© Plutón Ediciones X, s. l., 2021
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I.S.B.N: 978-84-18211-70-6
Estudio Preliminar
La Vida de los Maestros es un libro curioso. Mitad crónica de un viaje y mitad narración de un despertar espiritual, este título recoge, de su puño y letra, la experiencia vivida por Baird T. Spalding y un grupo de exploradores en su travesía para encontrar a los grandes maestros de la sabiduría oriental. El objetivo era ser testigos de sus habilidades poco comunes y dado que estos maestros estaban dispersos por un amplio territorio que abarcaba gran parte de la India, el Tíbet, China y Persia, sabían que podría llevar años de búsqueda en muchos pueblos aislados y comunas de montaña ocultas. Planificar cada paso del viaje se convirtió en un reto al saber que incontables kilómetros de terreno montañoso separaban los lugares remotos y aislados que eran imprescindibles para la exploración. Aunque podían trazar su ruta en un mapa y ver hacia dónde se dirigían, el destino en lo más profundo del alma de once hombres de ciencia seguía siendo incierto. Baird T. Spalding y los demás eran de naturaleza práctica y la idea de que los maestros espirituales hicieran milagros parecía imposible. A pesar de estos pensamientos negativos y las muchas dudas surgidas al emprender una aventura de esta envergadura, algo les obligaba a seguir adelante. Y así lo hicieron.
Qué suerte la de nosotros que siguieron sus instintos, ya que su aventura llegó a feliz término. Este estrecho contacto les permitió ser testigos de muchos de los principios espirituales manifestados por estos Grandes Maestros y traducidos a su vida cotidiana, y de recibir de viva voz sus enseñanzas para llevar una vida plena y luminosa.
Este libro siempre ha sido popular entre los que buscan nuevos caminos espirituales, los interesados en la filosofía de Oriente y los que disfrutan de una buena historia por su carácter accesible y lectura fácil.
De la vida de su autor, Baird T. Spalding, se sabe poco, salvo que volvió varias veces a la India para profundizar sus estudios e investigaciones sobre lo que presenció con sus amigos años antes. Dedicó el resto de su vida a esparcir sus experiencias e ideas, con conferencias, ensayos y más libros, y en este proceso influenció a muchos autores del incipiente fenómeno New Age, que convirtió al espiritualismo y a la búsqueda de la verdad en un negocio muy lucrativo para editoriales de todo el mundo. En los años 70, en la cúspide del furor por el misticismo y la sabiduría oriental, sus obras fueron rescatadas de la oscuridad y desde entonces se han mantenido en la conciencia popular y en las bibliotecas de aquellos que buscan la iluminación.
Primera Parte:
I
La literatura espiritualista es actualmente muy abundante. Hay un despertar tal, una investigación de la verdad tal en lo que concierne a los grandes instructores del mundo, que me siento incitado a exponer mi experiencia con los Maestros de Extremo Oriente. En estos capítulos no pretendo describir un nuevo culto ni una nueva religión, sino que doy un resumen de mis experiencias con ellos, con la finalidad de mostrar las grandes verdades esenciales de su enseñanza.
Se precisaría tanto tiempo para autentificar estas notas como ha sido el trabajo de la expedición. En efecto, los Maestros están diseminados sobre un vasto territorio y nuestras búsquedas metafísicas han cubierto una gran parte de la India, del Tíbet, China y Persia. Nuestra expedición constaba de once hombres de ciencia, puestos al corriente, que habían consagrado la mayor parte de su vida a la investigación. Habíamos tomado la costumbre de no aceptar nada sin comprobarlo y no considerábamos nada como verdadero a priori. Llegamos completamente escépticos. Pero regresamos completamente convencidos y convertidos, hasta el punto que tres de nosotros regresaron allá decididos a quedarse hasta que fuesen capaces de vivir la vida de los Maestros y cumplir las mismas obras que ellos.
Aquellos que aportaron una ayuda inmensa a nuestros trabajos, nos solicitaron siempre que les designásemos con seudónimos, en el caso de publicar nuestras memorias. Yo cumplo su deseo. No relataré más que los hechos constatados, sirviéndome en todo lo posible de las palabras y expresiones empleadas por las personas encontradas, con las cuales compartíamos la vida cotidiana en el curso de nuestra expedición.
Uno de los requisitos previos, a nuestro acuerdo de trabajo, fue el siguiente: debíamos aceptar previamente como un hecho, todo suceso del cual fuésemos testigos, no debíamos pedir explicación alguna, antes de haber entrado en la vida del sujeto, de haber recibo sus lecciones y de haber vivido y observado su vida cotidiana. Debíamos acompañar a los Maestros, vivir con ellos y ver por nosotros mismos. Tendríamos el derecho de quedarnos con ellos cuanto quisiéramos y de hacer, no importa qué pregunta, de profundizar a nuestro gusto en todo aquello que viéramos, y sacar después nuestras conclusiones según los resultados. Después de lo cual seríamos libres de considerar lo visto como hechos o como ilusiones.
No ha habido jamás de su parte propósito de influenciar nuestro juicio. Su idea dominante era siempre que, si no habíamos visto bastante para estar convencidos, ellos no deseaban que agregáramos fe a lo sucesos. Yo haré lo mismo con el lector, sobre creer o no creer lo que le convenga.
Nosotros estuvimos en la India, alrededor de dos años y cumplíamos regularmente nuestro trabajo de investigación, cuanto encontré al Maestro que llamaré Emilio. Un día en que paseaba por las calles de la ciudad, fue atraída mi atención por un tumulto. El interés del gentío se centraba sobre uno de esos magos ambulantes o faquires tan comunes en ese país. Me aproximé y noté pronto cerca de mí a un hombre de cierta edad que no pertenecía a la misma casta de los otros espectadores. Él me miró y me preguntó si yo estaba desde hacía tiempo en la India, le respondí que desde alrededor de dos años.
—¿Es usted inglés? —me dijo.
—No, norteamericano —le respondí.
Estaba sorprendido y encantado de encontrar a una persona que hablara mi lengua materna, y le pregunté qué pensaba de la exhibición. Él me respondió:
—¡Oh!, a menudo hay muchas exhibiciones similares en la India. Se llama a esas gentes faquires, magos o hipnotizadores, y es justo su nombre. Pero bajo todos sus gestos hay un sentido espiritual profundo, comprendido solamente por una débil minoría. No hay duda que el bien surgirá algún día. Pero lo que usted ve, no es sino la sombra de la realidad original. Esto levanta muchos comentarios, pero los comentarios parecen no haber entendido nunca la realidad. Por lo tanto hay algo detrás de todo eso.
Después nos separamos y no nos encontramos hasta pasados cuatro meses. Tuvimos un problema que nos causó graves preocupaciones. Algunos días más tarde encontré ocasionalmente a Emilio, me preguntó la causa de mis preocupaciones y me habló del problema que teníamos que enfrentar. Yo me asombré, ya que estaba seguro que nadie había hablado nada fuera de nuestro círculo, y tuve la impresión de que él conocía todo el asunto. Siendo así, no tuve inconveniente en hablar con él libremente. Me dijo que tenía un cierto conocimiento del asunto y que se esforzaría en ayudarnos.
Unos días más tarde todo se clarificó y el problema dejó de existir. Nos asombramos, pero pronto el tema fue olvidado y no tardó en abandonar nuestro espíritu. Se presentaron otros problemas y yo tomé la costumbre de hablar con Emilio libremente. Parecía que nuestras dificultades desaparecían al hablar con él.
Mis compañeros habían sido presentados a Emilio, pero yo apenas les había hablado de él. En esta época, yo ya había leído libros elegidos por Emilio sobre las tradiciones hindúes, y estaba convencido de que él era un adepto. Mi curiosidad se había despertado y mi interés crecía día tras día.
Un domingo, después del mediodía, caminaba por un campo con él, cuando atrajo mi atención una paloma que daba vueltas sobre nuestras cabezas, y él me dijo que la paloma le buscaba. Se quedó perfectamente inmóvil, y pronto el ave vino a posarse sobre su brazo extendido. Emilio anunció que le traía un mensaje de su hermano que vivía en el norte. Adepto de la misma doctrina, no había alcanzado todavía el estado de conciencia que le permitiera una comunicación directa. Se servía entonces de ese medio.
Nosotros descubrimos más tarde, que los Maestros tenían la facultad de comunicarse directamente y al instante los unos con los otros por transmisión de pensamiento, o según ellos una fuerza mucho más sutil que la electricidad o la telegrafía sin hilos. Comencé a hacerle preguntas. Emilio me demostró que podía llamar a los pájaros y dirigir su vuelo, que las flores se inclinaban ante él y que las bestias salvajes se le aproximaban sin temor. En una ocasión separó dos chacales que se disputaban el cadáver de un pequeño animal que habían matado. Ante su proximidad, dejaron de pelear, pusieron su cabeza con toda confianza sobre las manos extendidas y después reemprendieron apaciblemente su comida. Me dio a mí mismo una de las fieras para que la sostuviera en mis manos. Después de lo cual me dijo: «El yo mortal es visible e incapaz de hacer estas cosas. Es mi Yo más verdadero y más profundo, aquel que vosotros llamáis Dios. Es Dios en mí, el Dios omnipotente expresándose por mí, que las hace. Por mí mismo, por mí Yo mortal, no puedo hacer nada. Es necesario que me libere enteramente del exterior para dejar hablar y actuar al yo real, al “Yo soy”. Dejando expandirse el gran amor de Dios, yo puedo hacer lo que vosotros habéis visto. Dejándolo derramarse sobre todas las criaturas, a través de sí no temeréis nada y ningún mal podrá veniros».
En esta época yo tomaba lecciones cotidianas con Emilio. Aparecía repentinamente en mi cuarto, aun cuando yo cerraba cuidadosamente la puerta con llave. Al principio, esta forma de aparecer a voluntad me turbaba, pero pronto vi que él consideraba mi comprensión como un hecho. Me fui habituando pues a sus maneras y dejaba mi puerta abierta para permitirle entrar y salir a su gusto. Mi confianza pareció agradarle. No podía comprender toda su enseñanza, ni aceptarla por entero. Por otra parte, a pesar de todo lo que yo había vivido en Oriente, no fui capaz de aceptar las cosas al momento. Necesité años de meditación para comprender el sentido espiritual profundo de la vida de los Maestros.
Ellos cumplían su trabajo sin ostentación, con una simplicidad infantil perfecta. Sabían que el poder del amor les protegía, y lo cultivaban hasta volver a la naturaleza, amorosa y amigable para con ellos. Las serpientes y las fieras matan cada año a millares de gentes de pueblo. Pero estos Maestros, exteriorizan de tal modo su poder interior de amor que serpientes y fieras no les hacen ningún mal.
Viven algunas veces en las selvas más impenetrables. En ocasiones extienden también su cuerpo delante de un pueblo para protegerlo de las fieras y bestias feroces; ellos salen indemnes y el pueblo también. En caso de necesidad andan sobre el agua, atraviesan las llamas, viajan en el invisible, y hacen muchas otras cosas milagrosas a nuestros ojos y que solo puede hacer un ser dotado de poderes sobrenaturales.
Hay una similitud asombrosa entre la vida y doctrina de Jesús de Nazaret y aquella de la cual estos Maestros dan cotidianamente ejemplo. Uno considera como imposible para el hombre sacar su pan cotidiano del Universal, triunfar sobre la muerte y hacer los mismos milagros que Jesús durante su encarnación. Los Maestros pasan su vida en esto. Todo aquello de lo cual tienen diariamente necesidad, compitiendo el sustento, vestidos y dinero, ellos los sacan del Universal. Han triunfado sobre la muerte, a tal punto que muchos viven desde hace más de quinientos años. Nosotros tuvimos la prueba decisiva por sus documentos. Los diversos cultos hindúes parecen derivar de su doctrina. Los Maestros están en pequeño número en la India. También comprenden ellos que el número de sus discípulos debe por fuerza ser limitado. Pero pueden tocar a un número incalculable en lo invisible. Parece que la mayor parte de su trabajo consiste en expandirse en lo invisible para ayudar a todas las almas receptivas a su enseñanza.
La doctrina de Emilio servía de base al trabajo que nosotros debíamos iniciar, un año más tarde, durante nuestra expedición, la tercera en esas tierras. Esta duró tres años y medio, durante los cuales vivimos día a día con los Maestros, viajando y observando su vida y trabajos en la India, Tíbet, China y Persia.
II
Nuestra tercera expedición estuvo dedicada a la búsqueda metafísica. Salimos desde Potal, un lejano y pequeño pueblo hindú. Yo había escrito a Emilio que llegaríamos, pero sin informarle el objeto de nuestro viaje, ni tan siquiera el número de participantes. Para nuestra sorpresa, nos encontramos que Emilio y sus asociados habían preparado la estancia de la misión entera y conocían nuestros planes con todo detalle. Emilio nos había sido muy útil en la India meridional, pero los servicios que nos brindó a partir de ese momento superan a la narración. Todo el mérito de la expedición es suyo, como de esas almas maravillosas que encontramos en la ruta.
Llegamos a Potal, después del mediodía de 22 de diciembre de 1894. La partida de la expedición debía ser el día de Navidad por la mañana y este sería el día más inolvidable de todas nuestras vidas. No olvidaré jamás las palabras que Emilio nos dirigió aquella mañana. Se expresó correctamente en inglés, aun cuando no había tenido educación inglesa y nunca había dejado Extremo Oriente.
He aquí sus palabras: «Estamos en la mañana de Navidad. Este día os recuerda el nacimiento de Jesús de Nazaret, el Cristo. Vosotros debéis pensar que él fue enviado para redimir los pecados y que simboliza el Gran Mediador entre vosotros y vuestro Dios. Hacéis aparecer a Jesús como intercesor de un dios severo, algunas veces colérico, sentado en alguna parte de un lugar llamado cielo. Yo no sé donde se encuentra el cielo, sino es en vuestra propia conciencia. No os parece posible alcanzar a Dios más que por el intermedio de su hijo, menos austero y más amante, el Ser grande y noble que nosotros llamamos el Bendito y del cual este día conmemora su venida al mundo.
»Para nosotros este día significa mucho más. No recuerda solamente la venida al mundo de Jesús el Cristo, sino que simboliza el nacimiento del Cristo en cada conciencia humana. El día de Navidad significa el nacimiento del Gran Maestro y educador que ha liberado a la humanidad de las servidumbres y limitaciones materiales. Esta gran alma vino a la tierra para mostrarnos en su plenitud el camino hacia el verdadero Dios, omnipotente, omnipresente, omnisciente. Él nos hizo ver que Dios es todo bondad, toda la sabiduría, toda la verdad, todo en todo. El gran Maestro, del cual este día recuerda su aniversario, fue enviado para mostrarnos que Dios no mora solamente fuera sino adentro de nosotros, que no se separa nunca de nosotros ni de ninguna de sus creaciones, que es siempre justo y amante, que está en todo, sabe todo y es todo verdad. Si tuviera yo la inteligencia de todos los hombres juntos, no podría expresar más que débilmente todo el significado que tiene para nosotros este nacimiento.
»Estamos plenamente convencidos del rol de este gran Maestro y educador, y esperamos que vosotros compartáis nuestra convicción. Él ha venido a nosotros para hacernos comprender mejor la vida sobre la tierra. Nos ha mostrado que todas las limitaciones materiales vienen del hombre y que es necesario no interpretarlas nunca de otra manera. Ha venido a convencernos que su Cristo interior, por el cual él cumplía sus obras poderosas, es el mismo que vive en nosotros, en mí, y en todos los seres humanos. Aplicando su doctrina, podemos realizar las mismas obras que él y aún más grandes. Creemos que Jesús ha venido a mostrarnos, más claramente, que Dios es la gran y única causa de todas las cosas, que él es Todo.
»Quizá hayáis oído decir que Jesús recibió su primera educación entre nosotros. Puede ser que alguno de vosotros lo crea. Pero poco importa que haya salido de nosotros o que procediera de una revelación directa de Dios, fuente única de todas las cosas. Cuando un hombre ha tomado contacto con una idea del Pensamiento de Dios, y la ha expresado por la palabra, los otros ¿no pueden tomar de nuevo contacto con la misma idea en el Universal? Por el hecho de haber tomado una idea y de haberla expresado, no se convierte en propiedad privada. Si alguien toma una idea y la conserva ¿dónde encontrará lugar para recibir otra? Para recibir más, es necesario dar, lo que uno ha recibido si se lo guarda produce estancamiento. Tomemos por ejemplo una rueda que genera fuerza hidráulica y supongamos que de repente esta retenga el agua que la hacía moverse. Rápidamente se inmovilizará. Es necesario que el agua pase libremente a través de ella para ser útil y crear energía. Es lo mismo para el hombre. Al contacto de las ideas de Dios, es necesario que él las exprese para poderlas aprovechar. Él debe permitir a cada uno hacer otro tanto para crecer y desarrollarse como lo hace él mismo.
»Pienso que todo vino a Jesús como una revelación directa de Dios. En verdad, ¿no vienen todas las cosas de Dios, y lo que un ser humano ha podido hacer, no pueden hacerlo otros también? Vosotros os convenceréis de que Dios está siempre deseoso de revelarse y pronto a actuar como lo ha hecho a través de Jesús y de otros. Es suficiente que tengamos la voluntad de dejarlo actuar. Sinceramente creemos que hemos sido creados todos iguales. Todos los hombres no son más que uno. Cada uno es capaz de cumplir las mismas obras que Jesús y lo hará a su tiempo. Nada es misterioso en estas obras. El misterio no reside nada más que en la idea material que los hombres se hacen.
»Vosotros habéis venido más o menos escépticos. Tenemos realmente confianza en que os quedaréis con nosotros para vernos realmente tal y como somos. En cuanto a nuestras obras y sus resultados, os dejamos toda libertad para admitir o rechazar su autenticidad».
III
Dejamos Potal y nos dirigimos a Asmah, pueblo más pequeño, a una distancia de cincuenta kilómetros. Emilio designó dos hombres para la expedición. Ellos eran aún jóvenes, eran dos bellos especímenes de tipo indio. Tomaron la responsabilidad de todo en la expedición, con una soltura y equilibrio perfecto, como nosotros nunca habíamos visto antes. Para facilitar el relato, a uno le llamaré Jast y al otro Neprow. Emilio era de bastante más edad que ellos. Jast era el director de la expedición y Neprow su ayudante, que velaba para la ejecución de las órdenes.
Emilio nos despidió haciéndonos las recomendaciones siguientes: «Vais a iniciar la expedición con Jast y Neprow como acompañantes. Yo permaneceré aquí algunos días, ya que con vuestra forma de locomoción os serán necesarios al menos cinco días para llegar a la próxima etapa, a ciento cincuenta kilómetros. Yo no tengo necesidad de tanto tiempo para franquear esa distancia, pero estaré allí para recibiros. ¿Queréis dejar a uno de vosotros aquí para observar y corroborar los hechos posibles? Ganaréis tiempo y el rezagado podrá alcanzar la expedición en diez días como máximo. Le pediremos simplemente que observe y cuente lo que vea».
Partimos entonces, Jast y Neprow llevaban la expedición bajo su responsabilidad y de extraordinaria manera. Cada detalle, cada arreglo, venía a su justo momento con el ritmo y la precisión de un melodía. Continuó así, de más está decirlo, durante los tres años que duró la expedición.
Jast estaba dotado de un bello carácter indio y de una gran elevación, amable, eficaz en la acción sin falsedad ni fanfarronería. Daba las órdenes con una voz casi monótona. Daba las órdenes con una voz casi monótona y la ejecución seguía con una precisión y una oportunidad que nos maravillaba. Desde el principio habíamos notado la belleza de su carácter y lo habíamos comentado con frecuencia.
Neprow, que tenía un carácter maravilloso, parecía tener el don de la ubicuidad. Siempre con sangre fría, tenía un rendimiento asombroso, con la tranquila precisión de sus movimientos y su admirable aptitud para pensar y ejecutar. Cada uno por su parte había notado esto, y a menudo hablábamos de ello. Nuestro jefe había dicho: «Estas gentes son maravillosas. ¡Qué alivio es encontrarlos capaces de reflexionar y actuar al mismo tiempo!».
El quinto día, hacia las cuatro de la tarde, llegamos a Asmah. Y como estaba convencido encontramos a Emilio ahí para recibirnos. El lector puede imaginarse nuestro asombro. Estábamos seguros de haber venido por la única ruta practicable y por los medios de locomoción más rápidos. Solo los correos del país, que viajan noche y día con relevo, podrían haber caminado más rápido. He aquí pues, un hombre que nosotros creíamos de cierta edad y absolutamente incapaz de hacer más rápidamente que nosotros un trayecto de ciento cincuenta kilómetros y, a pesar de ello, él estaba ahí. En nuestra impaciencia, todos le hicimos preguntas al mismo tiempo. He aquí su respuesta: «Cuando partisteis os dije que estaría para recibiros y heme aquí. Quería atraer muy especialmente vuestra atención sobre el hecho de que el hombre no tiene límites, cuando ha evolucionado en su verdadero dominio, ni está sujeto más a limitaciones de tiempo ni de espacio. Cuando se conoce a sí mismo no está obligado a recorrer su camino durante cinco días para hacer ciento cincuenta kilómetros. En su verdadero dominio el hombre puede franquear instantáneamente todas las distancias por grandes que estas sean. Hace algunos instantes yo estaba en el pueblo que vosotros habéis dejado hace cinco días. Mi cuerpo reposa allí todavía. El compañero que dejasteis allá dirá que yo he conversado con él hasta las cuatro menos unos minutos, diciéndole que partía para recibiros, ya que vosotros estaríais a punto de llegar. Vuestro compañero ve todavía mi cuerpo allá, que le parece inanimado. He hecho esto para mostraros que podemos dejar nuestro cuerpo para ir a encontraros, no importa dónde ni cuándo. Jast y Neprow habrían podido viajar como yo. Pero comprenderéis mejor así, que somos humanos como vosotros, de la misma procedencia. No hay misterio. Hemos, simplemente, desarrollado más los poderes que nos han sido dados por el Padre, el gran omnipotente. Mi cuerpo quedará allá hasta la llegada de la noche. Seguidamente lo traeré aquí y vuestro compañero se pondrá en camino por el mismo sendero que vosotros vinisteis. Llegará aquí a su tiempo. Nosotros nos tomaremos un día de descanso, después iremos a un pequeño pueblo distante solo un día de marcha. Volveremos seguidamente aquí, al encuentro de vuestro camarada, y veremos lo que él nos cuenta. Nos reuniremos esta noche en el alojamiento. En tanto me despido de vosotros».
Por la noche, cuando estuvimos reunidos, Emilio apareció súbitamente entre nosotros sin haber abierto la puerta y dijo: «Vosotros acabáis de verme aparecer en esta habitación, de una forma que calificáis como mágica. Bien, no hay nada de eso. Quiero haceros un pequeño experimento, en el cual creeréis porque lo habréis podido ver. Acercaos. He aquí un vaso de agua que uno de vosotros acaba de traer de la fuente. Un minúsculo cristal de hielo se forma en el centro del agua. Ved cómo crece por la adhesión de otros. Y ahora todo el vaso está helado.
»¿Qué ha pasado? He mantenido en el Universal las moléculas centrales del agua hasta que se han solidificado. En otras palabras, he bajado sus vibraciones hasta hacer hielo y todas las partículas de su alrededor se han solidificado hasta formar juntas un bloque. El mismo principio se aplica a un vaso para beber, a una bañera o al mar, a la masa de agua de nuestro planeta ¿Pero qué pasaría? Todo se helaría ¿no es así? pero ¿con qué fin?, ¿en virtud de qué autoridad? Por la respuesta en acción de una ley perfecta, ¿pero con vistas a qué fin? Ninguno, ya que ningún bien resultaría de ello.
»Si yo hubiera persistido hasta el fin ¿qué hubiera pasado? La reacción, ¿sobre quién hubiera caído? Sobre mí. Yo conozco la Ley. Eso que expreso vuelve a mí, seguro. No expreso entonces más que el bien y este regresa a mí como tal. Vosotros habríais visto que si yo persistía en mi tentativa de hacer hielo, el frío habría actuado sobre mí antes del fin y yo me hubiera helado, recogiendo así la cosecha de mi deseo. En tanto que si yo expreso el bien, recojo eternamente su cosecha.
»Mi aparición esta tarde en este cuarto se explicará de igual modo. En la pequeña habitación donde me habéis dejado, elevé las vibraciones de mi cuerpo hasta que este volvió al Universal donde toda sustancia existe. Después, por el intermedio de mi Cristo, he tenido mi cuerpo en mi pensamiento hasta bajar las vibraciones y permitirle tomar forma precisamente en esta habitación, donde podéis verle. ¿Dónde está el misterio? ¿No empleo yo el poder, la ley que me ha sido dada por el Padre a través del Hijo bienamado? Ese Hijo, ¿no sois vosotros, no soy yo, no es toda la humanidad? ¿Dónde está el misterio? No existe.
Recordad el grano de mostaza y la fe que él representa. Esta fe nos viene del Universal por el intermedio del Cristo interior ya nacido en cada uno de nosotros. Como una partícula minúscula ella entra en nosotros por el Cristo, nuestro pensamiento supraconciente, es el asiento de la receptividad en nosotros. Entonces, es necesario transportarla a la montaña al punto más elevado, la cúspide de la cabeza y mantenerla ahí. Es necesario seguidamente, permitir al Espíritu Santo descender. Aquí es el lugar del mandamiento: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu fuerza, con todo tu pensamiento». Reflexionad, ¿qué sois? Corazón, alma, fuerza, pensamiento. Llegados a este punto, ¿qué hacer sino entregar todo a Dios, al Espíritu Santo, al Espíritu viviente del cual estoy lleno?
»Este Santo Espíritu se manifiesta de diferentes formas, seguido por pequeñas entidades que llaman a la puerta y buscan entrar. Hay que aceptarlas y permitir al Espíritu Santo unirse a ese ínfimo grano de fe. Él lo rodeará y se agregará, como habéis visto a las partículas de hielo adherirse al cristal central. El conjunto crecerá, parte por parte, capa por capa, como el témpano. ¿Qué sucederá? La fe se exteriorizará, se expresará. Uno continúa, multiplica y expresa el germen de fe hasta que pueda decir a la montaña de las dificultades: “Quítate de ahí y échate al mar”. Y será hecho. Llamad a ello cuarta dimensión o de otro modo si lo preferís. Nosotros, le llamamos “Dios que se expresa por el Cristo en nosotros”.
»El Cristo ha nacido así. María, la madre modelo, percibe el ideal, lo mantiene en su pensamiento y después lo concibe en el suelo del alma. Allí fue mantenido un tiempo, después exteriorizado como un niño Cristo perfecto, Hijo único de Dios. Su madre lo nutre, lo protege, le da lo mejor de ella misma, lo cuida y lo quiere hasta su paso de la infancia a la adolescencia. Es así como el Cristo viene a nosotros, primero como un ideal implantando en el terreno de nuestra alma, en la religión central donde reside Dios. Mantenido luego en el pensamiento como ideal perfecto, nace, expresado como el Niño perfecto, Jesús el recién nacido.
»Vosotros habéis visto lo que ha sucedido aquí y dudáis de vuestros ojos. No os censuro. Veo la idea del hipnotismo en el pensamiento de alguno de vosotros. Hermanos mío, hay entonces entre vosotros quienes no creen poder ejercer todas las facultades innatas de Dios, manifestadas esta noche. ¿Habéis creído por un instante que yo controlo vuestro pensamiento, o vuestra vista? ¿Creéis que si yo quisiera podría hipnotizaros, ya que lo habéis visto todos? ¿No se cuenta en vuestra Biblia que Jesús entró en un cuarto, en el cual las puertas estaban bien cerradas? Yo hice como él. ¿Podéis suponer por un instante que Jesús, el Gran Maestro haya tenido necesidad de usar la hipnosis? Él empleaba los poderes que Dios le había dado como yo lo he hecho esta noche. No he hecho nada que cada uno de vosotros no pueda hacer también. Y no solamente vosotros. Todo hijo nacido antes o ahora en este mundo dispone de los mismos poderes. Deseo que esto quede claro en vuestro espíritu. Sois individualidades, no personalidades ni autómatas. Tenéis libre albedrío. Jesús no tenía necesidad de hipnotizar, como nosotros tampoco. Dudad de nosotros tanto como queráis, hasta que vuestra opinión sobre nuestra honestidad o hipocresía se haya aclarado. Descartad por ahora la idea de hipnosis o al menos dejadla pasiva hasta que hayáis profundizado en el trabajo, os pedimos únicamente un espíritu abierto».
IV
Nuestro siguiente desplazamiento era una idea y retorno lateral. Dejamos entonces en el lugar el grueso de nuestros equipajes y nos pusimos en marcha al día siguiente, por la mañana, hacia un pequeño pueblo a treinta y cinco kilómetros de allí. Solo Jast nos acompañó. El sendero no era de los mejores y sus meandros eran algunas veces difíciles de seguir a través de la densa fronda de ese país. La región era dura y accidentada, el camino no parecía haber sido frecuentado. Tuvimos algunas veces que abrirnos paso a través de viñas salvajes. A cada demora, Jast manifestaba impaciencia. Nos sorprendimos, ya que era tan equilibrado. Esa fue la primera y última vez en el curso de esos tres años y medio que perdió la calma. Comprendimos más tarde el motivo de su impaciencia. Llegamos a nuestro destino esa misma noche, cansados y hambrientos, ya que habíamos caminado todo el día con tan solo un breve descanso para la comida del mediodía.
Una media hora antes de la caída del sol entramos en un pequeño pueblo de unos doscientos habitantes. Cuando se extendió el rumor de que Jast nos acompañaba, todos salieron a nuestro encuentro, viejos y jóvenes con sus animales domésticos. Aunque nosotros éramos objeto de curiosidad, enseguida nos dimos cuenta que el interés estaba centrado en Jast.
Lo saludaban con enorme respeto. Después de que hubo dicho algunas palabras, la mayor parte de los habitantes regresó a sus ocupaciones. Jast nos preguntó si queríamos acompañarlo, mientras preparaban nuestro campamento para la noche. Cinco de nosotros respondieron que querían descansar, los demás y algunos habitantes del poblado, seguimos a Jast hacia el extremo del claro que rodeaba al pueblo.
Después de haberlo atravesado, penetramos en la jungla, donde no tardamos en encontrar una forma humana extendida sobre la tierra. Al primer vistazo la tomamos por un cadáver, pero una segunda mirada, fue suficiente para darnos cuenta que la postura denotaba la calma del sueño. La figura era la de Jast, lo cual nos dejó petrificados de estupor. De repente, en tanto que Jast se acercaba, el cuerpo se animó y se levantó. El cuerpo y Jast se mantuvieron un momento frente a frente. No había error posible: los dos eran Jast. Después, en un instante, el Jast que nos había acompañado desapareció y únicamente quedó un ser de pie delante de nosotros. Todo pasó en menos tiempo del que es necesario para contarlo, pero nadie hizo pregunta alguna.
Los cinco que habían preferido descansar, llegaron corriendo sin que los hubiéramos llamado (más tarde les preguntamos por qué habían venido) la respuesta fue: «No lo sabemos». «Nuestro primer recuerdo es encontrarnos todos de pie corriendo hacia vosotros». «Nadie recuerda ninguna señal y estábamos ya lejos cuando nos dimos cuenta de lo que hacíamos».
Uno de nosotros gritó: «Mis ojos se han abierto tan grandes que veo más allá del valle de la muerte. Me son reveladas tantas maravillas que soy incapaz de pensar».
Otro dijo: «Veo el mundo entero triunfar de la muerte». Una cita me viene al espíritu con una claridad enceguecedora: «El último enemigo, la muerte, será vencida». ¿No es el cumplimiento de esas palabras? Nosotros tenemos mentalidades de pigmeos al lado de este entendimiento gigantesco y por lo tanto simple. Y hemos osado considerarnos como inteligencias luminosas. Somos niños. Comienzo a comprender las palabras: «Es necesario que vosotros volváis a nacer». ¡Cómo son de verdaderas!
El lector imaginará nuestra estupefacción y perplejidad. He aquí un hombre que nos había acompañado y servido todos los días y que podía extender su cuerpo por tierra para proteger a un pueblo y continuar por otro lado un servicio impecable. Nos sentimos forzados a cortar las palabras: «El más grande de entre vosotros, es aquel que sirve a otros». A partir de ese instante, el temor de la muerte desapareció de todos nosotros.
Esas gentes tenían la costumbre de colocar un cuerpo en la jungla, delante de un pueblo, cuando estaba infestado de merodeadores de dos o cuatro patas. La aldea estaba entonces al abrigo de las depredaciones humanas y de animales, como si estuviera situada en un centro civilizado. Era evidente que el cuerpo de Jast había reposado allí durante un lapso considerable. Su cabellera había estado apoyada en la maleza y contenía nidos de una especie de pequeños pajarillos particulares de este país. Habían construido sus nidos, criado sus pequeños y estos ya volaban, de ahí la prueba del tiempo inmóvil durante el cual ese cuerpo había permanecido allí extendido e inmóvil. Ese género de pájaros son muy temerosos, el menor trastorno les hace abandonar sus nidos. Ello muestra el amor y la confianza del que habían dado muestras.
Los tigres devoradores de hombres, aterrorizan a las aldeas, hasta el punto que los habitantes rehúsan algunas veces defenderse y creen que su destino es ser devorados. Los tigres entran en el pueblo y eligen su víctima. Fue delante de uno de esos pueblos, en el corazón mismo de una espesa jungla, que vimos el cuerpo de otro hombre extendido con el fin de protegerlo. La aldea había sido asaltada por tigres y habían devorado cerca de doscientos habitantes. Nosotros vimos cómo uno de esos tigres caminaba con gran precaución por encima de los pies de la forma extendida en tierra. Dos de nosotros observamos esta forma durante cerca de tres meses. Cuando dejamos el pueblo, el cuerpo (la forma) estaba intacto en el mismo lugar y ningún mal había acaecido a los habitantes. El hombre se reunió posteriormente a nuestra expedición en el Tíbet.
Reinaba tal excitación en nuestro campamento que nadie, excepto Jast, cerró los ojos; este dormía como un niño. De vez en cuando, alguno de nosotros se levantaba para verlo dormir, después se acostaba de nuevo diciendo a su vecino: «Pellízcame para que vea si estoy verdaderamente despierto». A veces empleábamos también expresiones más enérgicas.
V
Nos levantamos con el sol y regresamos el mismo día al punto de partida, donde llegamos justo antes de la noche. Instalamos nuestro campamento junto a un enorme baniano. Al día siguiente por la mañana, Emilio nos dio los buenos días. A nuestra lluvia de preguntas, respondió: «Yo no me sorprendo de vuestros interrogantes, responderé lo mejor posible pero dejaré ciertas repuestas para el momento en que conozcáis mejor nuestros trabajos. Notad bien que empleo vuestro propio lenguaje para exponer el gran principio que sirve de base a nuestras creencias.
»Cuando cada uno conoce la Verdad y la interpreta correctamente, ¿no es evidente que todas las formas vienen de la misma fuente? ¿No estamos ligados indisolublemente a Dios, sustancia universal del pensamiento? ¿No formamos todos una gran familia? Cada niño, cada hombre ¿no forma parte de esta familia sea cual sea su casta o religión?
»Vosotros me preguntáis si se puede evitar la muerte. Responderé con las palabras de Siddha: “El cuerpo humano se construye partiendo de una célula individual como el cuerpo de las plantas y de los animales, que nosotros llamamos hermanos más jóvenes y menos evolucionados. La célula individual es la unidad microscópica del cuerpo. Por un proceso de crecimiento y de subdivisión, el ínfimo núcleo de una única célula acaba por volverse un ser humano completo, compuesto de incontables millones de células. Estas se especializan en diferentes funciones, pero conservan ciertas características esenciales de la célula original. Se puede considerar a esta última como la portadora de la antorcha de la vida animada. La célula transmite, de generación en generación, la llama latente de Dios, la vitalidad de toda criatura viviente, la línea de sus ancestros es ininterrumpida y se remonta al tiempo de la aparición de la vida sobre nuestro planeta.
»La célula original está dotada de una juventud eterna, pero ¿qué es de las células agrupadas en forma de cuerpo? La juventud eterna, llama latente de la vida es una de las características de la célula original. En el curso de sus múltiples divisiones, las células del cuerpo han retenido esta característica. Pero el cuerpo no funciona como guardián de la célula individual más que durante el corto espacio de vida, tal como vosotros lo concebís actualmente.
»Por revelación, nuestros más antiguos educadores han percibido la verdad sobre la unidad fundamental de las reacciones vitales en los reinos animal y vegetal. Es fácil imaginarios arengando a sus discípulos bajo el baniano diciéndoles más o menos esto: “Mirad este árbol gigantesco. En nuestro hermano el árbol y en nosotros los estadios del proceso vital son idénticos. Mirad las hojas y las yemas en las extremidades de los más viejos banianos ¿no son ellos jóvenes como el grano de donde este gigante se elevó hacia la vida?” Ya que sus reacciones vitales son las mismas, el hombre puede ciertamente beneficiarse de la experiencia de la planta. Lo mismo que las hojas y los brotes del baniano son también jóvenes como la célula original del árbol, así mismo los grupos de células que forman el cuerpo del hombre, no son llamados a morir por pérdida gradual de vitalidad. A la manera de óvulo o célula original, estas pueden seguir siendo jóvenes o marchitarse. En verdad, no hay razón para que el cuerpo no esté tan cargado de vitalidad como la semilla vital de donde ha salido. El baniano se extiende siempre simbolizando la vida eterna. No muere más que accidentalmente. No existe ninguna ley natural de decrepitud, ningún proceso de envejecimiento susceptible de alcanzar a la vitalidad de las células del baniano. Es lo mismo para la forma divina del hombre. No existe ninguna ley de muerte ni de decrepitud para ella, salvo accidente. No hay ningún proceso inevitable de envejecimiento de los grupos de células humanas susceptibles de paralizar al individuo. La muerte no es más, entonces, que un accidente evitable.
»La enfermedad es ante todo ausencia de salud (Santi, en indo): Santi es la dulce y gozosa paz del espíritu, reflejada en el cuerpo por el pensamiento. El hombre sufre generalmente la decrepitud senil, expresión que esconde su ignorancia de las causas, a saber: el estado patológico de su pensamiento y de su cuerpo. Una actitud mental apropiada permite así mismo evitar los accidentes. El Siddha dice: “Uno puede preservar el tono del cuerpo y adquirir las inmunidades naturales contra todas las enfermedades contagiosas, por ejemplo la peste, o la gripe. Los Siddhas pueden contagiarse de microbios sin caer enfermos”.
»Recordad que la juventud es el grano de amor plantado por Dios en la forma divina del hombre. En verdad, la juventud es la divinidad en el hombre, la vida espiritual, magnífica, la única viviente, amante, eterna. La vejez es antiespiritual, fea, mortal irreal. Los pensamientos de temor, de dolor, melancolía engendran la fealdad llamada vejez. Los pensamientos de alegría, de amor y de ideal engendran la belleza llamada juventud. La edad no es más que una concha que contiene el diamante de la verdad, la joya de la juventud.
»Ejercitaros para adquirir una conciencia de niño. Visualizad al Niño Divino en vosotros mismos. Antes de dormiros tomad conciencia de poseer en vosotros un cuerpo de alegría espiritual, siempre joven y bello. Pensad en vuestra inteligencia, vuestros ojos, nariz, boca, vuestra piel en el cuerpo del Niño Divino. Todo ello está en vosotros, espiritual, perfecto, y desde ahora, desde esta noche. Reafirmad lo anterior, y meditadlo antes de dormiros apaciblemente. Y por la mañana al levantaros, sugestionaros en voz alta diciéndoos: “Y bien, mi querido…, hay un divino alquimista en ti”.
»Una transmutación nocturna se produce por el poder de estas afirmaciones. El espíritu se expande desde adentro, satura el cuerpo espiritual, llena el templo. El alquimista interior ha provocado la caída de las células usadas y ha hecho aparecer el grano dorado de la epidermis nueva perpetuamente joven y fresca. En verdad la manifestación del amor divino es la eterna juventud. El divino alquimista está en mi templo, fabricando continuamente nuevas células, jóvenes y magníficas. El espíritu de juventud está en mi templo bajo la forma de mi cuerpo divino y todo va bien. ¡Oh Santi! ¡Santi! ¡Santi! (paz, paz, paz).
»Aprended la dulce sonrisa del niño. Una sonrisa del alma es una distensión espiritual. Una verdadera sonrisa posee una gran belleza. Es el trabajo artístico del inmortal Maestro interior. Es bueno afirmar: “Yo envío buenos pensamientos al mundo entero. Que él sea dichoso y bendito”. Antes de abordar el trabajo del día, afirmad que hay en vosotros una forma perfecta divina. “Soy ahora como yo lo deseo. Tengo cotidianamente la visión de mi ser magnífico, al punto de insuflar la expresión a mi cuerpo. Soy un Niño divino y Dios provee mis necesidades ahora y siempre”.
»Aprended a ser vibrantes. Afirmad que el amor infinito llena vuestro pensamiento, que su vida perfecta hace vibrar todo vuestro cuerpo. Haced que todo sea luminoso y espléndido alrededor de vosotros. Cultivad el espíritu de humor, gozad de los rayos del sol.
»Todas estas citas provienen de la enseñanza de los Siddhas. Su doctrina es la más antigua conocida. Data de millares de años antes de los tiempos prehistóricos. Antes incluso de que el hombre conociera las artes más simples de la civilización, los Siddhas iban de aquí para allí enseñando con la palabra y el ejemplo la mejor manera de vivir.
»Los gobiernos jerárquicos nacieron de esta enseñanza. Pero los jefes se alejaron bien rápido de la noción de que Dios se expresaba a través de ellos. Creyeron ser ellos mismos los autores de las obras. Perdiendo de vista el aspecto espiritual y olvidando que todo viene de una fuente única, Dios, se manifestaron bajo un aspecto personal y material. Las concepciones personales de estos jefes provocaron grandes cismas y una vasta diversidad de pensamiento. Tal es para nosotros el sentido de la Torre de Babel.
»A lo largo de las edades, los Siddhas han conservado la revelación del verdadero método por el cual Dios se expresa a través de todos los hombres, recordando que Dios es todo y se manifiesta en todo. Al no haberse desviado nunca de esta doctrina, han preservado los grandes fundamentos de la verdad».