Edición en formato digital: abril de 2021
Título original: The Tale of Troy
En cubierta: ilustración de © Carlos Arrojo
© Roger Lancelyn Green, 1958
First published in 1958 by Puffin Books,
an imprint of Penguin Children’s Books which is part
of the Penguin Random House group of companies
© De la traducción, José Sánchez Compañy
Diseño gráfico: Gloria Gauger
© Ediciones Siruela, S. A., 2006, 2021
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Ediciones Siruela, S. A.
c/ Almagro 25, ppal. dcha.
www.siruela.com
ISBN: 978-84-18708-67-1
Conversión a formato digital: María Belloso
Nota del autor
Dioses y diosas de la Antigua Grecia
Coda
LA HISTORIA DE TROYA
1. Las bodas de Peleo y Tetis
2. El juicio de Paris
3. Helena de Esparta
4. La reunión de los héroes
5. El sitio de Troya
6. La aventura de Reso
7. La muerte de Héctor
8. Neoptólemo y Filoctetes
9. El robo de «La Fortuna de Troya»
10. El Caballo de Madera
11. La caída de Troya
12. Agamenón y sus hijos
13. Las aventuras de Menelao
14. Los viajes de Odiseo
15. Odiseo en Ítaca
16. El último héroe
La historia de Troya es la secuela natural de los Relatos de los héroes griegos, aunque el texto resulta completo en sí mismo. De hecho se trata de la última gran saga de la Edad Heroica, la culminación de los mitos y leyendas que la antecedieron y el preludio a la historia real de Grecia, de la misma forma que la Ilíada y la Odisea, los primeros y más grandes poemas supervivientes de la Antigua Grecia, constituyen el punto de partida de toda la literatura griega posterior.
Las diferentes partes que constituyen la historia de Troya han sido contadas con anterioridad de una forma o de otra, pero normalmente no son sino simples versiones de la Ilíada o de la Odisea, como la de Charles Lamb en Las aventuras de Ulises, o la de A. J. Church en La Ilíada de los niños. Los libros de narraciones de mitos y leyendas griegos añaden de vez en cuando uno o dos incidentes del resto del ciclo troyano, como la historia del Caballo de Madera, que forma parte de cualquier versión de la Eneida, de Virgilio. Pero la saga completa, en su conjunto, rara vez se ha incluido en una única obra. Quizás la versión más notable sea la que Andrew Lang recogió hace cincuenta años en su Relatos de Troya y Grecia, aunque la versión de la guerra de Troya que allí se ofrece se centra más en Odiseo, recreándose en sus hazañas y pasando por alto episodios importantes para la comprensión del ciclo en su conjunto.
Lang basó su historia en las fuentes obvias: la Ilíada, la Odisea y las Posthoméricas, de Quinto de Esmirna, aunque admitió en una carta a su hermano que no había tenido escrúpulo en añadir lo que le pareció conveniente para rellenar las lagunas del relato.
Estos tres poemas también han sido mis principales fuentes. Pero me he negado firmemente a tomarme libertad alguna con mis autoridades; dándose el caso además de que yo no había leído la versión de Lang y que no lo hice hasta haber concluido la mía. Dado que mi texto se ocupa de la saga de Troya en su totalidad, he lanzado mi red mucho más lejos de lo que Lang jamás se propuso, incluyendo desde fragmentos y resúmenes perdidos del Ciclo Épico, hasta poemas narrativos menores de Coluto y Trifiodoro; desde obras como el Áyax o el Filoctetes de Sófocles, la Orestiada de Esquilo y más de una decena de Eurípides, hasta la muerte de Cástor y Pólux según la describe Teócrito, o la tragedia de Córito en la pluma de Partenio. Pero una lista completa de mis fuentes resultaría tediosa y fuera de lugar. No obstante quiero resaltar que he jugado limpio con ellas: hasta donde yo sé no he falseado ni añadido un solo detalle, ni alterado ninguna leyenda, aunque a veces haya omitido algo o rebajado el tono cuando me ha parecido conveniente.
A esta afirmación debo añadir la confesión de la única variación consciente que me he permitido, he sugerido (sin basarme en autoridad alguna) que Helena y Menelao se separaron volviendo de Troya, lo que posibilitó que ella estuviera en Egipto antes de que él llegara. Esta variación facilita la introducción de los sucesos descritos por Eurípides en su Helena, sin tener que recurrir al «éidolon» o historia de la doble Helena propuesta por Estesicoro.
Aparte de una referencia a la historia medieval de Troilo, para este libro me he atenido por completo a autoridades clásicas. De hecho dispongo de fuentes griegas antiguas para todos los episodios salvo para los viajes de Eneas que, excepto en un par de detalles referidos a la caída de Troya, se basan en la Eneida. He resistido el impulso de recurrir a El deseo del mundo, el hermoso y conmovedor romance escrito en 1890 por Rider Haggard y Andrew Lang como secuela a la Odisea, que mejora los insatisfactorios resúmenes que hicieron Proclo y Apolodoro de las últimas aventuras y la muerte de Odiseo, que es todo lo que ha llegado hasta nosotros. Pero recomiendo encarecidamente este libro a mis lectores.
A día de hoy es innecesario hacer más comentario sobre el uso de los nombres griegos correctos de los dioses y los héroes de la Antigua Grecia. He añadido una lista de los equivalentes griegos y romanos. En deferencia a la tradición literaria general he utilizado la transcripción latinizada, tal como Febo Apolo por Feibo Apolo, y Circe por Kirke. He recurrido a la forma latina, Áyax, para el hijo de Telamón simplemente para distinguirlo de Aias, el hijo de Oileo, y he preferido recurrir a variaciones universalmente reconocidas como Príamo, Hécuba y Helena, en lugar de las griegas Príamos, Hékabe y Helen. Mas a Ulises me opongo rotundamente: es tan diferente de Odiseo como Júpiter y Juno lo son de Zeus y Hera. Los nombres romanos evocan fácilmente las artificiosas convenciones de la literatura épica de Virgilio, Ovidio y su tradición latina. Los auténticos nombres griegos nos abren de par en par las contraventanas mágicas. De su mano entramos directamente en la Edad Heroica, en la mañana brumosa y radiante de la leyenda y la literatura.
Escucha, como el océano en una playa del poniente,
el fragor y el trueno de la Odisea.
ROGER LANCELYN GREEN
Griego — Latino
Afrodita — Venus
Ares — Marte
Artemisa — Diana
Asclepio — Esculapio
Atenea — Minerva
Crono — Saturno
Deméter — Ceres
Dioniso — Baco
Eos — Aurora
Hades — Plutón o Dis
Hefesto — Vulcano
Helio — Sol
Hera — Juno
Heracles — Hércules o Alcides
Hermes — Mercurio
Hestia — Vesta
Perséfone — Proserpina
Poseidón — Neptuno
Rea — Cibeles
Selene — Luna
Zeus — Júpiter
Apolo, Pan1 y Hécate reciben el mismo nombre en las dos tradiciones.
1 Algunas tradiciones identifican al dios griego Pan con el romano Fauno.(N. del T.)
Pasa con una sonora risa, una palabra amistosa,
pensando en Rinto que descansa aquí a solas:
de las musas la menor y menos recordada ave
arrancó de la colina esta guirnalda suya.
De El griego de Nosis
En recuerdo de dos de mis autores favoritos,
RIDER HAGGARD Y ANDREW LANG,
que entre ambos escribieron El deseo del mundo,
primer libro que me orientó al estudio de las
leyendas y la literatura griegas.
Dulce era tu canto del deseo del mundo
cuando la vida era tuya. Ahora que tus días están gastados
a tus pies deposito mi lira de Lidia
y mi flauta frigia, para señalar tu cabeza.
Epitafio griego anónimo
Pues a última hora entre ellos surgió una amarga disputa
en el palacio de Peleo el día de sus esponsales,
cuando Peleo se unió a una diosa inmortal,
y allí fue invitado todo el panteón celestial;
salvo la diosa Discordia, que aun así trajo porfía,
y una manzana arrojó sobre la mesa nupcial.
ANDREW LANG, Helena de Troya
Para los antiguos griegos el Sitio de Troya era el principal y más grande acontecimiento de la Edad de los Héroes, esa época prodigiosa en la que los Inmortales que habitaban en el Olimpo, y a quienes ellos adoraban como a dioses, se mezclaban con los hombres y participaban en sus asuntos.
La caída de Troya marca el momento en que acaba la leyenda y comienza la historia. Aun así, la gran aventura hunde sus raíces en los primeros mitos de la formación del mundo, pues el relato de Troya comienza con la historia de Prometeo.
Prometeo era un Titán, un gigante proveniente de los tiempos más remotos. También era un Inmortal que, aun careciendo de los poderes de Zeus, era capaz de prodigios que incluso al Olímpico le estaban vedados, pues podía prever el futuro. También tenía el poder del amor, del que en principio Zeus carecía, y este amor fue entregado a la humanidad, a los pobres mortales de este mundo, a los que él había ayudado a moldear.
En los días anteriores a la creación del hombre, según cuentan las viejas leyendas, Zeus combatió y destronó a su terrible padre, Crono, un ogro espantoso que devoraba a sus hijos para evitar que se rebelaran contra él. Prometeo secundó a Zeus en esta pugna legítima, y le ayudó también a conseguir que la humanidad poblara la tierra devastada. Pero entonces, a causa de su gran amor, Prometeo desobedeció a Zeus y robó el fuego del Cielo para entregárselo al Hombre, lo cual le ponía en un segundo lugar respecto a los Inmortales.
Zeus furioso encadenó a Prometeo al monte Cáucaso, más allá del mar Negro. Prometeo predijo entonces que Zeus había de caer como también había caído Crono, y que tan solo él sabía lo que Zeus tenía que hacer para evitar ese destino.
Zeus amenazó, prometió y suplicó, mas en vano. Entonces, dominado por la rabia y la angustia, envió un águila para que devorara día tras día el hígado del pobre Titán inmortal, el hígado que todas las noches debía volver a crecer y renovarse. Pero incluso bajo este pavoroso tormento Prometeo no reveló su secreto.
El tiempo pasaba, y Zeus empezó a aprender la clemencia y el amor a través del sufrimiento y la zozobra que lo consumían, pues bien sabía que Prometeo en verdad podía anticipar el futuro, y que nada podría alterar lo que viera.
Cuando Zeus empezó a ayudar a los hombres que pululaban por la tierra sobrevino la Edad de los Héroes, y Zeus se unió a muchas mujeres mortales, a pesar de los celos terribles de Hera, su esposa Inmortal.
El último de los hijos mortales de Zeus fue el más grande de todos los Héroes, Heracles, el hombre más fuerte que jamás haya existido. Mientras Heracles viajaba por la tierra ejecutando sus Doce Trabajos y librándola así de muchas criaturas malignas, Zeus lo envió al Cáucaso para que soltara a Prometeo. No había condiciones ligadas a este acto de piedad, tras lo cual Prometeo pudo volver discretamente a su labor entre los humanos, a los que amaba.
Pero Heracles continuó con sus grandes hazañas, la última de las cuales fue aquella para la que Zeus le había engendrado: luchar al lado de los Inmortales en su gran guerra contra los Gigantes, contienda que no podía ser ganada a menos que un héroe mortal rematara a los Gigantes según iban cayendo derribados por los Inmortales.
Tras la victoria de los dioses, Zeus sintió que, por lo menos durante un tiempo, estaba libre de congojas y que podía dedicarse a divertirse y holgar con los demás Inmortales.
—No tendré más hijos mortales —dijo—, pues Heracles, el héroe que nos salvó de los Gigantes, debe ser el último varón de este linaje. Mas he oído hablar de una bellísima ninfa marina llamada Tetis; me uniré a ella y quizá tengamos una hija que sea la mujer más hermosa que jamás se haya visto entre los hombres.
Así fue como Zeus visitó las cavernas del océano, y descubrió que Tetis era tan bella e inteligente como se decía. Dispuso todo para celebrar un gran banquete nupcial, ordenando a todos los demás Inmortales que se prepararan para el mismo. Incluso la celosa Hera estaba tan feliz en aquellos días que no intentó evitar el enlace ni causar ningún mal a Tetis, como había hecho en el caso de otros devaneos de Zeus con mujeres mortales.
Mas súbitamente Prometeo, el buen Titán, vino hasta Zeus y le previno:
—Gran Zeus, aunque me trataste cruelmente al principio, bien sé que lo hiciste debido al miedo que te angustiaba. Nunca te hubiera dicho cómo evitar el peligro que se cierne inexorable sobre ti, el peligro del hijo que te ha de destronar como tú destronaste a tu padre, Crono, y que ha de reinar en tu lugar como tú reinas en el suyo. No, nunca te lo hubiera revelado por mucho que enviaras a tu águila a que me desgarrara el hígado. Mas tú sabes bien que el futuro, velado incluso para ti, en ocasiones aparece diáfano en mi mente. ¿Acaso te advertí en vano de la llegada de los Gigantes, y de que solo los derrotaríais si contabais con un Héroe humano fuerte y animoso que luchara a vuestro lado? Ese hombre era Heracles y la batalla tuvo el desenlace que yo había vaticinado.
Zeus inclinó la cabeza y asintió:
—Titán Prometeo, todo sucedió como tú dices. Al principio yo no sentía ningún amor por los hombres mortales, y te aborrecía por robar el fuego para entregárselo. Como tú dices, yo era cruel y despiadado, pero he aprendido gracias al sufrimiento, y ya no te odio ni te deseo ningún mal, aunque te niegues a declarar cuál es el peligro que me amenaza. Para demostrarlo envié a mi hijo, Heracles, a que matara con sus flechas el águila que te atormentaba y te liberara de tus ataduras, dejándote solo el Anillo del dedo como señal de tus padecimientos por la humanidad. Nada te pedí a cambio de tu libertad, y de hecho me congratulo sobre manera al verte de nuevo afanándote en favor de la noble raza de los hombres.
—Aunque puedo vislumbrar mucho del futuro —dijo Prometeo—, ignoro cómo puedan cambiar los corazones de los hombres o de los Inmortales. El tuyo se ha transformado, gran Zeus, y ahora puedo hablarle al Padre clemente de los dioses y de los hombres, advertirle del peligro que le acecha y hacerle saber cómo evitarlo. Escucha ahora la profecía que yo conocía desde el principio de los tiempos: «El hijo de Tetis será más grande que su padre». ¡Una cuestión tan nimia, un peligro tan fácil de eludir!, aun así ¡podría haber provocado la caída del mismísimo gran Zeus!
Una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de Zeus, que estalló luego en una gran carcajada de alivio y de gozo, y el trueno retumbó, mientras los relámpagos del verano encendían el claro cielo.
—¡Te lo agradezco de corazón, titán Prometeo! —exclamó—. Eres mi socorro y mi amigo una vez más. Casaremos a Tetis con un esposo mortal, y su hijo será el último de los héroes. He decidido que la gran guerra de Troya, la más grande y famosa ocasión de todos los tiempos, se produzca inexorablemente. Renombrados serán también los héroes que combatan en ella; mas con ellos la Edad de los Héroes tocará a su fin, y sobrevendrá la Edad de los Hombres, la Edad de Hierro.
El héroe elegido como marido de Tetis fue el argonauta Peleo, que había ayudado a Heracles y a Telamón a saquear Troya cuando su rey, Laomedonte, se negó a cumplir la promesa de entregar sus caballos mágicos a cambio de rescatar a Hesíone del monstruo marino.
Sucedió que Peleo mató por error a su amigo Euritión y, en consecuencia, fue obligado a abandonar su país. Fue a vivir a Yolco, donde reinaba Acasto, el hijo de Pelias, y allí vivió felizmente algún tiempo.
Pero entonces Zeus quiso que la reina Astidamía se enamorara de él, y que le suplicara que huyeran juntos. Peleo se negó: no estaba dispuesto a ultrajar de manera tan indigna a su anfitrión, robándole a su esposa. Astidamía se puso furiosa, y su amor se convirtió en un aborrecimiento tan profundo que no deseaba otra cosa más que verlo muerto. Fue hasta su marido con la calumnia de que Peleo había tratado de persuadirla de que se fugara con él, y que la había amenazado con llevársela a la fuerza si se negaba.
Naturalmente el rey Acasto se encolerizó. No deseaba asesinar a Peleo, que era su huésped, pero sí decidió provocar su muerte. De modo que él y sus nobles invitaron a Peleo a cazar en el monte Pelión, y propusieron un desafío consistente en ver quién era capaz de cobrar más piezas ese día.
Peleo era un montero muy diestro, y además poseía una espada mágica que le habían otorgado los Inmortales en reconocimiento de su virtud. Esta arma le garantizaba siempre el éxito en la caza y la victoria en el combate. En esta ocasión, como barruntaba una celada, cada vez que abatía un animal le cortaba la lengua y se la guardaba en el morral.
Al final de la jornada, Acasto y los suyos reclamaron todas las piezas como propias y se burlaron de Peleo por no haber matado ninguna fiera.
—Habéis cazado bien —respondió Peleo con voz tranquila—, pero a mí me ha ido aún mejor, ¡pues yo he abatido tantos animales como lenguas tengo aquí en mi zurrón! —Y con gesto sereno sacó sus trofeos, dejando en completo ridículo a Acasto y los suyos.
Pero sucedió más tarde ese mismo día que Peleo cayó dormido mientras descansaba en aquellos solitarios montes, y Acasto le robó la espada y la escondió bajo una pila de estiércol; luego, él y sus amigos se marcharon sigilosamente, dejándole solo.
Al atardecer Peleo se despertó para encontrarse abandonado, desarmado y rodeado de salvajes Centauros, que cerraban un círculo en torno a él para matarlo. Pero uno de ellos, Quirón el sabio, que había sido maestro de Jasón durante su infancia, vino en su rescate, le devolvió la espada y lo acogió en la seguridad de su propia cueva.
Allí enseñó a Peleo muchas cosas, y finalmente le instruyó sobre la forma de atrapar y retener a la ninfa marina Tetis, su futura esposa.
Peleo siguió sus indicaciones, acechándola en la costa al pie del monte Pelión y atrapándola mientras estaba desprevenida. Ella se metamorfoseó en fuego, agua, viento, árbol, pájaro, tigre, león, serpiente y sepia; mientras se mantenía en esta forma marina, Peleo la sujetó con fuerza y la apretó contra su pecho con tanta decisión que ella se rindió y recobró su figura original.
Entonces Peleo la hizo subir contra su voluntad por la ladera del monte Pelión hasta la cueva de Quirón, donde ella no tardó en recobrar la alegría y consintió en ser su esposa, pues Zeus le prometió dos cosas: que de esa unión nacería un hijo que sería el más famoso de los héroes que habían de luchar en Troya; y también que todos los Inmortales asistirían a sus esponsales.
En la vertiente del Pelión, junto a la cueva del sabio y viejo Quirón, el buen centauro, se preparó un banquete nupcial como nunca antes se había visto sobre la tierra. Los alimentos divinos de los Inmortales, el dulce Néctar y la especiada Ambrosía, fueron traídos del Olimpo en jarras y vajillas de oro y dispuestos sobre mesas de plata, y todos los Inmortales se reunieron para la fiesta. Las Musas entonaron dulces canciones y las Ninfas danzaron para ellos mientras Hefesto inundaba las cavernas de llamas diestramente manejadas que, sin causar daño alguno, irradiaban una suave luz que iluminaba todos los rincones.
Los Inmortales hicieron espléndidos regalos al muy honrado novio: una lanza sin igual de madera de fresno tallada por Quirón, pulida por Atenea y cuya punta había forjado el mismo Hefesto; y dos caballos que no podían morir, Balio y Janto, regalo de Poseidón.
Solo una Inmortal fue postergada ese día, de nombre Éride. Todos los demás habitantes del Olimpo la detestaban, pues era mezquina y desagradable. Sus otros nombres eran «Disputa» y «Discordia». Pero aun así se presentó, de forma inesperada, en el banquete.
—¡Aquí me tenéis! —exclamó con voz áspera—, ¡y aquí tenéis mi regalo! —Y arrojó una Manzana Dorada sobre la mesa, y se marchó soltando una carcajada. En la manzana estaban escritas estas palabras: «Para la más hermosa».
Tal como había previsto, la discordia se desató de inmediato allí donde, hasta ese momento, todo había sido paz y armonía; y se produjo una agria disputa sobre quién tenía más derecho a reclamar la manzana dorada.
—¡Es mía! —exigió Hera—. A mí, que soy la reina del Olimpo, me pertenece por derecho.
—¡Yo la reclamo! —intervino Atenea—. Yo, la hija mayor de Zeus. Y estableceré sin duda mi legítima demanda... ¡No en vano soy la inmortal Diosa de la Sabiduría!
—Las dos os equivocáis —terció Afrodita con un dulce murmullo—. Es mía. Nadie más tiene derecho a ese trofeo. ¿No soy acaso la Diosa Inmortal del Amor y de la Belleza?
Zeus acalló momentáneamente la porfía entre las tres Inmortales, y la boda terminó sin que su brillantez resultara deslucida.
Peleo y su bellísima esposa agradecieron a los Inmortales su presencia, se despidieron del amable Quirón y bajaron del monte Pelión para establecerse en su reino junto al mar. En poco tiempo Peleo reinaba también sobre Yolco, tras haber depuesto a Acasto y a su pérfida reina.
Los habitantes de su país recibieron con júbilo la vuelta del rey Peleo, el más virtuoso de los hombres, que había sido distinguido en tan alto grado por los Inmortales:
—Tres y cuatro veces seas bendito, afortunado Peleo, hijo de nuestro viejo rey Éaco —exclamaban—, y bendita sea también tu hermosa reina, Tetis. ¡Zeus mismo te la ha entregado por esposa y ha favorecido tu matrimonio, y te ha enaltecido con magníficos regalos! En verdad, Zeus te ha honrado entre los hombres y ha hecho de ti el más estimado de los héroes.
El rey y la reina moraron dichosos entre los suyos, aunque según se iban sucediendo los años iba creciendo en Peleo la aflicción, pues seis hijos nacieron de su unión con Tetis y los seis desaparecieron misteriosamente, sin que él llegara a averiguar qué había sido de ellos. Y Tetis parecía cada vez más reservada y silenciosa; y sus ojos se volvían con añoranza hacia las brillantes olas del mar, bajo las cuales había vivido antes de su boda con Peleo.
Entonces nació un séptimo hijo, al que llamaron Aquiles.
—Esposo mío —dijo Tetis—, haré que nuestro hijo sea invulnerable para que así sea el más grande de los héroes.
Y se lo llevó por la noche al río Éstige, el río negro del mundo subterráneo, y lo sumergió en sus infernales aguas. Mas, temerosa de que se ahogara o de que lo arrastrara la poderosa corriente, lo sujetó por el talón: y el talón y el empeine fueron las únicas partes de su cuerpo que no llegaron a ser tocadas por las aguas encantadas.
Cuando volvió con él a casa, Peleo exhaló un suspiro de alivio al ver al niño sano y salvo. Pero decidió vigilar cuidadosamente, y esa noche permaneció en vela aunque simulara estar dormido.
Pronto sintió que su esposa se deslizaba silenciosamente fuera del lecho, sacaba al niño de la cuna y, tras haberlo ungido con ambrosía, se dirigía al hogar donde crepitaba el fuego. Peleo observó horrorizado cómo Tetis colocaba al infante en medio de las llamas.
Saltó entonces de la cama y, con un grito, arrancó a Aquiles del fuego y se encaró furioso con Tetis, mas la ninfa se lamentó:
—¡Oh, pobre, pobre estúpido! ¡Si lo hubieras dejado, se hubiera convertido en inmortal y nunca hubiera conocido los estragos de la vejez! Pues todo lo que yo tenía que hacer era consumir su parte mortal tras haberlo signado con el alimento de los dioses. Cierto es, todos nuestros otros hijos perecieron en las llamas, pero esta vez lo habría conseguido, pues lo había bañado en el río Éstige y era invulnerable.
—Ahora adiós, triste Peleo —prosiguió con voz dura—. Nunca más me has de llamar tu esposa, pues vuelvo al mar para no regresar jamás a tu lado.
Con estas palabras huyó como un soplo de viento, se alejó del palacio desvaneciéndose con la rapidez de un sueño y se hundió en el océano. Peleo quedó desolado por la pérdida de su adorable esposa y no se volvió a casar nunca más, prefiriendo vivir en soledad todavía muchos años.
Cuando Aquiles era todavía un niño, su padre lo llevó al monte Pelión y se lo confió a Quirón, el centauro sabio. Allí creció el muchacho, alimentándose con médula de león, miel salvaje y carne de corzo; y Quirón le enseñó muchas artes: a cazar y a domar caballos, y también a tañer la lira.
Tetis, aunque había abandonado a Peleo, no dejaba de amparar a Aquiles. Cuando el niño tuvo nueve años presintió que un peligro se cernía sobre él y trató de eludirlo, escondiéndolo. Lo vistió de niña y lo envió a la isla de Esciros, donde Licomedes era rey. Allí Aquiles fue ocultado entre las demás doncellas que atendían a la joven princesa, Deidamía; y con el paso del tiempo casi llegó a creerse que también él mismo era una muchacha, llamada Pirra.
Todo esto hizo Tetis cuando la gran guerra entre Grecia y Troya estaba a punto de comenzar, pues bien sabía ella que, si Aquiles embarcaba con la hueste aquea, nunca más regresaría.
El origen de aquella guerra se encontraba en el día de las bodas de Peleo, pues la manzana dorada de la Discordia mantuvo a las tres inmortales, Hera, Atenea y Afrodita, discutiendo y peleando entre ellas hasta que Zeus ordenó a Hermes que las llevara al monte Ida, cerca de Troya, para que allí un pastor llamado Paris resolviera su querella.