cubierta.jpg

EL PEQUEÑO LIBRO DEL LENGUAJE

DAVID CRYSTAL

EL PEQUEÑO LIBRO DEL LENGUAJE

BIBLIOTECA NUEVA

 

Título original: A little Book of Language, Londres, Yale University Press, 2011

© David Crystal, 2010

© Traducción: Luis Carlos Fuentes Ávila

© Corrección: Clara Morales Moreno

Ilustraciones de Jean-Manuel Duvivier

© Biblioteca Nueva, S. L. Madrid, 2020

© Malpaso Holdings, S.L.

C/ Diputació, 327, principal 1.ª

08009 Barcelona

www.malpasoycia.com

ISBN: 978-84-18236-19-8

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y sigs., Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

 

EL PEQUEÑO LIBRO DEL LENGUAJE

c25a.tif 

 

1

c1.tif 

MATERNÉS

A veces hacemos tonterías con el lenguaje. Una de las más tontas ocurre cuando nos ponemos delante de un bebé. ¿Qué hacemos?

Le hablamos.

Probablemente digamos «Hola», «¿Cómo te llamas?», «¡Qué guapo!», o algo parecido.

¿Por qué hacemos eso? Está claro que el bebé no ha aprendido ningún idioma todavía. No hay manera de que entienda ni una palabra de lo que le estamos diciendo. Y, sin embargo, le hablamos como si de verdad lo hiciera.

Su madre suele ser la primera en entablar una conversación con él. He aquí un ejemplo real, que fue grabado apenas unos pocos minutos después de que naciera el niño:

Oh, qué bonito eres, qué bonito eres, sí, qué bonito, qué bonito, qué bonito, oh, sí, qué bonito… hola… hola… pero si eres precioso…

Y continuó así durante un buen rato, mientras abrazaba al recién nacido. El bebé, por su parte, no le prestaba la menor atención. Había dejado de llorar y tenía los ojos cerrados. Quizá hasta estaba dormido, pero a la madre no le importaba. Estaba siendo totalmente ignorada y a pesar de todo seguía hablando.

Y hablando de una manera muy graciosa. No me es fácil poner por escrito cómo sonaba su voz, pero era algo más o menos así:

Oh

h

h,

qué

bonito

eres,

qué

bonito…

Al principio de la oración, su voz era muy aguda pero luego descendía. Era casi como si cantara. Cuando decía «hola», el tono de su voz se elevaba otra vez y alargaba la palabra: «hoooolaaaaaa». El «qué» y el «eres» eran muy agudos también, como si formulara una pregunta.

Otra cosa que hacía, y que no podemos percibir aquí a través de la escritura, era redondear los labios al hablar, como si fuera a besar a alguien. Si decimos algo —por ejemplo, «Qué bebé más bonito»—, pero lo decimos con los labios de esa manera, nos daremos cuenta de que suena como si estuviera hablando un bebé. Por esa razón, a este tipo de habla se la denomina baby-talk (en español, ‘maternés’ o ‘maternalés’).

El redondeo de los labios es una característica importante del maternés, así como la melodía exagerada de la voz. Existía también otra característica inusual en el modo en que la madre hablaba a su hijo. Repetía todo una y otra vez:

Oh, qué bonito eres, qué bonito eres, qué bonito, qué bonito, qué bonito.

Esto no es muy normal, ¿verdad? ¿En qué situación te acercarías a alguien y le dirías lo mismo tres veces seguidas? No nos encontramos con un amigo en la calle y le decimos:

Hola, John, hola, John, hola, John. ¿Vas a la tienda? ¿Vas a la tienda? ¿Vas a la tienda?

Seguramente nos encerrarían si hiciéramos eso. Sin embargo, nos dirigimos de ese modo a los bebés y a nadie le parece extraño.

¿Por qué lo hacía la madre? ¿Por qué lo hacemos muchos de nosotros?

Veámoslo primero desde el punto de vista de la madre, que adora tanto a su hijo que quiere decírselo. Pero no solo eso: también quiere que el bebé se lo diga a ella. Desafortunadamente, él todavía no sabe hablar. «Tal vez —piensa ella— consigo que me mire, que me vea por primera vez… A lo mejor soy capaz de captar su atención…»

No conseguiríamos atraer la atención de nadie si nos quedáramos en silencio o si habláramos normalmente. En vez de eso, gritamos o silbamos. Decimos algo diferente, que sobresalga: «¡Oye, Fred! ¡Aquí! ¡Yuju!». Pensemos en el yuju por un momento. ¡Qué combinación de sonidos más extraños! Y, sin embargo, se oye a la gente produciendo ruidos similares cuando quieren llamar la atención de alguien en la calle.

De la misma manera, realizamos sonidos específicos cuando queremos captar la atención de los bebés. Nunca conseguiremos que se fijen en nosotros si decimos cosas ordinarias de manera ordinaria. He escuchado muchas grabaciones de conversaciones con recién nacidos, y no he oído nunca a nadie hablarles en un tono de voz contenido y monótono:

Buenos días. Yo soy tu madre. Esto es un hospital. Ella es la gine- cobstetra. Esto es una cama. Te llamas Mary…

Este es el tipo de lenguaje que utilizaríamos para hablar a los niños pequeños cuando son un poco más mayores; es más formal, más informativo. Se parece más al que usaría un profesor. Así habla la gente a los niños de dos años de edad. «Cuidado. Ese es el grifo del agua caliente. Esta es la fría…» No nos dirigimos de esta manera a los recién nacidos.

Ahora, piénsalo desde el punto de vista del bebé. Ahí estás tú, acabas de llegar al mundo y suceden todo tipo de cosas a tu alrededor. Eso de nacer no ha sido una experiencia del todo placentera, y has estado llorando mucho, aunque poco a poco la cosa va mejorando… Ahora estás calentito y cómodo, y alguien te está haciendo ruiditos —ruidos sin sentido, pero aun así…—, ¿vale la pena prestarles atención? Si oyeras: «Esto es un hospital. Ella es una ginecobstetra. Esto es una cama» dicho en un tono plano y cotidiano, podrías perfectamente sacar la conclusión de que este nuevo mundo va a ser aburridísimo, y seguramente querrías volver al lugar del que venías. En cambio, si oyes «Oh, qué bonito que eres», con melódicas variaciones entre agudos y graves, y repetido varias veces… Bueno ¡quizás este mundo va a resultar divertido después de todo! Tal vez debería abrir los ojos y mirar: ¡oh, qué labios tan interesantes! ¿Y quién será ella? ¡Parece buena persona!

El maternés es una de las maneras a través de las que las madres y otras personas desarrollan un fuerte vínculo con los niños pequeños. Además, sienta las bases para el desarrollo del lenguaje. Sin darnos cuenta, al hablar a los bebés de este modo, comenzamos a enseñarles su lengua materna —o lenguas, por supuesto, si el niño pertenece a una familia en la que se habla más de un idioma—. Al repetir las oraciones y hacerlas llamativas, ponemos en marcha el proceso de aprendizaje del lenguaje. Cuando la gente empieza a aprender un idioma extranjero ya sabe lo que necesita para poder decir sus primeras palabras. Necesita escucharlas, una y otra vez, fuerte y claro, en boca de alguien que sabe cómo pronunciarlas. Lo mismo ocurre con los bebés: si escuchan los mismos sonidos, palabras y patrones de palabras que se repiten, muy pronto aprenderán ese idioma.

Pero ¿cómo de pronto es pronto? ¿Cuánto tardan los niños en aprender a hablar? ¿Y qué elementos de su lengua materna aprenden primero?

BEBÉS, PERIQUITOS Y MORATONES

Usamos el maternés para dirigirnos a los bebés, pero existen dos ocasiones más en las que también recurrimos a este tipo de habla.

Una es cuando hablamos a los animales. Si escuchamos con atención a alguien que le está hablando a su mascota, lo que oímos es algo muy parecido a lo que sucede cuando nos dirigimos a los bebés. De hecho, puede ser incluso más peculiar, y la gente no se da cuenta de lo que está haciendo. Una vez grabé a mi madre hablándole a su periquito y después le enseñé la grabación. ¡No podía creerse que hablara de esa manera tan extraña! Seguramente, el periquito no pensaba lo mismo.

¿Y la otra ocasión? Cuando picamos a nuestros amigos y los tratamos como si fueran niños. Imagínate que te pillas un dedo y te vuelves hacia un amigo buscando consuelo, pero tu amigo piensa que estás exagerando. Levantas el dedo. «Mira, me duele», le dices. «Ayyy, ¿el pequeñín se ha hecho pupita en el dedito?», pregunta tu amigo. Aunque, después de esto, es posible que ya no sigáis siendo amigos por mucho tiempo.

c01a.tif 

 

2

c02.tif 

DE LOS GRITOS A LAS PALABRAS

Es verdaderamente fascinante escuchar a los niños durante su primer año de vida y tratar de descifrar lo que están diciendo. De esa manera podemos aprender mucho sobre el lenguaje.

Lo primero que notaremos, si los escuchamos cuando son muy pequeños —digamos, durante el primer mes de vida—, es que los sonidos que producen no suenan a ningún idioma en absoluto. No están hablando. Únicamente están vocalizando, usando su voz para comunicar sus necesidades más básicas.

La mayor parte del tiempo podríamos decir, simplemente, que están «gritando». Pero los gritos no siempre son iguales. Si el bebé quiere comer, el grito de hambre suena a algo parecido a esto:

b     b     b     b

u     u     u     u

a     a     a     a

a     a     a     a

a     a     a     a

Cada «buaaa» es bastante corto y hay una breve pausa entre ellos.

Si el niño siente dolor, de inmediato podemos percibir la diferencia, pues ahora el grito hace algo parecido a esto:

b

u

a     b

a     u

a     a     b

a     a     u     b

a     a     a     u

a     a     a     a

El grito de dolor empieza muy agudo y con una gran explosión de sonido; después, la siguiente explosión es un poco más breve y más grave, y las siguientes son todavía más breves y graves. Si lo cogemos y abrazamos, deja de llorar. Si no, el patrón se repite hasta que llegue alguien a consolarlo.

¿Y si está contento? Entonces, los ruidos son más suaves y más relajados —como un gorjeo—. A veces se los denomina gritos de alegría.

Puede surgir ahora una pregunta. Si no viéramos al bebé y solo escucháramos esos gritos, ¿seríamos capaces de identificar qué idioma está aprendiendo? ¿Esos gritos suenan a inglés, francés o chino? La respuesta es «no». A esa edad, los bebés de todo el mundo suenan igual. Los investigadores han llevado a cabo experimentos para probarlo. Han grabado gritos de hambre, de dolor y de alegría de bebés de diferentes partes del mundo, han mezclado las grabaciones y luego han pedido a diferentes personas que los identificaran. «¿Podrías decir cuál es el bebé inglés?» No. «¿Y el francés?» No. «¿Y el chino?» No. Es imposible saberlo.

Sin embargo, un año después, los mismos niños sonarán claramente como ingleses, franceses o chinos y, de hecho, ya habrán comenzado a decir algunas palabras. Entonces, ¿cuándo empezamos a distinguir sonidos de la lengua materna en las emisiones vocales de un niño? Sigamos a un bebé durante su primer año de vida y descubrámoslo.

No notaremos gran cambio en sus gritos hasta los tres meses de edad. En ese momento, oiremos que algo nuevo empieza a ocurrir. Podremos verlo también. Observaremos que el niño mueve los labios al mismo tiempo que vocaliza, de modo que se producen sonidos como /u:/ o el /br/ que hacemos con los labios cuando tenemos frío. Los gorjeos en la parte de atrás de la boca parecen ligeramente más formados y deliberados. Es imposible transcribir estos sonidos con las letras simples del alfabeto, pero muchos de ellos se perciben como si el niño dijera «guu» o «cuu» —razón por la cual en inglés se suele denominar a esta etapa cooing (‘de arrullo’). Es una etapa maravillosa. Por primera vez tenemos la impresión de que el niño está intentando decirnos algo.

¿Existe el arrullo inglés, el arrullo francés y el arrullo chino? No. A los tres meses de edad, los bebés de diferentes entornos lingüísticos suenan exactamente igual.

Avancemos otros tres meses. Ahora, los niños prueban distintos sonidos de una manera mucho más controlada. Escucharemos sonidos que creemos reconocer porque algunos de ellos se parecerán bastante a los empleados en el idioma de su entorno. Particular de este momento es que aprenden a juntar firmemente los labios y soltarlos de repente, produciendo un /ba/, /pa/ o /ma/. La sensación les gusta y también suena bien, así que lo dicen varias veces seguidas. Si repetimos esos sonidos varias veces —«ba-ba-ba-ba», «pa-pa-pa-pa», «ma-ma-ma-ma»—, pareceremos un bebé de seis meses de edad. A esta etapa se la denomina balbuceo.

Los bebés balbucean, aproximadamente, de los seis a los nueve meses. En ese tiempo intentan numerosos sonidos distintos. Escucharemos «na-na-na» y «da-da-da», así como «bu-bu-bu», «de de de» y otras combinaciones. Se trata de una etapa muy importante en el desarrollo del lenguaje. Es como si estuvieran practicando. Podemos imaginárnoslos pensando: «¿Qué pasa si pongo la lengua hacia delante y golpeo arriba con ella? Qué bien suena. ¿Y si ahora junto mis labios con fuerza? ¡Genial!».

Luego comienzan a notar que algunos de esos sonidos provocan una gran emoción en los adultos que los rodean: «Eso que hago con los labios, lo que suena como “ma-ma-ma-ma”, pone muy contenta a esa simpática señora que me alimenta. Y el “pa-pa-pa-pa” parece impresionar mucho a ese amable señor de voz grave que me levanta arriba y abajo. Y lo que resulta más interesante es que, cuando yo lo hago, ellos también producen esos sonidos. Me encanta este juego. ¡Creo que voy a volver a hacerlo!».

Los padres se emocionan con razón. En español, y en muchos otros idiomas, el sonido «ma-ma-ma» suena como la palabra mamá, y el «pa-pa-pa», como papá. Naturalmente, ellos se creen que su hijo por fin les está llamando, pero no es así. En esta etapa, los bebés no tienen ni idea de lo que están diciendo. Simplemente están haciendo ruidos por el mero hecho de hacerlos. Si algunos de esos sonidos parecen palabras reales, no es más que una casualidad. Pasarán todavía algunos meses más antes de que un bebé que aprende español se dé cuenta de que «ma-ma» (/mam'a/) tiene, en realidad, un significado.

¿Cómo sabemos que un bebé no tiene ni idea de lo que está diciendo? Porque observamos que utiliza el mismo sonido «ma-ma-ma» en todo tipo de situaciones, esté su madre presente o no. Imagínate que estás aprendiendo una palabra en un idioma extranjero, como el francés; la palabra porte, por ejemplo, que significa ‘puerta’. Si la gente nos escuchara decir porte cuando viéramos un gato, una manzana o una cama, rápidamente concluirían que no tenemos la menor idea de lo que significa porte. Solo conseguiríamos que cambiaran de parecer cuando nos escucharan decirla siempre que viéramos una puerta. Lo mismo ocurre con los bebés. Llegará un momento en el que aprenderán que, en español, /mam'a/ es el sonido que necesitan hacer cuando quieren referirse a su madre o quieren llamarla, pero a los seis meses de edad aún no han alcanzado esa etapa.

Adelantémonos otros tres meses, momento en el que ocurre algo realmente importante. Un detalle que no mencioné cuando hablábamos del balbuceo es que los sonidos se producen de una manera más bien aleatoria y torpe. Quizás escuchemos un «ba-ba-ba-ba», pero el bebé solo pronuncia con fuerza el primer «ba». Los otros salen menos firmes y con poca consistencia, y la secuencia en su conjunto no tiene una forma bien definida. Alrededor de los nueve meses, por primera vez oiremos secuencias como «ba-ba» bien formadas. Empiezan a parecer palabras reales. ¿Cómo consiguen esto los bebés?

Logran hacerlo porque han empezado a aprender dos de las características más importantes del lenguaje: el ritmo y la entonación. De la entonación hablaré más adelante. El ritmo es el compás que tiene un idioma. En un idioma como el inglés, podemos percibir ese compás si decimos en voz alta una oración y aplaudimos cada vez que escuchamos un sonido fuerte. En la frase

I think it’s time we went to town     Creo que es hora de que vayamos a la ciudad

los golpes más fuertes caen en think ‘creo’, time ‘hora’, went ‘irnos’ y town ‘ciudad’. Y el ritmo de la oración en su conjunto es «te-tum-te-tum-te-tum-te-tum».

Este tipo de ritmo es típico del inglés. Podemos escucharlo en mucha de su poesía, por ejemplo. Es ampliamente usado en rimas infantiles como esta:

The grand old Duke of York     El viejo gran duque de York

He had ten thousand men.     tenía diez mil hombres.

Aquí se repite «te-tum-te-tum-te-tum» dos veces seguidas. Es también el patrón poético favorito de William Shakespeare. Si vamos a ver alguna de sus obras, este es el principal tipo de ritmo que oiremos de los personajes.

No escucharemos este ritmo, sin embargo, en todos los idiomas. Los franceses no hablan de ese modo. Su discurso tiene un ritmo que es más como «rat-a-tat-a-tat-a-tat». Los chinos tampoco. Cuando los angloparlantes oyen hablar a los chinos, suelen describir su discurso como un «sing-song».

Alrededor de los nueves meses de edad, los niños comienzan a añadir a sus expresiones un cierto compás que refleja el ritmo del idioma que están aprendiendo. Las expresiones de los bebés ingleses empiezan a sonar como «te-tum-te-tum»; las de los bebés franceses, como «rat-a-tat-a-tat», y las de los bebés chinos como «sing-song». Por supuesto, ninguno de sus enunciados es muy largo todavía. No le dicen a su madre: «Creo que es hora de que vayamos a la ciudad»; ni recitan «El viejo gran duque de York», pero sí están probando pequeñas expresiones, como «mamá» y «papá», que pueden parecer palabras reales. No tienen todavía un significado claro, pero las pronuncian con mayor confianza y consistencia. Y a nosotros nos da la sensación de que el verdadero lenguaje está justo a la vuelta de la esquina.

Esta sensación se ve reforzada por la otra característica del lenguaje que he mencionado en líneas precedentes: la entonación. La entonación es la melodía o la música de un idioma. Se refiere a la manera en la que la voz sube y baja cuando hablamos. ¿Cómo le diríamos a alguien que está lloviendo?

¡Está lloviendo!

Estamos informando a la persona, así que le damos a nuestro discurso una melodía informativa, asertiva. El tono de nuestra voz desciende al final, lo que provoca que parezca que sabemos de lo que estamos hablando: estamos haciendo una afirmación. Ahora, imagínate que no sabemos si está lloviendo o no. Creemos que podría estarlo, así que le preguntamos a alguien para confirmar. Podemos usar las mismas palabras, solo que ahora las escribimos entre signos de interrogación:

¿Está lloviendo?

En esta ocasión estamos preguntando a la persona, así que le damos a nuestro discurso una melodía interrogativa. El tono de nuestra voz asciende y parece que estamos haciendo una pregunta.

Llegados a este punto, puedo por fin contestar a la pregunta que hice al final del capítulo 1: «¿Qué elementos de la lengua materna aprenden primero los bebés?». La respuesta es el ritmo y la entonación. Si mezcláramos grabaciones de niños ingleses, franceses y chinos de nueve meses de edad, podríamos identificar sin problema su procedencia. Los bebés que aprenden inglés empiezan a sonar a inglés; los franceses a sonar a francés; y los chinos, a chino. Podemos identificar un ritmo y una entonación conocidos.

Para cuando los bebés llegan a su primer cumpleaños normalmente han comenzado ya a desarrollar unos patrones de entonación y a utilizarlos para expresar diferentes nociones. La típica expresión «No es lo que has dicho, sino cómo lo has dicho» nos acompaña durante toda nuestra vida. A menudo escuchamos a alguien decir algo y pensamos «No ha sido lo que ha dicho lo que me ha molestado, sino cómo lo ha dicho». Como veremos en un capítulo posterior, el tono de voz es una manera muy importante de transmitir significado. Los bebés empiezan a hacerlo aproximadamente al año de edad.

Tengo una grabación de uno de mis hijos más o menos a esa edad. Oye pisadas fuera de la habitación y dice «papá» con una entonación ascedente interrogativa, como diciendo: «¿Ese es papá?». En ese momento, entro yo y dice: «papá», con una fuerte entonación descendente, que quiere decir: «Sí, es papá». Después, estira los bracitos y dice «papá» con entonación de llamada, que significa «¡Cógeme, papá!» Algún tiempo después, una vez que hubiera aprendido a enlazar palabras, sería capaz de decir correctamente: «¿Ese es papá?», «¡Sí, es papá!», «¡Cógeme, papá!». Una pregunta, una afirmación y una orden. A los doce meses, sin embargo, no sabía todavía componer frases con palabras, porque solamente conocía una: «papá».

¿Cuándo había aprendido «papá»? ¿Cuándo aprenden los niños su mágica primera palabra? ¿Y cuándo comienzan a enlazar palabras para formar oraciones? Esa es la siguiente etapa en el asombroso proceso de adquisición del lenguaje.

ESCUCHAR ANTES DE NACER

Los bebés oyen desde el útero materno antes de nacer. Normalmente, a un bebé le lleva nueve meses desarrollarse desde un minúsculo grupo de células hasta estar listo para salir al mundo. Antes, aproximadamente a los seis meses de estar en el útero, ya tienen completamente formadas las orejitas y todos los conductos dentro de su cabeza que le permiten oír. Puede, por tanto, oír cualquier ruido que se produzca a su alrededor.

¿Cómo sabemos qué puede oír un bebé? A veces, los médicos tienen que insertar una sonda en el útero para revisar cómo se está desarrollándo el feto. Es muy fácil insertar un micrófono minúsculo al mismo tiempo y escuchar. De ese modo, podemos oír lo mismo que el bebé.

¿Y qué oye? Los latidos del corazón. Sangre circulando por las venas del cuerpo. Rugidos del estómago. Y la voz de la madre. Cuando ella habla, el bebé puede oír su voz en la distancia (de modo parecido a cuando nos tapamos los oídos con los dedos). Si hacemos eso y alguien nos habla, la voz suena muy apagada y distante. Quizás no somos capaces de captar todas las palabras, pero ciertamente podemos escuchar el ritmo y la entonación. Los bebés practican la escucha de esos elementos del lenguaje incluso antes de haber nacido. Seguramente por eso, esas son las primeras características del lenguaje que aprenden.

Podemos hacer otro experimento muy interesante cuando nace un niño. Los investigadores le ponen audífonos y reproducen algunos sonidos (un perro ladrando, la voz de un hombre, la voz de una mujer, la voz de la madre). Colocan una tetina en la boca del bebé y la conectan a un contador. El bebé succiona a un ritmo estable. Cuando oye los sonidos del perro, del hombre y de la mujer, la succión se acelera un poco y luego vuelve a descender. Pero, cuando escucha la voz de su madre, ¡succiona como loco! Claramente, la reconoce.

Se puede llevar a cabo este experimento cuando el bebé tiene apenas unas horas de vida. No tienen que esperar a aprender cómo suena la voz de su madre. Ya lo saben.

 

3

c3.tif 

APRENDER A ENTENDER

Pensemos en lo que pasa cuando aprendemos una palabra. Si te digo que en japonés existe la palabra bara-bara y te pido que la aprendas, ¿qué es lo primero que me preguntarás?

«¿Qué significa?»

Es una pregunta muy razonable, porque no tiene mucho sentido tratar de aprender una palabra si no sabes lo que significa. Significa ‘lluvia muy intensa’, y es una palabra extremadamente útil si estás pensando en pasear por Tokio sin un paraguas.

Pero ¿qué pasa si eres un bebé y no puedes preguntar «¿qué significa?» porque aún no has aprendido a hablar? ¿Qué haces entonces?

Observas y escuchas. Prestas atención a lo que sucede a tu alrededor. Hay mucho que escuchar, al fin y al cabo. La gente te habla todo el tiempo, excepto cuando estás comiendo o estás a punto de quedarte dormido. También tienes mucho tiempo para escuchar, porque en realidad no hay mucho más que puedas hacer. Cuando estás despierto y no estás comiendo, todo lo que puedes hacer es estar tumbado y asimilar tu nuevo mundo —cómo es, cómo se siente, cómo huele, cómo suena—. Y, sobre todo, cómo suena cuando los ruidos provienen de otro ser humano.

Hay algo especial en el sonido del habla. Lo oímos desde antes de nacer. Lo oímos también después de nacer, articulado de formas extraordinariamente melodiosas. Nunca dejará de asombrarnos. Con el tiempo, llegamos a darnos cuenta de que el lenguaje es la herramienta más maravillosa que tenemos para expresar nuestros pensamientos y sentimientos, y de que es el lenguaje, más que ninguna otra cosa, lo que hace que nos sintamos humanos. Los animales pueden comunicarse entre ellos, como veremos más adelante, pero no tienen nada que iguale al lenguaje humano.

A los bebés les encanta escuchar. Lo sabemos porque, cuando oyen un sonido, giran la cabeza hacia él. Esa es la respuesta que esperan los especialistas en audición (llamados audiólogos) cuando comprueban que los oídos de un bebé funcionan correctamente. El audiólogo se coloca detrás del niño y hace un ruido, como el de tocar una campanita. Si el bebé la oye, girará la cabeza en la dirección del ruido. Si no mueve la cabeza después de varios intentos, los médicos realizarán más pruebas para averiguar si el niño es sordo.

Los bebés también quieren escuchar; quieren aprender el lenguaje. Cuando digo que «quieren» no me refiero a que estén pensando deliberadamente en ello, a la manera en que tú o yo podríamos querer una bicicleta o un ordenador nuevo. Lo que quiero decir es que el cerebro de un niño está configurado de tal modo que está listo para las lenguas. Está buscándolas, esperando a que lo estimulen y activen. Los investigadores del lenguaje han hablado de que el cerebro cuenta con un «dispositivo de adquisición del lenguaje», concebido como una enorme red de células que ha evolucionado a lo largo de miles de años para ayudar a los humanos a aprender a comunicarse entre ellos tan pronto en sus vidas como sea posible. No deberíamos sorprendernos de que los bebés aprendan lenguas —ni de que las aprendan tan rápido—. Están diseñados para hacerlo.

Es importante que nos fijemos en que estoy hablando siempre de lenguas y no de una lengua. Tres cuartas partes de los niños del mundo aprenden más de un idioma; algunos aprenden hasta cuatro o cinco al mismo tiempo. Esto puede sorprender a la gente que esté acostumbrada a vivir en comunidades donde solamente se hable un idioma, pero es perfectamente normal. Debemos pensar en ello desde el punto de vista del bebé, que todo lo que sabe es que hay personas que le están hablando. No tiene ni idea de que las palabras pertenecen a diferentes idiomas, y no se dará cuenta de esto hasta que sea mayor. ¿Qué más da que su madre hable de una forma; su padre, de otra, y la señora de la tienda, de una tercera? Son solo palabras. Los bebés lo aprenden todo de forma natural, como respirar.

El cerebro humano puede manejar docenas de idiomas —y quiero decir, literalmente, docenas—. Un periodista llamado Harold Williams demostró todo lo que se puede conseguir. Era corresponsal extranjero del periódico The Times a principios del siglo XX. En 1918 fue a una reunión internacional, conocida como la Liga de las Naciones, y allí habló con todos y cada uno de los delegados en su propia lengua. ¡Hablaba 58 idiomas con fluidez! Se merece varios signos de admiración: ¡¡¡58!!! Esa proeza hace que aprender dos idiomas —ser bilingüe— parezca en realidad una tarea sencilla.

Si de todos los elementos y piezas que construyen una lengua, lo primero que se adopta es el ritmo y la entonación, como vimos en el capítulo 2, ¿qué viene después? Los padres conocen la respuesta a esa pregunta, la esperan con ansia conforme su bebé se acerca al final de su primer año de vida. Y, cuando finalmente ocurre, quedan fascinados. ¿Qué es?

Una palabra.

Una primera palabra.

Los niños enseguida distinguen las palabras en el habla que los rodea. Esto sucede porque, cuando pronunciamos, algunas palabras, y partes de algunas palabras, suenan mucho más fuerte que otras. Sobresalen. Imagina la siguiente situación: estamos jugando con un bebé, y un perro entra a la habitación. ¿Qué es lo que le diremos al niño con toda probabilidad? Seguramente algo parecido a esto:

¡Oh, mira! Es un perrito. Hola, perrito…

¿Y cómo lo diríamos? ¿En qué elementos pondríamos el énfasis? Pronuncia la oración en voz alta y escucha qué partes suenan más fuerte. Es algo parecido a esto:

¡Oh, mira! Es un perrito. Hola, perrito

Esas son las partes que nota el bebé. Desde su punto de vista, nuestro enunciado sonaría así:

mira… perrito… ho… perrito

Fíjate en que algunas palabras se repiten. Sin darnos cuenta, estamos enseñándole la palabra perrito.

¿Entiende el bebé lo que decimos? A menudo es difícil saberlo, pero algunas veces podemos ver, por cómo reaccionan, que saben a lo que se refiere una palabra. En una ocasión realicé un pequeño experimento para demostrarlo con mi hijo Steven cuando tenía alrededor de un año. Lo senté en el suelo rodeado de algunos juguetes, incluidos un autobús de juguete, una pelota y un osito de peluche. No les estaba prestando demasiada atención hasta que le pregunté: «¿Dónde está tu pelota?» De inmediato, la miró y estiró la mano para cogerla. Entonces, después de que hubiera jugado un rato con ella, le pregunté: «¿Dónde está tu osito?», y él miró a su alrededor, buscándolo. Pasados unos minutos, le pregunté: «¿Dónde está tu autobús?». Esa vez no hizo ningún movimiento.

Parece que Steven conocía las palabras ball ‘pelota’ y teddy ‘osito’, pero no bus ‘autobús’. También sería posible, por supuesto, que conociera la palabra bus, pero que simplemente no se hubiera molestado en buscar ese juguete. Quizá se estaba aburriendo con ese juego. O quizá pensaba: «Ya estoy harto de ser el objeto de un experimento. ¡Quiero comer!» En cualquier caso, dio claras muestras de que entendía las otras dos palabras.

La gente que estudia el lenguaje de los niños pasa mucho tiempo observando cómo reaccionan los bebés ante el habla que oyen a su alrededor. Graban vídeos de adultos y niños interactuando, y los examinan muy cuidadosamente para ver si los bebés muestran señales de entender lo que dicen los adultos. A veces, las señales son muy sutiles —ligeros movimientos de los ojos, la cabeza o las manos—. No te fijarías en ellos si estuvieras ahí sentado junto al niño, pero, estudiando las grabaciones, podrías detectarlos.

¿Cuántas palabras conocía Steven cuando cumplió doce meses? Mi impresión era que conocía alrededor de una docena. Claramente, conocía mummy ‘mamá’ y daddy ‘papá’, así como ball ‘pelota’, teddy ‘osito’, drink ‘beber’ y otros pocos nombres de cosas. Podía también relacionar algunas palabras con las actividades a las que se referían. Por ejemplo, después de hacerle cosquillas, le preguntábamos: «¿Otra vez?», con un tono de voz interrogativo —y la emoción en su lenguaje corporal reflejaba sin lugar a dudas que quería más—. Peep-bo ‘cucú’ era otra expresión de juego que reconocía. Sabía que, si derribaba una torre de bloques, alguien seguramente diría down ‘se cayó’; y que escucharía all gone ‘ya está’ cuando se terminase toda la comida del plato. Parecía reconocer algunas de estas palabras muy pronto, más o menos desde los seis meses.

A las palabras de un idioma se las llama vocabulario. Steven estaba empezando a aprender el vocabulario del inglés, proceso que se dio en dos etapas. La primera de ellas era entender algunas de las palabras que oía a su alrededor, pero, a los doce meses, todavía no había aprendido a pronunciar por sí mismo ninguna de ellas. Cuando alguien produce palabras por sí mismo, decimos que estas pertenecen a su vocabulario activo. Cuando, en cambio, las entiende pero no las usa, esas palabras forman parte de su vocabulario pasivo. A los doce meses, Steven poseía un vocabulario pasivo de una docena de palabras y un vocabulario activo de ninguna.

Sin embargo, esto estaba a punto de cambiar. Aproximadamente una semana después de aquel pequeño experimento pronunció su primera palabra. Sus cariñosos padres estaban encantados. Habían estado esperando con impaciencia. ¿Sería mamá o papá?

No fue ninguna de ellas. Fue «ya está».

No se puede predecir cuál será la primera palabra de un niño. La primera palabra de muchos es, en efecto, la que significa mamá o papá en su propio idioma, pero a menudo es una primera palabra inesperada, una que expresa algo que el niño considera especialmente importante. La primera palabra de un niño fue coche. La de otro, «gaeta» (refiriéndose a galleta). Otro dijo gato. Otro, más. Steven, que estaba aprendiendo inglés, dijo all gone ‘ya está’.

Parecen en realidad dos palabras, ¿verdad? All + gone. Pero Steven todavía no sabía eso. Lo único que oía era una serie de sonidos con dos golpes de fuerza. Y así es cómo lo dijo: le salió algo parecido a «oudou», como si fuera una sola palabra. Aún no podía pronunciar correctamente los sonidos, claro. No podía hacer el sonido /g/, así que la palabra gone le salió como si empezara con /d/. Tampoco parecía haber oído los sonidos al final de all y de gone (en un capítulo posterior veremos por qué esos sonidos representaban un problema.) Pero el resto lo dijo perfectamente.

En cuanto Steven se las apañó para pronunciar su primera palabra, su vocabulario activo empezó a crecer rápidamente. Intentaba otra y otra más. En el transcurso de un mes ya pronunciaba alrededor de diez palabras. Con dieciocho meses, su vocabulario activo había crecido hasta unas cincuenta palabras. También su vocabulario pasivo se había incrementado. Era capaz de entender al menos unas doscientas palabras. Estaba metido de lleno en el camino hacia el lenguaje.

33.jpg 

¿CUÁNTAS PALABRAS CONOCES?

Todos los idiomas del mundo tienen miles y miles de palabras, y uno de los trabajos que los investigadores realizan es recopilarlas en libros, llamados diccionarios, donde podemos buscarlas si no estamos seguros de lo que significan.

¿Cuántas palabras conoces? Apuesto a que no tienes la menor idea. Le he preguntado esto a mucha gente. Alguien me dijo una vez que conocía quinientas. Otro me dijo que mil. Otro, que cinco mil. Y todos se equivocaron por muchos miles.

¿Has entendido todas las palabras de este libro hasta ahora? Si es así, significa que has tenido que lidiar con más de ochocientas palabras diferentes. Y eso tan solo en veinte páginas. Cuando hayas terminado este libro, el total será de varios miles. También aprenderás algunas nuevas que tienen que ver con el estudio del lenguaje, pero la mayoría de las palabras de este libro ya las conocerías antes de empezar a leerlo. Y estas son únicamente una pequeña parte de todas las palabras que tienes en la cabeza. Este libro trata solo del lenguaje, así que su vocabulario será bastante restringido. No trata de la exploración espacial, ni de coches deportivos, ni de ropa, ni de comida, ni de programas de televisión, ni de ninguna de las miles de cosas con las que tratamos en nuestro día a día. Piensa tan solo en cuántas palabras debe de haber para hablar sobre la ropa, por ejemplo. O en todas las palabras relacionadas con animales que conoces. O en todas las palabras raras que hay en Harry Potter o en El señor de los anillos.

La mayoría de las personas posee al menos veinte mil palabras cuando empieza la adolescencia, y esta cifra crece muy rápidamente conforme se avanza de un curso a otro y se aprende sobre temas especializados de historia, geografía o física, entre otras asignaturas. Así, la mayoría de los adultos posee un vocabulario el doble de extenso que cuando entraron en el instituto. Si, además, has ido a la universidad y has estudiado una materia en profundidad, y continúas leyendo después, tu vocabulario se habrá duplicado una vez más.

Si tienes tiempo, puedes comprobar todo esto tú mismo. Un diccionario de mil quinientas páginas contiene información sobre unas cien mil palabras distintas. Puedes leerlo de principio a fin, palabra por palabra, y contar las que ya conoces. ¡Solamente te llevará un mes!