Gerardo Arenas
Freud sin principio de placer
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Arenas, Gerardo Retoquecitos : Freud sin principio de placer / Gerardo Arenas. - 1a ed - Olivos : Grama Ediciones, 2021. Libro digital, EPUB Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-8372-55-6 1. Clínica Psicoanalítica. I. Título. CDD 150.195 |
Diseño de tapa: Gustavo Macri
Primera edición en formato digital: febrero de 2021
Versión: 1.0
Digitalización: Proyecto451
Hecho el depósito que determina la ley 11.723
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Alles in der Welt lässt sich ertragen,
Nur nicht eine Reihe von schönen Tagen.(1)
GOETHE, “Sprüche”.
1. Todo en el mundo resulta soportable, / Excepto una serie de días agradables.
Freud cree que el instinto de muerte se explica por medio del desplazamiento hasta lo más bajo del umbral de tensión tolerado por el cuerpo. [Él lo] llama un más allá del principio de placer [y ése es] un pensamiento más delirante que cualquiera de los que alguna vez yo les haya comunicado.
JACQUES LACAN, “El seminario de Caracas”.
Lacan, el freudiano que no quería sobrepasar a Freud sino apenas prolongarlo, consideró que el principio de placer, con su “más allá” y la pulsión de muerte, era un delirio.(2) Ser freudiano no era, a su entender, aceptar lo que Freud había dicho, sino debatir con él. En cambio, calificar de “error atávico” la formulación freudiana del principio de placer es desacertado.(3) Ese principio tiene el carácter de un verdadero postulado de su doctrina y, en calidad de tal, no cabe considerarlo erróneo, ya que, por definición, ningún postulado lo es. Lo que sí puede resultar razonable es, a lo sumo, compr+arar esa doctrina con la que se obtendría al sustituirlo por algún otro postulado o con la que se desprendería de eliminarlo. El objetivo de estas páginas es ése: explorar las consecuencias de erradicar el principio de placer, en vez de conservarlo modificado mediante el agregado de un “más allá”, como lo hizo Freud.(4)
Los resultados de tal empeño podrán ser leídos en diversas claves. Resumamos las principales.
La más simple y desapasionada es la clave lógica. Eliminar un postulado, ¿qué puede ser sino un neutro e inocente divertimento, una suerte de pasatiempo intelectual carente de riesgos y de implicancias prácticas? Indagar el efecto que, dentro de un sistema articulado de proposiciones, tiene la omisión de uno o más de sus axiomas, es un ejercicio habitual planteado tanto al estudiante de lógica formal como al de matemáticas, sin que importe si las razones para eliminar de la axiomática tal o cual subconjunto son intuibles o no. Es cierto que los planteos freudianos no son reducibles a fórmulas, pero todos ellos han sido presentados con tal transparencia argumental que bien podrían serlo, y en consecuencia no resulta descabellado ponerlos en paralelo con la firme trama de un sistema lógico formalizado.(5)
En las antípodas de la clave lógica se sitúa la clave política. Tocar el principio de placer es aún más imprudente que tocar la hache,(6) roza lo sacrílego y hasta puede ser leído con tono secesionista.(7) ¿Qué bien podría hacerle al psicoanálisis poner en tela de juicio uno de sus pilares? ¿No será ello la avanzada de un movimiento cismático, o incluso un atentado suicida perpetrado contra el psicoanálisis mismo? Lejos de ser un divertimento desapasionado o una mera curiosidad lógica, ¡es un escándalo! Si tocar uno de los postulados de Euclides dio lugar a las geometrías no-euclidianas, ¿qué clase de monstruo podría ser engendrado por la eliminación de un postulado de Freud? ¿Un psicoanálisis no-freudiano? Esto es lisa y llanamente inadmisible. Por más que no se cuente entre los principios rectores del psicoanálisis (8) y que haya sido cuestionado y limitado por su propio impulsor, el principio de placer es inseparable de la doctrina analítica. No en vano nadie consideró seriamente la posibilidad de extirparlo de ella.
Menos ecuánime que la clave lógica pero no tan pasional como la política, la tercera clave de lectura es la que se presenta cuando nuestra atención recae en las posibles consecuencias clínicas de la empresa. Si no olvidamos que en psicoanálisis conviene pasar de los conceptos a los problemas,(9) y tomamos en cuenta que Freud mismo aclaró que absolutamente toda su doctrina había sido edificada como abordaje de un único problema clínico, el de la resistencia,(10) es plausible conjeturar que lo que llevó a proponer y mantener el principio de placer no fue otra cosa que el peculiar sesgo adoptado para afrontar ese problema, y que, por lo tanto, una reformulación de éste debería ser acompañada por una revisión crítica de aquél. Ahora bien, hace tiempo que la resistencia ha dejado de ser considerada como “el indicio más seguro de un conflicto”,(11) es decir, como el signo de un choque entre aspiraciones anímicas contrapuestas, y ha cobrado fuerza la idea de que ella refleja otro choque, el que puede producirse entre las intenciones del analista y las del analizante,(12) o incluso se ha descripto esa resistencia como un efecto carente de toda intencionalidad y proveniente de la estructura general de la relación entre el discurso y lo singular.(13) ¿No sería necesario entonces revisar en su totalidad la doctrina edificada sobre esa base, incluida la postulación del principio de placer, a fin de abordar sin incoherencias el problema clínico real y efectivo que Freud planteó en términos de resistencia? Dado que ese problema existe y debe ser afrontado una y otra vez en la experiencia analítica, ningún apego doctrinario justifica evitar la exploración de otros caminos que puedan resultar más convenientes o eficaces.
Nuestro mayor anhelo es resucitar a un Freud prematuramente embalsamado, pero si algún sentido tiene el matema lacaniano para el sentido, s(A),(14) la clave con que habrá de leerse este libro está, como siempre, en manos del Otro. La intentio lectoris habrá de imponerse.(15)
2. Lacan (1980).
3. Arenas (2017: 21-24).
4. Freud (1920).– Tomamos como base el seminario quincenal online realizado durante 2020 bajo el título Retoquecitos.
5. Cf. Arenas (1998: cap. 3).
6. Cf. Lacan (1972a: 81).
7. Según Freud (1932d), el edificio del psicoanálisis tiene una unidad y no puede tomarse de él un elemento solo, pero él considera que una secesión supone crear un nuevo todo descuidando o ignorando el resto, mientras que lo que aquí se propone es retirar con cuidado un elemento a fin de preservar el conjunto y hacer de éste algo más sólido.
8. Laurent (2004).
9. Cf. Lacan (1965a).
10. Freud (1932b: 63).
11. Freud (1932a: 14).
12. Cf. Lacan (1955: 340ss).
13. Arenas (2012: 86-91).
14. Cf. Lacan (1962b: 767ss).
15. Cf. Eco (1990: cap. 1).
Estudiar las consecuencias (16) de erradicar de la doctrina freudiana el principio de placer implica correr ciertos riesgos que, si bien no se reducen empleando esos barbijos tan utilizados durante la pandemia de COVID-19, suelen evitarse mediante un tipo especial de lavado de manos que ya era costumbre antes de ella y que a su vez se ha vuelto una enfermedad cuyo más llamativo síntoma es la pobreza de los textos producidos, textos lavados en los que unas fórmulas, adoptadas como palabra santa y verdad revelada, devienen clichés viralizados –valga la expresión– sin crítica ni rastro de enunciación propia. Este modo simbólico de lavarse esteriliza a la perfección: Tal como dijo Fulano, Mengano afirma que, según la expresión de Zutano… Más aún, si condimentamos esta ensalada con pizcas de enelnombredefreud y tealabamoslacan, y seguimos predicando que el goce es malo, estaremos a un paso de fundar una nueva Iglesia, formada por fieles tan limpios y estériles como castos y creyentes.
Para peor, una mirada atenta revela que la lengua analítica se parece cada vez más a una lengua sectaria, como en su momento lo fue el latín para la Iglesia cristiana, y eso debería alertarnos, ya que ello puede convertir esa lengua en una lengua muerta. ¿Estamos aún a tiempo de vivificarla mediante algunos retoquecitos?
El problema de la lengua analítica se inscribe en el de la formación del analista, ya que ésta incluye la orientación que otros colegas nos brindan en persona o a través de sus publicaciones o incluso por vías virtuales. En lugares donde aún no existe una comunidad de trabajo con orientación lacaniana, el primer paso es pasar a hablar una lengua compartida. La relación entre lengua y orientación de la comunidad analítica es crucial, y cabe compararla con la que existe entre el jinete y su caballo: así como las maniobras de un jinete serían movimientos estériles y hasta ridículos si unas fuertes riendas no enlazaran su mano con la boca del caballo, ningún efecto orientador podrá obtenerse en una comunidad analítica si ese efecto no está inscripto en (y sostenido por) un lazo discursivo –el lazo analítico–,(17) y la existencia de esa clase de lazo requiere hablar una lengua común, sin lo cual estaríamos condenados al autismo social.(18) Para eso, es preciso que esa lengua se mantenga viva, y al respecto Lacan señala lo evidente: una lengua no se mantiene viva solamente por el hecho de que haya seres que la tomen como instrumento al hacer uso de la palabra, sino que se la vivifica “en la medida en que en cualquier momento […] se le hace un retoquecito”.(19) En caso contrario, ¡kaput! Miller acuerda con él y agrega que para ello es necesario romper con los usos estandarizados y trillados, pues sólo vivificamos la lengua “con retoquecitos”.(20)
La experiencia analítica introduce en la lengua de cada analizante frecuentes retoquecitos de esta especie, y así brinda o devuelve a esa lengua su carácter vivo. Por eso, no deja de ser sorprendente y hasta inquietante que la lengua de los analistas suela perder su vitalidad fuera de los consultorios y así desfallezca por su uso repetitivo, ciego, ritualizado, como si fuera impensable decir algo que no coincida con lo ya dicho por unos pocos otros. Y no es que haya que dejarse llevar por el empuje contemporáneo hacia lo nuevo,(21) sino que, al hablar de esos retoquecitos, Lacan y Miller nos dan una suerte de instrumento para medir la vivacidad de una lengua, y cabe aplicar a la nuestra lo que ellos dicen, para mantenernos despiertos y recrearla. Si la lengua muere, el lazo se congela, la rienda se hace añicos, y la orientación se pierde. Es lo que ocurrió con Freud en la IPA.(22) Conviene evitarlo.
Ciertos sueños, que suelen aparecer en coyunturas específicas de la experiencia analítica, representan plásticamente el guion fantasmático en el momento mismo de esbozarse en aquélla la construcción de éste. Son sueños penosos, muchas veces angustiantes, y en este sentido han de incluirse en el conjunto de los que contradicen lo que Freud llamaba “principio de placer”. Estudiarlos nos transportará sin escalas a los problemas que ese principio plantea.
Al elucidar la desfiguración onírica, Freud reconoce de entrada que hay “sueños en los que puede reconocerse el contenido más penoso, pero ninguna huella del cumplimiento de un deseo cualquiera”.(23) Es un flanco por donde cabría atacar su tesis sobre el sueño, y concierne a algo muy conocido, pues ¿quién no ha tenido sueños desagradables, asquerosos, angustiantes o insoportables? De todos modos, él aclara que esto no impide que esos sueños al fin “se revelen, después de la interpretación, como cumplimientos de deseo”.(24) De hecho, ésa es la pieza clave que aportó para develar el enigma de la función del sueño y, desde allí, trazar las vías que conducen a su interpretación. En sueños de este tipo, tales como el famoso sueño de la bella carnicera, “el contenido penoso no apunta sino a disfrazar otro deseado”, y por eso él propone llamarlos “sueños de deseo contrario y de displacer”.(25)
Nótese que aquí, dos décadas antes de 1920, ya se presenta algo que contradice la supuesta vigencia de un principio de placer. El psicoanálisis recién nacía y Freud aún tenía todo por hacer. Habría podido dejar de lado ese principio, pero no lo hizo. Siempre buscó salvarlo, y aquí esa decisión lo obliga a hacer las mismas contorsiones argumentales que durante el resto de su vida deberá realizar con ese fin: dice que el trabajo interpretativo hace de estos sueños penosos unos cumplimientos de deseo hechos y derechos, pero que satisfacen ciertas “inclinaciones masoquistas” cuya extensión deberíamos suponer mayor aún que la de la validez del principio que ellas son llamadas a salvar, pues Freud mismo, pese a afirmar que “las pasiones fácilmente nos hacen padecer”,(26) reconoce que se deja “llevar demasiado por [sus] aficiones”.(27) ¡Ni siquiera él cumple con lo que su amado principio de placer dicta! Sin embargo, en lugar de deducir de ello su propio masoquismo o de descartar sin más, otra vez, el bendito principio, atribuye el carácter displacentero de esos sueños a la desfiguración onírica. Sólo esto le permite mantener, aunque con pequeños cambios, la fórmula general según la cual el sueño es el cumplimiento disfrazado de un deseo reprimido,(28) y justificar la hipótesis de que hay dos instancias psíquicas en conflicto, separadas entre sí por una censura.(29) Pero las contradicciones que esta solución entraña lo asaltan a la vuelta de cada esquina.
Una de las peores se encuentra hacia el final del célebre apartado relativo a los típicos sueños de muerte de seres queridos. Lacan ha puesto un gran acento en la estructura de uno de ellos: el que inaugura el séptimo capítulo de la Traumdeutung.(30) Es aquel en que el hijo reprocha al padre que no note el fuego que lo consume. Freud nos advierte que, en los sueños que figuran la muerte de quienes amamos, “el pensamiento onírico formado por el deseo reprimido escapa de toda censura y se presenta inalterado”.(31) Pero ¿cómo algo tan horrible puede burlar toda censura y presentarse sin desfiguración? ¿Y no nos habían dicho que la desfiguración era lo que tornaba penosos esos sueños? Acorralado, Freud hace una finta envidiable, un pase de manos magistral: dice que el deseo en ellos es tan enorme que la censura “está desarmada” frente a él, como si “ni en sueños” pudiera ocurrírsenos una cosa semejante. Ahora bien, ¿debemos seguirlo en esto? ¿Qué caso tiene postular una censura que se ocupa de lo pequeño y no de lo grande? ¿Qué censura tapa un escote y deja ver obscenas desnudeces? ¿Cuál impide publicitar banderas rojas y acepta en primera plana el Manifiesto Comunista? Además ¿cómo es posible postular tal inadvertencia de la censura, si la mujer que contó este sueño (que había sido soñado por otro) se apresuró a “resoñarlo”,(32) y, por lo tanto, estaba bien advertida de lo que vendría?
Estas y otras preguntas sugieren la conveniencia de trasladar el principio de placer, junto con el “más allá” que aspira a salvarlo y con el principio de realidad que pretende ser su continuación por otros medios, a un estante del museo de las concepciones psicoanalíticas obsoletas.
Todo esto se condice con lo que el propio Freud dice en una nota agregada en 1909 a La interpretación de los sueños, donde señala algo que observamos con regularidad, a saber, que las personas que “en su infancia sufrieron atentados sexuales […] anhelan su repetición en el sueño”.(33) Es algo que se constata sobre todo en casos de abuso sexual infantil reiterado: así como suele decirse, a medias en broma, que ser paranoico no excluye estar siendo perseguido, haber sido abusado no excluye, a la inversa, que eso forme parte del propio fantasma.(34) Ahora bien, si la persona abusada anhela que el atentado se repita en sueños, el modo en que ese anhelo elude la censura no puede achacarse a la posibilidad de que ésta se encuentre mal preparada para enfrentarlo. Todos estos ejemplos contradicen, pues, la pretendida validez del principio de placer, y lo hacen mucho antes de que Freud intente rescatarlo, en 1920, mediante su “más allá”.
Nuestras primeras indicaciones relativas a los problemas planteados por la inercia conceptual que lleva a conservar en el psicoanálisis ese principio se remontan a una década atrás y atañen a las economías del encuentro y del amor.(35) A eso siguieron planteos sobre la rutina y el aburrimiento que podemos retomar aquí.(36)
El término “rutina” deriva del francés routine, forma diminutiva y peyorativa de route, que significa “ruta”. Una rutina es, entonces, una rutita de morondanga. Por otro lado, route y “ruta” vienen del latín rupta, que significa “rota”, ya que un camino simplemente se hace al andar, mientras que una ruta se abre rompiendo el terreno. En suma, una rutina es una rutita abierta una vez y recorrida hasta el hartazgo. No por ello debe concluirse que romper la rutina sea imposible porque la rutina ya esté rota (al menos etimológicamente), pero sí hay que subrayar que salirse de la ruta es el sentido originario de delirar, y eso confirma que romper la rutina siempre conlleva un grano de locura.
En informática, una rutina es una secuencia de operaciones fija, invariable. Las máquinas no se aburren de repetir una rutina; nosotros sí tenemos esa maravillosa posibilidad. Lacan hizo del aburrimiento el signo de estar habitados por el deseo de Otra cosa.(37) Y si “diversión” es lo contrario de “rutina”,(38) el aburrimiento es signo de un deseo de diversión, de un deseo de romper la rutina.
Según el planteo freudiano, estamos condenados a navegar entre dos rutinas: la de la pulsión y la del deseo. Freud concibió en términos de facilitación la huella que ciertas experiencias dejan tras de sí,(39) y “facilitación” es traducción del alemán Bahnung, que significa “abrir una ruta”. Es decir que una experiencia abre una ruta que luego podrá transitarse con más facilidad. Tal es la rutina pulsional: una ruptura inaugura una rutina que después cuesta romper –tanto que estuvo a punto de conmover la fe freudiana en el principio de placer. ¿Y la rutina del deseo? Para Freud, el deseo es ese núcleo del ser inmortal, indestructible e inconsciente que nos hace ser quien somos y nos acicatea sin cesar.(40) Su rutina hace que tengamos un estilo propio, único, en nuestros lazos libidinales –lo que llamamos “singularidad”.(41) Hay entre ambas rutinas una relación que requiere ser elucidada y sobre la cual volveremos.(42)
La novela Una semana de vacaciones cuenta la historia de un padre que inicia sexualmente a su hija.(43) El lazo entre ambos es tan rutinario como el modo de goce y la novela misma, y lo único capaz de conmover esas rutinas en tres ocasiones es alguna de las formas del deseo de la hija.(44) Una es el aburrimiento, signo de un deseo. La segunda es el anhelo de otra cosa especifica: tomarse un respiro en la rutina del sexo, para dedicarse a la lectura. La tercera se enlaza con un deseo inconsciente: un sueño que la hija cuenta al padre y que no rompe sólo la rutina, sino también el lazo.(45)
Rutina y aburrimiento nos enseñan, acerca de los seres hablantes, algo que está en franca contradicción con el planteo freudiano del principio de placer, incluido su “más allá”. ¿Por qué suponer que pueda regirnos una tendencia a evitar la excitación y a procurar su descarga, en lugar de una tendencia más bien opuesta y que nos distingue de toda otra especie, reconocible en nuestro efectivo gusto por gozar de variadas maneras y en la mayor medida posible? Si algún Lustprinzip nos caracterizara, no sería un principio de placer que busca la descarga, sino un principio de goce que reclama excitación. Si entendemos el placer como una cualidad consciente ligada a la descarga de excitación, es absurdo suponer que vivimos bajo el imperio de un principio que nos inclina a ello. En lugar de corregirlo mediante la referencia a cierto “más allá”, habría que erradicarlo de cualquier consideración seria de la economía de los modos de gozar.
Así planteábamos el problema hace pocos años,(46) apuntando a la inadecuación entre el principio de placer y el mundo humano. Pero más recientemente señalamos una razón más fuerte aún para erradicar el principio de placer, pues se trata de una contradicción interna en el sistema freudiano nacida de la ambigüedad del término “economía”,(47) y esto permite plantear la cuestión de una manera muy sencilla.
Esa contradicción, que recorre la obra freudiana, puede fecharse en 1895, al comienzo del “Proyecto…”. Está situada bien a la vista, pues, como la inhallable carta robada en el cuento de Poe. Freud justifica su plan de hacer un abordaje cuantitativo de los procesos psíquicos (el llamado punto de vista económico) diciendo que procesos como
estímulo, sustitución, conversión, descarga [sugirieron] la concepción de la excitación neuronal como cantidades fluyentes. [Y] se pudo formular un principio fundamental [que] enuncia que las neuronas procuran aliviarse de la cantidad.(48)
La ambigüedad y la contradicción mencionadas se presentan en dos aserciones consecutivas acerca de lo que ocurre con la excitación en las neuronas: (1º) fluye, (2º) tiende a reducirse. Ahora bien, que algo se comporte como una magnitud fluyente (sea excitación u otra cosa) significa que se redistribuye sin pérdida ni ganancia, manteniendo constante la suma total, como ocurre con el caudal de un río o con la energía de un sistema. Si fluye, esa magnitud cumple una ley de constancia: puede redistribuirse variando aquí o allá, pero su monto total no varía; en especial, si sólo tiene dos destinaciones, al reducirse en una deberá aumentar proporcionalmente en la otra. Pero la segunda proposición no consiente que, si una se alivia de cantidad, la otra tome sobre sí el remanente, pues exige que todas aligeren su cantidad, y, si es así, la suma no puede mantenerse constante, como lo requiere la hipótesis del flujo, sino que siempre se reducirá, dado que se reduce cada uno de los términos que la componen.
Freud parece haber sucumbido al equívoco que el término “economía” presenta en la lengua alemana, en la nuestra y en muchas otras: es la ley de conservación que rige los libros de caja (si algo desapareció de un rubro, debe de encontrarse en otro o haber sido repartido entre varios), y también es el ahorro, la tendencia a reducir gastos. El planteo freudiano tiene una contradicción interna porque ambas cosas no pueden cumplirse. En consecuencia, hay que elegir.
La pandemia de aburrimiento que acompaña a la del COVID-19 es la demostración práctica, a escala global, de que ningún principio de placer se aplica a los seres hablantes y de que ese principio ni siquiera puede ser salvado invocando un “más allá” regido por la compulsión de repetir, ya que justamente la repetición es lo que el aburrimiento pretende romper. Gracias a esta pandemia, escuchamos con claridad la voz con que el parlêtre interpela a Freud: Vater, siehst du denn nicht, dass ich verbrenne? Padre, ¿no ves que ardo? ¡Ardo de pasión, de amor, de deseos! Ich verbrenne vor Leidenschaft, vor Liebe, vor Begierden!
¿Cuáles son las implicancias? Si no hay principio de placer ni “más allá” que lo complete ni principio de realidad que lo prosiga, el proceso primario deberá ser otra cosa, como observa Lacan,(49) y entonces también lo serán el inconsciente mismo, el sueño y hasta el despertar; la pulsión perderá su carácter molesto, y la noción de defensa, sus principales derechos; la vivencia de satisfacción cambiará de signo, pues no nos colmará por cancelar una excitación perturbadora, sino por prodigar inéditos e inolvidables modos de gozar; el trauma y el síntoma deberán igualmente ser reformulados, y vacilará nuestra idea de la represión; la constitución del yo requerirá, como mínimo, ser fundamentada de otro modo, y habrá que revisar con lupa tanto la metapsicología como la compulsión de repetir; la pulsión de muerte carecerá de justificación, y las fuentes de la angustia y del fantasma volverán a sernos enigmáticas; el masoquismo no planteará problemas económicos, explicar el malestar en la cultura requerirá razones nuevas,(50) y si, al ser que goza, el superyó le ordena gozar, su función puede resultar superflua. Como cada una de estas consecuencias tendrá, a su vez, una serie de derivaciones, el programa de trabajo que esto prefigura se parece al de un efecto dominó en el que la caída de ciertas fichas inaugura la de dos o más series nuevas. No obstante, plantearlo así podría hacer que con horror nos preguntemos qué quedará en pie, pese a que en verdad la propuesta no es demoler, sino reconfigurar; no es tirar abajo una columna, sino sustituirla por una más firme; es mandar al museo el principio de placer, remplazarlo por un fundamento no contradictorio y más adecuado al mundo humano, y forjar así una herramienta más idónea para tratar el sufrimiento de los cuerpos hablantes y para interpretar el malestar en la cultura.
16. Partes de este capítulo fueron presentadas en las XXVIII Jornadas de la Escuela de la Orientación Lacaniana el 1º de diciembre de 2019; otras, en la sede madrileña de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis, dos semanas después.
17. Cf. Arenas (2020a).
18. Cf. Lacan (1977).
19. Lacan (1976: 131).
20. Miller (2007: 86).
21. Cf. Miller (1998a).
22. Cf. Arenas (2015a).
23. Freud (1900: 153).
24. Ibíd., p. 154.– El subrayado es nuestro.
25. Ibíd., pp. 164, 176.– Volveremos sobre ese sueño infra, pp. 43s.
26. Ibíd., p. 189.– La lengua alemana posibilita aquí un juego de palabras.
27. Ibídem.– El hipotético cumplimiento de deseo se consuma dando un lugar muy comprobable a cierto goce –quizá penoso, pero goce al fin.
28. Ibíd., p. 177.– Causar displacer es el precio pagado por disfrazar el cumplimiento supuestamente placentero, como si disimuláramos la droga que queremos pasar por la frontera mediante un disfraz más caro que la droga misma.
29. Ibíd., pp. 163s, 247.
30. Cf. Lacan (1964b: 42s, 66, 76s; 1969: 182).
31. Freud (1900: 275).
32. Ibíd., p. 504.
33. Ibíd., p. 200n.
34. Lo sugiere, además, el caso de Emma, que Freud (1895: 400-404) presenta como paradigma de la proton pseudos histérica.– Cf. Arenas (2020b: 34-40, 70).
35. Arenas (2012: caps. 22-23).
36. Cf. Arenas (2014b).
37. Cf. Lacan (1958b: 181s).
38. El latín divertere significa “llevar por varios lados”.
39. Freud (1895: 344).
40. Freud (1900: 546, 593, 608).
41. Arenas (2012: cap. 1).
42. Véase infra, cap. 3.
43. Angot (2012).
44. Miller (2013) comenta la tercera.
45. Un deseo no siempre tiene tal poder de conmoción, pero jamás es un instrumento desdeñable.
46. Arenas (2017: 23).
47. Arenas (2020b: 60).
48. Freud (1895: 340).
49. Lacan (1972b: 32s).
50. Cf. Bauman y Dessal (2014), Arenas (2018a).