1 Elorrieta, T. Liberalismo. (1926). Fue diputado y senador de las Cortes del Reino de España; indica que el término liberal nació como un mote de los absolutistas de las Cortes de Cádiz hacia los que defendían las libertades públicas.
2 Hayek, F. Los fundamentos de la libertad. Véase en el Post Scriptum el apartado Por qué no soy un conservador y en Fundamentos de la libertad. Este cambio de terminología implicaría redefinir el liberalismo y expulsar a casi todos los que en este libro están incluidos bajo el término liberal. Tras este cambio propuesto los cuatro grandes apóstoles, dice, serían Lord Acton, Burke, Macaulay y Gladstone, o que los únicos liberales del siglo XIX serían Tocqueville y Lord Acton. También rechaza la palabra libertario usada en Estados Unidos para marcar diferencias con los llamados liberales en otras partes.
3 El socialismo liberal es otra denominación eléctricamente confusa, pues aquí se introduce el término liberal para matizar al socialismo, que ha terminado por ver más atractiva la democracia liberal que la propia idea nuclear socialista. Y lo mismo podría decirse del liberalismo conservador, que parece demostrar un cierto acomplejamiento de la identidad conservadora.
4 Larraz, J. La época del mercantilismo en Castilla (1500-1700).
5 Fernández-Alvárez, A.M. La evolución institucional de la propiedad y de los derechos subjetivos en los siglos XVI y XVII en España. (2014). Efectúa una interesante distinción entre la Escuela Española Económica y la Escuela de Salamanca, así como una clasificación de sus integrantes.
6 Luis Vives hacía una clara distinción entre los pobres por desidia o vagancia y los que lo eran por circunstancias no queridas. Cree que la limosna es una cuestión de pura voluntariedad, pero hay un deber de ayudar a los menesterosos.
7 Grice-Hutchinson, M. El concepto de la Escuela de Salamanca: sus orígenes y su desarrollo. Revista de Historia Económica. (1989). Considera que la escuela española era de juristas y de moralistas que tratan de conciliar el nuevo orden económico que se asoma. La autora tiene varias publicaciones como especialista de primer nivel sobre la Escuela de Salamanca: El pensamiento económico en España 1177-174, Crítica, Barcelona (1978); The School of Salamanca. Oxford University Press, London (1952); La Escuela de Salamanca. Una interpretación de la teoría monetaria española. 1544-1606, Caja España (2005). Reconoce la autora que su primer y pequeño trabajo de investigación sobre la escuela respondió al ánimo que le indujo Hayek para que lo hiciera.
8 Una clara muestra de su carácter humilde y prudente se puede constatar con la lectura de la Epístola al lector de su obra Ensayo sobre el entendimiento humano. O en el epitafio de su tumba, que él mismo redactó: «Detente, viajero. Aquí yace John Locke. Si te preguntas qué clase de hombre era, él mismo te diría que alguien contento con su medianía. Alguien que, aunque no fue tan lejos en las ciencias, solo buscó la verdad. Esto lo sabrás por sus escritos. De lo que él deja, ellos te informarán más fielmente que los sospechosos elogios de los epitafios. Virtudes, si las tuvo, no tanto como para alabarlo ni para que lo pongas de ejemplo. Vicios, algunos con los que fue enterrado. Si buscas un ejemplo que seguir, en los Evangelios lo encuentras; si uno de vicio, ojalá en ninguna parte; si uno de que la mortalidad te sea de provecho, aquí y por doquier».
9 Locke, J. Ensayo sobre el entendimiento humano. Aquí se puede observar con claridad la influencia de Suárez —Escuela de Salamanca— sobre Locke.
10 La cursiva no aparece en el original.
11 La cursiva no está en el original.
12 Locke resalta esta diferenciación de manera contundente en un pequeño escrito llamado Venditio (1695) en el que señala que hay que dejar que los mercados establezcan los precios por un cruce de demanda y oferta, pero que hay un límite en el establecimiento de tales precios, que es cuando los precios son inalcanzables para algunos, ya que pueden llegar a poner en riesgo su supervivencia. Indica: «a menos que le den más de lo que son capaces, o explota tanto su necesidad presente que no les deja medios de subsistencia para adelante, ofende la regla común de la caridad hacia los hombres, y si alguno muere en virtud de esa extorsión, no hay duda de que es culpable de homicidio. Porque si bien toda la ganancia del vendedor surge de la ventaja de aprovecharse de la necesidad de otro, está muy lejos de ser permitido ganar de esa forma, pues debería asumirse por el vendedor alguna pérdida para salvar a otros de la muerte». Esta misma idea la reproduce en otro escrito económico denominado Algunas consideraciones sobre las consecuencias de la reducción del tipo de interés y la subida del valor del dinero (1692).
13 Esta indicación la efectúa en su Primer Ensayo sobre el gobierno civil dentro de Dos ensayos sobre el gobierno civil (1689) que no debe confundirse con la obra de juventud Dos tratados sobre el gobierno (1660) de calado autoritario.
14 La cursiva no aparece en el texto original.
15 El entrecomillado es del original y revela la llamada de Locke sobre el concepto lato de propiedad.
16 La cursiva no está en el original.
17 McPherson. Teoría política del individualismo posesivo. De Hobbes a Locke (1962).
18 En Ensayo sobre la ley de pobres (1697), que fue rechazada por rigurosa, Locke asume una idea bastante extendida en la época de que parte de los indigentes no son tales, sino que tratan de vivir a costa de los demás, o de que algunos exageran su indigencia. Es lo que él denomina «los falsos indigentes». Llega a proponer la supresión de las tabernas porque son lugar de corrupción. Igualmente entiende que a veces la pobreza no procede de la falta de trabajo, sino de la relajación de las costumbres. Incluso propone un burocrático sistema de control para delatar al vago que se hace pasar por falso indigente.
19 Montesquieu. El espíritu de las leyes. En el prefacio dice: «que no se juzgue el trabajo de 20 años por la lectura de un momento; que se apruebe o condene el libro entero, pero no solo algunas frases […] No he sacado mis principios de mis prejuicios, sino de la naturaleza de las cosas».
20 Aquí se manifiesta su pasión por la viticultura, pues él mismo tenía viñas en Burdeos y entre cuyos campales manifestó numerosas veces ser más feliz que en la suntuosa, fastuosa e imperial corte de París.
21 La cursiva no está en el original.
22 El espíritu de las leyes. «Todos los hospitales del mundo no bastarían para remediar esta pobreza particular, sino que, por el contrario, el espíritu de pereza que inspiran aumentaría la pobreza general y, por consiguiente, la particular».
23 Los llamados hospitales eran instituciones de asistencia social a los pobres.
24 La cursiva no está en el original.
25 En sus Memorias dice que es «gran admirador» suyo y que «es el único metafísico razonable», «audaz», «cuerdo»; en Cartas filosóficas le dedica dos cartas y señala que «nunca hubo quizá un espíritu más sensato, más metódico, un lógico más exacto que el Sr. Locke». Lo pone como ejemplo de conocimiento o dice que tiene «un espíritu sabio», que tiene «un gran sentido común» o que «es un sabio»; en El filósofo ignorante indica que «después de haber buscado tantas verdades y de haber encontrado tantas quimeras, volví a Locke como el hijo pródigo que vuelve a la casa del padre; me arrojé en brazos de un hombre modesto, que jamás finge saber lo que no sabe». O en Diccionario filosófico en el que guarda una entrada para Locke y del que dice que «Hay muy pocos que le hayan leído, pocos que le hayan entendido y ninguno a quien no debamos desear que poseyera las virtudes que poseyó dicho filósofo, que tan digno es de que se le llame sabio y justo». Igualmente, en Tratado sobre la tolerancia, obra que guarda relación de título con otra de Locke, Voltaire vuelve a mostrar su devoción intelectual por este al evocar que es un hombre «prudente». En sus otras obras no filosóficas, como sus cuentos, novelas u otras, también hace referencias indirectas a la doctrina de Locke, como por ejemplo en la curiosa obra Micromégas, en la cual unos extraterrestres conocen a los humanos y analizan sus formas de pensar, exteriorizando que el único filósofo cuerdo es un seguidor de las teorías de Locke.
26 En la parte segunda de esta obra Rousseau la inicia diciendo «El primero a quien, después de cercar un terreno, se le ocurrió decir ‘Esto es mío’, y halló personas bastante sencillas para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. Cuántos crímenes, guerras, muertes, miserias y horrores habrían ahorrado al género humano el que, arrancando las estacas o arrasando el foso, hubiera gritado a sus semejantes: ‘¡Guardaos de escuchar a ese impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son para todos y que la tierra no es de nadie!’».
27 Las cursivas aparecen en el original.
28 Las cursivas aparecen en el original.
29 Preámbulo de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos de 4 de julio de 1776.
30 Si bien es cierto que los estadounidenses fueron los primeros en plasmar los idearios de la libertad individual y de los derechos del hombre en textos oficiales como la Declaración de derechos del buen ciudadano de Virginia (12 de junio de 1776) o la Declaración de Independencia de los Estados Unidos (4 de julio de 1776), o incluso, la Constitución federal de Estados Unidos (de 1787, refrendada en 1788), anticipándose de esta forma a la Asamblea Nacional de Francia de 1789 con su Declaración de los Derechos del hombre y del ciudadano, no debe entenderse que se trata de un movimiento del oeste hacia el este, pues no puede soslayarse que el movimiento de pensamiento en que se sustentan tales declaraciones se fraguó en Europa lentamente, con sangre y con sufrimiento. Así pues, hay una correcta interdependencia entre el pensamiento europeo previo y los movimientos revolucionarios en Francia y en Estados Unidos.
31 La referencia a Francia es debido a su participación de la Declaración de derechos del hombre y del ciudadano que tanto le influyó, así como su devoción por la Revolución francesa en su fase no convulsiva.
32 El último de sus discursos presidenciales, en 1808 y tras ocho años como tercer presidente de Estados Unidos, haber sido vicepresidente del segundo presidente, y secretario de Estado del primer presidente, tras mencionar el «amor de su país a la libertad», lo cierra así: «llevo conmigo el consuelo de una sólida confianza, la de que el Cielo tiene reservadas para nuestro amado país largas eras de prosperidad y felicidad». La cursiva no está en el original.
33 El propio Kant —un moralista y nada utilitarista— manifestó que fue Hume el que le despertó del sopor de la filosofía para hacerle descubrir la filosofía política y la preocupación por los demás, una circunstancia digna por sí sola de prestigiar notablemente a Hume.
34 Mi vida (1776). Escribió: «Resolví hacer que una frugalidad muy rígida supliera mi escasez de fortuna, con el fin de proteger mi independencia, y considerar despreciables todos los objetivos, excepto el perfeccionamiento de mis talentos para la literatura».
35 Mi vida. Escribió: «Ningún propósito literario fue más desventurado que mi Tratado de la naturaleza humana. Nació muerto de la imprenta sin alcanzar siquiera la distinción de suscitar el murmullo entre los fanáticos».
36 La cursiva sí aparece en el original.
37 La cursiva sí aparece en el original.
38 La cursiva está en el original.
39 Simpathy viene a usarse con el sentido de «sentir con el otro», algo muy parecido a lo que hoy llamamos empatía, aunque no hay identidad de conceptos.
40 Primera memoria sobre el pauperismo (1835), Segunda memoria sobre el pauperismo (1837) y Carta sobre el pauperismo (1840).
41 En Souvenirs (1851) no solo menciona el socialismo, sino que le recrimina que ha creado un enfrentamiento de clases, un odio de clases, haciendo creer engañosamente a los pobres que la desigualdad de fortunas procede de un robo de los unos a los otros y que la diferente riqueza de unos y otros es contraria a la moral y a la sociedad natural; también debe tenerse en cuenta que en El antiguo régimen y la revolución (1856) reitera su idea y habla de las teorías destructoras, hoy llamadas socialistas, pero que no son nuevas, sino antiguas. Menciona reiteradas veces al socialismo originario en diferentes discursos parlamentarios.
42 La cursiva no está en el original.
43 La cursiva no está en el original.
44 Esta idea la mantiene tanto en La democracia en América, como en Souvenirs como también en su exigua nota del Pauperismo en Normandía, entre otras.
45 La democracia en América II. El interés del individuo consiste en hacer el bien y al hacerlo se hace bien a sí mismo y a la comunidad. En bien del Estado hay un cierto sacrificio del interés particular. Dice: «Todo americano sacrifica una parte de sus intereses particulares para salvar el resto».
46 Friedrich Hayek considera que es uno de los grandes pensadores del siglo XIX y fue Tocqueville el que le inspiró en el título de su reconocida obra Camino de servidumbre (1944), seguramente extraida por paralelismo de la usada por el francés: «camino de esclavitud».
47 Reconoce en Autobigrafía que tuvo una rigurosa y amplia educación que le permitió a la edad de once años leer griego y latín para estudiar a los clásicos en lengua vernácula, así como también tenía conocimientos amplios de filosofía, matemáticas, historia u otros saberes. Pero a pesar de su formación pasó por momentos psicológicamente duros. Este proceso de educación rigurosa, que le ocultó la existencia de las artes o de la poesía, así como de cualquier religión, creó un hombre con conocimientos pero sin sensibilidad. El resultado fue su gran crisis mental a los 20 años, que se reproduciría, mitigada, a lo largo de su vida, como reconoce cuando dice que quería ser «un reformador del mundo […] pero llegó un momento en que desperté de todo ello como de un sueño […] y todo el fundamento sobre el que yo había construido mi vida se había derrumbado».
48 Manifiesta en Autobiografía una dinámica no muy diferente a la actual: dice que solo tiene un mes de vacaciones al año y que los fines de semana aprovecha para ir al campo, que le entusiasma, así como que gusta de la mayor disponibilidad para hacer viajes a Francia, Italia, Suiza o por el Rin.
49 Sería inabarcable mencionar la relación de los posicionamientos en uno u otro sentido. La tendencia general es considerarlo como liberal, si bien hay notables liberales que lo rechazan como tal, e incluso creen que es socialdemócrata, como Hayek, Mises, Laski, o en España Dalmacio Negro, Pedro Schwartz y Rodríguez Braun. En los capítulos 1 y 2 de Capitulos sobre socialismo, en Consideraciones sobre el gobierno representativo, en Sobre la libertad o en El utilitarismo, destila liberalismo y no socialismo, haciendo en alguna ocasión comentarios nada favorables al socialismo. Téngase en cuenta su fuerte oposición a la posibilidad de un gobierno que todo lo controle, su rechazo al «buen déspota». Es en Capítulos sobre el Socialismo en donde desaprueba el análisis que el socialismo hace sobre la sociedad actual de mercado, exponiendo que el sistema de comercio no provoca más indigencia ni se aumentan los males existentes, sino que disminuyen las injusticias. Es cierto que es más duro con el socialismo revolucionario que con el socialismo de Owen o Fourier, pero le reprocha al socialismo que falla en su concepción del mundo económico, pues no lo entiende, y que de aplicarse sus medidas propuestas empeoraría tanto el trabajador como la empresa; igualmente añade que el socialismo requiere una prueba demostrativa, pues no ha acreditado con hechos la teoría que defiende; tampoco comparte la propuesta de desposeer a los actuales propietarios de sus propiedades, pues ello sería una injusticia; o cuando destaca que el socialismo radical es odio; o cuando se opone al igualitarismo que propone el socialismo, diciendo que no es ese igualitarismo el que permite reducir la pobreza sino la colaboración entre los hombres. Por tanto, no parece que Mill sea un socialista, ni tampoco que su nivel de intervencionismo ni la justificación de este sea de dicha ideología. No es en sus obras teóricas, sino en su Autobiografía donde podrían aparecer quizá las únicas palabras que indujesen a la duda socialista. Dice que no comparte la lucha de clases socialista, sino que las clases sociales deben cooperar entre sí por ser el mejor medio de progresar; también señala su rechazo, una vez más, a los medios propuestos por el socialismo; escribe un texto de abierta interpretación que dice en referencia a sí mismo y a su mujer «yo era un demócrata, pero de ningún modo un socialista. Ahora, sin embargo, los dos éramos mucho menos demócratas de lo que yo lo había sido». Del contexto de este relato no puede deducirse que ahora es socialista, sino que no sigue siendo socialista, aunque se ha vuelto menos demócrata, puesto que la democracia es una institución que cree que debe superarse para la perfección humana y que no garantiza por sí sola la ausencia de tiranía, como también indicó Tocqueville. Sin embargo, sí hay una frase que incita a la confusión, en la que indica que para solucionar el problema social en el futuro hay que conjugar libertad y una cierta propiedad común de las materias primas; añade que esto no sabe cómo puede lograrse, pero cree que podría ser posible. No reitera la idea.
50 Su famosa frase, criticada por no entendida, en la que dice que «Es mejor ser un humano insatisfecho que un cerdo satisfecho; mejor ser un Sócrates insatisfecho que un necio satisfecho».
51 En todo el tema de la educación, véase también el Libro V capítulo XI de Principios de economía política.
52 Esta idea de la permanente preocupación de la educación o instrucción no debe desconectarse de su idea del hombre de élite de que cuanta más educación e instrucción tenga más fácil le será progresar hacia la utopía de la sociedad del futuro. Mientras ese momento final llega, Mill entiende que para la correcta marcha de la democracia el hombre debe tener una buena instrucción. También véase La civilización y Gobierno representativo.
53 La cursiva no está en el original.
54 Véase la carta que dirige al rey al tomar posesión del cargo de Controlador General y la memoria en que indica al rey cuales están siendo realmente sus gastos.
55 Condorcet decía en Vie de Monsieur Turgot (1786) que este ejercía de caritativo en su vida diaria cumpliendo ampliamente con sus deberes de humanidad, algo que ya había puesto en práctica en su infancia, pues la paga que recibía de sus padres aristócratas la dedicaba a comprar libros a los niños pobres.
56 Tuvo una educación elemental debido a que quedó huérfano tempranamente. Vivió con sus abuelos y se dedicó al negocio familiar de exportación, que heredó a los 25 años cuando falleció su abuelo. Al no tener inquietudes empresariales, pero sí intelectuales, contrató a personal para que le gestionase la empresa y poder dedicarse durante dos décadas a formarse como autodidacta.
57 La idea la expone en el capítulo XIX. Este capítulo generó tal polémica y revuelo que afectó perjudicialmente a la valoración del resto de ese libro, por lo que en sucesivas ediciones Spencer optó por desgajarlo y ofrecerlo como una obra independiente.
58 En realidad, su posición del Estado industrial contrapuesto al Estado militar recuerda las ideas de Adam Smith y el progreso de las naciones a través de la cooperación y la simpatía social.
59 El término catalaxia lo usa Hayek para referirse al mecanismo de intercambios voluntarios y espontáneos en un mercado entre los individuos.
60 Tras la publicación en 1937 del libro The Good Society por el norteamericano Walter Lippmann, premio Pulitzer, en el que reclamaba un cambio de rumbo del liberalismo, el filósofo francés Louis Rougier convocó en París a una treintena de liberales de diversas escuelas con el fin de alcanzar un acuerdo doctrinal para defender la libertad frente a los estatismos predominantes y especialmente frente al comunismo, el fascismo y el nazismo.
61 Röpke y Rüstow eran ordoliberales, como también E. Schneider o H. von Stackelberg. El ordoliberalismo es una corriente liberal alemana de principios del siglo XX, cuyo nombre está vinculado a la Escuela de Friburgo y que publicaban en la revista llamada Ordo; pretendían un liberalismo más social.
62 Ha de advertirse que el término neoliberalismo debe usarse con mucha precaución, puesto que bajo una misma terminología pueden ampararse diferentes conceptos liberales que incluso son contradictorios. Se introduce el término con asiduidad a partir de 1938 con ocasión del Coloquio Lippmann en el sentido de que los nuevos liberales exigían una readaptación del liberalismo clásico para que fuese más intervencionista. A partir de 1983 en Estados Unidos, tras una publicación del periodista norteamericano Charles Peters, se utiliza el término en el sentido de un liberalismo social, si bien esta corriente tuvo poco impacto. Es a partir de 1980 tras las políticas de Reagan y Thatcher, influenciados por Hayek, Mises y Friedman, cuando se pasa a denominar neoliberalismo toda tendencia a una reducción del Estado. Posteriormente, en los años noventa, tras el Consenso de Washington se considera neoliberalismo al conjunto de medidas de política económica recomendadas por varios economistas (John Willianson) que, a su vez, han sido muchas veces recomendadas por organismos económicos internacionales, tales como el FMI, Banco Mundial o similares a países en vías de desarrollo, siendo acusados de promover la globalización.
63 Asunto ya planteado por Spencer en el siglo XIX.
64 Ideas ya expuestas tanto por H. Spencer como por W. Humboldt.
65 Hobson: El problema de la pobreza (1891), El problema del desempleo (1896), El problema social (1901), La crisis del liberalismo (1909); Hobhouse: Liberalismo (1911), Los elementos de la justicia social (1922), Teoría metafísica del Estado (1918), Evolución social y teoría política (1911); Green: Prolegómenos a la ética (1883), Lecturas sobre los principios de la obligación política (1895); Amartya Sen: Elección coactiva y bienestar social (1970), La idea de justicia (2009), Sobre ética y economía (1987); Dworkin: Los derechos en serio (1977), La comunidad liberal (1996), ¿Es la democracia posible aquí? Principios para un nuevo debate político (2006); Rawls: Teoría de la justicia (1971), El liberalismo político (1973), Lecciones sobre la historia de la filosofía política (2007); Dewey: Democracia y educación (1976); Nussbaum: El cultivo de la humanidad: una defensa clásica de la reforma en la educación liberal (1997), Las fronteras de la justicia: Consideraciones sobre la exclusión (2006), Creando capacidades: propuestas para el desarrollo humano (2011); Van Parijs: ¿Qué es una sociedad justa? (1991), Refundar la solidaridad (1996), Democracia justa (2011), Ética económica y social (2000); Gosepath: Filosofía de la moralidad (2009), Filosofía de los derechos humanos (1998); Tugendhat: El origen de la igualdad en el derecho y la moral (2006), Ética y política (1992), Ser, verdad y acción (1998); Arneson: Igualitarismo y prioritarismo (2000), Mill versus paternalismo (1980); Aron: La libertad ¿liberal o libertaria? (1972), Escritos políticos (1972), Ensayo sobre las libertades (1965); Rorty: Contingencia, ironía y solidaridad (1989), Filosofía y esperanza social (2000), La filosofía espejo de la naturaleza (1979); Dahrendorf: El nuevo liberalismo (1982), Oportunidades vitales (1983), La libertad a prueba (2009), La crisis de la democracia (1975), En busca del nuevo orden: una política de la libertad para el siglo XXI (2008).
José Luis Saz Casado
Jaque mate liberal
La traición al liberalismo clásico
Prólogo de John Müller
© El autor y Ediciones Encuentro, S. A., Madrid, 2021 © del prólogo: John Müller Este libro ha sido publicado con la colaboración de la Fundación Basilio Paraíso
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Colección Nuevo Ensayo, nº 82
Fotocomposición: Encuentro-Madrid
Impresión: Cofás-Madrid
ISBN EPUB: 978-84-1339-391-9
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Índice
Prólogo
Introducción
I. Bosquejo del liberalismo político
II. La moral como fundamento de la obligación política en materia social
John Locke
Los padres liberales prerrevolucionarios
Kant: el Estado obligado indirecto a proteger la dignidad humana
Independentismo EE. UU.
III. La fundamentación utilitarista de la intervención social del Estado
David Hume: el humanitarismo es un deber político por su utilidad
Adam Smith: la beneficencia política como sostén del orden social
Tocqueville: la igualdad de condiciones es un requisito democrático
John Stuart Mill: la conveniencia social como filtro de justicia
IV. La interdicción de la acción social del Estado
Jacques Turgot: pobreza y pobre, dos asuntos diferentes
Benjamin Constant: contrario a cualquier intervencionismo social
Wilhelm Humboldt: la ayuda social quebranta la dignidad humana
Frédéric Bastiat: la solidaridad política es un robo de esfuerzos
Herbert Spencer: la selección natural aconseja no ayudar a los ineficientes
V. La dislocación liberal
La reconfiguración del paradigma liberal
Conclusión
Bibliografía
A quienes respetando la libertad ajena construyen una vida propicia con su libertad.
«No hay modo más eficaz de traicionar una causa que colocar el énfasis del argumento en un lugar equivocado y, al mantener una posición insostenible, garantizar el éxito y la victoria del adversario».
David Hume, Ensayos Políticos (1741)
Prólogo
Por un liberalismo desnudo (integral)
«El liberalismo hizo el mundo moderno, pero el mundo moderno se está volviendo contra él». Con esta frase, la revista The Economist arrancaba su «manifiesto para renovar el liberalismo» que ocupaba la portada del ejemplar del 15 de septiembre de 2018 con ocasión de su 175º aniversario. Considerada durante décadas como uno de los productos periodísticos más atractivos del planeta, The Economist ha sido también un estandarte del liberalismo económico y aunque ha ido basculando suavemente a uno y otro lado con el paso del tiempo, la impronta liberal que le impusieron figuras tan polémicas e intelectualmente potentes como Herbert Spencer, quien fuera su subdirector entre 1848 y 1853, no ha desaparecido.
El editorial continuaba diciendo que «Europa y Estados Unidos se encuentran inmersos en una rebelión popular contra las élites liberales, a quienes se considera egoístas e incapaces o indispuestas a resolver los problemas de la gente común». A The Economist no le falta razón. Como corriente política, el liberalismo hoy despierta entusiasmo entre los jóvenes en su etapa de formación, pero después no acaba de cuajar electoralmente. De hecho, la mayoría de los grandes partidos liberales —existía uno en cada país importante de Occidente a finales del siglo XIX— ha acabado subsumida en otras corrientes políticas que han sido capaces de interpretar más fielmente los deseos de la opinión pública.
Como línea de pensamiento económico, la conversación liberal ha sido monopolizada por diversas corrientes, algunas de las cuales, como el monetarismo, se han situado en el corazón del conocimiento económico, pero también hay otras, como la escuela austríaca, que el mundo académico tiende a poner bajo sospecha y a marginalizarla en sus discusiones. Por último, desde el ángulo filosófico, que es de lo que trata principalmente este libro, el liberalismo goza, como se suele decir popularmente, de «una mala salud de hierro».
Y que este libro se dedique a una exploración filosófica sobre el liberalismo, con evidentes consecuencias políticas y económicas que no se explicitan para dejarle margen al lector, me brinda la oportunidad de hacer un contrapunto personal del que pido que se exonere al autor. Hoy, en muchos ámbitos, cuando se habla de liberalismo parece que estuviéramos hablando casi exclusivamente de cuestiones económicas. Esto sucede por muchas razones. Una, de no poco peso, es que muchos de los pensadores liberales importantes de España son economistas. Qué duda cabe de que las ideas liberales modernas, las que empezaron a fluir hacia España a contar del Plan de Estabilización de 1959, tenían básicamente que ver con la economía. Sin embargo, esto ha generado un déficit de planteamientos liberales en otras áreas, como las relaciones personales, las cuestiones territoriales y administrativas, la ecología o el derecho a la vida.
Tenemos así un mundo socialmente conservador que se reclama liberal únicamente en lo económico y un mundo que se dice liberal en lo social, pero que es profundamente intervencionista y conservador en lo económico. Es lo que, con una imagen muy de andar por casa, suelo denominar «liberales de cintura para arriba» y «liberales de cintura para abajo». De hecho, es muy difícil encontrar un liberal coherentemente desnudo.
Otra razón que ha llevado a este «reduccionismo economicista» —expresión que se utiliza en el libro— es que muchos economistas han convertido en un hito importante de su ciencia los trabajos de Adam Smith, en concreto su obra La riqueza de las naciones (1776), ignorando todas las aportaciones anteriores, particularmente las de la Escolástica y en concreto las de la llamada Escuela Española de Economía del siglo XVI. Esto ha convertido los libros de Adam Smith en lugar de peregrinación de economistas que han realizado las interpretaciones más diversas de su obra.
Sin duda, como reconoce el autor, el liberalismo actual ha pagado un elevado precio por esa excesiva identificación con la Economía. Pero, además, fruto de la supuesta victoria sobre el totalitarismo comunista que significó la caída del Muro de Berlín, se instaló una complacencia que ha traído flojera de ideas y mucho conservadurismo. Eso ha impedido, por ejemplo, percatarse de que cada día que China se consolida como una próspera potencia económica el liberalismo sufre la caída de su propio Muro porque va ganando terreno la idea de que es posible la prosperidad económica renunciando a las libertades civiles.
Que muy poca gente se muestre beligerante ante esta situación porque China es el gran abastecedor mundial de tecnología y de productos de consumo masivo, es una tragedia moral. Los que crecimos en la dictadura del general Augusto Pinochet en Chile ya vivimos algo parecido y no podemos recordar más que con frustración y vergüenza que dos figuras indiscutidas del liberalismo como Friedrich von Hayek y Milton Friedman prefirieron no pronunciarse sobre un régimen que vulneraba las libertades y derechos individuales a cambio de que se permitiera a sus discípulos reformar la economía con las ideas del libre mercado, ideas que, por cierto, eran totalmente ajenas a unos militares que eran fundamentalmente nacionalistas e intervencionistas.
Hayek y Friedman visitaron Chile con el ánimo encogido —no se sabe qué les habían contado sus anfitriones—, pero ambos, particularmente Friedman, profetizaron que las libertades económicas terminarían, tarde o temprano, abriendo paso a las libertades políticas. Pero el economista de Chicago solo lo dijo cuando se estaba subiendo al avión para marcharse de Chile y la censura no permitió que la opinión pública conociera sus palabras. También es verdad que, afortunadamente para los demócratas chilenos, el experimento económico liberal solo alcanzó su plena expresión en términos de crecimiento y prosperidad a partir de 1989, cuando Pinochet dejó la Presidencia y Chile se reinsertó en el mundo como una verdadera democracia liberal.
Probablemente Hayek y Friedman tuvieran en mente que el retablo de pensadores liberales está lleno de contradicciones. John Locke, que quizá haya escrito algunas de las páginas más bellas sobre la libertad humana, vio cómo la coyuntura política lo obligaba a postergar la publicación de algunas de sus obras, y aceptó que le retribuyeran con acciones de la Royal African Company, que gestionaba el comercio de esclavos africanos para Inglaterra.
Sin embargo, pese a todas estas consideraciones, creo que la afirmación inicial del primer capítulo de este libro es completamente cierta: «Cualquier sociedad moderna en que la convivencia sea razonable es tributaria del liberalismo político. Esa es su tarjeta de presentación». Porque es cierto que, desde que surgieron, las ideas liberales perfilaron la dignidad humana de una manera como ninguna religión o ideología había hecho hasta el momento, redactaron constituciones para limitar el poder del gobierno, echaron los cimientos del Estado de derecho actual, convirtieron la igualdad de derechos en un dogma jurídico universalmente aceptado, crearon la separación de poderes y generaron una prosperidad y un progreso social nunca visto. El liberalismo ha sido el gran instrumento de la igualación humana desde la independencia de EEUU (1776) hasta nuestros días, primero de los derechos y después de las condiciones materiales.
Pero el liberalismo también ha tenido y tiene poderosos enemigos. Primero, algunos sistemas religiosos, cuyo orden social fue subvertido profundamente. Con la Iglesia católica y otras confesiones cristianas ha habido una relación compleja y cambiante, con momentos de confrontaciones y enemistades que se alternan con otros de mayor entendimiento y comprensión. Más aun el islam radical, con su intolerancia extremista, rechaza el liberalismo y combate sus valores revistiéndose de un falso pluralismo cultural. Después, las monarquías autoritarias y despóticas, y los conservadores que las sustentaban se han declarado enemigos del liberalismo. Y más tarde, los partidos totalitarios, tanto los de corte nazi y fascista, como los de raigambre marxista a través de sus partidos y sindicatos. A la lista hay que agregar a dictadores, autócratas y populistas de todo signo. Y, por supuesto, a algunos empresarios y directivos que en realidad se oponen a la libre competencia y se sienten mucho más cómodos en el capitalismo clientelar.
La supuesta falta de sensibilidad social del liberalismo es una cuestión muy antigua. Ya fue disputada en el siglo XIX básicamente por algunos intelectuales socialistas alemanes que la denominaron como «Das Adam Smith Problem» (el problema de Adam Smith). Para estos autores, no era coherente sostener la noción de «simpatía» por la suerte de los demás que figura en La teoría de los sentimientos morales de 1759 y el egoísta «interés propio» que es el motor del desarrollo económico en La riqueza de las naciones.
La cuestión quedó zanjada para la mayoría de los estudiosos con la publicación, en 1976, de las obras completas de Smith que calificó el asunto de «pseudo-polémica». Someramente diremos que ni el concepto de «interés propio» de Smith es sinónimo de «egoísmo», ni la noción de «simpatía» encajaría con nuestra idea moderna. Pero, sobre todo, la beneficencia que pueda surgir de esa «simpatía» es un imperativo moral, no legal. El asunto tiene una importancia relativa porque, como decíamos antes, hay una línea académica que considera que la ciencia económica se inicia realmente con La riqueza de las naciones.
Pero ni los adversarios ni los errores hermenéuticos son los únicos responsables del problema que este libro pretende subsanar que es, según declara el autor, el hecho de que se haya generalizado la idea de que «la causa liberal desatiende el intervencionismo en materia social». La cuestión es concreta y se aborda desde una perspectiva filosófica con una abundancia de citas que da cuenta del enorme trabajo de investigación desarrollado por José Luis Saz Casado, quien acude a un amplísimo canon de autores liberales para demostrar su hipótesis.
La selección de esta nómina de pensadores es una de las limitaciones que el libro debe asumir antes de comenzar la tarea, así como su marco temporal. El criterio usado es perfectamente admisible. Estoy de acuerdo en que Stuart Mill y Spencer marcan el cierre del liberalismo clásico y dan paso a los liberalismos del siglo XX. Fijar el inicio en Locke no solo coincide con lo que dicen las encuestas y el consenso académicos, sino que brinda la ocasión de conectar las ideas de la Escuela Española de Economía de los siglos XVI y XVII con el tronco liberal principal porque no cabe duda de que Locke conocía las nociones desarrolladas por Juan de Mariana y otros escolásticos, o al menos se familiarizó con ellas durante sus viajes por Francia y los Países Bajos.
Por otra parte, Saz Casado nos ofrece una clasificación totalmente novedosa de los autores según su posición respecto de la acción social, que se aparta de la división tradicional entre iusnaturalistas y utilitaristas. Esto genera tres bloques de autores, los que asientan la ayuda social en el derecho natural, los que la justifican en la utilidad social y los que directamente la niegan. Como resultado, puede haber iusnaturalistas en los tres grupos porque el criterio de segregación es su motivación a la hora de aceptar la acción social.
El resultado de este exhaustivo repaso de los pensadores clave del liberalismo es que este cuenta con un poderoso elenco que valida la acción social, incluso la de los gobiernos, y no como una cuestión caritativa —noción más bien religiosa—, sino como una genuina muestra de fraternidad humana. El libro viene así a reparar una injusticia enorme que pretende amputarle al liberalismo una dimensión muy importante. No creo, sin embargo, que se pueda llegar a la caricatura de sostener que estos autores aprobaran cualquier tipo de intervención o fueran casi socialdemócratas, como algunos autores como Fleischacker, Milgate o Rothbard han llegado a sostener respecto de Adam Smith de quien han dicho que era casi socialista o un falso liberal. Las ideas de todos estos pensadores incluidos en este libro trabajan genuinamente en el sentido de ampliar la libertad del hombre.
Es difícil que el liberalismo tenga un futuro si, como advertía The Economist en 2018, se convierte en un conjunto de ideas que han tomado cuerpo en instituciones inamovibles, que se resisten a cambiar, y que no ofrecen soluciones a las preocupaciones actuales sobre las relaciones humanas y con la Naturaleza, las plataformas tecnológicas, los nuevos monopolios de datos y las necesidades humanas. Es imprescindible que las ideas liberales también iluminen estos ámbitos y ese trabajo no puede recaer únicamente en la economía.
John Müller
Madrid, enero de 2021
Introducción
Muchos e incalculables son los estudios sobre el liberalismo, su aportación histórica a la formación de las ideas políticas, sus efectos en las instituciones modernas, su evolución o sus límites intervencionistas. Sin embargo, hay una cuestión que apenas ocupa espacio en la literatura liberal y que debería hacerlo: la opinión sobre la cuestión social del liberalismo clásico. El liberalismo primigenio (siglos XVII a XIX) contiene una respuesta matizada a la cuestión social y esta propuesta ha sido muchas veces mencionada tibiamente, otras no mencionada o parcialmente mencionada. Tanto es así que es cosa común el entendimiento, no cierto, de que la causa liberal desatiende el intervencionismo en materia social. Es otro tópico similar al de que el liberalismo está en contra del intervencionismo público, idea esta que no congenia con su propuesta de Estado limitado, que sería inviable sin intervención, con lo que la no intervención es una idea que únicamente debe quedar reservada para el anarquismo. Quedaría bien traer a colación las opiniones de Keynes, de Lionel Robbins o del propio Adam Smith, que consideran que ese equívoco, producto de divulgaciones poco esmeradas, ha impregnado esa errónea percepción.
Este libro es una modesta contribución al esclarecimiento del tópico señalado. Como toda investigación, ha exigido esfuerzos ímprobos, carentes de recompensa material, aunque resultando una aventura impagable en sus resultados espirituales.
En una época como la actual, en la que se palpan tiempos de cambio, una mirada al pasado es imprescindible, pues no solo aprendemos del pasado, sino que el pasado está incrustado en la esencia del presente. Esa incrustación a veces está oculta, invisible, oportuna o inoportunamente, otras veces aparente y con más brillo del que le corresponde, pero siempre forma parte del bagaje de nuestra esencia. Si en tiempos pasados se dio voz a la razón, al pueblo, a la democracia, al individuo, al constitucionalismo o a la protección de los derechos humanos en sus diversas generaciones, hoy se cuestiona la idoneidad de las estructuras políticas e institucionales resultantes de aquellas ideas magníficas. Se cuestiona el modelo representativo de la misma democracia o la organización fronteriza de los países, pero también se cuestiona la respuesta que debe darse políticamente a la cuestión social. Para unos, la actual atención a la cuestión social es insuficiente; para otros, el Estado no debe ya ampliar más esas demandas, sino reducirlas todo, mucho o algo, según el posicionamiento ideológico. Flota en el ambiente popular y divulgativo que los padres liberales exigían una desatención a la cuestión social. No es así.
Para el encuadre de los padres liberales a que se hace mención en el libro, dos son las cuestiones principales que han exigido un previo posicionamiento, no exento de polémica. En primer lugar, el marco temporal del liberalismo clásico, que ubico desde Locke hasta finales del siglo XIX; y en segundo lugar, la nómina de padres liberales, que constituye seguramente la cuestión de mayor divergencia entre liberales, pues el cierre del liberalismo clásico considero que lo protagonizan John Stuart Mill y Herbert Spencer, cuyo antagonismo revela con anticipación la rivalidad entre liberalismos en el siglo XX. Por otra parte, la clasificación de los autores según su posicionamiento de si procede una intervención institucional social y por qué motivo, no debe llevar a equívocos, puesto que a diferencia de la clasificación general entre iusnaturalistas y utilitaristas, aquí pueden compartir grupo unos y otros, pues lo relevante aquí es su motivación sobre la atención social; por ello podemos encontrar autores iusnaturalistas en los tres bloques: entre los que basan la ayuda social en el derecho natural (Locke), entre quienes justifican la beneficencia política en la utilidad (Tocqueville) y entre los que la niegan (Turgot).
En el capítulo I se sobrevuela el liberalismo con unas sencillas notas. En el capítulo II se abordan los autores que afirman la obligatoriedad de la beneficencia política con fundamento en argumentos de naturaleza humana o derecho natural. Se incluyen a Locke, Montesquieu, Voltaire, Thomas Reid, Kant y el independentismo americano, con especial referencia a Thomas Jefferson y Thomas Paine. La clasificación interna del capítulo es meramente cronológica. Se comprobará que Locke basa la motivación en la preservación de la especie humana; Montesquieu vincula una plena libertad política a la disposición de ciertos medios de vida; Voltaire apela a la bondad natural del hombre; Reid atribuye al Estado la categoría de agente moral; Kant hace hincapié en la dignidad humana y el deber categórico; Paine responsabiliza a la civilización de la indigencia; y, por último, Jefferson se sirve de Locke e imputa al Estado un deber subsidiario de socorro.
En el capítulo III se hace referencia a los autores que admiten la beneficencia política, pero con fundamento en la felicidad o la utilidad. Se estudian a David Hume, Adam Smith, Alexis de Tocqueville y John Stuart Mill. Hume, el utilitarista más puro de todos ellos, basa la motivación de la ayuda a los necesitados única y exclusivamente en la utilidad, aunque lo enlaza a un humanitarismo natural como sentimiento previo; Smith, uniendo sus puntos de vista económicos y morales, propone una sociedad comercial que tiende hacia el progreso, pero admite con extrema prudencia el desarrollo una cierta beneficencia política para garantizar el orden de la sociedad comercial; Tocqueville también justifica la ayuda por el bien de la sociedad, pero su enfoque es singular y moderno porque da un paso más, al ser el gran pionero en la defensa de las clases medias y, por tanto, de la igualdad de condiciones sociales, por lo que auspicia programas públicos de nivelación; y Mill utiliza el fundamento de la conveniencia social como filtro de admisión de cualquier beneficencia, con especial énfasis en la educación.
En el capítulo IV se recoge la posición de los autores que niegan la beneficencia política. Incluye a Jacques Turgot, Benjamin Constant, Wilhelm Humboldt, Frédéric Bastiat y Herber Spencer. Turgot basará la negativa a las políticas públicas sociales en que hay un enérgico deber moral de ayudar a los necesitados, pero que se agota en lo particular; Humboldt rechaza la acción pública benevolente porque debilita la dignidad del ser humano, ya que le impide progresar; Constant se basará en que la ayuda pública es inmoral y propia de un gobierno anticuado porque la modernidad exige un gobierno que sea meramente garante de libertades, además de considerar que la ayuda pública es inútil; Bastiat es el más sencillo y preciso, puesto que la benevolencia política va en contra del principio de responsabilidad que exige que cada individuo debe asumir las consecuencias de su planteamiento vital; por último, Spencer se basa en que el hombre está inmerso en una evolución progresiva hacia un hombre definitivo y cualquier intromisión pública en esa evolución retrasará su mejoría.
En el capítulo V se recoge una visión personal sobre la dislocación producida en el siglo XX en el seno del liberalismo, puesto que ha predominado la visión de un determinado liberalismo poco permeable al intervencionismo social, con ciertos aires condenatorios de ese otro liberalismo más preocupado por la cuestión social. Se observa una pretensión de redefinir la pureza del liberalismo por una de sus vertientes interpretativas, pretensión que colisionaría con la postura sostenida por muchos de los padres liberales. Procede ahora darles la palabra.