Primera edición: abril, 2021
Título original: Iago: The Strategies of Evil
© 2018 by Harold Bloom c/o Writers’ Representatives LLC, New York. First published in the U.S. in the English Language by Scribner – Simon & Schuter. All rights reserved.
© de la traducción: Ángel-Luis Pujante, 2021
© Vaso Roto Ediciones, 2021
ESPAÑA
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Imagen de cubierta: Composición realizada a partir de las obras A Procession of Shakespeare Characters, de autor desconocido, 1840, y Cleopatra and Caesar de Jean-Leon-Gerome, 1865.
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ISBN: 978-84-123293-8-4
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PERSONAJES DE SHAKESPEARE 4
Harold Bloom
Las estrategias del mal
Traducción de Ángel-Luis Pujante
Para David Bromwich
Índice
AGRADECIMIENTOS
NOTA DEL TRADUCTOR
1. Envainad las espadas brillantes, que el rocío va a oxidarlas.
2. Si ahora muriera, sería muy feliz
3. Haré la red que atrape a todos
4. Cuando ya no te quiera habrá vuelto el caos
5. Es la magia del tejido
6. La voy a hacer trizas. ¡Ponerme los cuernos!
7. Entiendo el furor de tus palabras, mas no las palabras
8. Desde ahora no diré palabra
NOTAS DEL TRADUCTOR
Agradecimientos
Me complace dar las gracias a mi fiel editora Nan Graham, y a Alice Kenney, por su amabilidad y constancia como ayudante de investigación. Como siempre, estoy en deuda con Glen Hartley y Lynn Chu, mis agentes literarios en los últimos treinta años. Con Glen Hartley tengo una deuda especial, ya que fue él quien propuso esta serie de cinco libros breves sobre personalidades de Shakespeare. También estoy muy agradecido al trabajo editorial de Tamar McCollom y Stephanie Evans.
La dedicatoria es para quien ha sido mi mejor estudiante, de quien sigo aprendiendo.
(H.B.)
Nota del traductor
Los pasajes de Otelo citados en este volumen proceden de mi traducción de esta obra, publicada por la Editorial Espasa en la colección Austral (edición revisada), en Teatro Selecto y en Teatro Completo de William Shakespeare (tomo I, Tragedias). Las citas de Antonio y Cleopatra y de Troilo y Crésida proceden igualmente de mis versiones de estas obras, publicadas también en las dos primeras ediciones mencionadas y en el Teatro Completo (tomo I, Tragedias, y tomo II, Comedias y tragicomedias, respectivamente).
Para las citas de la Biblia he usado la traducción de Casiodoro de Reina (1569), revisada por Cipriano de Valera (1602) y otros (1862, 1909 y 1960), y editada por las Sociedades Bíblicas Unidas (México 1960). La traducción del fragmento de William Hazlitt es mía.
Para evitar la discrepancia entre puntos de estas traducciones y los del texto de este libro, en algunos casos ha sido conveniente efectuar ajustes verbales. Asimismo, y para aclararle al lector algunos detalles lingüísticos o referencias literarias y culturales, he añadido al final del libro notas breves explicativas.
(A.L.P.)
Capítulo 1
Envainad las espadas brillantes, que el rocío va a oxidarlas.
No sabemos si William Shakespeare llegó a salir de Inglaterra. Entre 1585 y 1589 no consta en los registros ni da señales de vida. Seguramente estaba iniciándose en los teatros de Londres, pero sólo podemos suponerlo. Recuerdo que, cuando fui a Elsinor (Castillo de Kronborg en Helsingør, Dinamarca) y entré en la Gran Sala, tuve la sensación de que Shakespeare tenía que haberla visto. Hay toda una tradición de representaciones de Hamlet en la Gran Sala, con actores como John Gielgud, Laurence Olivier, Derek Jacobi y David Tennant.
Si es que Shakespeare hubiera viajado al continente, tal vez con una compañía de actores, parece improbable que hubiera visto Venecia. Tanto Otelo, el Moro de Venecia como El mercader de Venecia transmiten el ambiente de esa ciudad-estado, otrora poderosa, cuyo declive era muy evidente en la época de Shakespeare.
Otelo es la más dolorosa de las obras de Shakespeare y en algunos aspectos es elíptica y extrañamente enigmática. La raza de Otelo nunca se explicita. ¿Es el Moro Otelo un africano negro, o es bereber o árabe? En nuestro tiempo se impone el que tenga que ser representado como negro y por un actor negro. En la primera producción de 1604, fue Richard Burbage, el actor principal de Shakespeare, quien encarnó a Otelo, mientras que a Yago lo representó Robert Armin, que en 1600 había sustituido al ingobernable Will Kemp como gracioso o bufón de la compañía. No sabemos si Burbage actuaba con la cara ennegrecida o se presentaba como árabe. En 1604 un «moro» podía ser ambas cosas, y Shakespeare tuvo que observar una pluralidad de razas africanas cuando en 1601-1602 estuvieron en Londres el embajador de Marruecos y su séquito.
Las incongruencias de Otelo son fascinantes y decisivas. Desdémona tendrá unos catorce o quince años como máximo. Otelo tal vez unos cincuenta. Parece más bien distraído o miope y suele preguntar a Yago lo que ocurre. Al ser a la vez un espléndido capitán general de un ejército mercenario y una especie de hombreniño propenso a llorar, no facilita nuestra comprensión.
Como Otelo es evidentemente un cristiano devoto, nos preguntamos si fue bautizado como tal o si se convirtió. Si era un converso, no lo fue desde el islamismo, sino desde el paganismo. Es lo que parece sostener que era un negro africano descendiente de una familia real pagana. Los moros marroquíes se habían sometido al islamismo. La mayoría de los negros africanos de más al sur eran paganos. Según su propio relato, Otelo era de sangre regia y se había convertido en niño guerrero. Tras haber conocido el cautiverio, se había liberado y pudo seguir una larga carrera militar hasta alcanzar el indiscutido liderazgo de las fuerzas armadas de Venecia.
Su amor a Desdémona es más estético que libidinoso. Y el sano deseo de ella por él excede con mucho la apetencia carnal de él por ella. En diferentes momentos de este libro abordaré la controvertida cuestión de si Desdémona muere virgen. Apoyándome en el texto mostraré que ni Otelo ni ningún otro la llevó a la consumación.
Desde hace casi tres cuartos de siglo he estado asistiendo ávidamente a representaciones de Otelo. La primera fue en Nueva York, en noviembre de 1943, con Paul Robeson en el papel de Otelo, José Ferrer en el de Yago y Uta Hagen en el de Desdémona, y bajo la dirección de Margaret Webster, quien además encarnó vigorosamente a Emilia.
Con diferencia, el mejor Yago que he visto fue en la compleja y aterradora actuación de Frank Finlay, que vi en Londres en 1964. Laurence Olivier, con la cara pintada de negro, era un Otelo muy inapropiado, desbancado por Finlay y de hecho por el resto del reparto (Maggie Smith como Desdémona, Joyce Redman como Emilia y Derek Jacobi como Casio).
Más recientemente he visto varios Yagos excelentes, pero ninguno a la altura de Frank Finlay. De diferentes modos, Kenneth Branagh, el estupendo Simon Russell Beale y el actor cómico Rory Kinnear aumentaron mi percepción de Yago, pero ni siquiera Beale igualaba a Finlay. Añadiré que no he visto nunca un Otelo apropiado, salvo quizá el de Orson Welles en su versión cinematográfica (1951).
A lo largo de este libro, Yago. Las estrategias del mal, volveré varias veces a la actuación de Frank Finlay. Poseía una tensa fusión de amor y odio a Otelo. Yago es el alférez o portaestandarte del Moro Otelo, es decir, el soldado portador de la bandera de Otelo que ha jurado morir antes que permitir que le arrebaten los colores de su general. Ha luchado en las batallas de Otelo y ha adorado al Moro casi como a un dios. Antes de que empiece la tragedia, Yago ha sufrido una conmoción que lo ha castrado y le ha arruinado su razón de ser. Se le ha descartado para ascender a teniente de Otelo y padece de lo que el Satán de John Milton, que debe mucho a Yago, llama «un sentimiento del mérito herido».
En tanto que Lucifer aún no caído, Satán era, después de Dios, el segundo de la jerarquía celestial. Cuando Dios, con bastante beligerancia, proclama que acaba de engendrar a Cristo, su hijo unigénito, y que «Quien le desobedezca, Me desobedece», el ofendido Satán comienza su rebelión contra Dios. La progenie de Yago empieza con el Satán de Milton y de ahí pasa a los héroes plenamente románticos –el Prometeo de Shelley y el Caín de Byron– para después manifestarse en el Chillingworth de Nathaniel Hawthorne –que atormenta a Dimmesdale en La letra escarlata–, en el capitán Ahab del Moby-Dick de Herman Melville y el Claggart de su Billy Budd; en el Thomas Sutpen del Absalón, Absalón de William Faulkner, y en los dos aterradores descendientes de Yago: el despiadado Shrike,1 en Miss Lonelyhearts, de Nathaniel West, y el juez Holden en Meridiano de sangre, de Cormac McCarthy.
Otelo vive del honor de las armas y ha elegido a Miguel Casio como su teniente porque intuye que Yago, aunque leal y «honrado» («honest», que significa brusco y franco),2 no conoce los límites que separan la guerra de la paz. Tal vez sea un guerrero estelar, pero carece de aptitudes para los tiempos de paz. Yago es un pirómano que quiere prender fuego a todo y a todos.
La tragedia empieza en una calle de Venecia con un diálogo entre Yago y Rodrigo, que se ha encaprichado con Desdémona y se convierte en el pagano de Yago:
Rodrigo
¡Calla, no sigas! Me disgusta muchísimo
que tú, Yago, que manejas mi bolsa
como si fuera tuya, no me lo hayas dicho.
Yago
Voto a Dios, ¡si no me escuchas!
Aborréceme si yo he soñado
nada semejante.
Rodrigo
Me decías que le odiabas.
Yago
Despréciame si es falso. Tres magnates
de Venecia se descubren ante él
y le piden que me nombre su teniente;
y te juro que menos no merezco,
que yo sé lo que valgo. Mas él, enamorado
de su propia majestad y de su verbo,
los evade con rodeos ampulosos
hinchados de términos marciales
(acto 1, escena 1)
Aún oigo a Frank Finley entonando ferozmente el desprecio de Yago por la hinchada rimbombancia de Otelo con su oculta inseguridad.
y acaba denegándoles la súplica.
Les dice: «Ya he nombrado a mi oficial».
Y, ¿quién es él?
Pardiez, todo un matemático,
un tal Miguel Casio, un florentino,
ya casi condenado a mujercita,
que jamás puso una escuadra sobre el campo
ni sabe disponer un batallón
mejor que una hilandera…si no es con teoría
libresca, de la cual también saben hablar
los cónsules togados. Mera plática sin práctica
es toda su milicia. Mas le ha dado el puesto,
y a mí, a quien ha visto dar pruebas en Rodas,
en Chipre y en tierras cristianas y paganas,
me deja a la zaga y a la sombra
del debe y el haber. Y este sacacuentas
es, en buena hora, su teniente, y yo,
vaya por Dios, el alférez de Su Morería.
Aquí hay que explicar el lenguaje de Yago. El «debe y el haber» reduce a Casio a contable, a sacacuentas que calcula usando un ábaco. La retórica sugiere ofensa, que Finlay expresaba con intensidad irónica, incluyendo el sarcasmo de «Su Morería».
La vehemencia de los comentarios iniciales de Yago indican el cambio radical que ha sufrido. Miguel Casio, que evidentemente no está casado, no tiene experiencia de la guerra, a diferencia de Yago, que ha combatido bajo el mando de Otelo en Rodas, Chipre y otros territorios. El alférez descartado se siente desinflado y estancado. Y pasa a declarar su nuevo credo:
Le sirvo para servirme de él.
Ni todos podemos ser amos, ni a todos
los amos podemos fielmente servir.
Ahí tienes al criado humilde y reverente,
prendado de su propio servilismo,
que, como el burro de la casa, sólo vive
para el pienso; y de viejo, lo licencian.
¡Que lo cuelguen por honrado! Otros,
revestidos de aparente sumisión,
por dentro sólo cuidan de sí mismos
y, dando muestras de servicio a sus señores,
medran a su costa; hecha su jugada,
se sirven a sí mismos. En éstos sí que hay alma,
y yo me cuento entre ellos.
Pues, tan verdad como que tú eres Rodrigo,
si yo fuera el Moro, no habría ningún Yago.
Sirviéndole a él, me sirvo a mí mismo.
Dios sabe que no actúo por afecto ni obediencia,
sino que aparento por mi propio interés.
Pues el día en que mis actos manifiesten
la índole y verdad de mi ánimo
en exterior correspondencia, ya verás
qué pronto llevo el corazón en la mano
para que piquen los bobos. Yo no soy el que soy.
Veremos el progresivo despertar del papel demoníaco de Yago, pero en esta fase él va tanteando la acción externa que oculte las intenciones de su pecho. Los pájaros bobos, incautos, están invitados a picotear en el corazón de Yago si, como sirviente, lleva la insignia de Otelo en la manga. El clímax es la grandiosa blasfemia «Yo no soy el que soy», que invoca la declaración de Yahvé en Éxodo, 3.14:
Y le respondió Dios a Moisés: YO SOY EL QUE SOY. Y dijo: Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros.
También hay en ella un eco burlón de San Pablo en Corintios 1, 15:10:
Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo.
En un sentido profundo Yago ya no es lo que era. Traducido rigurosamente, Yahvé proclama «Yo seré yo seré», es decir, yo estaré presente donde y cuando yo quiera estar presente. Yago se siente herido en su ser, lo que podría llamarse un vacío de presencia interior. Su dios le ha rechazado y él no conoce otra deidad que el dios de la guerra. En toda la obra hay indicios de que su constante salacidad procede de su impotencia.
Yago
Llama al padre. Al Moro despiértalo,
acósalo, envenena su placer, denúncialo
en las calles, irrita a los parientes de ella
y, si vive en un mundo delicioso,
inféstalo de moscas; si grande es su dicha,
inventa ocasiones de amargársela
y dejarla deslucida.
Rodrigo
Aquí vive el padre. Voy a dar voces.
Yago
Tú grita en un tono de miedo y horror,
como cuando, en el descuido de la noche,
estalla un incendio en ciudad populosa.
El tono de miedo cobra aquí el sentido de aterrador. Brabancio, cuyo única progenie es Desdémona, está furioso, pero de ningún modo aterrado:
Brabancio
¿A qué se deben esos gritos de espanto?
¿Qué os trae aquí?
Rodrigo
Señor, ¿vuestra familia está en casa?
Yago
¿Y las puertas bien cerradas?
Brabancio
¿Por qué lo preguntáis?
Yago
¡Demonios, señor, que os roban! ¡Vamos, vestíos!
¡El corazón se os ha roto, se os ha partido el alma!
Ahora, ahora, ahora mismo un viejo carnero negro
está montando a vuestra blanca ovejita. ¡Arriba, arriba!
Despertad con la campana a los que roncan,
si no queréis que el diablo os haga abuelo.
¡Vamos, arriba!