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Títulos en Poesía

HASTA AQUÍ

Hernán Bravo Varela

AMIGO DEL PERRO COJO

MUERTE EN LA RÚA AUGUSTA

Premio Xavier Villaurrutia 2009

Tedi López Mills

JACK BONER AND THE REBELLION

GALAXY LIMITED CAFÉ

ESCENAS SAGRADAS DEL ORIENTE

Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe

a la joven creación 1997

josé eugenio sánchez

POEMAS DE TERROR Y DE MISTERIO

Luis Felipe Fabre

DIARIO SIN FECHAS DE CHARLES B. WAITE

MAL DE GRAVES

POBLACIÓN DE LA MÁSCARA

LA ISLA DE LAS BREVES AUSENCIAS

Premio Mazatlán 2010

Mención honorífica. Bienal Nacional de Diseño

del INBA 2009

Francisco Hernández

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Vendaval de bolsillo

de Andrés Neuman

Palabras a una hija que no tengo

Entornaré tus ojos si prometes soñarme.

Compréndeme, no es fácil velar por alguien siempre:

a veces necesito saber que tienes miedo.

Cuando sepas hablar, dame mi nombre;

diciéndome papá habrás hecho bastante.

En invierno no abrigues demasiado

tu cuerpo de princesa, más útil y más noble

es irse acostumbrando a resistir.

Acepta golosinas de los desconocidos

(no está el mundo como para negarse)

pero apréndete esto en cuanto puedas:

más frecuente es lo amargo, que te ignoren,

y no los caramelos.

Te enseñaré a leer fuera del aula

y llegada la hora quiero que escribas “mar”

sobre los azulejos del pasillo.

Cuando cruces por fin la calle sola

sabrás que el riesgo y la velocidad

perseguirán tus días para siempre.

No creas que en el fondo no soy un optimista:

de lo contrario tú no estarías ahí

cuidando que te cuide como debo.

Como ves, desconfío

de quienes no veneran el asombro

de estar aquí, ahora.

Existe la alegría, pero duele;

tendrás que conseguirla.

Y cuando la consigas tendrás miedo.

El columpio

Ponte en pie, Sebastián,

dame la mano

y estira bien las piernas.

Serás alto, sin duda,

como yo no lo soy.

Mira: esto es un roble

y sabe crecer fuerte si lo cuidan.

Mira: esos columpios

sirven para volar como los pájaros,

pronto vas a poder montar en ellos.

Mira, hijo, la hierba: ahí duermen a veces

unos hombres cansados que han perdido su casa.

¿Ves qué balón precioso de colores?

A esto lo llamamos paseo los adultos.

Detente, Sebastián, descansa un rato,

¡has trabajado tanto esta mañana!

Es difícil, ¿verdad?, permanecer de pie,

uno acaba cayendo de rodillas.

Lo mismo nos ocurre a los adultos.

Pero no seas tú quien llore,

Sebastián, ponte en pie, tenemos tiempo.

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El carrusel

¿Hacia dónde cabalgan

los pequeños jinetes?

En su viaje descubren repetidas

las caras de sus padres

sonriendo borrosos.

Aunque sólo dan vueltas

quizá no volverán al mismo punto.

Rueda el sol por la tarde.

Galopan los caballos de madera.

Esperando el retorno

los padres gritan nombres

y señalan abrigos familiares.

Los niños mientras tanto van en círculos,

avanzan, ya se alejan.

Continuidad de los patios

Allá, entonces, todos nos pegábamos.

Llovían puños rojos

y el uniforme ondeaba hecho jirones.

La vida o la pelota. O ser cobarde.

Señalar con el dedo a los más débiles.

Burlarse de los tontos, perseguir a los listos.

Rencorosa amistad para quienes tuvieran

buenas notas, juguetes, una amiga.

Indiferencia para aquel que no

supiera matemáticas ni luciese

las zapatillas nuevas

de su padre más rico que otros padres.

Silencio o puñetazo. Puñetazo y callar.

Allá todos nosotros combatíamos

cada blanca mañana, hasta que el obvio

mordisco de los años me condujo

a abandonar el patio y esa gente.

Aquí, ahora, todos nos pegamos.

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El tobogán

Ya comienzo a notar

una aceleración ajena de los años.

No digo que presienta la vejez

ni inventaré precoces experiencias.

Es algo diferente: un vislumbre