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LA CHINA
QUE VIVÍ
Y ENTREVÍ

MARCELA
DE JUAN

COLECCIÓN VIAJES LITERARIOS Nº8

LA CHINA QUE VIVÍ
Y ENTREVÍ

MARCELA DE JUAN

Título original: La China que ayer viví y la China que hoy entreví,

publicado originalmente en 1977 por Luis de Caralt, Editor

Título de esta edición: La China que viví y entreví

© Marcela de Juan, 1977

La Línea del Horizonte Ediciones no ha podido localizar a los herederos

e Marcela de Juan y declara su disposición a satisfacer los derechos

de autor derivados de la publicación de La China que viví y entreví

Primera edición en La Línea del Horizonte Ediciones: marzo de 2021

© de esta edición: Festina Lente Ediciones SLU, 2021

La Línea del Horizonte Ediciones,

un sello editorial de Festina Lente Ediciones, SLU

C/ Mesón de Paredes, 73 | 28012 (Madrid, España)

www.lalineadelhorizonte.com | info@lalineadelhorizonte.com

© del prólogo: Marisa Peiró

De la maquetación y el diseño gráfico:

© Víctor Montalbán | Montalbán Estudio Gráfico

Directora editorial: Pilar Rubio Remiro

Coordinador editorial: Miguel S. Salas

Corrección: Luis Porras

ISBN: 978-84-17594-86-2

THEMA: WTL, 1FPC

Todos los derechos reservados.

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o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización

de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley

LA CHINA QUE VIVÍ
Y ENTREVÍ

Prólogo
Por
MARISA PEIRÓ

UN POCO DE PREHISTORIA

LA CHINA QUE AYER VIVÍ

Llegada a china

Pekín

El colegio

Año nuevo

Amistades

El barrio de las legaciones

El teatro

Mis últimos años en Pekín

LA CHINA QUE HOY ENTREVÍ

Cuarenta y siete años después

Pekín, la ciudad sin par

Shanghái

Los estudiantes

De todo un poco

Recorrido turístico

Y la larga marcha sigue

LA CHINA QUE VIVÍ
Y ENTREVÍ

MARCELA DE JUAN

PRÓLOGO

Para aquel que escuche hablar de ella por primera vez, es probable que la biografía de Hwang Ma Cé, o Huáng masài (esto es, el nombre de nacimiento de Marcela de Juan), le parezca un cuento chino, pero, como sucede a menudo con los grandes personajes, la realidad es capaz de superar cualquier ficción. Nacida en La Habana, de padre chino y madre belga, y criada a caballo entre Madrid y Pekín, Marcela no solo se convertiría en una de las primeras y principales traductoras del chino al español, sino que sus singularísimas circunstancias, intereses y aptitudes la perfilaron como la verdadera pionera de la difusión cultural sobre China en España, tiempo antes del nacimiento de los primeros estudios sobre Asia Oriental —ahora, presentes en muchas de las universidades españolas.

Conocedora de que su incesante actividad (personal y profesional) era tan o más interesante que sus conferencias y traducciones, fue la propia Marcela de Juan (1905-1981) quien puso por escrito sus andanzas, ya en los últimos años de su vida, en el libro que se reedita en esta ocasión1, en el que la autora perfila sus vivencias en China y España, dos países que en aquellas décadas, a pesar de sus enormes diferencias, sufrieron irreversibles cambios políticos a los que la autora asistió de primera mano.

Cronista de hechos singulares, su perfil y labores despertaron el interés de la sociedad madrileña en un momento en el que la afinidad por lo exótico quedaba, a menudo, eclipsada por lo castizo, pero su figura fue paulatinamente cayendo en el olvido hasta que, en los últimos años, una serie de investigadores se dedicaron a señalar y recuperar su papel, especialmente en lo que se refiere a su labor como traductora2. A todos ellos agradezco su trabajo, especialmente a los más tempranos, ya que fueron el punto de partida de mi interés por el personaje. Mi primera aproximación a la vida de Marcela se produjo cuando, en el trascurso de la investigación para mi tesis doctoral, en la que profundizaba sobre la difusión cultural sobre China en los Estados Unidos durante el período de entreguerras (a partir de personajes como Pearl S. Buck, Lin Yutang, Soong May-Ling, Anna May Wong, Miguel Covarrubias o Mai-Mai Sze3), fue necesario conocer y establecer analogías con la situación del momento en España. Fue en consultas de hemeroteca donde, por primera vez, me topé con Marcela, cuya labor presentaba paralelismos con la de alguno de estos personajes, pero que destacaba porque, a pesar de sus circunstancias vitales, realizó sus logros sin el apoyo de una compleja red cultural china sobre la que apoyarse.

Sin lugar a dudas, Marcela de Juan fue una mujer singularísima y prolífica, pero debo advertir al lector que el objetivo de este prólogo no es realizar una biografía detallada (ya que esta es mejor leerla en las palabras de su protagonista), sino presentar y contextualizar las facetas más destacadas de una mujer sobresaliente y sin parangón en su tiempo.

MARCELA, LA MADRILEÑA CHINA

La que hoy podría entenderse como una ventaja (ser hija de madre europea y de padre chino) fue casi siempre un factor en contra de Marcela, empezando por su propio nombre. Ante la dificultad para interpretar e incluso pronunciar el nombre que le fue dado al nacer, 黄玛赛 (que la propia Marcela tradujo como «exposición de piedras preciosas»), su familia optó por castellanizarlo4. Lo mismo le había sucedido a su padre, el diplomático y mandarín chino Hwang Lü He, 黃履和 (también llamado Liju Juan), secretario de la legación china en España. Casado con Juliette Broutá-Gilliard, dama belga con la que, antes que Marcela, tuvo a su hija Nadine —de la que también hablaremos—, en 1905 fue brevemente trasladado a La Habana, y en ese breve lapso nació Marcela5. Con apenas ocho meses, Marcela vivió su primera gran mudanza, a Madrid, al ser nombrado su padre ministro plenipotenciario de la legación china. La primera estancia madrileña de Marcela transcurre entre el domicilio de la legación en la calle Velázquez —donde la familia se convierte en vecina y amiga de Natalio Rivas, ministro de Instrucción Pública—, un hotelito de Ciudad Lineal y una vivienda de la calle Alcalá. Ni Marcela ni su hermana acudieron a la escuela, pues recibieron la instrucción en casa, además de las más pintorescas visitas, como las de los escritores Pío Baroja (y su hermana Carmen, con la que acostumbraban a dar paseos por el Retiro) y Emilia Pardo Bazán, el escultor Mariano Benlliure, el torero Fuentes Bejarano o la actriz Rosario Pino, con la que su padre tuvo un idilio.

De las palabras de Marcela se aduce que su padre, aunque honorable, culto y respetuoso como buen mandarín, fue tradicional pero laxo en muchos de sus hechos y costumbres, empezando por el hecho mismo de casarse con una blanca, o siguiendo por las clases de toreo que recibía en la Casa del Frascuelo; no lo fue tanto en otros aspectos como el del vendaje de los pies de su hija (afortunadamente descubierto e interrumpido por la horrorizada madre), las reverencias ante los regalos enviados por la mismísima emperatriz Cixí o en comprometer a la joven Marcela con el igualmente jovencísimo hijo del príncipe chino Shen en su visita a Madrid. Autoproclamado liberal, Liju Juan sentía gran veneración por el conde de Romanones, al que veía ocasionalmente y de quien llegó a traducir al chino El ejército y la política. «Vivíamos pues, felices e ignorados» —escribe Marcela—, entre clases, visitas insignes y asistiendo a zarzuelas en el Teatro Apolo. Tras la proclamación de la República de China, al señor Juan «le faltó tiempo para cortarse la coleta» —en irónicas palabras de la propia Marcela— y para hablar, en los más positivos términos, de la opresión manchú y de la nueva y prometedora república de China en los diarios madrileños, pero poco después, en julio de 1913, fue trasladado a Pekín para ocupar un nuevo cargo en el Ministerio de Asuntos Exteriores.

MARCELA, LA CHINA EUROPEA

Debido al nuevo empleo de Liju Juan, la familia completa se trasladó a Pekín. De camino, pasaría por Bruselas, y en Marsella comenzaron un largo viaje por mar, haciendo escala en lugares que impactaron a la joven Marcela, como Colombo, Singapur o Shanghái, y en los que conoció por primera vez el racismo (según ella, eso en Madrid no existía), cuando a su padre y a las hermanas les fue negado viajar en primera clase. Marcela vivirá quince años en lo que ella define como un Pekín de transición, capital, a su pesar, de la nueva República burguesa, gobernada de facto por los Señores de la Guerra y en la que «todavía había concubinas y las mujeres de pies comprimidos trataban de desatárselos, sin el menor éxito», una época de «discriminación racial establecida sin ningún disimulo», en la que el «eurasiano», caso de Marcela o de su hermana Nadine, era «raro y escaso, doblemente despreciado por los unos y los otros». El racismo será uno de los temas transversales de su estancia, a pesar de lo cual Marcela habla con cariño y nostalgia sobre el arte, la medicina, los usos y costumbres, y el ceremonial y los rituales chinos, que describe con profusión en sus memorias. En ellas también hay espacio para la crónica política, camuflada —a menudo— de anécdota de sociedad, como cuando relata su amistad con el hijo de Yuan Shikai, o la visita que un joven estudiante hace a su padre en 1918, y que resultó ser Mao Zedong.

Tras el desembarco en Shanghái, ciudad que la deslumbra, Marcela adquirió la determinación de aprender chino, idioma del que no hablaba una palabra. Ya en Pekín, la familia se instaló en una casa de la zona de la Puerta Este de la Gran Muralla, que, a pesar de ser «de poca categoría», contaba con agua corriente y seis criados a su servicio. Marcela recibió en estos años una formación del todo inusual: con su padrino, un primo de su padre, comienza a aprender sobre arte chino y a visitar mercadillos y anticuarios; con la colección de libros de su madre, se aficiona a la literatura francesa. Gracias a su capaz cocinero, en la casa de los Juan se desayuna a la francesa, se come a la europea y se cena a la china. Similar multicultural situación tuvieron Marcela y Nadine en la escuela —a la que asisten, en Pekín, por primera vez—: en la Escuela del Sagrado Corazón, operada por monjas francesas, reciben la instrucción en inglés por la mañana, en francés por la tarde, y al mediodía toman lecciones de chino, que complementan con un tutor privado6. De él, Marcela aprendería no solo el idioma, sino también la poesía, la caligrafía y, en definitiva, la cultura, aunque solo estudió chino hasta los doce años; su padre le llegó a decir que nunca se iba a ganar la vida con este idioma, aunque, como ella bien se jacta en recordar, obviamente se equivocó.

Tras terminar la escuela, tanto Marcela como su hermana comenzaron a trabajar, tanto por el carácter pragmático de su padre como por cierta necesidad económica7. Marcela trabajó en la sucursal pekinesa de la Banque Française pour le Commerce et l’Industrie, mientras que Nadine8 fue secretaria del primer ministro del Gobierno del Norte de China, Pan Fu, que mantenía a siete concubinas y que propuso a Marcela convertirse en la octava.

Residente, como era, de una casa singular y de la alta sociedad pequinesa, en sus memorias, Marcela se prodiga en relatar la abundante y singularísima vida social de la que gozaban su hermana y ella en sus ratos libres. Los Juan recibían en su casa a importantes nobles y diplomáticos españoles, cubanos, italianos, alemanes y franceses; además, Marcela cita como visitantes a personalidades como los Durazzo, el joven conde Galeazzo Ciano, el Mariscal Joseph Joffré o el premio nobel Saint-John Perse. Entre las amistades chinas de su padre sobresalen dos de los mayores literatos de su tiempo, como Lin Yutang (a quien Marcela cita con admiración) y Hu Shi, así como la princesa Dan y la también eurasiana y medio belga Han Suyin, que más adelante se convertiría en una importante escritora.

En el libro también hay espacio para la descripción de sus salidas y excursiones (tanto a monumentos históricos como al teatro), para hablar de la gastronomía o de los difuntos en China, intercalándose esto con el relato de la evolución política y militar del país (la familia asiste, por ejemplo, a la boda de Pu Yi, el último emperador). Marcela también cuenta cómo ella y su hermana eran requeridas, a menudo, para entretener a diversas personalidades de paso por Pekín (como Vicente Blasco Ibáñez o Wallis Spencer): preparan paella, bailan sevillanas, acompañan a patinar al presidente Li Yuanhong o hacen carreras a caballo con el futuro Jorge VI de Inglaterra.

En aquellos años, Marcela fue cortejada por no pocos pretendientes, tanto chinos como europeos, pero su condición eurasiana pareció ser un problema a la hora de formalizar las relaciones. De entre los candidatos «serios», destacó Victor Hoo (que más adelante se convertiría en secretario adjunto de las Naciones Unidas) y el ruso blanco, Paul Hoyningen-Huene—por quien aprende ruso—, sobrino del barón que luego se haría un fotógrafo famoso, y al que abandonó, tras un flechazo, por François de Courseulles. Tras un noviazgo de varios años (en el que Courseulles la engaña habitualmente), el francés abandonó el país y dejó a Marcela mediante una dolorosa carta, de la que ella destaca las siguientes palabras: «Dirá que soy un monstruo, pero lo cierto es que no me puedo casar con una china; perdería mi puesto y mi carrera, todos me harían el vacío y no encontraría trabajo».

Ese mismo mes, falleció Liju Juan, y, para ganar un dinero extra, Marcela comienza su andandura en la prensa, pero acabaría decidiendo que es el momento oportuno para regresar a España. En contra de los deseos de su madre, y custodiada por el ministro de Brasil, Armínio de Mello Franco —que aprovecharía la ocasión para pedirle matrimonio—, Marcela emprende un viaje a España, con importantes paradas en Marsella y París, que iba a ser temporal pero que duraría hasta 1975.

MARCELA, LA SINÓLOGA

Una vez de vuelta en España, Marcela es acogida por su tío Julio Broutá en Segovia, en donde causa furor en las verbenas con sus trajes chinos, y donde se hace amiga de las hijas del ceramista Daniel Zuloaga (sobrinas del ilustre pintor). Viajando a Madrid para ayudar con un encargo editorial a su tío, coincide en el tren con un joven brasileño al que había conocido en París, que va acompañado por el que, muy pronto, y a pesar de las reticencias a lo que los Broutá consideran un cortejo inapropiado para una señorita decente, se convertirá en el marido de Marcela: el diplomático y ocasional pintor Fernando López Rodríguez-Acosta, perteneciente a la insigne familia granadina. El flechazo fue instantáneo, pero la relación fue igualmente breve, ya que Fernando falleció apenas dos años y medio después de la boda. La familia del marido convenció a Marcela de que renunciara a su parte de la herencia (en favor de la creación de la Fundación Rodríguez-Acosta) y, aunque la apoyaron económicamente durante un tiempo, Marcela dio, entonces, comienzo a una interesante y agitada carrera laboral y cultural9.

Los primeros años de Marcela en España coinciden con su presentación en sociedad: su pintoresco perfil (y, de paso, el de su hermana) fue objeto de artículos en la prensa española; al mismo tiempo, comenzaría a hacerse un hueco como divulgadora cultural: además de escribir artículos sobre temática china para diferentes publicaciones, empieza a dar conferencias sobre esta misma materia, recibidas con gran interés en los medios culturales10. Fruto de la necesidad general de un conocimiento intelectual sobre China, surgió entonces su primer libro, Escenas populares de la vida china (1934), publicado en Madrid con la editorial Plutarco.

Resulta llamativo que, en sus extensas memorias, Marcela apenas haga referencia alguna a su encomiable y pionera labor intercultural a la que dio inicio en aquellos momentos, pues se limita a agregar que «He seguido escribiendo en diarios y revistas. He publicado algunos libros y de este modo he ido matando el tiempo»11. Sin embargo, la modesta Marcela fue responsable, de la traducción y compilación, de las tres antologías más importantes de poesía china editadas en España12, así como de otras tres antologías de relatos chinos y orientales13.

Gracias a su destreza en, al menos, siete idiomas, Marcela entró a formar parte del cuerpo de lenguas del Ministerio de Asuntos Exteriores de España, en donde trabajó durante treinta años, hasta el momento de su jubilación. Además de ejercer de intérprete en congresos internacionales, esto la hizo viajar con cierta frecuencia: en uno de estos viajes realizó su célebre entrevista a Indira Ghandi (publicada en la Revista de Occidente), y también ocupó, durante un año, un puesto en el Consulado General de España en Hong Kong.

En 1955, fundó, junto con Consuelo Berges, la Asociación Profesional Española de Traductores e Intérpretes. Marcela ejerció un estilo particular de traducción, parco en notas al pie, pues prefería alterar directamente el texto cuando esto podía facilitar una mejor comprensión al lector, o incluir las aclaraciones necesarias en el prólogo. Sus traducciones del chino fueron de las primeras hechas en nuestra lengua que carecían de intención evangelizadora o comercial; su carácter de mediadora intercultural requirió su presencia cada vez que en España tenía lugar algún asunto chino relevante, ya fuera la visita de políticos taiwaneses, la actuación en Barcelona de la Ópera de Pekín o, incluso, el rodaje —a las afueras de Madrid— de la película de Samuel Bronston 55 días en Pekín (1962) —ambientada en el levantamiento de los bóxers y protagonizada por Charlton Heston y Ava Gardner—, para la cual fue contratada como asesora técnica debido a su conocimiento de primera mano del ambiente diplomático de Pekín a principios del siglo xx.

En los últimos años de la vida de Mao, y, especialmente, tras su muerte, se reanudaron de manera formal las relaciones diplomáticas entre el reino de España y la República Popular de China, y Marcela aprovechó la ocasión para viajar al país que tanto amó. De sus tres viajes —realizaría el primero en 1975— surgirá la idea y el relato que aparece en La China que ayer viví y que hoy entreví, libro pionero pero de escaso impacto, en el que, en los albores de la Transición, Marcela describió con admiración y minuciosidad los logros de la China maoísta: desde la vida en el nuevo Pekín a la seguridad y limpieza de la nueva China, pasando por los sistemas de planificación familiar y el nuevo orden sexual, la vida en las comunas, la robotización de las fábricas o el movimiento estudiantil.

Tan discreta y sencilla fue Marcela que ni siquiera queda claro si su muerte, en agosto de 1981, tuvo lugar en Madrid o Ginebra. Ella, que bien podría haber explotado la baza de delicada y refinada princesa china 14 —así llegó a llamarla la prensa en alguna ocasión—, siempre prefirió presentarse como mujer autónoma, moderna y modesta, haciendo un gran esfuerzo por lo que hoy denominaríamos comunicación intercultural; además de alimentar el deseo de conocimiento sobre China (nunca exento de cierta dosis de exotismo), se aplicó en promover una correcta y actualizada representación de las mujeres chinas. En pleno auge del peligro amarillo, que invadió la política y las producciones literarias y audiovisuales de todo tipo, obcecadas en presentar a las mujeres chinas como desgraciadas, malas e, incluso, feas, Marcela incluyó poetisas clásicas en sus compilaciones y, siempre que tuvo ocasión, habló maravillas de las modernas mujeres chinas (tanto de las de la primera época republicana como de las del período maoísta):

Ahora, las muchachas chinas salen solas de sus casas; van a las universidades a estudiar; a trabajar en las oficinas públicas, en los talleres, en los periódicos, en los comercios; asisten a bailes… Hacen la misma vida que las mujeres europeas y alternan, diariamente, como ellas, con los hombres, y aceptan de marido el que quieren, el que les gusta… […] Seguramente nuestras abuelas vivían contentas en su retiro, junto al esposo que el azar les había dado, ignorantes y tranquilas. Seguramente encontrarían insensata nuestra existencia actual… Pero nosotras nos hemos adherido a ella, y aunque nos traiga penas y trabajos nuevos, la queremos. La queremos y nada podrá hacer que volvamos hacia atrás.15

Toda una providencial declaración de intenciones pronunciada en 1928. Ahora sabemos que no se equivocaba.

MARISA PEIRÓ

UN POCO DE PREHISTORIA