Repensar la antropología mexicana del siglo XXI. Viejos problemas, nuevos desafíos, reúne trece textos que abordan aspectos fundamentales de la antropología mexicana en el siglo XXI. Los textos se organizaron en tres secciones: en la primera titulada Prácticas de la antropología se revisa la ubicación del gremio, aspectos metodológicos del quehacer antropológico y la evolución institucional de la cultura. En la segunda sección, titulada Viejas temáticas, nuevos enfoques, se analizan los problemas clásicos de la antropología, de una manera crítica y con nuevas herramientas teóricas y metodológicas. En la última sección: Nuevos retos y enfoques, se presentan las nuevas temáticas a las que la antopología se enfrenta desde hace ya algunas décadas, y las nuevas orientaciones que se requieren para abordar dichos temas.
María Ana Portal Ariosa es doctora en Antropología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Desde 1987 trabaja como profesora/investigadora de tiempo completo en el Departamento de Antro pología de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, en la Ciudad de México. Las principales líneas de trabajo actualmente son: identidad urbana, formas de organización y participación en los pueblos originarios urbanos, espacio público, ciudad y construcción de ciudadanía. Entre sus publicaciones más recientes están: en 2017, coordinadora del libro Ciudad global, procesos locales: megaproyectos, transformaciones socioespaciales y conflictos urbanos en la Ciudad de México, UAM/Juan Pablos; 2015, Coordinadora junto con Mario Camarena del libro Controversias sobre el espacio público en la Ciudad de México, UAM/Juan Pablos, México; 2010, coautora con Cristina Sánchez Mejorada, del capítulo de libro San Pablo Chimalpa. Etnografía de un pueblo urbano, México, UNAM/Conacyt; 2010; coautora con Xóchitl Ramírez, Alteridad e identidad: un recorrido por la historia de la antropología en México, Juan Pablos, México.
Fotografía de portada: Stephanie Brewster.
Biblioteca de Alteridades
Dilemas de la representación:
presencias, performance, poder
Adriana Guzmán, Rodrigo Díaz Cruz
y Anne W. Johnson
(coordinadores)
El momento que vivimos en la democracia
mexicana. Procesos locales y nacionales a partir
de las elecciones 2015
Héctor Tejera Gaona, Emanuel Rodríguez
Domínguez y Pablo Castro Domingo
(coordinadores)
Comprendiendo a los creyentes:
la religión y la religiosidad en sus manifestaciones
Carlos Garma Navarro
y María Rosario Ramírez Morales
(coordinadores)
Controversias sobre el espacio público
en la Ciudad de México
Mario Camarena Ocampo
y María Ana Portal
(coordinadores)
Actores sociales, violencias y luchas
de emancipación. Lecturas desde
una antropología crítica
Margarita del Carmen Zárate Vidal
y Maria Gabriela Hita
(coordinadoras)
Nuevas violencias en América Latina.
Los derechos indígenas ante las políticas
neoextractivistas y las políticas de seguridad
Laura Raquel Valladares de la Cruz
(coordinadora)
Transacciones territoriales.
Patrimonio, medio ambiente y acción pública
en México
Patrice Melé
Viejos problemas, nuevos desafíos
Rector General
Eduardo Peñalosa Castro
Secretario General
José Antonio de los Reyes Heredia
Coordinador General de Difusión
Francisco Mata Rosas
Director de Publicaciones y Promoción Editorial
Bernardo Ruiz López
Subdirectora de Publicaciones
Paola Castillo
Subdirector de Distribución y Promoción Editorial
Marco A. Moctezuma Zamarrón
UNIDAD IZTAPALAPA
Rector
Rodrigo Díaz Cruz
Secretario
Andrés Francisco Estrada Alexanders
Director de la División de Ciencias Sociales y Humanidades
Juan Manuel Herrera
Jefa del Departamento de Antropología
Laura R. Valladares de la Cruz
Responsable Editorial
Norma Jaramillo Puebla
Viejos problemas, nuevos desafíos
Universidad Autónoma Metropolitana
Unidad Iztapalapa/División de Ciencias Sociales y Humanidades
Departamento de Antropología
Juan Pablos Editor
México, 2020
“La investigación tiene como objetivo comprender la cultura organizacional del grupo de mujeres que comercian productos ofrecidos en bazares de Facebook y se encuentran en un lugar público. La información se recabó mediante observaciones en campo y charlas etnográficas con vendedoras. Los resultados cuentan las motivaciones de las vendedoras para comenzar con esta actividad. Analizando el concepto de empresarización con perspectiva de género y el recorrido que las lleva a lo grupal en el encuentro con otras mujeres, generando una cultura organizacional de apoyo. El artículo es novedoso e inédito al no encontrarse investigaciones en estas emergentes formas de organización.”
Repensar la antropología mexicana del siglo XXI: viejos problemas, nuevos desafíos / María Ana Portal, coordinadora. - - México : Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa : Juan Pablos Editor, 2020
1a. edición
485 p. : ilustraciones ; 14 x 21 cm
ISBN: 978-607-28-1920-7 UAM e-book
ISBN: 978-607-711-595-3 Juan Pablos e-book
T. 1. Antropología social - México T. 2. Antropología - México T. 3. Antropología - Investigación
GN316 R47
Primera edición, 2020
REPENSAR LA ANTROPOLOGÍA MEXICANA DEL SIGLO XXI.
VIEJOS PROBLEMAS, NUEVOS DESAFÍOS
María Ana Portal, coordinadora
Fotografía de portada: Stephanie Brewster
D.R. © 2020, Universidad Autónoma Metropolitana
Prolongación Canal de Miramontes 3855
Ex Hacienda San Juan de Dios
Alcaldía de Tlalpan, 14387, Ciudad de México
Unidad Iztapalapa/División de Ciencias Sociales y Humanidades/
Departamento de Antropología
Tel. (55) 5804 4763, (55) 5804 4764
<antro@xanum.uam.mx>
D.R. © 2020, Juan Pablos Editor, S.A.
2a. Cerrada de Belisario Domínguez 19, Col. del Carmen
Alcaldía de Coyoacán, 04100, Ciudad de México
<juanpabloseditor@gmail.com>
ISBN: 978-607-28-1920-7 UAM e-book
ISBN: 978-607-711-595-3 Juan Pablos e-book
Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada o transmitida, por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma y por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso previo y por escrito de los editores.
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Prólogo. La antropología que se está rehaciendo
Néstor García Canclini
Prólogo. Repensando la antropología y la mexicanidad en el siglo XXI
Federico Besserer
La antropología mexicana de cara al siglo XXI. A manera de Introducción
María Ana Portal
I. PRÁCTICAS DE LA ANTROPOLOGÍA
¿Quiénes son los nuevos antropólogos mexicanos?
Luis Reygadas
Trabajo de campo
María Ana Portal
Autonomía, psicoanálisis y antropología: investigación social, intervención y cambio comunitario
José Carlos Aguado Vázquez
De la cultura para la identidad, a la diversidad cultural para el desarrollo económico. Un cambio de paradigma en México
Maya Lorena Pérez Ruiz
II. VIEJAS TEMÁTICAS, NUEVOS ENFOQUES
De la antropología crítica al decolonialismo: miradas sobre el irredentismo étnico en México y América Latina
Laura R. Valladares
Etnicidad y ciudadanía: un acercamiento al debate sobre los derechos indígenas en la Ciudad de México
Adriana Aguayo Ayala
La educación indígena y la interculturalidad desde los aportes de la antropología mexicana
Roxili Nairobi Meneses Ramírez
Las armas sutiles de la resistencia
Ana Paula Castro Garcés
Pablo Castro Domingo
III. NUEVOS RETOS Y ENFOQUES
Del lugar antropológico al lugar-testigo. El enfoque localizado en antropología urbana
Angela Giglia
Hacia una descolonización de la mirada: la representación del indígena en la historia del cine etnográfico en México (1896-2016)
Antonio Zirión Pérez
De la memoria en la antropología, a la antropología de la memoria. Una reflexión metodológica y epistemológica del siglo XXI
Rocío Ruiz Lagier
Élites políticas y empresariales: la importancia de ver hacia arriba
José Antonio Melville
Las violencias en Veracruz, México
Margarita del C. Zárate Vidal
Son muchos los libros que no necesitan prólogo. Siempre nos arriesgamos a que el prólogo sea “una forma subalterna del brindis”, escribió Borges en Prólogo de prólogos, el texto con el que introdujo la redacción de sus prólogos a otros autores. Con un vértigo parecido, me limitaré a avisar de algunas de las ideas y los datos menos previsibles que hallé en estas páginas.
En el ánimo de evitar ser complaciente, podrían señalarse restricciones que limitan la ambición declarada de repensar la antropología mexicana de las primeras dos décadas del siglo XXI. ¿Por qué invitar sólo a profesores e investigadores de la UAM Iztapalapa y del INAH? El primer artículo, de Luis Reygadas, estima que entre 2000 y 2017 se graduaron en México casi seis mil antropólogos, formados en más de 50 programas de licenciatura, maestría y doctorado. La pregunta fértil no es por qué este libro, ya de 400 páginas, no se ocupa de las 5 760 tesis producidas en ese periodo, sino qué pasó en comparación con el lapso 1950-1967, cuando se titularon en México 42 antropólogos, 29 en licenciatura y 13 en maestría.
Sabemos que hubo un salto en el acceso a la educación superior de un tiempo a otro. También crecieron las licenciaturas y posgrados y, desde la creación del SNI, los estímulos y exigencias para que los investigadores investiguen. La multiplicación de centros de formación antropológica en zonas diversas facilitó que más estudiantes se incorporen, que las disciplinas amplíen sus temas e inserción social. A los clásicos estudios sobre grupos étnicos, poder político, artesanías y fiestas, cuestiones agrícolas y campesinas, se añadieron otros acerca de migraciones y comunidades trasnacionales, género, consumo, jóvenes, tecnologías y culturas contemporáneas, entre muchos más. El saber antropológico importa ahora en movimientos sociales y el diseño de políticas culturales, el conocimiento de los públicos, la economía informal y las empresas privadas. Quienes tienen menos de 40 años, muestra el artículo de Reygadas, ya no trabajan mayoritariamente en la academia o el sector público.
Es inevitable que, si los antropólogos no dejamos el conocimiento de las metrópolis sólo a los sociólogos y urbanistas, ni el análisis de los medios y las redes sociales a los comunicólogos, ni el de los empresarios a los economistas, interactuemos con ellos y a veces los incorporemos a nuestros equipos de investigación. No escasean los especialistas en otras disciplinas que también son antropólogos y vienen elastizando la tarea etnográfica, como hace José Carlos Aguado Vázquez al mostrar los recursos que el saber psicoanalítico provee al trabajo de campo para valorar la autonomía de los sujetos y el sentido psicocomunitario de sus actos. Por otro lado, la vasta aportación etnográfica del cine mexicano —producida por documentalistas sin formación antropológica, como dispositivos para la lucha política o formas de gestión intercultural— ofrece un material riquísimo para comprender, dice Antonio Zirión Pérez, las visiones de los “indios incómodos” los “nobles salvajes”, los “indios domesticables”, oprimidos, las mujeres indígenas con cámaras, los indígenas rebeldes en el ciberespacio, y también el México exótico, el folklore en peligro de extinción y las redes disidentes de la circulación comercial, en las que participan algunos antropólogos.
Cambian, entonces, los recursos teóricos cuando se combina la et nografía tradicional con los métodos, técnicas y hasta las definiciones de otras disciplinas sobre el objeto de estudio: la permanencia presencial en el lugar de vida de los “informantes” se extiende a comunicaciones virtuales entre ellos y con ellos. Hace 20 años James Clifford dudaba si alguien que estudiara la cultura de los espías de las computadoras lograría que su trabajo se aceptase como tesis de antropología (Clifford, 1999); hoy la pregunta es cómo hacerlo y controlar los datos aun cuando no se haya estado nunca en contacto físico con el espía.
Antes de llegar a estas incertidumbres, la antropología mexicana vivió tres etapas. Acompañó la formación de la nación posrevolucionaria en zonas rurales buscando integrar a los grupos indígenas (Manuel Gamio, Moisés Sáenz y Julio de la Fuente); luego —bajo influencia del marxismo— se ocupó de los campesinos para contribuir a una emancipación en la que los indígenas, en tanto trabajadores rurales, serían sumables a los migrantes, los pobres urbanos y los universitarios; más tarde, las ciudades, lugares donde pasó a habitar tres cuartas partes de la población, modificó la experiencia de “estar en el campo”. La noción de comunidad, dice María Ana Portal, no podía trasladarse de los pueblos indios a las escalas variables de agrupamiento urbano: ¿qué podría ser una comunidad en la metrópoli: una colonia, un barrio, una unidad habitacional? ¿Qué significa conversar con un extraño, extrañarse, esa tarea indispensable para conocer lo distinto?
Se abrieron, dice Portal, nuevos modos de trabajar en el campo con lo heterogéneo y de hacer etnografías con fragmentos, escribiéndolas y también filmándolas, moviendo a participar a los pobladores, a los grupos, a asociaciones de vecinos, de mujeres, de jóvenes, y devolviéndoles su memoria en un libro o un video. La antropología no es sólo producto de diálogo, sino de intercambios.
También se vienen cerrando espacios en las zonas de peligro. Hemos tenido que aceptar a dónde ya no se puede ir, aprender cómo sobrelleva la gente los riesgos en cada lugar, con las consecuencias que detecta Margarita Zárate en su artículo sobre Veracruz. Para decirlo de un modo radical, es preciso imaginar formas de hacer antropología en zonas donde uno de los riesgos es que nuestra disciplina sea orillada a repetir lo que hace la guerra entre carteles y la negligencia o complicidad del Estado: desaparecer o inmovilizar a los ciudadanos. Aquí vemos un motivo más para la comunicación digital, las plataformas, como “terreno” de campo. También para transitar otras fuentes de información además de las clásicas orales y escritas.
¿Qué se pierde y qué se gana cuando la relación cara a cara no es todo? ¿Cómo validar lo que nos dicen a distancia? Sí, a veces se vuelven inciertos los resultados del trabajo de campo, pero, ¿acaso la historia de la antropología predigital, presencial, no está cargada de desmentidos del antropólogo que llegó una década más tarde? O del mismo investigador que llegó primero y años después se dio cuenta de otras claves para lo observado.
Si bien este libro tiene la inevitable limitación de no poder abarcar la enorme expansión de temas y líneas teórico-metodológicas, ofrece un paisaje muy variado de los cambios en las últimas décadas. No se ensimisma en los asuntos mesoamericanos o en las cuestiones étnicas, como gran parte de la bibliografía clásica y de sus balances. Tampoco queda en una mera oscilación entre las prácticas y concepciones de los antropólogos mexicanos y los estadounidenses, claves en gran parte del siglo XX. Se reconocen aportes de numerosos investigadores de otras nacionalidades radicados en México. Dice Portal: “El trabajo de Angela Giglia (italiana) y Emilio Duhau (argentino) sobre el desorden urbano en la Ciudad de México, difícilmente lo habría podido observar un antropólogo mexicano para quien este ‘desorden’ es una situación evidente e incuestionable de la realidad cotidiana (Giglia y Duhau, 2008)”. Esta obra reflexiona sobre los desafíos actuales de la antropología mexicana citando las contribuciones de Francisco Cruces (español), George Devereux (francés), Myriam Jimeno (colombiana), José Bengoa (chileno), Rosana Guber (Argentina), Gayatri Spivak y de otras nacionalidades.
La internacionalización de la antropología mexicana se acrecienta, asimismo, en redes de colaboración con científicos sociales de muchos países latinoamericanos. Tales intercambios reconfiguran antiguos objetos predilectos de los antropólogos. Las cuestiones étnicas e interétnicas deben incluir ahora oleadas migratorias lejanas; en Tijuana y otras ciudades de la frontera mexicano-estadounidense, ade más de cruzarse indígenas y regiones de México, llegan centroamericanos, chinos, haitianos y africanos. Los capitales transnacionales remodelan los modos locales (o estadounidenses) de organizar el trabajo. Laura R. Valladares recorre las mutaciones en las disputas entre etnias y Estado nación al rehacerse en tiempos de neoliberalismo globalizado e intercultural, al nutrirse las resistencias latinoamericanas con enfoques descoloniales originados en Asia y desplegados en Estados Unidos. Es iluminador su recuento de los feminismos indígenas, territoriales y conscientes de su horizonte transnacional, donde se experimentan novedosas alianzas: “no se trata de un movimiento separatista, sino de una apuesta donde los distintos feminismos se articulan” con “voces mestizas e indígenas, activistas y académicas, luchadoras sociales y defensoras de los derechos humanos”.
En esta perspectiva emerge un asunto que la antropología dejó tradicionalmente en manos de la sociología política: ¿cómo ser ciudadano? Si bien lo tratan algunos antropólogos dedicados a procesos electorales, poco comprendemos de la desafección ciudadana como proceso sociocultural y comunicacional. Suele vérsela como debilitamiento de las formas democráticas de representación, pero es mucho más que eso desde que la videopolítica llevó las disputas de las plazas a las pantallas y ahora porque los algoritmos sustraen y reorganizan nuestros datos y opiniones. Los partidos, sindicatos y movimientos sociales, entre ellos los étnicos, son reducidos y reubicados en una constelación de poderes que espían nuestra intimidad y nos reemplazan en la toma de decisiones.
Los indígenas, a la vez que subsisten en comunidades rurales, des de mediados del siglo XX se vuelven trabajadores urbanos que reformu lan los modos de habitar las ciudades y generan ciudadanías plurales. La universalidad de derechos, afirmada por la doctrina liberal, se desdobla en estrategias de sobrevivencia y acciones políticas diferenciadas, combinaciones nuevas de recursos educativos y de salud. Adriana Aguayo documenta cuánto contribuyen estas comunidades étnicas urbanas a crear ciudadanías menos formales que la noción abstracta de raíz europea. Surgen ciudadanías sustantivas, con énfasis en derechos de lengua y solidaridad, menos radicados en cada in dividuo que en maneras colectivas de producción y apropiación. Forman parte del proceso de ampliación contemporánea de los derechos sociopolíticos a los culturales, étnicos y ecológicos. Los indígenas, a semejanza de los migrantes, reivindican la ciudadanía como algo que puede negociarse ante más de un Estado, no sólo en relación con su territorio de origen.
Los vínculos entre ciudadanos y Estados disminuyen su protagonismo cuando la resistencia toma como referencia, más bien, acciones solidarias de la sociedad civil. El análisis de Ana Paula Castro Garcés y Pablo Castro Domingo sobre la 72 Hogar Refugio para Personas Migrantes, en Tabasco, muestra que necesidades básicas de centroamericanos que cruzan México —hospedaje, comida, atención médica y asesoría jurídica— no son ofrecidas por los servicios de migración sino por esta institución franciscana y por Médicos sin Fronteras. El hecho de que una organización católica incluya en sus beneficiarios a migrantes de la comunidad LGBTTTI evidencia desplazamientos aun en instituciones tradicionales.
La multiplicación de actores, que se mueven de sus lugares convencionales, ha llevado, desde el periodo de auge del posmodernismo, a aceptar la fragmentación de lo social como una tendencia inexorable. Sin duda, la caída de grandes relatos unificadores —cristianismo, liberalismo, marxismo— y, al mismo tiempo, la interrelación de conjuntos poblacionales y culturales de difícil convivencia indujo a cancelar las preguntas por la totalidad social. Una visión de la antropología como estudio sólo de lo local o de etnias o regiones separadas parecía favorecida por esta focalización en lo particular y lo micro.
Sin embargo, la interdependencia entre culturas acentuada por las migraciones y los intercambios globalizados (de mercancías físicas, mediáticas y virtuales), así como la concentración empresarial mundializada de bienes y servicios, pone en el centro la cuestión de la totalidad —o las totalizaciones— que abarcan nuestras vidas en sociedades distantes. La desglobalización o repliegue de tantas naciones en la segunda década del siglo XXI (Brexit, Trump, etcétera) no quita fuerza a las guerras comerciales y socioculturales que nos siguen exigiendo interactuar. Las crecientes caravanas de migrantes de países latinoamericanos, de las que se ocupa este libro, o de África y Asia a Europa, la exasperación de la xenofobia y las indignaciones contra los monopolizadores globales de datos evidencian que las preguntas por cómo nos totalizamos siguen importando.
¿Por qué la antropología, que tanto contribuyó a pensar vastos conjuntos poblacionales (en México la formación multiétnica de la nación) y a analizar críticamente los colonialismos, no va a poder renovar sus instrumentos para dilucidar cómo convivimos actualmente en grandes escalas? Debemos preguntarnos, entonces, si nuestro objeto principal de estudio debe ser la cultura, o culturas aisladas, es decir la diversidad, o más bien la interculturalidad.
Varios artículos del libro se hacen cargo de implicaciones de esta redefinición de la tarea antropológica. ¿Hay lugares distintivos de esta disciplina? ¿El barrio, el pueblo, el salón de baile, la iglesia, el tianguis o el centro comercial? ¿Son los sitios donde habitamos u otros los “productores de un sentido común, con formas de expresión y un lenguaje específico que atraviesa los sujetos que los habitan”? pregunta Angela Giglia. Necesitamos pensar como lugares también las plataformas (Google Maps, Waze) que guían nuestra movilidad urbana e invitan a subir fotos de sitios o comentarios útiles para otros habitantes o transeúntes. Los espacios inmateriales o los discursos sobre los que están físicamente en el mapa se hallan en el núcleo de los desafíos; “la etnografía del lugar empieza hoy frente a la pantalla del teléfono”, dice Giglia.
En el interjuego entre lugares tradicionales que siguen importando como configuradores de lo social, las plataformas y la indagación de totalizaciones —un orden metropolitano, una geopolítica de la interculturalidad, la dispersa constelación de datos en los algoritmos— se están decidiendo los sentidos que hoy debemos explorar en las ciencias sociales. Seguimos necesitando estudios monográficos de casos que parecen únicos y también los intercambios con lo que no está a la vista o nos exige otras experiencias de la presencia, la distancia y lo que no parece claro dónde está ni cómo se decide.
Entre los méritos de este libro encontramos el que sus autores reelaboren lo que vieron como descubrimientos en sus investigaciones, o de equipos en los que participaron y tesis que dirigieron, o sea reabrir las vitrinas construidas por la antropología en el siglo XX. El conocimiento de objetos, personas y clasificaciones con los que la disciplina mostró su fecundidad para contribuir a desarrollar la nación se extiende hoy a otras interacciones conflictivas de una sociedad que se descompone, se rehace con dificultad, parece a veces cerrarse a la comprensión de sus dramas y estimula, por eso, a ensayar nuevas entradas.
Borges, Jorge Luis (1998) Prólogos con un prólogo de prólogos, Madrid, Alianza Editorial.
Clifford, James (1999) Itinerarios transculturales, Barcelona, Gedisa.
* Profesor-investigador distinguido de la Universidad Autónoma Metropolitana e Investigador Emérito del Sistema Nacional de Investigadores.
¿Cuántas formas podría haber de repensar la antropología mexicana? Esta es una pregunta que la antropología se ha hecho cada vez que emprende la tarea reflexiva para poder comprender qué es lo que hicimos, cómo lo estamos haciendo, y para qué lo hacemos. En una conocida disertación al respecto, Adam Kuper debatía si debían ser los historiadores o los antropólogos quienes realizaran esta tarea. Del mismo modo, podríamos preguntar si el enfoque que debemos privilegiar es el estudio del desarrollo de las ideas en la antropología (en cuyo caso requeriríamos de la filosofía de la ciencia), o si debemos enfatizar en el contexto y el entramado social que le han dado sustento al quehacer de los antropólogos (en cuyo caso sería una tarea para la sociología de la ciencia). El texto Repensar la antropología mexicana del siglo XXI. Viejos problemas, nuevos desafíos coordinado por María Ana Portal, que incluye los textos de catorce autores, toma la ruta de hacer esta revisión desde el punto de vista de los practicantes de la disciplina y desde sus propias experiencias.
Repensar la antropología mexicana del siglo XXI es sin duda un ejercicio de actualización útil sobre algunos de los problemas sociales que ocupan a las antropólogas y antropólogos, de las preguntas que orientan la investigación, y de las teorías y métodos que están siendo usados para estudiarlos. Pero en una lectura más profunda, el texto es un ejercicio robusto que se propone repensar qué es la mexicanidad en el siglo XXI, cómo ha cambiado la antropología en el nuevo milenio, quiénes practicamos la disciplina después de un siglo de su institucionalización en el país, cómo contribuye nuestra disciplina a entender los profundos cambios que vive la sociedad, y cuál es la relación entre los diversos actores que participan en la investigación y la docencia antropológicas en nuestro país.
Esta segunda intención del libro que nos ocupa, surge en un momento en el que varios programas de trabajo a nivel latinoamericano y mundial se proponen revisiones similares. Por un lado, encontramos el proyecto Antropologías del Mundo que se propone como un ejercicio para conocer, visibilizar, e incidir en las desigualdades entre las antropologías del Norte donde la disciplina surgió, y las miradas desde el Sur, donde la antropología ha tomado una gran preponderancia y ha construido una mirada crítica. Por otro lado, encontramos esfuerzos como el proyecto Otros Saberes para replantear la práctica de la antropología de manera que reconozca el papel protagónico que juegan quienes hasta ahora han sido vistos como el objeto de la investigación disciplinaria, en la construcción del conocimiento antro pológico sobre el mundo contemporáneo.
La argumentación básica que encontramos en los trabajos compilados en esta obra es que al iniciar el siglo XXI, la definición institucional de qué es la nación mexicana ya había cambiado, y la antropología como disciplina estaba también sujeta a grandes cambios. De ahí que podemos advertir la importancia de revisar a la luz de los aportes del libro mismo lo que podemos entender en el siglo XXI por “antropología mexicana”.
Para contextualizar esta reflexión, quisiera proponer que la antropología en México ha pasado por tres etapas subsecuentes. La primera de ellas, la etapa internacional, tuvo como uno de sus principales impulsores a Manuel Gamio quién se formó en los Estados Unidos y con el apoyo de Franz Boas promueve la institucionalización de la antropología en nuestro país. Gamio, escribió la conocida obra Forjando Patria en anticipación a los trabajos de redacción de la Constitución Mexicana de 1917, y con ello contribuyó de manera importante a construir un sentido de la mexicanidad que incluyera a la numerosa población indígena de nuestro país, aunque subsumiéndola en un proyecto modernizador que proponía la configuración de una única cultura nacional. Manuel Gamio contribuyó a conocer a la población indígena del país, y al mismo tiempo realizó investigación sobre los mexicanos en Estados Unidos. De esta manera, por un lado la antropología en México surge en el marco de una relación internacional, al mismo tiempo que contribuye a la consolidación del hábitus de la nación donde finalmente se institucionalizó.
En la segunda mitad del siglo XX, se inicia un periodo multinacional de la antropología a partir de la incorporación de marcos teóricos e investigadores formados en otras latitudes quienes se suman a las demandas indígenas del país, para cuestionar el modelo de unidad cultural subyacente en el modelo de nación existente. Esta antropología, crítica y comprometida como lo muestran las contribuciones en este libro, contribuye con los movimientos indígenas para introducir en la constitución una transformación del sentido de la mexicanidad y proponer un modelo multicultural (y más tarde pluricultural) de nación. Es en estos mismos años que se introduce una modificación en la constitución que permite el reconocimiento de la población de origen mexicano en otros países como connacionales, con lo que se termina con el modelo de estado-nación imperante hasta ese momento que suponía la unidad entre una nación, un territorio, subordinados a un gobierno, para dar paso a una nueva relación entre el estado y una nación pluricultural y diaspórica.
El fin del nacionalismo como lo conocimos en el siglo XX coincidió también con una transformación en la estructura disciplinaria de la antropología. Esta transformación puede encontrarse en los escritos de Ángel Palerm, quién sostuvo que las antropologías nacionales que hoy conocemos como antropologías del Norte (culturalismo estadounidense, antropología social británica, etnología francesa) se sustentaban sobre una matriz colonialista. El marxismo sería el instrumento para romper con el colonialismo, pero el marxismo mismo había sido influido por ideologías nacionales (maoísmo, stalinismo, etc.) por lo que requería de la antropología para su transformación. La crisis conjunta del marxismo y la antropología señalada por Palerm, desde mi punto de vista, señala el origen del periodo transnacional de la antropología.
En este periodo transnacional, fenómenos como la migración, con su consecuente implosión del campo en la ciudad como muestra Adriana Aguayo y del tercer mundo en el primer mundo como suponen los estudios de migración internacional de Ana Paula y Pablo Castro, provocaron lo que Michael Kearney llamó “el fin de la distancia radical entre el Yo antropológico y el Otro etnográfico”. Lo mismo sucede con el reconocimiento de los aportes teóricos de las poblaciones que hasta ese momento se consideraban sujetos de estudio antropológico. Por otro lado, los cambios en la tecnología obligaron a una reflexión sobre categorías básicas como el tiempo y el espacio.
Entonces, en esta etapa de la antropología mexicana que hemos caracterizado como transnacional, podemos encontrar tres tipos de transformación que son referidos en este libro y que revisaremos en los siguientes párrafos. En primer lugar, encontramos cambios en la demografía y estructura de la disciplina. En segundo lugar, vemos cambios en la forma en que la disciplina conoce la realidad que estudia. Y finalmente, encontramos cambios en la manera en que la realidad es concebida o conceptualizada.
Las antropologías nacionales del Norte, como se les ha llamado, tenían configuraciones subdisciplinarias propias. El modelo desarrollado en Estados Unidos era el de los cuatro campos que incluían por ejemplo a la arqueología y la lingüística, mientras que las divisiones subdisciplinarias de la antropología social británica se alineaban con la política y la economía entre otras disciplinas. La contribución de Carlos Aguado en este volumen nos permite pensar que la antropología mexicana en su periodo transnacional, experimenta nuevas alianzas con otras disciplinas como la psicología, y lo mismo podemos inferir de los trabajos de Angela Giglia cercanos a la urbanística y la geografía, y de Antonio Zirión y Ana Paula y Pablo Castro vinculados a las artes.
El trabajo de Luis Reygadas nos alerta de un cambio demográfico en la antropología, pues los egresados de los planes de formación a nivel licenciatura y posgrado han multiplicado el número existente de profesionales en la sociedad, y al mismo tiempo se enfrentan ahora a un mercado de trabajo precarizado. Pero sabemos también que los nuevos antropólogos incluyen a un porcentaje mayor de otros géneros que no son el masculino, provienen de sectores económicos menos favorecidos de la sociedad y representan un número mayor de orígenes étnicos, religiosos e incluso nacionales, diferenciándose así del perfil profesional de las etapas anteriores de la antropología. En cierta forma las autoras y autores que participan en este libro expresan esa nueva sociología con una presencia mayoritaria de mujeres, y una diversidad de orígenes nacionales y lingüísticos.
Esta nueva sociología de la antropología mexicana es sólo un punto de partida para entender el cambio en el lugar que ocupa el sujeto que hoy construye el conocimiento antropológico. La descolonización del conocimiento antropológico, pero sobre todo de su práctica, ha llevado al surgimiento de otras epistemologías que reconocen el papel como etnógrafos y teóricos de la realidad contemporánea, de quienes antes se veían al margen de la disciplina. No solamente me refiero a la creciente diversidad de quienes han egresado de los programas de formación antropológica, o a quienes han sido formados en programas educativos propios (como lo señala en este libro Roxili Nairobi Meneses), sino por el reconocimiento del poder analítico e interpretativo de la realidad que otorga el conocimiento situado y la diversidad de saberes de minorías sociales varias (como lo indica en su colaboración Laura Valladares).
Este cambio epistemológico en la antropología mexicana del siglo XXI, tiene su contraparte en la revisión reflexiva sobre el trabajo etnográfico y teórico disciplinario como nos muestra María Ana Portal en su contribución. Hay en ello un recurso a la nación de simetría, pues entonces el reconocimiento del potencial descriptivo y analítico de quienes se encuentran en los márgenes de la disciplina tiene su correlato en la revisión crítica de las implicaciones que tiene para el conocimiento el lugar que ocupa la o el antropólogo en la academia y en la sociedad. No se trata solamente del lugar de privilegio que ocupen en las universidades e institutos, sino también su posición de subalternidad relativa respecto a las élites nacionales (como lo muestra en su contribución a este libro José Antonio Melville); así como su posicionamiento y experiencia en la sociedad como nos mues tra Margarita Zárate en su discusión sobre la violencia en su estado natal y el papel de sus propios afectos en el proceso de comprensión de dicho fenómeno.
La antropología en general, y la mexicana en particular lleva déca das en revisión. Si en la década de los ochenta del siglo pasado la expresión más usada era la de “crisis de la antropología” (la crisis de la representación, la crisis del marxismo, la crisis de la antropología con sesgos nacionalistas y colonialistas, etc.) hoy se usa el concepto de “giro” para caracterizar las nuevas propuestas. Se habla así del “giro epistémico”, del “giro ontológico” pero también del “giro afectivo” y del “giro de los sentidos” en la antropología contemporánea.
Estos “giros” nos ayudan a ordenar las nuevas estrategias para conocer la realidad (giro epistémico), pero también para enfrentar el hecho de que la realidad ha cambiado (giro ontológico). Un ejemplo de esto último, es el hecho de que hoy en día el “campo” donde se hace investigación incluye no solamente los espacios públicos y los privados, sino también los espacios cibernéticos, como lo explica Angela Giglia en su discusión donde nos invita a repensar aquello a lo que nos referimos con el concepto de “lugar”. Los conceptos básicos que usamos para pensar la realidad, se refieren a una realidad que ya cambió, y los recursos para conocer esa nueva realidad requieren de abrir nuevos sentidos más allá de la “observación participante”, para incorporar el oído, el tacto, así como la memoria y los sentimientos como lo explica Rocío Ruiz.
Repensar la antropología mexicana del siglo XXI es una tarea urgente y necesaria para resituarnos como practicantes de la disciplina en la sociedad contemporánea. Este libro es para ello un recurso fundamental.
* Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztaalapa. Departamento de Antropología.
La ciencia es hija de su tiempo, y nuestro tiempo —el de la globalización y el neoliberalismo— se ha caracterizado por grandes y profundas transformaciones en todos los ámbitos de la vida social, lo que nos obliga a enfrentar nuevas realidades, nuevos retos en la construcción del conocimiento y nuevas formas de afrontar los viejos problemas en la investigación social. En ese marco, cuestionarnos cómo estamos produciendo los saberes antropológicos, qué preguntas estamos elaborando y de qué manera estamos haciendo investigación de cara a esas transformaciones, resultan cuestiones muy relevantes de intentar responder.
Consideramos que mientras la sociedad se mueve de manera vertiginosa, la ciencia no siempre lleva ese ritmo de cambio y adaptación conceptual y metodológica. En el caso de la antropología, sus transformaciones se han dado de manera silenciosa, casi sutil. La vigencia de los temas clásicos a los que se ha abocado —cultura, identidad, alteridad, diversidad, etnicidad, entre otros— han favorecido este ritmo tal vez más pausado que en otros campos científicos como la física, la medicina, o la astronomía.
La vorágine social y los ritmos transformatorios de la antropología no parecen haber impactado de manera definitoria en los temas nodales de nuestra disciplina o en su propia existencia. Los temores expresados por B. Malinowski en el “Prólogo” a su emblemático libro Los argonautas del Pacífico Occidental, concebían —de una manera bastante pesimista— la desaparición del “objeto” de estudio de la antropología (y con ello posiblemente de la disciplina misma) a partir del desarrollo del capitalismo:
La etnología se encuentra en una situación tan lamentablemente ridícula, por no decir trágica, que a la hora de empezar a organizarse, a fraguar sus propias herramientas, a ponerse a punto para cumplir la tarea fijada, el material de su estudio desaparece con una rapidez des esperante. Precisamente ahora que los métodos y fines de la investigación etnológica han tomado forma, que personas bien preparadas para este trabajo han comenzado a recorrer los países salvajes y a estudiar a sus habitantes, estos salvajes se extinguen delante de nuestros propios ojos. […] La esperanza de ganar una nueva visión de la humanidad salvaje gracias a los trabajos de especialistas científicos, aparece como un espejismo que se desvanece en el mismo instante de percibirlo. Pues si en el momento actual todavía hay gran número de comunidades indígenas susceptibles de ser científicamente estudiadas, dentro de una generación, o de dos, tales comunidades o sus culturas prácticamente habrán desaparecido. Urge trabajar con tenacidad, ya que el tiempo disponible es breve. Hasta el momento, tampoco el público ha tenido suficiente interés por estos estudios. Hay pocos estudiosos de la materia, y el estímulo que reciben es escaso. Por ello, no siento ninguna necesidad de justificar una investigación etnologica que es el resultado de una investigación especializada hecha sobre el terreno (Malinowski, 1976:13).
Sin embargo, este pronóstico apocalíptico se canceló en la medida en que los antropólogos comprendimos y asumimos, a lo largo del tiempo, que lo que define a la antropología no es sólo un objeto, sino una forma de mirar, de construir y de elaborar conceptual y metodológicamente un problema. La antropología se abrió entonces al estudio de hechos y grupos sociales, de problemas y temáticas diversas, para lo cual ha tenido que repensar tanto las categorías que le son útiles, como las técnicas y métodos que le llevarán a mejores resultados. Esto nos ha llevado a procesos de deconstrucción de las fronteras históricas entre disciplinas, de tal suerte que nos hemos acercado de manera importante no sólo a la sociología, sino a la historia, a la ciencia política, al psicoanálisis, al derecho, a la geografía, al urbanismo, a la ciencia política, entre otras, dialogando —implícita o explícitamente— con otros marcos conceptuales y con otras aproximaciones metodológicas que nos han enriquecido. Este proceso no es nuevo, sin embargo, considero que en la actualidad el acercamiento inter-disciplinar se ha consolidado de manera importante conformándose en un reto metodológico y teórico sistemático.
Para consolidar este proceso reflexivo, es necesario reinterrogar no sólo las construcciones teóricas o los métodos específicos utilizados, sino también sus cruces con otras disciplinas y las implicaciones que ello tiene en nuestro quehacer.
El conocimiento no se reduce a una sola noción, teoría o idea. Son diversas las maneras en que nos podemos aproximar a los fenómenos sociales, así como son diversos los factores que entran en juego en el proceso de conocer. Las rutas que elegimos no son necesariamente tersas y generalmente conducen a más preguntas, a más cuestionamientos, y las más de las veces a crisis en torno a los fundamentos básicos de nuestros saberes. Siguiendo a Edgar Morin podemos pensar que:
Partimos del reconocimiento de la multidimensionalidad del fenóme no del conocimiento. Partimos del reconocimiento de la oscuridad oculta en el corazón de una noción esclarecedora de las cosas. Partimos de una amenaza que procede del conocimiento y que nos lleva a buscar una relación civilizada entre nosotros y nuestro conocimiento. Partimos de una crisis propia del conocimiento contemporáneo y que sin duda es inseparable de la crisis de nuestro siglo (Morin, 2010:24).
Crisis, oscuridad, amenaza, son motores de la construcción del conocimiento. La ciencia implica entonces movimiento y duda.
Para Morin, mientras más conocemos, más crece nuestra ignorancia ya que cada fenómeno social nuevo que abordamos, va abriendo nuevas perspectivas y plantea nuevos problemas (Morin, 2010). Un ejemplo de ello sería la cuestión de género. Mientras que a principios del siglo XX se le consideraba una cuestión biológica que debía abordarse exclusivamente por la medicina —con lo cual se “cerraba” su exploración— al paso del tiempo el mismo fenómeno se complejiza al comprenderlo mucho más allá de lo meramente biológico. Se abren entonces nuevas aristas sociales, psicológicas, políticas, entre otras, que nos enfrenta al hecho de que en realidad sabemos poco de dicho fenómeno y nos falta mucho por conocer. Lo mismo sucede en general con todos los fenómenos sociales que atiende la antro pología.
Lo anterior implica que la ciencia conlleva la idea del inacabamiento, tanto del objeto de conocimiento, como del conocimiento mismo.
Por ello cuando nos plantearnos la tarea de revisar el quehacer de la antropología mexicana en las últimas dos décadas, nos enfrentamos obviamente a una dimensión inalcanzable. Y como suele suceder, tuvimos que hacer un corte mucho más restringido, centrándonos en algunas de las investigaciones del Departamento de Antropología de la UAM-I e incorporando puntualmente a otros investigadores básicamente del INAH. No hay una explicación demasiado elaborada sobre esta selección. Cuando mucho hay una razón práctica: este libro se propuso desde la docencia. Cuando en 2017 impartí el curso de Antropología Mexicana en la Maestría de Posgrado en Ciencias Antropológicas de la UAM-I, pude constatar que, si bien hay una reflexión histórica sobre nuestra disciplina que nos permite revisarla hasta finales del siglo XX, poco se ha actualizado en las últimas décadas. Esto tiene que ver en parte por la fragmentación institucional, el crecimiento del gremio, y, de manera muy relevante, por los procesos cada vez más individualizados y en solitario en la generación de conocimiento. El curso antes mencionado fue una oportunidad de invitar a colegas a que expusiera qué están haciendo hoy, y qué problemas enfrentan en el proceso de hacer investigación antropológica. ¿Qué mejor manera de conocer lo que se hace en antropología que a través de los que lo están haciendo? Consideré entonces que esas interesantísimas participaciones podrían constituirse en textos que apoyaran el quehacer docente. De pronto estas clases impartidas por mis colegas se convirtieron en un momento de autoreflexión ya que al mismo tiempo que permitía a estudiantes conocer lo que hacen sus profesores —más allá del salón de clase—, le posibilitó al docente sistematizar su práctica de investigación y observarla “desde afuera”. Pero obviamente el número de participaciones fue limitado y era necesario ampliar las temáticas. De allí que consideré invitar a otros profesores y estudiantes de posgrado para generar un libro con algunas de las temáticas que en la actualidad se desarrollan y que reflejan las condiciones sociales, económicas y políticas del México contemporáneo. Para que éste no fuera nuevamente un conocimiento fragmentado y aislado, decidimos reunirnos para comentar y discutir cada texto, buscando, por un lado, consolidar ciertos ejes organizadores de las reflexiones, y por otro, aportar ideas puntuales con el fin de enriquecer los trabajos.
Aunado a ello, en el 2020 se cumplen 45 años de la formación del Departamento de Antropología de la UAM-I, lo cual impulsó este proyecto, pues en una coyuntura como esa resulta aún más importante hacer un alto en el camino para mirarnos como Departamento y como gremio.
Esta selección si bien —como señalamos arriba— no es exhaustiva, podemos considerar que es una buena muestra de lo que se está haciendo en la antropología mexicana del siglo XXI, que tiene una producción basta, original y novedosa, aunque, como gran parte del conocimiento latinoamericano, es poco visible para las academias anglófonas. Arrojar luz sobre el escenario de la producción de conocimiento latinoamericano se ha convertido en una suerte de misión para autores como Rossana Guber (2018) o Esteban Krotz (1993), entre otros. Esperamos que con este texto podamos abonar a dicha tarea.
Ahora bien, desde este pequeño —pero importante— universo reflexivo, trazamos una suerte de mapa en tres dimensiones: la primera en referencia a las prácticas antropológicas: qué se está haciendo dónde y cómo; la segunda en torno a cómo se están trabajando los temas considerados como “clásicos” de la antropología en las nuevas condiciones sociales imperantes y frente a viejos y nuevos paradigmas teóricos y metodológicos; y el tercero a partir de las nuevas temáticas a las que se enfrentan los antropólogos en México.
Evidentemente ésta es una organización formal y necesaria para articular el libro, pero no se puede pensar como una división tajante ya que los temas se trastocan y en todos los casos las aproximaciones son originales y estructuradas no sólo a partir de propuestas teóricas novedosas, sino que implican —en la mayoría de los casos— etnografías basadas en trabajo de campo directo, con información vigente, en donde las fronteras o intersticios entre disciplinas y temáticas emergentes requieren de nuevas construcciones conceptuales generando una suerte de espacio ambiguo entre territorios del conocimiento.