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Colección Digital • Serie Experiencias

Director:

Francisco J. Bueno Pimenta

Comité científico asesor:

Javier Barraca Mairal

Mauro Jiménez Martínez

M.ª Antonia Labrada Rubio

Belén Mainer Blanco

Wilfredo Rincón García

© 2020 Franco Nembrini de los comentarios

© 2020 Gabriele Dell’Otto de las ilustraciones

© 2020 Alfonso López Quintás de la introducción

© 2020 Editorial UFV. Universidad Francisco de Vitoria

editorial@ufv.es

www.editorialufv.es

Comentarios y versos en italianos extraídos de la obra, Inferno, Mondadori, Milán, 2018. ISBN: 9788804703013.

Textos de los cantos en español extraídos del libro, Obras completas de Dante Alighieri, BAC, 5.ª edición, Madrid, octubre de 2002. ISBN: 9788479141554.

Traducción: Silvia Guerrero Fontana

Primera edición: febrero de 2020

ISBN edición impresa: 978-84-17641-74-0

ISBN edición digital: 978-84-18360-09-1

Preimpresión: MCF Textos, S. A.

Impresión: Punto Verde Artes Gráficas

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

NOTA EDITORIAL

INFIERNO

INFIERNO

TODA UNA VIDA CON DANTE

NOTA DE FRANCO NEMBRINI

BREVE BIOGRAFÍA DE DANTE (1265-1321)

UNA VOZ DE LA EDAD MEDIA: DANTE, POETA DEL DESEO

UNA VIDA NUEVA

CANTO I

CANTO II

CANTO III

CANTO IV

CANTO V

CANTO VI

CANTO VII

CANTO VIII

CANTO IX

CANTO X

CANTO XI

CANTO XII

CANTO XIII

CANTO XIV

CANTO XV

CANTO XVI

CANTO XVII

CANTO XVIII

CANTO XIX

CANTO XX

CANTO XXI

CANTO XXII

CANTO XXIII

CANTO XXIV

CANTO XXV

CANTO XXVI

CANTO XXVII

CANTO XXVIII

CANTO XXIX

CANTO XXX

CANTO XXXI

CANTO XXXII

CANTO XXXIII

CANTO XXXIV

INTRODUCCIÓN

Alfonso López Quintás

Me alegra sobremanera esta nueva edición de la Divina comedia del gran Dante Alighieri. Las obras excelsas definen la calidad de la cultura humana, como los picos dan la medida exacta de la envergadura de una cordillera.

La Divina comedia es una de las creaciones culturales que decidieron durante siglos la cultura de la vida europea. Bien estaría que volviéramos a la lectura de las obras cumbre, una lectura participativa, verdaderamente creativa. Entonces vislumbraríamos lo que fue la gran Europa, vista a través de sus fuentes, que son a la vez —como en este caso— sus frutos más logrados.

Hoy hablamos mucho de volver a nuestras raíces. Y hacemos bien, porque es una tarea apremiante, ineludible. Pero no deberíamos limitarnos a lanzar proclamas, sino comenzar rápidamente a fomentar en los jóvenes su amor a lo esencial, que se alberga en las obras más valiosas.

Uno de los grandes estudiosos de Dante fue Romano Guardini, proclamado en su día como el primer humanista europeo.1 En uno de sus diarios confiesa que conserva vivo el recuerdo de cuando, en su infancia, oía de labios de su padre los versos más celebrados del Dante.2 Ahí, sin duda, estuvo el origen de su posterior entusiasmo por la figura del gran poeta florentino.

La Divina comedia es la historia poética de una gran transfiguración. El fenómeno de la transfiguración toma cuerpo en la figura de Beatriz, una joven que, con su «belleza que salva» —por ir unida a la virtud— anuncia a las gentes que es posible una «vida nueva», impulsada por diversas transfiguraciones de la conducta que nos llevan a optar por los cuatro grandes valores —unidad/amor, bien/bondad, justicia, belleza—, y entrar, así, en el estado de pleno logro que se llama de antiguo «la verdad».3 Por ser ejemplar y modélica, la figura de Beatriz se convierte en guía para conocer la vida celeste.

VIDA NUEVA Y AMOR AUTÉNTICO

Por eso, tal vez la mejor preparación para leer creativamente la Divina comedia, participando en ella como si la estuviéramos gestando, sea leer de la misma forma esa joya de la literatura que es el librito titulado expresivamente Vida Nueva.4 Fue escrita por Dante en prosa, pero la esmaltó con poemas breves muy expresivos, que forman parte esencial del conjunto, como para decirnos a las claras que se trata de una prosa poética, en el sentido de «transfiguradora».

La verdadera poesía convierte las «realidades cerradas» en «realidades abiertas» o «ámbitos».5 Al comenzar Federico García Lorca su Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías con el verso «Eran las cinco en punto de la tarde», no quiere aludir sencillamente al momento en que comenzó la fiesta taurina en la que falleció su amigo. Este sería un mero dato para una crónica prosaica. Desea reavivar en el lector el hervor de los sentimientos que se agolpan en nuestro ánimo al acceder a la plaza. Con solo ver el ruedo, iluminado a menudo por un sol de justicia, se transforma la temporalidad. A partir de ese momento, se inaugura un tiempo nuevo, el que vayan creando los protagonistas, como hacen los intérpretes con el tiempo de las obras que interpretan, y que designamos con el término italiano tempo. De este género de transfiguraciones vive la poesía.

En la Vida Nueva describe Dante ese plus enigmático que añade el amor a la mera pasión para proclamarse «amor verdadero». Amor verdadero es el que no arrastra, domina, esclaviza, sino que eleva nuestra libertad y la convierte en «libertad creativa» o «libertad interior».

Y ocurría —escribe— que, aunque su imagen (la de la joven Beatriz),6 que continuamente estaba conmigo, por osadía de Amor me señoreaba, era de tan nobilísima virtud que nunca sufrió que Amor me rigiese sin el fiel consejo de la razón en todo aquello en que aquel consejo fuera provechoso de oír.7

La belleza de su gentilísima dama era transfigurada por una admirable virtud:

Digo, pues, que se mostraba tan noble y llena de todas las gracias que cuantos la miraban sentían dentro de sí una dulzura tan honesta y suave que no sabían significarla, como tampoco había nadie de cuantos la miraban que al punto no se viese obligado a suspirar. Estas cosas y otras más admirables procedían de su virtud (…).8

Al final de la obra, Dante decide no hablar más de esta singular mujer «hasta tanto que pudiese hacerlo más dignamente».

Y en conseguirlo me esfuerzo cuanto puedo, como ella en verdad sabe. Así, pues, si le place a Aquel por quien toda cosa vive que mi vida dure algunos años, espero decir de ella lo que nunca de nadie se ha dicho. Y luego quiera aquel que es señor de toda cortesía que mi alma pueda irse a ver la gloria de su señora, esto es, de la bienaventurada Beatriz, la cual gloriosamente contempla el rostro de aquel qui est per omnia saecula benedictus (que es bendito por todos los siglos).9

El lenguaje poético

Por ser fruto de una transfiguración —un cambio a mejor—, este amor requiere ser proclamado con lenguaje poético, entendido este vocablo en su sentido más profundo. La figura de Beatriz simboliza este tipo de amor elevado, promotor de relaciones desbordantes de sentido. Tal fertilidad nos indica que dicho simbolismo es plenamente real, eficiente, no una vana figuración literaria. Si puede parecerlo a primera vista, es precisamente porque su tipo de realidad es muy elevado.10

Como el tema del amor a las personas se vincula en la Divina comedia muy estrechamente con el amor a la sabiduría, nos ayudará a penetrar en esta obra experimentar de cerca el fervor que sintió Dante por la vida de la razón y, en general, por la «filosofía». Los estudios filosóficos le ayudaron a profundizar en la experiencia que tenía de la vida y le permitieron analizar las diversas actitudes que adoptaron ante la vida quienes se hallan ahora en el infierno, en el purgatorio, en el paraíso.

El infierno

Conducido por el admirado poeta Virgilio, Dante se encuentra, en su viaje, ante la puerta del infierno. En ella figuraba una pavorosa inscripción, cuyas palabras, más que escritas, parecen talladas en bronce:

Por mí se va a la ciudad doliente;

por mí se va a las penas eternas;

por mí se va a estar con la gente perdida.

(…) Antes que yo no hubo cosa creada,

sino lo eterno, y yo permaneceré eternamente.

Vosotros, los que entráis,

dejad aquí toda esperanza (Canto 3, 1-9).11

Dante advierte que quienes ahí habitan —sin esperanza de un futuro mejor— «nunca vivieron de verdad» (ibid., 64-60); se dejaron llevar de una actitud de soberbia y prepotencia, y se sometieron a toda suerte de adicciones viciosas; entre ellas, la gula (Canto 6, 49-63) y la avaricia… (ibid., 64-76). De sus extralimitaciones no mostraron arrepentimiento en vida, y murieron sin contrición.

El purgatorio

Las personas que aquí se encuentran cometieron también faltas graves, pero se arrepintieron sinceramente antes de morir. Por eso su estado es de purificación. Lo anota cuidadosamente el autor: «Virgilio me dijo: “Hijo mío, aquí puede haber tormento, pero no muerte”» (Canto 27, 1-32).

Dante se dirige a quienes se hallan en tal estado con estas palabras: «¡Oh almas seguras de gozar, cuando sea, de eterna paz! (…) Que vuestro mayor deseo se vea satisfecho pronto y el cielo os albergue, que está lleno de amor y se dilata por más espacio» (Canto 26, 52-66). Una de estas almas nos revela su nombre —Guido Guinicelli—; confiesa que llevó un camino errado, pero se arrepintió antes de su hora postrera.

El final del purgatorio será venturoso para cada alma en él retenida. Por eso eleva Dante el tono poético. Virgilio presiente ya la cercanía de Beatriz, y le dice a Dante para animarle: «Me parece que la están viendo mis ojos» (Canto 27, 52-54). Dante añade: «Nos guiaba una voz que cantaba al lado de allá, y nosotros, atentos solamente a ella, salimos por donde estaba la subida. Venite, benedicti Patris mei (Venid, benditos de mi Padre), se oyó decir a un ser luminoso que allí había, y lo era tanto que me fue imposible mirarlo» (ibid., 56-59).

Dante comienza a presentir la dicha del cielo, al que se está acercando, mediante un sueño en el que creyó ser Lía —la primera esposa del patriarca Jacob—, que extiende en torno sus bellas manos para hacerse una guirnalda (ibid., 100-102). Esta premonición se acentúa cuando Virgilio le predijo que el supremo bien está a punto de serle concedido: «Aquel dulce fruto que por tantas ramas va buscando el afán de los mortales hoy, en paz, saciará tu hambre» (ibid., 115-117). Conmovido, el afanoso caminante comenta: «Nunca hubo regalo que me causara un placer igual. Y tanto se acrecentó en mí el deseo de hallarme arriba que, a cada paso, parecían crecerme alas para volar» (ibid., 121-123).

Cuando, en la subida, pisaron el último escalón de esa morada, Virgilio le miró a los ojos y le dijo, con el aire grave de los testamentos: «Has visto, hijo, el fuego temporal y el eterno, y has llegado a un lugar a partir del cual no puedo ver nada nuevo. Te he traído hasta aquí con ingenio y destreza; toma desde ahora tu voluntad por guía; ya estás fuera de los caminos escarpados y angostos. Mira el sol que ilumina tu frente; las hierbas, las flores y los arbustos que esta tierra por sí sola produce. Mientras llegan, felices, los bellos ojos que, llorando, me hicieron ir a ti, puedes sentarte o puedes ir hacia ellos. No esperes mis palabras o mi consejo. Libre, recto y sano es tu albedrío, y sería un error no actuar conforme a su parecer; y así, considerándote dueño de ti, te otorgo corona y mitra» (ibid., 127-142), es decir, cierto grado de soberanía.

La primera señal de que nos acercamos al reino de Dios es hacernos cargo del respeto que el Creador siente hacia nuestra libertad y nuestra responsabilidad.

La cercanía del paraíso

Para indicar que está acercándose al paraíso, Dante nos presenta paisajes amables, acogedores, bien aromados y animados por los trinos de los pájaros. En ellos destaca la presencia de mujeres jóvenes y hermosas que entonan canciones deliciosas mientras escogen las flores más bellas.

Una de ellas le indica que se halla en el «paraíso terrenal» (Canto 28, 91-93), en el cual el Sumo Bien situó al hombre en principio. «El Sumo Bien, que solo en sí mismo se complace, hizo al hombre bueno y para el bien y le dio este lugar en aras de su eterna paz. Por su culpa permaneció aquí poco; por su culpa, en llanto y en afán cambió la honesta risa y el dulce pasatiempo» (ibid., 94-96).

Abundan aquí los cantos de bendición y alabanza. Una joven, con entusiasmo de enamorada, expresa en una bella melodía esta bienaventuranza: «Beati, quorum tecta sunt peccata!» (dichosos aquellos a quienes se le perdonaron sus pecados) (Canto 29, 1-2).

Este ambiente de belleza y bondad está penetrado de una luz muy viva, y hasta las gentes de un cortejo «están vestidas de un blanco tan puro como nunca existió» (ibid., 64-66).

Las flores dan al conjunto un aire festivo y alegre, verdaderamente primaveral. Los cien ministros y mensajeros de la vida eterna cantan jubilosos: «Benedictus qui venit!» (bendito el que viene),12 y arrojan flores, mientras exclaman: «Manibus o date lilia plenis!» (esparcid lilios a manos llenas)13 (Canto 30, 19-22).

Aparición de Beatriz

En este ambiente «donde siempre es primavera», la bien amada Beatriz aparece «coronada de olivo sobre el cándido velo, vestida de color de llama viva, bajo un verde manto. Y mi espíritu (…), por la oculta virtud que de ella emanaba, sintió la gran fuerza del antiguo amor (…)». Dirigiéndose a Dante, le dice: «¡Mírame bien! Soy yo; soy realmente Beatriz. ¿Cómo te creíste digno de subir al monte? ¿No sabías que aquí el hombre es feliz?» (ibid., 73-75).

Beatriz le reprocha a Dante haber cometido serios errores al faltar ella de la tierra. Dante se arrepiente profundamente y se ve sometido a una especie de rito de purificación. Una joven le dice que se agarre a ella y lo introduce en un río; lo sumerge en él mientras se oye cantar el Asperges me, antífona que pronuncian los sacerdotes católicos cuando bendicen al pueblo con agua bendita.

Tras este episodio —que recuerda el bautismo—, la joven lo saca del río y se lo entrega a cuatro hermosas danzarinas, que fueron elegidas para acompañar a Beatriz y representan las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Ellas le comunican que lo llevarán a la presencia de Beatriz; «mas, para que puedas soportar la viva luz de sus ojos, agudizarán los tuyos aquellas tres que están allí y tienen vista más penetrante».14 Entonces, las tres «se adelantaron, mostrando su alto rango en su actitud, danzando al son de su canto angélico, en el que decían: “Vuelve, Beatriz; vuelve tus santos ojos al que te es tan fiel y para verte ha dado tantos pasos. Por gracia, haznos la gracia de desvelarle tu rostro, para que contemple la segunda belleza que le ocultas”» (Canto 31, 136-138).

Se advierte aquí cómo para ascender a lo alto se requiere una vista más penetrante, una «mirada profunda».15 Veamos ahora lo que Dante, con su mirada agudizada, nos revela sobre la vida en el paraíso.

El paraíso

Beatriz advierte a Dante que «las cosas creadas guardan entre sí un orden, y este es la forma que tiene el universo de asemejarse a Dios» (Canto 1, 103-105). Un orden excelso debe configurar también la vida ética del hombre. «Sabes que, si va detrás de lo sensible, la razón tiene muy cortas las alas». Si cultivamos la razón, esta verá «que lo asombroso sería que, dueño de tu libertad, te mantuvieras abajo, como lo sería que una llama viva quedara quieta y pegada a la tierra. Una vez dicho esto, levantó los ojos al cielo» (ibid., 139-142).

Fijémonos ahora en cómo nos muestra Dante, a su modo, la lógica propia del paraíso, es decir, el modo de conducirse y pensar que tienen quienes viven la vida divina.

Vuelve, en el Canto 5, a resaltar el gran don que es la libertad de albedrío que Dios nos concedió (Canto 5, 19-22).

Llama la atención la frecuencia con que Dante presenta a Beatriz sonriendo. Sabemos que la sonrisa es un gesto encantador que denota afabilidad, comprensión y agrado.

Se observa que Dante se va haciendo consciente de cómo, al elevarse de nivel, se acrecienta su capacidad de contemplar la belleza (Canto 14, 130-139).

Destaca el poeta el valor de la justicia y pondera la bienaventuranza de quienes aman esta virtud (Canto 18, 91-94).

Buen conocedor del cultivo de la metafísica de la luz en la antigüedad griega y en la Edad Media occidental, Dante destaca, a menudo, el resplandor, la luz viva y resplandeciente, capaz de superar nuestra capacidad visual.

Con notoria complacencia destaca Dante en el paraíso la encantadora belleza de los cánticos. Recordemos que la música es —toda ella y desde la raíz— relación, entrega generosa, amor oblativo, armonía y, por tanto, belleza.

Se fija en el rostro de su amada, Beatriz, pero ella no le sonríe, como antes solía. «Si yo sonriese —empezó a decirme—, quedarías como Semele cuando fue convertida en ceniza, pues mi belleza, que por la escala del palacio eterno más brilla —como has visto— cuanto más arriba se está, si no se atemperase resplandecería de tal modo que tu fuerza mortal, ante su fulgor, sería como una rama que el rayo escinde. Hemos subido hasta el séptimo esplendor (…)» (Canto 21, 4-13).

Los temas clave que deciden la elevada calidad del relato de Dante sobre el paraíso son el amor, la libertad interior, el canto, la mirada, el movimiento, la interrelación, la armonía y sus dos preciados frutos: la belleza y la felicidad.

La vinculación del amor y la luz

Se advierte cómo alude Dante en estas alturas a la vinculación del amor y la luz, que crecen a medida que subimos hacia lo más elevado. En el Canto 23, Beatriz piensa que Dante ya se ha purificado lo suficiente para resistir la fuerza de la luz que inunda el paraíso, y lo invita a contemplarla abiertamente a ella. «Abre los ojos y mírame como soy: cosas has visto ya que deben haberte acostumbrado a resistir la viveza de mi resplandor» (Canto 23, 46-48).

Pero pronto le hace ver que muy por encima de su grandeza se hallan las figuras egregias de Jesús y María: «¿Por qué mi faz te enamora de tal modo que no te vuelves hacia el bello jardín que bajo los rayos de Cristo florece? Aquí está la rosa en la que el Verbo divino se hizo carne; aquí están los lirios por cuyo perfume se torna al buen camino» (ibid., 70-75).

Rodeado de cantos bellísimos y envuelto en una luz cegadora se hizo presente el arcángel Gabriel, que pronunció estas palabras: «Yo soy el amor angélico, que difundo la alta gloria que nace del vientre que fue albergue de nuestro anhelado Bien, y seguiré girando, Reina del Cielo, mientras sigas a tu Hijo, y hagas divina, con tu estancia, la esfera suprema» (ibid., 103-108). Seguidamente, todos los brillantes seres celestes hicieron resonar el nombre de María. «Después permanecieron ante mí cantando Regina coeli tan dulcemente que nunca he olvidado aquel placer (ibid., 110, 127).

Cuando San Pedro pone a prueba los conocimientos teológicos de Dante, este expone muy sintéticamente la doctrina de la Trinidad, y concluye: «Este es el principio, esta es la centella que se convierte después en llama viva y, como estrella en el cielo, brilla en mí» (Canto 24, 145-147).

Después de hablar el Canto 24 de la virtud de la fe, y el 25 de la virtud de la esperanza, S. Juan Evangelista —«el águila de Cristo», Canto 26, 52— examina a Dante de la virtud de la caridad o el amor a Dios, y de los motivos que le han llevado hasta el Altísimo. Dante declara que su alma se dirige a Dios con gran fervor porque todas las fuentes de conocimiento lo llevan hacia el «Supremo Bien, la fuente de la felicidad de cuantos habitan el paraíso» (ibid., 7, 16). Pues «el bien, en cuanto bien, en cuanto se lo conoce, enciende el amor, y este amor es tanto mayor cuanto mayor es la bondad que lleva en sí» (ibid., 28-30). Y oí que san Juan me decía: «Por la inteligencia humana y de acuerdo con la autoridad divina, guarda para Dios el mayor de tus amores. Pero dime aún si sientes que otros lazos te atraen hacia Él, de modo que declares con cuántos dientes te muerde este amor» (ibid., 46-50).

Dante contesta: «Todos aquellos estímulos que puedan hacer que mi corazón se vuelva hacia Dios han contribuido a mi caridad,16 pues la existencia del mundo y la existencia mía, la muerte que Él sufrió para que yo viva y la esperanza que todo fiel —como yo— abriga me sacaron del mar del falso amor y me llevaron a la playa del amor verdadero. Por eso, las ramas que adornan todo el huerto del hortelano eterno las amo tanto cuanta es la perfección que Él les comunica. Apenas callé, un dulcísimo canto resonó por el cielo, y mi dama decía con los demás: «¡Santo, santo, santo!» (ibid., 55-69).

En ese momento, Beatriz consiguió devolver la luz a los ojos de Dante «con el rayo de sus ojos, que resplandecían a más de mil millas» (ibid., 76-78). Ya en plenas facultades, Dante se ve como embriagado17de júbilo al contemplar cómo «todo el Paraíso canta el Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Lo que veía me parecía una sonrisa del universo, pues mi embriaguez entraba por los oídos y por los ojos. ¡Oh gozo! ¡Oh inefable alegría! ¡Oh vida colmada de amor y de paz!» (Canto 27, 1-2).

Este gozo desbordante se ve amenguado al oír una severa crítica al afán de enriquecimiento de algunos miembros de la Iglesia (ibid., 19ss).

La importancia del movimiento

La bienaventurada Beatriz procura grabar a fuego en el corazón de Dante que todo en el cielo es movimiento, en medida directamente proporcional al amor. Le insta a fijarse en «un punto que irradiaba luz tan viva que los ojos por ella iluminados han de cerrarse ante tan intensa claridad. (…) Mi dama, que me veía dudoso y suspenso, me dijo: “De aquel punto dependen el cielo y la naturaleza toda. Mira aquel círculo que más cerca de él está, y sabe que su movimiento es tan veloz por el ardiente amor de que está movido”» (Canto 28, 16-18, 40-45).

Obsérvese cómo, a los ojos del autor, el movimiento que caracteriza a la vida celeste es suscitado por el amor. El amor inspira el orden. Dante se lamenta de que en el mundo reine más bien el desorden (ib., 46-48). Y Beatriz le advierte: «Comprende lo que te voy a decir si quieres quedar satisfecho y aguza tu ingenio en torno a ello. (…) Este círculo que arrastra consigo todo el otro universo corresponde al círculo en que más se ama y más se sabe (…); y aquí podrás ver la admirable relación que, de más a menos y de mayor a menor, hay en cada cielo con su inteligencia motriz» (ibid., 61-62, 70-78).

San Bernardo y la devoción a María

En el Canto 31, el coro de los bienaventurados —«milicia san ta que Cristo hizo esposa por el vínculo de su sangre»— aparece representado en forma de una «cándida rosa» (Canto 31, 1-3).18 Cuando se volvió hacia Beatriz para hacerle unas preguntas, vio que en su lugar se hallaba un anciano de aspecto dulce y alegre, el abad san Bernardo. Le indicó que ella lo había llamado, y ahora se hallaba «en el trono que sus méritos le han deparado» (ibid., 64-69).

Dante aprovecha la ocasión para reconocer que a ella le debe cuando ha visto y vivido y, sobre todo, su libertad interior. Y le ruega que conserve en él la magnificencia de sus dones, de modo que su alma, que ella ha sanado, le sea grata cuando se separe del cuerpo (ibid., 88-91). Y agrega: «Así oré, y aquella que parecía tan lejana sonrió mirándome, y después se volvió hacia la eterna fuente. Y el santo anciano dijo: “Para que acabes perfectamente tu camino, al que me han conducido tus ruegos y el amor santo, vuela con los ojos por este jardín, pues el mirarlo te preparará la vista para subir hasta el rayo divino. Y la Reina del cielo, a la que amo ardientemente, nos otorgará toda su gracia, porque yo soy su fiel Bernardo» (ibid., 91-102).

El santo muestra a Dante el orden en que se hallan los santos en el paraíso y le insta a que se fije en el rostro de María. «Contempla ahora el rostro que a Cristo se asemeje más, pues solo su claridad te puede disponer para ver a Cristo. Y vi llover sobre ella tanta alegría —irradiada por las almas santas, creadas para volar por aquella altura— que nada de lo que había visto antes me produjo tanta admiración ni mostró con Dios tanta semejanza» (Canto 32, 85-87).

Esto le inspiró la siguiente oración: «Virgen madre, (…) eres tan grande y tan poderosa que el que desea una gracia y no recurre a ti quiere que su deseo vuele sin alas. (…) En ti la misericordia, la piedad, la magnificencia se reúnen con toda la bondad que se pueda encontrar en la criatura. Quien, desde el más profundo abismo del universo, ha visto hasta llegar aquí las existencias espirituales una a una te suplica la gracia de poder elevarse con los ojos más arriba, hasta la felicidad suprema. (…) Mira a Beatriz, que con los Bienaventurados junta sus manos secundando mi ruego» (Canto 33, 1-39).

La visión extática de Dante

Su oración fue oída, y Dante pide al Altísimo que le dé luz para transmitir al menos un destello de su gloria a las generaciones futuras, de modo que, al recordar en sus versos algo de lo que le manifestó, adquieran una idea cabal de su grandeza (ibid., 67-75). «En sus profundidades vi que se contiene, ligado por el amor en un todo, lo que por el universo está esparcido. (…) Así mi mente, toda en suspenso, miraba fija, inmóvil y atenta, y siempre por el mirar sentíase encendida. Aquella luz causa tal efecto que apartarse de ella para mirar otra cosa no es posible que se consienta jamás, porque el bien, que es objeto de la voluntad, está todo en ella, y fuera de ella es defectuoso lo que allí es perfecto» (ibid., 85-105).

Termina el autor su poema con esta confesión:

Aquí desfalleció mi elevada fantasía,

mas ya mi deseo y mi voluntad eran impulsados

—al modo como se hace girar una rueda—

por el amor que mueve el sol y las demás estrellas.19

La brillantez inefable de las imágenes

La Divina comedia es una obra tanto para leer como para ver y contemplar. Nos deslumbra, sobre todo al final, con series de imágenes llenas de luz y de movimiento. Para motivar la imaginación, nos servirá de gran ayuda contemplar algunas de las innumerables ilustraciones que ha tenido esta obra maestra.

ALFONSO LÓPEZ QUINTÁS

Catedrático de Universidad y miembro de la Real Academia
de Ciencias Morales y Políticas (España)

1 Al recibir el Premio Erasmo, que ratificó dicha proclamación, Guardini pronunció una memorable conferencia sobre el tema Europa, realidad y tarea, muy digna de ser meditada en la situación actual. Fue incluida en la obra Preocupación por el hombre, Cristiandad, Madrid 1965. Versión original: Sorge um den Menschen I, M. Grünewald, Maguncia2 1988.

2 Cf. Wahrheit des Denkens und Wahrheit des Tuns. Notizen, Schöning, Paderborn 1985.

3 Esta idea integral —no solo intelectual— de la verdad la expongo ampliamente en la obra La mirada profunda y el silencio de Dios (Editorial Universidad Francisco de Vitoria, Madrid 2019), pp. 131, 318, 322, 327-328, 336.

4 Cf. op. cit., en Obras completas de Dante Alighieri (BAC, Madrid 1956), pp. 653-697.

5 El sentido preciso de estos términos lo expongo en la obra Cómo formarse en ética a través de la literatura (Rialp, Madrid3 2008), p. 27 ss.

6 Este paréntesis es mío.

7 Cf. Vida Nueva, en Obras completas de Dante Alighieri (BAC, Madrid 1956), p. 657, cap. II. Puede verse un pasaje análogo en la p. 682, cap. 39.

8 Cf. op. cit., pp. 682-683.

9 Cf. op. cit., p. 695, cap. 42.

10 En el lenguaje propio del método formativo lúdico-relacional que he elaborado, diría que estamos en el nivel 3, el de los valores, que actúan de un modo «supraactual» (Cf. Descubrir la grandeza de la vida, Desclée de Brouwer, Bilbao 2010). Los valores inspiran toda una suerte de actos valiosos, pero no se agotan al hacerlo. El valor de la belleza inspira las distintas interpretaciones de una obra musical que pueden realizarse al mismo tiempo en diversos lugares, pero luego sigue ahí en plena vigencia, dispuesta a inspirar otras interpretaciones futuras. En la obra La ética o es transfiguración o no es nada, op. cit., pp. 5-485, explico ampliamente cómo el desarrollo humano depende de diversos fenómenos de transfiguración, que afectan a nuestra actitud en la vida, al lenguaje, a las distintas formas de juego que realizamos, entre las cuales figuran las obras artísticas, sobre todo las musicales.

11 Por su honda significación y el eco que suscitó en la historia, causa emoción leer estos versos en su lengua original:

Per me si va ne la cittá dolente,

Per me si va ne l´eterno dolore,

Per me si va tra la perduta gente.

(…) Dinanzi a me non fur cose create

Se non eterne, e io eterna duro:

Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate

(Canto 3, 1-9).

12 En el texto se escribe «venis» (vienes), cuando en el evangelio de san Mateo 21, 9 y en la Liturgia se escribe «venit» (viene) en la frase: «Benedictus qui venit in nomine Domini» (Bendito el que viene en nombre del Señor).

13 Muy bella y cortésmente, Dante introduce aquí un verso de la Eneida del gran Virgilio, que hasta ahora le ha servido de guía. En el paraíso, será la bienaventurada Beatriz la que asuma ese altísimo papel.

14 Aluden a las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.

15 Dada la importancia que juegan en la Divina comedia los conceptos de ver, mirar y contemplar, me permito aconsejar al lector que ahonde en el concepto de «mirada profunda» que expongo en la obra El arte de leer creativamente (Stella Maris, Barcelona 2014), pp. 41-77.

16 Recuérdese que el término caridad —hoy día casi identificado con el vocablo beneficencia— significaba originariamente el amor de ágape —amor oblativo, generoso— que define el ser de Dios, según la primera epístola de san Juan, cap. 4, vv. 7-8, 16-17.

17 El poeta utiliza el término embriagado en sentido de «henchido» o «colmado». Conviene notarlo, porque, en sentido estricto, la embriaguez anula la libertad personal, que en esta obra está siempre respetada.

18 En su libro Paisaje de eternidad (Monte Carmelo, Burgos 2011), pp. 43-61, Romano Guardini expone el significado de esta imagen. Versión original: Landschaft der Ewigkeit, Kösel, Múnich 1958.

19 Disfrutemos con la lectura de la versión original:

A l’alta fantasia qui mancò possa;

Ma già volgeva il mio disio e’l velle,

Sì come rota ch’igualmente è mossa,

l´Amor que move il sole e l´altre stelle)

(ibid., 143-145).

NOTA EDITORIAL

Todas las referencias en español de las obras de Dante, salvo que se indique lo contrario, están tomadas de Obras completas de Dante Alighieri, versión castellana de Nicolás González Ruiz, BAC, quinta edición, Madrid, octubre de 2002.

Para las referencias bíblicas, se ha usado la Versión Oficial de la Conferencia Episcopal Española de la Sagrada Biblia, BAC, Madrid 2011.

INFIERNO

A la mitad del camino de nuestra vida
me encontré en una selva oscura, porque
había perdido la buena senda
.
(I, vv. 1-3)

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Entonces, ¿es acaso el nuestro un siglo de misión religiosa? Lo es. ¿Acaso podría no ser así con tanto sufrimiento a nuestro alrededor, en nosotros? Lo es. En verdad, esta ha sido siempre la misión de la poesía. Pero a partir de Petrarca, y de una manera que se fue agravando a lo largo de los siglos, la poesía quería darse otros propósitos, consiguiendo, cuando era poesía, ser religiosa en contra de su intención. Hoy el poeta sabe y afirma resueltamente que la poesía es un testimonio de Dios, incluso cuando es una blasfemia. Hoy el poeta ha vuelto a saber y a tener los ojos para ver y, deliberadamente, ve y quiere ver lo invisible en lo visible. No trata de romper el secreto de los corazones. Sabe que leer incansablemente en el abismo de los individuos y saber verdaderamente el pasado, el presente y el futuro le corresponde solo a Dios. También sabe que el corazón humano no es el agujero que los libertinos creen lleno de inmundicia. Sabe que en el corazón del hombre solo encontraría debilidad y ansiedad —y miedo, pobre corazón, de ser descubierto—. Como en el sueño de Miguel Ángel donde el Padre, para darle vida, rozó con el dedo la tierra, el poeta nuevo quisiera oír en sus pobres palabras que vuelve al mundo la voz de aquella gracia. Por esto ha gritado. Por esto también ha llorado.1

1 Giuseppe Ungaretti, «Ragioni di una poesia (1949)», en Vita d’un uomo. Saggi e interventi, Mondadori, Milán, 1974, pp. 760-761; traducción nuestra.

TODA UNA VIDA CON DANTE

Esta no es una lectura de la Divina comedia para especialistas académicos o eruditos. Me considero experto en Dante solo en el sentido estrictamente literal del término: «experto», es decir, una persona que ha tenido experiencia de lo que dice. Les he leído Dante a decenas y decenas de clases, a miles de chicos; y, así, mi pasión a la hora de leerle ha ido creciendo continuamente, ya que la obra de Dante es una obra viva, que como todas las grandes obras de arte dialoga con el lector de forma tan profunda que, de alguna manera, este la reescribe.

Por lo tanto, le debo en buena parte al trabajo en el aula que la comprensión que tengo hoy de este texto sea mucho más profunda, más rica y articulada que la que tenía hace treinta o cuarenta años: hay ciertos versos, ciertos tercetos que para mí tienen el nombre o la cara del alumno que levantó la mano y dijo: «Profesor, pero entonces Dante aquí quiere decir esto, aquí hay tal señal, nos podemos quedar con esto…». Durante todos estos años, hemos entrado en el texto y el texto siempre nos ha dicho algo nuevo.

Llegados a este punto, considero indispensable hacer una alusión autobiográfica. Soy el cuarto de diez hijos y mi padre enfermó pronto de esclerosis múltiple, por lo que, en cuanto podíamos, empezábamos a trabajar para ayudar en casa. Así, al terminar el primer año de secundaria, me mandaron de ayudante a una tienda de alimentación en Bérgamo. Por comodidad y gracias a la hospitalidad de la familia propietaria de la tienda, me quedaba con ellos de lunes por la mañana a sábado por la noche: me daban comida y alojamiento, y mis padres se ahorraban el gasto del autobús y los riesgos del viaje, así que les venía muy bien. Sin embargo, yo lo sufría muchísimo: con doce años, estaba por primera vez lejos de casa, trabajando duro y cuando me sentaba a escribirle una carta a mi madre para hablarle un poco de mis dificultades, de mi nostalgia, me salían siempre cuatro frases insignificantes y las acababa tirando a la basura.

En esta situación, me acuerdo como si fuera ayer de una noche —a las diez, tras una dura jornada de trabajo— en la que me pidieron que descargara un furgón de cajas de agua y de vino. Realmente no podía más, mientras subía y bajaba por la empinada escalera que llevaba al almacén con esas cajas tan pesadas, lloraba. Y, entonces, hubo un instante en el que me detuve con una caja en las manos, porque, de repente, afloró en mi memoria un terceto del Paraíso en el que Cacciaguida le predice el exilio a Dante con estas palabras:

Tú probarás cómo sabe de amargo el pan ajeno y qué duro es el bajar y subir por las escaleras de los demás.1

¡Eso era exactamente lo que me estaba ocurriendo!: «subía y bajaba por las escaleras de los demás». Me quedé paralizado, literalmente fulminado por esta expresión, preguntándome: «Pero ¿cómo es posible? Me rompo la cabeza intentando encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que me está pasando y en un terceto de hace setecientos años encuentro descrita la experiencia que estoy haciendo. Esto quiere decir que Dante habla de mí, que tiene algo que decirme».

Así descubrí qué significa sentir interés por algo. Inter-esse, «estar dentro». Descubrí que yo estaba dentro de la Divina comedia. Por eso, cuando volví a casa, me devoré la obra; y, después, tardé poco en comprender que este descubrimiento valía también para Los novios de Manzoni, para los poemas de Leopardi, para toda la gran literatura… Poco a poco, descubriría que valía para todo el gran arte: de alguna manera, todo hablaba de mí, todo era interesante. Interesante, inter-esse, en esa obra estaba yo. La Divina comedia era mi historia y toda la gran literatura y todo lo que los grandes autores habían escrito hablaba de mí, me interrogaba, tenía algo que decirme. Esto nunca se me ha olvidado. Es más, fue el primer impulso de mi pasión por la literatura, empezando por Dante, pero siguiendo, más adelante, con todos los demás. Creo que no exagero si remonto a aquel día, a aquel episodio, no solo mi pasión por Dante y por la literatura, sino también mi pasión por la enseñanza, porque, cuando uno realiza un descubrimiento así, le entran ganas de contárselo a todo el mundo, ¿no creéis?

Por eso, siempre les decía a mis alumnos: «Chicos, ¿por qué merece la pena hacer el esfuerzo que supone leer a Dante? Merece la pena si se habla con Dante», es decir, si entras en la lectura con tus propias preguntas, con tus propios dramas, con tu propio interés por la vida. Entonces, de repente, Dante hablará. Le hablará a nuestro corazón, a nuestra inteligencia, a nuestro deseo; y es un diálogo que, una vez comenzado, ya no termina.

Para aclarar este punto, siempre utilizaba en clase un fragmento de Nicolás Maquiavelo, sacado de la Carta a Francesco Vettori.

Llegada la noche, me vuelvo a casa y entro en mi escritorio; en el umbral me quito la ropa de cada día, llena de barro y de lodo, y me pongo paños reales y curiales. Vestido decentemente entro en las antiguas cortes de los antiguos hombres, donde —recibido por ellos amistosamente— me nutro con aquel alimento que solum es mío y para el cual nací: no me avergüenzo de hablar con ellos y de preguntarles por la razón de sus acciones, y ellos con su humanidad me responden; durante cuatro horas no siento pesar alguno, me olvido de toda preocupación, no temo a la pobreza, no me da miedo la muerte: me transfiero enteramente a ellos.2

Maquiavelo también está en el exilio y tiene una vida que no le satisface porque se pasa el día, según dice él, «empantanándose», viviendo como un patán, como un desgraciado, pasando el día de forma miserable. Sin embargo, hay algo que cada día le saca de esa bajeza.

¡Eso es lo que hay que hacer! Hay que tener algo en la vida que nos permita dejar —es decir, quitarnos de encima— la «ropa de cada día, llena de barro y de lodo», es decir, la vida cotidiana arrastrada por bajezas, deseos mezquinos, pequeñas traiciones. Y vestirnos con «paños reales». «Paños reales» quiere decir prendas de rey, porque todos somos reyes, todos tenemos un valor absoluto como personas.

Sigamos con Maquiavelo: «Entro en las antiguas cortes de los antiguos hombres, donde —recibido por ellos amistosamente— me nutro con aquel alimento que solum es mío y para el cual nací». «Recibido por ellos amistosamente»: Dante te acoge con amor, te espera para darte todo lo que ha aprendido de la vida. Y ahí por fin puedes alimentarte «con aquel alimento que solum es mío», con el único alimento a la altura del hombre: la sabiduría, la verdad.

Lo que nos diferencia de nuestro perro o nuestro gato es que tenemos un alimento a la altura del corazón humano, el alimento de la verdad, la pasión por caminar hacia el propio destino, la pasión por disfrutar de las cosas. Démosle un nombre que volverá a salir leyendo a Dante, la felicidad. El «alimento que solum es mío», el acto propio de un hombre, es caminar hacia el propio destino de plenitud. «Y ellos con su humanidad me responden»: Dante responde, Manzoni responde, Leopardi responde, ¡todos responden! Solo se trata de hacer las preguntas adecuadas, es decir, de empezar a desear de verdad.

Después, también les decía a mis alumnos: «Yo no vengo a clase para daros de antemano respuestas o para convenceros de mis ideas; vengo para acompañaros “en las antiguas cortes de los antiguos hombres”, de manera que podáis hacer vuestras preguntas y recibir sus respuestas que serán solo vuestras, jamás serán iguales que las mías. Yo ya he estado con ellos, ya conozco el camino y vuelvo para acompañaros; pero no tengo ni idea de lo que sucederá en el personalísimo diálogo entre ellos y vosotros. ¡Ya me lo contaréis!». Porque la enseñanza no consiste en dar respuestas pensadas de antemano, sino en ayudar a formular las preguntas que uno tiene.

¿Es legítima una lectura así? ¿Es legítima una presentación de Dante, de Manzoni, de Leopardi, hecha por alguien que habla con ellos y que, por tanto, de ellos ha aprendido muchas cosas que no son las mismas que las de otro lector? Ciertamente, otros en mi lugar dirían cosas distintas, ya que las mismas palabras pueden iluminar su vida que es distinta de la mía. Yo digo que sí, que es legítimo. Basta saber distinguir entre lo que un autor quería decir y lo que esto suscita en el corazón del lector. Si no fuera porque suscita algo en mi vida, ¿qué interés tendría leer? Lo que hace realmente interesante la literatura es experimentar lo que es entrar «en las antiguas cortes de los antiguos hombres», lo que es pedirles explicaciones de sus acciones y llevarte a casa una sugerencia, una hipótesis de trabajo, un juicio o un consuelo.

Así que la lectura que os propongo es legítima, y con mayor razón cuando quien lo dice es el propio Dante. En efecto, cuando escribe la Comedia, Dante es plenamente consciente de la tarea que asume. Lo repite varias veces: escribo estas cosas «en pro del mundo que vive mal».3 En un fragmento de la carta a Cangrande della Scala le dice: «La finalidad del todo y de la parte es la misma —es decir, de cada canto, de cada verso—: apartar a los mortales, mientras que viven aquí abajo, del estado de miseria y llevarlos al estado de felicidad»,4 ayudarles a ser felices. Yo escribo la Divina comedia —cuántas veces lo volveremos a ver, cuántas páginas encontraremos con este sentimiento de fraternidad por el mundo entero y esta toma de responsabilidad— para ayudar a mis hermanos los hombres a caminar hacia la felicidad, es decir, hacia su destino.

Por otro lado, como también observaba Pablo VI en la carta Altissimi cantus, citando precisamente la carta a Cangrande: «El fin de la Comedia es, en primer lugar, práctico y transformador. Su propósito no es solo ser poéticamente hermosa y moralmente buena, sino que, en buena parte, es cambiar radicalmente al hombre y llevarle del desorden a la sabiduría, del pecado a la santidad, de la miseria a la felicidad, de la contemplación aterradora del infierno a la contemplación beatificante del paraíso».5

En resumen, la condición que pone Dante para entrar en su obra es que seamos leales con nosotros mismos, con el deseo de felicidad y de bien que mueve la vida de cada uno. Es como si nos dijese: «Estáis hechos así, ¡sed leales! Sed leales con vosotros mismos. Yo os echo una mano, estoy encantado de acompañaros, porque ya he realizado este recorrido y he vuelto para atrás para cogeros de la mano y ayudaros a caminar».

Mi aventura con Dante dio un giro de forma totalmente imprevisible en 2001, cuando uno de mis hijos, debido a que tenía una evaluación sobre la Comedia, me reprochó amablemente: «Papá, tu les enseñas Dante a tus alumnos, hablas sobre él con un montón de gente, pero a nosotros no nos cuentas nada». Así que el domingo me senté con mis hijos y un par de amigos suyos alrededor de una mesa para hablarles de Dante. El domingo siguiente, vinieron el doble de participantes, el siguiente, otra vez el doble: gradualmente, el círculo se fue ampliando hasta superar las doscientas personas. En un momento determinado, se unieron algunas madres, con cierta curiosidad y puede que un poco incrédulas de que sus hijos fuesen realmente a un encuentro sobre Dante; y fueron estas madres las que me pidieron que también leyera con ellas la Divina comedia. De esta manera, nació un ciclo de encuentros bajo el lema «Dante para las amas de casa», cuyos textos se convirtieron en un libro, Alla ricerca dell’io perduto (En busca del yo perdido, ndt.), que tuvo una difusión mucho mayor de la esperada; y, entonces, me empezaron a invitar a que hablara sobre Dante por toda Italia y, más adelante, también en el extranjero.

Entre tanto, en algunos de esos doscientos chicos había crecido la pasión, algunos de ellos habían empezado a estudiar Humanidades en la universidad y, en 2005, dieron vida a Centocanti, una asociación de jóvenes, algunos estudiantes y otros no, que compartían el amor por la Comedia. Al principio, el estatuto de la asociación preveía simplemente que cada uno de los socios se supiera un canto de memoria, de manera que la asociación misma fuese una especie de Divina comedia viviente; con el tiempo, les pedí a algunos de ellos que fueran en mi lugar a los encuentros a los que me invitaban, que eran demasiado numerosos para responder a todos yo solo. Y, de esta manera, empezaron a ir a colegios, centros culturales y plazas a proponer esa nueva forma de leer a Dante que habíamos aprendido juntos. Además, nació la exigencia de quedar regularmente para realizar un trabajo más sistemático, en el que participaron también algunos estudiosos ilustres —quiero remarcar de forma especial la atención y el afecto con los que nos ha acompañado el profesor Umberto Motta, actualmente profesor de Literatura italiana en la universidad de Friburgo (Suiza)—, de los que evidentemente aprendí muchísimo.

Como es natural, con el tiempo, los chicos han crecido, muchos de ellos son profesores, padres de familia, sus obligaciones se han multiplicado y la asociación se ha disuelto. Sin embargo, con algunos sigo manteniendo una amistad profunda, mientras que en la enseñanza su pasión por Dante ha seguido desarrollándose y, por lo tanto, acrecentando también su competencia.

Finalmente, en 2014, quedé con Gabriele Dell’Otto, ilustrador de fama internacional, autor, entre otras cosas, de distintas portadas de Marvel, que, tras asistir a un par de encuentros, me enseñó una ilustración que representaba a Dante en la «selva oscura». Enseguida nos hicimos amigos y, en un momento dado, Gabriele me dijo: «¿Por qué no hacemos una edición completa de la Comedia? Tú la comentas y yo la ilustro». Me parecía una locura, pero a él no. Así que reuní a algunos de los chicos de Centocanti, les propuse la idea y su respuesta fue unánime: «Si lo haces, nosotros te apoyamos».

Es una tarea que hace «palpitar las venas y el pulso».6 Pero lo intentamos. Empezamos a vernos regularmente, formulamos hipótesis y nos repartimos las tareas. Cada uno asumía el riesgo de sugerir la clave de lectura de un canto, después, lo volvíamos a mirar juntos; del diálogo nacían nuevas claves, nuevas sugestiones, y, poco a poco, el comentario se fue haciendo más profundo y rico. En este trabajo también participó Dell’Otto, dentro de lo que sus compromisos le permitían, y sus ilustraciones salían del encuentro de su genio con la lectura que estábamos desarrollando; juntos decidimos que los dibujos tenían que ayudar al lector a ensimismarse con lo que Dante ve, no a ilustrar los relatos que escucha. De esta manera, la obra que ha ido tomando forma poco a poco es el fruto de una amistad, de un trabajo común, de una compañía para la vida que va más allá del objetivo de escribir una introducción a la Comedia. Y precisamente por eso me atrevo a esperar que estos textos e imágenes, nacidos de la vida, puedan hablarle a la vida de cada lector.

Volviendo al principio, esta edición de la Comedia, al igual que toda mi historia con Dante, es un intento claro y simple: el de restituir el corazón de su mensaje al lector común, a la gente sencilla.

Con la humilde ambición de insertarme en la tradición inaugurada en 1373 por los florentinos, cuando presentaron una petición a los priores de la ciudad pidiendo que:

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