Natalia Lorca
Infidelidad
© Natalia Lorca
© Kamadeva Editorial, junio 2021
ISBN papel: 978-84-122884-4-5
ISBN ePub: 978-84-122884-5-2
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Mantén tu rostro siempre hacia la luz del sol
y las sombras caerán detrás de ti.
Walt Withman
Índice
Abstracto
Puzle
Piaf y whisky
El anillo
Sonrisas
Margaritas
Una y mil veces
Cayendo
Mi Disney World personal
Pecas
Solo un hombre…
Sola
Oscuro
Ascensos
Whitman
Sevilla
El arquitecto
El cortijo
Al infierno
De la fiesta al parque
Desborde
Confesión
Un beso y el olvido
El ático
El vestido
Lo siento
Orden
Mozambique
El médico
Regreso
Mi autoría
Un nuevo proyecto
Cena y café
Otra vez Sevilla…
Déjà vu
Adolescente
Íntimo
¡Fiesta!
Una relación
Remordimiento
Más
Dolor
Cortijo
No me mires así…
Tregua
Compañía
Burbuja
Madrid
Planes
Sierra Leona
Kenia
Tanzania
¡Sorpresa!
Contrarreloj
Lo siento… de nuevo
Exposición
Show
Milagro
Feliz
Perspicaz
Infierno
Hogar, dulce hogar
Epílogo
Agradecimientos y deseos
Abstracto
Viernes, 24 de octubre de 2010
—Verá, doctor, tiene usted en mi ficha médica mi nombre, apellido, dirección, número de la seguridad social y probablemente constancia de mis últimas tres gripes. Pero he pedido cita para verle porque creo que podría ayudarme con dudas que suelen asaltar mi cabeza…
—En efecto, Alexandra, estoy aquí para ayudarle en lo que necesite, tome asiento, por favor —dijo serio.
El doctor era un hombre de mediana edad, no llegaba al metro cincuenta de estatura y debo decir que en cuanto le vi me recordó al pitufo gruñón de la tele. ¡Era como un dibujo animado!
—Puede contarme lo que crea conveniente para la terapia y luego iremos incursionando en sentimientos y sensaciones más profundas que podremos incluir paso a paso en nuestras citas, entiendo que si está aquí, Alex, es porque desea algo en particular —dijo él mientras se sentaba también frente a mí.
Pude apreciar que aquella oficina tenía todo tipo de objetos particulares, algunos botes con vaya uno a saber qué cosas dentro, pilas de papeles sobre un amplio escritorio, algunos cuadros un tanto raros y un diván enorme y muy cómodo en el que estaba sentada, además de un sillón más pequeñito a su lado.
¿Cómo iba a resolver mis problemas aquí? ¿Y mis dudas existenciales? ¿Y mis problemas matrimoniales?
—Podría decirme hoy ¿qué es lo que desea encontrar de alguna manera con la terapia? —Me miró a los ojos diciendo aquello, sacándome así de mi análisis del entorno.
—Realmente no lo sé —dije, confundida.
—Creo que soy una mujer afortunada —añadí pausadamente después—, un buen trabajo que me permite cierta libertad, escribo; es decir soy escritora. Estoy casada desde hace tres años, tenemos una casa preciosa y quiero a mi marido… Pero no sé realmente cómo llevar esa «suerte», sinceramente.
Después de esa declaración por mi parte, al menos la primera sesión fue más rápida y tomó un ritmo más fluido.
El doctor Álvarez, que era un profesional muy serio y de gran reputación, me explicó que a veces las terapias podían llevar años, o simplemente meses dependiendo únicamente de mí, que debíamos ser sinceros el uno con el otro y que programaríamos sesiones semanales de una hora para empezar. Nos despedimos fugazmente. Y salí del edificio, convencida de que sería un buen inicio.
Afuera hacia viento, así que mi rizos rubios parecían flotar alrededor de mi rostro, caminé hacia el parking avanzando con dificultad y abrochando mi chaqueta, llegaba el otoño a Madrid y el frío comenzaba a sentirse en cada atardecer. Así en modo casi automático llegué a casa.
Al abrir la puerta, dejé mi portafolios y mi chaqueta allí mismo, me bajé de esos enormes tacones que pretendían disimular el metro sesenta de estatura que Dios y la genética me habían proporcionado y grité desde la puerta:
—¡Hola!
Automáticamente Noah apareció desde la cocina sonriendo con un cucharón en la mano. Era un hombre realmente bello, con una sonrisa radiante y ojos sinceros.
—Hola, estoy aquí, en diez minutos cenamos, cariño —dijo.
La cena transcurrió tranquila, aunque no mencioné al doctor Álvarez, ni la terapia, Noah me preguntaba sobre mi día en la editorial, sobre el tráfico y sobre mi libro de cuentos, que por cierto llevaba dos semanas de retraso.
Le pregunté por su día también. Noah era director de finanzas de una cadena de hoteles muy importante en España. Trabajaba mucho, y era el más hábil negociador que yo haya conocido. Su poder de convicción y astucia a la hora de los negocios siempre me había fascinado. El día que lo conocí, cinco años atrás, pasamos una hora hablando sobre si deberíamos tomar un café otra vez o no. Al final, por supuesto, me convenció y cada día me fue convenciendo más, tanto que me casé con él una hermosa primavera en la sierra de Madrid.
La noche siguió tranquila, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido, diría mi querido Sabina, y siguió así también ese fin de semana, intenté concentrarme y adelantar capítulos de mi libro de cuentos infantiles.
Olvidar un poco las ideas que revoloteaban en mi mente, y simplemente relajarme en casa.
Lo que no sabía es que ese lunes que estaba por comenzar, en mi vida aparecería un sol tan enorme, como abrasador. Un sol que podía dar luz y calor, pero también quemar. Y yo, sinceramente me acerqué tanto a él que hoy todavía tengo quemaduras de segundo y tercer grado.
Puzle
La mañana del lunes desperté emocionada, después de una ducha me puse mi mejor traje negro de dos piezas. Chaqueta, falda de tubo y mis tacones. Elegí un maquillaje delicado resaltando mis largas pestañas, tomé medio vaso de zumo de naranja y salí de casa. No vi a Noah, ya que él se había ido más temprano, solía madrugar mucho más que yo.
Camino a la editorial, imaginaba la cara de Sara, mi editora desde hacía ya ocho años, conocía mis ideas locas al comenzar un cuento y sabía que escribir libros infantiles se había convertido en la pasión más grande de mi vida. Ella era una mujer elegante, delicada y guapa, tenía casi sesenta años y esperaba ansiosa su jubilación, aun así, amaba su trabajo tanto como yo y ese sentimiento con los años nos había unido dando paso a una grandiosa amistad. Veía en ella la madre que nunca tuve.
Mi padre me crio solo, en un pueblo de las afueras de Madrid. Tenía una pequeña bodega que amaba con locura, su día a día se repartía entre ella y yo. Poco sé de mi madre, mi dijeron que cuando me dio a luz, tuvo una fuerte infección que por desgracia fue detectada demasiado tarde, y murió. A pesar de haber crecido sin ella recuerdo una infancia muy feliz.
Mi padre murió hace unos años, su médico le descubrió un terrible cáncer que solo tardó dos meses en borrar todo lo que él era. Fue tremendo para mí, muchas veces Noah decía que dormida, lo llamaba y le pedía que me abrazara. Un mes después de que mi padre me dejara vendí la bodega, tuve que hacerlo, no soportaba estar allí… Todo me producía un dolor indescriptible, supongo que quise dar vuelta de página, aunque creo que jamás lo conseguí.
Al llegar a la editorial, noté que había revuelo por los pasillos y la sala de convenciones estaba abarrotada de gente, sin más avancé hasta el despacho de Sara. Al verme llegar saltó de su silla y me dio un abrazo cálido, de esos que llegan al alma.
—Llevas mucho retraso, Alex —dijo muy seria y amenazante en cuanto me miró—. Espero que puedas alegrar mi lunes porque hoy esta editorial está boca abajo. ¿Sabes quién ha venido desde África a trabajar con nosotros en un nuevo libro? Marcos Schweinsteiger, así como lo ves —dijo con los ojos como platos mientras se sentaba nuevamente.
Yo que no tenía idea de quién era el tal Marcos, lo tomé por un desconocido cualquiera y mirando hacia fuera a través del cristal de su ventana, dije:
—He terminado, Sara. Creo que te gustará mucho y creo que debemos festejarlo. —Sonreí mirándola y largamos una carcajada al unísono.
Mientras comentábamos el libro la mañana pasó rápido, dejé el borrador sobre su escritorio y salí del despacho, tenía que comer algo, eran cerca de las 14 horas y solo llevaba en mi cuerpo medio vaso de zumo. Sara decidió quedarse un poco más, así que absorta en mis pensamientos entré en el ascensor, no pude evitar sonreír mientras pensaba en mi nuevo libro, mi mente divagaba en posibles escenarios a la hora de promocionarlo. De repente me di cuenta de que no estaba sola.
—Parece que tiene usted un buen día —dijo el extraño que estaba a mi lado, lucía un traje gris inmaculado, barba incipiente entre negra y plata. Intensos ojos grises y aunque su voz era agradable, me observaba serio.
—Sí… —dije casi en un susurro.
—Sí —volví a decir esta vez con más firmeza—. He terminado un nuevo libro y estoy emocionada… —comenté, mientras el sujeto me miraba descaradamente los labios. Sentí un fuego abrasador sobre ellos. Mis rodillas flaquearon levemente.
La puerta se abrió, dejando entrar un poco más de aire… ese necesario aire que parecía haberse escapado de mí. Pasó por mi lado y sin sonreír, sin siquiera inmutarse, dijo antes de desaparecer:
—Espero que siga teniendo un buen día.
¡Dios mío!
Aquello fue de locos y raro… Al menos dos minutos fui una adolescente de nuevo y me sentí desfallecer mil veces desconcertada por cada reacción de mi cuerpo. Salí del ascensor unos instantes después, cuando por fin reaccioné de que la gente que intentaba entrar me miraba como si yo fuese una maniática perdida.
Salí del edificio rápidamente agradeciendo el aire y el sonido de la calle. Pasé por mi cafetería favorita que tan solo estaba algunos metros de la editorial y mientras comía un bocadillo de calamares, mi comida preferida en el mundo, le di muchas vueltas a lo sucedido minutos antes.
¿Quién era ese hombre? ¿Qué hacía allí? Parecía tener unos cuarenta y cinco años más o menos, su cabello moreno comenzaba a teñirse de color plata igual que su barba, lucía como un caballero, un hombre de modales. Vestía de manera elegante y creo que nunca le había visto antes por allí, ni por ningún sitio, claro.
Definitivamente lo recordaría.
Volví una media hora después al despacho de Sara rogando con no volver a encontrarme a ese extraño, realmente los subidones así me provocaban un estrés mental increíble, mi cabeza era una locomotora en marcha veinticuatro horas al día. Y lo único que quería era encajar las piezas de mis sensaciones cada una en su lugar, como un puzle. Es lo que me había recomendado el doctor Álvarez que hiciera cuando me sintiera desbordada por alguna situación. No es que fuera una psicópata, sino que siempre he sido así, analítica con todo. Mi mente era una maquina en marcha los trescientos sesenta y cinco días del año casi veinticuatro horas al día, dando vueltas y vueltas a todo… últimamente insatisfecha y escéptica con mi vida en general.
Nada más entrar, Sara dijo:
—¿Sigue el alboroto por la sala de convenciones?
—La verdad es que no miré al entrar —dije.
Entornando la mirada le pregunté:
—¿Qué es lo que pasa hoy? No entiendo nada, ¿desde cuándo tanta gente por estos pasillos?
—Desde que Marcos Schweinsteiger está aquí, cariño —dijo Sara sonriendo—. Es la nueva promesa de la editorial, un reportero gráfico que ha estado recorriendo África durante años y quiere promocionar sus memorias, por lo que sé —aclaró—. Por eso hoy están todos como locos. Están locos por él, será un gran éxito de ventas. Dicen que además de inteligente es un hombre muy atractivo, su padre fue un empresario alemán muy prestigioso, su madre es del sur de España, se comenta que tiene una buena relación con ella y con todas sus amantes también. Estuvo casado y al día de la fecha es viudo y tiene una hija de doce años que vive con su abuela.
—Me pregunto cómo demonios sabes todo eso —dije suspirando abiertamente, Sara era un caso perdido… le encantaba estar al tanto de todo en la editorial.
—Internet, cariño, internet. Hoy en día todo está en la red. Quizás puedas conocerlo mañana por la noche, sabes que la fundación de la editorial organiza su evento anual para recaudar fondos, veremos si podemos encontrarle, le daremos caza a ese don juan a ver qué nos cuenta… Veremos si realmente es tan interesante como se comenta. —Sara sonreía maquiavélicamente y me miraba fijamente.
Yo no paraba de reír, su humor ácido siempre me hacía sonreír.
Piaf y whisky
Después de probarme al menos seis vestidos opté por uno blanco, que llegaba hasta mis pies y de mangas largas, el detalle importante se lo llevaba un largo tajo que dejaba ver una de mis piernas, sobre mi cintura se ceñía un lazo dorado que hacía juego con mis sandalias y mis pendientes. Era elegante y a la misma vez sexy. Cuando estaba terminando de maquillarme, Noah apareció detrás de mí, con su impecable esmoquin negro.
—Estás hermosa —dijo, mientras suspiraba en mi cuello.
—Tú también luces muy bien, cielo. Deberíamos irnos ya… —dije mientras me levantaba, evitando la intimidad de sus caricias.
En el camino recordamos la vez que, llevando ese esmoquin, Noah resbaló en la nieve y tuvimos que pasar Navidad en urgencias.
Estaba nerviosa, sabía que los grandes cargos de la editorial estarían allí y Sara ya me había dicho que sería el momento perfecto para comentar mi nuevo libro. Por suerte entre risas, mi tensión desapareció. Así era estar con Noah… él era paz.
Llegamos al fabuloso hotel, en la entrada podían apreciarse carteles enormes con el nombre de la editorial y su fundación. En la recepción Sara nos recibió con besos y abrazos, la velada en principio transcurrió de manera tranquila, pude hablar con dos editores jefes y beber un excelente champagne. Noah estuvo casi toda la noche con dos antiguos amigos del instituto en el jardín del hotel entre whisky y habanos recordando viejas glorias.
Yo comentaba con Sara y un editor vicepresidente de otra renombrada editorial sobre los nuevos fanfic de moda, cuando inesperadamente la conversación empezó a tomar otro rumbo y todavía no recuerdo por qué el nombre de Marcos Schweinsteiger apareció en la charla. Decidida a dejarlo atrás, ironicé:
—Aún no entiendo por qué tanto alboroto por él, ¿realmente tiene algo interesante que contar? —dije mientras bebía el último sorbo de champagne.
—Quizás pueda contarle lo interesante personalmente, de esa manera podría conocer detalles de las guerras en Sierra Leona o Sudán —dijo una intensa voz detrás de mí.
Maldije cien veces en silencio, sintiéndome una arpía y giré sobre mis pies para verle.
Allí estaba el extraño adonis inmaculado que había visto en el ascensor, sus ojos me miraban y escrutaban como si fuese un bicho asqueroso de alcantarilla y a la misma vez sus labios esbozaban una media sonrisa torcida. No sabía si quería azotarme allí mismo, o reírse por mi bochorno. Ya no había dudas, ese era el famoso Marcos Schweinsteiger.
—Lo siento, yo… No quería ofenderle —dije tartamudeando.
—¿Me permite ofrecerle otra copa en la barra? —dijo, mirando mi copa ya vacía.
Miré a Sara quien discretamente tomó del brazo al otro oyente y se alejó, fingiendo un interés absurdo por su traje.
—Claro —dije intentando reponerme.
Lo seguí un par de metros hasta la barra, recuerdo que sonaba a lo lejos La vie en rose, de Edith Piaf.
Tomó una de las copas que estaban servidas y me la ofreció mirándome directamente a los ojos.
—Mi nombre es Marcos Schweinsteiger, creo que ya lo sabe —dijo.
—Sí, y siento haber sido maleducada con usted. Soy Alex, Alexandra Stefan —dije, mientras por un segundo deseé perderme en esos intensos ojos grises.
—No tiene por qué preocuparse, tampoco deseo la atención que el proyecto está recibiendo actualmente. Cuénteme sobre su libro, el que terminó recientemente —dijo otra vez con esa media sonrisa.
Recordé de manera automática la escena del ascensor y me pregunté si él lo recordaba como yo.
—Bueno, está casi listo para su publicación, pero aún hay trabajo con él —dije mientras hacía una mueca.
Antes no me había fijado, pero a nuestro alrededor algunas parejas bailaban y mientras las observé, un fugaz shock eléctrico seguido de pulsaciones desorbitantes de mi corazón me alertó de que él tomaba mi mano, invitándome a bailar sin decir palabra, solo mirándome.
Mudos, solo mirándonos, tomó la copa que sostenía con la otra mano, la dejó en la barra lentamente para luego guiarme suavemente hasta la improvisada pista de baile… así, comenzamos a bailar, me sujeté a sus brazos absorbiendo su suave aroma y me dejé llevar. Sentí la canción de fondo más fuerte, pero aun así los latidos de mi corazón acelerado se llevaban todo el repertorio musical. Me pareció una eternidad allí, muy cerca de su cuerpo, flotando, tal como había descrito en muchas escenas de mis libros. Me sentí arrastrar por una fuerza mayor y cálida. Me sentí también viva, completa… sintiendo, solo sintiendo.
Mi mente tuvo un stop gratificante guiada por él en esa sutil danza, sostenida por su cuerpo y por esa intensa mirada…
La magia se quebró minutos después, Sara discretamente se acercó y me comentó al oído que Noah había tenido mucho por ese día, que mejor lo llevara a casa.
Me alejé delicadamente, rompiendo el placentero contacto, pero manteniendo la mirada.
—Debo irme…
—Ya nos veremos, Alex —dijo Marcos y discretamente se alejó entre la gente.
—Vaya, vaya… Veo que se estaban conociendo —dijo Sara, bajándome de un golpe de mi nube flotante.
—No insinúes nada, ¡te conozco, bruja! —dije entornando los ojos hacia ella—. ¿Dónde está Noah?
—Creo que sigue en el jardín —dijo, señalando las puertas.
En el jardín Noah se abrazaba a un sillón, en cuanto me vio llegar me sonrió como si un niño pequeño por fin encontrara a su mamá. Solo dijo en palabras desarticuladas:
—Lo siento.
Salimos de allí manteniendo la compostura y conduje hasta casa, haciendo un esfuerzo sobrehumano logré quitarle la ropa a ese saco de patatas en peso muerto que era mi marido ebrio, lo acurruqué bajo las mantas y me quedé allí dormida y enojada, arrugando mi precioso vestido mientras en mi mente sonaba La vie en rose una y otra vez.
El anillo
Hablamos con Noah sobre lo sucedido, me pidió perdón por su comportamiento y simplemente lo dejé correr, estaba algo desanimada y no me apetecía seguir la conversación así que di por finalizado el tema. Hacía ya unos cuantos meses que me sentía cada vez más distante de él.
Recuerdo que ese fin de semana mientras Noah trabajaba en el despacho que compartíamos en casa, yo revisé un poco del historial de Marcos en internet escabullida en la cocina, efectivamente tal como Sara dijo, todo está en la red.
Averigüé un poco más de lo que Sara me había contado. Su mujer había muerto en un accidente de coche, iba con su hija, que con solo cuatro años había sobrevivido al impacto. También leí que Marcos desde la muerte de su mujer se había convertido en alcohólico y frecuentaba lugares de mala reputación, sin contar un sinfín de amantes que habían desfilado por su lujoso apartamento en el centro de Madrid.
Aparentemente su madre se había hecho cargo de la fortuna familiar y de su hija mientras él se había ido a África, como corresponsal de guerra y reportero gráfico para una cadena multinacional de gran importancia.
Días después, volví a ver a Marcos. Nos encontramos en el lobby de la editorial, yo entraba y él salía. Marcos se acercó con esa mirada intensa que parecía acosarme incluso cuando cerraba los ojos y nos saludamos discretamente.
—Buenos días, Alexandra —dijo acercándose aún más.
—Buenos días, dígame Alex, por favor —dije intentando respirar con normalidad.
—Me gustaría conversar con usted sobre mi proyecto, sé qué le parece exagerado o banal publicitar memorias de lo que he visto en África, quizás por eso necesite su opinión, he oído que antes de escribir cuentos infantiles, también escribía novelas de distintos géneros, podría serme muy útil su opinión… —continuó acercándose aún más—. ¿Qué le parece si la espero en el restaurante Lafayette que está a unos metros de aquí, cerca de las 20 horas? —dijo de manera serena sin apartar la vista de mí.
—Tengo mucho trabajo hoy, señor Schweinsteiger —dije de manera automática.
—Marcos, dígame Marcos, por favor. La esperaré de todos modos, me gustaría que cenara conmigo —dijo él.
—Tengo que irme, Marcos, no le aseguro estar allí —dije, mientras me alejé dudando.
Subí al ascensor.
¿Qué demonios pasaba conmigo? ¿Por qué huía de él?
No me estaba invitando a una cita, me pedía consejo profesional. Yo soy una profesional, me dije cien veces al menos. Una profesional escapando como una adolescente de esa mirada condenadamente atractiva.
Decidí dejarlo al azar, dejaría de pensar en ello y a las 20 horas si estaba lista, me daría una vuelta por Lafayette.
Y así fue, a las 19:55 ya había terminado mi reunión con Sara y divagaba por el pasillo, debatiéndome con la idea de volver a estar cerca de Marcos, me generaba sensaciones indescriptibles con solo mirarle y me sentía terriblemente culpable con Noah, jamás había sentido esa atracción por él, aunque lo amara.
En el comienzo de nuestra relación y nuestros primeros dos años de casados habíamos experimentado atracción, claro, pasábamos horas besándonos y haciendo el amor de manera tierna y dulce, Noah era cariñoso y atento. Aun así ese instinto primitivo, esa atracción perturbadora, que sigo creyendo que pocas personas en la tierra pueden experimentar, entre nosotros jamás había existido.
Me convencí de ser capaz de mantener una cena profesional sin ninguna dificultad. Así que acudí a la cena, con un manojo de nervios en mi interior.
Entré en el restaurante y lo vi sentado en una de las mesas del fondo del salón, se puso de pie al verme y sonrió, también le devolví la sonrisa al sentarme.
—Gracias por venir, Alex, pensaba que terminaría cenando solo… —dijo él mientras llamaba al camarero.
—No tengo mucho tiempo, pero entiendo que la opinión de profesionales ajenos al proyecto pueda serle de ayuda; me ha pasado alguna vez —dije seriamente.
El camarero llegó interrumpiendo su contestación y dijo él:
—Tomaremos ensalada de garbanzos con sésamo y cebollino de primero, de segundo solomillo de buey con salsa arábica. Para mi agua, por favor, y para ella una copa de Rioja Gran Reserva, por favor.
El camarero asintió y se marchó.
—Espero que no le moleste que me haya tomado el atrevimiento de pedir por usted, este es mi restaurante preferido de la ciudad y le aseguro que todo lo que he pedido le gustará, es más, querrá probar más. —Esbozó esa media sonrisa que me dejaba paralizada y me tuve que obligar a mantener la mente fría.
—No hay problema. Podría comenzar comentándome en qué se basa su proyecto —dije intentando parecer profesional.
Marcos me contó que había estado en sitios donde la vida no valía un céntimo y se luchaba día a día por sobrevivir, las mujeres eran valores de cambio, no hay escuelas, ni hospitales y lo único que pueden verse son pequeñas ciudades derrumbadas, olvidadas de la mano de Dios. Comentó también que había hecho muchas fotografías que quisiera incluir en su libro, que le gustaría que fuese un trabajo serio y le atemorizaba que la mala publicidad lo convirtiera en cotilleo de hoy y olvido de mañana.
Yo lo miraba a los ojos y prestaba atención a cada una de sus palabras intentando descifrar quién era ese hombre, intentado encontrar las palabras adecuadas para expresarle mi opinión. Mientras relataba el camarero nos trajo el primer plato que acompañé con una copa de vino, que sabía exquisito, y luego el segundo, con el que tomé dos copas más de vino.
La gente comenzaba a irse y yo seguía allí con él, absorta en sus relatos, preguntándome una y otra vez por qué seguía pegada a esa silla.
De repente dejó de hablar, debía haber notado lo absorta que estaba en mis pensamientos, y entornó sus ojos hacia mí.
—¿Sabes por qué no paré el ascensor aquel día y te follé allí mismo? —dijo.
Yo no podía creer lo que había escuchado y el revuelo que había provocado en mí, mi estómago dio un vuelco y no precisamente por el vino. Estaba muda, inconscientemente mordí mi labio y él dijo:
—¿Sabes por qué no he intentado besarte hoy?… ¿Sabes por qué no te beso ahora que muerdes tu labio? Llevas un precioso anillo de oro, al que le has estado dando vueltas desde que te has sentado frente a mí —dijo y su rostro pareció volverse de piedra.
Logré recuperarme de aquella confesión, solté el labio dolorido de la presión de morderlo, observando mis manos, efectivamente no había parado de tocar mi anillo, como si ese hecho me mantuviera en contacto con el resto del mundo, como si ese pequeño objeto fuera mi cable a tierra… y dije:
—Estoy casada hace tres años, no tenía intención de que pensaras que estoy aquí por algo más que mi opinión profesional. Ya es tarde y debo marcharme a casa… —Me levanté y extendí mi mano para saludarle, estaba decidida a salir de allí, me sentía por un lado extremadamente alterada y por el otro muy excitada. Era como una leona encerrada a punto de rugir.
—Lo siento, Alex, déjame acompañarte hasta el coche —dijo levantándose, ignorando mi mano.
Esperé a que pagara la cuenta y salimos de allí. Fuera hacía frío, se ofreció a darme su abrigo y accedí porque mi cuerpo se estaba congelando.
—Gracias por el abrigo —dije sin poder mirarle a los ojos al llegar al coche minutos después.
Algo desilusionado lo tomó entre sus manos y en un segundo pegó su cuerpo contra el mío, que chocó suavemente con la puerta del coche. Inmovilizó por debajo de mi cintura mis brazos, acercó su rostro al mío y con los ojos cerrados suspiró muy cerca, tanto que pude sentir su cálida respiración.
—Eres preciosa, quiero follarte de una y mil maneras, que me digas que te gusta y me dejes sentirte, eres un imán para mí desde que te vi —dijo mientras yo seguía inmóvil.
Mi cuerpo se debatía entre dejarse llevar y detenerlo, antes de que pudiese decidirlo, su boca se acercó a la mía lentamente, para que en mi interior la batalla se perdiera por completo. Me dejé llevar, arrastrándome en ese beso que inundó cada célula de mi piel, agitando mi corazón y queriendo más. Suave, delicioso, dulce… prohibido.
Entonces mi móvil sonó, vibrando en mi bolsillo, volviéndome a la realidad.
Noah.
Aparté a Marcos poniendo distancia entre nosotros, abrí mi coche y subí rápidamente, sin cerrar la puerta. Él estaba de pie frente a mí, pero no quería mirarle, me sentía avergonzada y culpable, tremendamente culpable y exaltada.
—No puede ser, Marcos, agradezco tu brutal sinceridad. Espero que el proyecto salga tal como lo deseas —dije seriamente.
—Me dices adiós pero tu cuerpo me dijo otra cosa, Alex, no te despidas de mí, me verás por aquí al menos un tiempo más —dijo con su maldita media sonrisa.
—Tengo que irme, me esperan en casa —dije sin mirarle, cerré la puerta y aferrada al volante arranqué el coche. Todavía tenía mis labios entumecidos de su beso, los sentía latir.
Conduje hasta casa como una loca, debo haberme saltado unos cuantos stop, pero no fui consciente de ellos. Unos metros antes de llegar a casa, paré el coche, respiré profundo, intenté tranquilizarme y me dije en voz alta a mí misma:
—¡Para ya, Alex! Ha sido un beso y nada más, ¡no seas histérica!, podría haber sido peor.
Dios sabe que sí…
En casa, cuando Noah apareció por el salón le conté que había cenado con Sara, me disculpé por no llamarle y me excusé diciendo que tenía dolor de cabeza, de esa manera hui a la cama y, sobre todo, hui de Noah.
La mañana siguiente al despertar Noah estaba tumbado a mi lado mirándome y acariciando mi cabello.
—Has estado muy inquieta, creo que has tenido pesadillas, ¿estás bien, cariño? ¿Has discutido con Sara? —dijo él buscando en mis ojos la respuesta.
—Estoy bien, no hemos discutido, solo estoy algo estresada por la publicación del libro, es solo eso… —dije incorporándome.
—Este fin de semana tengo que viajar a Nueva York, me preocupa dejarte sola. ¿Por qué no me acompañas?… Sé que puede ser aburrido porque tendré muchas reuniones, pero puedes pasear y distraerte —dijo él, poniéndose de rodillas en la cama a mi lado.
Tomé su rostro entre mis manos y lo besé tiernamente, lo miré a los ojos y dije:
—Estaré bien. Tengo muchos detalles que concretar, cuando termine la publicación quizás podamos hacer un viaje juntos.
—Sería una idea espectacular —dijo poniéndose de pie—. Me voy, cariño, nos vemos a la noche. —Me dio un beso en la frente y salió.
Me pasé el día escuchado Los Beatles, habían sido el grupo preferido de mi padre y eran también el mío. Hablé con Sara por teléfono y todo parecía marchar sobre ruedas, el viernes teníamos una reunión para concretar la portada del libro.
Preparé para la cena un pollo asado con patatas y de postre hice tiramisú, sabía que a Noah le encantaba, últimamente estaba tan absorta en el libro, perdida en mi ordenador, que había olvidado cuánto me gustaba cocinar para él. Las cenas que compartíamos eran unas de las pocas actividades que hacíamos juntos por ese entonces. Necesitaba reanimar un poco nuestra relación de alguna manera.
Ese día en un esfuerzo por distraerme y quizás para exonerar un poco la culpa, que aparentemente ni en sueños se alejaba, decidí agasajarlo así. Me di una larga ducha, me puse un vestido muy corto azul que sabía que le encantaba, encendí velas por toda la casa, preparé la mesa y me senté a esperar. Estuve allí dos horas, hasta que el contestador de casa se activó con la voz de Noah:
—Cariño, lo siento… la reunión se ha hecho eterna, llegaré mucho más tarde.
No me tomé la molestia ni de atender la llamada, ni de contestarle luego, creo que supuso que estaba dormida ya. Con la ilusión hecha trizas, me puse el pijama, apagué las velas, acomodé la cocina y subí a mi cuarto.
Cuando Noah llegó yo aún estaba despierta, solo que no abrí mis ojos, lo escuché desvestirse y supe hasta cuándo se quedó profundamente dormido. Cuando llevas durmiendo tanto tiempo con una persona conoces su respiración al dormir.
Estaba amaneciendo cuando comencé a quedarme dormida, en mis sueños unos grandes ojos intensos me acechaban una y otra vez, mientras Marcos me decía:
—Tienes un hermoso anillo de oro…
Sonrisas
El viernes por la mañana salí temprano de casa, arreglé con Noah verle a las 19 horas para llevarle al aeropuerto. Yo amaba Nueva York, pero esta vez no tenía ganas de acompañarle, quería concentrarme en mi libro, estar sola todo el fin de semana y disfrutar de esa soledad. No podía decírselo, así que fingí mucho más trabajo del que tenía los días previos y me escabullí varias veces en el despacho, para estar básicamente sola.
Mientras tomaba un café en el área de descanso de la editorial esa misma mañana, mi cabeza planeaba un fin de semana de relajación, sales de baño, un buen vino y un poco de música. Tenía los ojos cerrados imaginando aquello, cuando sentí una fuerza arrolladora cerca de mí, abrí los ojos y allí estaba él. Marcos.
Olía realmente bien, fresco, a recién afeitado, una mezcla de maderas dulces. Me observaba con una amplia sonrisa, quizás la más grande que yo vi alguna vez en él. Sin dejar de mirarme dijo:
—Hola, Alex, buenos días, por las mañanas cada vez que te he visto sonríes como una niña pequeña imaginando un mundo de color… Tienes una hermosa sonrisa.
—Gracias —dije tratando de sonar natural, controlando mi respiración.
—Bueno, ya he bebido mi café… debo subir —dije mientras me levantaba.
—Espera… —Tomó suavemente mi mano—. Quiero saber si estos días has pensado en mí, tanto como yo en ti, si me dices que no… te prometo que no me verás más por aquí —dijo muy serio mirándome directo a los ojos.
Muriendo de vergüenza, una voz en mi interior susurró: Sí… sí. Claro que he pensado en ti.
La silencié llamando a la cordura, así que solté su mano con cuidado, mirando sus largos dedos, notando su suave piel y sintiendo cómo reaccionaba mi cuerpo ante ello, como si algo me doliera por soltarle…
Y me alejé de allí, sin mirar sus ojos, sin mirar atrás, sin preocuparme por las demás personas que a esa hora desayunaban allí.
No me importó si nos observaban, no me importó si alguien notaba lo que pasaba en mi interior, solo quise huir.
Estaba utilizando todas mis fuerzas por alejarme de ese torbellino de sensaciones, no quería exponerme a él, estaba claro que me sentía atraída y aparentemente él por mí. Pero no quería tenerle cerca, yo no quería cometer errores de los cuales alguien saliera herido.
Estaba intentando usar las herramientas que el doctor Álvarez me había proporcionado esa semana, ya que no pude evitar comentarle sobre Marcos, sobre mis sueños y sobre mi deseo de estar sola.
En principio me había escuchado atentamente sin pronunciar palabra, e hizo unas cuantas muecas ante algunos comentarios. Cuando por fin habló dijo:
—Alexandra, si bien nuestra mente es un todo y los hechos y sucesos que vivimos día a día están conectados entre sí, deberías intentar como ya hemos hablado en otras sesiones encasillar las situaciones y las sensaciones de cada una de ellas, en apartados; analizarlas y comenzar a trabajar sobre ello, primero de manera individual y luego de manera holística. Es decir, preguntarte por qué sientes la necesidad de pasar más tiempo sola, por qué es más cómodo para ti huir de aquellas cosas que suponen una presión, a enfrentarlas. Cuál es el tiempo que estás dispuesta a dedicar a tu matrimonio, cuánto estás dispuesta a invertir en ello y en contraposición cuánto es lo que pones en juego exponiéndote a una relación extramatrimonial. Sabes… —dijo muy serio—, yo no puedo contestar a esos interrogantes, no puedo ser yo el que te diga qué está bien y qué no. Debes trabajar en ello, sin agobiarte y recordar encasillar cada sensación para enfrentarte a ella paso a paso.
Asentí a cada una de sus reflexiones, e intenté trabajar en ello, y aun así, ese día había vuelto a huir, era incapaz de describir todo lo que sentía y estaba realmente exhausta. En ese entonces creo que no era realmente consciente, pero estaba luchando contra una marea, un gran océano de fuerza que iba a arrastrarme tarde o temprano.
Salí de la editorial sobre las 18, quedaba muy poco sol ya, empezaba a bajar la temperatura, mientras los árboles se teñían de un suave amarillo día tras día. Al llegar a mi coche, aparcado en la puerta de la editorial, sobre el parabrisas había un pequeño papel con una enorme sonrisa dibujada, detrás decía: Como no dijiste NO, este es mi móvil. 65456743. Llámame.
Inmediatamente supe de quién era, un truco bastante infantil pensé por un momento, hasta que recordé que cada vez que estaba con él yo era una adolescente de 16. Lo guardé en mi chaqueta, hecho una pequeña bolita, y fui a casa, intentando no pensar en ello.
Noah me esperaba listo en la puerta con su maleta en mano. Fuimos al aeropuerto, charlando sobre las reuniones a las que asistiría en Nueva York. Me dio un suave beso al bajar del coche y se despidió sonriente.
No pude evitar sentir ternura por él y esa sonrisa preciosa que me regalaba siempre y a la misma vez, sentí alivio.
Ya en casa, luego de ponerme mi pijama y comer medio tarro de helado de chocolate y nueces, haciendo zapping en la televisión pensé que como Sara tenía unos días libres y seguramente saliera de Madrid, debería llamar a Amanda, una vieja amiga de la universidad, para tomarnos algo. Ese fin de semana sería una ocasión perfecta, algo así como una noche de chicas. Hacía ya un mes que no la veía, después de su segundo hijo era difícil coincidir y quedar de vez en cuando.
Por la mañana, desperté bastante animada, fui a correr por el parque y luego volví a casa, preparé la bañera y me metí dentro sintiéndome aliviada, el agua caliente generaba un exquisito placer, comencé a la relajarme y dejé mi mente volar, lo único que me dijo fue: Marcos, Marcos… Marcos.
Me permití fantasear…
Sus manos recorriendo mi cuello y mis hombros, bajando lentamente por mis pechos, acelerando mi respiración, bajando lentamente, mientras suaves besos se posaban en mi boca… miles de sensaciones inundaban mi mente, se sentía muy bien.
Tanto que mi espalda resbaló un poco y cuando el agua entró en mi nariz la magia se esfumó de sopetón. ¡Adiós a la fantasía!
—¡Mierda! —dije entre dientes.
Salí de la bañera, convencida de que lo que necesitaba era una ducha de agua fría.
Margaritas
Quedé con Amanda en una cafetería no muy lejos de casa. Nos encontramos allí mismo y entre tartas dulces y café pasamos una tarde agradable.
Siempre había envidiado su hermoso cabello pelirrojo, era una mujer muy bella y habíamos hecho una buena dupla de jóvenes. Se había casado con Sebastián, otro compañero de la universidad, catedrático de literatura inglesa, llevaban juntos casi siete años.
Me contó que ser madre de dos niños pequeños era difícil. Dividirse en las tareas del hogar, el trabajo, un marido e hijos podía ser estresante. Amaba con locura su familia, aun así, era como toda mamá y se quejaba de no tener tiempo para ella de vez en cuando.
—Sabes, Alex, a veces recuerdo cuando todavía no nos casábamos y salíamos de fiesta. Podíamos ir a cualquier sitio, mi ropa no tenía ni babas, ni vómito de bebé, y podía follar con quien quisiera. ¿No extrañas esa época? —dijo ella algo triste.
—Extraño la independencia, sí. Pero no tengo en casa ni babas ni vómito —dije mientras reíamos.
—Siento mucho que tengas que oír mis quejas, ¿cómo vas con tu libro? ¿Lo han publicado ya? —preguntó ella cambiando de tema.
—Aún no. Pero espero que sea este mes, te avisaré para la firma de libros —dije guiñándole un ojo.
—¿Cómo estás con Noah? —me preguntó mirándome a los ojos—. Las últimas veces que nos hemos visto él no ha venido contigo y hoy pareces algo distraída… ¿Estás bien? Te conozco, Alex, algo te preocupa. —Amanda me conocía mejor que nadie.
—No, no. Estoy bien. Él está ahora en Nueva York, por trabajo —dije.
—¡Oh, Dios mío! ¿Crees que te engaña? Por eso estás así —dijo Amanda horrorizada.
—¡No! No… él no me engaña —dije enfatizando en él.
—Un momento, Alex… —tomando mi mano—. ¿Tú le engañas a él?
—No, tampoco… no lo sé —dije derrumbándome.
Le conté a Amanda de Marcos y ella escuchó atentamente, siempre había sido una buena amiga, atenta y fiel. Así que lo que a continuación me dijo no era menos de lo que esperaba.
—Sabes, a veces cuando me acuesto por la noche exhausta después de un día agotador entre la oficina, los niños, Sebastián, los pañales, la casa, la cena… Realmente deseo escaparme lejos, a una isla quizás y perderme entre los brazos de algún guapo surfista. Tomarme unos margaritas y relajarme al sol. Al otro día al despertar mis hijos me abrazan, Sebastián me besa y es otro día que no cambiaría, quizás después de todo eso solo quisiera regresar… Entonces es un viaje que decido no hacer, el billete sería demasiado caro. Y sé que tan solo en unas horas volvería a mi hogar —dijo y prosiguió—: No sé cuánto cuesta tu billete, lo que tienes que pensar es cuánto piensas gastar en él y cuánto tiempo estarás en esa isla.
—Pareces mi psicoanalista —dije frunciendo el ceño—. No sé qué hacer, Amanda, me siento cansada de luchar contra ello. Espero que no me juzgues, amiga… —dije con lágrimas en los ojos.
—Jamás lo haría —dijo ella, sonriendo—. ¡Ánimo! Ahora pidamos unos tragos y olvidemos todo.
Y así fue, tomamos unos margaritas mientras reíamos recordando viejas épocas, al menos tres cada una, no éramos conscientes de la hora hasta que Sebastián llamó a Amanda y notando su estado fue a la cafetería a recogerla. Se ofrecieron a llevarme, pero me negué rotundamente, daría un paseo y tomaría otro café, mi casa estaba cerca y había ido andando. Prometí llamarles en cuanto llegara a casa.
Salieron de allí y yo me propuse hacer lo mismo, me puse mi chaqueta y salí, hacía frío… así que, al meter mis manos en los bolsillos, la derecha se encontró una bola de fuego que quemaba en mis dedos y aceleraba mi corazón.
Extendí el arrugando papel y sin pensarlo, marqué el numero con mi móvil.
¡A la mierda todo!
—Hola —dijo él desde el otro lado.
—Hola… —solo pude decir.
—Alex… —dijo él alegrándose—. ¿Dónde estás?
—Cerca del centro, no quería irme a casa sola —dije con una risita estúpida y vergonzosa que obviamente delató mi estado.
—¿Estás bien? Voy por ti; envíame un mensaje con la dirección y espérame —dijo rápidamente y cortó.
Así que eso hice, creo que la mitad de las palabras estaban mal escritas, pero por alguna razón él apareció, lucía un aspecto informal, un suéter blanco y unos jeans, se veía realmente sexy, pero enojado o demasiado serio. Parecía impenetrable.
—¿Así que sales de fiesta sola? —dijo irónicamente.
—No, salí con una amiga, pero ya se ha ido.
—¿Por qué pareces tan enojado?… Eres demasiado serio —dije señalando su persona con mi dedo y riendo.
—No sabes cuánto. Y tú te vienes a mi casa, por un café… y una siesta ahora mismo —dijo señalándome él también.
Estaba cansada, somnolienta y evidentemente borracha, así que no opuse resistencia alguna, una parte de mí se moría de curiosidad por conocer su ático… Mi yo más interna sabía muy bien que se exponía a volver a besar esos tentadores labios otra vez.
Yo lo había llamado y sabía lo que eso significaba… así que nos fuimos a su apartamento.