image

Ignacio Calderón Almendros

SIN SUERTE, PERO GUERRERO HASTA LA MUERTE

Educación, pobreza y exclusión
en la vida de José Medina

image

Título original:

Sin suerte, pero guerrero hasta la muerte.

Educación, pobreza y exclusión en la vida de José Medina

Primera edición (papel): febrero de 2015

Primera edición (epub): junio de 2021

© Ignacio Calderón Almendros

© De esta edición:

Editorial Octaedro Andalucía (Ediciones Mágina, S.L.)

Pol. Ind. Virgen de las Nieves

Paseo del Lino, 6 – 18110 Las Gabias – Granada

Tel.: 958 553 324 – Fax: 958 553 307

magina@octaedro.com – octaedro@octaedro.com

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiaro escanear algún fragmento de esta obra.

ISBN (papel): 978-84-930286-0-2

ISBN (epub): 978-84-120366-3-3

Fotografía de la cubierta: Toni Molero

Diseño y producción: Servicios Gráficos Octaedro

A Mercedes,
la hermana que habita el corazón de Medina.

A Basi, Julián, Conchi y Cristóbal,
cuyos afectos y cuidados alimentan el mío.

Índice

Agradecimientos

Prólogo

Introducción

1. Lo he pasado mal

Lo de mi hermana, que en paz descanse

Mi hija falleció [Habla la madre]

2. El antes y el después

Mi vida antes. Mi barrio no era de señoritos

Mi familia antes… [Habla la madre]

Y después… [Habla la madre]

Se extravió

En el correccional

Aunque sea lo que sea, pero que cobre

Mi vida después

El trabajo cuando me echaron fuera del colegio

Amargarme la vida para pagar

Un tirón de un bolso

Las gitanillas negras

Ciento y pico euros y más en monedas

Yo he hecho cosas

Perdí la oportunidad que me había ganado

No hay ninguno que no tome drogas

Ya no me fío de nadie

Sin suerte, pero guerrero hasta la muerte

Como en la cárcel: ver, oír y callar

El que se meta con él se tiene que meter conmigo

No le guardo ni rencor

La familia a palillero

Por la primera vez que me fugué

Sin graduado no te puedes presentar en ningún lado

Me ha servido para recapacitar en algunas cosas, otras no

Un trabajo cualquiera

18 de mayo de 2003, ¿libre?

Agradecimientos

Quiero dar las gracias a todas las personas que han hecho posible esta publicación y la experiencia que hay detrás. En primer lugar, a Medina, por haberse implicado tanto en algo que a priori no parecía rentable, y a su familia, por dejarnos entrar en una realidad tan íntima como la que me contaron. A José Ignacio Rivas y David Herrera, por permitirme compartir mis dudas con ellos, por resolver inquietudes y por ofrecerme sabios y acertados consejos. A Pilar Sepúlveda, por acompañarme en esta y otras aventuras y ayudarme a buscar fórmulas para que historias como la que aquí se cuenta sirvan para algo. A los profesionales que me ayudaron a desarrollar el trabajo de campo, especialmente a Francisco, Lina, Ricardo, María y José Luis, que, desde una mirada crítica, constructiva y cargada de sabiduría, tratan de cambiar la función de los centros de menores. A Cristóbal Ruiz Román y a Enrique Martínez Reguera, por sus inestimables orientaciones y por ver en las siguientes páginas una historia digna de ser contada. Y cómo no, a las personas que me alegran la vida: Ana, Malena y Darío. A todos y a todas, muchas gracias.

Prólogo

Siempre sostuve la opinión de que los verdaderos técnicos o auténticos especialistas sobre la «marginación» son los propios marginados.

A los demás nos puede preocupar el asunto. Tal vez reflexionemos y hablemos sobre él. Incluso podemos conocerlo con cierta solvencia. Pero hay un hecho crucial, determinante, que hace que que nuestra perspectiva y la de ellos sean tan diferentes: nosotros contemplamos la marginación, ellos la padecen. Y eso modifica de raíz los significados y las actitudes.

Yo aprendí bastante sobre muchachos marginados porque durante muchos años conviví con ellos y, entre éxitos y fracasos, les acompañé en la resolución de sus conflictos. Pero por más que me entregara a esa labor, yo me sabía integrado y me sentía a cubierto de mil azares que a ellos les arrebatan.

Por eso me parece tan importante que les cedamos la palabra, que les escuchemos con atención. Porque tienen mucho, mucho que decir. Y por eso cuando cayó en mis manos este librito sentí una enorme alegría. No es fácil que ellos se expliquen ni será fácil que nosotros acompañemos sus precipitados vaivenes sin sentirnos incómodos. Vaivenes preñados de sugerencias que reclaman reflexión. Pero ahí están, para que los desentrañemos con paciencia.

Si para entender el asunto es tan importante acertar a meterse en la piel de sus protagonistas, para intentar resolver ese tipo de problemas, la actitud educativa más coherente sería hacerlo desde el punto de vista de sus necesidades, no desde el punto de vista de las nuestras.

Creo que fue el mayor acierto pedagógico de mi vida: Nunca fui neutral, siempre tomé partido a favor de los chiquillos delincuentes. Por supuesto que nunca acepté ser cómplice de sus delitos ni siquiera los contemplé con indiferencia; pero sí, siempre estuve a su lado dispuesto a acompañarles y a ayudarles, pese a sus delitos. E insisto en ello, para quien le resulte difícil de entender. Una cosa es la persona y otra sus delitos. Ningún delincuente se agota en sus delitos por graves que sean, y menos tratándose de un chiquillo. Su persona tiene otras dimensiones, abarca otras muchas facetas.

Esta disociación que siempre hice de las personas y sus delitos les ayudó a ir descubriendo que su existencia no se agotaba en el hecho de delinquir, sino que junto a sus fechorías, poseían infinidad de cualidades muy valiosas, soterradas bajo sus costumbres indeseables. Y esta disociación les daba la oportunidad de elegirse o como personas valiosas o como personas delincuentes. De hecho, en el relato de Medina, al hilo de su conducta tan dislocada, se puede percibir sin esfuerzo las extraordinarias habilidades, cualidades y calidades humanas que posee y que afloran en él constantemente.

Creo que el mayor error que comete el sistema corrector con este tipo de muchachos es que, al otorgar desproporcionado protagonismo a sus infracciones, condiciona abusivamente el resto del procedimiento. Es el inconveniente de confundir lo que es educar con lo que es controlar, mezclar la pedagogía con el derecho penal. En la descripción que Medina y su entorno hacen del sistema de reforma, salta a la vista que el afán de someter a disciplina por la fuerza provoca en el educando infinitos motivos y mecanismos de defensa, que concluyen en mutuo descontrol. Cuando se relata por ejemplo: «le cogieron entre tres y le hicieron una llave de esas que hacen y hasta se lo llevaron al hospital de asfixiado que estaba ya», salta a la vista que la metodología empleada puede ser un elemento fundamental en la generación de nuevos conflictos, no su remedio. «Una llave de esas que hacen», desde el punto de vista del sistema, es el modo más humano de evitar daños mayores; pero a ese punto de vista se le escapa algo fundamental: que haciéndolo así, se le está inculcando al muchacho que, si hay que controlarle de ese modo, es por su absoluta incapacidad para controlarse. Y el chaval termina convenciéndose de que es cierto, y se ahorrará el intentarlo; y el problema se vuelve irreversible, se cronifica. Cuanta más fuerza se aplique más vivencias de impotencia se inculcan. No es lo mismo ser controlado que controlarse; no es lo mismo que te controlen, que el que aprendas a controlarte. Controlar y corregir a los menores no es lo mismo que atender sus necesidades reales; incluso suele ser lo contrario. Ciertamente enseñar a controlarse es más difícil que ejercer nuestra fuerza sobre ellos, pero siempre es más rentable. Y ¡tampoco es tan difícil!, no requiere mucha sabiduría pedagógica, lo que sí requiere es calidad personal del educador, sensibilidad e imaginación para meterse en la piel del otro y un esfuerzo constante por darle ejemplo de autocontrol.

Este libro está lleno de apuntes interesantísimos. Por ejemplo la evolución del propio investigador en su relación con el chaval. Fue el chaval quien le ubicó en donde él no se imaginaba: como perteneciente a un bando, opuesto o enemigo al que pertenece el chico. Muchas personas que se acercan a la marginación con las mejores intenciones no caen en la cuenta de que pertenecen a un mundo no siempre integrador ni bienintencionado. El hecho, por ejemplo, de que la universidad se acerque a la marginación es de lo más laudable; pero de entrada, la universidad y la marginación viven realidades abismalmente distantes y con frecuencia hostiles.

Mi enhorabuena a Pepe Medina y a Ignacio Calderón, el estudioso que entró en la vida del primero, porque tuvieron la habilidad de entenderse y eso hizo posible que mutuamente se hicieran mejores.

ENRIQUE MARTÍNEZ REGUERA

Madrid, 23 de septiembre de 2014

1. Ejemplo de ello es lo que ocurrió tras regalarle a Medina un discman roto a condición de que lo arreglara (3.a entrevista a Medina, 03/05/03):

Entrevistador: Sin embargo, por ejemplo, cuando yo te di el discman tú te has fiado. ¿Por qué?

MEDINA: Hum (pensativo). Psss. Eso ya no sé explicártelo. A lo mejor porque tú has visto que yo no tengo para comprármelo o porque yo lo arreglo y no tengo para yo comprarme eso y que tampoco eres una persona de… como de mi barrio, que van a… van a que tú… Él te da, pero después pide más. Es que eso no sabría explicártelo. […] Bueno, tú me has dado eso, ¿no? […] Pues yo no pienso que tú seas conmigo… A lo mejor tú me das eso y ahora yo, después tú me vas a pedir que te […] lo dé. Me lo he arreglado… Yo no sé, pienso yo, que tú no eres así conmigo. Ahora, si me lo pides, claro, te lo tendré que dar, es tuyo. […] Creo yo, ¿no?

Entrevistador: Pero antes has dicho que no lo darías.

MEDINA: Hombre, si… ¿Qué hago? Me pelearía contigo.

Entrevistador: (Risas) Te pelearías conmigo…

MEDINA: Hombre, tú me dices: «Te lo doy para ti», y después me dices: «Te lo quito por la cara», pues lo primero que haría es que le desmonto lo que yo le he armado, esto, esto y esto, y toma, ahí lo tienes, para ti es. ¿No? Yo qué sé…

Entrevistador: ¿Y por qué sí te fías de mí y no de alguien de tu barrio, por ejemplo?

MEDINA: Porque los de mi barrio me han hecho muchas cosas que… Yo soy una persona que no soy… A ver si me explico…: en que tú me das nada a cambio, yo te doy confianza.

2. Hay que puntualizar que no siempre es así. Existen multitud de ejemplos que muestran lo contrario, como ocurre en la literatura, en el cine, etc. El arte logra salir de los esquemas predominantes, por ejemplo, de la representación hegemónica del tiempo. Sin embargo, es más difícil encontrar biografías con estas características en el terreno de las ciencias sociales. Nosotros hemos tomado prestada la idea del arte, ya que entendemos que muestra una parte de la realidad a la que sin él sería imposible acceder o expresar. Del mismo modo, hemos tratado de entresacar las metáforas que ayudan a organizar las vidas de las personas estudiadas, ya que las experiencias vitales están cargadas de ellas. Un ejemplo más del componente artístico que tienen las vidas cotidianas que pide a gritos su incorporación en nuestras investigaciones sociales.

3. Puede verse algo de este análisis en: Calderón Almendros, I. (2014). «Sin suerte pero guerrero hasta la muerte. Pobreza y fracaso escolar en una historia de vida». Revista de Educación (Madrid), 363: 184-209.

4. Wenger, E. (2001). Comunidades de práctica. Aprendizaje, significado e identidad. Barcelona: Paidós.

5. Castells, M. (1998). La era de la información: economía, sociedad y cultura. El poder de la identidad. (vol. II). Madrid: Alianza Editorial.

6. Ruiz Román, C.; Calderón Almendros, I.; Torres Moya, F. J. (2011). «Construir la identidad en los márgenes de la globalización: educación, participación y aprendizaje». Cultura y Educación, 23 (4): 589-599.

7. Bernstein, B. (1989). Clases, códigos y control. Estudios teóricos para una sociología del lenguaje. Madrid: Akal.

8. Bourdieu, P. (2012). Sur l’État: cours au Collège de France, 1989-1992. París: Seuil.

9. Bourdieu, P. (2012). Sur l’État: cours au Collège de France, 1989-1992. París: Seuil.

Sepúlveda Ruiz, M. P.; Calderón Almendros, I.; Ruiz Román, C.; Beltrán, R. (2008). «La investigación acción participativa: una estrategia de formación para transformar la realidad en un centro de reforma juvenil». Investigación en la Escuela, 65: 101-112.

Sepúlveda Ruiz, M. P.; Calderón Almendros, I.; Torres Moya, F. J. (2012). «De lo individual a lo estructural. La investigación-acción participativa como estrategia educativa para la transformación personal y social en un centro de intervención con menores infractores». Revista de Educación, 359: 456-480.

1.Lo he pasado mal

Lo de mi hermana, que en paz descanse

Yo tendría recién cumplidos los 15, hace casi tres, cuando se quemó mi casa. Yo estaba en el cuarto, tendido en el suelo viendo la tele —una película de Rambo, que me acuerdo hasta de la película, se me ha quedado en la cabeza, no se me olvida el día de la película—. Mi madre estaba al lado y mi padre atrás, se quedaron los dos dormidos, y los demás estaban todos dormidos. Cuando empezaron los anuncios, yo me eché pa’trás y vi todo lleno de humo, y cogí y llamé corriendo a mi madre, y mi madre no se despertaba. Con el humo se quedó también atontada. Me respondió mi padre; más o menos se levantó, pero mareado, y lo saqué. Se sentó fuera porque se quedó atontado. Mi madre la levanté yo, la saqué para fuera y me llevé a mi hermanillo chico, que tendría meses. Me llevé a la otra chiquitilla, y la mayor salió por sí sola. Y a mi otra hermanilla no la encontraba, porque estaba debajo de la cama. Y buscando y buscando, ya con el humo no veía nada, no podía respirar, me tenía que salir y entrar otra vez, hasta que ya no se podía entrar, porque el suelo de parqué estaba ardiendo y me quedaba yo pegado también en el suelo. Cuando la sacaron, pues, la sacaron negra de humo. Ya me dio un pasmo y me tuvieron que llevar a mí también para el hospital, de haber respirado tanto todo el humo. Pero no tenía solución mi hermana, porque le andaba el corazón pero el cerebro no. Me dijeron: «Está ahí, se está recuperando», pero me engañaron en el hospital; habían estado con unas válvulas que le ponían a ver si reaccionaba. Después ya me recuperé yo y fui a ver a mi hermana al hospital, y yo tonto no soy, porque una persona cuando está bien, las pupilas no se las tiene tan dilatadas y se le mueven. Las tenía fíjamente fijas y dilatadas, y la boca muy seca: seca, seca, seca. Y entonces, yo le pregunté: «¿A mi hermana qué le pasa?». Y me dijo: «¿Tú todavía no sabes nada?». Y digo: «Que yo no sé nada». Y me fui a hablar con mi madre, y me dice: «Que a lo mejor la niña no sale pa’lante». Y ya cogí yo y me fui de allí, y de ahí viene todo. Empecé a robar motores de agua… hasta que he acabado aquí. Era robar, robar, robar, robar…

Yo me he sentido culpable de no haber podido ayudar a mi hermana en el momento, cuando ella me estaba pidiendo que le ayudara. Pero no sabía dónde estaba. Yo creo que escuché su voz, pero tampoco sé si era ella o eran los desos de los corrientazos que pegaba. Entonces, pues yo me siento mal de no… Yo he hablado con muchos psicólogos, pero a mí no me convencen los psicólogos. Yo tengo en la cabeza que yo si fuera entrado, aunque fuera perdido hasta mi vida, yo creo que la fuera encontrado. Yo qué sé. ¿Quién sabe que estaba debajo de la cama? Entré dos veces, y cuando entré, toqué la cama, porque no veía nada, tenía que tocar. Toqué su cama y no estaba. Y tocaba la otra y no estaba. «¡Merche, Merche, Merche!» No me respondía, no me decía nada. Yo escuchaba como un deso, pero me tenía que salir porque no podía respirar del plástico… Era todo parqué, no podía respirar ni veía nada, y tenía que ir corriendo… La casa entera ardió, menos un lado: ardió toda la casa menos sus fotos, su ropa, menos todas sus cosas de ella. ¿Por qué será eso? Si te se quema la casa entera, se quema la casa entera; pues el mueble se ha quemado entero y las cosas que había dentro no se han quemado, que eran sus cosas de ella. Y al lado había una foto mía, se ha quemado mi foto y su foto no se ha quemado. Yo creo que es porque el Señor ha querido que se quedaran sus cosas ahí, para que las tengamos de recuerdo o algo. A lo mejor una foto conmigo, los dos juntos, yo… se ha quemado mi foto, pero ella al lado mía no se ha quemado. Es un poco pensativo, te pones a pensar.

Mi hermana es la que venía detrás mía, siempre estaba conmigo al lado mía, siempre venía donde iba. Yo no puedo ni ir al cementerio a verla… No puedo. No puedo, no puedo. Voy y me tengo que volver. No puedo entrar, no me creo que mi hermana esté ahí cuando yo he estado al lado. No puedo entrar. Lleva tres años y no he ido a verla todavía. No puedo. Cuando fue su entierro, la vi en el dese y me tuve que ir. No pude ni ver ni el dese, me tuve que ir. Me perdí, me fui por ahí, a casa de un amigo a dormir, y eso esa noche, porque tenían que estar de luto y yo no podía estar allí, y menos que estaba allí mi hermana y eso, no podía estar yo. Mi vida, si tengo que darla por ella y todavía se pudiera dar, la doy. Lo que haga falta para ella que andara. Se la doy aunque yo me quede en una silla de ruedas, me da igual.

No me gusta hablar de la muerte de mi hermana. Cuando mi madre me habla de ello, le digo: «No me hables». A lo mejor mi madre se quiere poner conmigo para que yo me desahogue y que hable con ella, pero yo no quiero hablar. Porque me voy a poner a llorar, me voy a ir y voy a ir a buscar al tío ese del que llevaba la casa y lo voy a matar. Le voy a quitar la vida y no quiero.

INFORME EDUCATIVO DE OBSERVACIÓN (05/02/2002)

Las circunstancias familiares vividas por el menor le han marcado profundamente; en concreto, la muerte de una hermana en un incendio, de lo que se siente responsable. Esto agrava su situación personal y lo aísla hacia sí mismo.

Por eso estoy yo aquí, por cuando murió mi hermana. Yo cogí una depresión de esas y empecé a robar, a robar y a robar para complicarme la vida, hasta que acabé aquí. Me pillaron en unas cuantas, por lo menos siete causas. Yo antes ni robaba ni nada, fumaba petardos nada más, es lo único que yo siempre he fumado: petardos. Después me dio por meterme coca, porque me pusieron y probé, y si pruebas, caes. Yo he llegado hasta a vender un anillo que yo tenía porque estaba liadillo con la coca. A veces ya me iba para robar y ya no iba ni por dinero para mi casa ni nada. Iba a robar para droga. Y me levantaba por la mañana, me iba y no venía hasta las 5 o las 6 de la mañana a mi casa. Así todos los días, todos los días, todos los días. Caí que hasta mi ropa no me valía. Me ponía los calzoncillos de mi hermano chico y me entraban. Me quedé en el chasis. Vamos, ahora me ofrecen y no la quiero, porque he visto adónde me ha llevado y no quiero eso. Me ha llevado al reformatorio eso, y aparte, el rollo que tuve yo con mi hermana, cuando se quemó mi casa. Lo he pasado mal…

10. Ciudad de otra comunidad autónoma, con unos 200.000 habitantes.

11. Barrio obrero de Córdoba, que recibe también el nombre de El Tomillar. Este último nombre tiene una connotación algo más marginal que el actual Olivar. El Barrio se forma en los años sesenta con la intención de albergar a los trabajadores cerca de las fábricas, que dos décadas después tuvieron que cerrarse.

2.El antes y el después

Mi vida antes. Mi barrio no era de señoritos

Yo he vivido demasiado para la edad que tengo. Tengo 17 años y me llamo José. Todo el mundo me dice Medina por el apellido. A mí, la verdad, me gusta que me digan Medina. Siempre he vivido con mis padres, primero en Mérida y después en Córdoba. Alguna vez han tenido sus peleíllas, dos o tres días, pero siempre he vivido con ellos. He ido a vivir con mi abuelo un tiempo, pero no solo, he estado con mis padres también allí.

Mi hermana mayor se llama Lucía, que tiene 18. La otra que va detrás mía —Mercedes— no está viva. Ahora mismo tenía tres años menos que yo. Mi hermana Macarena tiene diez años u once, y el otro chiquitillo, que se llama Marcos, tiene cuatro añillos, pero es más malo que… Se ha partido ya los dientes y todo de alante. Igual como yo, yo también me los partí.

La Macarena es muy cortadilla, y el Marcos, el más chiquitillo de la casa, muy malo. Ese es muy travieso. No es que sea malo, pero nervioso. Se mete debajo, para acá, para allá… Es más nervioso que yo. Siempre le dice: «¡Mamá, esto lo otro…!», aunque sea mentira, nada más que para chinchar a mi hermana, y se ríe de ella, y mi madre ya no le hace mucho caso.

Mi hermana mayor es seria, pero cuando empiezas a hablar con ella, ya se suelta. Parece seria, y así un poquillo cortadilla, porque a lo mejor no te conoce. Pero cuando empiezas a hablar con ella, ya se suelta. Yo no, yo me arranco rápido. Yo si no lo conozco, si no le pregunto lo que yo quiera, me quema la sangre por dentro. Por ejemplo, un maestro que no sé lo que tiene que parece Parkinson o algo de los nervios, que está hablando contigo y yo, si no le pregunto: «¿qué te pasa?», me mata, me quema por dentro.

Yo creo que mis padres piensan que soy un cabeza perdida o algo. Me habrán dejado por imposible, aunque mi madre no sé. Mi madre no, porque mi madre siempre que deso dice que es lo mejor que hay en mi casa. Es lo que le dice a los maestros, que yo soy su luz de sus ojos. Eso dicen los maestros. Vamos, yo tengo mucha confianza con mi madre, más que con mi padre. Ahora a veces ya tengo confianza con él, a veces. Alguna cosilla, esto lo otro, pero tengo menos confianza por el alcohol. Mi madre ahora no habla deso delante de mi padre porque ahora está muy bien quitado del alcohol y eso es lo que no hay que hacer. Para que un alcohólico no vuelva a caer es no tener bebidas en la casa ni que se la miente. Aunque mi padre tiene una botella de alcohol en mi casa. Pero no la coge, y, si la coge, yo cojo y se la quito y la tiro. Ahora está muy bien porque ha comprendido que por ese camino va a durar poco.

Yo en verdad, con mi padre he tenido poca relación… Mi padre es más cortado que mi madre, más cerrado. Mi padre para hablar con la gente de cosas suyas es muy burro y no le gusta contar sus cosas de nadie. Él es muy reservado; mi madre es más deso, se puede hablar con ella. Yo he tenido relación con él, he ido con él, pero siempre borracho. No una persona que esté… fresca o sobria, nunca lo he visto así, es ahora cuando lo estoy viendo, y hace poco. Cuando tendría yo seis años o siete, se tiró cinco meses sin beber, o por la mañana de casualidad. Y se ha ido otra vez para el bar otra vez a beber. Sobrio, yo en verdad, lo he visto poco. Ahora lo estoy viendo.

Con mi madre sí tengo mucha confianza. Es la que siempre he estado con ella y es la que me ponía a estudiar. A veces, con mi padre, lo que hacía era para pedirle las cosas cuando mi madre no me quería dar, porque me pegaba muchos porrazos jugando.

Tengo muchas cicatrices de cuando era chiquitillo, de jugar a los tirachinas con mis primos, que nos pegábamos en la cabeza sin querer. A lo mejor para pegarnos con bolas de estas, a lo mejor para darnos nosotros, y, a veces, pues te daba en la cabeza y te pegaba un picotazo ahí que no veas, jugando. Pero casi siempre estaba solo. Yo he sido un niño más deso, que no me gustaba ir con la gente ni nada, siempre estaba solo, a mi bola, para arriba y para abajo. Con mis primos me iba, pero así, con los amigos, es muy raro que yo estuviera. Siempre me ha gustado entrar a las casas así, a los derribos, coger lo que había… Ir a mi bola yo solo por ahí.

Mi madre es como paya; tiene facciones, pero no es ni paya ni mestiza. Yo estoy mezclado. Tengo familia húngara, tengo familia gitana, tengo familia mestiza, y estoy… mechero. Es que estoy mezclado, es una cosa muy rara que yo explicarla no sé. El que sabe explicarla es mi padre, que es mezclado. Tengo primos que son gitanos, tengo primos que son mestizos, tengo primos que son húngaros…

Mi padre habla mechero y no lo entienden los gitanos. Y los gitanos hablan caló y mi padre sí sabe hablarlo, porque sabe hablar mechero y caló. Las dos cosas sabe hablarlo mi padre. Yo una mijilla me entiendo en mechero. El caló es más difícil, es un habla gitano más difícil, y también entiendo algunas palabras. A lo mejor sé lo que se dice si viene la policía, para esconderse, y coges, cierras la puerta y te metes para dentro por si pasa algo. Algunas palabras las entiendo.

Mi padre, cuando Franco, estuvo por lo menos siete años en la cárcel. Le echaron doce años y medio, creo que por algo que pasó en mi barrio de una muerte o algo, que en la edad de Franco iban a rajatabla… Y cuando murió Franco, salió de la cárcel; cumplió la mitad. De eso es que mi padre y yo nunca hablamos. Sé que estaba allí, pero yo es que relación con mi padre he tenido, pero a partir de ahora. Antes tenía menos porque bebía y eso, pero ahora se ha quitado de beber y tengo más relación con él. Nunca me ha dado por preguntarle eso.

Mi madre casi siempre ha trabajado limpiando en las casas, allí en Mérida y aquí en Córdoba también. Ahora trabaja en una casa. Le cuesta mantener la casa, la mantiene pero le cuesta trabajo mantenerla, porque tiene un sueldo muy bajo. Gana nada más que cuatrocientos euros al mes y tiene que pagar la luz, el agua, el deso de la comunidad, tiene que pagar deudas que tiene de la lavadora, la nevera… Y con el dinero de mi padre vamos comiendo, que un día vende y otro día no. Y así vamos tirando. Mi madre, casi todo el dinero que tiene se lo gasta todo en pagar… Tiene que pagar. Y ahora debe dos o tres letras, creo, que tiene que pagar. Mi padre ahora busca caracoles en el campo y después los vende en el mercado. Él se busca su caja, los pone allí y él los vende. Antes creo que eran a tres euros el kilo. Ahora mi padre no sé cómo los tiene, porque ahora son más difíciles de coger en este tiempo. Los coge en el campo, sabe dónde escogerlos. Yo también sé, porque he ido con él muchas veces a cogerlos… Tiene que ir a Cártama,12 a los pueblos, y rebuscarlos debajo de las piedras… Te pueden salir hasta avispas y de todo. Una vez le pegué una patada a la piedra y me salieron veinte mil avispas, tuve que correr para abajo, con toda la cabeza llena de picotazos. Eso también tiene su trabajo.

Mi padre, en verdad, antes estaba más fuerte que yo, pero como ha dejado el alcohol… La cebada mantiene a una persona a lo mejor gordo y una mijilla más fuerte, y al dejar el alcohol, pues se le vienen las defensas abajo de una persona. Hay personas que no lo aguantan y se mueren por dejar el alcohol, que lo que las mantiene vivas es el alcohol. Y ahora mi padre tendrá una mijilla menos que mi brazo. Y de delgaíllo, así como yo y es una mijilla más bajito que yo.

Eso sí, mi padre andando aguanta más que yo, en el campo anda más que yo —con la edad que yo tengo—. Yo le doy la razón, porque es verdad, porque sus piernas ya están acostumbradas. Si yo me pongo con cualquier chaval de aquí a subir monte, lo fundo, pero mi padre me funde a mí, porque es un hombre más antiguo y está acostumbrado sus piernas a andar, andar, andar, andar, andar, andar. Y siempre va a su ritmo, nunca para del ritmo. Yo a veces le digo: «Papa, para una mijilla, coño, que…». Él sigue, él sigue a su ritmo, monte para arriba, monte para abajo, a su ritmo. No baja el ritmo ni monte para arriba ni monte para abajo. Y su ritmo es a paso ligero. Y yo creo que se echa una carrera conmigo y me gana. En una recta, una mijilla me saca. Después yo lo cojo porque es más mayor.

Mi padre aprendió a escribir en la cárcel. Sabe leer pero no muy bien. A lo mejor, si lee «situación económica», él lo tiene que leer «si-tu-a…». Muy despacito. Y yo no, yo lo leo: «situación económica de esto, tal y cual». Yo leo bien. Yo lo que tengo faltas de ortografía es con la «b» y con la «v», porque no ando bien con eso. A lo mejor, siempre me han dicho que si hay vocales o algo de eso entre medio de eso, va la «b», pero la otra de la «v» no… No me aclaro yo bien con eso. Ahora lo que estoy haciendo es un deso de ortografía del 15, de la «b» y la «v». Palabras, palabras con «b» y después palabras con «v», «v», «v». Es lo que estoy haciendo ahora.

Mi madre no tiene casi ninguna falta de ortografía; mi madre escribe muy bien, mejor que yo y todo; y sabe leer, multiplicar, dividir… Mi madre sí ha estudiado. Vamos, yo creo que sabe hasta hacer ecuaciones y todo… Yo sé hacer ecuaciones, pero ahora mismo me acuerdo, pero me cuesta una mijilla de trabajo. Tengo que ponerme con un maestro dos o tres veces a hacerlo, porque hace ya tiempo que no las hago.

Yo no he repetido ningún curso. Lo único que cuando yo era chico, me apuntaron tarde, pero no había repetido. Tenía que estar, a lo mejor en parvulitos. En vez de llegar el primer año, por ejemplo, llegué el segundo. Y entré al otro curso tarde. Los cursos yo no sé si es que los llevo adelantados; a lo mejor yo he sido el más chico de la clase y he estado en un curso más de lo que debería estar.

Estuve en parvulitos en Mérida, en el colegio Mayor Zaragoza, y sigo allí hasta los ocho años, hasta 4.º, la mitad, creo. Después vine aquí porque tuvo un problema mi madre con mi padre. Se pelearon, y entonces nos vinimos para acá con mi abuela y aquí me apuntaron a otro colegio, no me acuerdo del colegio… Está en El Álamo,13 pero no me acuerdo cómo se llama el colegio. Estaba al lado de un puente, al lado del Cerrado.14

Me adelantaron de curso. Empecé en 5.º, pero ni terminé tampoco 5.º allí tampoco. No me acuerdo, creo que es el Ramiro de Maeztu. Casi seguro. Ya cuando estuvimos viviendo allí, mi padre se vino de Mérida para acá y mi madre. Y ya hicieron las paces, y ya hasta hoy en día, ya están juntos.

Empiezo 5.º en el Ramiro de Maeztu y después ya me mudé de casa de mi abuela a Barcenilla15 y empiezo en el Quevedo. Empecé en 5.º, una mijilla adelantado, pero 5.º. Terminé 5.º, y cuando fui a pasar a otro curso, ya no fui más a ese colegio. Ya me cambié a otra casa en otro barrio, que es en Olivar.

Estuve haciendo 6.º y la mitad de 1.º de ESO en el Virgen de la Paloma, que es un colegio de allí. El colegio lo llevaba la misma directora, pero estaba dividido en dos partes —hicieron obras, a un lado estaban unos y a otro lado estaban otros— y me pasaron al otro… El colegio este creo que es San Miguel, de la misma directora, y allí ya llegué hasta 3.º de ESO. Y ya pues, me quité del colegio por los problemas que tenía, de las junteras que tenía, ya es que me expulsaron del colegio. Y ya es que iba a otros colegios y no me aceptaban en los colegios, porque yo ya tenía a lo mejor una juntera, con la juntera que me juntaba, y ya, la fama, aunque no sea mucha, pues hace demasiado, y en los colegios pues ya no me aceptaban. Y ya entonces pues ya cumplí los 16 y si ya con los 16 no quieres ir… Pues dejé de ir al colegio. Mi madre me quería apuntar, pero ya no me aceptaban. Me fui a apuntar en uno, no me aceptaban… Y al final digo: «¡Bah!, no voy al colegio. ¿Para qué voy a ir?» Prefería quedarme en mi casa y no iba.

Mi hermana mayor se quitó de la escuela por tonta que es, porque ella… Llegó hasta 4.º de ESO, creo que se quitó a la mitad. No, terminó y suspendió por dos asignaturas. Creo que fueron Lengua e Inglés. Llevaba un montón de cosas y decía que ella no era capaz de sacar tantas cosas. Y sí era, pasa que también tenía muchas cosas: mi madre se iba a trabajar, la casa, esto, no le daba mucho tiempo a estudiar… Porque mi hermana para estudiar vale. Ella es la que me enseñó a mí a dividir y a hacer ecuaciones y eso.

Yo llevo en el Robledal16 un año y tres meses o cuatro, como mucho. De ahí no paso.17 Pero que dentro de dos meses o por ahí saldré de aquí. Me queda un mes y pico, no llega a dos meses. De colegio aquí lo único que doy es matemáticas, lengua, pintar, frontón, gimnasia de esa… Y cuando salga de aquí, te dan el certificado escolar. Si yo quiero sacarme el graduado, tengo que estudiar dos años. Antes no, antes había una oportunidad que hacían unos exámenes y te sacabas el deso, pero ahora lo han quitado. Ahora tiene que ser desde la escuela. Yo había estudiado para ese examen y todo, y lo iba a aprobar, pasa que como no estuve en el momento aquí, llegué tarde, pues entonces no pude presentarme al examen. Y ya lo han retirado, ya no hay más, fue los últimos que hicieron. Yo me he querido presentar y no puedo, y de aquí casi la mitad lo tienen, y yo estaba aquí cuando los exámenes. Si me lo puedo sacar, pues mejor para mí.

Yo lo único que tengo es un título de vivero, de que sé hacer cemento, hacer paredes… Sé algo: soldar, poner chapa para hacer los tejados, hasta algo me han enseñado aquí. Tengo un título de vivero, es lo que tengo. Algo. Por lo menos cuando salga, no voy a ser un… Algo, algo tengo. Y también sé ensolar y enfoscar paredes —no muy bien, pero no soy un peón—, porque he estado haciendo un cursillo de ensolador y alicatador, lo que pasa es que no lo he terminado por problemas que he tenido.

Me gusta la electrónica, lo que pasa es que son muchos años de estudiar eso. Si yo pudiera sacármelo… He escuchado yo que dos años, por lo menos, tienes que estudiar. Pero yo para mí, es que los estudios, no veas, viejo… Me agobio. A lo mejor otra gente se agobian, pero ellos quieren conseguir algo. Yo también, pero no me centro en eso para estudiar. No me centro. Con las junteras que tengo y esto y lo otro, pues al final ni estudio ni nada ni nada, ni acabo nada.

Aquí,18 cuando se rompe la tele o lo que sea y no está Charli o el otro,19 lo arreglo yo. La tele de aquí el otro día se rompió, se quedó sin voz y no se podía cambiar canales, y la he arreglado yo. La Play se ha roto aquí más de una vez y la he arreglado yo. Las ventanas también… Yo qué sé, me dicen aquí el manitas porque arreglo las cosas. Como cuando era chico, me encontraba las teles tiradas en el suelo o lo que sea, y me las llevaba a mi casa, las desarmaba, y miraba por dentro lo que tenía, lo tocaba… Más o menos he aprendido algo. Eso es lo que hacía en vez de estudiar. A lo mejor no sé cómo se llama, pero sé más o menos comprobar las piezas por qué están fundidas. Voy, la llevo y digo: «Mire usted, necesito esta pieza porque está fundida».

La compro y ya voy, la sueldo y la pongo, y ya está andando. Algo más o menos me entiendo. Tampoco soy un profesional, pero algo me defiendo. Me he hecho hasta una radio con piezas. Yo solo. Se ve que no tiene chapa ni nada, una radio sin plástico ni nada, pero le pones la cinta, le das un deso, un yerro y un altavoz que le he puesto, y canta, con unas piezas que yo me he ido poniendo. Los maestros lo han visto y todo. Y un termómetro, que marca las cosas pero dos o tres centímetros de más. No marca bien. Paranoias que me dan, que estoy así aburrido y me pongo y me pongo y me las invento. Pues me dicen aquí que soy el manitas.

Me acuerdo que con cinco años o con cuatro años yo vivía en una casa sin luz y sin agua en Mérida. Yo, la vida que yo ha tenido… Allí estaba todos los días con las cometas liado, siempre estaba subido a los tejados, y mi abuela chillándome, esto lo otro… Mi abuela por parte de mi padre –en paz descanse– vivía en Mérida y mi abuelo también. La mayor familia que tengo está allí por parte de mi padre. Y aquí también tengo la familia de mi madre en El Álamo.

La casa donde yo vivía estaba como en un descampado fuera de la ciudad, como en un campo, pasa que la mía estaba más separada de las demás.20 Andabas un ratillo y ya entrabas a la ciudad, pero más para acá había un descampado, que eran casas, que era donde vivían más o menos los gitanillos y eso. Y yo vivía con ellos. Mi casa tenía dos cuartos: donde dormía mi madre, mi padre, y mi hermana Merche —que en paz descanse—, que dormía con ellos —mi hermanillo chico no era todavía—; y yo dormía con mi hermana grande en otro cuarto. Y tenía un pasillo y un corral que vivían gallinas y eso, y mi padre tenía allí como una chatarrería, que iba juntando chatarra y después llamaba a un camión y venía, y se llevaba la chatarra y se la pagaba a mi padre, que así ganaba dinero.

Era una casa antigua, antigua, antigua. De ese tipo que son muy viejas, pues así era mi casa: sin luz y sin agua, mi madre tenía que ir a por el agua y eso. Así más o menos era la casa. Tampoco estaba para caerse, pero tampoco estaba muy bien. Y no teníamos contrato ni nada. Ni teníamos contrato ni era vuestra:21 estaba abandonada y no había otro sitio, y no vamos a dormir en la calle… Y dormimos ahí. Pero después nos teníamos que ir porque la iban a echar abajo y fuimos a una casa que mi padre le pegó una patada a una puerta, porque allí no vivía nadie. Vino el dueño de la casa, y la asistenta habló con el dueño de la casa y le hicieron un contrato a mi madre de eso, que se lo pagaba la asistenta. Y ya más o menos ahí se arregló un poquillo la cosa, porque le pagaban el alquiler, y a mi padre le ayudaron a comprarse una moto para afilar. Mi padre es afilador. Ahora ya no, porque ya es más mayor y mi madre no quiere que coja la moto porque hay muchos accidentes. Tampoco tiene moto. Mi madre es más joven que mi padre: tiene 42 o 43 o por ahí y mi padre tiene 52 o 53, es más mayor. Ahora va al campo a coger caracoles. Él coge, se va por la mañana a coger caracoles, los vende, y con eso, por ahora, va tirando.

En Mérida hay muchas fábricas de zapatos, y iba allí una mujer o un hombre a mi casa y llevaba unas bolsas a mi madre que era para coser los deste de los lados de los tenis, unas cosas que cosen de los tenis que es el forro que lleva por dentro. Se los cosía mi madre y se los pagaban a tanto dinero. Eso sí está bien pagado allí, lo de los tenis. La chatarra, más peor. Pero tampoco daban para mucho los zapatos. Teníamos que ir a vender ajos. Yo he vendido ajos y todo, y he pedido de chico. Ahora ya no tengo que pedir… Yo, no veas.

Yo de chico iba casi siempre en calzoncillos por ahí, porque en ese barrio no era un barrio así de señoritos; era un barrio más o menos de gente más baja, como a lo mejor la gente le llama. Y yo iba en calzoncillos, y a lo mejor por eso soy tan moreno y eso. Mi padre es más negro que yo todavía. Mi madre es mestiza y mi padre es mechero —parecido a los gitanos, una mezcla—. Por ahí estoy mezclado y tengo familia también húngara. Vamos, que tengo familia de todas clases. Los húngaros son gitanos, pero son diferentes de manera de vivir. Por eso los Junquera son mis primos, que viven en La Flecha.22 Son lo mismo, son gitanos, pero son diferentes de vivir. A lo mejor los gitanos siempre han vivido vendiendo bestias, vendiendo caballos… Y ellos, con las latas que a lo mejor vosotros tiráis de tomate y eso, ellos hacen vasos y lo hacen que no sea un vaso, y los venden y es otra manera de vivir. Otro estilo de vivir. Pero que más o menos es lo mismo.

Teníamos allí un campo de fútbol muy grande. Bueno, un campo… Era un campo que nosotros le poníamos las porterías allí, para jugar con mis primos, porque en mi barrio ese todos somos primos. Son primos míos todo el mundo. El único que no es primo mío es uno que le dicen Miguel el Lisiao, porque se vino allí a vivir, pero como si fuera de la familia también. Allí en ese barrio puede haber por lo menos más de 40 casas y viven mis tíos, primos míos, sobrinos, que son todos familia mía. Y fuera del barrio también tengo familia, porque los gitanos se casan entre primos. Por eso son todos familia.

Una vez, mi tío, mi abuelo y mi otro tío se ataron una cacho piedra a los huevos con una cuerda y la llevaron tirando de ella para allá, de lo bastos que son, porque es que son bastos, son bestias, burros. Al final ganó mi abuelo —estaba mareado—; es el que llegó más lejos.

Por parte de mi padre, todo mi barrio (de Mérida) —habrá como 40 casas— son todo familia mía. No vive nadie que no sea familia mía. Es un barrio como de chusma, un barrio más bajo, que están en la calle, se sientan en las puertas a hablar… Allí todo el mundo se sale por la tarde a su puerta y se sientan en las sillas a hablar. A emplear. Emplear es limpiar los ajos y todo ese rollo para después venderlos, que yo también lo hacía: vendía ajos con mi padre y mi madre, nos poníamos allí todo el mundo en la puerta a hablar. No era un barrio como esto, en los pisos, que nadie se pone afuera con la silla. Allí no, allí está todo el mundo empleando fuera, o cosiendo zapatos…

A ese barrio le dicen «el barrio de la puñalá», por mi padre, porque dejó clavado a un hombre contra una puerta de un bar con un sable cuando Franco todavía estaba vivo. Se lo metió por debajo de las costillas una, dos y a la otra lo dejó clavado. ¡Cla, cla, cla! Le metió y ahí lo dejó clavado, más o menos inválido de piernas para abajo. Entonces, los dos hermanos estaban buscando a mi padre para tener guerra con él, y mi padre se jugó la vida a cara o cruz. Le dice: «Vosotros tenéis un problema conmigo». Y le dijo el hombre: «Es que me han dicho que tú eres el Frasquito, el que manda aquí en el barrio». Y mi padre dice: «Yo ni mando ni dejo de mandar, pero el que se ponga conmigo…». Mi padre sabía que a la mínima le iba a sacar ya algo para meterle, y le dijo: «Me juego la vida con vosotros a cara o cruz. Si sale cara, vosotros me matáis a mí. Si sale cruz, sus mato yo a vosotros todos». Y ellos dijeron que sí. Y echó la moneda para arriba, y ellos fueron a mirar la moneda, a ver lo que salía, y mi padre sacó y le metió a uno y al otro a la vez. No esperó, les engañó, porque sabe que como espere se la van a meter ellos antes, y cogió y se fue. Tiró la navaja por ahí, pero la gente lo vio y dieron su nombre. Y se fue para mi barrio, y entonces la policía vino a buscarlo. Pero toda la familia, con escopetas, hicieron un corro allí, y no había quién entrara, no podía pasar la policía. Se liaron allí a tiros. Hasta que al final mi padre cogió, salió de ahí y se entregó, por no buscar una ruina —porque al final, por mucha familia que tengas, la policía va a entrar—. Y se lo llevaron en el furgón. Y por eso y por lo otro le echaron 12 años y medio en la cárcel, y cuando Franco murió, salió de libertad.