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CAPÍTULO 8: EL FUTURO DEL AULA. Humanidades frente a nuevas tecnologías

¿Qué consecuencias tiene la digitalización en el proceso educativo? ¿Cómo están afectando las nuevas tecnologías al aprendizaje?

Está claro que todos los alumnos deben saber manejar los ordenadores, de eso no hay ninguna duda. También hay aspectos de determinadas asignaturas que se pueden ilustrar con las nuevas tecnologías. Por ejemplo, en el estudio de los órganos del cuerpo en Ciencias Naturales, donde tienen una utilidad de aprendizaje muy clara. Dicho esto, no está muy claro que las pantallas mejoren el aprendizaje. La escuela decide introducir más tecnología porque piensa que va a despertar más el interés de los alumnos, pero luego no es así. En mi universidad hicimos una investigación muy exhaustiva comparando un grupo que aprendía español con nuevas tecnologías y otro que lo hacía sin ellas, y la conclusión es que no importaban mucho, porque lo que verdaderamente marcaba la diferencia eran los conocimientos previos del estudiante y su motivación para obtener buenos resultados.

La tecnología no es ni buena ni mala, pero, si requiere un tiempo adicional de dedicación por parte del profesor y de los alumnos, puede resultar contraproducente.

En Singapur utilizan las nuevas tecnologías combinadas con un programa que detalla qué es lo que los alumnos deben aprender, así que previamente han determinado en qué sentido pueden utilizar estas herramientas para alcanzar los objetivos, y no son un fin en sí mismo. La escuela Farias Brito de Brasil, de la que ya he hablado, logra muy buenas calificaciones sin apenas innovaciones tecnológicas. Sigue el método tradicional, a base de profesores, pizarras, libros de texto y el imprescindible esfuerzo que ponen los alumnos. Las tabletas y los móviles pueden ayudar o entorpecer.

Recuerdo que, cuando daba clases de español en la universidad en Suecia, llegamos a un acuerdo con el Instituto Cervantes, que tenía un excelente programa informático con ejercicios de gramática, vocabulario y locución. Pero, a pesar de que los alumnos tenían acceso gratuito, el programa nos revelaba que la mayoría no se conectaba. No tuvo nada de éxito. Estoy convencida de que, al final, los alumnos necesitan una relación más personal con el material de estudio.

Hoy en día tenemos acceso gratuito desde cualquier lugar del mundo a cualquier institución educativa, así que se supone que deberíamos estar en nuestras casas aprendiendo como posesos en esta sociedad del conocimiento en la que supuestamente vivimos, pero luego, a la hora de la verdad, no lo hacemos. ¿Por qué, si las universidades más prestigiosas ofrecen cursos de casi todo, nadie se conecta? El profesor Bryan Caplan nos recuerda que, para la sociedad moderna, lo importante de la Universidad de Harvard no es, en realidad, los excelentes conocimientos que proporciona, sino tener el diploma que acredite que uno ha pasado por el campus. No hay nadie en la puerta que pida la identificación y cualquiera puede entrar y asistir como oyente, aprender en la biblioteca o escuchar las charlas de los profesores, que están todas en Internet. Pero no se pagan millonadas por el conocimiento, al que cualquiera teóricamente puede acceder, sino por la exclusividad, por la selección, por la red de contactos. Y todo esto es un rodeo para responder a su pregunta sobre la tecnología, que nos remite a hacer una reflexión sobre lo que debemos hacer con los alumnos que no quieren estudiar. Ellos también tienen todo el conocimiento del mundo al alcance de su mano y de forma gratuita, tanto en el ordenador como en la biblioteca municipal. Pero no lo aprovechan, así que no se trata de que las herramientas online lo faciliten, sino de algo más.

¿Qué es?

Yo diría que se trata de una mezcla entre la voluntad de aprender que tiene uno —en la que la familia puede influir— y del apoyo del profesor —que cuenta con un plan muy preciso sobre lo que el alumno debe hacer—. Hace dos generaciones, mucha gente se quejaba de no haber tenido nunca la oportunidad de aprender. Y ahora, que existen todas las posibilidades del mundo, se pierden porque los alumnos no ven claramente lo que les conviene hacer.

La gente se apunta a moocs y a otros métodos de autoaprendizaje online y no los termina. Es muy difícil estudiar a distancia.

Funcionan solo en grupos muy especiales, compuestos por aquellas personas que ya tienen una licenciatura o estudios terminados y persiguen un propósito muy concreto, como ascender en un área muy determinada de su trabajo, siempre y cuando lo que se aprenda sea puramente técnico. Solo el 5% de los que se matriculan en un mooc lo finaliza.

Usted ve una relación entre el énfasis que se pone en fomentar la tecnología y la tendencia de exigir menos esfuerzo a los alumnos. ¿Por qué?

A veces se tiende a pensar que usando las tecnologías el estudio va a ser más divertido, algo que pudo ser efectivamente así en un momento inicial, cuando eran nuevas, pero luego los alumnos se acostumbran, se pierde el valor del entretenimiento y termina siendo el mismo aprendizaje de siempre. A pesar de que se dice de forma recurrente que los alumnos son capaces de tener el ordenador frente a ellos sin distraerse mientras escuchan la lección del profesor, son muchos los que caen en la tentación de revisar su Facebook, enviar mensajes a sus amigos o ver vídeos en YouTube. Los que más sucumben son los que menos entienden de la clase y tienen menos clara la importancia de aprender. Así que son los más rezagados los que más pierden con las tecnologías.

Pero en Singapur usan mucha tecnología y les va muy bien.

Porque no discuten el respeto al profesor, el apoyo de la familia a la escuela y el orden en el aula. En general, han gestionado mejor el tiempo de aprendizaje y les va bien con las nuevas tecnologías, porque primero tienen una base de conocimientos concretos. Funcionaría igual de bien en Occidente para grupos similares, pero hay muchos otros alumnos.

Hasta a los adultos nos cuesta mantener la atención sostenida en el tiempo por culpa del móvil. Antes éramos capaces de estar frente a un libro durante horas sin necesidad de hacer nada más. Ahora cuesta leer sin consultar cada cierto tiempo una pantalla. Consideramos este artilugio casi como un bien de primera necesidad cuando, en realidad, hay un enganche ahí que nos impide estar concentrados al máximo en una única tarea.

Lo veo cuando viajo en el metro o en el autobús y observo a los demás pasajeros: hay mucha menos gente que lee libros porque está todo el mundo consultando su móvil. Podría ser que estuvieran buscando información práctica, pero lo más probable es que estén revisando si han recibido un nuevo mensaje de WhatsApp. Así que el tiempo de lectura se está convirtiendo poco a poco en un tiempo que es exclusivamente social.

A lo mejor es que ese tiempo de lectura no era necesario…

La lectura aporta muchísimo. Pongamos el caso de un adolescente. Un libro le entretiene, le aporta conocimiento, le ayuda a repasar lo aprendido, le hace identificarse con un personaje, le prepara para situaciones sociales que todavía no ha vivido, le anticipa situaciones que le ocurrirán en el futuro. Es, en definitiva, una preparación para la vida adulta. Además, aumenta su vocabulario, algo que facilita la comprensión del próximo texto que lea. Otra buena cosa es que el libro permite volver a leer lo ya leído y, así llegar a conocer profundamente una situación o un personaje y convertirlos en referentes. Para algunos jóvenes, la lectura es, asimismo, un elemento de identidad que sirve para interactuar con quienes leen textos similares. Hablar con otra persona sobre algo que ambos han leído es casi un momento de intimidad. Se llega a una conversación mucho más profunda que en otras charlas de la vida cotidiana.

Por otro lado, los libros de no ficción permiten profundizar en las materias y abrir una ventana hacia el mundo, una cualidad que también aporta la televisión, pero el libro tiene la ventaja de entregar lo nuevo a través de las palabras, que son más precisas y tienen más matices expresivos que las imágenes.

¿Los alumnos están perdiendo el vínculo con lo real, con lo palpable? La divulgadora educativa Catherine L’Ecuyer contaba que una profesora pidió a sus alumnos que dibujaran un conejo. Casi todos pintaron a Bugs Bunny con unas tranquilizadoras orejas rosas. Hubo un niño que, a cambio, hizo un conejo de verdad. Muy peludo. Los demás se rieron de él porque decían que su conejo «era feo». Pasamos ya más tiempo en el mundo virtual que en el real y eso cambia nuestra forma de percibir las cosas.

Sí, es un riesgo que los niños vivan en un mundo virtual y no conozcan el real. Es la tarea de los padres tenerlos anclados en la realidad y apagar las pantallas de vez en cuando. Yo añadiría que los programas para niños pequeños son a veces poco atractivos estéticamente; incluso grotescos, exagerados y artificiales. Con voces gritonas y poco naturales. No me gusta mucho lo que se emite para niños pequeños. No veo ningún interés en los dibujos de Disney.

¿Cómo despertar el asombro en los alumnos?

Hay que tener silencio y concentración, e ir construyendo una base de conocimientos a través de los textos y de lo que cuenta el profesor. El docente debe ser lo suficientemente inteligente y tener cierto sentido del humor para encontrar lo que es asombroso en la realidad. Los titulares de los periódicos, por ejemplo, intentan despertar la sorpresa, te llaman la atención, son algo no predecible. En la escuela hay que buscar cosas que tengan conexión con lo que se ha aprendido y con la realidad para conectar con los alumnos.

¿Está a favor de la utilización de los teléfonos móviles en clase?

No. Sé que hay personas que dicen que se pueden utilizar aplicaciones para que los alumnos compitan entre sí o para aprender, pero creo que la tentación de usar mal el teléfono es muy fuerte. Mi experiencia me dice que es mejor si los alumnos de la ESO y Bachillerato dejan los móviles aparcados antes de entrar en el aula.

¿Deberían prohibirse por ley?

Estoy a favor de prohibirlos. Crean todo tipo de desorden y es suficiente, más que suficiente, que los jóvenes los utilicen después de la jornada escolar.

¿Y en casa? ¿Cuál debe ser la edad recomendada para empezar a usarlos?

Hay que retrasarlo tanto como sea posible. Yo creo que los niños no deben usar los teléfonos, pero sé de padres que se los dan por seguridad, para saber si regresan bien del instituto en el autobús o en el metro o por si necesitan en algún momento comunicarse con ellos. Yo diría que no hay que usarlos en Primaria. De hecho, cada vez más colegios están diciendo que no a los móviles. Respecto al hogar, no veo qué se gana con tenerlos, más allá de que el niño tenga que desplazarse a algún lado y necesite estar controlado. El móvil supone demasiada responsabilidad para un niño.

¿Cuál debe ser el papel de los padres en relación al uso de las tabletas, móviles y TIC por parte de los hijos?

Lo importante es que los niños se muevan, jueguen con los amigos, lean y no se queden pasivamente ante la pantalla. Para los hijos pequeños, los padres pueden poner límites y premios. Para los hijos mayores es más complicado, porque también usan los medios electrónicos para el trabajo escolar y para comunicarse. Lo que los padres sí pueden hacer es echar un vistazo a lo que hay en la pantalla, porque nos llegan historias de jóvenes que viven más en Facebook que en la realidad. Es difícil ser padres y no saber exactamente qué contactos tienen los hijos a través de la red. Antes los padres intentaban proteger a sus hijos de las malas amistades, pero ahora estas malas influencias llegan a cualquier hora del día a la habitación del hijo, y sin que los padres lo puedan ver. ¿Qué hacer? Ser vigilante y hablar mucho con el hijo desde antes de que haya conflicto. De nuevo, la función de los padres es decir que no, que basta, que con una hora de vida social electrónica al día es más que suficiente.

¿Nos va a pasar factura desde un punto de vista cognitivo tanta dependencia del móvil?

El móvil nos ha cambiado tanto la vida… Recuerdo la primera vez que vi a alguien por la calle con un móvil. Pensaba que estaba hablando solo. Y ahora este artilugio mentalmente nos sitúa en un lugar que no es el espacio físico en el que nos encontramos, sino en otro más lejano. Los móviles nos afectan de muchas maneras. Por un lado, nos permiten ser mucho más eficaces trabajando, porque, en realidad, nunca dejamos de trabajar, pues estamos siempre revisando y borrando correos, conectados con los otros, pensando en proyectos que podemos hacer, documentándonos… Por otro lado, fragmentan nuestra atención. La cuestión es si nos dejan concentrarnos tanto como lo hacíamos cuando no existían.

Ahora decimos a todo que sí, aunque no todo cabe en nuestro horario. Hemos caído en la tentación del infinito. El teléfono móvil es, en definitiva, muy seductor y los fabricantes son conscientes de ello.

Hace un tiempo estuve en el aeropuerto de Panamá, en el que hay mucho tránsito porque sirve de conexión con toda Iberoamérica, y no encontré ni una sola librería ni una sola tienda de periódicos. En realidad, no hacían ninguna falta porque prácticamente todos los pasajeros estaban con sus teléfonos, cada uno en su mundo. Eso está bien, en cierto modo, porque la gente se siente en su casa, no necesita a nadie más, ya que se encuentra virtualmente en otro lugar. Sin embargo, se pierde la experiencia del viaje, de estar física y anímicamente desplazándose. Hemos ganado muchas cosas, pero también hemos perdido otras. Estamos más encerrados en lo nuestro, pero, al mismo tiempo, estamos por todas partes; viajamos física y mentalmente. Quién sabe cómo va terminar esto… Pero seguro que, en este nuevo contexto, saber de Lengua, Matemáticas, Historia y Geografía nos ayuda a organizar el cerebro.

Es la paradoja del móvil. Nos da mayor libertad, en el sentido en que nos permite acceder a cualquier tipo de información en tiempo real, pero, al mismo tiempo, es una esclavitud de la que no podemos librarnos. Dejarse un día el móvil en casa significa que a la vuelta te vas a encontrar con decenas mensajes de WhatsApp y centenares de correos electrónicos.

La mayoría de los correos se pueden simplemente eliminar porque no aportan nada.

Casi todos, pero se pierde un tiempo precioso en borrarlos.

Y hay que poner mucha atención para no eliminar algo importante.

Sí, así que lo importante se envía por WhatsApp, incluso en asuntos de trabajo, y el WhatsApp se está convirtiendo en el nuevo correo electrónico.

Así es. Esta conversación que estamos manteniendo nos está alejando, afortunadamente, de la tentación de mirar constantemente el teléfono.

En la educación del futuro, nos guste o no, habrá móviles. ¿Pero seguirán existiendo los libros de texto?

Habrá exámenes y, probablemente, libros de texto, que quizá sean electrónicos, pero seguirán siendo libros. Quizá parte de los sistemas de educación se harán online. Posiblemente, haber aprendido con compañeros y profesores en un aula se verá como elitista en el futuro. Hay quien dice que acudir a una universidad, estar realmente allí y tener un contacto directo con los profesores y los catedráticos, así como interactuar con otros estudiantes, será el verdadero lujo. Porque habrá una educación menos cara a través de la red que permitirá aprender sin tener que salir de casa, pero que no proporcionará los mismos estímulos para desarrollar la inteligencia y el pensamiento como el contacto con los otros. Así que probablemente habrá educación online y también otra en la que se pueda interactuar con personas educadas. Creo que esto asentará las bases de una nueva diferencia social, que será el contacto entre personas educadas.

¿Cómo será el currículo del alumno del futuro?

Para empezar, tendrá que incluir materias de Lengua, Matemáticas, Educación Física y actividades sociales. Todo el mundo tendrá que saber inglés. Se necesitarán, asimismo, Historia, Geografía, Literatura y Ciencias Naturales.

Vamos, lo que hay ahora.

Lo que hay ahora. Es curioso porque en todos los países tienen la misma idea de lo que debe tener un currículo básico, casi todos han alcanzado el mismo equilibrio. Si uno mira la distribución de horas de las asignaturas, se ve que los currículos se parecen mucho. Lo que es diferente es la calidad de lo que se entrega bajo el mismo nombre, que depende de la aptitud de los profesores y las ganas de los alumnos.

Pero también está cambiando la forma de repartir las asignaturas. ¿Cree que deben mantenerse tal y como están ahora?

Seguramente hay que ajustarlas un poco a los nuevos tiempos y realizar algunos cambios. En Suecia se está cuestionando mucho la utilidad de algunas materias prácticas de trabajo manual frente a asignaturas como Programación o Economía.

La asignatura de Tecnología también se ha introducido en distintos países, pero de diferentes maneras, para diferentes edades y con diferentes propósitos. La pregunta, de nuevo, es si todo debe ser para todos, pues algunos alumnos aprenden estas cosas en su casa y no necesitan que se las enseñen en la escuela. En cualquier caso, es algo que se debe discutir. Lo que ocurre, en la práctica, cuando hay una materia cuya utilidad es cuestionada, es que se le reduce el número de horas y después queda tan poco tiempo para esa asignatura que terminan eliminándola del todo.

Prácticamente ha sucedido eso con la Música, aquí en España.

Es curioso, porque la Música y el Arte son dos asignaturas que contribuyen tanto al equilibrio como al desarrollo de la persona y deberían tener un sitio destacado en el currículo, pues son esenciales. No se pueden medir con la utilidad inmediata. Además, la música es el arte favorito de los jóvenes de hoy y no es lógico no darle espacio en el currículo.

Como las Humanidades.

El sistema educativo se equivoca. En toda esta preocupación por lo igualitario, hay una tendencia a olvidarse de que la Música, el Arte o las Humanidades permiten al alumno expresarse de una forma más amplia y, además, llegan a muchas más personas que las Matemáticas, donde cuesta más entrar. Recuerdo mis tiempos de profesora de Secundaria, un día al final del trimestre en Navidad, cuando uno de los profesores se fue a despedir porque se jubilaba y el director del colegio le iba a entregar un ramo de flores. Al principio, el profesor se resistía a aceptar públicamente la ofrenda, pero finalmente accedió a subir al escenario a recibirlo y entonces empezaron a aplaudir, uno a uno, todos los alumnos. Eran alrededor de trescientos chicos de entre doce y quince años que se pusieron en pie, aplaudiendo, mostrándole un sincero agradecimiento. Más adelante entendí que el reconocimiento se debía a que él, durante sus clases, les contaba episodios históricos que suponían un respiro en relación a otras asignaturas. No tenían que trabajar en equipo, ni preparar proyectos, ni hacer ejercicios. En sus clases, los alumnos se sentaban y simplemente se dedicaban a escuchar. Su relato lograba engancharles. Convirtió la Historia en objeto de interés para todos los alumnos, e interpreto este logro como una herramienta verdaderamente igualadora, de cohesión grupal. Había alumnos más listos, otros más despistados, pero todos se sentaban y de pronto oían las narraciones de cómo era la vida en otras épocas.

Recuerdo que en su libro La buena y la mala educación contaba la historia de aquel profesor francés, Serge Boimare, que leía en clase en voz alta y los alumnos se dejaban llevar por el placer de la lectura y se abstraían de todo.

Esa es la gran virtud de las Humanidades: el profesor se convierte en el centro y los alumnos se sienten aliviados porque pueden dejarse llevar y guiar. Las Humanidades permiten que los estudiantes más rezagados disfruten, con la simple escucha, como los demás.

¿Por qué es bueno leer en voz alta a los alumnos?

Es bueno hacerlo de vez en cuando, sobre todo en Primaria, para crear un ambiente compartido entre todos. Cuando leen los maestros, es como un regalo, porque no se exige nada más a los alumnos que escuchar. Y, si el texto cuenta algo humorístico o una aventura, es un placer escuchar. Después, todos tienen una experiencia en común a la que pueden referirse. Así la conversación se hace más interesante, lo que no es poco.

¿Por qué en algunos de sus libros dice que la Historia se ha ido reemplazando en el currículo por las Ciencias Sociales?

Creo que ha sido una decisión deliberada relacionada con un supuesto objetivo de modernización. Se ha pensado erróneamente que la Historia, ya que mira hacia el pasado, es algo del pasado en sí misma. Por parte de algunos gobiernos ha existido la voluntad de actualizar la educación enseñando sobre la sociedad actual e introduciendo aspectos para preparar a los alumnos para la sociedad del futuro. Esto se ha utilizado para dar una orientación social y política sobre el presente, más que para dar una orientación sobre el pasado. Enseñar más Historia y aprender más sobre el pasado permite tener un acervo de ejemplos de lo que ocurrió y de las medidas que se tomaron, con el fin de enjuiciar las nuevas situaciones con mayor conocimiento. Los que quieren promover las Ciencias Sociales en detrimento de la Historia piensan que pueden enseñar principios e ideologías actuales para evaluar el presente en función de estas teorías, partiendo de la idea de que los hechos del pasado no sirven para nada y buscando un atajo rápido que a mí me parece un error. Los modelos del pasado dan más libertad al estudiante para juzgar lo que ve.

Estamos en una sociedad en la que el trabajo es el centro y la educación no es inmune a ello. Usted dice que se ha impuesto una preferencia por el aprendizaje práctico y tecnológico en contraposición al estudio teórico, a pesar de que el avance económico y tecnológico está basado en el desarrollo intelectual. ¿Qué nos aportan la Filosofía, el Latín o las Humanidades, en general?

Las Humanidades nos ayudan a tener una perspectiva sobre quiénes somos y a fijarnos una meta. A través de la Historia, la Literatura o el Arte aprendemos que somos seres históricos, que nuestra manera de vivir es algo que se ha desarrollado durante siglos antes de cuajar en la forma actual. La democracia y el estado basado en la ley no son algo fortuito, sino herencias que hay que cuidar para poder dejarlas a nuestros hijos. Si no se cuidan, corren el riesgo de desaparecer.

¿Están desapareciendo las Humanidades?

Sí, y hay varias razones. Una es que las autoridades educativas dirigen casi toda su mirada hacia lo útil. Todo se mide en términos económicos y las Humanidades no parecen ser rentables. Pero su utilidad es indirecta y no visible: si entendemos lo que somos, viviremos con más mesura y probablemente enfermaremos menos y costaremos menos al sistema público. Se trata de un bienestar psíquico difícil de cuantificar. Otra razón es que las Humanidades exigen un estudio intenso, porque los datos hay que aprenderlos. Hay que leer textos largos y algunos de ellos son difíciles, porque son antiguos. En Historia, Literatura o Filosofía hay que hacer un esfuerzo y pensar, y eso cuesta.

A cambio, ¿por qué hay tanta obsesión con que los alumnos aprendan STEM?

Por las exigencias del mercado laboral, por los imperativos de la competición internacional y por el afán por ser moderno.

¿Qué nos aportan, a cambio, las STEM?

Las STEM son un campo de conocimientos importante en muchas profesiones y el mercado laboral está reclamando cada vez más ingenieros y expertos en tecnologías. Además, las STEM son importantes en la vida diaria. Por estas dos razones están incorporadas entre las materias curriculares de la escuela. Aunque la tecnología no interese a todo el mundo, en el mundo de hoy todos debemos saber un poco de tecnología.

¿Se imagina un escenario en el que los profesores sean sustituidos por robots?

No creo que eso ocurra, sobre todo en la enseñanza obligatoria. Los alumnos necesitan a su lado a una persona que les ayude a tener la energía necesaria para enfrentarse con el estudio, porque cuesta mucho aprender algo nuevo. Es un proceso artificial que no surge de forma espontánea y requiere esfuerzo. No hay nada en el interior de la persona que le lleve por sí misma a aprender Física o Química y, para obligarnos a aprender a algo, necesitamos la ayuda de un adulto y de compañeros que estén en nuestra misma situación. Se necesita entrar en este contexto, especialmente en el caso de los niños pequeños.

¿Cree que los alumnos españoles están suficientemente preparados para adaptarse a los retos del mercado de trabajo y de este nuevo mundo tan complejo?

Todo siempre se puede mejorar. Los alumnos españoles son hijos del Estado del Bienestar, como otros jóvenes europeos. Creen que todo les va a durar para siempre, pero en todos los países deberíamos prepararnos para la posibilidad de que vuelva a debilitarse la economía. La educación es la mejor garantía para el futuro, más importante que el dinero.

Estos jóvenes saben que tener una carrera no les va a servir para encontrar trabajo. Son conscientes de que vivirán peor que sus padres. De hecho, es la primera generación que ya vive peor que sus padres. Se preguntan: qué sentido tiene hacer una carrera para trabajar de camarero y no poder emanciparse hasta los treinta años. Hay gente que llega a los cuarenta años viviendo en un piso compartido. ¿Cómo convencer a los jóvenes de que sigan estudiando en este mundo incierto y volátil?

La educación no puede con todos los males sociales, pero aporta lo suyo. No se estudia solo para tener un trabajo de forma inmediata, sino para ser algo más de lo que se es. Estudiar es trabajar para formarse y no solo para el empleo instantáneo. Es curioso, porque se oye bastante eso de que por qué hay que estudiar, si no se me dará nada. Es como si estudiar fuera una obligación pesada y los jóvenes consideraran que tienen derecho a no hacer más que lo necesario.

Estudiar es algo que, en otra época, solo era un sueño para la mayoría de los jóvenes y ahora parece una carga. Creo que, debajo de esta frase, subyace una protesta contra unos estudios que son los mismos para todos, aunque no convengan a todos. Si los jóvenes pudieran elegir más, quizá habría menos quejas.

¿Hacia qué mundo vamos? ¿Es optimista respecto al futuro de la educación?

Es imposible adivinar lo que va a suceder. Creo que la influencia más fuerte ahora viene de las comparaciones internacionales como PISA. Cada vez que se publican nuevos resultados, los gobiernos occidentales se escandalizan, diciendo que invierten todo lo que pueden en educación y que sus esfuerzos deberían dar mejores resultados. Hay padres, producto de la nueva escuela, que son complacientes con el bajo nivel de sus hijos. Creo que los ciudadanos, especialmente los padres y los profesores, entienden mejor lo que es bueno para los jóvenes que los políticos, que están muy atados a diferentes esquemas ideológicos. Todos los que tenemos cerca un chico en edad escolar queremos que su tiempo en la escuela sea una buena experiencia y que no lo pierda.

¿Cómo debería hacerse una buena política educativa para el siglo XXI?

Debe haber más itinerarios en la escuela. Los alumnos son diferentes y no todos quieren o pueden hacer lo mismo. El que la escuela obligatoria sea exactamente la misma para todos es un tipo de maltrato a los jóvenes. Si la escuela ofreciera más itinerarios, más jóvenes podrían encontrar un camino que les convenga y saldrían mejor preparados para el futuro. También debe haber reválidas en la ESO y en el Bachillerato, para que los profesores puedan trabajar con los alumnos hacia una meta en común.

¿Qué es lo que ha aprendido de la escuela en este tiempo y qué le queda por aprender?

Aprendo todos los días desde que era joven. Ahora estoy con el proyecto para mejorar la formación docente y este año he aprendido mucho sobre eso. Sigo yendo a la universidad dos veces por semana… Se puede hacer mucho para mejorar la organización de las escuelas y de los profesores. El problema es en gran parte político. No es que no se sepa lo que se debería hacer, sino que no se quiere hacer nada porque lo que se debería hacer va en contra de ciertas ideas preconcebidas.

¿Cree que, ante tantas ideas preconcebidas y tantas controversias, es posible llegar a un entendimiento?

Claro que es posible. Si China, Japón o Singapur han podido ponerse de acuerdo, ¿por qué nosotros no? Como lo mío son las Humanidades, me gustaría terminar diciendo que las Humanidades constituyen la base de la cultura europea y de lo que nos une a los europeos. A ver si podemos ponernos de acuerdo sobre la importancia de nuestras raíces comunes y dejar de lado tanta controversia.

Olga R. Sanmartín

Inger Enkvist

Controversias educativas

© Olga Rodríguez Sanmartín y Ediciones Encuentro S.A., Madrid 2019

© Imagen de portada: Evan Pantiel

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Colección Nuevo Ensayo, nº 60

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN Epub: 978-84-9055-989-5

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índice

PRÓLOGO

INTRODUCCIÓN ¿QUIÉN ES INGER ENKVIST?

CAPÍTULO 1: LAS CONTROVERSIAS. El uso político de la educación

CAPÍTULO 2. LOS ALUMNOS. ¿Por qué los estudiantes abandonan la escuela?

CAPÍTULO 3: EL MÉTODO. Esfuerzo, memoria y exigencia

CAPÍTULO 4: EL ENTORNO. Aprendiendo de los países del este asiático

CAPÍTULO 5: LOS PROFESORES. Ni guías ni facilitadores de los alumnos

CAPÍTULO 6: LA ESCUELA. Reválidas e itinerarios

CAPÍTULO 7: LA FP Y LA UNIVERSIDAD. Excelencia y rendición de cuentas

CAPÍTULO 8: EL FUTURO DEL AULA. Humanidades frente a nuevas tecnologías

Para Clara y Luis Alemany