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Enigmas de las Américas. La búsqueda del paso interoceánico
Autores
Sabrina Guerra Moscoso1, Bárbara Polo Martín2, Carla Lois3, Mauricio Onetto Pavez4, Rodrigo Moreno Jeria5, Guadalupe Pinzón Ríos6, Kevin Bustillos1, Lauren Beck7, David Alejandro Ramírez Palacios8
1Universidad San Francisco de Quito USFQ, Quito, Ecuador
2Universidad Internacional de Valencia, Universitat Oberta de Catalunya, España
3Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina
4Universidad de Londres, Londres, Reino Unido
5Universidad Adolfo Ibáñez, Santiago, Chile
6Universidad Autónoma de México, Distrito Federa, México
7Universidad Mount Allison, New Brunswick, Canadá
8Universidad Federal de Pará, Belén, Brasil
Editora general de la colección Enigmas de las Américas: Sabrina Guerra Moscoso
Producción editorial: Andrea Naranjo y Pedro M. Sánchez
Diseño general: Ricardo Vásquez
Diseño de cubierta: Ricardo Vásquez
Revisión de estilo e idioma: María del Pilar Cobo
Esta obra es publicada luego de un proceso de revisión por pares ciegos (peer-reviewed).
© Sabrina Guerra Moscoso, Bárbara Polo Martín, Carla Lois, Mauricio Onetto Pavez, Rodrigo Moreno Jeria, Guadalupe Pinzón Ríos, Kevin Bustillos, Lauren Beck, David Alejandro Ramírez Palacios, 2021
© Universidad San Francisco de Quito USFQ, 2021
© Ediciones Doce Calles, 2021
© Carlos Abella y de Arístegui, por el Prólogo, 2021
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ISBNe USFQ PRESS: 978-9978-68-181-7
ISBNe Doce Calles: 978-84-9744-416-3
Registro de autor: 059933
Primera edición en formato digital: abril 2021
Catalogación en la fuente Biblioteca de la Universidad San Francisco de Quito USFQ.
Se sugiere citar esta obra de la siguiente forma:
Guerra, S., Polo, B., Lois, C., Onetto, M., Moreno, J., Pinzón, G., Bustillos, K., Beck, L. y Ramírez, D. (2021). Enigmas de las Américas. La búsqueda del paso interoceánico. USFQ PRESS.
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CONTENIDO
PRÓLOGO
Carlos Abella y de Arístegui
INTRODUCCIÓN
Sabrina Guerra Moscoso
EL PASO DESEADO
EL DESCUBRIMIENTO DEL MAR DEL SUR POR VASCO NÚÑEZ DE BALBOA EN 1513: LA PRIMERA RUTA DE ACCESO A LAS INDIAS POR EL OESTE EN LA BÚSQUEDA DE PASAJES INTEROCEÁNICOS
Bárbara Polo Martín
EL PASO INTEROCEÁNICO UNA REALIDAD
EL ESTRECHO DE MAGALLANES: EL PEQUEÑO PASO ENTRE EL ATLÁNTICO Y EL PACÍFICO QUE SIRVIÓ PARA INVENTAR UN INEXISTENTE GIGANTE CONTINENTE AUSTRAL
Carla Lois
LA APARICIÓN DEL PASAJE-MUNDO ESTRECHO DE MAGALLanes
Mauricio Onetto Pavez
EL PASO TRANSOCEÁNICO DEL SUR: EL REGRESO A EUROPA DE LAS EXPEDICIONES CIENTÍFICAS EN EL SIGLO XVIII
Rodrigo Moreno Jeria
EL ESQUIVO PASO NORTE
EL ISTMO DE TEHUANTEPEC EN LOS PROYECTOS INTEROCEÁNICOS HISPANOS: EL CASO DEL MAPA DE AGUSTÍN CRAME (1774)
Guadalupe Pinzón Ríos
BODEGA Y QUADRA
MAPEO DE LA FRONTERA IMPERIAL Y EL PASAJE DESEADO
Sabrina Guerra Moscoso
Kevin Bustillos
EL PASO NOROESTE SEGÚN LAS FUENTES INDÍGENAS UTILIZADAS EN MAPAS INGLESES ANTES DEL AÑO 1800
Lauren Beck
UN PASO FLUVIAL
DEL PACÍFICO AL ATLÁNTICO POR LA PARTE MÁS ANCHA DEL CONTINENTE: LAS EXPLORACIONES DE RAFAEL REYES POR EL RÍO PUTUMAYO, 1874-1884
David Alejandro Ramírez Palacios
AUTORES
PRÓLOGO
La publicación del segundo volumen de la colección Enigmas de las Américas, titulado La búsqueda del paso interoceánico es una magnífica noticia y realización, y también es un gran honor ser el prologuista de dicha obra. Debo destacar, muy especialmente, que la Universidad San Francisco de Quito USFQ publica esta bellísima edición coordinada por la profesora Sabrina Guerra cuando se conmemora el V Centenario de la Primera Circunnavegación al Mundo, iniciada por Fernando de Magallanes, navegante portugués naturalizado español, y concluida por el marino de la villa guipuzcoana de Guetaria, Juan Sebastián Elcano.
Si el primer volumen publicado, Geografía y expediciones del Nuevo Orbis, nos hizo navegar por el Atlántico, el Amazonas y el Río de la Plata, hasta llegar a las puertas del estrecho de Magallanes; el segundo volumen nos conduce a través de otra travesía y nos hace desembocar por el Cabo Deseado, hasta llegar al océano Pacífico. Por ello, considero que, si se me permite la osadía, dando continuidad a esta colección, sería muy oportuno pensar ya en un tercer volumen, dedicado a la navegación por el Pacífico y los descubrimiento de los extremos orientales e insulares de la buscada y ansiada Asia, aquel Cipango en cuya demanda partió Cristóbal Colón.
En relación con la búsqueda del paso interoceánico que permitió la comunicación con Asia, cabe realizar una serie de reflexiones sobre los objetivos y la política de la Corona española. España, a finales del siglo XV, se desborda de los contornos de la península ibérica con un dinamismo extraordinario que le lleva, tras la conquista de las Islas Canarias, entre 1402 y 1496 y la toma de Granada en enero de 1492, a proyectarse hacia el Atlántico. España buscaba el acceso por occidente a las Indias, por ende, a Asia. Sin embargo, el 12 de octubre de 1492 las embarcaciones españolas se encontraron, a medio camino, con lo inesperado, lo ignoto, lo asombroso: América. Repentinamente, España añadió a su inicial querencia asiática una irresistible vocación americana, lo que condicionará durante quinientos años —y hasta la actualidad— su historia, su política exterior, su economía, su sociedad y su lengua, al conformar en gran parte su identidad nacional.
España se hace americana, o si se quiere, se convierte en la parte más oriental de América. Una conclusión que se puede extraer al visitar Cádiz por primera vez es que allí, en sus calles, jardines y altanas empieza América. Durante este proceso, España adquiere además una Historia universal de largos y fructíferos siglos que abarca Europa, África, América y Asia.
No obstante, España, a través de los siglos, no renuncia a su primigenia vocación asiática. Gracias al paso interoceánico llega a Filipinas en 1521 y se instala definitivamente en 1571, y permanece allí y en las Carolinas, las Marianas, la isla de Guam, el archipiélago de Palaos y muchos otros puntos entre los años 1898 y 1899. Actualmente, España continúa con la búsqueda de una mayor presencia en Asia, mediante su despliegue diplomático, su presencia económica y comercial, y el Plan Asia 2018-2022, publicado por el Ministerio de Asuntos Exteriores, la Unión Europea y la Cooperación.
Finalmente, cabe hacer una última reflexión, concretamente sobre el concepto del término descubrimiento. Es evidente que los descubrimientos de América y el Pacífico lo son para los occidentales que ignoraban estas realidades geográficas, pero no para los pueblos que habitaban esas regiones. Sin embargo, también esas poblaciones descubren al otro, en su caso, a los españoles y otros europeos, cuya existencia ignoraban o de la que tenían solo vagas referencias. Tal vez sea más correcto emplear la palabra descubrimiento, en el sentido de un desvelamiento de lo que ya estaba allí previamente, pero cuya existencia se desconocía. Gian Lorenzo Bernini plasmó magistralmente este enfoque en su fuente de los cuatro ríos de la Plaza Navona de Roma. Al momento de esculpir el conjunto se ignoraba dónde se hallaba la cabecera del Nilo, por lo que la testa del personaje que representa a este gran río africano se representa velada, a la espera del descubrimiento geográfico que la desvele. Creo que el gran Bernini nos dejó una acertada interpretación de lo que significa un descubrimiento.
Antes de concluir este prólogo, debo mencionar que uno de los elementos característicos y de gran atractivo de la colección Enigmas de las Américas son los mapas que contienen sus ediciones. El volumen La búsqueda del paso interoceánico incluye dos tipos de mapas. Los del Renacimiento y el Barroco plasman el conocimiento, pero también el arte y la belleza, señas de identidad de estas dos grandes épocas de la humanidad. En cambio, la cartografía del siglo XVIII es más sobria, influida por un mayor rigor científico y por el neoclasicismo que se abre camino en la era de las luces. Pero los mapas de la primera categoría, los renacentistas y barrocos, presentan —en mi opinión— una característica extraordinaria: tienen banda sonora. Fue tal el impacto del descubrimiento de América, y de su descripción cartográfica, en el imaginario occidental que inspiró bellísimas composiciones musicales como The Indian Queen de Henry Purcell y Les Indes Galantes de Jean-Philippe Rameau, amante de la profusión de piezas musicales de la América virreinal española, contenida en los códices de las catedrales de Quito, Ibarra, México, Puebla, Lima y Cuzco, entre otras muchas, como el magnífico Hanaq Pachap compuesto en 1631 por Juan Pérez Bocanegra, en quechua. Tal vez los lectores de esta nueva edición de los Enigmas de las Américas se animen a recorrer sus páginas con esta música de fondo que, —sin duda—, los llevará a viajar a través de mapas y relatos acompañando a los distintos protagonistas de la gran aventura de la humanidad que fue la búsqueda del paso interoceánico.
Carlos Abella y de Arístegui
Embajador de España en Ecuador (2017-2020)
INTRODUCCIÓN
Sabrina Guerra Moscoso Ph.D.
Editora general
ue sigáis la navegación para descubrir aquel canal o mar abierto que principalmente es a buscar e que yo quiero que se busque.*
Novae Insulae, Nova Tabula, Sebastián MÜnster, 1544, cortesía Biblioteca Nacional Ministerio de Cultura del Ecuador.
* Capitulación firmada por Fernando el Católico en Burgos, el 23 de marzo de 1508
En los últimos años de su vida, el rey Fernando el Católico (1452-1516) estuvo obsesionado con la búsqueda de un pasaje interoceánico que atravesara América y permitiera la comunicación del Atlántico con el Asia. Efectivamente, esta había sido la razón para financiar el primer viaje de Cristóbal Colón. En la famosa Junta de Toro (1505), se planificó una expedición que buscaría llegar al Asia. Se ratificó esta intención con la capitulación firmada por el rey el 23 de marzo de 1508, como lo refleja el epígrafe. La posibilidad de encontrar un pasaje interoceánico fue uno de los enigmas más intrigantes que planteó el continente americano a los exploradores desde el siglo XVI.
América, el Nuevo Orbis, se presentó como el gran enigma para la geografía y, por supuesto, para la cartografía de la modernidad; descifrar este continente fue el objeto de varias expediciones durante el siglo XVI. Los cartógrafos competían por precisar la geografía del Nuevo Mundo, basados en la información de los relatos y registros de los viajeros, que se aventuraron a explorar este nuevo continente. Urgía incluir el Nuevo Orbis en los atlas de la modernidad.
América se presentaba en los mapas no solo como un nuevo continente que debía incluirse en la cartografía, sino como un reto para la definición geopolítica moderna; era una masa continental que debía ser incorporada, descifrada pero también franqueada, para lograr la tan ansiada comunicación entre Europa y Asia. Efectivamente, la ruta por occidente para llegar al Asia había sido el principal objetivo de los viajes colombinos, que en su camino tropezaron con todo un continente, una terra ignota.
Desde entonces, buscar un paso para atravesar América fue uno de los enigmas más relevantes de la geografía moderna. Esta búsqueda inspiró varias expediciones, en cuyos trayectos ocurrieron hallazgos plasmados en los mapas que deslumbraron e iluminaron el mundo de la modernidad; mapas que, además, fueron instrumentos para la definición geopolítica a partir del siglo XVI. Mapp (2011) discute acerca del desconocimiento de Inglaterra, Francia y España sobre el continente por el cual peleaban; para esta situación fueron claves los hallazgos de las expediciones que se aventuraron a descifrar los enigmas de la geografía americana y los mapas que se dibujaron con la información recabada.
Desde inicios del siglo XVI, se conjeturaba sobre el lugar que guardaba el secreto de un pasaje interoceánico que comunicara el Atlántico con el Pacífico, la ansiada y escurridiza ruta hacia oeste que permitiera comunicar Europa, América y Asia, y que, se especulaba, se encontraba en algún lugar de la geografía del Nuevo Mundo. Exploradores, cartógrafos, comerciantes y gobernantes se aventuraron a escudriñar la desconocida geografía americana en busca del pasaje interoceánico ubicado en algún estrecho o río que atravesara el continente. Entre los siglos XVI y XIX se incentivaron varias expediciones que zarparon desde diversos puertos americanos para explorar posibles pasos que facilitaran la comunicación de Europa con Asia; no solo se buscaba un istmo, sino tal vez otro estrecho, o por qué no, un gran río que atravesara como una arteria horizontal el Nuevo Mundo y permitiera la soñada comunicación de los continentes y mares.
Sin embargo, no solo se trataba de encontrar el ansiado pasaje que permitiera la comunicación y el comercio, también fue una competencia entre imperios por controlar el paso y por los territorios americanos, una contienda por dominar el Nuevo Mundo. En tal sentido, encontrar el paso interoceánico no significó únicamente descubrimientos y constataciones de los enigmas de la geografía; esta búsqueda respondía al imperialismo propio de la modernidad. Desde el siglo XVI, los esfuerzos por encontrar el esquivo pasaje también involucraron a individuos y empresas que financiaron las exploraciones por la geografía americana y, además, ambicionaban tomar posesión de los territorios no explorados aún por los europeos (Jaén, 2016).
Dentro de esta tendencia de crecimiento imperial que comenzó en el siglo XVI, algunas expediciones en busca del paso interoceánico zarparon de puertos americanos, y reflejaron el emprendimiento y tenacidad de las autoridades y comerciantes americanos por encontrar las rutas de comunicación entre los dos océanos. Estas exploraciones constataron las dificultades geográficas, y confirmaron que el Pacífico era un gran océano navegable y la nueva frontera a ser explorada.
Algunas expediciones que rastrearon el pasaje interoceánico y navegaron por el Pacífico tuvieron un gran impacto en el conocimiento geográfico, etnográfico, científico y comercial sobre América. Estas generaron la apropiación del espacio físico y cartográfico en tiempos de expansión imperial. Este rastreo en busca de pasaje interoceánico se prolongó hasta finales del siglo XIX, y requirió del impulso de los habitantes americanos y de los informantes nativos, para quienes la geografía americana era conocida.
El presente libro se enfoca en el esfuerzo por descifrar el enigma del paso interoceánico en diversos puntos de la geografía americana. De acuerdo con el lineamiento de la colección Enigmas de las Américas, los artículos de este segundo libro abordan el impacto de la búsqueda del paso interoceánico en la cartografía, reflejado en aquellos dispositivos visuales conocidos como mapas. Estos registran la información geográfica de las expediciones, que en sus trayectos alcanzaron interesantes descubrimientos geográficos y etnográficos, alentadas por el anhelo continuo de encontrar en algún lugar de la inexplorada vastedad de Mar del Sur, “tierras llenas de impensables riquezas (…) parte de aquella búsqueda inagotable” (Williams, 1997, p. 70).
En este segundo libro de Enigmas de las Américas, los artículos tratan sobre expediciones que zarparon de los puertos americanos entre los siglos XVI y XIX, con el objetivo de encontrar un pasaje interoceánico. Cada uno de los autores analiza, desde distintas perspectivas y en diversos momentos, el impacto de las expediciones en el registro cartográfico, y cómo tales viajes alimentaron la construcción del imaginario sobre un posible pasaje interoceánico, un anhelo que se mantuvo vigente hasta finales del siglo XIX. Este tema sin duda resulta relevante en la actualidad, cuando, por una parte, se ha reavivado la posibilidad de un paso noroeste como consecuencia del cambio climático y, por otra, en este año 2020 se conmemoran los 500 años del famoso primer viaje de circunnavegación de Magallanes-Elcano, que en su travesía descubrió el pasaje interoceánico que lleva el nombre del capitán de la expedición.
Este libro aborda, en ocho artículos, la persistente búsqueda de un paso interoceánico que atravesara aquella masa continental, un paso que acortara la comunicación entre ambos océanos, y aproximara a Europa y Asia. Aquel rastreo empezó 400 años antes de la construcción del canal de Panamá. La búsqueda de comunicación entre los dos océanos fue uno de los sondeos más tempranos. Bajo el reinado de Carlos I (1500-1558) ya se pensó que el continente era un obstáculo infranqueable, que solamente sería superado si se forjaba un pasaje artificial que uniera el río Grande con el río Chagres, para alcanzar la navegación que condujera desde el Atlántico hacia el Pacífico, y conseguir la comunicación con las posibles rutas entre los puertos americanos y los puertos asiáticos. Hasta el siglo XIX persistía en el imaginario la idea de construir un canal artificial, y se pensó que el Darién o inclusive Nicaragua podían ser el lugar propicio (Williams, 1997, p. 691).
Durante más de tres siglos, varias exploraciones buscaron el ambicionado paso interoceánico. El famoso viaje de Vasco Núñez de Balboa, en septiembre de 1513, desató la ilusión de la posible existencia de un pasaje interoceánico y evidenció que efectivamente había un océano al otro lado de América, al cual se bautizó como Mar del Sur, un océano, la nueva frontera por explorar. En el mismo año se produjo otro viaje muy significativo, el de Juan Ponce de León (1513), quien llegó a Florida mientras buscaba el paso interoceánico. Dos años más tarde, en otro recodo de la geografía, Juan Díaz de Solís (1515), en su anhelo de encontrar el pasaje interoceánico y con la intención de llegar a las Molucas, encontró una amplia entrada al sur del continente, que, se pensó, podía ser el ambicionado paso, pero resultó ser el Río de la Plata. Finalmente, el viaje de Magallanes-Elcano (1520) dio con un peligroso paso, bautizado como el estrecho de Magallanes. Este fantástico hallazgo develó la posibilidad de la navegación transoceánica y, desde entonces, el gran océano fue nombrado Pacífico.
Desde 1513, el istmo del Darién se había convertido en el territorio de exploración del ambicionado paso, y la ciudad más importante fue Panamá, situada en el corazón de las posesiones españolas. Desde el puerto Perico, en Panamá, se articulaban las rutas entre los puertos del Pacífico del virreinato de Nueva España y del Perú. Desde entonces, Panamá fue el centro neurálgico del intercambio entre los puertos españoles, americanos y asiáticos de la cuenca del Pacífico (Bancroft, 1886, p. 2491). Varios proyectos de búsqueda del pasaje natural se produjeron en el istmo y, más adelante, otros proyectos buscaron abrir el canal interoceánico artificial, que finalmente sería realidad a principios del siglo XX y que sigue siendo el canal de comunicación entre ambos océanos (Bancroft, 1886, p. 691).
El primer artículo de Bárbara Polo resalta algunas interrogantes interesantes en referencia a la cartografía, que van más allá de la narrativa sobre el histórico viaje de Vasco Núñez de Balboa (1513). Una de esas preguntas relevantes es ¿por qué no aparece información del Mar del Sur en el Padrón Real de finales de 1514? Llama la atención esta omisión o silencio, puesto que el Padrón Real debía recoger toda la información referente a las expediciones españolas, y el descubrimiento del Mar del Sur fue crucial para el imperialismo español en el siglo XVI. Es destacable en este primer artículo la referencia al portulano de Jorge Reinel (1519), manuscrito en portugués en el cual se denomina al Pacífico como “Mar visto pe los castelhanos” y no Mar del Sur, como lo había bautizado Vasco Núñez de Balboa.
Desde 1513, en Centroamérica se especulaba sobre el pasaje y la distancia que separaba el Mar del Norte del Mar del Sur, como demuestra la controvertida crónica de Girolamo Benzoni (1519-1570), un viajero milanés, que, se supone, visitó el Darién entre 1541 y 1556. Benzoni observó que entre las localidades de Panamá, en el Pacífico, y Nombre de Dios, en el Atlántico, había una distancia de 50 millas. Registra cómo el primer día de este trayecto podía ser tolerable; sin embargo, el resto de la ruta a través de la selva era un viaje tortuoso e impensable en los meses de lluvia (Bancroft, 1886, p. 248). A pesar de la dificultad del trayecto, la necesidad de comunicar ambos océanos crecía a medida que el comercio y la conexión entre los puertos americanos con China y varias islas del Pacífico asiático se incrementaba. Pese a la complejidad de la comunicación y trasbordos que demandaba el paso por el Darién, la Corona española usó este como su paso oficial hasta finales del siglo XVIII.
En este rastreo por la geografía del continente, sin duda el viaje más famoso fue el de Magallanes-Elcano (1519), comandado por el marino portugués Fernando de Magallanes (1480-1521), al servicio de la Corona española. Este viaje, con una escuadra de cinco naves y 239 hombres, zarpó de Sanlúcar de Barrameda (España) para dar con el buscado paso interoceánico (1520) que hasta hoy lleva su nombre. Este fue el primer viaje de circunnavegación completado al mando de Juan Sebastián Elcano (1476-1526). A este le siguieron varias expediciones que zarparon de distintos puertos europeos y americanos, y recorrieron las huellas de este impresionante trayecto. Algunas expediciones lograron bordear Tierra del Fuego y descubrir el cabo de Hornos, el lugar más meridional de la geografía del Nuevo Mundo. En 1525, el marino español Francisco de Hoces navegó al sur de la entrada del estrecho de Magallanes, a 55º de latitud sur. Fue el primero en descubrir un paso hacia el Pacífico, en el lugar nombrado en los mapas como mar de Hoces, más adelante denominado paso Drake, luego del paso del famoso corsario Francis Drake (1579).
Por supuesto, estas tempranas exploraciones, que buscaban resolver los enigmas de las Américas, tuvieron un importante impacto en los mapas, y los cartógrafos europeos estaban atentos a la información resultante de estos viajes. Reconocidos cartógrafos como Abraham Ortelius (1527-1598) y Gerardus Mercartor (1512-1590) plasmaron en sus mapas de América la información del famoso viaje de Francis Drake (1540-1596), que transformaría la geografía del Nuevo Mundo. En el sur del continente, el viaje de Drake desató especulaciones sobre un posible pasaje alternativo al ya conocido estrecho de Magallanes, al sur de Tierra del Fuego, lugar que por muchos años en los mapas sería denominado el pasaje de Drake, aunque no hay certeza sobre si Drake efectivamente cruzó por este paso.
Años después, la expedición de Jacob Le Maire y Willem Schouten (1615-1617) fue una de las más importantes en la historia de la navegación, de los descubrimientos y de mayor impacto en la cartografía (Moreno, 2013); a esta expedición le siguieron otras tantas. De hecho, con las noticias de los logros holandeses, zarpó desde Portugal, en 1618, la expedición a cargo de los hermanos Bartolomé y Gonzalo Nodal, con la misión de incursionar por aquellas remotas regiones exploradas previamente por los holandeses y rebautizarlas con nombres castizos. Cuando retornaron a España, con la información recabada se constató que existía un paso al sur del estrecho de Magallanes. No obstante, en la cartografía se impusieron los nombres holandeses para el lugar que hasta ahora lleva el nombre de cabo de Hornos. Varias expediciones buscaron descifrar la geografía de aquella terras incognitaes del sur del continente. Todos aquellos descubrimientos geográficos significaron un cambio de paradigma no solo en la geografía, sino también en la cartografía especulativa de las Américas.
El segundo artículo aborda la búsqueda del pasaje en el extremo sur del continente. Carla Lois presenta desde una interesantísima mirada cómo el pequeño y sinuoso paso austral del estrecho de Magallanes funcionó como un gigante dispositivo que cambió la manera de pensar la geografía del mundo. Desde esta perspectiva, Lois formula algunas interrogantes muy interesantes: ¿cómo fue y qué significó el descubrimiento del estrecho de Magallanes? ¿Cómo impactó en las formas de pensar la geografía de un mundo todavía ampliamente inexplorado y desconocido en el siglo XVI? La autora examina la travesía por el estrecho, y la coteja con las matrices intelectuales de su tiempo, y el impacto de esta espectacular travesía en las formas de pensar y conceptualizar las geografías de la modernidad.
Por su parte, Mauricio Onetto discute en su artículo la imagen del estrecho de Magallanes como un elemento clave en la cartografía. Examina el Atlas de Battista Agnese, publicado en Venecia en 1544, y presenta al estrecho como un silencioso protagonista, que, a partir del viaje de Magallanes-Elcano, se dibuja como un lugar de la geografía, convertido en el pasajemundo que permitió la conexión y la comunicación del mundo entero. El análisis cartográfico permite al autor construir su perspectiva sobre el estrecho de Magallanes como un espacio de apertura, una puerta que replanteó la noción del planeta, un pasaje, como la conexión de los diversos “mundos”; es decir, rutas, continentes, nodos comerciales, religiones y ecologías. Define este hallazgo como la noticia que cambió el mundo, y dio paso a otra forma de percibir y habitar el planeta.
Rodrigo Moreno Jeria da un salto al siglo XVIII, y en su artículo resalta cómo las expediciones científicas se preparaban en los puertos americanos para retornar desde el Pacífico hasta el Atlántico. Para esto, examina la expedición de botánico Hipólito Ruiz (1787-1788), que tuvo que sortear las dificultades del pasaje interoceánico para llegar con sus colecciones botánicas. Este caso ejemplifica el desafío que enfrentaron en el retorno las expediciones científicas que, todavía en el siglo XVIII, anhelaban que se descubriera un paso interoceánico menos peligroso.
Además, el increíble hallazgo del paso por el sur reavivó la inagotable búsqueda por el pasaje interoceánico de los imperios modernos del extremo norte del continente. El famoso “Northwest Passage”, el Paso Norte, se convirtió en una de las más famosas búsquedas entre los siglos XVI y XIX, y varias expediciones de diversas nacionalidades y procedencias se aventuraron a resolver este enigma de la geografía. Desde muy temprano se había buscado el mítico estrecho de Anían, que equivocadamente se pensaba que se situaba en la misma latitud de San Diego (California) y se especulaba que este sería el ansiado paso. En 1497, Enrique VII había encomendado la búsqueda del estrecho por el norte a Juan de Caboto, y la Corona francesa había hecho lo propio con la exploración de Giovanni Verrazano en 1524.
Los exploradores europeos recurrieron a los informantes locales. Los rumores y el conocimiento geográfico de los nativos americanos fueron fundamentales para estas incursiones en la geografía americana. Cuando Hernán Cortés (1485-1547), quien en 1519 desembarcó en México, preguntó a los nativos sobre las riquezas, dicen las leyendas que uno respondió: “Ma c´ubah than”. Cortés y sus hombres entendieron “Yucatán” y con este nombre bautizaron la región. Unos 450 años más tarde, expertos en los dialectos mayas han concluido que “Ma c´ubah than” en realidad significaría “No te entiendo”. En esos intentos de comunicación entre los exploradores europeos y los americanos, tal vez la interrogante sería cuántos lugares de la geografía desconocida para los recién llegados serían bautizados con nombres interpretados por los europeos a su antojo, que probablemente serían un simple “no te entiendo” en distintos dialectos. Según Mapp (2011), el conocimiento de los nativos fue mayormente inaccesible para los exploradores, que no siempre pudieron comprender o comunicarse adecuadamente con sus informantes locales. Pese a estas dificultades, consideramos que estos informantes fueron claves para las expediciones y para rastrear el pasaje interoceánico.
De acuerdo con las referencias de los nativos, Cortés también tuvo como objetivo encontrar la comunicación interoceánica. En México buscó un estrecho que develara la ruta hacia Oriente y, como parte de su campaña de conquista, en 1533 envió una hueste al mando de Diego Becerra, para navegar rumbo norte en busca del paso y así extender la exploración por el Mar del Sur; de estas exploraciones surgieron rumores sobre la existencia de una isla muy rica al norte del continente, que sería bautizada como California (Bancroft, 1886, p. 54).
Además de los informantes nativos, estas tempranas expediciones usaron la cartografía conjeturada del siglo XVI, que, por ejemplo, reducía Norteamérica en los mapas casi a una franja bastante estrecha. En 1525, el explorador florentino Giovanni Verrazano (1485-1528) especuló que desde la costa del Atlántico se alcanzaba a ver el Pacífico. “Los colonizadores ingleses de Virginia, a principios del siglo XVII, creían que podrían llegar al Mar del Sur marchando por tierra. Los primeros navegantes del Mississippi esperaban que el gran río desembocara en un mar que bañaba China” (Fernández, 2004, p. 20).
La expedición de Becerra, enviada por Cortés en 1533, que exploró rumbo norte en el Pacífico, llegó hasta una zona que en algunos mapas de la época fue nombrada Mar de Cortés o Mar Bermejo. Estos lugares inexplorados pasaron a formar parte del repertorio de la geografía especulativa del Nuevo Mundo. En 1602, Sebastián Vizcaíno, un soldado español que se aventuró a explorar hacia el norte, al referirse a esta región señalaba:
(…) tiene toda la forma y echura de un estuche ancho por la cabeza y angusto por la punta, es la que comúnmente llamamos California, y desde allí va ensanchando hasta el cabo Mendocino que diremos ser la cabeza y ancho de el (…) tiene este reuno, a la parte del Norte, al Reyno de Anian; y por la de Levante la tierra que se continua con el reino de los Quivira, por entre estos dos Reynos passa el estrecho de Anian, que passa al Mar del Norte. (Martín-Meras, 1993, p. 238)
Se pensaba que Anian era una deformación del nombre de la provincia china de Hanian, y se especulaba que este lugar mítico era el estrecho que permitiría la comunicación con China. El mapa de Abraham Ortelius, de 1579, registra el nombre de Stretto de Aniam. (Figura 1). La idea de la existencia de estrecho se fundamentaba en los relatos fantasiosos de Juan de Fuca (1557) y de Lorenzo Ferrer Maldonado (1588), quienes especularon sobre la existencia del paso, que supuestamente se encontraba en torno a los 60º de latitud norte y que comunicaba ambos océanos; de hecho, existe un estrecho de Fuca dibujado en algunos mapas de finales del siglo XVI.
Estos supuestos hallazgos despertaron en la Corona española la ilusión de dominar los dos pasos interoceánicos en ambos extremos de América. No obstante, los otros imperios también ambicionaron tomar posesión de estos territorios y, sobre todo, dominar el deseado pasaje interoceánico. Samuel Purchas registraba: “Sir Martin Frobisher as being the first in the dayes of Qeene Elizabeht lought the North-west passage” (1614, p. 739). A partir del siglo XVI, y sobre todo en el siglo XVIII, varias expediciones buscaron constatar la existencia de este pasaje del norte, del cual tanto se había conjeturado durante los siglos anteriores. Sin embargo, varios de estos viajes terminaron en repetidos fracasos y desilusiones, en tanto que el paso del norte se mantuvo esquivo.
No solamente se especulaba sobre la posible ruta de retorno del famoso corsario isabelino Francis Drake, sino que los cartógrafos empezaron a registrar a finales del siglo XVI la denominación de Nova Albion, para una región en Norteamérica que se le atribuía como descubrimiento. Drake supuestamente habría tomado la ruta que dos años antes describió el dudoso relato de sir Matin Frobisher, denominado “el estrecho equivocado”, al cual, para 1609, se rebautizó como estrecho de Hudson (Garfield, 2015, p. 114).
Durante el siglo XVIII, en el contexto de la Ilustración, se desata una serie de expediciones de los imperios, amparadas en propósitos científicos. Desde España zarpó la expedición de Alejandro de Malaspina (1792) para constatar la existencia del ansiado pasaje. Las otras potencias también emprendieron la búsqueda y se insistió en el rastreo de este paso por ambos costados del norte del continente. Esto se debió a la presión tras la Guerra de los Siete Años (1764-1763), pero sobre todo a la amenaza de la presencia rusa en los territorios de Norteamérica. En este marco se renovó la búsqueda del pasaje interoceánico. La nueva especulación geográfica se reflejó en mapas de famosos cartógrafos como Guillaume De L’isle (1675-1726) y Jean Baptiste B D’Anville (1697-1782).
Precisamente, los tres siguientes artículos de este libro abordan la búsqueda del pasaje por el norte en el siglo XVIII, de expediciones en tiempos de la Ilustración. Estas intentaban, desde una perspectiva más científica, descifrar la geografía norteamericana y constatar la existencia de un pasaje o un estrecho que uniera ambos océanos; estos viajes, desde una mirada más etnográfica, registran su contacto con los informantes nativos en sus trayectos. También involucran la gestión y agencia de criollos y americanos para buscar el pasaje interoceánico. Resulta también fascinante cómo estos viajes científicos y oficiales encubrían los intereses políticos en tiempos de expansión imperial, precisamente en el contexto de la reconfiguración política tras la Guerra de los Siete Años.
Guadalupe Pinzón analiza la información de la Relación y el mapa de Agustín Crame (1774) sobre Tehuantepec. Crame era un funcionario ilustrado, que registró información detallada sobre el istmo, así como propuestas derivadas de la posible utilidad del ansiado pasaje interoceánico. Esta búsqueda, en la segunda mitad del siglo XVIII, debe entenderse como parte de los proyectos navales y defensivos del reformismo borbónico español.
En esta misma línea, el artículo de Sabrina Guerra y Kevin Bustillos examina la expedición de Francisco de La Bodega y Quadra (1779) a los confines de las fronteras imperiales. Los mapas que resultaron de esta expedición son también evidencia de cómo la cartografía funcionaba al servicio de los intereses políticos y las delimitaciones geopolíticas. Esta expedición tuvo un importante impacto en la definición política entre los imperios, que se refleja en el Tratado de San Lorenzo (1790), resultado del encuentro en Nootka entre de Bodega y George Vancouver para fijar límites imperiales en una región que hasta entonces había sido poco valorada. Los resultados de esta expedición permitieron un mayor conocimiento cartográfico de las intersecciones en los márgenes imperiales. De los viajes de Bodega queda una considerable impronta en los mapas y en la geografía, donde el apellido de este capitán criollo trascendió en el tiempo. Además, esta expedición constató que no existía un pasaje interoceánico.
Lauren Beck analiza en tres etapas cómo las expediciones británicas usaron la información recabada por informantes indígenas sobre la existencia de una vía navegable que conectara ambos océanos y atravesara el continente por los confines septentrionales. Este artículo adiciona, por una parte, los repertorios etnográficos de las expediciones, y, por otra, la persistencia del imaginario de un posible pasaje interoceánico, no solo presente para los expedicionarios, sino también para los habitantes de estos confines de las Américas. Se siguió buscando el pasaje, muy a pesar de que varias expediciones famosas entre los siglos XVII y XIX confirmaron y reconfirmaron que, por más deseado, dudoso o equivocado, era inexistente. Sin embargo, quedaba la remota esperanza de que existiera un gran río o una interconexión fluvial que permitiera construir un paso artificial.
Efectivamente, hasta la construcción del canal de Panamá, la ruta oficial del Darién no fue suficiente para la comunicación, y el estrecho de Magallanes siguió siendo demasiado peligroso; los viajeros se habían conformado con la única opción marítima viable, que era el cabo de Hornos, con sus consabidas limitaciones y dificultades. Sin embargo, aunque el soñado pasaje natural permanecía esquivo, “se escudriñaron de manera obsesiva todos los golfos y ríos del Nuevo Mundo para descubrir el inexistente estrecho marino natural que debía comunicar el Atlántico con el Pacífico” (Jaén, 2016, p. 67). La ilusión, la geografía conjeturada y la esperanza seguían apuntando hacia la posibilidad de un gran río, o al menos algún tipo de conexión fluvial, donde se pudiera construir un canal artificial que comunicara ambos océanos.
La búsqueda del río comunicante de los océanos había estado presente desde el inicio de esta historia. En 1499, el mismísimo Américo Vespucio (1454-1512) zarpó de Cádiz junto con Alonso de Ojeda (1465-1515) y el famoso piloto Juan de la Cosa (1450-1510) a recorrer las costas de Venezuela, desde el lago de Maracaibo hasta el río Esequibo, con el anhelo de encontrar “el paso marino hacia la India y sus fabulosas riquezas” (Jaén, 2016, p. 74). En 1573, Domingo Teixeira publicó un famoso mapamunidi, que curiosamente nombra al Pacífico como Mar de Panamá, y, a pesar de evidenciar la ausencia de un paso natural marítimo, dibuja un gran río que, como una serpiente, atraviesa América del Sur, y deja la sensación de ofrecer la posible conexión fluvial entre ambos océanos. Estas especulaciones cartográficas mantienen, por cientos de años, viva la esperanza de encontrar un paso fluvial por el continente (Figura 2).
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