmente. La silueta de la madre, agitada por la desesperación, se recorta solitaria contra la alta bóveda celeste, sobre la que poco a poco empieza a extenderse una trágica aurora que brilla con un fulgor de sangre y fuego.