HACIA las estrellas

Jöse Sénder

HACIA las estrellas

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SÉnder

LA MEJOR

CIENCIA-FICCIÓN

ESPACIAL

HACIA LAS ESTRELLAS

© 2020, Jöse Sénder Quintana

© 2020, Redbook Ediciones, s. l., Barcelona

Diseño de cubierta e interior: Regina Richling

Fotografías interiores: APG imágenes

Todas las imágenes son © de sus respectivos propietarios y se han incluido a modo de complemento para ilustrar el contenido del texto y/o situarlo en su contexto histórico o artístico. Aunque se ha realizado un trabajo exhaustivo para obtener el permiso de cada autor antes de su publicación, el editor quiere pedir disculpas en el caso de que no se hubiera obtenido alguna fuente y se compromete a corregir cualquier omisión en futuras ediciones.

ISBN: 978-84-9917-637-6

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.»

Para mi familia.

Para todos los astronautas perdidos en una galaxia remota al otro lado de un agujero de gusano y para los que sueñan con llegar hasta allí.

Para Robert A. Heinlein, George Lucas, Brian K. Vaughan, Kameron Hurley y tantos otros que nos enseñaron a volar más allá de las estrellas.

«¡Oh, estrellas, que sois la poesía del cielo!»

–Lord Byron

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V

HASTA EL INFINITO... 10

Una breve introducción 10

¿LLEGARON… DEL ESPACIO? 15

Los orígenes de la ciencia-ficción 15

LOS CLÁSICOS NUNCA MUEREN 23

Las obras que lanzaron todo un género hacia el espacio 23

BUENO, BONITO Y BARATO 55

El alucinante mundo del kitsch y la serie B 55

CIENCIA-TENSIÓN 83

Ciencia-ficción combinada con terror puro y duro. 83

SABLES Y REVÓLVERES 109

Piratas y cowboys en el espacio 109

CIENCIA-RISIÓN 125

Cuando la ciencia-ficción se encuentra con la comedia 125

SPACE OPERA 153

La épica espacial en estado puro. 153

STAR WARS 181

Que el merchandising te acompañe 181

ESPACIO PROFUNDO 193

Ciencia-ficción dramática y existencialista. 193

CIENCIA- EXPLORACIÓN 215

Viajes estelares en estado puro. 215

VIAJES ESPECIALES 229

Formas de viaje espacial sin naves 229

FARSCAPE 243

¿La Space Opera más grande jamás contada? 243

Índice

¡NO ES MAGIA, ES CIENCIA! 253

Conceptos científicos aplicados al viaje espacial 253

¡SUBE A BORDO! 261

Naves espaciales inolvidables 261

ESPACIO VIRTUAL 269

Los mejores videojuegos de temática espacial 269

ALGUNAS NOVELAS MÁS 281

Un poco de lectura extra nunca hace daño 281

…Y MÁS ALLÁ 285

Epílogo y conclusiones 285

BIBLIOGRAFÍA SELECCIONADA 287

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«De todo el tiempo y el espacio, de todo lo que alguna vez ha pasado o pasará, ¿por dónde quieres empezar?»

-El Doctor

El espacio, la última frontera.

Estos son los viajes espaciales del comandante John Crichton a través de un aguje-ro de gusano, hacia una galaxia muy, muy lejana dominada por el lado oscuro de la Fuerza y su líder, el emperador Ming.

A bordo de la nave Serenity, nos enfrentaremos a hordas de xenomorfos antro-pófagos y marcianos de cuatro brazos, veremos qué hay al otro lado de un agujero negro que nos lleva más allá de los límites del Universo y abriremos el Espacio Final. Seremos asaltados por la nave pirata del capitán Harlock, decidiremos si somos más de Sulu o de Solo y ayudaremos a Star-Lord a recuperar el cubo cósmico a través de la Puerta Estelar, mientras intentamos rescatar de la aburrida superficie de Marte al pobre Matt Damon.

Y todo eso, por supuesto, sin olvidarnos nunca de llevar una toalla.

HASTA EL INFINITO...

Una breve introducción

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¿Qué tiene el espacio que nos vuelve locos?

¿Qué es una película de ciencia-ficción espacial sino, al fin y al cabo, una historia de exploración de territorios desconocidos como las de toda la vida? Antaño fue-ron los libros sobre valientes marineros que se aventuraban en mares embravecidos o que exploraban una isla misteriosa. La humanidad siempre se ha sentido atraída hacia historias que exploran los lugares que no conocemos. Desde los albores de la Historia, siempre hemos mirado hacia el oscuro cielo salpicado de estrellas y nos hemos preguntado qué demonios hay allá arriba.

Y, desde que tuvimos consciencia de que tarde o temprano sería posible descubrirlo gracias a los avances científicos y a la carrera espacial, nuestra pasión por ese gi-gantesco espacio exterior se intensificó. Desde entonces hemos estado miran-do, como decía el dragón de Dragonheart, hacia las estrellas.

Imagínate haber vivido toda tu vida encerrado en tu habitación, convencido de que no había nada más allá de esas cuatro pare-des. Ahora imagínate que un buen día se abre la puerta y des-cubres que al otro lado hay un pasillo y unas escaleras. Y más allá, un salón. Y al otro lado, un jardín. Y más allá, toda una ciudad. Y a su alrededor, todo un país. Y ese espacio que se abre ante ti, sin que hasta aho-

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ra supieras que existía, sigue creciendo y creciendo hasta abarcar un planeta entero que es millones de veces más vasto e interesante que tu minúscula habitación. Si la especie humana fuera un ente con vida y mente propias, así es como se habría sentido cuando descubrió que cabía la posibilidad de viajar al espacio, de descubrir otros planetas, otros sistemas solares, otras galaxias.

A nuestros ancestros les fascinaban los relatos que les contaban qué había más allá del océano, aunque fueran historias inventadas porque, hasta 1492, nadie se había atrevido a llegar tan lejos –bueno, quizás Astérix y Obélix sí, pero no lo habían ido contando por ahí–. El espacio es nuestro nuevo océano. La inmensa mayoría de nosotros nunca lo hemos visitado y probablemente jamás lo visitaremos, así que las historias de ficción ambientadas allá arriba nos siguen atrayendo enormemente, dando lugar a un sinfín de subgéneros que van desde el terror hasta la comedia, las aventuras más alocadas o el realismo más dramático.

Nos gusta la ciencia-ficción espacial porque nos muestra lo desconocido, lo morboso del «qué habrá ahí». El espacio es una caja cerrada con una etiqueta de «por favor, no abrir, contenido peligroso» que estamos deseando destapar aunque nos juguemos la vida en ello. Un lugar tan extraño que da pie a todo tipo de ideas fantásticas y a la vez tan peligroso como lo era el más enfurecido de los mares cuando viajábamos en endebles embarcaciones de madera.

Un lugar en el que cada segundo que pasas con vida es un milagro.

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¿Qué hay de ciencia en la ciencia-ficción?

Más adelante ahondaremos en el tema de la precisión científica en las obras fic-ticias. Pero es importante tener en cuenta ya desde el comienzo que, si la cien-cia-ficción incluye la palabra ciencia en su nombre, por algo será. Y es que siempre es importante respetar ciertas leyes a la hora de crear un producto del género, para que la sensación generada en el espectador sea la de un cierto realismo, para que la historia tenga alguna credibilidad.

Pero a la vez, si respetamos al cien por cien todas las leyes de la ciencia, el resultado puede ser aburridísimo para cualquiera que no tenga un doctorado en física cuántica. Es esencial saber cuándo saltarse estas leyes y meterse en el terreno de lo fantástico, porque una precisión demasiado real se haría insoportable al consumidor. Una historia de ciencia-ficción, como cualquier historia, debe ser plausible, no probable.

Nunca olvidemos que la ciencia-ficción sólo se basa en lo científico, no se abraza a ello. La base que unifica el género y todos sus subgéneros puede ser la ciencia, pero lo interesante es lo imaginario que se desarrolla más allá. Por eso otro nombre que se le da es «ficción especulativa», porque no se limita a relatar lo que ya existe, sino a especu-lar posibilidades remotas a partir de ello. La ciencia-ficción se mezcla con la fantasía en multitud de sus historias, dando lugar al subgénero llamado «ciencia-ficción fantástica» más conocido por su nombre inglés science fantasy–, pero incluso cuando no estamos en ese territorio, siempre hay un componente imaginario e imposible que da vida y color a la historia.

Si las naves de Star Wars no emitieran ningún sonido en el espacio, tendríamos una saga de cine mucho más realista… y a la mitad del público roncando ante la pantalla. Sin los físicamente imposibles sables láser ni la magia de la Fuerza, la primera entrega de 1977 habría pasado sin pena ni gloria. Quizás a Stephen Hawking le parecería absurdo el concepto del agujero negro que nos lleva más allá del límite del Universo en Horizonte Final, pero sin ello no tendríamos una obra maestra del terror gótico en el espacio.

En la ciencia-ficción, la ciencia es importante, pero la ficción es esencial.

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¿LLEGARON… DEL ESPACIo?

Los orígenes de la ciencia-ficción

«Estamos hechos de polvo de estrellas.»

Carl Sagan, astrónomo y novelista

¿Cuándo empezó todo?

Es muy difícil datar con exactitud los orígenes de la ciencia-ficción, dado que exis-ten definiciones muy variadas de qué constituye parte del género y qué no, a veces contradiciéndose entre sí.

Hay quien asegura que los primeros pasos ya se dieron en el poema épico sumerio Gil-gamesh del 2150 a.C. –de hecho el texto escrito más antiguo que existe y la primera his-toria de temática religiosa o mitológica–. Los motivos que dan estudiosos como Lester del Rey al respecto son, entre otros, el uso de escenas de apocalipsis distópico como la de la gran inundación que asola el mundo –en la que luego se basaría el mito del diluvio universal judeocristiano–. Otros citan la épica hindú Ramayana del siglo V a.C. porque mencionaba barcos voladores que podían viajar por el espacio o bajo el mar. También se anticipaban algunos elementos del género en algunos de los relatos que componían Las mil y una noches, como el viaje espacial, pero al igual que en las otras dos, todo se basaba en la fantasía, no en la ciencia –por aquel entonces muy primitiva–.

¿LLEGARON… DEL ESPACIo?

Los orígenes de la ciencia-ficción

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True story, bro

La que está considerada por muchos como la primera historia con componentes de ciencia-ficción, y además de su vertiente espacial que es la que nos ocupa, es Historia verdadera –o Relatos verídicos, según la traducción–, escrita por el asirio Lu-ciano de Samósata nada menos que en el siglo II. Una sátira creada con intención de burlarse de las habi-tuales historias de la época, que pre-sentaban hechos fantásticos como si fueran reales –de ahí su título con retintín–.

La historia narra como Luciano y unos amigos cruzan más allá de las Columnas de Heracles –el estrecho de Gibral-tar– hacia mares desconocidos y visitan tierras extrañas –entre ellas incluso una isla hecha de queso–, pero un tornado se lleva su barco volando hacia la Luna. Allí se ven inmersos en una guerra entre los habitantes de la Luna y los del Sol por la colo-nización de Venus. Evidentemente, todo es fantasía pura, no se habla de motores espaciales ni de tecnología porque el mero concepto aún no se había creado, pero ya posee algunas características de lo que siglos después sería la cien-cia-ficción: razas alienígenas, guerras interplanetarias y viajes espacia-les.

¡Que soy Copérnico!

En 1608, el célebre astrónomo Johannes Kepler es-cribió la novela Somnium, en la que unos demo-nios de la antigua Grecia le cuentan a un joven cómo es la vida en la Luna y cómo ven la Tierra desde ella. Aunque su planteamiento sea de pura fantasía, contiene algunos elementos proto-científicos que la engloban dentro del género: las detalladas des-

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cripciones de la vida lunar y el funcionamiento de su agricultura, un cálculo aproximado del tamaño real de la Luna, la idea de que para viajar al espacio hay que inducir un sueño criogénico a los astronautas, la relatividad de la rotación de la Tierra vista desde el espacio apoyando los preceptos de Copérnico, la meteorología lunar o el hecho, usa-do más adelante en otras obras, de que los alienígenas llamen a nuestro planeta por otro nombre –Volva, en este caso–. Curiosamente, en 2019 se estrenó un cortometraje de ciencia-ficción espacial de producción británica titulado Somnium, dirigido por Ma-yed Al Qasimi y protagonizado por Michelle Ryan –la inolvidable ladrona de joyas Lady Christina de Souza en Doctor Whoque, si bien no es una adaptación de este libro, que le rinde claros homenajes, como que la protagonista se llame Joan Kepler.

También influido por Copérnico y Galileo tenemos The Man in the Moone, escrito en la década de 1620 por el historiador y obispo Francis Godwin. En esta novela, un soldado español es exiliado por matar a un hombre en un duelo y se queda varado en la isla tro-pical de Santa Helena. Allí descubre una nueva especia de gansos enormes y construye una máquina para poder volar amarrándolos como si fueran los renos de Papá Noel. La cosa se le va de las manos y acaba marcándose un viaje de doce días en línea recta hacia arriba, hasta aterrizar en la Luna, donde se queda una temporadita viviendo con una raza de alienígenas inexplicablemente católicos.

Hasta Canis Major… ¡y más allá!

Otra obra que podemos considerar precursora de la ciencia-ficción espacial es Micromégas, escrita por Voltaire en 1752. A diferencia de sus predecesores, que se fas-cinaban con la Luna y no pensaban en nada más allá, Voltaire narra la historia de un alienígena venido de un planeta que orbita la estrella Sirius en la constelación de Canis Major. Este extraterrestre, Micromégas, de 37 kilómetros de altura, es juzgado por herejía debido a un libro sobre ciencia que ha escrito y lo exilian al espacio. Se hace amigo de un habitante de Saturno y viajan juntos por el Universo hasta que se topan con la Tierra y la observan, juzgando que sus habitantes son tan microscópicos que es imposible que tengan algún tipo de inteligencia. Voltaire aprovecha para hacer una nada disimulada crítica social satírica a través de esta loca historia de viajes intergalácticos, además de explayarse hablando de filosofía clásica y moderna.

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Y de vuelta a la Luna

En el siglo XIX la Luna volvió a ser el principal centro de interés de los que, ahora sí, podemos llamar los padres de la ciencia-ficción espacial. El mismísimo Edgar Allan Poe, aunque sea más conocido por su faceta de terror decimonónico, fue uno de los grandes impulsores de este género. En su relato de 1835 La incomparable aventura de un tal Hans Pfaall, narra la historia de un hombre que viaja a la Luna mediante un globo aerostático que él mismo ha diseñado y un aparato que comprime el vacío del espacio y lo convierte en oxígeno respirable. Menciona a los habitantes del satélite y la cualidad volcánica de éste, además del obvio componente científico de mencionar por pri-mera vez en una historia fantástica que en el espacio no se puede respirar.

En 1856, el húngaro Gustav Reuss escribió otra novela muy similar, tam-bién con un hombre viajando a la Luna en globo, pero con uno de los títulos más largos que se hayan visto jamás para un libro, agárrate: The Science of the Stars or The Life of Krutohlav who Visited the Moon and the Sun and Knew about Planets, Comets and the Beginning and the End of the World. La diferencia con el relato de Poe es que su héroe no se detiene tras lle-gar a la Luna, sino que allí se construye su pro-pia nave espacial con forma de dragón y continúa viajando por el sistema solar –¿A ti también te pasa que después de leer esto quieres una nave espacial con forma de dragón, o sólo soy yo?–.

Y entonces llegó, cómo no, Julio Verne, con su celebé-rrima obra De la Tierra a la Luna en 1865. Como siempre en sus obras, se dejó de fantasías locas y trató de dotar a la historia de un cierto rigor científico, lo que la convierte en la primera obra a la que podemos llamar de forma bastante exacta ciencia-ficción espa-cial. En ella, Verne teoriza sobre la estructura en forma de cañón –la «pistola espacial»– que se necesitaría para lanzar una nave más allá de la estratosfera. La construcción del cañón se financia mediante donaciones de diversos países del mundo, en el primer crowdfunding de la literatura, y se lanza una nave «proyectil» con tres astronautas en su interior. Su llegada a la Luna queda inexplicada al terminar la his-toria, pero se narraría mejor en la secuela que lanzó cinco años después, Alrededor de la

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Luna. Aquí Verne observa la superficie y teoriza sobre sus condiciones atmos-féricas y astronómicas, de forma sorprendentemente exacta para lo poco avanzada que estaba la ciencia en esa época, pero además incluye por primera vez la idea de que no existe vida alienígena en el satélite. «Cuántas cosas son negadas un día, sólo para convertirse en rea-lidad al siguiente», decía Verne en su obra espacial. Algo que define a la perfección su trabajo en general. Y es que, aunque muchos digan que Verne era un buen observador del devenir de la ciencia y que gracias a eso podía vaticinar avances que se darían décadas más tarde, muchos sospechamos que en realidad era un Timelord de Gallifrey.

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Demos la bienvenida a la Space Opera

Y en 1900, el fotógrafo británico Robert William Cole publicó la novela The Struggle for Empire: a Story of the Year 2236, que resultó dar pie al nacimiento de uno de los subgéneros favoritos de todo fan de la ciencia-ficción: la Space Opera. Este subgénero se identifica por contener una épica de aventuras en el espacio, con guerras interpla-netarias, melodrama y elementos que recuerdan a la fantasía medieval pero en otros planetas. Sí, que estás pensando en Star Wars y, en efecto, esa es la saga más famosa de la Space Opera, que sin duda no existiría de no ser por la obra de Cole. En ella, la Tierra –liderada, por supuesto, por los ingleses– está en guerra contra los habitantes

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del planeta Kairet –en la órbita de Sirius– por el dominio de un planeta a mitad de ca-mino de ambos, Iosia. A partir de esto, se narra una cruenta guerra espacial con escenas tan impactantes como la destrucción premeditada de dos lunas de Júpiter, forzadas a chocar entre ellas para aplastar a las naves enemigas que hay en medio. Cole mezcla la ciencia con la fantasía mediante el descubrimiento de nuevas energías y elementos descubiertos en el cosmos que recuerdan poderosamente a la Fuerza. Además, teoriza sobre avances tecnológicos como la creación de un dispositivo anti-gravedad que luego sería utilizado en numerosas obras de ficción espacial.

Aunque a quien se suele considerar el padre de la Space Opera como tal –al menos, porque las suyas tuvieron mucho más renombre que la de Cole– es a E.E. ‘Doc’ Smith, escritor norteamericano que creó la célebre saga de no-velas Lensman, seguida de la saga Skylark y la bilogía Subspace, todas de temática de ciencia-ficción espacial. Algunos autores que han admitido la gran influencia de Smith en su trabajo son Jerry Siegel, creador de Superman, J. Michael Straczynski, creador de Babylon 5, y el mismísimo George Lucas –una de las razas alienígenas creadas para Skylark se llamaba Mardonalians y en Star Wars tenemos a los Mandalorians, un guiño en forma de anagra-ma no especialmente sutil–.

Pulp (science) Fiction

Las revistas pulp fueron uno de los grandes catalizadores que lanzaron la cien-cia-ficción espacial hacia, con perdón, el estrellato. Dichas publicaciones consis-tían en revistas muy baratas con papel de mala calidad –de ahí el nombre, derivado de la pulpa de la madera– en las que se solían publicar historias serializadas. Estas historias «por fascículos» se solían considerar de calidad literaria inferior, pero tenían un gran éxito entre el amplio público y sin duda ayudaron muchísimo a potenciar la alfabetización entre las clases bajas. Algunos de los mayores iconos pop del siglo XX, como Flash Gordon o Tarzán, comenzaron como personajes de literatura pulp.

En los años veinte, fueron las revistas Amazing Science Fiction y Amazing Stories las que pusieron de moda el género y lograron que se multiplicasen los autores que se interesaban por escribir historias del espacio. Ya en los cincuenta, la revista de breve duración Space Science Fiction sólo lanzó ocho números, publicados entre 1952 y 1953, pero publicó por primera vez algunos relatos breves de Isaac Asimov y Phillip K. Dick que cobrarían gran importancia histórica a posteriori.

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LOS CLÁSICOS NUNCA MUEREN

Las obras que lanzaron todo un género hacia el espacio

«La Tierra es la cuna de la humanidad, pero la humanidad no puede quedarse en la cuna para siempre.»

–Konstantin Tsiolkovsky,

pionero de la teoría astronáutica

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Los inicios del siglo XX constituyeron una era dorada para la ciencia-ficción es-pacial, que por lo general era mucho más colorida, alocada y carente de rigor científico que la más actual, sin tomarse a misma tan en serio. En una palabra: diversión.

LA SERIE MARCIANA

Marcianadas de principios del siglo XX

SAGA LITERARIA. Edgar Rice Burroughs, 1917-1940.

En esta extensa saga de nada menos que once novelas, el exsoldado de la guerra civil americana John Carter es misteriosamente teleportado a Marte, donde se encuentra en medio de una guerra entre dos ciudades marcianas que dura ya más de mil años. Allí, decidirá ayudar a la facción de la princesa Dejah Thoris, de la que, por supuesto, se enamora perdidamente.

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Fantasía marciana

La primera y más mítica entrega de la saga se publicó en 1917 bajo el título Una princesa de Marte –aunque ya se había publicado serializada en 1912 en la revista pulp The All-Story con el título Bajo las lunas de Martey es una lectura divertidísima. Para estar escrito en los años diez, resulta tener un ritmo trepidante que ya quisieran muchas novelas actuales. En algunos momentos peca de ser demasiado descriptivo, pero incluso esos momentos son interesantes, dados los imaginativos datos que describe sobre la vida en Marte. El protagonista es un absoluto cliché de héroe engreído y prepotente, pero ¿acaso no lo eran todos los de la época?

En Marte, ni te cases ni te embarques

Esta aventura espacial tiene más de fantasía que de cien-cia-ficción, pero que hay en ella ciertas referencias científicas que la enmarcarían en el género: la obser-vación de la órbita de Marte y sus lunas, las de-talladas e interesantes descripciones de las naves que usan los marcianos –naves para flotar por su planeta, aún no dominan el viaje interplanetario– o los generadores de aire artificial que permiten la vida en Marte. Comenta que Marte tenía agua hace millones de años pero se secó, lo que coincide a la perfección con lo estipulado por observaciones científicas reales. Curiosamente, los marcianos de Burroughs se dedican a observar la Tierra mediante vídeos grabados por satélite ¡y estamos hablando de un libro escrito en 1912! –.

¡Barsoom!

Burroughs era un muy hábil escritor, capaz de crear personajes que han quedado grabados para siempre en la memoria colectiva, como el propio John Carter o su le-gendario Tarzán de los Monos. En esta saga postula la curiosa idea de que todos los planetas deben tener formas de vida físicamente similares, ya que todos vienen del carbono. También es interesante cómo los marcianos llaman a su planeta Barsoom, a diferencia de otras obras más inocentes en las que vemos, de forma inexplicable,

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a alienígenas llamar a sus mundos por el mismo nombre con el que los llamamos nosotros –que ya es casualidad que un ser criado en, por ejemplo, Júpiter conozca la mitología romana y haya elegido justo a ese mismo dios para referirse a su hogar–.

«En un sentido, al menos, los marcianos eran gente feliz: no tenían abogados.»

John Carter

CURIOSIDADES:

Antes de la adaptación de 2012, hubo otra directa a vídeo, de la mano de la siempre divertida productora de serie B Asylum. Se tituló Una princesa de Marte Princess of Mars, 2009, Mark Atkins– y contaba con Antonio Sabato Jr. como John Carter y Traci Lords como Dejah Thoris.

Las aventuras de John Carter continuaron en forma de cómics, en los años treinta y cuarenta como tiras, en los setenta de la mano de DC y Marvel, en los noventa con Dark Horse y en la actualidad con Dynamite. Dejah Thoris también ha protagonizado sus propios cómics en solitario.

Se lanzó un juego de rol de tablero en 1978, publicado por Heritage Models.

La saga de novelas es conocida por dos nombres de forma indistinta, a veces se la llama John Carter de Marte y a veces simplemente La serie marciana.

En 2019, Steeger Books anunció una nueva novela escrita por Will Murray en la que por fin tiene lugar un crossover entre los dos grandes personajes de Burroughs: Tarzán y John Carter. El título: Tarzan, Conqueror of Mars.

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JOHN CARTER

Marcianadas de principios del siglo XXI

PELÍCULA. Andrew Stanton, 2012.

Si hablamos de la mítica saga de novelas del siglo pasado, tenemos que mencionar también la adaptación cinematográfica de su primer libro llevada a cabo en 2012. Protagonizada por el pobre chaval al que le tocó hacer de Gambito en aquella pelí-cula de Lobezno que todos hemos intentado olvidar, consta con un reparto de se-cundarios de lujo como Mark Strong, Bryan Cranston o Willem Dafoe.

La princesa guerrera

Como adaptación de la novela, es muy fiel, aunque añade un puntito de profundi-dad con la redención del protagonista que, pese a que sigue siendo muy estereo-tipado y plano, al menos crece un poco y provoca una cierta empatía. En realidad, el personaje más interesante de la película es Dejah Thoris, que lejos de ser la típica princesita en apuros, se convierte en una Xena del espacio que arrasa con todo: las vidas de sus enemigos y los corazones de los espectadores.

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Arte de Marte

Pese a su guion sencillito, el apartado visual es espectacular. Los planos que muestran la muerte de la esposa de John en la guerra son realmente preciosos. La dirección artística de la película se merece un diez. El diseño de las naves marcianas es totalmente del siglo XIX, con sus mecanismos similares a las ruecas de un reloj girando, lo que plantea dudas acerca de si se podría considerar steampunk o más bien… ¿reloj-punk? Esos perros que parecen ácaros son monísimos y tienen un cierto sentido –en un planeta que es pura tierra y polvo, ¿qué otra forma iban a tener las mascotas?–.

Diversión sin complicaciones

El mensaje es muy claro y nada complejo de entender, haciendo referencia a los horrores de la guerra y cómo se debe intentar siempre evitarla. Pero, al fin y al cabo, es una simple película entretenida sin demasiada profundidad, ideal para pasar un buen rato un domingo por la tarde. Naves chulísimas, duelos con espadas, combates de gladiadores, un protagonista que va de un lado a otro dando saltos imposibles al más puro estilo Hulk y mucho, mucho palomiteo.

«Elige una causa, enamórate, escribe un libro.» John Carter.

CURIOSIDADES:

El personaje que narra la historia, el sobrino de John Carter, es el propio Edgar Rice Burroughs, autor de la saga original. Al final, su tío le aconseja que escriba un libro.

El camarero que aparece al principio está interpretado por Don Stark, más conocido como Bob Pinciotti en Aquellos maravillosos 70.

Resulta absurdo que los marcianos verdes de cuatro brazos se sorprendan tanto al ver a John por primera vez y no entiendan qué clase de animal es, cuando al cabo de poco descubrimos que existen otros marcianos con aspecto humano y los verdes ya los conocen desde hace milenios.

La película se estrenó en 2012, para conmemorar el centenario del personaje.

Jon Favreau Iron Manpuso voz a un marciano y David Schwimmer Friendsa otro.

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FLASH GORDON

La madre de todas las Space Operas

FRANQUICIA. 1934-Actualidad.

En 1934, a Alex Raymond le encargaron una tira de cómic de ciencia-ficción que compitiera con la exitosa Buck Rogers. Poco se imaginaba que su historieta Flash Gordon se iba a convertir en una de las Space Operas más memorables de todos los tiempos, con toneladas de mer-chandising y adaptaciones, y que le coronaría como uno de los más importantes autores de ciencia-ficción del siglo XX. No fue la única vez que sus editores le encargaron tiras cómicas de estilo simi-lar a otras que triunfaban, para hacerles la competencia: también creó a Jungle Jim para competir con Tarzán.

A Mongo voy, de Mongo vengo

Flash es un jugador universitario de polo que, junto a su amada Dale Arden y el científico Hans Zarkov, viaja en un cohete hasta Mongo, un planeta que amenaza con estrellarse contra la Tierra. Allí se enfrentarán a las hordas del malvado emperador Ming y vivirán imaginativas aventuras. Sus historias son pura Space Opera, mezclando drama y fanta-sía épica. A partir de los años cincuenta, las historias dejarían de centrarse en Mongo y sucederían por todo el Universo, con Flash viajando en naves con tecnología FTL Faster Than Light, o «más rápido que la luz», uno de los conceptos más importantes en la cien-cia-ficción espacial–. Sus tiras se publicaron en periódicos nada menos que de 1934 a 1992. Y pocas obras de ciencia-ficción clásica hay que no hayan imitado el sencillo y emblemático aspecto del cohete del profesor Zarkov.

Y Dale que te pego

En 1936 se estrenó su primer serial en cines, protagonizado por el ya mítico Buster Cra-bbe –que también interpretaría a su competidor directo Buck Rogers en el serial de 1939–. ¿Los efectos? Terribles. ¿La acción? Divertidísima. Lo más parecido a una revista pulp mostrada en pantalla que se hubiera estrenado hasta la fecha. Ha sido conservado en el Registro Nacional Cinematográfico de Estados Unidos debido a su valor histórico

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y cultural. El segundo serial cinematográfico, de 1938, se tradujo en España como Marte ataca la Tierra, aunque en realidad Flash viajaba a Marte para enfrentarse a una malvada reina que convertía a la gente en arcilla y nadie atacaba la Tierra en ningún momento. El tercero, Flash Gordon conquista el Universo, llegó en 1940. Tan divertidos como el prime-ro, ciencia-ficción fantástica ingenua y bienintencionada. Las siguientes adaptaciones fueron cada vez más rocambolescas: series de dibujos horteras y hasta una película tur-ca de 1967, Flash Gordon’s Battle in Space, prácticamente imposible encontrar a día de hoy pero, según las malas lenguas, tan terriblemente mala que debemos dar gracias de su desaparición.

La influencia de los seriales originales en la ciencia-ficción posterior tiene su máximo apogeo en Star Wars, algo de lo que George Lucas no se avergüenza en absoluto. Basta con echar un vistazo al tercer serial para advertir esos créditos de apertura que se alejan hacia el horizonte o el aspecto de Dale Arden con su túnica blanca y sus moñitos late-rales con forma de ensaimadas, entre un millón de elementos más que serían homena-jeados por Lucas.

CURIOSIDADES:

Alex Raymond era el tío del actor Matt Dillon.

La primera aparición de Batman en un cómic –el número 27 de Detective Co-micsimitaba a una portada de Flash Gordon.

Las tiras de Flash Gordon que se publicaban en los periódicos de todo el mundo fueron prohibidas en España y Alemania durante la época del nazismo, debido a que su historia giraba en torno a la lucha contra un estricto emperador.

La influencia de Flash en los posteriores héroes espaciales es tan evidente que, en Vengadores: Infinity War, Iron Man se burla de Star-Lord llamándole Flash Gor-don.

Uno de los dobladores en la serie de anima-ción de los noventa era Rob Cohen, el director de la mítica Dragonheart (Corazón de dragón).

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FLASH GORDON

En el espacio, las cosas están que arden

PELÍCULA. Michael Hodges, 1980.

Aunque Sam Jones fuera poco conocido al estrenarse esta alocada adaptación, con-taba con secundarios de lujo como Max Von Sydow, Timothy Dalton, Topol –más conocido como El violinista sobre el tejado–, Robbie Coltrane y, por supuesto, la siempre cautivadora Ornella Muti como la princesa Aura. ¡Hasta hay un pequeño cameo de Ken-ny Baker, alias R2D2!

El encanto de lo hortera

Simplemente deliciosa. A primera vista puede parecer anticuada y cutre, pero ese es su encanto, que en plena década de los ochenta imita deliberadamente el aspecto de los primigenios seriales de los años treinta. Resulta palpable el esfuerzo por que los efectos y decorados recuerden al serial original, dándole un aspecto visual muy, muy retro. Todo es puro cartón, tan kitsch, barroco e histriónico que enamora. La representación visual de los viajes espaciales es pura pintura lisérgica, con agujeros de gusano que parecen un híbrido entre un cuadro de Pollock y la portada de un disco de Cream. Sin olvidar ese imprescindible toque de fantasía medieval que caracteriza a las mejores Space Operas:

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sólo hay que ver el aspecto de Timothy Dalton, una fusión apócrifa entre Robin Hood y el caballero Sturm de las Crónicas de la Dragonlance.

Flash, a-a-ah

Muchos de los elementos de esta adaptación han quedado grabados a fuego en la me-moria colectiva: Sus toques de humor absurdo; esa raza de hombres-halcón con su vue-lo tan postizo que recuerda –probablemente con toda la intención del mundo- a Barba-rella; ese Doctor Muerte del todo a cien que es el villano Klytus; la ya legendaria escena del duelo de látigos entre Flash y Barin encima de una plataforma circular con pinchos que salen del suelo. Y, por encima de todo, la banda sonora de Queen. Su impacto en la ciencia-ficción posterior puede notarse en algunos conceptos que han sido imitados, como la máquina de Ming para ver los recuerdos de Zarkov –dándonos una escena ma-ravillosa en la que conocemos el trasfondo dramático del personaje sin necesidad de diálogos– que sería homenajeada en Farscape. Al final de la tercera temporada de la versión moderna de Doctor Who, se homenajea el final de esta película, con esa mano misteriosa que recoge el anillo del villano mientras suena una carcajada maligna en un plano idéntico al original.

«¿Quién quiere vivir para siempre?» Vultan.

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CURIOSIDADES:

Cinco de los actores de la película han estado en la saga de 007: Timothy Dalton, Robbie Col-trane, Max Von Sydow, Topol y Andy Bradford.

Max Von Sydow ha aparecido en otras célebres Space Operas, como Dune o Star Wars: El des-pertar de la fuerza. Otros le recuerdan como el cuervo de tres ojos en Juego de tronos, pero para la mayoría siempre será ese Fu Manchú espacial que es Ming.

Según contó en una entrevista para Starlog en 1981, el productor Dino De Laurentiis quería que a Flash lo interpretase Kurt Russell, pero el actor rechazó el papel porque opinaba que el personaje carecía de personalidad. Razón no le faltaba, la verdad.

Brian Blessed –el príncipe Vultan– contaba que a veces tenían que repetir tomas porque él y Sam Jones no podían evitar ir gritando «pew pew pew» mientras disparaban.

El famoso director neorrealista Federico Fellini se declaraba fan de las tiras de Flash Gordon, hasta tal punto que Dino De Laurentiis le consideró para dirigir la adaptación. George Lucas quería adaptar las aventuras de Flash al cine a finales de los setenta, pero De Laurentiis no que-ría soltar los derechos, así que Lucas tuvo que resignarse y, bueno… inventarse otra historia espacial.

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BUCK ROGERS

Me llamo Buck Rogers y soy astronauta

FRANQUICIA. 1928-2009.

Phillip Francis Nowlan creó a este emblemático personaje para su novela corta Armageddon 2419 a.D., pu-blicada originalmente en el número de agosto de 1928 de la revista pulp Ama-zing Stories. En 1929 el propio Nowlan lo adaptó a tiras cómicas, que serían publicadas en diarios desde entonces hasta 1967 y brevemente revividas de 1979 a 1983. Buck Rogers es un vetera-no de la Primera Guerra Mundial al que un accidente radiactivo deja en anima-ción suspendida, despertándose en el siglo XXV –si oyes un ruido extraño, son todos los fans de Futurama alzando una ceja a la vez al leer esta frase–. Allí vivirá locas aventuras ayudando a los lugare-ños en sus guerras internas, hasta que en una tira publicada en 1930 por fin se monte en un cohete y se vaya a explorar el espacio.

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Robín de las naves

Podríamos definir esta célebre histo-ria como una novela de capa y espada ambientada en el espacio. A menudo se ha reconocido a Nowlan como el autor que consiguió acercar la exploración espacial. Tras el éxito de La guerra de las galaxias en 1977 y el de Galáctica, estrella de combate en 1978, Universal se atrevió al fin a encargar un capítulo piloto para una reinvención de Buck Rogers en 1979. Y se lo encargó, por supuesto, a Glen A. Larson, creador de Galáctica –de ahí que muchos de los elementos de atrezo y vestuario se reci-claran de una serie para la otra–.

La protagonizaba Gil Gerard y entre el casting destacaba Mel Blanc, conocido por ser la voz de la mayoría de los Loo-ney Tunes. La coprotagonista, la coronel Wilma Deering, estaba interpretada por Erin Gray, algo así como un retrato hí-per-realista de Kristen Bell disfrazada de uno de los Ángeles de Charlie. Si algún día se hace un remake de Buck Rogers en el siglo 25 –cosa que no sería tan rara, a día de hoy–, sólo nuestra querida pro-tagonista de Veronica Mars y The Good Place sería digna de tomar el relevo a su gemela apócrifa. Algunas estrellas que pasaron por la serie en pequeños pape-

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les fueron Jamie Lee Curtis, Jack Palance, Gary Coleman, César Romero, Julie Newmar o el propio Buster Crabbe. Este último interpretaba al Brigadier Gordon, como guiño friki a que no sólo había interpretado a Buck en 1939, sino también a su sosías Flash Gordon.

Aquellos maravillosos setenta

Visualmente, la psicodelia de los setenta chocaba ya con la nueva ola de la ciencia-ficción que imitaba a George Lucas. Los créditos de apertura de la serie son ya legendarios, con ese efecto de mostrar el paso de los siglos mediante círculos concéntricos. Los fondos pintados y las maquetas son simplemente impresio-nantes. Los diseños de las ciudades futuristas recuerdan a centros comerciales, siguien-do la estética de La fuga de Logan. El capítulo piloto fue estrenado en cines con tal de valorar su éxito antes de reconvertirse para televisión y su escena de créditos iniciales es tan exageradamente setentera que parece que Erin Gray se haya hecho un cosplay de Dazzler de los X-Men. Cuando se reestrenó como piloto de televisión, se recortaron frases con lenguaje obsceno y escenas demasiado violentas para ampliar el público ob-jetivo a todas las edades.

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