©Universidad Nacional de Colombia - Sede Medellín
Facultad de Ciencias Agrarias
©Gloria Patricia Zuluaga Sánchez
Ruth López Oseira
Mónica Reinartz Estrada
Editoras
©Dora Isabel Díaz Susa, Lourdes Elena Fernández Rius,
Ruth López Oseira, Sara Lugo Márquez, Mónica Reinartz Estrada
y Gloria Patricia Zuluaga Sánchez
Autoras
Primera edición, mayo de 2020
ISBN 978-958-794-153-1 (e-pub)
ISBN 978-958-783-791-9 (e-book)
ISBN 978-958-783-790-2 (rústica)
Colección Nación
Edición
Editorial Universidad Nacional de Colombia
direditorial@unal.edu.co
www.editorial.unal.edu.co
Coordinación editorial
Julián Naranjo Guevara
Corrección de estilo
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Imagen de cubierta
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Diagramación
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Diseño de cubierta
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Conversión a epub
Mákina Editorial
https://makinaeditorial.com/
Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio
sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales
Impreso y hecho en Bogotá, D.C., Colombia
Catalogación en la publicación Universidad Nacional de Colombia
Mujeres universitarias, profesionales y científicas : contextos y trayectorias / Gloria Patricia Zuluaga Sánchez, Ruth López Oseira, Mónica Reinartz Estrada, editoras. -- Primera edición. -- Bogotá : Universidad Nacional de Colombia. Editorial ; Medellín : Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Agrarias, 2020.
CD-ROM. -- (Colección Nación)
Incluye referencias bibliográficas al final de cada capítulo e índice temático
ISBN 978-958-794-153-1 (e-pub)
1. Universidad Nacional de Colombia (Sede Medellín) -- Ciencias agrícolas --1960-2014 2. Educación de la mujer -- Historia -- Colombia 3. Educación superior de mujeres 4. Formación profesional de mujeres -- Colombia 5. Mujeres en la ciencia 6. Mujeres científicas 7. Género y equidad I. Zuluaga Sánchez, Gloria Patricia, 1961-, editora II. López Oseira, Ruth, 1971-, editora III. Reinartz Estrada, Mónica, 1966-, editora IV. Serie
CDD-23 378.19822 / 2020
Figura 1. Porcentaje de mujeres y hombres matriculados en pregrado en la Universidad Nacional de Colombia - Sede Medellín en 2015
Figura 2. Relación de hombres y mujeres en la FCA, 2015
Figura 3. Histórico de egresados de la FCA
Figura 4. Porcentaje de hombres y mujeres matriculados en posgrados de la FCA, 2015
Figura 5. Porcentaje de hombres y mujeres egresados en posgrados de la FCA (1992-2015)
Figura 6. Dendrograma del índice de similitud entre los casos
Figura 7. Dendrograma del índice de similitud entre grupos de códigos
La idea de este libro surgió en las discusiones e intercambios que tuvieron lugar durante el transcurso del seminario internacional Mujeres, Universitarias, Profesionales y Científicas: Contextos y Trayectorias, realizado en diciembre de 2015 en la Sede Medellín de la Universidad Nacional de Colombia. El seminario se convocó con la intención de crear un espacio de intercambio de ideas que permitiera situar los resultados del proyecto de investigación en el contexto de los estudios de las mujeres y el género en las ciencias y la educación superior, así como promover redes académicas y de investigación en el tema. Esto es de gran importancia porque, aunque los estudios de género en las universidades colombianas aún encuentran obstáculos y resistencias, sus aportes han representado una perspectiva crítica e innovadora para abordar la docencia, la investigación y la profesión científica.
Desde la década del cuarenta del siglo XX, hasta las primeras décadas del siglo XXI, la Universidad Nacional de Colombia experimentó un aumento paulatino de mujeres que se vincularon a ella como estudiantes y docentes. Su incorporación, sin embargo, no se ha producido de manera homogénea y sostenida en todos los espacios, sino que se ha concentrado en algunas áreas y niveles, sin que ello haya representado transformaciones significativas en los esquemas de funcionamiento institucionales.
Para muchas mujeres vincularse a los campos de la ciencia y la tecnología ha significado adaptarse, en mayor o menor grado, a parámetros establecidos como normas objetivas cuando las universidades aún eran ámbitos exclusivamente masculinos. En numerosas ocasiones se ha subrayado el hecho de que las instituciones universitarias y científicas fueran pensadas y organizadas para la formación cultural y profesional de hombres —en el contexto de sociedades donde los roles sociales femeninos y masculinos estaban segregados de forma bastante rigurosa—, lo cual impone una inercia en las culturas institucionales que requieren de una gran inversión en términos de reflexión, tiempo y recursos para llegar a transformarlas.
El aumento de la presencia femenina en la educación superior se ha producido sin que las instituciones pensaran atenta y detenidamente acerca de las implicaciones de su ausencia o presencia. Por tanto, este proceso ocurrió sin que mediara ninguna intención de estimular el ingreso de mujeres y hacer de ello ocasión de una reflexión más amplia acerca de los contenidos, los currículos ocultos, las expectativas sociales y culturales, los métodos y los objetivos de las distintas ciencias y disciplinas, o de la relación entre estas y la sociedad en la que actúan. Esto contrasta notoriamente con otros aspectos de la política institucional que contemplan una atención especial a la inclusión de personas de distinta procedencia socioeconómica, étnica o cultural.
Así como la universidad no ha medido su impacto en la equidad de género en la sociedad, tampoco las desigualdades de género al interior de la universidad han sido estudiadas sistemáticamente, de forma que se pueda entender, entre otras cosas, cuáles obstáculos o dificultades en las trayectorias académicas y profesionales son atribuibles a la condición de género. La incorporación de las mujeres al ámbito académico y científico ha venido ocurriendo y se supone que continuará haciéndolo de manera “natural” y progresiva, sin que la comunidad universitaria se pregunte cómo ha ocurrido, cuáles condiciones han facilitado o dificultado este proceso, cuál es su aporte a la vida universitaria y académica o qué impacto puede tener en la sociedad y en el desarrollo futuro de las ciencias y las técnicas.
Sin embargo, aunque pronto se cumplirá un siglo desde que se abrieron para las mujeres las puertas de la educación superior en Colombia y más de cincuenta años desde que las primeras comenzaron a ingresar regularmente a carreras técnico-científicas, en instituciones como la Universidad Nacional de Colombia no se ha logrado la paridad de género en la composición de los estudiantes, por lo contrario la brecha se ha ampliado desde la década de 1990, especialmente en ingenierías, matemáticas o física. Esta realidad disipa la idea ingenua de que el tiempo se haría cargo de resolver las barreras estructurales e institucionales para que las mujeres avanzaran de manera equitativa en sus carreras científicas y laborales.
Por esto es necesario reflexionar acerca de los procesos sociales, culturales e institucionales del acceso, permanencia y trayectorias académico-profesionales de las mujeres en las ciencias y sobre los mecanismos que reproducen la segregación disciplinaria y ocupacional. Este libro muestra que las mujeres tienen presencia en unas áreas del conocimiento, y suelen estar subrepresentadas en otras e indaga acerca de los factores culturales y estructurales de dicha segregación. También aborda los conflictos y tensiones entre las responsabilidades familiares y laborales que —coincidiendo con la literatura producida sobre el tema en distintas partes del mundo— constituyen un factor de peso para explicar las trayectorias diferenciadas de mujeres y hombres en el ámbito académico y científico.
En un esfuerzo por transformar la cultura institucional de género, la Universidad Nacional de Colombia aprobó la primera normativa universitaria de equidad de género del país (Acuerdo 035 de 2012), que institucionalizó la perspectiva de género y ordenó la puesta en marcha del Observatorio de Asuntos de Género para velar por el desarrollo y cumplimiento de la política de equidad en la institución. Estos avances sitúan a la Universidad Nacional a la vanguardia del sistema colombiano de educación superior en la promoción de la equidad de género y las políticas de igualdad de oportunidades, en concordancia con su tradición democrática y su liderazgo histórico en modelos de justicia y solidaridad social.
La designación de la científica Dolly Montoya Castaño en 2018 como primera rectora de la institución en sus ciento cincuenta años de existencia tiene, en este contexto, una fuerte relevancia simbólica. Supone también un llamado a conocer mejor el papel de las primeras generaciones de científicas en la construcción de la ciencia colombiana y su institucionalidad, a entender la persistencia de sesgos de género a través de las importantes transformaciones del sistema de educación superior en las últimas décadas, así como los efectos que tienen en la sociedad las políticas educativas y científicas en términos de su contribución a reproducir o erradicar las inequidades basadas en el género.
La Universidad Nacional de Colombia - Sede Medellín es un objeto de investigación interesante para los estudios de género, debido a que durante la mayor parte de su larga trayectoria histórica cultivó su identidad como un campo profesional y académico masculino y transitó rápidamente hacia la incorporación de mujeres en un periodo reciente. Este libro contribuye a generar información significativa sobre dicho proceso en esta sede mediante datos cuantitativos, así como a través de las voces de estudiantes, egresadas, profesoras e investigadoras, reconociendo sus aportes como creadoras y transmisoras de conocimiento. Igualmente, esta obra ofrece elementos para entender los cambios significativos que ha producido la educación superior en la vida de las mujeres y en la construcción del orden de género en la sociedad, con miras a ilustrar factores que deberían ser tomados en cuenta por aquellas políticas públicas tendientes a impulsar la equidad y la excelencia en la educación superior y las ciencias.
Gloria Patricia Zuluaga Sánchez
Este libro está organizado en dos partes, la primera se compone de tres capítulos que ofrecen elementos conceptuales e históricos para la comprensión del contexto académico del género en la ciencia. La segunda parte está conformada, a su vez, por tres capítulos que abordan el tema a partir de investigaciones realizadas en la Universidad Nacional de Colombia. En el capítulo uno, Ruth López Oseira aborda una perspectiva histórica acerca de las preguntas que ha suscitado la relación entre las mujeres y las ciencias, a partir de una síntesis de los aportes de la historiografía. Este campo de estudios, que se afianza en la década de 1980, surge en la intersección entre la historia y la sociología de las ciencias y la historia de las mujeres; adicionalmente, se apoya en las herramientas conceptuales de las epistemologías feministas y la reflexión sobre la categoría de género.
López Oseira resalta la relevancia de dos enfoques complementarios: los que se centran en los contextos institucionales en los que las ciencias se desarrollan históricamente como un campo independiente, y aquellos que dan cuenta de las polémicas filosóficas, políticas y culturales acerca de las diferencias entre hombres y mujeres. Para finalizar, describe el interés reciente en la cuestión por parte de las instituciones que gobiernan las políticas de educación superior, ciencia, tecnología e innovación en aquellos países que concentran gran parte de la producción científica mundial. Concluye subrayando que una perspectiva histórica lineal, que no tome en cuenta la complejidad de las relaciones de género, simplifica la interpretación de los procesos de inclusión/exclusión de las mujeres y tiende a cerrar en falso el debate.
En el siguiente capítulo Sara Lugo Márquez, desde su experiencia personal, pone en cuestión el modo en que la educación de científicas y científicos suele ignorar los contextos sociales, políticos e intelectuales en los que la ciencia se produce y desenvuelve, los cuales condicionan a quienes participan en la empresa científica, a las prioridades de la investigación científica o a los usos que se le dan a los resultados de esta. Para ello presenta varios ejemplos de los aportes que los estudios de género, queer y feministas —vinculados al giro historicista en los estudios sociales de la ciencia—, han realizado al planteamiento de que las ciencias y las tecnologías son construcciones sociales que se relacionan estrechamente con la construcción jerárquica del orden social.
Su ensayo inicia con una reflexión sobre la noción de sistema sexogénero hasta el punto de inflexión en que los estudios queer plantearon que no solo el género es una construcción social, sino también el sexo. A partir de ahí, presenta casos concretos acerca del modo en que la ciencia hegemónica positiva fundamentada en las ideas de la modernidad ha apuntalado la idea del dimorfismo sexual y las inferencias sociales que se han extraído de ello, con consecuencias decisivas para la exclusión de las mujeres del campo de las ciencias. Distanciándose de una postura relativista, plantea de manera sintética, y a la vez encarnada en casos concretos, cómo se ha construido la crítica epistémica de las ideas de objetividad, neutralidad y universalidad de la ciencia. De dicha crítica se desprende que serían posibles otras formas de construir conocimiento científico distanciado de los valores patriarcales y androcéntricos dominantes.
En el tercer capítulo la profesora Lourdes Fernández Rius realiza una disertación sobre género y ciencia. Señala, de entrada, que esta relación está condicionada por contextos socioculturales y políticos concretos, siendo insoslayable el examen desde la perspectiva de género. Plantea que se sigue privilegiando una noción positivista de las ciencias y que a pesar de que hace tres décadas las mujeres han llegado a este espacio de forma masiva, siguen siendo excluidas de las ciencias y tecnologías más prestigiosas y de los niveles más altos del sistema, en especial de los puestos de decisión.
Además, no se ha logrado una transformación profunda del modo de pensar la ciencia y la tecnología, lo que se puede investigar y lo que no, el planteamiento de problemas científicos, las hipótesis, los diseños metodológicos, las técnicas, los instrumentos y las interpretaciones que se realizan de los datos obtenidos, así como las decisiones de proyectos, los financiamientos y los recursos. Por ello considera necesario problematizar el androcentrismo de la ciencia en sí, y la relación entre verdad y poder.
En la segunda parte se presentan tres capítulos, iniciando con los hallazgos de la investigación “Acceso y trayectorias laborales de las mujeres en las ciencias agrarias de la Universidad Nacional de Colombia - Sede Medellín”, de Gloria Patricia Zuluaga Sánchez, donde se muestra que ha habido un cambio significativo en el porcentaje de mujeres que cursan carreras universitarias, incluso en aquellas consideradas en el pasado como “guetos masculinos”, como las ciencias agrarias, que hoy podrían catalogarse como neutras al género en cuanto a su número de matriculados.
Lo anterior constituye una importante conquista histórica, que supuso un proceso de rupturas culturales y sociales, no solo para las mujeres, sino también para la universidad y la sociedad como un todo. Sin embargo, dicha incorporación no ha significado una real igualdad de sus condiciones y garantías sociales en el ejercicio de la profesión, y una participación plena en el ámbito económico y social, dado que persisten obstáculos y prejuicios culturales que permanecen ignorados, cuando no naturalizados.
La investigación coincide con estudios de distintos países donde se han encontrado que las mujeres enfrentan una serie de obstáculos en su vida profesional, como la segregación horizontal (tipos de ocupación y brecha salarial), la segregación vertical (difícil acceso a puestos de dirección y poder), una presencia menos consolidada en el mercado laboral, así como dificultad para progresar en sus carreras y hacer compatible la maternidad y el matrimonio con el empleo. También señala que se requieren transformaciones en el espacio doméstico para lograr una mayor equidad y reparto de responsabilidades en este ámbito.
A continuación, la profesora Mónica Reinartz Estrada presenta los resultados de la investigación “Rol educativo de las mujeres en las ciencias agrarias en la Universidad Nacional de Colombia - Sede Medellín 1960-2014”, que en un primer aparte enumera una serie de hechos que permiten contextualizar el acceso de las mujeres a la educación superior en los ámbitos internacional y nacional, para luego referirse al caso concreto del ingreso femenino a la Facultad de Ciencias Agrarias.
En un segundo aparte hace referencia a los porcentajes de hombres y mujeres que tienen título de posgrado y se desempeñan en la docencia y en la investigación en Colombia, enfatizando que el número de profesionales colombianos con estudios de maestría y doctorado es muy inferior a los datos encontrados en otros países. Para la docencia y la investigación reporta que, en términos generales —incluyendo a la Universidad Nacional de Colombia - Sede Medellín—, las mujeres ocupan en mayor proporción categorías de menor prestigio, como auxiliares y asistentes, las cuales tienen menor remuneración.
En otro aparte la autora hace una relación de las publicaciones y muestra que los trabajos hechos por profesoras de la facultad comienzan a divulgarse en los años setenta y aumentan en los siguientes años, lo que se relaciona con el incremento de fondos y de grupos de investigación en la sede, pero llama la atención que la cantidad de artículos de autoría femenina es menor que la de los varones, lo que incide negativamente en los salarios de las primeras.
Finalmente, en el último capítulo Dora Isabel Díaz Susa presenta y analiza la “Política institucional de equidad de género e igualdad de oportunidades para mujeres y hombres en la Universidad Nacional de Colombia”, sancionada a través del Acuerdo 035 de 2012 del Consejo Superior Universitario. Esta política, que tiene el propósito de crear condiciones legales para hacer efectiva la democracia en la institución, fue aprobada después de ochenta años de haberse iniciado el ingreso de las mujeres a dicho claustro y de varias décadas de presión por parte de un sector de la comunidad universitaria.
La autora hace un recuento de los acontecimientos que posibilitaron el acceso de las mujeres a la educación superior y a la Universidad Nacional de Colombia, y hace énfasis en los vínculos con las luchas y demandas emprendidas en las primeras décadas del siglo pasado por los derechos civiles y políticos. Posteriormente se refiere a la creación del Grupo Mujer y Sociedad, de la misma universidad, que inició un debate relacionado con la situación de las mujeres y con las grandes corrientes del feminismo internacional. Este antecedente contribuyó a la institucionalización de los estudios de género y feministas, así como al desarrollo de la normativa de equidad e igualdad en la Universidad Nacional de Colombia.
El capítulo subraya que los estudios de género y de las mujeres representan una importante innovación para la docencia y la investigación, pues proponen ampliar las miradas a partir de experiencias y culturas diversas, aunque todavía encuentran muchos obstáculos. El Acuerdo 035 considera que el enfoque de género es un paradigma de análisis social y un método de identificación de desigualdades y, por lo tanto, debe ser un eje transversal de las políticas de equidad y una estrategia para la transformación del ejercicio institucional. La autora plantea que si bien este es un logro muy importante, es apenas un punto de partida en un espacio donde persisten las inequidades, las exclusiones y restricciones para las mujeres entre la población estudiantil, docente y administrativa.
Este conjunto de miradas heterogéneas está atravesado por una inquietud compartida relativa a las mujeres en la enseñanza, la producción de conocimientos y el desempeño de las profesiones científicas. Se trata de aproximaciones a un campo vasto del conocimiento, pero puede ser un instrumento útil al esfuerzo por sustentar una universidad incluyente y de calidad que exige este tipo de reflexiones. Una de ellas es que la relación entre mujeres, género y ciencia es un fenómeno de muchas aristas y, aunque algunos indicadores de equidad en el acceso han mejorado, ello no quiere decir que la inequidad se haya superado o los avances obtenidos puedan considerarse una conquista asegurada. Por eso, la equidad de género no debería seguir siendo el resultado de la inercia institucional respecto a los cambios que ocurren en la sociedad, así como no se dejan al azar otras políticas de equidad que toman en cuenta grupos vulnerables en razón de su situación socioeconómica o su identidad étnica.
En la actualidad, cuando las evaluaciones de la calidad en educación, investigación e innovación resaltan la importancia de cultivar una diversidad enriquecedora para alcanzar la excelencia, la Universidad Nacional de Colombia está en condición de liderar la investigación y la innovación mediante procesos que generen equidad, promuevan la diversidad y fortalezcan la democracia. La pregunta por las mujeres y el enfoque de género en ciencia, tecnología e innovación propone una apertura transdisciplinar que impacte en la investigación y la docencia y se pregunte por los sujetos y los contextos que producen esos saberes.
La incorporación de las mujeres a las carreras universitarias de ciencias e ingenierías, así como a las profesiones científicas y técnicas en Colombia es producto de cambios sociales y culturales que tuvieron lugar en la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, aún representan una proporción notoriamente baja en las carreras y profesiones de las ciencias exactas, físicas, matemáticas e ingenierías, excepto en las áreas biomédicas. En el país, en general, no ha habido políticas públicas o institucionales que promuevan su incorporación a estas disciplinas.
Aunque la educación universitaria se considera uno de los factores más importantes para erradicar otras discriminaciones y elevar el estatus social y económico, el estancamiento de inclusión de las colombianas en las disciplinas científicas y técnicas pocas veces ha sido objeto de interés académico. Entre las escasas investigaciones dedicadas al tema se pueden contar las realizadas por Luz Gabriela Arango (2006a, 2006b), Patricia Tovar (2008) y Sandra Daza y Tania Pérez (2008). La atención que este tema ha suscitado en Colombia ha tenido un carácter más bien episódico en comparación con la proliferación de estudios que se han producido en otros países.
Investigaciones como la de Lucy Cohen (1971, 2001) o Martha Herrera (1995) han mostrado los rasgos generales del acceso de las colombianas a la educación superior, que se inició en Colombia un poco más tarde que en otros países de la región como Argentina, Uruguay, Chile, México, Brasil o Cuba, donde tuvo lugar en las décadas finales del siglo XIX y primeras del XX (Lavrin, 1995; Miller, 1991). A principios del siglo XX las colombianas no tenían explícitamente prohibido ingresar a carreras universitarias, pero la exclusividad masculina en la educación superior estaba garantizada eficazmente por las costumbres, los valores culturales de género que prescribían roles determinados y las disposiciones académicas institucionales.
El certificado que se otorgaba a las graduadas de enseñanza media no las habilitaba para acceder a la universidad porque sus estudios no abarcaban los contenidos adecuados ni poseían la rigurosidad que se exigía en las instituciones para hombres. Ello se debía a que hasta los años treinta del siglo XX, los establecimientos colombianos de educación secundaria no solo estaban segregados por sexo, sino que también impartían contenidos diferenciados por este criterio. El Decreto 227 de 1933 —que estableció el bachillerato femenino— ordenó establecer un programa académico de bachillerato único y homologable en las instituciones oficiales, femeninas y masculinas, que permanecieron separadas.
Por supuesto, el hecho estuvo precedido y seguido de fuertes polémicas. Como han mostrado las investigaciones históricas, los opositores advirtieron acerca del derrumbe del orden y los valores familiares, la desaparición de la feminidad y otros perjuicios; sin mencionar el desperdicio de recursos, pues muchos auguraban que las universitarias no lograrían destacar en las carreras “masculinas” ni ejercerían su profesión el tiempo suficiente para amortizar la inversión, pues llegado el matrimonio y los hijos, sucumbirían las carreras profesionales (Velásquez, 1985; Herrera, 1995; López, 2002). Pese a ello, en la segunda mitad de la década del treinta las primeras bachilleres comenzaron a ingresar a carreras como derecho, medicina y odontología, y en los años cuarenta se graduaron las primeras ingenieras, aunque fueron casos excepcionales. A finales de la década del cincuenta, según Cohen (1971), casi el 25 % de la población universitaria eran mujeres.
No obstante, una buena parte de las universitarias de esa época cursaban carreras cortas —de dos o tres años de duración— en un nuevo tipo de instituciones, los colegios mayores de cultura femenina, conocidos como universidades femeninas, cuya finalidad era reencauzar la educación y las posibilidades profesionales de las colombianas. Durante los años cuarenta se discutió mucho sobre la orientación de una educación superior que las preparase, pero sin “desfeminizarlas”, siguiendo las mismas carreras y profesiones que los hombres. El ministro de Educación afirmó en 1944: “Si no volvemos la mujer al hogar y el campesino al campo, no pasarán más de tres generaciones sin que Colombia haya dejado de existir como nacionalidad auténtica” (citado por Helg, 2001, p. 212).
Las universidades femeninas contribuyeron a que se formalizara la enseñanza de profesiones como enfermería, bacteriología, auxiliar de cirugía, delineante de arquitectura, trabajo social, bibliotecología, orientación familiar, economía doméstica; y otras que implicaban un grado de formación inferior a las carreras universitarias habituales y eran consideradas más aptas para que ellas pusieran en juego sus “predisposiciones naturales” de escucha, cuidado, organización, delicadeza y protección.
En 1945, en un discurso pronunciado en Medellín durante la inauguración del Colegio Mayor Femenino de Antioquia, el ministro de Educación, Germán Arciniegas, afirmó:
La mujer que no tiene vocación para el estudio, está bien que se quede ordenando la despensa de su casa. La que tenga ánimos para estudiar ingeniería, que eche por ahí y, si a tanto llega, que vaya a la cabeza de los peones trazando carreteras. Queda sí, una muchedumbre de mujeres con vocación para el estudio, pero con una vocación que no siempre logra aplicarse o aprovecharse rectamente en las carreras tradicionales. (citado por López, 2010, p. 148)
Germán Arciniegas Angueyra (Bogotá, 1900-1999) fue un intelectual, escritor, periodista, político y diplomático colombiano que destacó por su interés en el avance de la educación y la cultura en Colombia. Conocido como activo promotor de la reforma universitaria progresista, fue un temprano editor de revistas y obtuvo amplio reconocimiento en los años veinte como editor de Universidad, la revista de la Universidad Nacional de Colombia, a la que transformó en un activo agente de debate intelectual y político.
También fue fundador y editor de la Revista de las Indias (1939) y de la Revista de América (1945), a través de las cuales divulgó el pensamiento americanista del cual fue devoto. Su actividad política comenzó en la época de la Revolución en Marcha (1934-1938) del presidente Alfonso López, y llegó a ser ministro de Educación entre 1941-1942 y 1945-1946 con los presidentes liberales Eduardo Santos y Alberto Lleras, respectivamente. En su segundo periodo tomó, entre otras, la iniciativa de reconducir la educación superior femenina, creando los controvertidos Colegios Mayores de Cultura Femenina, que ofrecían “medias carreras” a las mujeres que deseaban obtener estudios más allá del bachillerato y los estudios normalistas, como biblioteconomía, periodismo, auxiliar de laboratorio, delineante de arquitectura, etc. La feminista y sufragista colombiana Ofelia Uribe de Acosta (1900-1988) expresó lúcidamente en las páginas de la revista Agitación Femenina su desacuerdo con la intención de esta reforma de derivar hacia “profesiones auxiliares” a las mujeres que querían estudiar:
Si el señor ministro quiere sustraer a la mujer del ambiente de coeducación [...] para dejar satisfechos a los retrógrados de todos los partidos que siguen sosteniendo la inferioridad mental de la mujer y negándole la condición de ciudadana.
Sorprende que un sociólogo como el señor Arciniegas, ministro de Educación Nacional, tome el nombre de Colegio Mayor [...] para llevar a la mujer de hoy en pos del engañoso miraje de “los cursitos”, desplazándola así de las carreras o profesiones liberales, para colocarla en la deprimente situación de modesto auxiliar del profesional competente. (Uribe, 1946, p. 3)
Así pues, acceder a la educación superior no implicó que las colombianas tuvieran las puertas abiertas a las disciplinas de ciencias e ingenierías. Para cursar este tipo de estudios debieron desafiar estereotipos aún más acentuados, no solo sobre su capacidad física e intelectual (“tener ánimos”), sino también acerca de lo inapropiado que podía resultar una mujer realizando un tipo de actividades (“echar por ahí” dirigiendo un grupo de trabajadores) propias de profesiones asociadas con atributos culturales masculinos (Arango, 2006a; Wajcman, 1991). Se sobreentendía que el perfil profesional de ciertos estudios y actividades laborales estaba dirigido a hombres y no a mujeres.
Por estos antecedentes —y con motivo de la celebración del centenario de la fundación de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Colombia - Sede Medellín— un grupo de profesoras decidimos realizar un estudio sobre las primeras ingenieras que se graduaron allí, a modo de tributo y reconocimiento a la labor de una generación que, quizá sin saberlo, abrió caminos para futuras estudiantes y profesionales.
La Facultad de Ciencias Agrarias constituye un caso de estudio interesante debido a que se consolidó como un centro educativo de referencia en un ámbito estratégico para el desarrollo económico y social en Colombia. En 1914 se fundó la Escuela de Agricultura Tropical y Veterinaria en Medellín con el fin de impulsar la modernización agrícola del país; se esperaba que ayudara a difundir conocimientos técnicos, desterrar las prácticas empíricas y aumentar la productividad para afianzar un modelo agroexportador.
En 1935 la institución pasó a denominarse Instituto Agrícola Nacional y funcionó como dependencia del Ministerio de Agricultura y Comercio, hasta que en 1938 pasó a formar parte de la Universidad Nacional de Colombia como Facultad Nacional de Agronomía. Junto a la Escuela Nacional de Minas (1886); Agronomía integró el núcleo inicial de una sede regional signada inicialmente por su enfoque dirigido a promover la aplicación práctica de los conocimientos científicos.
Además, en el lapso entre la segunda mitad de los años cincuenta y las primeras décadas del siglo XXI, la facultad pasó de graduar a la primera ingeniera agrónoma del país a tener el mayor porcentaje de mujeres estudiantes de pregrado, con un notable 43.5 %, que supera al exiguo 34.5 % de la Sede Medellín en su conjunto. Esto supone una transformación significativa, pues muchas décadas después de que otras carreras se abrieran a las mujeres, las ingenierías del área agropecuaria y forestal todavía eran consideradas profesiones propias de hombres. El objetivo de nuestro estudio es contribuir a la comprensión de los contextos personales, sociales e institucionales que facilitaron estos cambios, así como averiguar si, bajo la apariencia de una integración normalizada, podían subyacer dificultades o inequidades menos explícitas.
Autoras como Luz Gabriela Arango (2006a) y Judy Wajcman (1991, 2006) han planteado que algunos de los factores relacionados con la escasa representación de las mujeres en las ciencias exactas y las ingenierías tienen que ver con estereotipos de género que guían las expectativas individuales y sociales acerca de la feminidad y la masculinidad. Wajcman ha señalado, además, que la ausencia de mujeres estudiantes y profesionales en estas disciplinas resulta tan elocuente que la presencia de unas pocas es, a menudo, considerada como un acontecimiento singular que suscita una intensa atención pública, dando lugar a una errónea percepción de que se han superado las discriminaciones instituidas por el orden social de género.
En este sentido, resulta interesante observar los casos contrastantes de las primeras ingenieras del país, graduadas en la Sede Medellín: la ingeniera civil y de minas Sonny Jiménez de Tejada, en 1947, y la ingeniera agrónoma Estela Escudero Mesa, en 1954. Mientras de la primera existe un importante registro en la memoria pública de la ciudad, sobre la segunda apenas hay un recuerdo difuminado y la información que puede conocerse con certeza se limita a la que publicó el diario regional El Colombiano el día de su ceremonia de graduación.
Estela Escudero, que se graduó con una tesis sobre los mercados de frutas y hortalizas, pronunció un discurso titulado “¿Por qué elegí la agronomía?”, que fue reproducido por la prensa. En este señaló: “A muchos de los que están presentes se les hará extraño que una mujer se dedique a estudiar para llegar a ejercer una profesión como es la Ingeniería Agronómica a la cual hoy me siento orgullosa de pertenecer” (Escudero, 1954). A continuación, explicó que las ingenieras podrían desempeñarse en cualquier rama de la agronomía como la genética, el fitomejoramiento, la entomología o la sociología rural, sin que ello significara competir con los hombres:
[como en] la sociología rural, donde la labor de la mujer ingeniero agrónomo puede ser estudiar y planear la solución de los numerosos problemas rurales, no solo económicos sino también morales [...] en la rama de la extensión también puede hacerse presente la labor de la mujer colombiana, ya que la misión del ingeniero agrónomo no es dedicarse directamente a los trabajos materiales del campo, sino que su objetivo es el de prestar dirección técnica [...]. Hoy llena de optimismo estoy segura que no pasarán muchos años sin que en esta misma Facultad estudien muchas damas cuya finalidad y empeño sea no la de suplantar al varón, sino la de ser su colaboradora. (Escudero, 1954)
Pese a que se hace evidente la intención de estimular que sus contemporáneas se interesasen por una profesión percibida socialmente como masculina, no deja de llamar la atención que subrayara enfáticamente que ellas no pretendían poner en cuestión el dominio de los varones sobre sus feudos académicos y laborales. Por el contrario, realizarían un aporte específico dentro de una esfera de acción femenina orientada a los aspectos sociales y humanos de la profesión; dimensiones con las que, a su vez, se ampliaría el alcance de la propia ingeniería agrónoma. Llama la atención que este imaginario sobre las dimensiones femeninas y masculinas de estudios y profesiones persiste en la actualidad entre las y los estudiantes de ingenierías (Arango, 2006b).
Las expectativas de Estela Escudero se cumplieron y desde la primera mitad de la década del sesenta aumentó el porcentaje femenino en las cohortes de ingenieros agrónomos graduados. Aunque su mera presencia transformó, en alguna medida, estereotipos y formas de interacción personal, no se analizó cómo este proceso cambiaba la universidad e impactaba los campos disciplinarios, incidiendo en el ámbito laboral o modificando las relaciones de la institución con su contexto social y económico. Por ello nos planteamos conocer las experiencias personales y los procesos institucionales en que se inscribieron las carreras académicas y profesionales de las primeras egresadas de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Colombia - Sede Medellín. Durante la investigación realizamos entrevistas a graduadas y graduados entre 1960 y 1980.
Inicialmente nos preguntamos quiénes habían sido las primeras ingenieras de la Facultad de Agronomía (hoy Facultad de Ciencias Agrarias), cómo eran la universidad y la sociedad en la que estudiaron y comenzaron a ejercer su profesión, qué obstáculos explícitos o implícitos debieron superar. Sin embargo, al tratar de interpretar los contenidos de las entrevistas, comprendimos que no era suficiente con escucharlas o visibilizarlas. Surgieron preguntas de mayor calado que implicaban poner bajo el lente del género las experiencias personales, los procesos institucionales y las formas de producción del conocimiento. Nuestra intención fue trascender el componente anecdótico de las experiencias, para formular hipótesis mejor elaboradas acerca de los estereotipos o barreras que limitaron, y aún limitan, la incorporación o la trayectoria académica y profesional de las mujeres en este campo, cómo operan dichas barreras o cómo se han producido los avances en ciencia y tecnología mediante procesos contradictorios que, a la vez, incluyen y excluyen a las mujeres.
Para ello fue importante tener la oportunidad de encontrarnos con investigadoras con una trayectoria más larga en este ámbito, ocasión que se propició durante el Seminario Internacional Mujeres Universitarias, Profesionales y Científicas: Contextos y Trayectorias, realizado en la Facultad de Ciencias Agrarias de la Sede Medellín en diciembre de 2015. Este encuentro permitió intercambiar información, así como perspectivas conceptuales y metodológicas valiosas, con otras investigadoras y líderes de programas de promoción de la equidad de género en la educación superior, en la ciencia y la tecnología, las cuales se vienen implementando en contextos académicos e institucionales de distintos países hace varios años.
Por otro lado, los estudios académicos acerca de la presencia de mujeres en la educación superior, la ciencia y la tecnología han experimentado un crecimiento extraordinario en la última década, sin embargo, sus inicios se encuentran en los años setenta del siglo XX. Por entonces, activistas de movimientos sociales y académicas feministas en Europa y Estados Unidos comenzaron a preguntarse por la escasa presencia femenina en las ciencias, y por la forma en que los conocimientos científicos detentados por hombres habían sido, a lo largo del tiempo, una herramienta fundamental para alienar a las mujeres del conocimiento y del control sobre sus propios cuerpos, su sexualidad y sus capacidades reproductivas (Ehrenreich y English, 2010; Federici, 2010).
A continuación, se inició la tarea de rescatar del olvido a pioneras en diversos campos de la ciencia y la tecnología. A través de documentación biográfica, estas investigaciones hicieron visibles y revalorizaron las contribuciones de científicas que habían sido minusvaloradas y excluidas del repertorio de referencias que ha edificado el imaginario social de la ciencia. Otro aporte significativo fueron los estudios dedicados a resaltar las actividades que las mujeres realizaron en disciplinas o tareas auxiliares y que jugaron un rol fundamental para el avance de las ciencias. Como resultado de este conjunto de investigaciones emergió un relato diferente al tradicional y se evidenció cómo se había construido, de manera casi sistemática, la invisibilidad de las investigadoras, auxiliares y divulgadoras en la historia de las ciencias (Rossiter, 1984, 1993, 1995, 2012; Ogilvie, 1986; Phillips, 1990; Schiebinger, 1993, 2004; Alic, 2005).
Recuperar a estas figuras olvidadas hizo visible un conjunto de referentes femeninos inspiradores, aunque rodeados de un halo de excepcionalidad. Pero este enfoque no siempre pudo dar cuenta de la experiencia colectiva ni explicar cómo operan las barreras que las científicas encuentran, con demasiada frecuencia, al acceder o tratar de avanzar en una carrera profesional en el ámbito de la ciencia y la tecnología.
Demostrar que muchos aspectos del campo científico están afectados por los mismos prejuicios que predominan en la sociedad sobre las aptitudes, predisposiciones y capacidades femeninas ha sido un reto de gran envergadura, pues las ciencias se han construido sobre el axioma de que el pensamiento científico y las instituciones donde este se desenvuelve han logrado elevarse sobre los condicionantes de la vida ordinaria, convirtiendo las nociones de autonomía, neutralidad, mérito y capacidad en una divisa irrenunciable.
A medida que la sociología de la ciencia fue cuestionando estas nociones, comenzó a desarrollarse una línea de investigación que analizó distintas dimensiones de las prácticas científicas para tratar de dar una explicación al fenómeno generalizado de por qué las mujeres acceden en proporción tan baja y, cuando lo hacen, tienden a concentrarse en campos disciplinares específicos y experimentan más dificultades para obtener los recursos y reconocimientos que impulsan carreras científicas exitosas.
Algunos estudios revelaron que, incluso después de eliminar las restricciones más evidentes, persisten otro tipo de dificultades en forma de estereotipos y reglas de funcionamiento, por lo general implícitas, tanto en la sociedad como en las instituciones académicas y científicas. Otros demostraron que, bajo la aparente lógica de la carrera académico-científica, subyacen factores que contribuyen a retrasar, cuando no a estancar, la trayectoria de muchas investigadoras y académicas. En especial el hecho de que, en ciertas etapas cruciales, confluyen simultáneamente las exigencias propias de un contexto altamente competitivo con las decisiones personales y familiares acerca de tener hijos. Estos obstáculos, que se refuerzan unos a otros, juegan un papel determinante en las trayectorias académicas, científicas y profesionales, en forma de “techos de cristal”, “pisos pegajosos” o “tuberías que gotean”.
Muchos de estos estudios fueron impulsados para respaldar, de manera rigurosa, la formulación de políticas de igualdad de oportunidades en la educación superior, la ciencia y la tecnología. Esto también desató un notorio debate académico —que se ha trasladado a la vida pública, dando lugar a una nutrida colección de anécdotas presentes en los medios de comunicación y las redes sociales— entre quienes consideran que las desigualdades entre hombres y mujeres en el campo científico se deben a predisposiciones del carácter y la conducta, con base en diferencias innatas, y quienes consideran que no existe suficiente evidencia en tal sentido e invitan a dirigir la atención a la dimensión socioinstitucional de las desigualdades basadas en orden social de género.
El término género comenzó a usarse durante la década del cincuenta en Estados Unidos en disciplinas sociomédicas como la sexología, la psiquiatría y los estudios de la conducta y la identidad sexual. A mediados de los setenta empezó a ser usado también en las ciencias sociales y humanas como una categoría que opera para distinguir los elementos materiales y biológicos que establecen el dimorfismo sexual de la especie humana (sexo), de aquellos otros producidos por la sociedad y la cultura, y que las personas incorporan a través de procesos psíquicos que reflejan la socialización (género). Género se refería tanto a esta categoría heurística/analítica que distingue entre lo biológico y lo cultural, como al producto social que resulta de la interpretación, cultural y simbólica de las diferencias anatómico-biológicas (Rubin, 1986; Scott, 1990).
El feminismo académico ha usado la categoría género para controvertir las explicaciones sobre la condición femenina subordinada, sustentadas sobre extrapolaciones de evidencias científicas acerca de las diferencias biológicas entre hombres y mujeres. En las ciencias sociales y humanas se ha utilizado para hacer referencia, de manera abreviada, al modo en que la diferencia sexual binaria macho/hembra es construida y traducida en cada contexto histórico y cultural en términos jerárquicos de masculino/femenino, y que abarca la identidad personal, normas y prácticas sociales, la dimensión simbólica-cultural, además de la conducta y la orientación sexual.