EL TOUR DE FRANCIA DE LOS FILÓSOFOS
© Editions Grasset & Fasquelle, 2020, del texto original.
Publicado originalmente bajo el título Socrate à vélo. Le Tour de France des philosophes.
© Libros de Ruta Ediciones, S.L., 2021.
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www.librosderuta.com
Primera edición: abril 2021
Autor: Guillaume Martin
Traducción: Marcos Pereda Herrera
Edición: Eneko Garate Iturralde
Ilustración de portada: André Sánchez
Diseño portada y maquetación: Amagoia Rekero García
Foto autor: Cofidis
ISBN: 978-84-122776-4-7
Depósito legal: BI-288-2021
Impreso en España por Leitzaran Grafikak
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PRIMERA PARTE
En ruta hacia el Tour
SEGUNDA PARTE
La carrera
EPÍLOGO
Sócrates ha dado un gran cambio
AGRADECIMIENTOS
Nuestra historia comienza en Olimpia, un diez de diciembre, durante una concentración del equipo nacional griego de ciclismo, unos dos meses antes del comienzo de la temporada. Las primeras carreras aún están lejos; sin embargo, cada corredor está ya muy ocupado, acumulando horas de sillín sin rechistar, esmerándose en construir un grupo unido, capaz de rivalizar con la fuerza colectiva de las más grandes escuadras en el pelotón. Una montaña espera a los helenos: el próximo verano, por primera vez en toda su historia, tomarán la salida en el Tour de Francia.
Nunca estos atletas habían podido imaginar su participación en la más grande carrera ciclista del mundo. Habitualmente compiten en un circuito de segunda categoría, disputando pruebas poco mediáticas y de nivel aleatorio en Europa del Este o Asia. El Tour lo siguen a distancia, vía periódicos o en sus tablets. Es, para ellos, una estrella lejana, inaccesible, reservada a los grandes ciclistas, a los campeones.
Solo que, este año, la organización del Tour ha modificado sus criterios de selección. Para asentar la envergadura internacional de la prueba, y hacerla menos dependiente de los intereses financieros, decidió acabar con los equipos de marca y regresar a las formaciones nacionales. La federación griega aprovechó la ocasión y envió una petición para ser invitados.
Para gran sorpresa de todos los aficionados, y también de los propios griegos, la misma fue aceptada.
Dicen que su dosier de candidatura estaba particularmente bien planteado. Allí se recordaba que Grecia era la cuna del deporte moderno. Ponía en valor el potencial del país para desarrollar el ciclismo por nuevos territorios: recorridos variados, meteorología ideal, paisajes magníficos… Prometía un equipo ambicioso y supermotivado.
Y, sobre todo, los organizadores fueron particularmente influidos por el estilo en el que iba escrito el dosier. Las frases no solamente estaban bien construidas, sino que los mismos argumentos se iban encadenando con una lógica perfecta. Tan es así que, tras la lectura del dosier completo, la invitación del equipo griego aparecía como una evidencia.
¡Lo más extraño era que los corredores decían haber escrito el dosier ellos mismos! Lo que, ciertamente, probaba no solo su implicación, sino también su inteligencia. ¿Cómo unos deportistas pudieron encontrar el tiempo y tener la previsión necesaria para escribir este texto de presentación? Todo era intrigante, especialmente el hecho de que, además de ciclistas, ellos se presentaban como filósofos. Definitivamente estos griegos fueron originales1. Merecen ser mejor conocidos.
Tan pronto se oficializa la invitación a Grecia, los medios pusieron sus miras sobre este pequeño equipo, habiendo escuchado la particularidad de sus miembros. Las llamadas y peticiones de entrevistas se encadenaban. Todo el mundo quería su2 reportaje. Para simplificar las cosas y no dispersarse, se tomó la decisión de organizar una conferencia de prensa con motivo de esta popular concentración de pretemporada.
Periodistas de todos los países y de todos los medios se juntaron, a principios de diciembre, en Olimpia.
El encuentro, previsto para las cinco de la tarde, está a punto de comenzar. El salón de actos del hotel La Residencia de los Dioses se prepara para la ocasión: una mesa y tres sillas, vacías de momento, están instaladas sobre un pequeño estrado, frente a la zona de periodistas. Algunos turistas curiosos también andan por allí. En las paredes dos maillots con el color azul de los griegos aparecen junto a carteles que presentan el recorrido del próximo Tour.
A la hora prevista las tres figuras emblemáticas del equipo griego entran en la sala. Vemos a Sócrates3 en cabeza, testa ligeramente calva, mirada traviesa, signos de su experiencia. Varias veces vencedor de la Ronda de los Cárpatos y del Tour del Peloponeso, Sócrates es el líder indiscutible de su formación. Lo sigue su fiel lugarteniente, el musculoso Platón4, antiguo luchador reconvertido al ciclismo que será ayuda preciosa para Sócrates cuando «trague aire» en el plano. Finalmente aparece Aristóteles5, un joven con dientes grandes y sentido táctico especialmente fino. Se dio a conocer el año pasado en el Tour de Macedonia, donde aprovechó el marcaje entre los principales favoritos para conquistar un parcial de prestigio.
La perspectiva de pasar la última hora de la tarde examinándose con las cuestiones de los periodistas no ilusiona demasiado a Sócrates. Ha rodado cinco horas por la mañana, y tiene otras seis programadas para el día siguiente. Preferiría estar en el masaje mucho más que prestarse al juego de los reporteros. Sin embargo, no tiene elección: cuando se participa en el Tour, la atención a los medios forma parte del trabajo. Además, esta rueda de prensa invernal no es nada comparado con lo que les espera a los corredores griegos en julio.
Pero… ¿por qué han venido tantos periodistas?
«El hombre se inventa cada día».
SARTRE
Sin siempre asumirlo, la gente considera, por lo general, a los deportistas personas un poco estúpidas. Sin embargo estos atletas hacen soñar, aumentan el brillo de su país o su club, y entonces perdonamos su balbuceo. Nos reímos un poco del futbolista que logra difícilmente enlazar tres palabras en una entrevista, y, al mismo tiempo, no le pedimos a un jugador que sea un retórico de primera, sino solo hábil con sus pies. Poco importa la cabeza cuando se tienen las piernas. Al final pasa como si el tema de la inteligencia en un deportista quedase voluntariamente descartado…
No me sorprende que finjamos ignorar lo que los atletas tienen en su cabeza. Me parece incluso sensato, justo, porque el deporte, digamos lo que digamos, es sobre todo un asunto físico.
Lo que sí me choca, por el contrario, es que nos sorprenda que un deportista sea inteligente, que encontremos incongruente el que un ciclista escuche France Culture6, que se ponga de relieve a un atleta únicamente porque tiene estudios… Todo eso me ofusca, porque la idea subyacente es que un deportista no puede ser capaz de pensar. No está entre sus funciones. Lo que debe hacer es correr, saltar, lanzar, pedalear… El hombre de los estadios será una especie de autómata, experto en su disciplina e indiferente a todos los demás aspectos de la existencia. En el fondo olvidamos que el deportista es también un ser humano, y que su vida no viene resumida en el dorsal.
Si el público se asombra, divierte y deleita con un ciclista que también es filósofo es porque, en su imaginación, un ciclista solo existe en culote. Igual que en un bar no tenemos en cuenta al camarero como persona, sino únicamente en relación a lo que hace, es casi inconcebible que un corredor pueda ser otra cosa sino un cuerpo montado en bicicleta. Peor aún, el hecho de que un ciclista tenga otra pasión distinta a su trabajo a veces se ve como un signo de amateurismo. Como si la práctica deportiva de alto nivel excluyese cualquier otra actividad.
Y, sin embargo, un hombre tiene que vivir cuando se baja de la bici. Como cualquier otro trabajo, el ciclismo está integrado por una enorme diversidad de perfiles, cada corredor (como cada ser humano) con su particularidad. Conozco ciclistas cinéfilos, o apasionados del arte contemporáneo… Otros que trabajan cada día en la granja, después de su entrenamiento, por puro gusto. Algunos gustan de los coches ruidosos, algunos del ambiente tranquilo del campo. Pescador, hípster, roquero: ¡hay de todo en el pelotón!
Naturalmente, los componentes sociales entran en juego, y sin duda hay más hijos de agricultores que hijos de jefazos en la gran familia de la bicicleta. No voy a ocultar que también hay tipos sin interés. Y también, como en cualquier otro lugar, gilipollas: la gilipollez es, como sabemos, la cosa del mundo mejor repartida.
Sin embargo, mi pequeña experiencia me dice que hay en el ciclismo un numero increíble de personas y circunstancias que piden ser conocidas. El problema es que, normalmente, no intentamos descubrirlas, y las mismas historias se repiten de forma incansable…
Durante el Tour de Francia de 2017, el primero en el que participé, los medios se sintieron interesados por mí, por mi historia. Algunos días antes del Grand Départ de Düsseldorf un periodista de Libération, Pierre Carrey (que conocía desde mis años de aficionado y con el que tengo una relación de amistad) elaboró mi retrato: Guillaume Martin, ciclista profesional y con un máster en Filosofía, autor de obras de teatro en sus ratos libres. El artículo («Martin, el Nietzsche del manillar») era muy bueno. No tengo nada que añadir. Lo disfruté. Yo mismo estaba impresionado por los conocimientos filosóficos que mostraba el autor, y por la precisión con la que había sabido diseccionarme.
El problema es que esa pieza fue recogida en diversas publicaciones, fui entrevistado en un programa matinal de radio, los otros reporteros querían llamarme para «hacer una pieza», y otras muchas cosas más… En resumen, un pequeño torbellino mediático se levantó alrededor de la figura del «ciclista intelectual».
Unos días antes había oído hablar de un estudio científico que cuantificaba el porcentaje de originalidad que existía en los medios de comunicación. Las conclusiones fueron llamativas: el sesenta y cuatro por ciento de los artículos en la Red eran un simple «corta y pega». Todos los medios se copiaban los unos a los otros, explicaban los investigadores. Basta con que una información aparezca en un periódico o en una web reconocida para que sea difundida por todas partes. Yo estaba en pleno meollo.
Apenas instalados los corredores, comienza la conferencia. Después de que un periodista pregunte, casi por educación, cómo van los entrenamientos, el segundo continúa:
—¿Qué se siente al pensar que van a participar en su primer Tour de Francia, la carrera que hace soñar a todos los ciclistas?
—A mi edad, y teniendo en cuenta mi trayectoria, es inesperado — responde sobriamente Sócrates.
—A mi edad es prometedor —asegura Aristóteles.
En cuanto a Platón, siempre en justa mesura, explica que a su edad es el momento preciso. Y añade.
—Para mucha gente el ciclismo se resume en el Tour de Francia. El gran público solo sabe del Tour, ¡y existen otras carreras en el calendario! Mire, yo dirijo en mi tiempo libre una escuela de ciclismo, una especie de academia orientada a ayudar y hacer progresar a los jóvenes ciclistas del país (griegos o de otro sitio) que no necesariamente tienen una cultura ciclista. Los chicos me preguntan a menudo si he participado en el Tour. Yo les digo que sí, que he hecho el Tour del Peloponeso un montón de veces. Ellos se ríen mientras dicen que eso no es el Tour. El Tour, se corre en Francia… Estoy muy orgulloso porque, pronto, podré responder a los jóvenes corredores de la academia que, sí, he participado en el Tour, ¡el verdadero!
—Recuerdo lo que me decía uno de mis primeros directores deportivos, Anaxágoras7 —se permite añadir Sócrates mientras los periodistas anotan la anécdota de Platón—. Tras una victoria, para que no me durmiese en los laureles, me repetía siempre Anaxágoras: «mantén la calma, no serás un auténtico ciclista hasta que hayas disputado el Tour de Francia». ¡Después de julio al fin podré decir que soy un verdadero ciclista!
Todos los periodistas tienen una sonrisa en los labios. Les agradan estos ciclistas griegos. No conocen el miedo. Dejarán unos buenos titulares.
Después de dos o tres cuestiones, ventiladas rápidamente, sobre las ambiciones del equipo griego en su primer Tour, un joven reportero lleno de aplomo aborda finalmente lo que a todos les ronda por la cabeza:
—He oído que ustedes eran filósofos. Sé que estamos en Grecia, pero confiesen que es bastante original todo esto de los ciclistas-filósofos o los filósofos-ciclistas. Por cierto, ¿cómo deberíamos llamarlos? ¿ciclósofos?8.
El periodista se muestra orgulloso de su hallazgo lingüístico. Se pavonea delante de sus colegas.
—Es cierto que nosotros nos interesamos por la filosofía, que reflexionamos sobre la manera en que las cosas están ordenadas —responde fríamente Sócrates—. Pero somos, antes que nada, ciclistas. Llámenos así. Platón, Aristóteles, Sócrates. Ciclistas. No tendremos nada que objetar a eso.
—Son ustedes demasiado modestos, hacen como si combinar la vida del deportista de alto nivel y la práctica de la filosofía no fuese nada. ¡No es poca cosa! —insiste el periodista, un poco abatido por la respuesta que le han dado.
—A propósito —insiste otro reportero—, ¿cuándo encuentran ustedes tiempo para filosofar? ¿Alguna vez piensan encima de la bicicleta?
Sócrates parece un poco confuso con el giro que está tomando la entrevista. Empieza a descubrir una mirada nueva en la gente desde que se hizo oficial la lista de equipos invitados al Tour de Francia, una mirada donde se mezclan fascinación e incomprensión.
No teniendo espectador que espere su respuesta, Sócrates se interroga a sí mismo. La filosofía no es una actividad para la que «encontremos tiempo», se dice… Pensar no se logra por decreto. La filosofía surge. Es un estilo de vida, una forma de pensar más que el contenido de esos pensamientos. ¿Por qué esta forma de pensar habría de ser incompatible con una vida de ciclista?
Viendo a Sócrates perdido en sus reflexiones, Aristóteles toma el relevo.
—¡Por supuesto que a veces pensamos sobre la bicicleta! No hay un momento ni un lugar para esta actividad. El pensamiento irriga todas las cosas. Diría incluso más. La bicicleta ayuda a pensar. Flaubert decía que «no podemos pensar si no estamos sentados». Nietzsche se oponía a esto, afirmando que «solo los pensamientos que tenemos en movimiento valen algo». Bueno, la bicicleta reconcilia a Nietzsche y Flaubert al reunir ambas condiciones: ¡estamos a la vez sentados y en movimiento cuando pedaleamos! Así que, para filosofar, ¡monten en bici!
Los periodistas, un poco perplejos con las referencias escogidas, anotan sin embargo el titular final, mientras Platón parece que quiere matizar algo:
—Yo no sería tan entusiasta como tú, Aristóteles. Cierto es que a veces dejamos que nuestra mente divague cuando montamos en bici, dejando fluir algunas intuiciones filosóficas. Sin embargo, por lo general es complicado concentrarse y seguir una argumentación lógica, bien construida y razonada cuando estamos entrenando. El ejercicio físico vela necesariamente la actividad intelectual.
—Mi querido Platón, sé bien que el cuerpo no es para ti más que una jaula, una «tumba», en la que está encerrado el espíritu —se revuelve Aristóteles—. Sé que tú no consideras lo sensible sino como pálido reflejo de lo inteligible. Sé que tú otorgas al deporte un lugar mínimo en tu existencia, que practicas el ciclismo como un diletante. Eres libre de hacerlo. Pero debes saber que si no quieres ir al Tour hay un montón de jóvenes ciclistas que sueñan con hacerlo. No hace mucho tiempo yo aún estaba en la sección Educativo-Deportiva del Liceo9. Te puedo decir que todos nosotros filosófabamos mientras salíamos a rodar. Nos gustaba llamarnos a nosotros mismos los «filósofos peripatéticos10», los filósofos que se mueven. Nuestras reflexiones se enriquecen de nuestra práctica deportiva. Si nos bloqueamos con algún concepto salimos a pedalear y todo refulge claro cuando volvemos a casa. Y, recíprocamente, los estudios nos permiten relativizar, tomar cierta distancia, con respecto a nuestro desempeño deportivo. Todavía tengo muchos amigos en el Liceo que comparten esta filosofía, una filosofía que gira sobre la acción. Si temes que el hecho de participar en el Tour de Francia obstaculice tu brillante carrera intelectual puedo decirle unas palabras a Sócrates sobre esto. Ellos estarán encantados de correr a su alrededor en el próximo mes de julio…
—No digas tonterías, Aristóteles —replica Platón, un poco inquieto por su puesto en el equipo —. Por supuesto que quiero ir al Tour para ayudar a Sócrates. Amo mi deporte. Y lo amo precisamente porque me ayuda a pensar mejor, y en ese sentido la fatiga física que induce el entrenamiento silencia los bajos deseos del cuerpo, en ocasiones tan vergonzosos. Mi intelecto es entonces libre de volar a su antojo. Lo comprendes, ¿verdad?
Los periodistas, que rápidamente han tomado partido, asienten cortésmente. Realmente no lo han entendido del todo, incluso han perdido el hilo, pero eso importa poco: tienen su tema. Esa capacidad reflexiva sobre su deporte, ese arte en el diálogo (a veces volcánico), esa manera que tienen los griegos de expresarse a través de bellas frases alambicadas… todo esto seguramente dará que hablar. Suficiente para una bonita puesta en escena.
Tres reporteros plantean todavía algunas cuestiones, para completar lo que ya tienen en la cabeza. Preguntan cuáles son los libros que piensan llevar los corredores consigo para ocupar su tiempo libre durante el Tour, les interrogan sobre la utilidad de la filosofía desde un punto de vista estratégico de cara a las carreras… Aristóteles y Platón responden alternativamente, ignorándose el uno al otro.
Durante todo este rato Sócrates permanece mudo, como si no estuviese allí. Tanto que todo el mundo parece haberse olvidado un poco de él.
Aristóteles y Platón están acostumbrados. Saben que Sócrates puede experimentar esas ausencias, interrumpirse en mitad de una explicación, escabullirse de la realidad… Él dice que es su daimon11 quien lo llama. En cuanto a los periodistas, están demasiado ocupados por el intercambio entre Aristóteles y Platón como para preocuparse del tercer ciclista.
Sin embargo, cuando la conferencia de prensa está a punto de terminar y todos empiezan a recoger sus cosas, Sócrates tose un poquito y, con aire juguetón, pregunta él mismo a los presentes:
—¿Piensan ustedes que seremos capaces de rivalizar con los mejores del mundo en el Tour de Francia?
Los periodistas, sorprendidos al principio, se limitan a poner la sonrisa de quien sabe. Ese no es el problema, ¡ya es hermoso que este equipo griego salido de ninguna parte pueda participar en la más grande carrera ciclista del mundo! Los otros dos corredores helenos parecen ellos mismos un poco sorprendidos con la intervención de Sócrates. Pero este no deja de sonreír y, tranquilamente, ignorando las miradas de sus dos compañeros, vuelve a plantear la cuestión.
—Amigos míos, ¿pensáis que seremos capaces de rivalizar con los mejores del mundo en el Tour de Francia?
Sócrates, en filosofía, no gusta de responder preguntas. No tiene hábito. En contraposición, adora plantearlas.
Sócrates, como ciclista, no está cómodo con ser resumido en su doble condición de corredor-filósofo. Quiere ser juzgado por sus actuaciones.
Decide doblar su preparación de cara al Tour, con el objetivo de estar al nivel de los grandes líderes del pelotón en julio…
«Tienes que jugar para llegar a ser serio».
ARISTÓTELES
No estoy quejándome. Me aproveché de esta repentina exposición, de esta expectación que se creó a mi alrededor durante mi primer Tour de Francia. Me ayudó a darme a conocer. Puede que incluso haya exagerado en ocasiones este personaje del ciclista-filósofo. Disfruté, a fortiori, codeándome con algunas grandes «plumas», aureoladas de todas las hazañas que ellos habían visto.
Todo este juego me divirtió, pero también me aburrió pronto. Me di cuenta de que algunos periodistas querían (o debían) simplemente reescribir ese primer artículo aparecido en Libération. Me preguntaban siempre las mismas cosas, y esas eran las que me había preguntado Pierre Carey en su día: «¿en qué piensas cuando andas en bici?»; «¿qué te aporta la filosofía para tu carrera como ciclista?»; ¿qué libros has traído al Tour?»; «¿tienes tiempo de leer después de las etapas?»; etcétera.
Comprendo que el día a día del ciclista y sus sentimientos pudiesen fascinar. El problema es que la mayor parte de las respuestas ya habían quedado escritas en el artículo original, aquel al que, por cierto, se referían explícitamente los periodistas que me entrevistaban. ¿Pensaban que les iba a responder de forma distinta? Entre los tres libros que me había llevado quizá podía destacar uno específicamente sobre los demás, dependiendo de mis ganas o del periodista con el que estaba. Pero, en general, me mantenía fiel a mis ideas. A veces con las mismas palabras.
Hemos descrito antes al ciclista sobre su bicicleta como una máquina: en realidad, la comparación debería hacerse cuando el corredor se pone frente a las cámaras o los micrófonos. Ante un periodismo «en cadena» resulta imposible no caer en una cierta forma de automatismo: esta pregunta provoca esa respuesta, como un algoritmo personal desarrollado a través de las entrevistas. Antes solía burlarme de esos actores que repiten incansablemente las mismas anécdotas durante las giras de promoción de sus películas. Los entiendo mejor ahora. El juego mediático impone, mientras dure el plano, la insignificancia, lo artificial, lo impersonal.
Sin embargo, ya dije que me había aprovechado de la exposición mediática que suscité en el Tour. En concreto, esta me permitió entrar en contacto con la editorial Grasset, gracias a la intermediación de Philippe Brunel, figura en el periódico L´Équipe, autor él mismo en Grasset. El domingo de la llegada a los Campos Elíseos tenía una cita en la sede de la histórica editorial, donde me propusieron escribir un libro, asegurándome total libertad en fondo y forma. Acepté bastante rápido. Veía ahí, precisamente, la ocasión de saltar sobre esta lógica mecánica, algorítmica, de las entrevistas, y explicarme con un poco más de espacio y matices.
¿Por qué este libro? Primeramente para cuestionar la manera en que el gran público percibe a los deportistas en general, y a los ciclistas en particular. Una percepción que me parece a menudo exagerada y parcial.
Entrando a la cuestión: toda esta puesta en escena que existe hoy en día alrededor de los eventos deportivos, y que a veces hace que parezcan una enorme feria donde nosotros, atletas, corredores, seríamos la atracción principal. Lo que, una vez más, tiene su lado bueno (ser el centro de toda la atención es evidentemente algo valioso) pero también su lado malo: la efervescencia acompaña a los corredores durante el Tour, la «gran celebración de julio»12, proporcionando a veces la sensación de no ser más que un objeto en venta enjuiciado por un número limitado de sus características.
¿Jiménez hace una larga escapada en montaña? Es un ciclista con panaché13. ¿Ocaña sufre accidentalmente una caída en una curva de un descenso? Es un mal bajador. ¿Fignon lleva gafitas? Es el intelectual del pelotón. ¿Poulidor es a menudo batido por Anquetil? Es el «eterno segundón». En el Tour, y en el deporte en general, nos encanta categorizar, etiquetar, generalizar.
En cierto sentido es normal que los deportistas sean caricaturizados, porque están muy expuestos. Lo más retorcido es que muchos deportistas se conforman, quizá de manera inconsciente, con la etiqueta que se les ha colgado, en una suerte de profecía que se retroalimenta cual círculo vicioso. Para asumir su personaje atacador, Jiménez debería repetir aquella escapada todo el tiempo, incluso si está condenada al fracaso. Fignon tomará ciertos aires de intelectual. Ocaña, falto de confianza, se sentirá incómodo en los descensos. Y Poupou fallará siempre en su intento de vestir el maillot amarillo. La opinión se ve, así, confirmada por sus propias representaciones orientadas.
Y todos terminan usando una máscara, ocultando lo real, desvelando lo falso, sin que nadie sepa realmente dónde está lo auténtico.
Solo para que quede claro: acepto que todo esto es un juego (la competición ciclista en sí misma, el hype mediático que la rodea, el público que asiste a esta gran fiesta…), pero con la condición de que las reglas sean iguales para todos. Estaría dispuesto a ser observado como un fenómeno de feria, pero con conocimiento de causa. Generalizaciones y clichés tienen parte de verdad: por eso no rechazo el conjunto. Pero debemos reconocer que no son más que parcialmente ciertas.
Cuando decimos de alguien «es de esta forma o de esa otra» debemos ser capaces de reconocer que esta caracterización no es más que una forma de hablar. Ese «es» que atribuimos no es sino un atajo del lenguaje. Porque, al contrario que las cosas, los humanos no son, sino que llegan a ser. Su identidad es siempre fluida, inestable, cambiante. No podemos hablar de ser auténticamente más que cuando llega la muerte. No nacemos ciclista o filósofo, tampoco ciclista-filósofo: llegamos a serlo.
Una vez admitido este razonamiento previo, resultó posible divertirse con las identidades. Jugar al ciclista-filósofo. Hacer malabares con las generalizaciones, rectificaciones, con los clichés. Algo sacaremos de ahí: una verdad, una pregunta, una aclaración, un momento divertido…
Algunos lectores habrán reconocido en estas primeras páginas evocaciones de los pensamientos de Sartre14, o los de Simone de Beauvoir15. De hecho, serán cuestiones de filosofía las que tratemos a lo largo de este libro. Pero no se asusten aquellos que no sepan nada de esta disciplina, que a veces puede resultar tan oscura. Que no se sientan rechazados quienes piensen que Sartre es un ciclista. La filosofía, a pesar de sus aires austeros, es también una forma de juego. Lo mismo que este libro.
Jueves, 26 de enero, siete y media de la mañana. Más de seis meses hasta la salida del Tour de Francia. El ciclista se levanta, listo para su último entrenamiento de intensidad antes de retomar fuerzas hasta el domingo siguiente, fecha en que tendrá lugar la primera prueba de la temporada, el Gran Premio de las Dos Campanas16.
Por la mañana las piernas pesan un poquito. Normal, el ciclista «metió caña» el día anterior, durante una salida tras moto particularmente intensa. Pero no puede prestarles demasiada atención: aún necesita realizar este último entrenamiento duro, llegando a la extenuación, y después podrá rodar hasta el Prix d´Ouverture, esperando que el fenómeno de la sobrecompensación funcione como está previsto. Es importante para empezar bien la temporada. Cuestión de dinámicas.
Tras levantarse de la cama, lentamente para evitar mareos (los ciclistas sufren frecuentemente de hipotensión), el atleta se pesa (sesenta y un kilos con doscientos gramos: ¡afilado como nunca antes!), estudia sus piernas (las venas marcadas, buena señal); después, como es su costumbre, abre las persianas, para analizar la meteorología de la jornada. Scheiße17. Lluvia, viento: una tormenta terrible. Desesperado abre la app meteorológica en su móvil: diluvio todo el día. Lo que no tiene nada que ver con lo anunciado ayer. Siempre tan fiable…
¿Salir o no salir? He ahí la cuestión. Ciertamente sería más prudente no salir. Con estas ráfagas de viento una caída no sería nada extraño. Y, además, no puede correr el riesgo de enfermar justo antes de su debut esta temporada. Cuando estamos tan chupados la humedad nos afecta rápidamente, y tienes resfriados con facilidad…
Sin embargo, para la fecha de hoy, en el plan de entrenamiento está escrito «Sesión intensa». Y nuestro ciclista tiene a gala respetar todos los días el plan de entrenamiento. Se dice a sí mismo que la voluntad es la mayor de sus cualidades. Se dice que, mientras sus adversarios aún duerman o se refugien calentitos en sus edredones, él entrenará allí fuera, bajo los chaparrones y el frío. ¡Se dice a sí mismo que estos sufrimientos de hoy serán los éxitos del mañana!
Una ventolera furiosa hace temblar las paredes. Finalmente hay pocas dudas de que lo más sabio es entrenar bajo techo… Al menos durante un rato, mientras espera una eventual mejora en el tiempo.
Para empezar, en ayunas, incluso antes del desayuno, el ciclista improvisa unos cuarenta minutos para «despertar los músculos». Poca intensidad, sobre su home-trainer18.
El principio del home-trainer es simple: la bici está fijada a una máquina, compuesta de unos tubos en los que se apoya la rueda trasera, simulando así una salida sobre asfalto. Ventaja: podemos mantenernos calientes y entrenar en el sótano. Inconveniente: andar en bici con el único paisaje de la puerta del garaje puede volverse aburrido… Muy aburrido.
Existen varias soluciones clásicas para paliar ese tedio:
a) Ver una película o, aún mejor, una serie que dure más o menos lo que la sesión, unos cuarenta minutos. El problema es que uno pierde generalmente cuarenta minutos en dejar el ordenador dispuesto para verla… Y cuando los reglajes de la pantalla son los adecuados nos damos cuenta de que no entendemos nada a causa del ruido del rodillo.
Por ello los ciclistas prefieren, a menudo, la segunda solución:
b) Escuchar música gracias a unos cascos que cubran el sonido de su home-trainer, conectados a un MP3 antiguo y confiable, que guardamos en el bolsillo y donde habremos metido antes nuestra playlist favorita para home-trainer.