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Todo por un balón de fútbol. Concurso ¿Cuál es tu cuento con el fútbol? / David Sierra Sorockinas [y otros 17] – Medellín: UPB, 2020.
104 páginas, 16.5 x 23.5 cm. – Texto en inglés y español – (Colección Fútbol y Letras)
ISBN: 978-958-764-884-3 / 978-958-764-885-0 (versión epub)
1. Literatura – Colombia – 2. Cuentos – Colombia – 3. Fútbol y literatura – 4. Concursos literarios – (Serie)
CO - MdUPB / spa / rda
SCDD 21 / Cutter-Sanborn
© Varios autores
© Editorial Universidad Pontificia Bolivariana
Vigilada Mineducación
Todo por un balón de fútbol / Everything about a soccer ball
ISBN: 978-958-764-884-3 (versión impresa)
ISBN: 978-958-764-885-0 (versión epub)
Primera edición, 2020
Gran Canciller UPB y Arzobispo de Medellín · Mons. Ricardo Tobón Restrepo
Rector General · Pbro. Julio Jairo Ceballos Sepúlveda
Vicerrector Académico · Álvaro Gómez Fernández
Jefe Editorial-Librería · Juan Carlos Rodas Montoya
Coordinación de Producción · Ana Milena Gómez Correa
Diseño de Colección · Yuliana E. García Velasco y Tatiana Martínez Otálvaro
Diagramación · Ana Milena Gómez Correa
Corrección de Estilo · Editorial UPB
Traducción · Danny Jean Paul Mejía
Fotografías · Concurso, ¿Cuál es tu cuento con el fútbol? 2018
Dirección Editorial:
Editorial Universidad Pontificia Bolivariana, 2020
Correo electrónico: editorial@upb.edu.co
www.upb.edu.co
Telefax: (57)(4) 354 4565
A.A. 56006 - Medellín - Colombia
Radicado: 2022-04-09-20
Impreso en Medellín - Colombia
Prohibida la reproducción total o parcial, en cualquier medio o para cualquier propósito, sin la autorización escrita de la Editorial Universidad Pontificia Bolivariana.
ESPAÑOL
Prólogo
Categoría Adultos
Mamut
Jaime Hernán Cortés Torres
El gol mortal
Junior David Ramírez Quintero
Destinos inciertos
Gustavo Eduardo Green
Categoría Juvenil
Golazo de mujer
Isabel Cristina Tamayo Zapata
1948
Emmanuel Stiven Gil Gómez
Gritos monumentales
Daniel Estupiñán Ramírez
Categoría Infantil
Lo que me contaron de un balón
Violeta Galeano Flórez
El grito de la victoria
Emanuel Saldarriaga Marulanda
Mi pasión en una carta
Miguel Ángel López Cardona
Menciones de Honor - Categoría Adultos
Sudar la camiseta
Jhon Jairo Saldarriaga Londoño
La propuesta
Alejandro Henao Correa
Gordito dueño del balón
Sebastián Gaviria Quintero
Menciones de Honor - Categoría Juvenil
Hincha del alma
Esteban Felipe Genes Noya
Truenos y relámpagos
Alejandro Ortega Muñoz
Yisus Poderoso
Camilo Ospina Hincapié
Menciones de Honor - Categoría Infantil
Nace una nueva hincha
Martina Hoyos Zuluaga
Mi padre
Andrés Felipe Hernández Arboleda
¡Perder es ganar!
Camilo Ballesteros Vesga
Sugeridos para publicación - Categoría Adultos
La Promesa
Otniel Grisales Galvis
Kung Fu Panda gana la Champions
Juan Pablo Ramírez Jaramillo
ENGLISH
Prologue
Adult contest category
Mammoth
Jaime Hernán Cortés Torres
The deadly goal
Junior David Ramírez Quintero
Unknown destinations
Gustavo Eduardo Green
Junior contest category
A great goal for women
Isabel Cristina Tamayo Zapata
1948
Emmanuel Stiven Gil Gómez
Monumental screams
Daniel Estupiñán Ramírez
Children contest category
What they told me about a ball
Violeta Galeano Flórez
The scream of victory
Emanuel Saldarriaga Marulanda
My passion for a letter
Miguel Ángel López Cardona
Honorable mentions - Adult contest category
Sweat the shirt
Jhon Jairo Saldarriaga Londoño
The proposal
Alejandro Henao Correa
The chubby owner of the ball
Sebastián Gaviria Quintero
Honorable mentions - Junior contest category
Enthusiast of the soul
Esteban Felipe Genes Noya
Thunder and lightning
Alejandro Ortega Muñoz
Mighty Yisus
Camilo Ospina Hincapié
Honorable mentions - Children contest category
A new fan is born
Martina Hoyos Zuluaga
My father
Andrés Felipe Hernández Arboleda
Losing is winning!
Camilo Ballesteros Vesga
Suggested for publication - Adult contest category
The promise
Otniel Grisales Galvis
Kung Fu Panda wins the Champions League
Juan Pablo Ramírez Jaramillo
ESPAÑOL
Prólogo
Esta presentación está tejida por una columna que ya publiqué en mi libro El fútbol, esa metáfora. La traigo a colación porque da cuenta de lo que pasa cuando jugamos fútbol y nuestras decisiones éticas, estéticas y cosméticas se toman porque están atravesadas por un balón de fútbol. Por favor, pasen, lean y habiten estos cuentos de nuestros participantes. Historias que suceden por un balón de fútbol. Felicitaciones a todos los ganadores.
El fútbol es fútbol desde que hay otro, es decir, otro a quien meterle gol, a quien darle una patadita cariñosa, a quien hacerle una gafiadita tierna y después hacerle un buen pase, es decir, el fútbol se hizo para jugar en compañía, con otro, contra otro o a pesar de otro. Sin embargo, recuerdo haber jugado tardes enteras sin otro. Una pelota o una vejiga o un par de medias enrolladas que fungían de balón, o hasta con un balón imaginario. Jugar a la 31, de cabeza, hacer goles en un arco con un portero invisible. A todos nos ha pasado que estamos solos y pintamos el balón, o las medias, y les ponemos ojos y boca y les hablamos. (¿Se acuerdan de Wilson, el de El náufrago?). Algunas veces tuvimos que jugar solos y una pared era el otro, un muro era suficiente para gritar que se ganó, se perdió o se empató (no recuerdo haber perdido cuando jugaba solo porque cualquier justificación era buena para ganar). Con la izquierda, con la derecha, el muro siempre devuelve el balón y, a veces, hasta de manera más estética que cuando se juega con otro. El fútbol se puede jugar solo, pero la soledad es doble porque no hay palabras, no hay alegatos, no hay discusiones, no hay fonéticas, no hay otro. El muro no responde, el amigo invisible siempre pierde con nuestro deseo de ganar, incluso, le hacemos trampa porque nadie nos ve. Contamos y cantamos goles que no hicimos. La soledad es un estado del alma y cuando no hay con quién jugar, la pecosa es un buen remedio, tiene nombre, se deja pegar, se deja decir lo que queramos y le hacemos olvidar los autogoles. García Márquez narró la soledad de América Latina, ese continente al que le han metido “goles de todas las facturas”, como dicen en la radio, por su condición de solitario, recién inventado, fragilizado y poco estudiado. Borges y Benedetti crearon metáforas para dibujar esa soledad que celebra los “tristenarios” de un continente habitado por seres desgarradoramente solos, que tienen que jugar solos y que, a veces, el que juega no quiere jugar, se para ahí, como tapia, como estatua, como la Galatea de Pigmalión antes de que Afrodita le insuflara vida, es decir, lenguaje. Un hombre solo siempre está en mala compañía, concluye Paul Valéry y Dulce María Loynaz sostiene que no es difícil llorar en soledad, pero es casi imposible reír solo. América Latina está contada, poetizada, diagnosticada, fabulada, novelada, historizada, radiografiada y, sobre todo, hiperbolizada, pero no está fútbolizada, no se ha narrado fútbolísticamente. La soledad es un balón que ya no está porque, aunque haya cancha, jugadores, árbitros, hinchas, agua, rezos y cánticos, el fútbol no está completo si no hay balón. Cuando se pierde un balón, se pierde un amigo.
Todo por un balón de fútbol es una provocación para que nuestros ganadores de esta versión del concurso de cuento ¿Cuál es tu cuento con el fútbol? Sigan escribiendo, jugando, soñando. Felicitaciones y que todo, todo se haga y se viva, por un balón de fútbol, como la mejor excusa para recordar infancias idas. Además, es una invitación para que nuestros lectores se animen a seguir participando de este evento que ya es reconocido en el mundo entero. Todo, todo, por un balón de fútbol.
Juan Carlos Rodas Montoya, Editor
Jaime Hernán Cortés Torres
Antes de que el árbitro diera el pitazo inicial, ya sabíamos quién pagaría la caja de cerveza y los dos pollos que todavía daban vueltas en el asadero de la esquina. Los años nos habían arruinado, los kilos de más, el pelo de menos y el tiempo perdido, nos hacían ver penosos al lado de los muchachos del equipo de solteros. Pero eso era solo lo evidente, la hipertensión de Martillo, el enfisema pulmonar de Chimenea, la osteoporosis de Taborda, lo tronco que era Jaramillo y los casi 25 kilos de más que me habían jodido los meniscos, lo confirmaban. Éramos de esos guerreros venidos a menos a los que les cuesta aceptar que todo tiempo pasado fue mejor.
La presencia del árbitro intentaba darle algo de solemnidad a la interrupción del tráfico, pero se trataba solo de la misma lucha generacional entre el pasado y el futuro.
Viendo a Martillo animar el equipo, recordé la clásica escena de William Wallace, la camiseta rayada de la Juve ceñida al cuerpo parecía hacerlo olvidar las cinco pastillas diarias para la presión. Sin embargo, que Chimenea fumara antes de empezar y que yo estuviera pensando en el sabor de los pollos del premio, acababa con cualquier intento retórico.
Los primeros cinco minutos no estuvimos del todo mal, el juego insustancial que planteamos para no tener que correr, le hizo creer a todos que los casados teníamos una oportunidad. Luego, los años hicieron lo suyo, sin pulmones y con el clásico dolor en el bazo, tuvimos que recurrir a la fuerza para contener lo incontenible. A los diez minutos estábamos encerrados defendiendo un arquito de un metro por un metro como si fuera posible meter un gol a través de tanto tejido adiposo.
No se trataba de dinero, podíamos pagar la apuesta, pero perderla era sumar otra humillación al tiempo. Para un grupo de antiguos cazadores transformados en recolectores mediante el poder de un sacramento, el pollo y las cervezas de un partido de casados y solteros, era como la caza de un mamut para el hombre de cromañón. Moriríamos antes de aceptar que podíamos comprarlo todo en el supermercado.
Luego sucedió el milagro, cuando más acorralados nos tenían, la hipertensión de Martillo pasó factura. No terminábamos aún el primer tiempo cuando el hombre se agarró el pecho y miró al cielo como si estuviera pidiéndole asilo al mismísimo Jesucristo. Todos creímos que moriría menos Taborda que, aprovechando la confusión, sacó un cañonazo que por poco deja sin hijos al portero. Nadie celebró, la amenaza de paro cardiaco le arrebató a Taborda el único momento de gloria de su vida. 1-0 decretó el árbitro y señaló el centro de la calle mientras se llevaban a Martillo y los demás nos miraban como diciéndonos que ya no estábamos para esos trotes.
Los pelaos no tenían un peso, así que de todos modos nos tocó pagar el pollo y las cervezas, pero celebramos en la esquina como si de verdad hubiéramos cazado un mamut.