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Cristina G.



A tu LADO

© Cristina G.

© Kamadeva Editorial, marzo 2021

ISBN papel: 978-84-122884-6-9

ISBN ePub: 978-84-122884-7-6

www.kamadevaeditorial.com

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1
EMMA

Quién me iba a decir que después de varios años estudiando medicina, una aguja de nada continuaría asustándome como cuando era pequeña.

—Oiga, ¿va a pincharme algún día?

Intenté no mirar de forma molesta a aquella señora impertinente. ¿Por qué la gente no tenía un poquito de paciencia? Era difícil para mí. Observé el pequeño objeto, me infundí todo mi valor y clavé la aguja en la carne de la mujer. Ella profirió un leve gemido y mi estómago se revolvió. Una vez hecho la mujer se marchó y yo suspiré. Verónica entró a la sala de curas y se rio de mí.

—¿Qué es esa cara?

—No preguntes —contesté sacudiendo la mano.

—Ay, Em, tienes que acostumbrarte, llevas casi medio año aquí.

Me crucé de brazos. Ya sabía eso, no hacía falta que me lo recordara cada día.

—Ya lo sé, ¿vale? —bajé la voz a un susurro—. Con los muñecos era más fácil…

—Claro, porque no se quejan.

Verónica comenzó a reír, y dejó de hacerlo poco a poco cuando divisó mi mirada fulminante. O quizás no había sido yo.

—Menos risitas y más trabajar.

Mi compañera asintió y volvió a su puesto de trabajo, no sin antes rodar los ojos en mi dirección. Miré a Jase con una disculpa y me giré para ordenar la sala. Jase, alias Médico Estreñido. A Vero y a mí nos había tocado la lotería con ese fantástico jefe/mentor. Actualmente éramos internas y él estaba sobre nosotras, el todopoderoso, o al menos así se creía Jase. Siempre de mal humor, siempre con algún comentario molesto en su boca, siempre a disgusto con nuestro trabajo. Lo escuché merodear a mi alrededor, y miré sobre mi hombro para ver qué hacía. La bata le venía un poco pequeña a Médico Estreñido, el hombre tenía sus músculos. Vale, era odioso, pero era atractivo como el diablo. Supongo que si Satanás existiese tendría su aspecto cien por cien seguro. Se giró para lanzarme una mirada envenenada al pillarme observándole.

—Acaba, en cinco minutos vamos a hacer la ronda de pacientes —me dijo.

Asentí, avergonzada. Pero vamos a ver, ¿qué le había hecho yo a ese hombre? Bueno, yo y el resto de la humanidad. De verdad no entendía su comportamiento. Le seguí por el pasillo, nos reunimos con Verónica y sus otros dos internos e hicimos la ronda.

Al llegar a casa lancé los zapatos lejos a pesar de que luego tuviera que recogerlos. Estaba agotada, muchos pacientes, algunos muy renegones, Verónica distrayéndome todo el tiempo y Jase odiándome más a cada segundo. Pero tenía que aguantar, era el camino para ser doctora y soportaría lo que me echaran encima. Suspiré, era mucho más bonito cuando era una estudiante.

Me di una relajante ducha, me puse mi pijama y fui a la cocina a preparar la cena. Estar sola no era tan malo. Tenía toda la casa para mí y no tenía que soportar a nadie metiéndose en mis cosas. Desde que Daniel se fue era todo mucho más tranquilo. Insistí en ser yo la que se marchara a otro apartamento, pero él dijo que prefería irse para no tener cotillas cerca. Eveling y mi primo llevaban casi un año viviendo juntos y todavía no se habían matado. Era un logro.

Mientras cenaba miré por la ventana, la que daba a la del apartamento de enfrente. Las cosas habían cambiado bastante. Mis ocho extraños vecinos ya no estaban. Tan solo Liam, Damon y Chris continuaban viviendo en ese piso. Los demás habían volado del nido, con sus novias o trabajos lejos de ese edificio. Al fin y al cabo, habían pasado casi seis años desde que me mudé a ese loco lugar. Sin desearlo, recodé aquel momento, aquella época, y mi estómago se contrajo. Tragué y dejé el tenedor en la mesa. Mi teléfono comenzó a sonar, haciendo que pegara un salto en la silla. Lo cogí sin ver quién era.

—Primita, ¿a que no sabes qué?

Rodé los ojos. Ya empezábamos.

—Ilumíname.

—Alguien tiene plan para mañana por la noche… —canturreó, dándome ganas de colgarle.

—Ni lo sueñes —imité su canturreo.

—Vamos, Em, llevas demasiado tiempo más sola que la una. Debes relacionarte.

Respiré hondo, intentando calmarme y no soltar improperios por mi boca. Si estaba sola era porque quería, y no necesitaba que nadie me diera su caridad amorosa.

—¿Y por eso debo tener una cita a ciegas que tú programas sin consultarme con un tío diferente cada semana?

—¡Porque no te gusta ninguno!

Di una palmada en la mesa.

—¡Porque son todos idiotas!

—Este es distinto, lo prometo.

Seguro.

No sabría decir cuál fue peor. Si el tipo que solo sabía hablar de su madre, el que solo sabía hablar de su exnovia, el que se pasó toda la cena con algo entre los dientes, sonriendo y sin decir nada, o el que vino sin ducharse después de jugar al fútbol y pasó todo el tiempo hablando de jugadas. Suspiré, estaba muy cansada de todo eso. ¿Tan extraño era que quisiera seguir soltera? No quería un novio. No tenía tiempo para eso, vivía muy tranquila y no quería complicarme. No lo quería, ni lo necesitaba.

—No voy a tener otra cita, Daniel —concluí.

—Emma, es un buen chico. Es auxiliar, ya sabes, trabaja con las ambulancias y eso. Te ha visto más de una vez y se ha interesado.

—¿Y tuvo que pedirte a ti una cita? ¿Acaso eres mi representante?

—Yo se lo dije, no al revés. Porque le había interceptado mirándote.

Solté una carcajada sin humor, más bien un bufido.

—Claro, tú siempre tan atento, buscándome un novio de cualquiera que me mire.

—Yo solo quiero que seas feliz.

Su frase me cerró la boca de pronto. El tono de su voz sonó preocupado, realmente triste. No me gustaba que me tuvieran pena. No quería que nadie pensase que necesitaba estar con alguien para pasar página y rehacer mi vida. Sabía perfectamente que la gente a mi alrededor se daba cuenta, se percataba de que yo no lo había superado. ¡Era estúpido! Era totalmente ridículo, habían pasado más de cinco años, por el amor de Dios. Pero aún y así, me encerré en mí misma, y nunca quise salir con alguien más, a pesar de tener algún que otro pretendiente. Me daba rabia. Me enfurecía llevar esa especie de duelo durante tanto tiempo, y, sin embargo, no me sentía capaz de quitármelo.

Daniel siempre estuvo ahí, intentando como fuere animarme y hacerme olvidar, seguir adelante. Inhalé profundamente y decidí, que la culpa no era suya sino mía.

—Está bien —murmuré.

Había algo que tenía que admitir, el chico era muy guapo. Era exactamente como te esperarías que fuera el auxiliar protagonista de una película romántica. Alto, fornido, algo moreno de piel, cabello castaño y ojos verdes. Un ejemplar de la raza con todas las de la ley. Por desgracia, en poco tiempo me di cuenta de que su belleza no igualaba ni de lejos a su cerebro.

—Entonces, claro, yo le hice la reanimación cardiopulmonar y a pesar de que me decían que lo dejara estar, yo continué. ¿Y sabes qué?

Alcé los ojos de mi plato para mirarle. ¿Quería retroalimentación a su anécdota?

—¿Hmmm? —me limité a preguntar.

—Pues que el tipo reaccionó, ¿no es impresionante? Todo gracias a mí, nadie más se habría atrevido a hacerlo.

Alex, así se llamaba el auxiliar sexy, sonrió de oreja a oreja como si me hubiera contado la hazaña más grandiosa de este mundo. Y lo era, era fantástico que hubiera salvado una vida. Pero… era por lo menos la quinta historia igual que me contaba, siempre alardeando que haber sido el salvador, el mejor, y alabando su habilidad médica tras cada bocado. Me estaba exasperando.

—Es genial —contesté, con una alegría totalmente fingida.

—Bueno, podría seguir así toda la noche, pero aún no me has contado nada de ti.

No me has dejado.

—No hay mucho que contar. Yo no salvo vidas como tú todos los días.

Fui consciente de que sonó con reproche, como una burla, pero él no pareció darse cuenta.

—Venga, cuéntame. ¿Cómo es que una chica como tú está soltera?

La pregunta del siglo. Repetida hasta la saciedad. Elevé una ceja y exhalé lentamente. Mi paciencia estaba llegando a cero.

—Digamos que me gusta estar sola.

Él levantó ambas cejas, sorprendido. Seguro que ninguna mujer le había dicho algo así, todas querrían estar con él.

—Vaya, ¿y cuánto hace que estás sola?

Le miré de mala manera. ¿Acaso le parecía normal preguntar esas cosas en una primera cita?

—Mucho —contesté simplemente.

Mierda. Estaba empezando a pensar en Kyle, y eso no era bueno. Ojalá pudiera bloquear mis recuerdos. ¿Por qué narices tenía que meterse en eso? Alex bebió de su copa.

—Es que me resulta raro que ningún tío se haya fijado en esos ojazos. —Le miré con suspicacia. ¿Había empezado ya el coqueteo?—. Y en ese pelo pelirrojo.

Pelirroja.

Su apodo inundó mi mente y sacudí la cabeza.

¡Vete a la mierda, recuerdo! Nadie ha pedido tu presencia.

La cena estaba empezando a sentarme mal.

—Bueno, solo es un color de pelo.

Alex se inclinó sobre la mesa y me miró intensamente. Yo quise retroceder con mi silla, pero logré no hacerlo.

—¿Y no hay nadie en tu vida? ¿No te interesa ningún chico?

Comencé a toser. Comenzaba a sentirme muy incómoda. La idea de que solo un chico me interesaba me atacaba, aunque la empujara fuera de mí.

—¿Estás bien? —preguntó Alex, al verme beber como si estuviera poseída.

—Muy bien. —No quería seguir con aquello. ¿Por qué habría accedido?—. No, en realidad no. Lo siento, me iré a casa.

Me levanté de mi lugar, saqué dinero y lo deposité en la mesa. Después, dejando a un auxiliar sexy de piedra, salí del restaurante. Una vez fuera inhalé el aire frío de enero. Rayos, hacía mucho que no me pasaba aquello, había tenido varias citas a ciegas y nunca rememoré nada. ¿Qué había cambiado esta vez? Me estaba volviendo loca. Debía olvidarlo. Dejarlo enterrado y no sacarlo nunca más. Hacía mucho que él salió de mi vida y así debía continuar.

—Bueno, ¿y qué tal fue anoche?

Verónica no tardó en preguntar al día siguiente en el trabajo. El estúpido de Daniel se había ido de la lengua.

—Me fui a media cena —confesé tranquilamente mientras apuntaba los avances de un paciente. Este nos miró curioso.

—¡¿Qué?!

—Baja la voz, el hombre está dormido.

—Estoy despierto —señaló el señor, mirándonos con creciente curiosidad.

—Lo que ocurrió anoche no es bueno para su corazón, señor… —Leí la hoja— Holder. Ahora duerma.

Salí de la sala y Verónica me siguió como un rayo.

—¿Cómo que le dejaste plantado?

—Porque estaba incómoda.

Ella suspiró mirando al cielo, como si necesitara ayuda divina para la mujer pecadora abandona hombres de su amiga.

—Ese tío está buenísimo, eres tonta si lo dejas escapar.

—Puedes hacerte la muerta para que te haga una reanimación cardiopulmonar si te gusta. A él le va eso.

Mi amiga caminó más deprisa para alcanzarme mientras yo revisaba otro historial. Se cruzó de brazos y alzó ambas cejas esperando a que la mirara.

—Emma, por Dios, te vas a volver virgen otra vez si sigues así.

Hice una mueca, a pesar de que su comentario me hizo gracia. Y al parecer a la paciente también.

—El himen no se puede regenerar y…

—Déjate de mierdas médicas. Necesitas una alegría, que siempre estás muy apagada.

Rodé los ojos. ¿Y por qué lo único que me podía alegrar era el sexo? Ni que no hubiera más cosas en este mundo.

Antes de que pudiera contestar nada Jase apareció.

—¿Habéis terminado ya? Vais muy lentas.

Lo que faltaba.

Al terminar, una vez en la recepción anotando un par de cosas, Verónica me cogió del brazo y me obligó a mirar la pantalla de su móvil. Al verlo, algo se revolvió dentro de mí.

—Van a venir a hacer un espectáculo.

Me miró con sorpresa mezclada con miedo. Yo me había paralizado.

—El grupo de Kyle.

—Sí —contesté simplemente.

—Lo siento —me soltó—. No debería habértelo enseñado.

—No pasa nada.

Me incorporé y caminé fuera del mostrador. Llegué al baño, cerré la puerta y respiré hondo. Mi corazón latía a mil por hora. Nadie me lo había dicho. Ni Liam, ni Luke, ni nadie. Nadie me dijo que Kyle iba a volver a San Francisco después de cinco años.

2
KYLE

Dejarme llevar con la música y que ella se ocupara de liberar mi mente de todo era la mejor sensación que conocía.

Bailé en la sala de ensayo durante horas, perfeccionando la coreografía. Estaba muerto, pero quería seguir practicando, en un par de días tenía que dar todo de mí. Íbamos a tener un gran espectáculo, aunque todavía no sabía ni a dónde iríamos, pero no me importaba. No había nada que me gustara más que hacer aquello. Cuando ya estaba anocheciendo, finalmente decidí apagar la música y me limpié el sudor de la frente con una toalla. Recogí mis cosas y salí de la sala. De camino a la salida me topé con mi compañero Eric, que rápidamente pasó un brazo por encima de mis hombros.

—Eh, trabajador. ¿A que te vienes a tomar unas birras con tu colega?

Sonreí, era el mejor amigo que tenía en el grupo y mi actual compañero de piso. Aunque admitía que le gustaba demasiado salir, beber y las mujeres, cosa que no compartíamos demasiado, sí lo hacíamos con el baile. Además, era un buen tipo, en el fondo.

—Estoy cansado, Eric. Otro día.

—Y una mierda.

Me arrastró, dejándome solo dos minutos para ducharme y adecentarme.

Una vez en un bar que no estaba muy lejos del edificio donde trabajábamos, Eric pidió un par de copas.

—Es viernes, Kyle. Hoy tienes que animarte.

—¿Animarme significa emborracharme y tirarme a una tía aleatoria?

Mi amigo echó la cabeza hacia atrás y comenzó a reír a carcajadas. Paró cuando se dio cuenta de que un par de chicas nos estaban mirando, y adoptó una postura recta, interesante, más sensual. Apreté los labios para no reírme de él en su cara. El tío era atractivo hasta decir basta, y sabía muy bien cómo aprovecharse de eso. Piel tostada, cabello castaño más cerca del rubio que otra cosa, ojos claros y complexión fuerte. Llamativo para cualquier mujer.

Bebió de su copa como un marqués y me señaló con el dedo, como si fuera a darme una valiosa lección.

—Amigo, se te va a caer el pene si no le das vida. ¡Eso necesita moverse! —Negué con la cabeza, sonriendo. Estaba loco—. Sé de buena mano que más de una se moriría por…

—No lo digas —le corté levantando la mano—. Preferiría no hablar de mi vida sexual ahora mismo.

—Normal, no existe.

Rodé los ojos. Vale, puede que llevara algún tiempo… mucho tiempo… años, sin acostarme con nadie. Pero eso no era asunto de Eric. No lo hacía porque no me daba la gana, y era mi decisión.

—Tío, te he dicho muchas veces que no lo necesito —respondí.

Eric bebió de nuevo de su copa y echó un vistazo a las chicas que nos miraban.

—Eres el tipo más raro que he visto en mi vida. Sigue negándotelo, a lo mejor algún día te lo crees.

Se levantó de su asiento recomponiéndose la ropa para acercarse a las chicas, antes de eso me guiñó un ojo.

—Pero yo te quiero, ¿eh, tío?

Asentí y le hice un gesto con la mano para que se largara de una vez. Era un entrometido de mierda y estaba como una cabra, un mujeriego en potencia y bastante gilipollas, pero era mi amigo. Fue el único que estuvo a mi lado cuando peor lo pasé, el único que soportó verme llorar alguna vez sin llamarme «nenaza», que consiguió distraerme de mil maneras para que no pensara en ella.

Observé el fondo de mi copa y la hice girar sobre la superficie de la barra. A pesar de los intentos de Eric, aún a estas alturas, continuaba recordándola. La veía en las pelirrojas de la calle, lo cual era ridículo, pero siempre me daba un vuelco el corazón cuando me topaba con alguien con su color de cabello. Cuando iba al médico y la buscaba sin siquiera pensar en lo que hacía, pues ella no iba a estar en un hospital a la otra punta del país. Odiaba recordarla, odiaba el sentimiento de vacío y abandono. Y sabía perfectamente que una parte de mí la odió por dejarme. Sin embargo, a quien más desprecié fue a mí mismo por haberme marchado, y haberla dejado atrás.

Eric apareció sonriente junto a las dos chicas y yo le devolví el gesto, incómodo.

—Este es mi amigo Kyle. Seguro que estaba deseando conoceros.

Le mandé una mirada de reproche y cuando mi vista se paseó por las dos chicas, me paralicé al ver que una de ellas era pelirroja. Bajé la vista.

Mierda. Tenía un problema con las pelirrojas.

—Hola —me saludó tímidamente.

Obviamente ella era como yo, la arrastrada por su amiga. Se veía a leguas que no estaba cómoda. ¿Habría hecho Emma lo mismo? ¿Obligada a salir con sus amigas para ligar y olvidarse de mí?

—Hey —contesté. No quería que se detectara ningún interés en mi voz. No me interesaba tener nada con ellas.

—¿Por qué no vamos a alguna discoteca a bailar un rato? —preguntó Eric—. Somos buenos bailarines, y ya sabes lo que dicen, «así baila, así f…».

—Ok. Vamos ya —le interrumpí en su grosera frase.

Salimos del local y decidí que no quería estar más allí. Si Eric quería tirarse a esa chica, o las dos, bien por él. Yo solo quería dormir.

—Yo me voy a ir a casa —dije.

—Pero ¿qué dices? Si ahora empieza la diversión —exclamó Eric.

—Te dije que estaba cansado.

Por el rabillo del ojo vi cómo la pelirroja ponía una ligera expresión de tristeza, como si irme fuera algo malo para ella. Y quizás lo era. Eric agarraba a su amiga de la cintura, y ella estaba apartada.

—Iremos nosotros, ¿verdad, Mel? —la instó su supuesta amiga.

La chica asintió nada convencida. Evidentemente no quería quedarse con esos dos. Ni ella ni nadie. Suspiré. Joder, no podía hacerle esa putada. Lo aguantaría un rato hasta que se fuera a casa.

—Está bien.

Una vez en la discoteca, Eric y la chica morena se dedicaron a bailar en la pista como si estuvieran en la película Dirty Dancing, sin perder ocasión de manosearse todo lo posible. Yo, en la barra junto a la chica pelirroja, estaba empezando a sentirme molesto. Había sido arrastrado allí con dos salidos y una desconocida, que para colmo ni me miraba. Me aparté el pelo de la cara y la miré. Tenía la vista fija en su copa, metida en sus pensamientos. Era vergonzosa, se le notaba mucho, y eso me enterneció.

—¿Tú no bailas? —se me ocurrió preguntar.

Ella elevó la vista a mí sorprendida de que le hubiera hablado.

—No se me da nada bien, la verdad —respondió.

Algo se encendió en mi cerebro y dejé la copa donde estaba pues se me había revuelto el estómago. Pelirroja y no sabía bailar. Gracias, destino, lo estás haciendo de puta madre.

—Vaya —murmuré.

—Tú sí sabrás muy bien, me han dicho que eres bailarín —comentó.

—Bueno, sí.

Mel pareció armarse de valor y me miró por debajo de sus pestañas.

—Quizás podrías… enseñarme… un poco.

Me sentí halagado, pero a una parte de mí no le gustó nada esa propuesta. Era algo inocente, y totalmente sincera, ella solo intentaba conocerme, pero no podía.

—Yo…

—¿Estás bien? —preguntó, preocupada porque me hubiera puesto pálido. Seguramente lo estaba.

—Sí. Solo estoy un poco incómodo aquí, ¿sabes?

La chica sonrió dulcemente. Dios, no, me recordaba demasiado a ella.

—Te entiendo. Yo también.

Lo normal sería pedirle que saliéramos a tomar el aire, charlar fuera y conocernos más. Pero yo no era capaz de actuar normal. Antes de que pudiera decir nada, alguien la empujó y la chica cayó encima de mí. La sujeté por los hombros y cuando ella elevó la vista estaba demasiado cerca. El pulso se me disparó, de modo que la alejé rápidamente. Ella me miró confundida y avergonzada.

—Lo siento…

—Perdona, de verdad. Pero voy a irme, puedes venir en mi taxi si quieres.

Asintió, y fue a despedirse de su amiga. Yo le hice un gesto a Eric, y él debió de malinterpretarlo porque me sonrió de oreja a oreja e hizo gestos obscenos con sus manos. Salimos de allí, pedí un taxi, y cuando llegamos a la dirección de la chica, se bajó del vehículo.

—Gracias por el taxi —comentó. Negué con la cabeza. Me miró dubitativa, pero sabía que yo tenía una muralla a mi alrededor—. Buenas noches.

—Adiós, Mel.

Me despedí con una sonrisa y el taxi arrancó de nuevo. Llegué a casa y me tiré en el sofá como un saco de patatas. Estaba muerto, física y mentalmente. Encendí la televisión un rato. Estar con alguien que se parecía tanto a ella no había sido nada fácil. Resistirse a veces no era fácil. Claro que sentía deseo, claro que tenía ojos para ver a chicas preciosas, claro que tenía necesidades. Lo máximo a lo que había llegado era a besarme con alguna chica alguna vez que ni recordaba. Sin embargo, no podía pasar de ahí. Me jodía admitirlo, pero yo no quería una sustituta, no quería una burda imitación de Emma. Quería a la original. Y ya no la podía tener. Era algo que no podía cambiar.

Al día siguiente mientras me hacía el desayuno la puerta se abrió mostrando un Eric hecho mierda. Al verme en la cocina me sonrió somnoliento y con un gesto de la mano como único saludo, se fue a su habitación. Me reí, no tenía remedio. Me marché a correr un rato por el parque y estirar un poco en las barras. Pasadas un par de horas volví a casa y no tardé mucho en ser abordado por Eric.

—¿Qué? ¿Qué tal era en la cama? —preguntó sin miramientos desde el sofá cuando yo salía de la ducha.

—No pasó nada —me limité a contestar, secando mi pelo con la toalla. Iba a ignorarle, pero la sorpresa e incredulidad en su cara me hizo reír.

—¿Cómo que no pasó nada? Pero te la llevaste de la discoteca —recordó alarmado.

—Sí, y la dejé en su casa y yo me fui a la mía. Fue una bonita historia.

Mi amigo me miró totalmente aturdido, como si lo que había hecho fuera una especie de sacrilegio. Negó con la cabeza y dijo algo entre murmullos que no entendí ni tampoco me importó.

—No me lo puedo creer —dijo al fin.

—Ni yo. El taxi era carísimo.

—Cállate, idiota. La tenías en bandeja, encima de las tímidas, ¡era adorable!

—Lo era.

Escuché a Eric suspirar mientras cambiaba de canal.

—Cuando se te caiga te ayudaré con el pago de la operación, amigo.

Comencé a reír despreocupado de su comentario, y fui a mi cuarto a vestirme.

El lunes siguiente tuvimos una reunión en el trabajo. Una vez todo el grupo reunido en la pequeña sala de conferencias que teníamos, nuestro jefe de equipo nos pasó unos papeles con toda la información sobre nuestro próximo espectáculo. Al fin se habían confirmado los lugares, fechas y demás. Miré el papel y cuando vi el nombre de la ciudad escrita, me paralicé.

—¿Kyle? —me llamó Eric, sentado a mi lado.

Elevé la vista del papel para mirarle, se veía preocupado por mi reacción, puesto que él sabía todo lo que pasó. Todo lo que conllevaba esa ciudad. Sacudí la cabeza, aturdido, quitándole importancia. El jefe empezó a hablar y a explicar todo lo que haríamos, pero no escuché nada, mi mente estaba en otra parte. San Francisco. Después de más de cinco años, iba a volver.

—Así que irás a San Francisco —se alegró mi madre al otro lado del teléfono.

—Sí.

—Eso es genial, mi amor, cada vez vais más lejos. Y podrás ver a tus antiguos amigos.

—Lo sé.

Escuché a mi madre suspirar.

—Cielo. Sé lo que debes de estar pensando, pero aquello pasó hace mucho tiempo. Todo irá bien.

Mi madre me conocía más que nadie en el mundo, y evidentemente sabía lo que pasaba por mi cabeza cuando pensaba en San Francisco: Emma. Lo primero que pensé, antes incluso que mis amigos, mi antigua casa o mi antiguo hogar, fue en ella. Me molestaba que después de tantos años todo continuara girando a su alrededor, alrededor de su recuerdo más bien. Y a pesar de que por fuera parecía hacer pasado página y haber continuado con mi vida como si nada, era una espina dolorosa que tenía clavada. Y tampoco hacía mucho por extraerla.

—Tranquila, mamá, estoy bien. Solo iré a hacer mi trabajo y me marcharé de nuevo. Puede que solo tenga un rato para ver a los chicos, estaré demasiado ocupado para pensar en eso.

—¿No vas a verla? —preguntó con precaución.

La pregunta adecuada. Por lo que sabía gracias a los chicos, ella continuaba viviendo allí, en el mismo piso de hecho, ahora sola, y trabajaba en el hospital que siempre quiso. Son datos que Luke me daba, aunque yo no preguntara. ¿Iría a verla? ¿Haría algo para ponerme en contacto con ella? No lo había hecho en años, ¿qué sentido tenía que lo hiciera ahora? Ella seguramente me mandaría a la mierda o sería totalmente indiferente y fría conmigo. Lo mejor para los dos era no remover el pasado, y dejar las cosas como estaban.

—No —respondí.

Días después, los chicos estaban alterados por el espectáculo, practicando la coreografía hasta el último aliento. Era un espectáculo importante, puede que más para mí que para los demás. Después de mucho tiempo iba a ver a mis antiguos compañeros y amigos. Me moría de ganas de dar un enorme abrazo a esos locos y rememorar viejos tiempos en San Francisco. Tenía que llamarles, quería llamar a Daniel, pero me sentía demasiado nervioso por algún motivo. Había algo que debía decirle. Pasara lo que pasara, no podía dejar que mis sentimientos interfirieran en mi trabajo. Bailar era en lo único en lo que debía pensar.

3
EMMA

Caminé deprisa por el pasillo como un tigre que hubiera estado enjaulado. Apreté los puños e intenté relajarme un poco antes de llegar a mi destino. Miré entré los enfermeros que se encontraban en la zona de urgencias y localicé a mi primo. Me acerqué y le despegué de un chico con el que hablaba mientras escribía.

—Eeeh… qué maneras, prima. ¿Qué te…? Joder, qué cara.

Suspiré lentamente para no clavarle un bisturí cercano. Pero ¿por qué estaba tan enfadada? Sabía que debía tranquilizarme porque mi estado alterado no tenía ningún sentido.

—¿Por qué no me lo habías contado?

Él frunció el ceño, totalmente desconcertado. Buscó en mi mirada, esperando encontrar de lo que hablaba, pero no parecía verlo.

—¿El qué?

Cuando fui a decirlo me sentí incómoda. Ni siquiera me gustaba el hecho de pronunciar su nombre.

—Que Kyle va a venir —siseé, nerviosa.

En el rostro de Daniel se dibujó la comprensión, seguida por el miedo y la cautela.

—¿Quién te lo ha dicho?

—¡Así que lo sabías! —exclamé.

Carraspeó y miró alrededor, algunas enfermeras nos estaban echando el ojo.

—Bueno, sí. Emma, es mi amigo desde hace años, claro que lo sabía.

Le miré molesta, y dolida. No sabía por qué, pero lo estaba.

—Y preferiste ocultármelo —murmuré, entornando los ojos en su dirección.

—¡Pues claro! ¿Era mejor que te lo dijéramos y removiéramos la mierda? Estabas mejor sin saberlo.

Mi cerebro rápidamente captó el plural en sus palabras.

—¿Dijéramos?

Daniel chasqueó la lengua, dándose cuenta de que había hablado de más. Suspiró y metió las manos en los grandes bolsillos de su camisa de uniforme azul.

—Los chicos, Eveling y yo lo sabíamos —respondió, mirándome como si esperara que le golpeara.

Me lo imaginaba. Sabía que ellos habían mantenido el contacto con Kyle a lo largo de los años, y seguramente se verían cuando él estuviera aquí. Sin embargo, saber que me lo ocultaron y que era la única idiota que no lo sabía, me irritó. Y me decepcionó.

—Vaya —dije—, gracias por vuestra confianza.

Me di la vuelta y comencé a alejarme de él.

—¡Vamos! ¡Lo hicimos por ti!

Miré sobre mi hombro, Daniel levantó los brazos y los dejó caer con impotencia. Me observó aturdido, sin saber qué decir para arreglarlo.

—Si no lo sabías, y él venía y se iba sin que te enterases… pensamos que era lo mejor. No quería que sufrieras.

Una punzada de culpa me atravesó el pecho y bajé la mirada. ¿Qué rayos me pasaba? Daniel tenía razón, ellos sabían que era difícil todavía para mí, evidentemente no quisieron preocuparme. La verdad, habría estado mejor sin saberlo. Asentí hacia mi primo, avergonzada.

—Ya lo sé, lo siento.

Giré sobre mis talones antes de que él se diera cuenta de mi expresión afligida y quisiera venir a consolarme, y salí de la sala.

Cuando al fin terminó mi jornada y llegué a casa, estaba agotada mentalmente. Me duché, y cuando estaba preparando la cena tocaron a la puerta. Suspiré y caminé hasta ella para abrirla, encontrándome a Liam al otro lado.

—Hola —saludó, alegre.

—Hey. Es tarde para visitar mujeres solas, ¿sabes? —Él soltó una carcajada. Le hice un gesto para que pasara—. ¿Qué te trae por aquí?

Pasó y se sentó en un taburete frente a la encimera mientras yo terminaba de preparar mi pasta.

—Tenía algo en mente y quería saber qué te parecía.

Sonreí mientras daba vuelta a la pasta en la olla y le hablé de espaldas.

—Eso no puede ser bueno.

Todavía estaba molesta por el hecho de que incluso él sabía de Kyle y no me lo dijo, aunque había decidido no tomarla con ninguno de ellos, ya que solo estaban preocupados por mi bienestar.

—Estaba pensando que podríamos ir al cine el sábado. Echan esa de Nicholas Sparks que querías ver.

Le miré sobre mi hombro gratamente sorprendida.

—¿Serás capaz de no llorar? —me burlé.

Liam estiró una de las comisuras de sus labios, viéndose divertido y herido en su ego al mismo tiempo.

—Eres una mala persona. Aquella fue demasiado dramática, ¿qué querías que hiciera?

Comencé a reír. Me gustaba estar con Liam, mucho. Sin embargo, sabía que debía tener cuidado con las líneas que dibujaba entre nosotros. Habían pasado muchos años, y según él solo me quería como amiga. No sé qué fue lo que pasó realmente, pero desde que Kyle se marchó no volví a saber nada de Rachel, la chica que creía que era su novia. Liam nunca me quiso contar lo que ocurrió, pero desde entonces habíamos establecido una tregua, y él simplemente se convirtió en un muy buen amigo.

—Bueno, ok. Llevaré clínex para ti.

Negó con la cabeza y me dio en la punta de la nariz cuando me senté frente a él con mi plato de pasta. Comencé a comer y gemí de placer al saborear la comida. Me apunté a un curso de cocina hacía dos años para deshacerme de una vez de mis manos de elefante. Y por suerte, podía cocinar algunas cosas bien deliciosas.

—Uy, ¿has cenado? —pregunté, dándome cuenta de que estaba siendo descortés.

—Sí, tranquila. ¿Cómo te ha ido el día?

Suspiré. Pensé en Jase y los agotadores pacientes, pero de pronto el recuerdo de lo que había descubierto me asaltó. Había decidido ignorarlo, pero Liam acabaría descubriendo que lo sabía, y sintiéndose culpable.

—Me he enterado de que Kyle viene a dar un espectáculo.

Miré a Liam, él había elevado la vista hasta mis ojos y se estaba poniendo pálido. Pensé que se desmayaría.

—¿Quién…? —preguntó, desconcertado y visiblemente preocupado.

—Verónica. Me enseñó el cartel promocional en su móvil.

—Emma…

—Ya lo sé. —Removí mi pasta en el plato, desviando su mirada. No quería que me observara con ese rostro, tan compungido y apenado por mí. Odiaba sentir su lástima—. Sé que lo sabíais y que decidisteis no contármelo. Estoy bien, en serio.

—Lo siento —se disculpó en un susurro.

No levanté la vista, continué dándole vueltas a mi comida sin comer. Me sentía demasiado incómoda en ese instante. ¿Por qué había tenido que decir nada?

—No pasa nada. No es algo que me incumba ya —dije.

—Pero tienes esa cara.

Le miré a los ojos, deseando que mi estúpido rostro no mostrara tan fácilmente mis emociones. Me obligué a sonreír.

—La misma cara de tonta de siempre.

Cuando todavía con el arrepentimiento encima Liam se marchó de casa, sentí que me había quitado un peso de encima. Por algún motivo hablar de ese tema con Liam no era demasiado agradable. Me hacía sentir muy violenta.

Me acurruqué con mi portátil en el sofá y estuve navegando por internet un rato. Estaba aburrida, nada me entretenía, mi mente estaba inquieta. Estuve a punto de cerrarlo cuando una necesidad imperiosa de información me obligó a entrar de nuevo a internet. No. No debía. Qué más me daba. Cerré la tapa. Maldije en voz alta y volví a encenderlo. Busqué el espectáculo, la fecha y la hora. Cuando la vi me quedé quieta por un par de segundos.

Sábado 20 de enero a las ocho de la tarde.

Claro.

Qué tonta.

Liam me había invitado al cine el sábado por la noche por eso. Quería alejarme de Kyle y de los pensamientos sobre él. Apagué el portátil y me fui directa a la cama. Solo quería dormir y ser inconsciente al menos por unas horas.

Al día siguiente en la reunión sobre el horario y el trabajo tenía la cabeza en la luna hasta que Jase dijo algo que captó mi atención.

—Este fin de semana nos toca turno de noche.

Los lamentos y quejas se esparcieron por el grupo alrededor de la mesa. Genial. Verónica me miró con una tristeza enorme en su rostro como si le hubieran dado la peor noticia de su vida.

—Y no quiero que os cambiéis con nadie. ¿Entendido?

—Sí —contestaron todos apenados.

—¡Había quedado con un chico guapísimo! —se quejó Verónica.

Bueno, yo también, aunque no pensaba decirlo de esa forma. Me sabía muy mal, pero tenía que avisar a Liam de que no podría quedar con él el sábado. A pesar de que lo había hecho para distraerme, prefería trabajar. Me mantendría ocupada y sin tiempo de poder darle vueltas a cosas estúpidas.

Yo: Lo siento mucho, pero no podré ir el sábado contigo. Me han puesto turno de noche. Mátame.

Le envié el mensaje. A los minutos contestó.

Liam: Ok, no te preocupes. Veré si me pongo enfermo misteriosamente esa noche. Lo tenemos pendiente pues.

Guardé el móvil sintiéndome extraña. No lo había pensado, pero, si Liam iba a quedar conmigo esa noche era porque no iba a ver a Kyle. Supongo que su relación nunca volvió a ser la misma.

La noche del sábado intenté estar en todos los sitios, hacer todo lo posible y atender al máximo de pacientes. No quería pensar, quería estar totalmente ocupada. Nada de imaginar que Kyle estaba en la ciudad en ese mismo momento, subiendo al escenario, poniéndose a bailar como solo él podía hacerlo, como algo mágico.

—Emma.

Levanté la vista rápidamente al escuchar la voz de Jase tras de mí. Él me miró confuso y rápidamente sus ojos adoptaron el desprecio al que estaba acostumbrada.

—¿Sí?

—Has puesto esto al revés —me dio un papel. Mierda—. Baja a la tierra de una vez.

Apreté la mandíbula. No, Médico Estreñido, hoy no es el día de tocarme las narices. Intenté controlar mi expresión y voz para no mandarle a la mierda. Esa noche estaba demasiado nerviosa y no me sentía capaz de aguantarle.

—Lo siento.

Cogí el papel con demasiada fuerza y me reprendí. Me giré y cerré los ojos con fuerza esperando que me hiciera un comentario molesto. Sin embargo, cuando me giré para mirarle, Jase me estaba observando con ¿preocupación? No, debía habérmelo imaginado.

—Corrígelo —dijo, después dio la vuelta y se marchó.

Solté todo el aire contenido. Eché un vistazo al papel, aunque hubiera querido mantenerme ocupada, realmente estaba en las nubes, incapaz de dejar de pensar en el estúpido espectáculo y su bailarín. Comencé a corregir el informe y las horas fueron pasando demasiado lentas. Verónica se asomó por la puerta de la sala donde estaba entrada ya la madrugada.

—Te necesitan en urgencias, Em.

—Ok.

Caminé fuera de allí y llegué al mostrador de urgencias donde una enfermera rápidamente me dio el informe de un paciente y me dijo la zona en la que estaba. Miré por encima sus síntomas. Hombre, veintiséis años. Parecía tener un brazo roto y una contusión en la pierna. Me dirigí a su camilla con la cabeza metida en su informe y abrí la cortina sin pensar. En el momento que elevé la vista, vi a la persona que había tumbada en la camilla y nuestras miradas se encontraron, lo único que me pidió mi cuerpo fue cerrarla. Y salir corriendo.

4
KYLE

Esperé ansioso mientras sonaba el tono del teléfono. No paraba de mover mi pierna derecha, sentado en un taburete de la sala de ensayo. Después de unos segundos Daniel lo cogió.

—¡Kyle! ¿Qué tal, tío?

—Hola, Dani. Bien, bien —contesté, notando como mi pulso se aceleraba.

¿Por qué mierda estaba tan nervioso? No es como si fuera a decirle algo tan importante.

—¿Cómo te va el ensayo?

Tragué saliva.

—Tengo una buena noticia —dije, intentando que mi voz sonara alegre—. El espectáculo es en San Francisco.

—¿En serio? ¡De puta madre! —exclamó, verdaderamente feliz. Me hizo sonreír—. Por fin voy a verte la cara, morenazo.

Solté un par de carcajadas. Estar mal o inquieto con Daniel era imposible, el idiota siempre te hacía reír.

—¿Podrías avisar tú a los chicos? Ya os diré en qué momento del fin de semana podré quedar con vosotros.

—¡Qué dices! Nosotros vamos a ir a verte bailotear, al menos los que podamos, espero no tener turno de noche. Sé que están deseando verte, ha pasado mucho tiempo.

Observé la toalla en mis manos con la que había limpiado mi sudor debido al baile. Giré una de sus esquinas entre mis dedos. Debía de estar igual de emocionado que ellos, sin embargo, tenía un nudo en el estómago. Respiré hondo. Tenía que decirlo de una vez.

—Oye, Dani. —Él hizo un sonido de asentimiento—. No quiero que Emma lo sepa.

Se hizo el silencio al otro lado de la línea. Mi corazón golpeó con fuerza mi pecho. No sabía cómo podría reaccionar ante lo que le había pedido, puede que se enfadara conmigo, puede que lo comprendiera. Era lo que había decidido, conocía lo suficiente a Emma para saber que el hecho de que yo volviera no sería bueno para ella. Ya fuera porque no quisiera verme por estar enfadada, ya fuera porque le hiciera sufrir, o porque le diera exactamente igual. Vernos después de tantos años era estúpido. El pasado debía quedarse en el pasado.

—¿Estás seguro? —preguntó Daniel después de unos segundos.

—Sí.

—Me preguntaba qué harías con respecto a eso, si irías a verla.

Sonreí con amargura.

—Lo dejamos hace mucho, no tiene sentido vernos ahora. Creo que… —fruncí el ceño, molesto por lo que iba a decir—, eso sería demasiado para mí, tío.

—Lo sé —respondió en voz baja.

Nunca se lo dije directamente, pero era consciente de que Daniel sospechaba que no me había olvidado de su prima.

—¿Me harás ese favor? —inquirí, queriendo cerciorarme.

—No diremos ni pío.

Suspiré e intenté cambiar el ambiente. Charlamos durante un rato sobre el espectáculo y cosas sin importancia, consiguiendo que me olvidase un poco del tema.

Cuando el día del espectáculo llegó, yo estaba hecho un puto flan. Me encontraba más nervioso que en ninguna otra ocasión sobre el escenario. En el viaje en avión no había podido pegar ojo, a diferencia de todos mis compañeros, que habían aprovechado para descansar. Yo era el único zombi con los ojos enrojecidos, sin embargo, no me sentía cansado, al contrario, tenía demasiada energía. Estaba tan inquieto que podría echar a correr y llegar de nuevo a Nueva York.

Observé cómo preparaban el escenario y las luces mientras algunos de mis compañeros calentaban, y ensayaban la coreografía. Me la sabía de memoria, más que mi propio nombre, de modo que decidí estarme quieto un rato y me senté en una de las butacas de los espectadores, en ese momento totalmente vacías. Pasados unos minutos noté como alguien se sentaba a mi lado, giré el rostro para encontrarme con Eric.

—Pareces un abuelo que va a dar su último espectáculo, aquí todo solo y pensativo —soltó.

Me limité a encogerme de hombros, pero sonreí pues tenía razón.

—No creo que siga bailando cuando sea un abuelo —murmuré—. Ya sabes, los huesos y toda esa mierda.

Eric dio una palmada al respaldo de la butaca con énfasis.

—Pues yo pienso seguir haciéndolo, y llevarme a la cama a todas las abuelitas sexys que caerán rendidas ante mi habilidad a pesar de los años.

Solté un par de carcajadas. Lo peor era que lo decía completamente convencido.

—Estoy seguro de que lo harán.

—¿Crees que ella estará entre el público esta noche?

Alcé la vista de golpe para mirarle. Sabía a la perfección a quién se refería y no me esperaba para nada esa pregunta, la que yo me había hecho mentalmente un millón de veces. Eric simplemente me miró en silencio, como si me hubiera preguntado por el tiempo.

—No, no lo creo —respondí. Y así lo pensaba.

—Entonces —se levantó y me palmeó la pierna—, no te pongas tan nervioso. ¡Ella se lo pierde!

Eric dibujó una sonrisa de ánimo y volvió con los demás bajando el par de escalones de un salto. Mierda, él tenía demasiada razón.

Llegada la noche, las luces se apagaron y yo cerré los ojos, procuré concentrarme. A pesar de todo el nerviosismo, en el momento en que se abrió el telón, se encendió la música y el espectáculo comenzó, mi mundo se desvaneció. Tan solo estaba yo, en el escenario, girando y moviéndome al son de las notas. Disfruté viendo el trabajo impecable de mis compañeros cuando estaba tras el telón, y cuando me tocaba aparecer daba todo de mí. Busqué en alguna ocasión con la mirada entre el público, y me relajé al ver a Luke y a Scott por algún lugar. No había rastro de ella, como bien me temía.

Después de una hora estaba saliendo todo a la perfección. Me encontraba bailando en la parte más cercana a los espectadores, ni siquiera me di cuenta, ni escuché nada, tan solo un atisbo rápido a un compañero al oír cómo gritaba mi nombre. Un destello de luz seguido de unas chispas, y exclamaciones alteradas en el público. El golpe del foco sobre mí al caer de sus riendas me dejó totalmente fuera de combate. Cuando recuperé la consciencia estaba en el suelo del escenario, siendo atendido por los auxiliares de ambulancia, me estaban colocando sobre una camilla.

Estupendo.

No sabía a qué hospital me habían llevado, pero tenía un mal presentimiento. Cerré los ojos y apoyé la cabeza en la almohada cuando los enfermeros me dejaron en una camilla en urgencias rodeada por una cortina azul. Me dolía a morir el brazo, que seguro tenía roto, y la pierna, para colmo la del accidente. Aquello no podía ser bueno, me había hecho papilla un simple foco, joder. Esperaba poder recuperarme pronto, no podía permitirme estar de baja mucho tiempo.

La cortina se corrió de pronto y yo alcé la vista. La vi. No sé si en ese momento la reconocí o si pensé que era una pelirroja más de las que confundía con ella en todos lados. Sin embargo, cuando ella clavó con sorpresa sus ojos en los míos, supe que era ella y mi corazón rebotó tan fuerte en mi pecho que me quedé sin respiración. Para mi sorpresa, su repentina reacción después de entreabrir los labios y no decir nada, fue cerrar la cortina y desaparecer.

—¡Emma! —exclamé.

Sin pensar en lo que hacía, intenté levantarme, pero mi cuerpo me lo impidió y caí de la camilla, aterrizando en el suelo y llevándome conmigo el gotero. El dolor que siguió al golpe me hizo soltar un gruñido.

Ah, joder. Qué ridículo soy.

Una enfermera entró deprisa al oír el estruendo y escuché su gemido de sorpresa.

—Pero ¿qué está haciendo?

Me ayudó a levantarme, con mucho esfuerzo consiguió ponerme de nuevo en la camilla. Suspiró y recolocó su uniforme. Creo que yo era demasiado pesado para una chica tan delgada.

—No puede levantarse de aquí, ¿entendido? Espere a que venga su médico.

—Ha huido —solté, mientras ella me colocaba el gotero en su sitio. Me miró como si fuera un paciente con alucinaciones. Me señaló con el dedo.

—No se mueva, por favor.

Asentí, avergonzado, y la enfermera abrió la cortina, saliendo. Me quedé quieto, evaluando lo que había ocurrido. Era ella. Era Emma, estaba más seguro que nunca en mi vida. Al parecer ella era mi médico, y bueno, no había sido acogido con mucho cariño que digamos. Todavía no podía creerme que hubiera salido corriendo. Sonreí lentamente, hasta que no pude evitar soltar una risa. Estaba tan loca como la recordaba, al menos en eso no había cambiado. ¿Volvería? ¿O me asignaría otro doctor para no tener que verme? Estaba claro que no le había gustado mi visita. Hice bien en no decírselo, podría haber sido peor.