En primer lugar quiero darles las gracias a todas esas personas que me hayan permitido estar a su lado.
Quiero agradecerlo también a mis amigas y amigos que me han acompañado en momentos de alegría y también de dolor. Que han estado ahí, simplemente con su presencia.
A Charo Altable, Fina Muñoz, José Vicente Ramón, Jean Lescouflair, que me han animado en la escritura y aportado sugerencias. A Consuelo Ruiz Jarabo que, además, ha sido la impulsora de los grupos para la intervención comunitaria que se vienen haciendo en Madrid.
A Teresa Segarra y Ester Jovani.
A Maribel Chalas, Nelsy y Jenny de Santo Domingo; a Ester Casanova de México, a Sarah García, Zonia Nordet y María D. Maurisset de Cuba, a Rachel Gutiérrez de Brasil, a Sara Olstein de Argentina, por su colaboración con las mujeres y hombres de Latinoamérica.
A Tan Nguyen, Monique Fradot y Tarab Tulku.
A la Asociación Mujer, Salud y Paz, y entidades con las que mantengo vínculos profesionales y afectivos como la Federación de Sociedades de Sexología y la Sociedad Española de Psicoterapia y Técnicas de Grupo.
A las personas que de una u otra forma, con sus fotos, narraciones o sugerencias, han colaborado en este texto, especialmente mi familia, clientes y las mujeres y los hombres de mis grupos.
A Guillermo Ramos, Maribel Cobo y Jacinta Gil Roncalés, por las ilustraciones aportadas. En el caso de Jacinta Gil Roncalés, la autorización para la reproducción de sus obras.
A la Editorial Kairós por su interés y confianza.
Pero sobre todo quisiera expresar todo mi agradecimiento a mi amigo Juan Luis García Ferrer, que me ha ido transmitiendo todo su entusiasmo y su ayuda incondicional en la supervisión y corrección de este texto. Ha sido un placer poder discutir con él cada capítulo.
Quiero agradecer todo el amor que he recibido en mi vida.
Bajo muchos comportamientos, actitudes o conflictos late profunda y enmascaradamente el intento de satisfacer una necesidad afectiva. La afectividad es básica en el ser humano. Todas las personas, mujeres y hombres necesitamos amar y ser amados, comunicarnos afectivamente, ser reconocidas/os, valorados/as, vincularnos con alguien o algo. De ello depende una buena parte de nuestra calidad de vida, de nuestro equilibrio emocional y con el mundo. Pero esa necesidad la expresamos, la manifestamos de formas distintas.
La forma en que amamos y vivimos el amor varones y mujeres tiende a ser diferente porque partimos de dos subculturas, femenina y masculina, que implican valores y roles distintos. Nuestras prioridades no pasan por los mismos lugares. Por eso, entre otras cosas, es difícil comunicarnos y entendernos, también, en el tema del amor.
Para las mujeres, el amor es probablemente el eje fundamental de sus vidas, o al menos, son educadas para que así sea. Fue a los nueve años cuando bordé la primera bolsa de pan de mi ajuar, para cuando me casara. Horas y horas haciendo punto de cruz mientras fantaseaba cuándo utilizaría aquella bolsa y con quién, jugando a imaginarme la cara de quien sería mi persona amada.
Generalmente esas actividades –coser, bordar– de mujeres de diferentes edades tenían como compañeras las canciones y novelas de la radio; otras veces –entre las más jóvenes– se charlaba de fantasías amorosas o de encuentros de miradas, de palabras… En otras era la relación con lo cotidiano –el marido, las relaciones con la hija o el hijo, con la familia–, o bien compartíamos el silencio. Aquél podía ser nuestro pequeño espacio privado. Qué duda cabe que ello determina buena parte de la psicología y valores femeninos, y a su vez, aquellas actividades derivaban de los valores sociales.
Desde pequeñas, la vida de las mujeres está en buena parte, destinada a amar. O más bien, destinada a que la mujer aprenda cómo debe amar, qué significará el amor en su vida. A las mujeres se nos enseña a amar para dar y ser queridas, para ser reconocidas por alguien.
No ocurre igual con los varones. No han sido educados para lo mismo. La mayor parte de las conversaciones entre mujeres giran en torno a cuestiones afectivas. La mayor parte de las conversaciones de los varones tratan de temas socio-político-laborales. La mujer se centra en lo íntimo, en el mundo de lo privado; el varón en el terreno de lo público, de lo externo y, al contrario que la mujer, evita conectar con sus emociones, exceptuando la cólera. Tiene miedo a la intimidad afectiva.
Mujeres y varones tenemos, como subculturas1, formas diferentes de vivenciar y expresar el sentimiento amoroso. Pero más allá de las apariencias, de las formas externas, e incluso de tener conciencia de ello, mujeres y varones nos parecemos bastante –con todas nuestras diferencias–, tenemos una base común, buscamos lo mismo sólo que por caminos distintos, y sin saber muy bien qué hacer para encontrar nuestro equilibrio.
Como mujer, a través de mi vida he tenido que comprender qué aspectos de mi mundo afectivo/amoroso y de mis vínculos pertenecían al mundo de las mujeres y qué particularidades eran mías, las había adquirido en mi devenir amoroso, cuáles me ayudaban a vivir en un mayor equilibrio emocional y desarrollo personal y cuáles me hacían daño, no eran buenas para mí y, por lo tanto, necesitaba cambiar. Los errores, los aciertos, el darse cuenta y los cambios forman parte de nuestra vida cotidiana.
La primera vez que hablé de esto públicamente vi que aparecía tal confusión, interés e inquietud que consideré que era un tema importante a debatir. En el vínculo amoroso se entremezclan tantas cosas que a veces nos encontramos perdidos/as en un mundo que necesitamos, pero que no comprendemos o sentimos que nos lastima. No importa la edad, el sexo o la profesión, cualquiera puede sentir, hablar, sintonizar con el tema del amor porque, de una forma u otra, experimenta su presencia o ausencia, lo que constituye un factor de equilibrio o desequilibrio emocional, de autoestima o depreciación.
Tanto en la consulta como en los grupos que coordino veo continuamente a mujeres y hombres recorrer caminos de búsqueda amorosa. En ocasiones esta búsqueda resulta inútil, en otras se repiten historias ya conocidas y frustrantes, o se introducen en relaciones de poder, de coacción o chantajes. Se desea amar, se desea tener una pareja, o incluso amistades, pero parece que no se sabe o no se puede conseguir. Hay quien sufre porque no puede vincularse y lo desea, o porque se vincula mal, o con altos precios y con dolor.
La dificultad de vivir el amor se concreta en dos grandes apartados:
El amor a sí misma/o es un aprendizaje básico. No se puede dar lo que no se tiene, ni enseñar lo que no se sabe. Ante el miedo a ser calificados –equívocamente– de “narcisistas” o “egoístas”, nos hemos mantenido alienados de nuestro propio cuerpo, desconocedores de nuestros ritmos y nuestras necesidades sin saber tratarnos bien, querernos, ni respetarnos. En última instancia, amarnos significa reconocer nuestra dignidad de personas y el derecho de vivir en condiciones de dignidad, con nuestros límites, nuestra historia y nuestro ritmo de desarrollo.
El amor y el respeto a sí mismo/a ayuda a amar y respetar a los demás. La persona que no se ama tiene dificultades para aceptar ser amada gratuitamente; cuando se le ama no se lo cree y de un momento a otro espera ser abandonada, ya que no se considera a sí misma como valiosa. Seguramente no nos damos cuenta, pero nuestra autopercepción trasciende al exterior de una u otra forma: por nuestros gestos, por nuestros actos. Es como si lleváramos un cartel colgado al pecho que dijera: “Merezco…” o “No merezco…”, y con ello colaboramos a encontrar relaciones que confirman y mantienen nuestras creencias profundas.
Alguien que se percibe como no digna/o de amor, fácilmente crea dependencias de quien se lo ofrece. En ese sentido he visto sobre todo a mujeres con baja autoestima; mujeres que estaban conviviendo o convivieron con hombres –o mujeres– que dijeron amarlas. Ni siquiera se lo plantearon, pero se sintieron tan halagadas, deslumbradas ante el hecho de poder gustar a alguien –ellas, ¡tan poca cosa!–, de poder despertar amor, o atracción, que aceptaron sin más el deseo o los sentimientos del otro/la otra sin cuestionarse los suyos propios; el deseo ajeno mejoraba su propia imagen y su autoestima. Al cabo del tiempo sintieron apatía y reconocieron su falta de deseo y de amor –aquello era lo que les motivaba a acudir a la consulta–. Sin embargo temían dejar a la pareja, tenían miedo a la pérdida y el fantasma de “¿quién me va a querer?” reaparecía de nuevo.
Éstos son problemas que, de forma encubierta, se manifiestan con frecuencia en una consulta de psicoterapia: dificultades de vivir el amor (dar y recibir), problemas en las relaciones interpersonales (en relación a la familia, a los amigos, a la pareja), carencia afectiva, tristeza y cólera (frente a quienes cree que no la/lo quieren y frente a sí mismo/a como ser despreciable). Soledad, aislamiento, dificultad de vincularse.
Afecta asimismo a la vida sexual y afectiva de la pareja y es motivo, también, de consultas sexológicas: inhibiciones respecto al cuerpo expresadas en el miedo, la desconfianza, el no poder vivir la experiencia fusional sexual, orgásmica, no saber cuidar/dar, no saber aceptar –no creerse el amor del otro, no poder recibir el cariño, el deseo…–; no saber compartir.
La dificultad en recibir conlleva asimismo una dificultad en dar porque, al no permitirse el recibir, la persona se siente permanentemente carenciada, y vacía.
A otras personas, por el contrario, el amor les ayuda en un camino de crecimiento personal, les abre perspectivas de libertad e impulso para desarrollar su creatividad, introduciéndose en espacios desconocidos e incluso mágicos.
En el proceso amoroso existen muchos elementos que están interactuando a la vez y que en gran medida son inconscientes, lo que facilita la creencia de que casi somos ajenas/os a nuestras vivencias amorosas y al rumbo que se genera en nuestra vida.
Cuando hablamos del amor el término puede sugerirnos muchas cosas y quizás también muchas confusiones. No todo el mundo entiende o siente lo mismo. ¿Qué se entiende por amor?
¿QUÉ TE SUGIERE LA PALABRA AMOR?
ESCRÍBELO EN UN PAPEL
Pedí en un grupo que dijeran la palabra o frase que se les ocurriera frente a la palabra “Amor”. Éstas fueron algunas de las ideas que aparecieron:
Éstos y otros muchos son aspectos del amor que sentimos, pensamos, creemos, o tememos. En general, podemos hablar del amor como un sentimiento que se desencadena frente a personas, cosas o en determinadas situaciones de nuestra vida. Se puede experimentar amor hacia la humanidad, los/as hijos/as, el/la amado/a, la gente amiga; también puede experimentarse al oír sonar una música, cuando vemos la salida del sol o el atardecer en la montaña o en el mar, ante un pájaro… En esos momentos notamos una emoción interna e intensa en el cuerpo, quizás vemos brotar las lágrimas en nuestros ojos, o expresamos una gran alegría, o respiramos profunda y expansivamente o presentamos cualquier manifestación amorosa. Compartimos algo con lo amado, como si hubiera un fino nexo que nos vincula.
El amor es una experiencia, una experiencia vital para el ser humano que aparece con muchas manifestaciones diversas. Pero hay algo común en las experiencias amorosas de cualquier persona que es lo que podemos reconocer como algo que llamamos amor: como una energía interna expansiva, que crece en nuestro interior y parece desbordarnos, salir al exterior y percibirnos y percibir el mundo de una manera especial captando aspectos de belleza y de creatividad inusuales en lo que nos rodea (la belleza de un día, de una flor, de sentir que vivimos, que respiramos, que estamos aquí para poder vivir lo que vivimos), nos hace contactar con sentimientos profundos que quizás desconocíamos, tocar límites, tener experiencias inexplicables con palabras.
El amor es un tema nuclear, también, para entender el proceso de salud y enfermedad de la persona como totalidad. Cuando nos sentimos amadas/os incondicionalmente y cuando amamos, nuestro cuerpo se abre y todo el organismo funciona con un plus de vitalidad.
Ejercicio:
Medita sobre tu vida. Haz una visión retrospectiva. Recuerda las enfermedades que has padecido, períodos en que te has encontrado con más decaimiento, con malestares físicos o determinados problemas psicológicos. Trata de ver si existe relación con períodos de tu vida en los que te has sentido poco amada/o, te sentías fea, desgarbado, poco inteligente, que la gente no te comprendía, desvalorizado…
Recuerda los momentos en que te has sentido amada/o. ¿Cómo te encontrabas entonces físicamente? ¿Cómo te percibías? ¿Cómo te sentías frente a tus proyectos?
En períodos en que hemos vivido crisis afectivas, rupturas, hemos hecho duelos (despedidas afectivas), vivido abandonos, rechazos, teníamos una baja autoestima y nos depreciábamos, es fácil que enfermemos o aparezcan sintomatologías y dolores de diversa índole. Este conjunto de síntomas inespecíficos o generalizados, cuando llegan a cronificarse, a la larga enferman al individuo o reducen con mucho su calidad vital y humana. Son la manifestación del dolor interior.
No solemos ver estas interrelaciones porque no entendemos el lenguaje del cuerpo, lo que significan las tensiones corporales, la forma de respirar, la simbología del dolor en una u otra zona, las sensaciones, o la aparición de pensamientos que nos producen ciertas emociones. Además, los síntomas no aparecen muchas veces en el momento de una crisis aguda sino más tarde.
La visión holística del ser humano se está imponiendo en la actualidad. De ello dan muestras, por ejemplo, algunos estudios sobre el cáncer o la comprensión de la simbología de las enfermedades.2
Poco se ha ocupado la ciencia occidental del tema del amor, poco hay de ello en los manuales de psicología y de sexología, quizás porque el amor no puede ser analizado en un laboratorio y, por lo tanto, desde determinados presupuestos su conocimiento no correspondía al saber científico.
Históricamente han sido en buena parte los poetas y poetisas, y el campo de la mística, quienes posiblemente se han ocupado más de este tema; han hablado de la faceta espiritual que despierta, del gozo, de la tristeza y el dolor por la ausencia, del deseo sexual, del amor a la divinidad, a los seres de la naturaleza, el amor filial, al amigo, a la amada…
Las tradiciones orientales relacionan el amor con la sexualidad, con el cuerpo, la regulación energética, con la energía cósmica, con la divinidad o la trascendencia…
En la filosofia tántrica la experiencia amorosa/sexual humana se comparte con la experiencia amorosa divina a través de la unión (fusión) sexual.
Algunas prácticas taoístas incluyen la sonrisa interior como una forma de darse amor a sí mismo/a y de autocuración:
“En la antigua China, los maestros taoístas ya conocían el poder de la energía de la sonrisa. Practicaban la sonrisa interior, para mover la energía chi y producir un alto nivel de ésta, y obtenían como resultado salud, felicidad y longevidad. Sonreirse a sí mismo es como dejarse acariciar por el amor, y el amor puede curar y rejuvenecer.”3
En otras tradiciones se habla de los chakras. El amor se localizaría en el chakra del corazón y se experimenta con la apertura de este chakra.4
El amor es una vivencia universal, existencial que se experimenta como algo trascendente. Puede ser como algo que nos invade y que trasciende los límites de lo concreto y parece ponernos en comunicación con el cosmos.
Sin embargo, ese sentimiento amoroso toma formas concretas cuando se materializa en una relación dual, en un vínculo amoroso o más concretamente, en torno al amor y la relación de pareja. Se podría hablar aquí del amor particular. Esas formas en que se expresa el sentimiento amoroso varían de unas sociedades a otras y según los diferentes períodos históricos. No se expresan las manifestaciones amorosas igual en España que en Nepal, o en Mali. Tampoco es igual la España de ahora que la de hace un siglo.
Hace algún tiempo tuve una conversación respecto de este tema con un isleño guineano. Este hombre de una gran sensibilidad me hablaba de la emoción profunda que sentía cuando contemplaba un árbol, el movimiento de sus hojas, la transformación de los colores con los cambios de las estaciones… Me describía poéticamente la emoción que experimentaba frente a cada uno de los pequeños movimientos que realizaba un pájaro posado en una rama, la caída de la lluvia, el sonido de un instrumento musical durante la noche, el despertar de la isla, los niños y las niñas jugando en la playa.
«–Y el amor a una mujer ¿cómo lo sientes?–le pregunté.
«–El amor a una mujer –respondió– no es diferente al resto de las cosas que se pueden contemplar, gozar, admirar, en el universo.
Cuando veo a una mujer, ésta me puede gustar por su mirada, por su sonrisa, por cómo camina, sus nalgas, su voz… Pero no es sólo su cuerpo lo que veo, lo que me emociona y contemplo. A través de toda ella veo su espíritu, cómo es ella, al igual que lo veo en un árbol o un pájaro.
Le pido estar con ella. Y en la relación sexual me siento como si estuviera con una diosa, como si ella fuera el mar con sus olas. Y me siento impresionado… Pero esa emoción y admiración forma parte de lo que siento por las cosas que me rodean. No entiendo el amor a una mujer como algo diferente, como se entiende en Europa.»
Existen sociedades en donde la palabra “amor” tal y como se conoce en la sociedad occidental es desconocida. No existe en su vocabulario. No es que las personas de esas sociedades no amen, sino que no entienden nuestro concepto porque su cultura y su estructura social, sus valores, su visión del mundo es diferente. Es decir, existe un sentimiento de amor universal, existencial, que se experimenta en todos los seres humanos, pero existen formas muy diferentes en torno al sentimiento que se experimenta en el vínculo amoroso concreto y en cómo éste se estructura socialmente.
La estructura social y las relaciones entre las personas, y con el mundo y el universo, pueden suponer formas muy específicas de vivir la emoción amorosa y de relacionarse entre las personas y entre los sexos.
Además, la forma en que los individuos de una sociedad se vinculan afectivamente es una clave para entender la estructura social; o dicho de otra forma: cada sociedad también educa afectivamente a sus miembros para que reproduzcan o mantengan el orden social establecido.
En nuestra sociedad se nos dice que lo “normal” es que nos comportemos, sintamos o nos relacionemos de tal o cual forma en cuanto a una posible pareja. Lo que se llama “el amor”–base en nuestra sociedad de la estructura de pareja– es una clave importantísima para entender cómo, en relación a ese sentimiento y a su vínculo, se pueden crear procesos de opresión o de libertad, cómo nos hacemos o nos dejamos hacer “trampas”, o cómo –por el contrario– nos hacemos más personas.
Pero ¿qué entendemos por amor, lo que llamamos enamoramiento, lo que acontece después de él, la pasión, lo cotidiano?
En la adolescencia, el amor se identifica con enamoramiento, con la seducción y las vivencias que conlleva. Es lo que sueñan que les ocurrirá algún día, o es la identificación con las vivencias que fugazmente van teniendo. La gente adulta que ha podido tener también otras experiencias y un vínculo –o vínculos– de pareja, puede identificar el amor con el enamoramiento que vivieron hace años, o alguna vez en su vida, o con un sentimiento que consideran más profundo, o con lo cotidiano, o incluso pueden considerar que puede implicar, a la larga, el aburrimiento.
Es dificil hablar del amor, porque el amor, más que hablarlo, hay que vivirlo.
El amor es un conjunto de vivencias, un proceso que puede ser vivido con mayor o menor duración, con mayor o menor intensidad, en el que se interrelacionan y activan las emociones, el pensar, el sentir y el actuar del ser humano. Proceso que se transforma continuamente, con fluctuaciones, con movimiento –al igual que todo en esta vida–, que implica lo que llamamos enamoramiento y la posibilidad de vivir el éxtasis, el placer intenso, el bienestar, el desasosiego, el duelo, la experiencia de muerte, la tranquilidad, el erotismo, la suavidad, la pasión, la serenidad, el equilibrio, la paz…
El sentimiento amoroso es un sentimiento reconocible, al igual que podemos reconocer nuestra agresividad, alegría, miedo, tristeza –emociones que aparecen también en el proceso amoroso–, pero es un proceso en el cual intervienen muchos elementos como la fusión, la separación o ruptura, la seducción, el enamoramiento, la idealización y el contacto con los límites y la realidad, la elección de la pareja, la estructura de pareja y dinámica de la misma, las crisis, los duelos, el desamor, la creatividad, la muerte, los cambios, la sexualidad…
Saber situar el amor en nuestra vida y saber situarnos en el amor requiere un trabajo de crecimiento personal para no confundir el amor con otras cosas: la posesión, la opresión, la anulación, etc. Desarrollar en el día a día el arte de amar es entender el amor como un arte: el arte de compartir, de la armonía, de la creación.
Este libro está escrito con el deseo de clarificar, desde mi experiencia clínica y didáctica, algunos de esos elementos que entran a formar parte de lo que llamamos amor o vínculo amoroso, reflexionar sobre ellos y hacerlos conscientes. Ello nos permitirá comprender mejor nuestras vivencias, actitudes, creencias y comportamientos, y sentir también que somos en parte un producto social, como en parte responsables de esos vínculos porque tenemos capacidad de amar y crear, y también de transformar: de decir adiós cuando una relación no nos ayuda a crecer como personas o cuando sufrimos una pérdida.
En la dinámica interna de cómo nos situamos y estructuramos en el vínculo hay mucho de nosotros/as mismos/as, de cómo vivimos el amor. Muchos aspectos del cómo aprendimos a amar nos hacen daño. Cada cual ha de aprender, por tanto, a reconocerlos. Reconocerlos y cambiarlos lleva su tiempo. Pero vale la pena arriesgarse.
El libro ha sido concebido como material para trabajos de profesionales de la salud y la educación. También está pensado para que cualquier persona que esté interesada en su propio desarrollo encuentre en estas páginas un pequeño camino de autoconocimiento para iniciar cambios en el área afectiva y relacional.
No obstante, resulta difícil analizar diferentes aspectos del amor aisladamente en cada capítulo porque están interrelacionados, pero he considerado que de esta forma resultaría más pedagógica su comprensión.
En el diseño de los capítulos se intercalan ejercicios para realizar, y preguntas para que cada cual establezca un diálogo interior y vaya profundizando en su autoconocimiento. Las preguntas son susceptibles de estructurarse como un ejercicio de meditación o introspectivo en un ámbito terapéutico. Recomendaría hacer una primera lectura del libro con las reflexiones y ejercicios correspondientes para releerlo de nuevo integrando el conjunto de conceptos.