el_beato_Mark_Çuni_albania.jpg

1 Este libro se inscribe en la estela de mi libro Albanie. Ils ont voulu tuer Dieu publicado en 1996, tras haber recogido en Albania el testimonio de los supervivientes sobre sus pruebas y sobre los mártires. Después han sido abiertos los archivos, y se ha realizado un trabajo histórico para el proceso canónico de los 38 mártires. Lo esencial ha sido publicado en Profilo storico agiografico di Mons. Vinçenc Prennushi e Compagni Martiri, dos gruesos volúmenes del padre Leonardo di Pinto, pieza clave de la preparación de la Positio diocesana; también han sido publicados algunos testimonios, monografías y estudios. Por tanto, era necesario un libro nuevo. Agradezco a Juan Antonio Martínez Camino que me haya propuesto escribirlo para esta colección.

2 Uno de sus antiguos alumnos, pariente del intérprete de Enver Hoxha contará que, después de la ejecución del padre Anto Harapi, el embajador de Yugoslavia, entonces el verdadero dueño del país, declara a Enver Hoxha: «Sigue estando ahí el padre Shllaku, que cuenta más que diez franciscanos como Harapi. Debe usted eliminarlo y destruir totalmente el nido del clero católico, empezando por los franciscanos» (Gjon Shllaku está ya entonces ante sus jueces).

3 Diversos libros e incluso novelas engordarán este tema, recayendo cada vez más en la fabulación.

4 Mientras que sus verdugos le conducen hacia el lugar de ejecución, el grupo pasa cerca de un charco de agua y lodo. El padre Harapi tiene cuidado en no ensuciarse y los milicianos se burlan de él: «¡No merece la pena!», pero el franciscano responde: «Allí donde voy quiero hacerlo sin estar sucio, como lo he intentado durante toda mi vida». Un miliciano contará que el religioso les dio su perdón y su bendición en el momento de ejecutarlo.

5 Este se convertirá más tarde en presidente de la Corte Suprema. Envió a la muerte a cientos de personas. Tras el final del comunismo, él mismo será condenado a muerte por crímenes contra la humanidad, y luego amnistiado por consideración a su edad.

6 Será detenido poco después. Atado desnudo a un albaricoquero en la fría noche, será golpeado noche tras noche antes de que un oficial lo ejecute al final de una larga sesión de torturas.

7 El Martirologio de monseñor Simoni también menciona a otro sacerdote greco-católico, Papa Pandi, cuyo nombre se desconoce, que fue decapitado y arrojado al agua en Korcë, y añade: «Sabemos muy poco acerca de su vida, porque los comunistas han empleado dos métodos ya conocidos, el secreto y el olvido». Al acabar el comunismo, renace una pequeña comunidad greco-católica atendida por un monje de Grottaferrata. En la actualidad, sus pocos cientos de miembros constituyen la Iglesia albanesa de tradición bizantina que, en el Anuario Pontificio, figura en pie de igualdad con la Iglesia latina y las otras 19 Iglesias rito orientales que juntas constituyen la comunión católica.

8 La noticia de su condena a muerte en 1979 había llegado a Occidente, y es sin duda la causa de ese error.

9 Él mismo aparece, bajo el nombre de Hermano Shtjefën, en una novela de Bashkim Shehu.

Colección

Mártires del siglo XX

nº 13

Dirigida por Juan A. Martínez Camino

Didier Rance

El beato Mark Çuni

y los mártires de Albania

Traducción de Blanca Millán García

Título original: Le bienheureux Mark Çuni et les martyrs d’Albanie

© El autor y Ediciones Encuentro, S. A., Madrid, 2018

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

100XUNO, nº 49

Esta obra ha sido publicada con la colaboración del Instituto de Estudios Históricos de la Universidad CEU San Pablo

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

Imágenes de los beatos: es.catholic.net, archive.is y leforumcatholique.org

ISBN Epub: 978-84-9055-788-4

Depósito Legal: M-32147-2018

Printed in Spain

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

Redacción de Ediciones Encuentro

Conde de Aranda, 20 - 28001 Madrid - Tel. 915322607

www.edicionesencuentro.com

Índice

Introducción

I. La Iglesia católica a través de los siglos y en la gran persecución

Los papas nos hablan de los mártires de Albania

II. Los beatos mártires del 4 de marzo

III. Los beatos obispos mártires

IV. Los demás beatos mártires

V. Sobrevivir para dar testimonio

Referencias

Introducción

«Nunca antes había conocido la historia algo como lo acontecido en Albania... Vuestra experiencia de muerte y resurrección pertenece a toda la Iglesia y al mundo entero», declaraba san Juan Pablo II el 25 de abril de 1993; y añadía: «La historia de Albania brilla también a través de los nombres de los mártires, que han participado de una manera especial de la cruz y resurrección de Cristo». La beatificación de 38 mártires católicos albaneses del comunismo, el 5 de noviembre de 2016, es también una respuesta a esa interpelación. Este libro trata de ellos y de algunas otras figuras de testigos de Cristo, muertos por la fe o que han sufrido por causa de ella1; igual que, en otro tiempo, los primeros cristianos hacían circular por el Imperio romano y más allá de él las Actas y las Pasiones de sus mártires.

«Vuestra experiencia de muerte y resurrección pertenece a toda la Iglesia y al mundo entero»: el lector descubrirá en estas páginas la extraordinaria riqueza cristiana y humana de estos 38 mártires. En su diversidad, nos ofrecen un notable compendio de humanidad: jóvenes y viejos, gente de la ciudad y del campo, letrados o no, poetas, etnógrafos, músicos o autores dramáticos, orgullosos o tímidos, obispos, sacerdotes (la mayoría), religiosos, seminaristas, postulantes, campesinos o comerciantes: cada uno dibuja uno de los rostros de la universalidad en la unidad de testigos de Cristo. Aquí no insistiré más que sobre un aspecto del tesoro que nos transmiten. La apertura de los archivos albaneses ha revelado las últimas palabras de muchos de ellos durante su martirio (Enver Hoxha, sin duda por sadismo y tal vez esperando saber que sus víctimas se hundían en el momento supremo, exigía recibir personalmente una relación de las últimas palabras de sus víctimas ante los pelotones de ejecución). Pues bien, como el lector descubrirá aquí, son siempre palabras de fe y de fidelidad a Cristo y a la Iglesia, pero con frecuencia también palabras de perdón hacia los que les han condenado y les llevan a la muerte. Estos mártires confirman así la victoria del amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte.

I. La Iglesia católica a través de los siglos y en la gran persecución

Algo menos extensa que Bélgica, algo menos poblada que Lituania, erizada de montañas salvo en su franja costera, Albania (Shqipëria, que significa país del águila) es uno de los estados más pobres de Europa y continúa siendo uno de los menos conocidos y visitados. No obstante, el lector encontrará fácilmente en los libros o en la red con qué satisfacer su curiosidad sobre su historia política y religiosa. Presentada a grandes rasgos: los albaneses descienden sin duda de los ilirios de la Antigüedad, evangelizados por san Pablo; durante mucho más de un milenio, la región es reivindicada tanto por Bizancio como por Roma; en 1385 aparece un nuevo actor, los otomanos —Albania es conquistada y constituye una base para lanzarse al asalto de Roma—, pero Skanderberg, «Salvador de la cristiandad», levanta al país en pro de su libertad y su fe cristiana y hace fracasar el proyecto otomano; solo después de su muerte los otomanos podrán controlar todo el país; el centro es islamizado, sobre todo a partir del siglo XVII, pero los habitantes de las montañas del norte, organizados en clanes, permanecen bravamente católicos; franciscanos italianos vienen a administrar los sacramentos, organizar las comunidades y catequizar a los niños, a menudo al precio del martirio; la elección en 1700 de Clemente XI, de lejano origen albanés, es una bendición para los católicos: reorganiza la jerarquía, favorece el envío de misioneros y promueve la lengua y la cultura albanesas; los jesuitas llegan para apoyar a los franciscanos.

A partir del siglo XVIII, el lento reflujo otomano favorece la instauración de principados. Las ciudades se desarrollan, y aparece una conciencia nacional, sobre todo entre los católicos. En el siglo siguiente, las revueltas contra el poder otomano se multiplican. Sin ayuda de las potencias europeas, los albaneses luchan durante más de treinta años y logran la independencia en 1912-1913, al precio de un territorio amputado casi en su mitad. Campo de batalla de las potencias europeas durante la Primera Guerra Mundial, Albania recupera después su independencia. Tras un período democrático, un guerrero toma el poder y no tarda en hacerse proclamar rey bajo el nombre de Zog I dirigiendo el país con mano de hierro y modernizándolo. Pero Mussolini codicia durante años a su pequeño vecino y envía sus tropas el 7 de abril de 1939, día de Viernes Santo (elegido para humillar a Pío XI, hostil a esa anexión). En 1943, los italianos se marchan, pero Hitler envía a la Wehrmacht. Se organiza la resistencia nacional frente al ocupante, pero Tito, que ha suscitado un partido comunista albanés y lo sostienen militarmente, le ayuda a imponerse frente a los otros grupos de resistentes, demócratas o monárquicos, a los que los occidentales abandonan. Enver Hoxha entra como dueño en Tirana el 28 de noviembre de 1944; los demás partidos son eliminados, y se instaura una dictadura marxista-leninista en todo el país. El 11 de enero de 1946 Albania se convierte en República popular siguiendo el modelo soviético.

Albania cuenta entonces con algo más del 50% de musulmanes suníes, 20% de ortodoxos, 15% de bektashis (religión sincretista de origen musulmán) y 11% de católicos. En la época se cuentan 124.000 católicos, seis obispos y 187 sacerdotes. Los católicos desempeñan un cometido, tanto social como cultural, que va mucho más allá de su número: escuelas, orfanatos, hospitales, prensa, mientras que numerosos escritores, los más en boga, son franciscanos y jesuitas que continúan realzando la cultura tradicional albanesa y sus valores, a la vez que luchan contra sus excesos, sobre todo contra la vendetta por honor. Las demás religiones participan menos en la vida pública; los ortodoxos solo logran en 1937 su autocefalia respecto de Constantinopla; los musulmanes suníes carecen de una organización centralizada, y los bektashis se acantonan en lo religioso después del reinado del rey Zog.

Enver Hoxha, que domina el país de 1945 hasta su muerte en 1985, pretende liberarse de la tutela de sus «hermanos mayores», y en 1948 elige a Stalin contra Tito, y luego a Mao contra Kruschev; tras la ruptura con China en 1978, Albania se hunde en un aislamiento total. Para el país comunista más pequeño de Europa, Hoxha tiene el proyecto más ambicioso: no solo ser el único estado «fiel a las enseñanzas inmortales de Marx, Engels, Lenin y Stalin», sino además crear un tipo de hombre nuevo en la historia de la humanidad. Pero la pasta humana no es tan fácil de modelar. Desde los inicios del régimen la violencia es el instrumento esencial de este proyecto prometeico. La siniestra Sigurimi, policía política fundada con ayuda de los servicios yugoslavos, y luego soviéticos, supera rápidamente a sus maestros en crueldad. Durante el periodo comunista del 10 al 15% de la población albanesa conoce la prisión o los campos de concentración, y un porcentaje similar colabora con los organismos represivos: cerca de un albanés de cada tres ¡víctima o verdugo!

El hombre nuevo según Enver Hoxha es decididamente ateo o antirreligioso. Desde que toma el poder, el dictador comunista ataca a la religión más anclada en la identidad nacional y la más dinámica, el catolicismo. Mentira y violencia son los dos resortes de su lucha contra este. Los primeros sacerdotes mártires, los beatos Lazër Satoja y Ndre Zadeja caen bajo las balas de los pelotones de fusilamiento en la primavera de 1945, mientras que el representante del papa es expulsado de Albania, escuelas y movimientos católicos son prohibidos y se lanza una odiosa campaña contra el clero y los religiosos católicos por parte de los periódicos y las radios del régimen, los únicos permitidos. Al mismo tiempo, el régimen intenta crear una Iglesia nacional albanesa independiente de Roma, pero ningún obispo acepta ponerse a la cabeza; dos mueren a consecuencia de los interrogatorios, dos son fusilados, otro muere en prisión por las torturas y malos tratos recibidos. El último, monseñor Bernardin Shllaku, de 74 años, no sale de prisión sino para ir a una residencia vigilada. La persecución afecta a todo el clero: expulsión de los misioneros extranjeros, arrestos, ejecuciones con o sin proceso y condenas a trabajos forzados se suceden hasta comienzos de 1949. Los fieles defienden a su clero, y en las montañas hay verdaderas insurrecciones de los aldeanos (la historia de estos mártires está todavía por escribirse —en Ungrej y en Kodër Shen Gjergj, por ejemplo, toda la parroquia pide ser arrestada y apresada con su párroco cuando este es detenido—). En las iglesias, en lo sucesivo sin sacerdote, los fieles se juntan el domingo para rezar el rosario. En enero de 1949, Enver Hoxha se reúne con Stalin en Moscú. Este último le pregunta por el clero católico: «¿Qué ha hecho usted con ellos?». «Después de la victoria los hemos detenido, juzgado, y han recibido el castigo que merecían». «Ha hecho usted bien… Si es usted claro respecto a que la religión es el opio del pueblo y que el Vaticano es un centro de oscurantismo, de espionaje y subversión contra la causa de los pueblos, sabe usted que debe actuar como lo ha hecho. No debe llevar la lucha contra el clero, que hace actividades de espionaje y subversión, al plano religioso, sino siempre al plano político».

Sin embargo ese mismo año, la reciente ruptura con Yugoslavia da a la Iglesia católica una tregua inesperada. El régimen necesita una pausa interior para consolidarse, pero no renuncia a su proyecto de una Iglesia nacional. Enver Hoxha obliga a monseñor Shllaku, bajo amenaza de una liquidación total del catolicismo, a aceptar un modus vivendi, o más bien un modus moriendi de su Iglesia. Los sacerdotes que protestan son asesinados o enviados a los campos de concentración; los demás deben aceptar en 1952 unos Estatutos que parecen aislarlos de Roma. Pero la práctica religiosa no se debilita.

persecuciónexterminaciónateocracia

A inicios de 1990, el régimen comunista albanés parece el único que va a logar mantenerse, sin concesión alguna a su pueblo. Pero una manifestación de jóvenes en Shkodër (Escutari), el feudo católico, desgarra la máscara. Desde entonces, y pese a la represión, los disturbios se extienden poco a poco por todo el país. El 4 de noviembre, el padre Simon Jubani, que ha pasado 26 años en campos de trabajos forzosos, celebra misa en el cementerio de Shkodër ante alrededor de 5.000 fieles, y la milicia del régimen se retira sin un solo disparo; al domingo siguiente hay cerca de 50.000 fieles. Ramiz Alia, que ha sucedido a Enver Hoxha, intenta entonces jugar la carta de la liberalización religiosa, pero es demasiado tarde: en marzo de 1992 unas elecciones libres asisten al hundimiento del partido comunista y al fin de la dictadura.